Índice de Autobiografía de la Revolución Mexicana de Emilio Portes GilCAPÍTULO V - La Revolución Constitucionalista - Desocupación de VeracruzCAPÍTULO V - La Revolución Constitucionalista - Pacto entre la Revolución Constitucionalista y la Casa del Obrero MundialBiblioteca Virtual Antorcha

AUTOBIOGRAFÍA DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA

Emilio Portes Gil

CAPÍTULO QUINTO

LA REVOLUCIÓN CONSTITUCIONALISTA

VIDA MILITAR DE OBREGÓN
Obregón, obrero calificado. Libros que leía. Obregón se pone a las órdenes del Gobernador de Sonora a raíz del cuartelazo de la Ciudadela. Su incorporación a las fuerzas maderistas para combatir a Pascual orozco. Batallas de Santa María y Santa Rosa. Avance sobre Guadalajara. Los Tratados de Teoloyucan. Rendición del Ejército Federal. Entrada del Cuerpo del Ejército del Noroeste a la ciudad de México. Esfuerzos que realiza Obregón para solucionar las dificultades de la Primera Jefatura con el jefe de la División del Norte. Entrevista con Villa en Chihuahua. Arreglo de las dificultades con Maytorena. Memorandum que presentaron los Generales Obregón y Villa a la Primera Jefatura de la Revolución. Vuelve el General Obregón a Chihuahua por petición que hizo al Primer Jefe para procurar una reconciliación con Villa. Cómo se salvo de ser asesinado por éste. Actitud digna de los Generales Madero, Aguirre Benavides, Robles y González Garza.


Que el general Obregón fue militar extraordinario, comparable en capacidad e iniciativa al generalísimo don José María Morelos y Pavón, y quizá con más fortuna que él, nadie lo discute. Tal afirmación es tan fácil de comprobar, como que el general Obregón jamás perdió batalla alguna en las que intervino como general en jefe, derrotando uno a uno a todos los enemigos de la Revolución.

Desde el punto de vista técnico, estratégico y táctico, afirman sus críticos, sus planes de combate fueron perfectos en cuanto al conocimiento del terreno en disputa, a la distribución de los cuerpos de ejército y, sobre todo, a las órdenes congruentes y sincronizadas al objetivo.

Pero además, Obregón, como Morelos, poseía también facultades de estadista y entendía como éste, todos los problemas sociales y políticos de México, a los que siempre fueron leales.

La vida militar de Obregón se inicia en el año de 1911. Es el tiempo y las circunstancias las que hacen a los hombres y plasman en él una ideología. Procedente de una clase media civil, de una familia de agricultores de Huatalbampo, resulta, gracias a las circunstancias en que se desenvolvieron sus grandes capacidades de ciudadano y de hombre, un gran militar y un gran estadista.

En los primeros años de su vida se hace obrero calificado en el ramo de la mecánica; más tarde, por autoeducación, se forma modesto escritor y poeta; y es esta circunstancia lo que le requiere para nuevas lecturas, entre las que se cuentan, en lo militar, Ordenanzas, Leyes y Libros de Táctica y Estrategia, y en lo social y político, el Manifiesto del 1° de julio de 1906 que suscribieron los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón. Más tarde, con una cultura mediana, el general Obregón se da a la lectura de periódicos y libros, entre los que se menciona, respecto de los primeros El Radical, El Socialista y El Tipógrafo y, por lo que se refiere a los segundos, obras de fácil lectura como las de Vargas Vila y Blasco Ibáñez y de profunda doctrina como las de Francisco Ferrer Guardia, Kropotkin, Anatole France, Henri Barbuse y muchos más.

Después del desastre del general González Salas, derrotado por las fuerzas rebeldes y en que dicho jefe federal se suicidó, y ya cuando los rebeldes eran una verdadera amenaza para el Gobierno Federal, fue llamado por el gobernador de Sonora, siendo presidente municipal de Huatabampo, a cuyo puesto había llegado electo por el Partido Antirreeleccionista; y al ser preguntado, con motivo de una circular que se había girado a los presidentes municipales respecto del número de hombres que podrían reclutarse en sus respectivos muncipios, para formar la columna sonorense que debía dirigirse a Chihuahua a combatir el orozquismo, el general Obregón, desde luego se puso a las órdenes del gobierno, procediendo a organizar las primeras fuerzas, componiéndose, el primer grupo de 300 hombres, la mayor parte de tronco indígena y agricultores, lo mismo que el general Obregón, que poseía una finca a la izquierda del río Mayo denominada Quinta Chilla.

Las fuerzas que iban al mando de Obregón fueron despedidas entusiastamente por grandes grupos de sonorenses. Todos aquellos patriotas empuñaron las armas para defender al gobierno del señor Madero, en contra de los rebeldes orozquistas.

De hecho, dice Obregón, habíamos roto toda liga de familia e intereses y ofrecíamos nuestra sangre a la patria.

La familia que yo dejaba en Huatabampo la constituían tres hermanas huérfanas y mis dos pequeños hijos, Humberto y Refugio, de 5 y 4 años de edad, respectivamente, los que estaban al cuidado de mis hermanas, por haber perdido a su madre.

El día 16 de abril de 1912, a bordo de carros del tren ordinario de pasajeros, se dirigió a Hermosillo. En la tarde de ese día, en las Estaciones de Pitahaya y Mápoli, un grupo de yaquis sublevados asaltó el tren, y no obstante que las fuerzas mandadas por Obregón tenían muy pocas armas, lograron derrotar a los asaltantes, causándoles dos muertos.

En Hermosillo permaneció Obregón hasta el día 19, pasando después a acuartelarse a la Villa de Soria.

En Hermosillo fueron debidamente armadas y pertrechadas aquellas fuerzas, recibiendo instrucción del capitán Eugenio Martínez, quien tenía conocimientos militares, y que por sus grandes merecimientos llegó a ser uno de los generales más valientes del ejército revolucionario.

Obregón llevaba como ayudante a los capitanes Antonio A. Mota, Eugenio Martínez, Francisco Bórquez, José A. Rocha y Juan Cruz; a los tenientes Pablo Macías, Pioquinto Castro y Luis Rueda, a los subtenientes Pedro Islas, Antonio Cruz y Tiburcio Morales.

Las fuerzas se componían de 300 hombres con 50 de caballería.

En Agua Prieta se hizo la reconstrucción de tropas para formar la columna que debería continuar al Estado de Chihuahua, siendo comisionado el general Garibaldi para que incorporara fracciones del 47 y 48 Cuerpos Rurales, al mando del teniente coronel Heriberto Rivera, con cuyo contingente se formaba una fuerza de cerca de 500 hombres, incluyendo a los del 4° Batallón de Sonora, organizado por Obregón.

José de la Luz Blanco, que había sido uno de los revolucionarios maderistas, se incorporó en Agua Prieta, llevando dos cañones.

El día 20 la columna emprendió la marcha rumbo al Estado de Chihuahua, habiéndose incorporado el día 23 el mayor Salvador Alvarado con 150 hombres del Cuerpo Auxiliar Federal y 2 ametralladoras.

El día 6 de julio el general Sanginés tomó el mando de la columna, nombrando al teniente coronel Rivero jefe de las infanterías y a Obregón de las caballerías.

En el cuartel general se habían recibido noticias, proporcionadas por algunos mormones que habían salido de Casas Grandes, indicando que el enemigo trataba de posesionarse del cañón del Púlpito, posición ventajosa que lo pondría en condiciones de entorpecer y detener nuestra marcha, aun contando con muy pocos elementos.

Después de pasar por la colonia Oaxaca y otras pequeñas poblaciones, el general Sanginés ordenó al general Blanco que marchara a la hacienda de Ojitos; disponiendo a la vez, que el general Obregón se incorporara a Blanco con el resto de la caballería.

Al día siguiente, las avanzadas al mando del capitán Cervantes, descubrieron y rechazaron un grupo de exploradores enemigos en el salto del Ojo.

El día 6 de julio se incorporó en Ojitos el general Sanginés con el grueso de la columna.

Un día el general Sanginés, comenta Obregón en su libro 8,000 kilómetros en campaña (Consúltese esta obra aquí, en nuestra Biblioteca Virtual Antorcha - Nota de Chantal López y Omar Cortés), nos llamó al cuartel general al teniente coronel Rivero, al mayor Alvarado y a mí, y ya reunidos, nos dijo:

Todos los informes que tengo, tanto del cónsul Llorente como de los espías que he mandado, indican que seremos atacados por un fuerte núcleo enemigo que se está reconcentrando en Casas Grandes, y quiero conocer la opinión de ustedes.

Yo guardé silencio, porque era el menos autorizado para opinar. El Mayor Alvarado propuso que se construyeran bordos circulando la hacienda y se formaran trincheras en el cerro; el teniente coronel Rivero opinó porque se hicieran zanjas circundando también la hacienda, y entonces, como se me pidiera mi opinión, manifesté que consideraba acertadas las disposiciones de Rivero y Alvarado, porque podrían ser igualmente útiles para la defensa de las zanjas y los bordos; pero que, en mi concepto, no contábamos en aquella hacienda con los elementos para construir toda clase de fortificaciones y que, por lo tanto, podríamos prescindir de las zanjas y los bordos, susbstituyéndolos con loberas que podrían cavarse a tres metros de distancia una de otra, circundando la hacienda y abarcando dentro del círculo el cerro que ya tenía algunas trincheras arriba.

El general Sanginés aprobó mi iniciativa, y cada uno de los jefes procedimos a colocar nuestra gente, a fin de que se llevara a cabo la excavación de dichas loberas. Al día siguiente estábamos preparados para resistir cualquier ataque.

El 31 del mismo mes -continúa Obregón- siguiendo mi costumbre, me trasladé al cuartel general a las seis de la mañana, y, después de rendir mi parte, me invitó el general Sanginés, a tomar asiento cerca de él, lo que hice en seguida, entablando luego una conversación entre ambos, sobre distintos temas. No había transcurrido media hora, cuando empezamos a oír toques de clarín de las fuerzas que estaban en el cerro, indicando, enemigo al frente.

El general Sanginés mandó unos oficiales que subieran al cerro para que observaran lo que estuviera ocurriendo; pero en seguida, el mismo clarín daba los toques de enemigo al frente, a derecha e izquierda.

Se hizo el dispositivo para resistir al enemigo, cuyo número se ignoraba también.

Para animar a sus soldados, Obregón los llamó al cumplimiento de su deber, exhortándolos para que estuvieran listos para defender el gobierno del señor Madero.

Al recibir Obregón la orden del general Sanginés para que destacara un oficial con 50 hombres, y cargaran sobre un cañón que estaba atorado en el barranco, y que el enemigo trataba de sacar, contestó al oficial: diga usted al general Sanginés, que me permita personalmente cumplir su orden; en esos momentos el combate se mostraba reñido por el flanco derecho. El teniente coronel Rivero recibió órdenes del general Sanginés para tomar la ofensiva, orden que fue cumplida, y el 40. batallón de Sonora y las demás fracciones, al mando del teniente coronel Rivero, hicieron su avance para obligar al enemigo a retirarse.

Durante el avance, el general Obregón, con 200 dragones, llegó al lugar donde había estado atorado el cañón; pero los orozquistas ya habían conseguido sacarlo y retirarlo por el camino de Janos, junto con dos cañones más, protegiendo la retirada de su artillería con una extensa línea de tiradores.

En aquellas circunstancias, Obregón destacó a uno de sus oficiales para que violentamente fuera a notificar a los demás jefes de caballería la orden de avanzar, a paso veloz, para evitarse la pena de huír.

La situación se había hecho casi insostenible, cuando por el flanco derecho empezaron a aparecer algunos infantes del 47 Y 48 Cuerpos Rurales, los cuales entraron a tomar parte en el desventajoso combate.

En aquellos instantes se incorporó el general Blanco, entrando desde luego en acción, con lo cual el enemigo empezó a replegarse; entonces pudimos observar a simple vista, que la caballería iba de retirada en retirada por el camino que conduce a Casas Grandes.

Después de un combate de poca duración, logróse la retirada de los que pretendían contener el avance.

Encontrándose ya a 15 kilómetros del campamento, el general Sanginés comunicó a Obregón que se reconcentrara a Ojitos, habiéndole contestado con el mismo mayor, que teníamos todas las probabilidades de capturar la artillería enemiga y que, por esa circunstancia, continuaba la persecución, anunciándole que al terminar me incorporaría.

Después de una serie de combates, con 20 bajas entre muertos y heridos, contándose entre ellos el teniente coronel Rivero y el soldado Casimiro Valdés, del 4° batallón de Sonora, se continuó combatiendo y avanzando un kilómetro más.

El general Sanginés no pudo ocultar su satisfacción por aquellos hechos, que daban ya el triunfo inicial de las fuerzas a su mando.

El avance de la División del Norte continuaba por el noreste, y nosotros hacíamos nuestros preparativos para avanzar a Casas Grandes, y de allí a Ciudad Juárez, último reducto del orozquismo.

Después de la derrota de Ojitos, el general Obregón quedó guarneciendo la ciudad de Casas Grandes con 100 hombres, habiendo en dicha ciudad más de 300 orozquistas amnistiados y gran número de rebeldes.

Después de la batalla de Ojitos, en que Obregón había sido uno de los factores para la derrota de los rebeldes, tuvo lugar la batalla de San Joaquín, en la cual obtuvieron un triunfo sonado las fuerzas leales.

Dos días después, Obregón, con sus fuerzas, se reconcentró a Agua Prieta con el botín recogido al enemigo.

Con ese golpe terminó el orozquismo en Sonora. Salazar, que era el jefe de la expedición, resultó herido, habiendo logrado cruzar la línea divisoria para internarse en los Estados Unidos. Campa hizo igual cosa.

La dispersión fue completa, y después de 10 días, tiempo que se tomaron los demás grupos de dispersos para salir del Estado, Sonora había quedado enteramente libre de reaccionarios.

El día 23, ya en Hermosillo, acampado durante algún tiempo y considerando que el orozquismo se había extinguido, Obregón, ya con el grado de teniente coronel, pidió permiso para retirarse a atender sus pequeñas propiedades en el río Mayo, el cual desde luego le fue concedido.

Al estallar el movimiento de la Ciudadela, Obregón vuelve al servicio militar, para lo cual se presentó al Gobernador de Sonora, en cuyo Estado ya se habían levantado el coronel Benjamín G. Hill, Salvador Alvarado, Plutarco Elías Calles, Armilfo R. Gómez, Juan G. Cabral y otros.

Es en esta campaña cuando Obregón inicia su verdadera vida de gran estratego.

La toma de Nogales, de Cananea y de Naco, lo acreditan ya como un técnico militar.

Obregón no fue, como se dice, un hombre de buena estrella exclusivamente, sino de una intuición, capacidad y estudio excepcionales, tal como lo asienta en sus primeras partes el general Sanginés, a cuyas órdenes había militado en la primera etapa de su vida.

Había avanzado Obregón hacia Guaymas con objeto de atacar el puerto, estando en Empalme tuvo conocimiento de que llegaron los cañoneros Guerrero, Morelos y Tampico, y dos barcos mercantes.

La guarnición de Guaymas, mandada por los generales Miguel Lucio, Luis Medina Barrón y Francisco A. Salido, con artillería de grueso calibre, se preparaba para avanzar sobre Hermosillo.

Como la situación era comprometida y considerando Obregón que hubiera sido una torpeza librar un combate en Guaymas, dada, además, la superioridad del enemigo, consideró la necesidad de replegarse al norte, haciéndose la reflexión de que al salir los federales de Guaymas, la columna defensora del puerto se iría debilitando, como en efecto sucedió.

Ya en Empalme, la columna revolucionaria acampó en Batamotal, pero como la columna enemiga se movilizó en Empalme, Obregón continuó retirándose hacia la estación de Maytorena.

El objeto de Obregón era que los federales siguieran avanzando para que se debilitaran, ya que en Guaymas no era posible hacer el ataque.

Reunidos todos los contingentes, y previo consejo que hubo de tener con los generales a su mando, se acordó el ataque a Santa Rosa, cuyo resultado fue la derrota completa de la columna federal, en que los federales perdieron 6 ametralladoras, 2,500 cartuchos, 91 cargadores, 26 granadas de cañón, 200 máussers, 30,000 cartuchos, 230 monturas, 40 caballos, 25 acémilas y otros elementos.

En el parte que rinde Obregón, expresa que el número de muertos fue de 464, de los cuales couespondían 2 a las fuerzas a sus órdenes.

Después viene la batalla de Santa María, en que las fuerzas federales estaban mandadas por Ojeda, uno de los generales de más capacidad en el huertismo.

La batalla de Santa María fue otro triunfo sonado del ejército constitucionalista al mando de Obregón.

El avance de Obregón siguió ininterrumpido, habiendo tomado Culiacán y otras poblaciones de Sinaloa.

En ese avance desempeñaron papel muy importante, el general Diéguez, los coroneles Gaxiola y Mestas, así como los tenientes coroneles Manzo, Antúnez, Muñoz y el mayor De la Rocha.

Ya estando en Culiacán, el general Carrasco, los coroneles Flores y algunos otros asediaban al puerto de Mazatlán. Entre tanto el coronel Buelna iniciaba la revolución en Tepic.

Como el ataque sobre el puerto de Mazatlán se hacía muy peligroso, Obregón deja sitiado el puerto por tropas al mando de los generales Iturbe, Carrasco, Macario Gaxiola, coroneles Angel Flores, Mestas, Isaac Espinoza y Fructuoso Méndez, avanzando al sur rumbo al Estado de Jalisco.

Después se libran las reñidas batallas de Orendáin y Castillo, con lo que se facilitó la entrada a Guadalajara, que habían evacuado las fuerzas al mando del general José María Mier, quien antes de salir impuso un préstamo forzoso de medio millón de pesos a las instituciones bancarias de aquella capital.

En las batallas de Orendáin y Castillo, se hicieron al enemigo más de 2,000 muertos, entre éstos 170 jefes y oficiales y más de 5,000 prisioneros.

La columna, que había marchado de triunfo en triunfo, avanza sobre eI Estado de Colima, habiendo decidido atacar Manzanillo para seguir al sur de la República.

Después cayeron en poder de las fuerzas de Obregón, al mando del general Miguel Acosta, La Piedad y otras poblaciones del Estado de Michoacán.

En Guadalajara, recibió un recado del jefe de la oficina de telégrafos indicándole que el licenciado Carbajal, que substituyó a Huerta por la renuncia que aquél había presentado, le manifestaba que estaba dispuesto a entregar el poder, para lo cual deseaba entenderse con los jefes revolucionarios, habiéndole contestado el general Obregón, que sólo el primer Jefe del Ejército Constitucionalista y de la Revolución, era el único capacitado para tratar aquel asunto, y que él, entre tanto, no suspendería las operaciones; sino que por el contrario, en dos días más emprendería la marcha sobre la ciudad de México, a donde esperaba llegar a mediados del siguiente mes, advirtiéndole que a él, como substituto de Huerta, lo haría responsable personalmente, si los federales en su huída, seguían destruyendo las vías del ferrocarril y el telégrafo.

Carbajal contestó lamentando el sesgo que iba tomando la conferencia, y declarando que él nunca esperaba que el general Obregón le hablara en tales términos.

De Querétaro Obregón avanza hacia San Juan del Río, Cazadero y Tula, habiendo llegado a Teoloyucan el día 9 de agosto, y sabiendo que el general González, jefe de la División del Noreste, se le incorporaría, se dirigió al presidente Carbajal, manifestándole que deseaba que supiera, que sus fuerzas avanzarían sobre la capital, y pidiéndole que declarara de una manera concreta la actitud que asumiría como jefe de las fuerzas huertistas que guarnecían la ciudad, y si estaba dispuesto á rendir la plaza o a defenderla.

Para entonces, había sido nombrado representante del Gobierno Revolucionario en la ciudad de México, el ingeniero Alfredo Robles Domínguez, quien informó a Obregón que los jefes federales de la guarnición de México, estaban dispuestos a entregar la plaza. y anunciándole, además, que pasaría don Eduardo lturbide, gobernador del Distrito Federal, a conferenciar sobre este asunto.

Robles Domínguez, agregaba, que algunos diplomáticos extranjeros deseaban acompañarlo para estar presentes en ese lugar.

El general Obregón contestó, manifestándole a Robles Domínguez, que podían pasar al campamento donde él se encontraba, y que los diplomáticos que lo acompañaran y el señor Iturbide, serían objeto de toda clase de atenciones, para lo cual ordenó que algunos oficiales de los puestos avanzados pasaran a recibirlos y conducirlos hasta el cuartel general.

Esto sucedía el 10 de agosto de 1914.

El día 11 del mismo mes se presentaron en el campamento, el ingeniero Robles Domínguez y Eduardo Iturbide, acompañados de algunos miembros del Cuerpo Diplomático.

En la noche se incorporó a Teoloyucan el primer Jefe del Ejército Constitucionalista con su Estado Mayor, quien el mismo 12 autorizó verbalmente al general Obregón, para que tratara, en definitiva, la rendición federal y ocupación de la plaza de México por el Cuerpo de Ejército del Noroeste, habiéndose firmado con el señor Eduardo lturbide, gobernador del Distrito Federal y los señores general Gustavo A. Salas, y el vicealmirante Othón P. Blanco, representantes del ejército y de las armas federales, los Tratados de Teoloyucan.

Al mismo tiempo se firmó un acta por el general Gustavo A. Salas, el vicealmirante Othón P. Blanco y el general Obregón, como representante del Ejército Constitucionalista, en el cual se hizo constar la evacuación de la plaza de México por el ejército federal y la disolución y desarme del mismo.

A la vez, el general Obregón comisionó a los capitanes primeros Jesús M. Garza y Aarón Sáenz y teniente Adolfo Cienfuegos y Cámus, de su Estado Mayor, con los capitanes de artillería Jesús M. Aguirre y Domingo López, para que se trasladaran a la ciudad de México a recoger la artillería, municiones y demás pertrechos que debería dejar el ejército federal, de conformidad con los Tratados de Teoloyucan.

También se pactó la forma en que las tropas de la ciudad de México deberían abandonar la ciudad, reconcentrándose rumbo a Puebla, y se dictaron disposiciones para otras guarniciones federales.

El día 15 de agosto de 1914, el Cuerpo del Ejército del Noroeste hacía su entrada triunfal a la ciudad de México, quedando consumada la disolución del ejército federal y la victoria de las armas constitucionalistas.

Más de tres horas tardó aquella columna en desfilar desde el monumento a la Independencia hasta el Palacio Nacional, frente a la Plaza de la Constitución, que es una distancia de tres kilómetros, debido a la aglomeración de la gente que entorpecía completamente la marcha.

La guarnición federal se componía de 30,000 hombres de las tres armas, y los cuerpos de policía tenían un contingente de 3,000.

Ya en la ciudad de México, el general Obregón mandó distribuir hojas sueltas por toda la ciudad, que contenían las siguientes declaraciones:

Habiendo sido designado por el ciudadano primer Jefe del Ejército Constitucionalista para ocupar con la División de mi mando esta ciudad, en donde, como en todas partes, se dará toda clase de garantías, hago un llamamiento al público para que colabore con nosotros, observando la correcta actitud que le corresponde, a fin de que el orden no sea alterado.

Tengo plena confianza en la cultura de este pueblo, para garantizar que no se registrará desorden alguno, ya que por parte de las fuerzas de mi mando esas garantías están aseguradas por sus antecedentes de organización y disciplina.

Cuartel General del Ejército Constitucionalista, agosto 15 de 1914.
El general en jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste. Alvaro Obregón.

Asimismo, dictó disposiciones enérgicas para castigar con la pena de muerte a los trastornadores del orden público, y dio instrucciones a las autoridades para que dieran toda clase de seguridades y garantías, prohibiendo también la venta de bebidas alcohólicas por el tiempo que lo considerara necesario el cuartel general, debiendo permanecer cerrados hasta nueva orden, los expendios de bebidas.

El 18 el general Obregón se trasladó a TIalnepantIa, con objeto de conferenciar con el primer Jefe.

En la plática, le suplicó al señor Carranza le permitiera salir a Chihuahua, después de que él hiciera su entrada a la capital, para conferenciar personalmente con el general Villa, quien había estado guardando una actitud sospechosa y marcadamente hostil a la primera Jefatura.

Después de algunas objeciones que le puso el señor Carranza, accedió a su petición, habiendo dirigido un mensaje al general Villa, en el que le anunciaba su próximo viaje, y a la vez lo comisionaba para que, en su compañía, pasara a Sonora al arreglo de las dificultades surgidas en aquel Estado.

El 20 de agosto el primer Jefe entró a la Capital de la República, en medio de las aclamaciones de la ciudad.

El día 24 de agosto llegó el general Obregón, sin contratiempo, a la ciudad de Chihuahua.

En el interesante libro 8,000 kilómetros en campaña, relata el general Obregón la conversación que tuvo con el general Villa. Dice así:

Cuando Villa y yo hubimos entrado en conversación, no tardé en descubrir su esfuerzo por conocer la impresión que yo tuviera, con respecto a la personalidad del primer Jefe del Ejército Constitucionalista, y el marcado deseo de halagar mi vanidad, con atenciones que él, seguramente, estaba poco acostumbrado a guardar.

Por la tarde, cuando hubimos quedado solos, empezó a hacerme preguntas sobre la situación en la capital; de la impresión que había causado en México la entrada del señor Carranza; de la cantidad de pertrechos recogidos a los federales; de las bases en que se había llevado a cabo la rendición de México, etc., sin poder ocultar la desagradable impresión que le causaban mis informes.

Después de conversar algún rato, me dijo:

- Mira, compañerito; si hubieras venido con tropa, nos hubiéramos dado muchos balazos; pero como vienes solo, no tienes por qué desconfiar; Francisco Villa no será un traidor. Los destinos de la Patria están en tus manos y las mías; unidos los dos, en menos que la minuta dominaremos al país, y como yo soy un hombre oscuro, tú serás el Presidente.

Mi situación se había hecho difícil, y me concretaba 'a decirle:

- La lucha ha terminado ya; no debemos pensar más en guerras. En las próximas elecciones triunfará el hombre que cuente con mayores simpatías.

Yo procuraba hablar lo menos posible y escuchar a Villa, porque comprendí que aquello era lo conveniente, en vista de que Villa es un hombre que controla muy poco sus nervios, y así fue que, sin esfuerzo, pude descubrir que si yo llegaba a despertar en él alguna sospecha, mi comisión rodaría por tierra, juntamente con mi cabeza ...

Habiendo convenido Villa en aceptar la comisión de la primera Jefatura, nos trasladamos a Sonora, saliendo por Ciudad Juárez, y llegando a Nogales, Ariz., a las once de la noche del día 28.

Fungía como secretario particular de Villa el señor Luis Aguirre Benavides, cuya honorabilidad no tardé en notar durante mi estancia en Chihuahua, pues se me hizo notoria la constante labor que hacía en el ánimo de Villa para evitar la ruptura de aquél con la primera Jefatura, y su continuado esfuerzo por alejar de Villa las influencias de Angeles, Díaz Lombardo y Urbina.

A las dos de la tarde, acompañado de Villa y de su secretario particular, señor Luis Aguirre Benavides, pasé la línea internacional y me dirigí a la casa del gobernador Maytorena.

Después de larga conversación con el gobernador Maytorena, en que éste procuraba evadir las proposiciones que le hacían los generales Villa y Obregón, se llegó a un acuerdo, habiéndose firmado una carta en la cual se incluía que las fuerzas que se encontraban a las órdenes de los coroneles Urbalejo y Acosta, seguirían reconociendo como Jefe del Cuerpo del Ejército del Noroeste al general Obregón. Que éste, comisionado por el primer Jefe, nombraría jefe Occidental de las fuerzas de Sonora al gobernador Maytorena. Que las fuerzas que se encuentran en Cananea, Naco, Agua Prieta y otros puntos del Estado al mando del coronel Plutarco Elías Calles, se incorporarían a las fuerzas al mando de Maytorena, y que los empleados del timbre, correos, de aduana, de telégrafos y demás oficinas federales, serían nombrados por Maytorena y el general Obregón.

Esta acta la firmaron Maytorena, los generales Villa, Obregón, Aguirre Benavides y los coroneles Urbalejo y Acosta.

Pero no obstante los esfuerzos del general Obregón para solucionar aquella situación tan difícil, venía notando que Maytorena seguía hostilizándolo, y como se lanzara en esos días una hoja anónima en que se le atacaba rudamente, acusándolo de invadir el Estado y de cometer crímenes de orden penal, que deben castigarse, pues la ley ha de ser efectiva para los malvados y los bandidos porque así lo pide el pueblo y así lo pide el ejército; convencido el general Obregón de que aquellos ataques habían sido autorizados por Maytorena, procedió a destituirlo de la Comandancia Militar, comunicándoselo oficialmente y también al general Villa, quien se mostró muy indignado al conocer el texto de la hoja.

Sin embargo, para seguir consecuentando con Maytorena, Villa y Obregón llegaron a un nuevo acuerdo en virtud del cual seguiría reconociéndose a Maytorena el mando de las fuerzas y su situación de Gobernador del Estado, pasando las fuerzas de Calles y de Hill a depender de él, en la inteligencia de que si cualquiera de los jefes militares violara las expresadas cláusulas, serían simultáneamente atacados por las fuerzas del Cuerpo de Ejército del Noroeste y del Norte, hasta someterlos al orden.

En nuevas pláticas que tuvieron los generales Obregón y Villa y con el objeto de zanjar definitivamente aquella situación tan incpnveniente, provocada por Maytorena, llegaron al acuerdo de que Maytorena dejaría el gobierno del Estado, substituyéndolo el general Cabral, quien se haría cargo de él y de la Comandancia Militar.

Que las fuerzas al mando del general Plutarco Elías Calles se movilizarían al Estado de Chihuahua, acampándose en un lugar que se estime más conveniente, hasta que la Comandancia Militar de Sonora juzgue oportuna su reincorporación al Estado.

El general Cabral daría toda clase de garantías tanto en su persona como en sus intereses al señor Maytorena.

El acuerdo mencionado demostraba a las claras que el general Villa, entraba por la senda de la conciliación y daba, con esto, esperanzas de tener un cambio de actitud, favorable para los genuinos intereses de la Revolución Constitucionalista, desvaneciéndose por completo los temores de una probable ruptura entre la División del Norte y la primera Jefatura del Ejército, que diera origen a una lucha entre los mismos elementos de la Revolución.

Como la actitud de Villa seguía firme e irrespetuosa para la primera Jefatura, Obregón le propuso firmar un documento que se mandaría al Primer Jefe, a fin de que quedaran allanadas definitivamente las dificultades.

Este documento expresa lo siguiente:

Primera. El primer Jefe del Ejército Constitucionalista tomará, desde luego, el título de presidente Interino de la República, e integrará su Gabinete con Secretarios de Estado.

Segunda. Tan pronto como esté integrado el Gabinete del presidente Interino, con acuerdo del Consejo de Ministros, procederá a nombrar, con carácter de provisionales, a las personas que deban desempeñar los cargos de magistrados a la Corte Suprema de Justicia. Nombrará, también, a las autoridades judiciales de la Federación, correspondientes a los Territorios y al Distrito.

Tercera. Los gobernadores Constitucionales o militares de los Estados, de acuerdo con los ayuntamientos que estén funcionando en las respectivas capitales, designará a las personas que deban integrar los Tribunales Superiores, con el carácter de interinos, y los jueces de Primera Instancia e inferiores.

Cuarta. Los gobernadores de los Estados, el gobernador del Distrito y los jefes políticos de los territorios, convocarán a elecciones de Ayuntamientos, tan pronto como hayan sido nombradas las autoridades judiciales. Las elecciones se verificarán al mes de la convocatoria y dentro de ocho días del en que se haya celebrado la elección; los ciudadanos designados se reunirán para erigirse en Colegio Electoral, para calificar las elecciones y al día siguiente, instalarán el Ayuntamiento respectivo.

Quinta. Luego que hayan quedado instalados los Ayuntamientos, el presidente Interino de la República y los Gobernadores Constitucionales o militares de los Estados convocarán a elecciones; los primeros, para representantes al Congreso de la Unión, y los segundos, para gobernador Constitucional, diputados a la Legislatura Local y magistrados a los Tribunales Superiores, en los casos en que la Constitución del Estado prevenga que en esta forma se elijan estos últimos. Estas elecciones se verificarán, precisamente, un mes después de expedida la convocatoria y servirá de base para la división electoral, la de la última elección que haya tenido lugar antes del 18 de febrero de 1913.

Sexta. Instaladas las Cámaras Federales y las Legislaturas de los Estados, las primeras, en sesiones extraordinarias, se ocuparán preferentemente en el estudio de las reformas constitucionales siguientes, que propondrá el presidente Interino:

A. Supresión de la Vicepresidencia de la República, y manera de suplir las faltas absolutas o temporales del Presidente;

B. Modificar la computación del período durante el cual deba desempeñar sus funciones el presidente de la República:

C. La organización de la Suprema Corte de Justicia y la manera de proceder a la designación de sus Ministros;

D. La declaración de inhabilidad de todos los jefes que formen parte del nuevo Ejército Nacional, para desempeñar los cargos de presidente de la República, gobernadores de los Estados y demás de elección popular, a menos que se hayan retirado seis meses antes de lanzar su candidatura.

Aprobadas las reformas constitucionales por las Cámaras Federales, las legislaturas de los Estados, también de preferencia y en sesiones extraordinarias, si hubiere lugar, discutirán las expresadas reformas.

Séptima. Inmediatamente que se conozca el resultado de la discusión relativa a las reformas constitucionales, el presidente Interino expedirá las convocatorias para las elecciones del presidente Constitucional y para la designación de los magistrados de la Corte, en los términos que establezca la Constitución Politica de la República.

Octava. No podrán ser electos para presidente de la República, ni para gobernadores de los Estados, los ciudadanos que hayan desempeñado estos cargos con carácter de provisionales, al triunfo de la revolución, ni los que los desempeñen desde la fecha de la convocatoria hasta el momento de la elección.

Novena. Los gobernadores interinos de los Estados, inmediatamente que entren a desempeñar sus funciones, nombrarán una junta, que tendrá su residencia en la capital del Estado y será compuesta de un representante por cada Distrito, a fin de que estudie el problema agrario y forme un proyecto que se remitirá al Congreso del Estado, para su acción legal.

Chihuahua, septiembre 3 de 1914.
Firmado. General Francisco Villa.
General Alvaro Obregón.

De Chihuahua el general Obregón emprendió el regreso a México.

La víspera, hablando con el secretario de Villa, Luis Aguirre Benavides, le dijo éste:

¿Ya ve usted a Villa tan mansito? .. pues en dos horas lo van a cambiar por completo sus consejeros.

La llegada a México fue el día 6, habiéndose trasladado desde luego a dar cuenta al señor Carranza de las gestiones emprendidas.

El día 7 se presentaron en la casa donde se hospedaba el general Obregón en la ciudad de México, los señores licenciados don Miguel Díaz Lombardo, el doctor Silva y don Angel Caso, diciéndole:

- Mr. Fuller, agente confidencial de los Estados Unidos, nos ha manifestado el deseo de tener una entrevista con usted; y consideramos que a usted le ha de parecer feo ir a la Legación norteamericana, y a él no le gustaría que lo vieran venir a su oficina, creemos conveniente que la entrevista se verifique en terreno neutral, pudiendo ser en la casa del señor don Angel Caso.

Obregón contestó a dichos señores:

- Yo no tengo ningunos asuntos que tratar con Mr. Fuller, y si los tuviera, no encontraría ningún inconveniente en ir a buscarlo a su oficina, como no encuentro el que él pueda tener para venir a la mía, siendo que, como ustedes dicen, tiene interés por entrevistarme.

Esa contestación de Obregón contrarió a sus visitantes, y para terminar les declaró categóricamente que no asistiría a conferenciar con Mr. Fuller a ninguna parte.

Díaz Lombardo, Silva y de Caso se retiraron; pero una hora después regresaron a notificar a Obregón que Mr. Fuller pasaría a verlo por la tarde.

Obregón manifestó que sería bien recibido Mr. Fuller.

En la conferencia con Fuller preguntó a Obregón por que no tenía representante en Washington, dada la personalidad que había adquirido en la Revolución, a lo cual el general Obregón le contestó:

Que el gobierno Constitucionalista tenía su representante en los Estados Unidos, y que el representante del Ejército Constitucionalista lo era el señor Carranza como jefe de la Revolución, siendo él, con tal carácter, el único capacitado para tratar asuntos con el exterior y nombrar sus representantes cerca de sus gobiernos.

Fuller citó como ejemplo a Villa, que se hacía representar en el extranjero, y parecía tener la idea de extenderse sobre aquel tema; pero como las respuestas de Obregón empezaban a ser lacónicas, se dio por terminada la entrevista y el señor Fuller y sus acompañantes se despidieron.

Después de la entrevista con Fuller el general Obregón se dirigió al general Villa, participándole su llegada a México y manifestándole que el primer Jefe, después de darle cuenta de su comisión, se hallaba en la mejor disposición para la mejor solución de los asuntos generales de la República.

Como Villa había pedido al general Obregón, en la plática que habían tenido en Chihuahua, que gestionara con el primer Jefe la aprehensión del general Rábago y su remisión a Chihuahua, a disposición de Villa que tenía preparado un proceso por el asesinato del gobernador don Abraham González, cometido a raíz de la traición de Huerta, el general Obregón manifestó a Villa que el general Rábago sería conducido a Chihuahua.

También Villa pedía a Obregón que mandara al general Cabral.

El general Villa seguía poniendo dificultades a los arreglos que había tenido con Obregón.

Después de negarse a cumplir el compromiso que había adquirido para pedirle al primer Jefe, que se dirigieran al gobierno norteamericano a fin de que se gestionara la salida de las fuerzas invasoras, exigía del general Obregón la salida inmediata de las fuerzas del general Hill a Casas Grandes, o cualquier otro punto de Chihuahua, considerando que su permanencia en Sonora estaba originando las dificultades.

También exigía del general Obregón la salida de Cabral del mismo Estado de Sonora.

Al memorándum presentado por los generales Villa y Obregón, el primer Jefe contestó que creía conveniente se convocara a los jefes militares a una asamblea en la que se discutiría y aprobaría, no solamente las proposiciones de ellos, sino todas aquellas de trascendencia, y de interés general.

Tal junta deberá celebrarse en la ciudad de México, el día 1° del próximo octubre, y es seguro, decía Carranza, que de ella surgirá la cimentación definida de la futura marcha política y económica de la Nación, ya que tendrá que ser ilustrada con los más firmes criterios y los más enérgicos espíritus que han sabido sostener los ideales revolucionarios.

Como las dificultades entre la primera Jefatura y el Jefe de la poderosa División del Norte continuaban, el general Obregón, previa autorización del señor Carranza, emprendió nuevamente viaje a Sonora.

En el camino recibió un telegrama de Roberto V. Pesqueira, en el que le manifestó que si volvía a Chihuahua, sería asesinado por Villa.

El general Obregón llegó a Chihuahua el día 10 de septiembre de 1914 en la madrugada.

Al entrevistarse con Villa, notó el cambio tan completo que sus consejeros habían logrado en su ánimo.

Villa no trataba de ocultar sus preparativos bélicos, y siempre que se refería al primer Jefe, usaba calificativos poco respetuosos para éste, inspirado en un odio mayor aún que su ignorancia.

Obregón dice a este respecto, yo tuve, desde luego, la seguridad de que la guerra sería inevitable, y no me quedaba otro recurso que tratar de restar a Villa algunos de los buenos elementos que, incorporados a él por circunstancias de la lucha contra la usurpación, sentían natural repugnancia hacia muchos de los actos de su jefe.

El 16 del mismo mes, con motivo de la llegada del general Obregón, Villa ordenó que se organizara un desfile con todas las fuerzas de su División que estaban en Chihuahua, y habiendo sido invitado el general Obregón para acompañar a Villa y presidir el desfile, desde luego aceptó, considerando que se trataba de impresionarlo con aquella manifestación de fuerza.

El primer Jefe, había hecho ya la convocatoria para la convención de generales y gobernadores constitucionalistas, que habría de verificarse en la ciudad de México.

Refiere el general Obregón, que como había sido objeto de muchas atenciones y agasajos desde su llegada, deseando él corresponder aquellas atenciones, comisionó a algunos oficiales de su Estado Mayor, para organizar un baile que debía celebrarse esa noche en el teatro de los Héroes.

En la tarde de ese día, el general Raúl Madero, invitó al general Obregón a comer en su casa.

Algunas horas después, a las cuatro de la tarde, llegó el chofer del general Villa a llamarlo en nombre de éste. Inmediatamente se despidió del general Madero y se dirigió en automóvil al domicilio del jefe de la División del Norte.

El general Obregón refiere la entrevista con Villa de la siguiente manera:

Al entrar en la habitación en que Villa se encontraba, éste se levantó de su asiento, sin ocultar su indignación, y desde luego me dijo:

- El general Hill está creyendo que conmigo va a jugar ... ¡es usted un traidor, a quien voy a mandar a pasar por las 'armas en este momento!

Y dirigiéndose entonces a su secretario, señor Aguirre Benavides, que estaba en la pieza contigua presenciando estos hechos, le dijo:

- Telegrafíe usted al general Hill, en nombre de Obregón, que salga inmediatamente para Casas Grandes.

Luego se dirigió nuevamente a mí, y me preguntó:

¿Pasamos este telegrama?

A lo que contesté:

- Pueden pasarlo.

En seguida de obtener mi respuesta, Villa se dirigió a uno de sus escribientes ordenándole:

- Pida por teléfono veinte hombres de la escolta de Dorados, al mando del mayor Cañedo, para fusilar a este traidor.

Entonces me dirigí a Villa diciéndole:

- Desde que puse mi vida al servicio de la Revolución, he considerado que será una fortuna para mí perderla.

Aguirre Benavides, que había previsto los acontecimientos, había llamado violentamente al general Madero, y éste se encontraba ya también en la pieza contigua, dándose cuenta de los hechos relatados.

A propósito del mayor Cañedo, que debería mandar la escolta para mi ejecución, debo consignar que, anteriormente, había pertenecido al Cuerpo de Ejército de mi mando, del que, por disposición mía, fue dado de baja, expulsándolo de Sonora, por indigno de pertenecer a nuestro ejército.

En los momentos en que yo replicaba al amago de Villa, y cuando quizás estuve en peligro de ser asesinado por él mismo, como en muchos casos llegó a hacerlo con otros, se introdujo en la pieza contigua el llamado general y doctor Felipe Dussart, individuo a quien yo en Sonora había destituido de nuestras filas, por indigno de pertenecer al Ejército Constitucionalista, quien haciendo a Villa una señal, empezó a aplaudirlo, dando algunos saltos, para demostrar su regocijo por mi próxima ejecución, y exclamando:

- ¡Bravo, bravo, mi general ...!

Así se necesita que obre usted.

Fue tal la indignación que Villa experimentó contra aquel ser despreciable que iba a festejarse con mi ejecución, que llevó sobre él su furia diciéndole:

- ¡Largo de aquí, bribón, fantoche, porque lo corro a patadas!

Mientras se registraba aquel sainete entre Villa y Dussart, yo continuaba paseando a lo largo del cuarto.

Cuando Villa hubo lanzado fuera a Dussart, volvió a mi compañía, y los dos seguimos dando vueltas por la pieza.

La furia de aquel hombre lo estaba haciendo perder el control de sus nervios, y a cada momento hacía movimientos que denunciaban su excitación.

A mí no me quedaba más recurso que llevar al ánimo de Villa la idea de que me causaría un bien con asesinarme, y con este propósito, cada vez que él me decía:

Ahorita lo voy a fusilan, yo le contestaba:

- A mí, personalmente, me hace un bien, porque con esa muerte me van a dar una personalidad que no tengo, y el único perjudicado en este caso será usted.

La escolta había llegado ya.

A mis oficiales los tenían detenidos en la pieza que se me había preparado como recámara, y sólo faltaba la última palabra de Villa.

Este continuaba a mi lado, paseándose por la pieza, cuando repentinamente se separó, dirigiéndose hacia el interior de la casa.

Al cuarto contiguo, donde se encontraba al principio Aguirre Benavides y el general Madero, habían llegado Fierro y algunos otros satélites de Villa, de los que -como Fierro--- se distinguieron siempre por su afición al crimen.

El tiempo transcurría, y nuestra situación no variaba en nada.

Cuando todo estaba listo para nuestra ejecución, llegó el agente especial del gobierno de los Estados Unidos, Mr. Canova, seguramente con intención de entrevistar a Villa; pero tuvo que regresarse sin hacerlo, porque no le permitieron franquear la puerta de la casa.

La noticia de la orden para nuestro fusilamiento había cundido ya por toda la ciudad, y grupos de curiosos se reunían en los contornos de la casa de Villa para presenciar las ejecuciones.

Había transcurrido una hora, cuando Villa hizo retirar la escolta y levantar la guardia que teníamos a la puerta.

Como a las 6.30 p.m., entró en la pieza, y tomando asiento, me invitó a que me sentara a su lado.

Nunca había estado yo más consecuente en atender una invitación. En seguida tomé asiento en el sofá que Villa me señaló al invitarme.

Villa, con una emoción que cualquiera nubiera creído real, en tono compungido, me dijo:

- Francisco Villa no es un traidor; Francisco Villa no mata a hombres indefensos, y menos a ti, compañerito, que eres huésped mío. Yo te voy a probar que Pancho Villa es hombre, y si Carranza no lo respeta, sabrá cumplir con los deberes de la Patria.

Aquella emoción tan bien fingida continuó en creciente, hasta que el llanto apagó su voz por completo, siguiéndose a esto un silencio prolongado, el que vino a turbar un mozo, que de improviso entró en la habitación y dijo:

- Ya está la cena.

Villa se levantó y, enjugando su llanto, me dijo:

Vente a cenar, compañerito, que ya todo pasó.

Confieso que yo no participaba de la opinión de Villa de que toda había pasado, pues en mi no sucedía lo mismo, porque el miedo ni siquiera empezaba a declinar.

Inmediatamente después de la cena, los oficiales comisionados por la mañana de ese día para preparar el baile, y que habían sido ya puestos en libertad, así como los que formaban la comisión de recepción, se trasladaron al salón del Teatro de los Héroes, para que principiara la fiesta.

Villa se excusó de asistir al baile, diciendo estar indispuesto, y yo me presenté en el teatro a las nueve de la noche.

La fiesta estuvo muy animada, y bailamos hasta las primeras horas de la mañana del día siguiente:

La mayor parte de los concurrentes estaba al tanto de los acontecimientos que habían tenido lugar durante la tarde, y se formaban mil conjeturas al vernos entregados al baile sin hacer ningunos comentarios.

Como Villa se había dirigido al general Hill, ordenándole que saliera de Sonora rumbo a Chihuahua, y éste le había contestado en el sentido de que no atendería ninguna orden que fuera firmada por el general Obregón, mientras permaneciera en Chihuahua, y como la exigencia de Villa para que saliera de Chihuahua el general Hill había llegado ya a un grado molesto, el general Obregón, comisionó a don Julio Madero, de su Estado Mayor, para dirigirse a Douglas a fin de entrevistar a don Francisco S. Ellas, agente confidencial constitucionalista y al general Benjamín Hill, a fin de informarles sobre la situación en que estaba en Chihuahua y hacer a éste la advertencia de que no debería atender las órdenes transmitidas en mi nombre por la oficina de Villa.

Al mismo tiempo, entregó a Julio Madero la cantidad de $20,000.00 en billetes de banco, con la súplica de depositarlos en la casa del señor Elías, e instruir a éste en su nombre para que hiciera de ellos una equitativa distribución entre las familias de los miembros de su Estado Mayor, si éstos eran asesinados, junto con el jefe de Cuerpo del Ejército del Noroeste.

Inmediatamente el general Hill contestó el mensaje de Villa en que le ordenaba salir de Sonora, en el sentido de que no atendería ninguna orden que fuera firmada por Obregón mientras éste estuviera en Chihuahua.

Villa, en el colmo de la indignación por la contestación de Hill, ordenó inmediatamente la salida de dos mil hombres, al mando del general José Rodríguez, por vía Ciudad Juárez y Casas Grandes, dizque para someter a Hill.

El día 15, ya muy tarde, se presentó en la casa en que se hospedaba el general Obregón el Agente consular de Estados Unidos, Mr. Canova, a decirle que él y otras personas habían conseguido de Villa que se le pusiera en libertad, se le mandara a Chihuahua, hasta dejarlo en territorio norteamericano, ofreciéndole Canova bondadosamente a acompañarlo. A tal oferta, repuso el general Obregón:

- Agradezco sinceramente sus gestiones, y puede usted también expresar mi agradecimiento a Villa y a las personas que acompañaron a usted ante él, para influir en su ánimd y a tomar tal resolución; pero no puedo permitir que se me arroje del país a buscar seguridades para mi vida en territorio extranjero. Si soy un bandolero o un traidor, debo ser ejecutado aquí mismo, en Chihuahua; pero si no lo soy, debo ser puesto en libertad, y regresar a México, a dar cuenta de la comisión que me confirió el primer Jefe.

Sigue diciendo Obregón en su libro:

El día 21, después de una serie de juntas y discusiones, Villa y sus generales llegaron a la siguiente conclusión: Villa permanecería en Chihuahua, mientras que todos sus generales concurrirían a la Convención, en la capital de la República, y que, a fin de no perder tiempo, saldrían desde luego, en mi compañía, los generales Eugenio Aguirre Benavides y José Isabel Robles, en tanto que se reunieran en Chihuahua los demás jefes de la División del Norte para marchar a México.

Salida de Chihuahua y regreso a México.

En la tarde de ese mismo día, salí de Chihuahua, acompañado de los generales Aguirre Benavides y Robles.

Durante el camino, los generales que me acompañaban y yo hablamos ya con entera libertad; y entonces, con verdadera satisfacción, conocí las protestas de éstos contra las tendencias de Villa y sus consejeros, de envolver al país en una nueva lucha.

Llegamos a estación Ceballos, y nuestro tren hizo alto.

Momentos después, entraban en mi gabinete los generales Aguirre Benavides y Robles, trayendo el segundo un telegrama, que le acababan de entregar en la estación. Robles, moviendo la cabeza en señal de disgusto y dirigiéndose a mí, dijo:

- Mire usted el telegrama que acaba de dirigir el general Villa.

El telegrama había sido depositado en Chihuahua, firmado por Villa y dirigido a los generales mencionados, diciendo su texto:

Sírvanse ustedes regresarse inmediatamente, trayendo consigo al general Obregón.

No se necesitan facultades de profeta, para anunciar lo que seguiría a mi regreso a Chihuahua.

Robles y Aguirre Benavides habían tomado asiento, y los tres permanecíamos callados.

Al fin Robles rompió el silencio, y, poniéndose en pie, me dijo:

- Díganos usted en qué forma podemos servirlo, y estaremos enteramente a sus órdenes. Cuente usted con nosotros.

Yo comprendí que la situación de aquellos hombres era muy comprometida, dadas las confidencias que mutuamente nos habíamos hecho y las que serían interpretadas por Villa como complicidad conmigo, si llegaba a conocer esas circunstancias, y dada también la indignación que ellos habían manifestado por tan excecrable proceder de Villa. Por lo tanto, no queriendo hacerles más comprometida aquella situación, me limité a decir a Robles:

- Agradezco el ofrecimiento de ustedes¡ y voy a aceptarlo, solamente suplicándoles me ofrezcan, bajo su palabra de honor, que no permitirán que se me insulte, ni que se me ultraje, y que si Villa, como creo, me manda fusilar a mi llegada a Chihuahua, ustedes influirán porque lo haga sin detalles humillantes.

Aquellos hombres, profundamente conmovidos, se pusieron en pie, y, tendiéndome la mano, me juraron no permitir que se cometiera ultraje alguno conmigo en mi ejecución.

El tren se puso en marcha de regreso.

Durante el camino, Robles y Aguirre Benavides no trataban de ocultar su contrariedad, ofreciendo que, si Villa me asesinaba, ellos regresarían inmediatamente a Torreón, en donde estaban las fuerzas de su mando, y serían los primeros en batirlo.

Cuando nos aproximábamos a Chihuahua, llamé a mi gabinete al periodista Mr. Butcher, y, entregándole un veliz, que contenía una cantidad de dinero en billetes de Banco, le dije:

- Ya vamos a llegar a Chihuahua, y es probable que después de nuestro arribo a la estación, no nos volvamos a ver. Quiero entregar a usted este dinero, que no me pertenece, y que es de la Nación, para que haga usted entrega de él al señor Francisco S. Elías, agente comercial de mi Gobierno, para que él dé cuenta de este entero. (La cantidad entregada al señor Butcher ascendía a treinta mil pesos).

Butcher, sin ocultar su emoción, recogió el veliz con los fondos, pronunciando algunas palabras con que trató de desvanecer mi pesimismo, y se retiró a su departamento.

Nuestro tren llegaba a la estación de Chihuahua a la madrugada del día 23.

La estación estaba desierta, y nosotros permanecimos en nuestro carro.

A las siete de la mañana, llegó a nuestro carro un oficial de Villa, con el automóvil particular de éste, para conducirnos a su casa.

Cuando llegué a la casa de Villa, éste se encontraba enfurecido; pero toda su ira la manifestaba contra el señor Carranza, a quien calificaba duramente.

Me saludó muy nervioso, y luego me mostró el telegrama que el día anterior había dirigido al primer Jefe, desconociéndolo, en nombre de la División del Norte, y rebelándose abiertamente contra su autoridad. A continuación se reproduce el texto de dicho telegrama:

Chihuahua, septiembre 22 de 1914.

Señor Venustiano Carranza, México.

En contestación a su mensaje, le manifiesto qUe el general Obregón y otros generales de esta División salieron anoche para esa capital, con el objeto de tratar importantes asuntos relacionados con la situación general de la República; pero en vista de los procedimientos de usted, que revelan un deseo premeditado de poner obstáculos para el arreglo satisfactorio de todas las dificultades y llegar a la paz que tanto deseamos, he ordenado que suspendan su viaje y se detengan en Torreón. En consecuencia, le participo que esta División no concurrirá a la Convención que ha convocado, y desde luego le manifiesto su desconocimiento como primer Jefe de la República, quedando usted en libertad de proceder como le convenga.

El general en Jefe, Francisco Villa.

Yo leí el telegrama sin hacer ningún comentario.

Todo aquel día estuvieron nuestras vidas poco seguras, porque Villa a cada momento, insistía en la necesidad de fusilarnos, deteniéndose sólo ante la oposición que la mayor parte de sus jefes presentaban a sus ideas en tal sentido.

El general Tomás Urbina, que había sido compañero de Villa desde que se dedicaban a robar y matar en los caminos, ligándoles también el compadrazgo, y que con este motivo tenía grande influencia sobre él, hacía hincapié constantemente en que deberíamos ser pasados por las armas.

Maytorena, por su parte, al saber mi situación, dirigíó un telegrama a Villa diciéndole que por ningún motivo convenía que yo escapara, y anunciaba el envío de documentos muy comprometedores para mí.

Las opiniones de Angeles y Díaz Lombardo, a este respecto, no pude conocerlas; pero no juzgo aventurado creer que apoyaban las de Urbina y de Maytorena, pues no figuraban entre los que se oponían a la ejecución.

Durante todo ese día, Aguirre Benavides y Robles estuvieron insistiendo con Villa en que se me permitiera regresar con ellos; pero Villa se opuso terminantemente a esto.

Por la tarde, Villa ordenó a los citados generales que salieran inmediatamente para Torreón; orden la cual, seguramente, tuvo por objeto alejar la influencia que ellos estaban ejerciendo entre los demás jefes de la División del Norte, para evitar el atentado.

Aguirre Benavides y Robles, al recibir la orden para su marcha, pasaron a hablar con Villa y le manifestaron que saldrían para Torreón y continuarían con él, si les ofrecía que no se atentaría contra mi vida; a lo que Villa accedió y, en consecuencia, ellos salieron rumbo a Torreón esa misma tarde.

Por la noche, durante la cena, Villa me dijo:

- Esta misma noche te voy a despachar con Carranza; nomás quiero que acaben de salir los trenes del general Almanza.

Terminada la cena, Villa llamó al coronel Rodolfo L. Fierro, que era el verdugo en quien él tenía más confianza, y le dio algunas órdenes para que preparara nuestra salida.

A esa misma hora llegaba el general Raúl Madero -que era uno de los más empeñados en que se me pusiera en libertad- llevando por objeto solicitar de Villa me acompañara hasta dejarnos fuera del territorio controlado por dicha División.

Villa se negó a dar ese permiso, y sólo fue anuente en que me acompañara el coronel Roque González Garza.

Al despedirme del general Madero, esa noche, me dijo:

En un pequeño álbum, donde escribo las cosas que no quiero que se pierdan con mi vida, tengo escritas, general, las palabras que usted contestó a Villa, cuando éste dio la orden de su fusilamiento.

Di las gracias a Madero por aquello, y nos despedimos.

El viaje se hizo sin contratiempo hasta estación Corralitos donde se recibió un telegrama de Villa, ordenando que regresara nuestro tren.

En aquella estación, que está situada en uno de los desiertos de Chihuahua, no había más gente que el empleado que atendía la oficina telegráfica del ferrocarril.

Cuando nuestro tren iba a emprender su contramarcha rumbo a Chihuahua, salté yo de mi carro a tierra, y el coronel Roque González Garza, al ver mi actitud, saltó también, y me preguntó:

¿Qué va usted a hacer, general?

Morir matando -le contesté-.

El tren hizo alto, y entonces bajó violentamente el capitán Carlos Robinson, de mi Estado Mayor, que iba como jefe de los quince hombres de nuestra escolta, y me dijo:

- Todos debemos correr la misma suerte de mi general, y voy en seguida a desembarcar la escolta.

Como el tren del general Almanza se acercaba y yo tenía la seguridad de que Villa habría trasmitido órdenes a este jefe para consumar su crimen, consideré que no había tiempo que perder.

El coronel González Garza manifestaba marcada indignación contra Villa, por aquel procedimiento, y trataba de convencerme de que mi resolución, en aquellos momentos, era inútil, y que sería preferible volver a Chihuahua.

La mayor parte de los miembros de mi Estado Mayor se habían dado cuenta ya de aquella situación, y saltaban también del tren, con igual ánimo que el capitán Robinson.

Dirigiéndome a Robinson, le dije:

- Incorpórese usted a su escolta, y haga todo esfuerzo por salvar a mis oficiales y déjeme aquí, acompañado de mi ayudante Valdés.

A éste había dado orden de que bajara de mi gabinete mi carabina y la suya.

Robinson y los oficiales de mi Estado Mayor protestaron contra mis' órdenes de salvarse, dejándome allí, y manifestaron su resolución de que todos corriéramos la misma suerte; a lo que yo repuse:

- Nosotros no debemos justificar nuestro propio asesinato. Si todos hacemos resistencia, es indudable que causaremos a los traidores un verdadero estrago en sus filas, antes de que haya sucumbido el último de nosotros, y con esto daremos margen a que ellos, presentando sus muertos en Chihuahua, declaren que asaltamos su tren o que nos pronunciamos, y que por esto se vieron en la necesidad de defenderse y acabar con nosotros. Por otra parte, yo, en compañía de Valdés, solamente, tengo mayores posibilidades de salvarme, porque la persecución les será más difícil que si la hicieran sobre un grupo numeroso, y si logran mi captura y me asesinan, no podrían presentar ninguna disculpa de su atentado.

Dicho esto, me dirigí a Robinson, agregando:

- Ordene usted que dos soldados suban a ese poste (señalando uno de los del telégrafo), y corten todos los hilos telegráficos, y usted, personalmente aprehenda al telegrafista.

Ya había acordado yo con el teniente coronel Serrano que al coronel González Garza se le atara y encerrara en el gabinete del Pullman, cuando Robinson llegó, manifestando que, al proceder a la aprehensión del telegrafista, encontró a éste recibiendo un mensaje de Chihuahua, en que se ordenaba que nuestro tren prosiguiera su marcha a Torreón.

Informado yo de aquella orden, dada por Villa, subí de nuevo al tren e hicieron lo propio mis oficiales y soldados de la escolta, quedando completamente desorientados por aquella disposición y con la seguridad de que entrañaba una nueva traición de Villa; pero, como de todos modos aliviaba de momento nuestra situación, fue recibida con gusto por nosotros.

El coronel González Garza, mostrando una profunda contrariedad -que nosotros juzgamos sincera-, subió también al tren con nosotros, sin que tampoco pudiera explicarse lo que Villa intentaría hacer en seguida.

Nuestro tren partió inmediatamente que hubo subido el último de nosotros, y corría sin novedad ...

Pero poco después de haber pasado estación Mapimí, y cuando nos faltaba ya menos de una hora para llegar a Gómez Palacio, uno de mis oficiales me dio parte de que un tren se aproximaba por el frente.

Este nuevo acontecimiento ponía otra vez nuestros nervios en tensión, los que, en verdad, no había tenido reposo en algunos días.

Momentos después, nuestro tren y el desconocido hacían alto, frente uno al otro, a una distancia de poco menos de cien metros, y no tardé en ser informado que el tren misterioso era un especial, que procedía de Torreón, ordenado por los generales Aguirre Benavides y Robles, conduciendo a dos oficiales de Estado Mayor, en comisión de aquéllos.

A poco rato subieron a mi tren los dos oficiales citados, quienes eran portadores de un pliego de los generales Aguirre Benavides y Robles, el cual servía de salvoconducto, y a la vez de orden para hacernos seguir hasta Torreón, con seguridades.

Desde aquel momento empecé a sentirme seguro, confiando en la lealtad de aquellos hombres.

Los trenes se pusieron en movimiento hacia Torreón, y antes de una hora llegamos a Gómez Palacio, encontrando en la estación una escolta, formada, al mando de un oficial. Este subió a nuestro tren cuando hizo alto, y después de hablar con los oficiales de Robles, descendió al andén, continuando nosotros a Torreón, a donde llegamos poco después, a las cuatro de la tarde.

En la estación de Torreón había algún movimiento de tropas, unas embarcándose y otras alistándose para hacer lo mismo.

Poco antes de nuestra llegada, subieron a mi carro los generales Aguirre Benavides y Robles, y después de saludarnos con un abrazo cariñoso, pasamos a mi gabinete, para hablar confidencialmente y para comunicar yo al general Aguirre Benavides el recado que su hermano Luis me diera para él, la noche en que nos despedimos en Chihuahua.

Yo traté desde luego de referirles las peripecias que nos habían ocurrido en el camino, pero ellos las conocían con mayores detalles, y a todo esto precisamente se debió que hubiésemos llegado salvos a Torreón.

Robles y Aguirre Benavides nos explicaron entonces cómo nos habían salvado, haciéndonos detallada relación de las circunstancias de aquel trance y las que en seguida relato yo, a mi vez.

Villa no permitió la salida de nosotros de Chihuahua cuando había hecho salir al general Almanza con un tren militar, para esperar en el camino al nuestro, a la mañana del día siguiente, y pasarnos por las armas a todos, cuya orden había dado Villa.

Como el tren del general Almanza tuvo que hacer alto en el camino, para enfriar unas chumaceras, esta circunstancia imprevista dio lugar a que el nuestro lo alcanzara y siguiera adelante, sin que de ello se diera cuenta el general Almanza, porque a esas horas venía dormido, y a ninguno de sus oficiales había confiado las órdenes que recibiera de Villa.

Al amanecer, Almanza ordenó la parada de su tren sin decir a nadie el objeto; pero cuando hubo transcurrido bastante tiempo, sin que el nuestro le diera alcance, para cumplir las órdenes de Villa, ordenó a un ferrocarrilero que se informara del tiempo que nuestro tren tardaría en llegar. La contestación que obtuvo fue que desde la madrugada habíamos pasado adelante.

Esto hizo a Almanza comprender que el plan se había frustrado, y que habíamos ganado ya una considerable distancia; luego comunicó a Villa lo ocurrido, para que éste ordenara el regreso de nuestro tren, a fin de poder ejecutar sus instrucciones respecto de nosotros.

Cuando Villa tuvo conocimiento de aquel contratiempo, telegrafió a estación Corralitos, ordenando el regreso de nuestro tren. El telegrafista de Torreón se enteró de la orden, y, cumpliendo la recomendación que tenía recibida de Robles y Aguirre Benavides, en sentido de reportarles la marcha de mi tren, les comunicó aquel incidente.

Desde luego, ellos se dirigieron a Villa, recordándole el ofrecimiento que les había hecho, de que no atentaría contra mi vida; y a la vez en Chihuahua, Luis Aguirre Benavides y su ayudante, el señor Enrique Pérez Rul -que en la mañana se había informado casualmente de las órdenes dictadas por Villa-, en compañía de los jefes que no estaban de acuerdo en que se me asesinara, se dirigieron a Villa, pidiéndole que revocara la orden de regresar nuestro tren.

Villa, siguiendo sus instintos felones, contestó a todos que no tuvieran cuidado y dio orden para que mi tren continuara hasta Torreón (siendo esta orden la contenida en el telegrama que se recibió en Corralitos, en los momentos en que iba a efectuarse la aprehensión del telegrafista y la interrupción de las comunicaciones, por mi orden). Pero en seguilla Villa libró orden al Comandante Militar de Gómez Palacio, Dgo., en los siguientes términos: Al pasar tren especial de general Obregón por ésa, sírvase usted aprehenderlo con todas las personas que lo acompañan y pasarlos por las armas inmediatamente, dando cuenta a este Cuartel General de lo ocurrido.

Este mensaje fue oído también por el telegrafista de Torreón, y lo puso en conocimiento del general Robles, quien de acuerdo con el general Aguirre Benavides, hizo salir desde luego un tren especial con dos oficiales de su Estado Mayor, para que me encontraran antes de llegar a Gómez Palacio y me condujeran con seguridades hasta Torreón. (Ese fue el tren que nos encontró entre Mapimí y Gómez Palacio, y la escolta, que estaba formada en la estación de Gómez Palacio, a la llegada de nuestro tren, era la que el Comandante Militar de aquella plaza tenía preparada para cumplir las órdenes de Villa).

Después de que nos hubieron hecho esa narración los generales Benavides y Robles, estos mismos me aconsejaron que cambiara de ruta para mi viaje a la ciudad de México, sugiriéndome la conveniencia de que lo continuara por la vía de Saltillo, y de ahí por el Ferrocarril Nacional, porque consideraban peligroso que lo hiciera por Zacatecas, dado que el general Pánfilo Natera, Comandante Militar del Estado de Zacatecas, acababa de telegrafiar a Villa, apoyando su actitud y poniéndose a sus órdenes.

Yo manifesté a ellos mi decisión de seguir la marcha por Zacatecas, para conocer personalmente la actitud de Natera, y ver si sería posible que volviera él por los fueros de la lealtad.

En vista de mi invariable resolución, Robles me extendió el salvoconducto que copio a continuación.

Un membrete que dice:

Ejército Constitucionalista. División del Norte.

Las autoridades civiles y militares se servirán guardar y hacer guardar toda clase de garantías y seguridades al C. general de división Alvaro Obregón y sus acompañantes, que marchan a la capital de la República, impartiéndoles la ayuda que les fuere necesaria.

Constitución y Reformas.
Torreón, septiembre 24 de 1914.
El general J. A. de la División del Norte, en la Comarca Lagunera, J. Isabel Robles.- Rúbrica.

Al despedirme, Robles y Aguirre Benavides me dijeron que ellos no secundarían a Villa en su traición contra Carranza, y que ya estaban alistando todas sus tropas para trasladarse a Zacatecas, por órdenes de Villa, esperando llegar a aquella plaza para tomar la actitud que me ofrecían en aquellos momentos.

El coronel Roque González Garza no estuvo con nosotros durante esta entrevista, porque Robles y Aguirre Benavides manifestaron no tenerle completa confianza.

Hemos considerado conveniente transcribir estos párrafos del interesante libro 8,000 kilómetros en campaña, tanto porque es un episodio importante de la historia, cuanto porque allí se demuestra el valor a toda prueba del general Obregón y la manera de ser del general Villa, que en el fondo, cuando se le hablaba con franqueza como le habló el general Obregón, se revelaba comó un patriota y un soldado pundonoroso, pero como lo hacía notar Aguirre Benavides, cuando Villa platicaba con los políticos, cambiaba totalmente su modo de ser y aparecía el segundo hombre que se manifestaba con instintos brutales y capaz de cometer los peores actos.

Los biógrafos de Villa relatan cómo cuando tomaba las ciudades, atendía a las gentes pobres, ayudándoles en sus menesteres y llevando consuelo a los hogares humildes, repartiendo elementos de vida, acariciando a los niños y haciendo todo el bien que estaba a su alcance.

En la narración de la vida del general Obregón refiero obligadamente algunos de sus actos como militar y político que se ha consignado en otros capítulos de este ensayo; pero como el señor general Obregón actuó en muy diversas etapas de la vida revolucionaria, resulta imposible desligados unos de otros sin deformarlos y perder su secuencia lógica e histórica.

Índice de Autobiografía de la Revolución Mexicana de Emilio Portes GilCAPÍTULO V - La Revolución Constitucionalista - Desocupación de VeracruzCAPÍTULO V - La Revolución Constitucionalista - Pacto entre la Revolución Constitucionalista y la Casa del Obrero MundialBiblioteca Virtual Antorcha