Índice de Autobiografía de la Revolución Mexicana de Emilio Portes GilCAPÍTULO VI - Iniciación de la obra constructiva de la Revolución - Investigación del asesinato del General Francisco VillaCAPÍTULO VI - Iniciación de la obra constructiva de la Revolución - Manifiesto de don Adolfo de la HuertaBiblioteca Virtual Antorcha

AUTOBIOGRAFÍA DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA

Emilio Portes Gil

CAPÍTULO SEXTO

INICIACIÓN DE LA OBRA CONSTRUCTIVA DE LA REVOLUCIÓN

ROMPIMIENTO ENTRE EL PRESIDENTE OBREGÓN Y DE LA HUERTA
El presidente del Congreso, Jorge Prieto Laurens, al contestar el Mensaje presidencial, hace una dura crítica de la actuación del gobierno. Portes Gil renuncia a la presidencia del Partido Nacional Cooperatista. De la Huerta renuncia a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público. Acepta su postulación y se dirige a Veracruz.


La situación que prevalecía en el país a fines de agosto de 1923 era de gran incertidumbre y de grandes inquietudes. Todo el grupo político de la época conocía las graves dificultades existentes entre el presidente Obregón y su ministro don Adolfo de la Huerta. Para nadie era un secreto su distanciamiento.

De la Huerta, molesto por las críticas que a soto voce le hacían desde la Secretaría de Relaciones el señor ingeniero don Alberto J. Pani y el grupo que le rodeaba, por los convenios Lamont-De la Huerta, no ocultaba su disgusto hacia el general Obregón para quien tenía ya expresiones muy duras.

En las conversaciones que con De la Huerta teníamos Luis L. León y yo, dejaba ver su exaltación y acusaba al general Obregón de que estaba haciéndose eco de los ataques de sus enemigos.

El general Obregón, por su parte, nos expresaba que De la Huerta ya estaba francamente en contra del régimen y lo acusaba de deslealtad. Sólo el general Calles permanecía imperturbable, lamentando aquella situación de tirantez que amenazaba acabar con la armonía de los tres grandes sonorenses y que traería como consecuencia, además de una segura ruptura, una serie de dificultades que influirían poderosamente en la marcha de la Revolución.

La agitación en las cámaras era extrema. Los exaltados partidarios del señor De la Huerta y los también exaltados partidarios del general Calles atizaban la hoguera y todo indicaba que pronto se desataría la tormenta. Laboristas, agraristas, socialistas del sureste -todos de filiación callista- no ocultaban sus deseos para lograr que de una vez por todas se definiera la situación, acusando al señor De la Huerta de deslealtad hacia el presidente Obregón y de claudicación a los principios revolucionarios.

Había sido yo electo presidente del Partido Nacional Cooperatista en las postrimerías del año de 1922 en una magna convención celebrada en el Tívoli del Eliseo, a la que concurrieron delegados de toda la República y en la que recibí el apoyo unánime de todos los sectores, tanto de delahuertistas como callistas. Comprendí mi enorme responsabilidad como jefe del partido y mis esfuerzos tendían a evitar una división dentro del seno del cooperatista.

En una convención del partido celebrada en el mes de abril de 1923 y a sugestión de don Adolfo de la Huerta, se proclamó la candidatura del genera] Calles para presidente de la República; candidatura que fue acogida calurosamente. Con este motivo fuimos en masa a ver al general Calles e informarle de la resolución del cooperatista. El general Calles agradeció mucho aquella distinción, pero nos indicó que deseaba pulsar la opinión pública del país, antes de resolver si aceptaba. A esta entrevista me acompañó un grupo numeroso de diputados y senadores, miembros de la organización. No obstante que la candidatura del general Calles fue aceptada casi unánimemente dentro del mismo partido, se hacía sentir la fuerza de los amigos íntimos de don Adolfo de la Huerta, quienes insistían en que fuera él quien figurara como candidato a la presidencia de la República.

El día 30 del mes de agosto de 1923 fui llamado por el presidente Obregón a su casa. El general Obregón inició su conversación de la siguiente manera:

Tengo noticias de que el presidente del Congreso, que lo es Prieto Laurens, al contestar el informe que rendiré mañana a las Cámaras, hará apreciaciones inconvenientes sobre dicho informe. Ruego a usted tenga una entrevista, con Prieto Laurens y le haga ver lo inconveniente de una actitud así, no sólo porque se saldría de la costumbre establecida durante toda nuestra historia, sino porque sería contrario a la Constitución General de la República, que prescribe que el presidente del Congreso se limitará a contestar el informe del Jefe del Ejecutivo, sin hacer comentarios sobre el mismo.

Prieto Laurens, que durante su actuación como líder del Partido Cooperatista se distinguió siempre por su valor, por su desinterés y por su honestidad, estaba molesto porque no se definía su situación como candidato al gobierno del Estado de San Luis Potosí, en que había luchado contra Aurelio Manrique y a quien le había ganado por abrumadora mayoría. De la casa del general Obregón me fui al Parque Lira, en donde estaba Jorge Prieto Laurens, a quien yo siempre tuve particular aprecio, que él no me correspondió debidamente. Me recibió don Pedro Medina que era el jefe del Departamento de Estadística de la Cámara de Diputados. El señor Medina me dijo que Prieto Laurens estaba con un grupo de diputados francamente delahuertistas en una junta, pero que inmediatamente saldría para platicar conmigo. Más de una hora estuve conversando con el señor Prieto Laurens dando vueltas en una de las calzadas del Parque Lira, haciéndole ver lo inconveniente de dar al informe del presidente Obregón una contestación contraria a los preceptos constitucionales.

Inclusive, manifesté a Prieto Laurens (porque el general Obregón me había autorizado para ello), que me había comisionado para hablar con él a fin de evitar un acto que tendría graves consecuencias para el país. Jorge, que era exaltado, me expresó que su contestación al informe del presidente Obregón no contenía ninguna crítica para el gobierno, y que se sujetaría a la costumbre siempre seguida, de no comentar, ni mucho menos censurar, los actos del Ejecutivo.

Puede usted asegurar al señor Presidente -me dijo-, que mi contestación será siguiendo las fórmulas establecidas, sin que contenga nada ofensivo para el gobierno.

Me fui a ver al general Obregón a su casa, y le conté mi plática con Prieto Laurens.

El general Obregón, perspicaz y desconfiado, dijo:

¿Y usted cree en la sinceridad de Prieto Laurens ... ?

Hasta donde es posible creer -le contesté.

- Sí, pero está con un grupo de diputados delahuertistas que son quienes lo están empujando a esa situación. Creo -me dijo el presidente Obregón-, que Prieto Laurens está ya resuelto a seguir el camino que está siguiendo De la Huerta, y quizá éste sea quien le ha inspirado su actitud, en fin, comentó el presidente, veremos qué pasa.

Tenía que salir a Tamaulipas y así se lo hice ver al general Obregón.

- Estaré en Tampico, le expresé, por si algo se ofrece.

Estando en Tampico, los periódicos locales publicaron, a ocho columnas, el escándalo suscitado en el Congreso de la Unión, por la contestación que el presidente del mismo, Jorge Prieto Laurens, dio al informe del presidente de la República.

Las partes principales de esa contestación fueron las siguientes:

Debemos, pues, confiar en que la sucesión pacífica del poder, uno de los anhelos más hondos de nuestro pueblo, será indudablemente una realidad que permita la cristalización de nuestros bellos ideales de renovación y progreso, cuyos cimientos habéis fundado tan sólidamente.

La Representación Nacional tan sólo os señala algunos hechos aislados que podrían desvirtuar vuestra obra, a saber: en los conflictos políticos locales de Querétaro y Colima, desgraciadamente ocurrieron hechos sangrientos, que obligaron al Ejecutivo a obrar, siempre dentro de la ley, en forma sumamente enérgica. En el caso de Querétaro, consignando al gobernador; mientras que, en el de Colima, con demasiada tolerancia, pues fue pública y notoria la oficiosa intervención del gobernador en las elecciones de aquella Entidad Federativa, llegando hasta cometer punibles atropellos en las personas de algunos de los miembros de esta Representación. Y por último en la lucha electoral presidencial que ya se ha iniciado, es claro que hay elementos que, abusando de la confianza que en ellos habéis depositado, aprovechan su fuerza oficial y manchan el prestigio de una administración, ostentándose líderes políticos electorales, a la vez que jefes de importantísimos departamentos de gobierno. Nadie mejor que vos está autorizado para comprender la indignación popular que tal hecho despierta y tal parece, cabe la suposición, que esto es un acto deliberado aconsejado por enemigos de la Revolución, en contrá vuestra y del personaje político a quien aparentemente se halaga y se rodea.

Otro hecho sobre el cual debemos llamar vuestra atención, es lo que podríamos llamar la inmensa llaga que consume al Estado de Veracruz desde hace varios años y que, sin atropellar su soberanía, el gobierno Federal puede y debe evitar, consignando y persiguiendo a los autores y cómplices de delitos contra el ejército, contra el gobierno Federal y hasta contra la Enseña Nacional; sin contar el sinnúmero de crímenes ordinarios que a diario se cometen, a ciencia y paciencia de las autoridades locales, formando todo esto un caos que amenaza invadir el resto del país y que desprestigia atrozmente a nuestra patria, siendo víctimas los obreros y el pueblo en general, de los pseudo-líderes, por sus ambiciones bastardas.

Plausible será para el Congreso de la Unión poder colaborar con el Ejecutivo al afianzamiento de una de las instituciones más importantes del organismo administrativo: El Municipio Libre, y, al efecto, convenimos en la necesidad y urgencia que expresáis, en la parte relativa del gobierno del Distrito Federal, al asegurar que hace falta una nueva Ley de Organización Política y Administrativa, puesto que todas las fricciones y dificultades obedecen más que a desacuerdo de las autoridades, a vaguedades e imprecisiones de la ley»; y, no sólo, sino que la Representación Nacional ha podido ver, con gran pena, de qué modo se han aprovechado dichas vaguedades e imprecisiones de la ley por personas que igualmente han abusado de vuestra confianza, lastimando profundamente el principio de autonomía o libertad municipal, en varios de los ayuntamientos del Distrito Federal, haciéndose sentir la influencia e intromisión del último jefe político que la Revolución no logró hacer desaparecer; el gobernador del propio Distrito Federal. El Congreso de la Unión está, seguramente, dispuesto a legislar prudente, discreta y rápidamente para satisfacer esta necesidad ineludible, toda vez que los hechos que ocurren en el Distrito Federal, acerca de la autonomía municipal, son de una repercusión inmensa en el resto de la República y urge consolidar esta conquista revolucionaria: el Ayuntamiento Libre, estableciendo al mismo tiempo las obligaciones y responsabilidades de sus miembros.

Algo semejante, aún cuando más grave, tenemos que decir de los becbos sangrientos ocurridos en el Distrito Norte de la Baja California, donde fue atropellada la libertad municipal, llegando también a cometerse violencias contra el representante de aque Distrito ante esta Asamblea. La distancia, y quizá la escasez de comunicaciones, impidieron al Ejecutivo conocer toda la verdad de lo ocurrido, así como evitar dichos atropellos.

Los días que siguieron al informe del presidente Obregón, y a la contestación que a ese informe dio el presidente del Congreso Jorge Prieto Laurens, fueron de extraordinaria agitación política.

El día 4 de septiembre, estando en Tampico, telegráficamente me dirigí al vicepresidente del Partido Nacional Cooperatista renunciando a la presidencia de la agrupación. Dicha renuncia estaba concebida en los siguientes términos:

Para ninguno de los miembros del Partido Cooperatista Nacional, ha sido un secreto que yo, en mi calidad de presidente del mismo, he tratado de desarrollar dentro de la agrupación, una labor sana, tendiente a la implantación en nuestra esfera de acción, de los principios pregonados por la Revolución, y ninguno de esos miembros desconoce, también, mi tendencia futurista francamente en favor de la candidatura del ciudadano general Plutarco Elías Calles, que indiscutiblemente representa los anhelos del proletariado mexicano.

Ahora bien: como dentro de la agrupación de que he sido presidente y miembro, se ha venido desarrollando, por algunos, una labor de intriga encaminada a desprestigiar a ese hombre de la Revolución, labor que ha llegado en algunos casos hasta la calumnia y la injuria más reprobables, no comulgando con esos procedimientos y queriendo dejar en absoluta libertad a los miembros del Partido Nacional Cooperatista para que obren en la forma que mejor crean conveniente, desde este momento presento mi formal e irrevocable renuncia del puesto de presidente del partido y miembro del mismo, así como del Bloque Cooperatista de la Cámara, pues mis propósitos son los de tomar el puesto que me corresponde en el lugar a donde me llevan mis convicciones.

A pesar de la tirantez de relaciones que existía ya entre el presidente Obregón y el señor De la Huerta, algunos de los diputados partidarios del general Calles seguíamos visitando. a don Adolfo, a quien veíamos ya vacilante, pero decidido a no aceptar la postulación que contra su voluntad pretendían hacer algunos sectores parlamentarios del país.

En entrevista que el señor De la Huerta concedió a la prensa y a pregunta especial que se le hizo, contestó:

No es propiamente una renuncia; se trata de una autorización que solicité del señor Presidente para abandonar la Secretaría de Hacienda por encontrarme enfermo desde hace varios días. Deseo recobrar totalmente mi salud siendo ésta la causa por la que pretendo completo descanso.

- ¿Y ya ha recibido usted respuesta a esa solicitud de licencia?.

- Sí, ayer noche obtuve del señor Presidente la autorización para no ocuparme de los asuntos de la Secretaría de Hacienda.

Como al margen de la noticia de que el señor De la Huerta había presentado su renuncia se dijo de una manera insistente que el citado caballero pensaba emprender un viaje al extranjero, el reportero formuló la siguiente pregunta:

- ¿Piensa usted disfrutar de esa licencia en el extranjero o en el país?

- Por ahora pienso continuar en la República.

- ¿Qué tiempo abandonará usted la Secretaría de Hacienda?

- Sesenta días aproximadamente.

La última pregunta:

- ¿Cuándo comienza usted a hacer uso de esa licencia de dos meses?

- Desde la próxima semana no despacharé más asuntos relacionados con la Secretaría de Hacienda.

El 25 de septiembre el señor De la Huerta tuvo una larga conferencia con el presidente Obregón en el Castillo de Chapultepec, y al ser interrogado por los periódicos manifestó que:

El punto tratado con el primer magistrado había sido precisamente el de su separación temporal de la Secretaría de Hacienda.

El 26 del propio mes de septiembre, la prensa dio la noticia de que el presidente de la República había aceptado la renuncia presentada por don Adolfo de la Huerta, alegando que se encontraba sumamente fatigado y que necesitaba un absoluto reposo para curarse.

La renuncia del señor De la Huerta dice así:

De acuerdo con la conversación que el viernes último por la noche tuve el honor de celebrar con usted y en vista de que continúa el malestar que me aqueja, lo cual me imposibilita para seguir al frente de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, tengo la pena de ratificar a usted mi renuncia del cargo que tuvo a bien conferirme. Aprovecho esta oportunidad para expresarle mi agradecimiento por la confianza que depositó en mí por espacio de tres años y hago fervientes votos por la prosperidad de su gobierno y porque su labor sea siempre acertada para bien de la Nación Mexicana. Ruego a usted acepte una vez más la expresión de mi cariño personal.

México, D. F., a 24 de septiembre de 1923.
Adolfo de la Huerta.

Todavía el presidente Obregón, en declaraciones que hizo a la prensa y en las que expresó haber aceptado la renuncia del señor De la Huerta, manifestó que él más que nadie lamentaba esa dimisión, porque el señor De la Huerta era uno de sus principales colaboradores. Y a una pregunta especial que le hicieron los reporteros, en el sentido de si creía él que el señor De la Huerta aceptaría su postulación, el general Obregón repuso: eso sólo podrá decirlo el mismo señor De la Huerta.

Los días que siguieron a estos acontecimientos fueron de gran actividad. En las cámaras, delahuertistas y callistas iniciamos una campaña de convencimiento para atraer a nuestras repectivas filas a los diputados que no habían adoptado una posición definida.

La lucha fue intensa. El general Calles se encontraba en Soledad de la Mota y antes de que el señor De la Huerta presentara su renuncia, se dirigió a él en términos muy afectuosos, expresándole que por ningún motivo debía separarse del gabinete, y que él estaba dispuesto a apoyarlo para la presidencia de la República, si así lo deseaba el señor De la Huerta; pero como el rompimiento entre De la Huerta y Obregón ya no tenía remedio, el general Calles, en memorables declaraciones que hizo a la prensa sobre esa situación, manifestó textualmente: Siento mucho la determinación que ha tomado Adolfo, y más que un amigo, he perdido a un hermano.

A fines de noviembre, De la Huerta aceptó su candidatura a la presidencia en la Convención que celebró en el teatro Hidalgo, el ya disgregado Partido Cooperatista, y después de ruinosas manifestaciones en una de las cuales expresaba su temor de que fuera cercenada su cabeza como sucedió al general Villa, abandonó furtivamente la capital, dirigiéndose al puerto de Veracruz, donde lo esperaba el general Guadalupe Sánchez, ya en actitud de franca rebelión.

Ya disgregado el Partido Cooperatista Nacional un grupo de diputados celebró una junta en el Salón Verde de la Cámara de Diputados.

Ese grupo, presidido por los representantes Francisco Olivier, Adolfo M. Azuela, Julián S. González, Reinaldo Esparza Martínez y Mariano Montero Villar, aprobó los siguientes puntos resolutivos:

El Comité del Grupo Pro De la Huerta del Bloque Cooperatista de la Cámara de Diputados, que constituye la mayoría de la propia agrupación hace en nombre de todos sus miembros y plenamente autorizado para ello, las siguientes declaraciones:

Primera. El Grupo Pro de la Huerta, absolutamente convencido de que la candidatura presidencial del C. Adolfo de la Huerta encarna una verdadera aspiración nacional, como único medio de lograr la transmisión pacífica del poder y garantizar los intereses de la Revolución, se ha constituido con el firme propósito de procurar por todos los medios posibles que la opinión pública, que ya existe en favor de dicha candidatura, se manifieste ostensible y libremente.

Segunda. Hace un llamamiento a los particulares y a las agrupaciones políticas de toda la Nación, que simpatizan con la expresada candidatura, a fin de que encaucen formalmente sus trabajos, pues es contrario a los intereses nacionales el que se siga acallando la intensa corriente de opinión que se hace sentir en favor del C. Adolfo de la Huerta.

Tercera. Estima. que las declaraciones del señor De la Huerta a este respecto, no sólo no constituyen un obstáculo para jugar en su favor, sino que son un rasgo de desinterés que debe considerarse como factor moral muy importante para elevarIo a la presidencia de la República.

Cuarta. Representando el Grupo Pro De la Huerta a la inmensa mayoría de los distritos electorales de la República e interpretando el sentir actual de sus comitentes, consídera fundadamente que la candidatura del señor Adolfo de la Huerta triunfará en la gran convención del Partido Cooperatista Nacional.

El comité ha establecido sus oficinas para recibir adhesiones en el despacho número 1 del edificio del Banco de Londres y México.

México, D. F., a 11 de septiembre de 1923.

Naturalmente, la actuación del grupo había sido previamente autorizado por el señor De la Huerta, y sólo para hacer creer a la opinión pública que contra su voluntad aceptaba su postulación, se adoptó el acuerdo preinserto.


EL ASESINATO DEL SENADOR FIELD JURADO

El día 23 de enero de 1924, fue asesinado el senador Field Jurado, representante del Estado de Tabasco.

La causa de tal crimen fue, sin duda, que dicho representante se opuso tenazmente a que se aprobaran: los Tratados de Bucareli.

En el fondo, más que motivos fundados para oponerse a los mencionados tratados, fue la pasión política la que inspiró a Field Jurado y a otros senadores a proceder en la forma en que lo hicieron.

Field Jurado era un distinguido abogado, honorable, buen parlamentario, pero pasional como son todos los hombres del sureste. Prominente miembro del Partido Cooperatista Nacional, se caracterizó como enemigo del general Calles y partidario del señor De la Huerta. Dicha agrupación y los miembros que le quedaron adictos, no omitieron esfuerzo alguno para llevar al país a la lamentable lucha civil que encabezó el señor De la Huerta, con gran perjuicio para la Nación.

Por supuesto que cualquiera que haya sido la actitud del licenciado Field Jurado, no ameritaba, en ningún sentido, que se le asesinara.

La lucha entre callistas y delahuertistas había llegado ya a un grado extremo de apasionamiento, y aun cuando ya De la Huerta había abandonado la capital y había iniciado el movimiento rebelde con más de 60,000 hombres del ejército, en el Senado los representantes delahuertistas seguían en su insana labor de obstruccionar al gobierno de la República.

Días antes del asesinato del senador Field Jurado, don Luis N. Morones pronunció, el 14 de enero de 1924, un discurso motivado por la proposición que se presentara ante la Representación Nacional, a fin de que se enlutara la tribuna de la Cámara por el asesinato del líder socialista Felipe Carrillo Puerto, que había muerto a manos de un grupo de delahuertistas que se había posesionado del Estado de Yucatán. Morones expresó en parte de su discurso, lo siguiente:

Los responsables de esta hecatombe son los mismos diputados cooperatistas que pretendiendo hacer un sarcasmo de la Revolución, escudándose en el fuero, son los mismos que aquí cínicamente se sientan en estas curules y cobran las decenas en la Tesorería. Esta serie de individuos arrogantes ayer, orgullosos, levantados, cínicos, que no despreciaron ocasión de volcar sus iras en contra del elemento revolucionario, son los cómplices de ese asesinato perpetrado en la persona de Carrillo Puerto. El movimiento obrero lo sabe, y habrá de castigarlos por encima de todas las dificultades que pongan las conveniencias legales del momento.

¿A dónde iríamos a parar si, amparados en el criterio de benevolencia -que en este caso resultaría suicida-, si amparados en un criterio de esa naturaleza permitiéramos que aquí mismo, en el asiento de los poderes federales, continuara esa serie de intrigas, de espionaje y de traición llevada a cabo en la forma más cínica y cobarde?

Pero qué pobre sería el movimiento obrero de México ... si no tuviera a su alcance medios eficaces para castrar a esas gentes que no tienen virilidad, ni los tamaños necesarios para castrarlos ... Pueden creer los señores cooperatistas ... que el tiempo está contado y que más rápidamente de lo que piensan, irán sintiendo la acción punitiva, la acción de castigo, de venganza y de protesta que perpetrará el movimiento obrero de México. Si creen que el fuero va a ser respetado por el movimiento obrero, se engañan de la manera más clara y contundente: el fuero lo respetarán las autoridades; el movimiento obrero no lo respetará ... El gobierno nada tiene que ver en esta acción que llevará a cabo el movimiento obrero; él dará las garantías, porque es preciso que las dé; pero a pesar de esas garantías, la resolución, la sentencia del movimiento obrero se cumplirá ... y por cada uno de los elementos nuestros que caiga en la forma en que cayó Felipe Carrillo Puerto, lo menos caerán cinco de los señores que están sirviendo de instrumento a la reacción ... y este deber es vengar, castigar a los asesinos de Carrillo Puerto. Yo invito a mis compañeros de bloque, a mis compañeros de filiación política, a que sin vacilación se presten a ayudarnos en esta tarea. Yo pido, yo quiero que mis compañeros, los que comulgan con las ideas del movimiento obrero a este respecto, se pongan de píe.

De este discurso se valieron los delahuertistas para echar la culpa del asesinato sobre el omnipotente líder de la Confederación Regional Obrera Mexicana, llegándóse a pensar, inclusive, que el general Obregón podía tener alguna responsabilidad en ese delito.

Obregón, el mismo día 23 de enero, al saber aquel acto reprobable, se dirigió al presidente del Senado en los siguientes términos:

Con profunda tristeza y con vergüenza acabo de enterarme por su atento mensaje de la suerte que corrió el ciudadano senador Francisco Field Jurado y del secuestro del ciudadano senador Ildefonso Vázquez.

Ya diríjome al Procurador General y al ciudadano gobernador del Distrito, para que interpongan todos los medios de que disponen, con objeto de descubrir y castigar a los autores de semejantes delitos que constituyen una vergüenza para autoridades que por ministerio de la ley estamos obligados a dar garantías que mismas leyes otorgan.

Es urgente tomar medidas para impedir actos de esta naturaleza que constituyen un motivo de vergüenza.

El Ejecutivo a mi cargo está resuelto a no tolerar un solo acto anárquico que signifíque una mengua para las instituciones que nos rigen.

Y el día 25 del mismo mes, el general Obregón, de Celaya, Gto., envió al señor Morones el siguiente mensaje:

Celaya, Gto., enero 25 de 1925.

Señor diputado Luis N. Morones.
Cámara de Diputados.
México, D. F.

Muy estimado amigo:

Durante dos días he sostenido una lucha interna en la que han contendido por un lado, el deber, y por otro, la amistad y la gratitud para el ciudadano viril que ha compartido conmigo muchas amarguras y muchos peligros para sostener la misma causa; y he llegado a la conclusión de que la voz del primero debe ejercer su más completa autoridad sobre todos y cada uno de mis actos.

Yo no quiero dudar ni por un solo momento de la sana intención que a usted le inspiró la declaración pública que hizo en un viril discurso, en que vigorosamente defendió a la actual administración; pero aquella declaración, que anunciaba los desgraciados sucesos que posteriormente ocurrieron, arroja una solidaridad sobre el gobierno que presido que, de aceptarla, sería su ruina moral y causaría más daños, seguramente, que la traición de los Estrada, Sánchez y Maycotte.

Cuando yo leí su discurso, creí, sinceramente, se lo digo, que se trataba de una hostilidad como acostumbran las organizaciones obreras, pero nunca creí que se llegara a semejantes hechos; no sólo, creo con la misma sinceridad, que usted no inspiró actos de esta naturaleza, pero el público tiene la obligación de juzgar los hechos por la apariencia que presentan, mientras no se esclarezcan lo suficiente, para deslindar responsabilidades.

Aun cuando usted no ocupa ningún puesto en la actual administración y su colaboración ha sido espontánea y sin más miras que la de ayudar entusiasta y sinceramente a la elaboración de los elementos necesarios para la organización militar que se ha llevado a cabo, he llegado a la conclusión de dirigirme en lo sucesivo directamente a quien está encargado, con carácter de interino, de los Establecimientos Fabriles, para que quede de hecho así establecida una independencia entre usted y la administración que presido, que quite a los enemigos del gobierno el arma que están esgrimiendo de que esos atentados fueron anunciados e inspirados por un alto funcionario de la Administración Pública; rogándole solamente que estudie a conciencia mi situación y que me díga si estoy en lo justo.

Que las organizaciones sociales ejerzan represalias contra los partidos políticos que les han asesinado líderes como Felipe Carrillo Puerto y muchos otros, es asunto que a mí no me corresponde resolver personalmente; pero con mi carácter de autoridad me corresponde tratar de impedirlas y consignar a los autores a las autoridades respectivas cuando esos actos se realicen; pero que aparezca un gobierno constituido aplicando esas medidas para deshacerse de sus enemigos políticos es algo que no cabe dentro de mi conciencia y que figuraría como una mancha sobre mi vida pública a la que he destinado toda mi buena fe y toda mi moral.

Yo me he sentido más obligado que nunca para conservar la más estrecha solidaridad con usted y los míos en estos momentos en que la reacción usa todas las armas de la infamia y de la traición para confundirnos, pero creo fundamentalmente que se faltó a la mutua consideración que nos debemos al anunciar que en defensa del gobierno se ejecutarían actos de esa naturaleza y ejecutarlos después, sin sondear previamente mi sentir personal, máxime recordando haber desaprobado actos de mucha menos significación, los que con el mismo carácter se me consultaron por usted.

Le envío un saludo afectuoso y me suscribo como siempre su atento amigo y S. S.

Alvaro Obregón.

Tanto por el mensaje como por la carta, podrá verse que el general Obregón fue totalmente ajeno al crimen de que se trata.

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