AUTOBIOGRAFÍA DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA
Emilio Portes Gil
CAPÍTULO SÉPTIMO
PERIODO PRESIDENCIAL DEL GENERAL PLUTARCO ELÍAS CALLES
PERIODO PRESIDENCIAL DEL GENERAL CALLES
Su notable programa de gobierno. Sus informes. El trascendental último mensaje que dirigió a la Nación el 19 de diciembre de 1928.
Al verificarse las elecciones presidenciales, el primer domingo de julio de 1924, resultó electo para el cargo el señor general Plutarco Elías Calles, quien tomó posesión de Ía presidencia el día 1° de diciembre.
Calles integró su gabinete así:
Subsecretario de Gobernación, licenciado Romeo Ortega;
secretario de Relaciones, licenciado Aarón Sáenz;
secretario de Hacienda, ingeniero Alberto J. Pani;
secretario de Educación, doctor José M. Puig Casauranc;
secretario de Agricultura, ingeniero Luis L. León;
secretario de Industria y Comercio, Luis N. Morones;
secretario de Guerra, general Joaquín Amaro.
Con el general Calles se desborda el entusiasmo revolucionario, iniciándose una administración altamente constructiva y técnica. La obra de Calles puede resumirse, en pocas palabras, así:
Inició su campaña política yendo a la tumba de Zapata a repetir solemnemente que estaba dispuesto a seguir el programa agrario del sacrificado en Chinameca.
Así obtiene el apoyo entusiasta del campesinado nacional y la adhesión de las principales organizaciones obreras de la República.
Nunca, como entonces, dice el escritor revolucionario doctor Ramón Puente, dispuso el país de mayores ingresos; pero nunca tampoco la facilidad de gastarlos fue más grande. Sin embargo, a Calles se deben los más extraordinados y originales renglones constructivos de la Revolución.
Es de elemental justicia declarar, que el presidente Calles, sin duda el mejor Estadista de la Revolución, delineó por primera vez, realizándolo, el programa constructivo que ha servido de norma, con algunas modificaciones, a los siguientes períodos gubernamentales.
Así dijo uno de sus críticos internacionales:
La Revolución Mexicana es en el ideal, una larga, honda batalla por un nuevo orden social, sin castas y sin privilegios económicos; por una nacionalidad coherente y celosa de su soberanía, cimentada en la justicia y en la educación, y por una personalidad histórica, riquísima en elementos originales. Pero todavía es algo más; es el baluarte más firme de la cultura indohispánica en América, y el bastión más avanzado contra el imperialismo.
Al celebrarse las elecciones en los Estados de Tamaulipas, Coahuila, Chiapas y México, fueron electos, respectivamente el que escribe y los ciudadanos general Manuel Pérez Treviño, general Carlos A. Vidal y coronel Carlos Riva Palacio.
Se crearon las comisiones de irrigación y de caminos.
Se inició la construcción de las carreteras de Nuevo Laredo, Puebla y Cuemavaca.
Se fundó el Banco de México, y se construyeron las presas de Pabellón y Don Martín, iniciándose también la de El Mante.
Se fundaron los Bancos Ejidal Central y Regionales y el Banco de Crédito.
Se funda también la escuela de la Huerta en el Estado de Michoacán, haciéndose de la Escuela de Agricultura un verdadero centro de enseñanza y dotándolo de todos los implementos para su funcionamiento.
El período del señor presidente Calles se vio muy agitado, primero por la rebelión de los generales Serrano y Gómez y posteriormente por el grave conflicto religioso, y por la expedición de la Ley del Petróleo. Tales acontecimientos se detallan en otros capítulos de este libro.
Todos sus mensajes al H. Congreso fueron muy interesantes por su espíritu programático y sus realizaciones. Pero de ellos, el último que rindió el presidente Calles ante la Representación Nacional fue esencialmente de carácter político.
El asesinato del general Obregón había planteado una grave crisis al país, y lo expresado por Calles en el mensaje de que se trata, constituye un documento de gran importancia histórica. Dice así:
C. presidente del Congreso de la Unión:
CC. diputados y senadores:
Un precepto constitucional me impone el deber de venir a informar ante la representación nacional, sobre el estado general que guarda la administración del país, y teniendo en consideración la solemnidad del momento histórico que vivimos y la gran suma de responsabilidades que pesan sobre nosotros, he creído conveniente presentar por escrito el informe en que se condensan las labores administrativas desarrolladas por los diversos órganos del Poder Ejecutívo. Por ese ínforme podrán ustedes darse cuenta de que la tendencia que animó al gobierno de la República desde la iniciación del período presidencial, ha continuado con toda perseverancia y firmeza, y es así como se ha procurado dar el mayor impulso al programa constructivo nacional, sin perder nunca de vista las finalidades avanzadas de la Revolución sino antes bien, sirviendo éstas en todos los casos de orientación y base. Es así también como se ha procurado la rehabilitación del crédito nacional, el fomento de la educación de las clases rurales y trabajadoras, la continuación del vasto programa de írrigación y vías de comunicación, y el desarollo, en todos sus aspectos, de la pequeña propiedad, para cuyo fin no se ha escatimado el mayor esfuerzo con el objeto de que los pueblos carentes de tíerras las posean, bien por dotación, bien por restitución ejidal.
Al mismo tiempo, voy a dar lectura ante vosotros, al siguiente capítulo político de mi informe, que por juzgarlo de trascendencia, os invito a escucharlo con toda atención, para que meditéis detenidamente, como lo he hecho yo, acerca de las responsabilidades que nos reserva el futuro de nuestra Historia y sean ellas las que guíen nuestros pasos e inspiren nuestra actuación en las funciones públicas que nos están encomendadas.
La desaparición del presidente electo, ha sido una pérdida irreparable, que deja al país en una situación particularmente difícil, por la total carencia, no de hombres capaces o bien preparados, que afortunadamente los hay; pero sí de responsabilidades de indiscutible relieve, con el suficiente arraigo en la opinión pública y con la fuerza personal y política bastante para merecer por su solo nombre y su prestigio la confianza general.
Esa desaparición plantea ante la conciencia nacional, uno de los más graves y vitales problemas, porque no es sólo de naturaleza política, sino de existencia misma.
Hay que advertir, en efecto, que el vacío creado por la muerte del señor general Obregón, intensifica necesidades y problemas de orden político y administrativo, ya existentes y que resultan de la circunstancia de que, serenada en gran parte la contienda político-social -por el triunfo definitivo de los principios cumbres de la Revolución, principios sociales que, como los consignados en los artículos 27 y 123, nunca permitirá el pueblo que le sean arrebatados- serenada, decíamos, por el triunfo, la contienda político-social, hubo de iniciarse, desde la administración anterior, el período propiamente gubernamental de la Revolución Mexicana, con la urgencia cada día mayor, de acomodar derroteros y métodos políticos y de gobierno, a la nueva etapa que hemos ya empezado a recorrer.
Todo esto determina la magnitud del problema: pero la misma circunstancia de que quizá, por primera vez en su historia, se enfrenta México con una situación en la que la nota dominante es la falta de caudillos, debe permitirnos, va a permitirnos, orientar definitivamente la política del país por rumbos de una verdadera vida institucional, procurando pasar, de una vez por todas, de la condición histórica del país de un hombre a la nación de instituciones y de leyes.
La solemnidad única del instante, merece la más desinteresada y patriótica consideración, y obliga al Ejecutivo a ahondar, ya no sólo en las circunstancias del momento, sino en características mismas de nuestra vida política y gubernamental, hasta el dia, para procurar, como es nuestro deber, que una exacta comprensión y una justa valorización de los hechos señale los derroteros que consideramos salvadores de la paz inmediata y futura de nuestro país, de su prestigio y desarrollo, y salvadores también de conquistas revolucionarias, que han sellado con su sangre centenares de miles de mexicanos.
Juzgo indispensable hacer preceder este breve análisis, de una declaración firme, irrevocable, en la que empeñaré mi honor ante el Congreso Nacional, ante el país y ante el concierto de los pueblos civilizados; pero debo, antes, decir que quizás en ninguna otra ocasión las circunstancias hayan colocado al jefe del Poder Ejecutivo en una atmósfera más propicia para que volviera a existir en nuestro país el continuismo a base de un hombre; que sugestiones y ofertas y aun presiones de cierto orden -envuelto todo en aspectos y en consideraciones de carácter patriótico y de beneficio nacional- se han ejercitado sobre mí, para lograr mi aquiescencia en la continuación de mi encargo, y que no únicamente motivos de moral, ni consideraciones de credo político personal, sino la necesidad que creemos definitiva y categórica de pasar de un sistema más o menos velado de gobierno de caudillos a un más franco régimen de instituciones, me han decidido a declarar, solemnemente, y con tal claridad que mis palabras no se presten a suspicacias o malas interpretaciones, que no sólo no buscaré la prolongación de mi mandato, aceptando una prórroga o una designación como presidente provisional, sino que, ni en el período que siga al interinato, ni en ninguna otra ocasión, aspiraré a la presidencia de mi país; añadiendo, aun con riesgo de hacer inútilmente enfática esta declaración solemne, que no se limitará mi conducta a aspiración o deseo sincero de mi parte, sino que se traducirá en un hecho positivo e inmutable: en que nunca y por ninguna consideración y ninguna circunstancia, volverá el actual presidente de la República Mexicana a ocupar esa posición, sin que esto signifique la más remota intención o el más lejano propósito de abandono de deberes ciudadanos, ni retiro de la vida de luchas y responsabilidades que corresponden a cualquier soldado, a todo hombre nacido de la Revolución, ya que abundan las situaciones, militares o administrativas o políticas o cívicas, que por modestas o insignificantes que puedan ser, en comparación con la jefatura antes ocupada, significarán de mi parte aceptación completa de responsabilidades y peligros y darán oportunidad para el exacto cumplimiento de los debéres de revolucionario.
Examinada así, de modo definitivo y total, la posibilidad por consentimiento o aceptación de supuestos deberes patrióticos, o por debilidad, error o ambición nuestra, eliminada la posibilidad actual inmediata, de que México continúe su vida tradicional política de pais a base de hombres necesarios, es el instante, repito, de plantear con toda claridad, con toda sinceridad y con todo valor, el problema del futuro, porque juzgo necesario que llegue a la conciencia nacional la comprensión más exacta posible de la gravedad de estos momentos.
El juicio histórico, como juicio a posteriori en todos los casos, es frecuente y necesariamente duro e injusto, porque se olvidan o ignoran muchas veces las circunstancias imperiosas que determinaron las actitudes y los hechos, y no seríamos nosotros los que en esta ocasión pretendiéramos analizar situaciones de México, desde su nacimiento a la vida independiente como país, para arrojar toda la responsabilidad o toda culpa sobre los hombres a quienes los azares de la vida nacional, la condición inerte de las masas rurales, ahora despertadas por la Revolución, y una dolorosa condición de pasividad ciudadana, casi atávica en las clases medias y submedias, también ahora, por fortuna, despiertas ya, los convirtió en caudillos, identificándolos por convicción, por lisonja, o por cobardía, con la patria misma, como hombres necesarios y únicos.
No necesito recordar cómo estorbaron los caudillos, no de modo deliberado, quizás, a las veces, pero sí de manera lógica y natural siempre, la aparición y la formación y el desarrollo de otros prestigios nacionales de fuerza, a los que pudiera ocurrir el país en sus crisis internas o exteriores, y cómo imposibilitaron o retrasaron, aun contra la voluntad propia de los caudillos, en ocasiones, pero siempre del mismo modo natural y lógico, el desarrollo pacífico evolutivo de México, como país institucional, en el que los hombres no fueran, como no debemos ser, sino meros accidentes, sin importancia real, al lado de la serenidad perpetua y augusta de las Instituciones y las Leyes.
Pues bien, señores senadores y diputados, se presenta hoy a vosotros, se presenta a mí, se presenta a la noble institución del Ejército, en la que hemos cifrado ayer y ciframos hoy nuestra esperanza y nuestro orgullo; se presenta a los hombres que han hecho la Revolución y a las voluntades que han aceptado de modo entusiasta y sincero la necesidad histórica, económica y social de esta Revolución, y se presenta, por último, a la totalidad de la familia mexicana, la oportunidad, quizás única en muchos años repito, de hacer un decidido y firme y definitivo intento para pasar de la categoría de pueblo y de gobiernos de caudillos, a la más alta y más respetada y más productiva y más pacífica y más civilizada condición del pueblo de instituciones y de leyes.
Nuestra Carta Fundamental y nuestra honrada convicción de gobernante y de revolucionario, coloca en vuestras manos los dos primeros aspectos de la resolución del problema: la convocatoria para elecciones extraordinarias y la designación de un presidente provisional para el período del interinato.
Con relación a la primera medida legal, la convocatoria, sólo quiero advertiros, que juzgo precisa condición para la paz inmediata, que no pueda el país acusaros mañana de haber pretendido, por un plazo festinado, sorprender a la opinión pública, en un acto tan definitivo y grave; que debe ser el plazo que la convocatoria fije para las elecciones, suficiente para que tengan oportunidad todos los hombres que aspiren a entrar a la liza electoral, para colocarse dentro de los términos que la Constitución o el Decreto de Convocatoria señalen como requisitos indispensables.
Por lo que toca al segundo aspecto de la resolución del problema, la designación por el Congreso, de un presidente provisional, no será ahora preciso volver los ojos a caudillos, puesto que no los hay; ni será prudente, ni menos patriótico pretender formarlos, supuesto que la experiencia de toda nuestra historia nos enseña que sólo surgen tras un enconado y doloroso período de graves trastornos de la paz pública y que traen siempre peligros para el país; que todos conocemos, aunque sólo sean estos peligros, en el mejor de los casos, y cuando se trate de personalidades excepcionales, como aquella cuya muerte lloramos, todo patriotismo, capacidad y buena intención; aunque sólo sean entonces estos riesgos, la tremenda desorientación y la inminencia anárquica que la falta del caudillo trae consigo.
Puede y debe ser condición de fuerza necesaria, y fuente de prestigio, y aureola suficiente, y autoridad bastante para la respetabilidad y el éxito como Jefe de la Nación, no sólo el hombre mismo, sino la consagración de la ley.
En el caso actual inmediato, sois vosotros, quienes, con vuestra resolución, consagraréis al presidente provisional, y él tendrá todo el apoyo material y moral de este gobierno, y ha de tener también el apoyo material y moral del Ejército, que en estos instantes aquilata y da más valor que nunca -y lo garantizo a la Representación Nacional- a su noble y única misión de guardián de la soberanía y decoro de la Patria, de las instituciones y de los gobiernos legítimos; y unidos, fundidos todos los mexicanos en una sana aspiración común: la de vivir en México, bajo gobiernos netamente institucionales, ha de tener vuestra resolución, si se inspira sólo en conveniencias patrióticas, el respaldo unánime de todos los grupos revolucionarios, el de las maaas proletarias del campo y de la ciudad, que forman la médula de la Patria, y el de todos los grupos intelectuales y clases privilegiadas de la familia mexicana, aun de quienes puedan sentirse enemigos de lo que ha creado la Revolución, porque el paso de México, de la condición del país de hombres únicos a la de pueblo de normas puras institucionales, significará, no sólo posibilidad cierta y garantía de paz material estable, sino seguridad de paz orgánica, cuando todas las fuerzas y las voluntades todas y todos los pensamientos de los distintos grupos del país puedan hallar, ya no sólo en la voluntad torpe o movida por intereses de facción, o desinteresada o patriótica de un caudillo, el respeto y la garantía de sus derechos políticos y de sus intereses materiales legítimos, sino que sepan y entiendan y palpen, que sobre toda voluntad gubernamental, susceptible de interés, o de pasión, rigen en México las instituciones y las leyes.
Trae, indiscutiblemente, una nueva orientación política de esta naturaleza, trae aparejada, no sólo la modificación de métodos para la búsqueda y elección de gobernantes, sino el cambio de algunos derroteros que tuvimos hasta ahora que aceptar, porque a ellos condujo imperiosamente la necesidad política del día.
Quiero decir, entre otras cosas, que este templo de la ley parecerá más augusto y ha de satisfacer mejor las necesidades nacionales, cuando estén en esos escaños representadas todas las tendencias y todos los intereses legítimos del país; cuando logremos, como está en gran parte de vuestras manos conseguirlo, por el respeto al voto, que reales, indiscutibles representativos del trabajador del campo y de la ciudad, de las clases medias y submedias, e intelectuales de buena fe, y hombres de todos los credos y matices políticos de México ocupen lugares en la Representación Nacional, en proporción a la fuerza que cada organización o cada grupo social haya logrado conquistar en la voluntad y en la conciencia pública; cuando el choque de las ideas substituya al clamor de la hazaña bélica; cuando en fin, los gobiernos revolucionarios, si siguen siendo gobiernos porque representen y cristalicen con hechos el ansia de redención de las mayorías, tengan el respaldo moral y legal de resoluciones legislativas derivadas, o interpretativas o reglamentarias de la Constitución en que hayan tenido parte representantes de grupos antagónicos.
Tengo la más firme convicción, de que al señalar estos cambios precisos en los derroteros políticos del país, no sólo no pongo en peligro, sino que afirmo, hago inconmovibles, consagro, las conquistas de la Revolución. Efectivamente, la familia mexicana se ha lanzado ya, con toda decisión, por los rumbos nuevos, aunque estemos todavía en pleno período de lucha mental y política, para definir y para cristalizar en instituciones, en leyes y en actos constantes de gobierno, los postulados de la nueva ideología. Más peligroso resulta para las conquistas revolucionarias la continuación de algunos métodos políticos, seguidos hasta hoy (por la constante apelación a la violencia y a la fuerza, a la contienda en campos de lucha fratricida, lo que en el mejor de los casos no trae sino el estancamiento o el atraso de la evolución material y espiritual progresiva, que vamos logrando); más peligroso resulta ahora para las conquistas revolucionarias la intolerancia política llevada al extremo y al dominio absoluto de un grupo, que como conjunto humano, tiene el peligro de convertirse por sus tendencias, sus pasiones o sus intereses, en facción, que la aceptación de todo género de minorías, que la lucha de ideas en este Parlamento, en donde ningún inconveniente de orden político práctico puede traer, en muchos años, dada la preparación y organización de la familia revolucionaria, esa libertad y esa amplitud de criterio que preconizo como indispensable para el futuro.
No creo que sea necesario decir que nunca aconsejaría, ni aun movido por un criterio de ciego respeto a la legalidad, legalidad que en sí mismo y dentro de un terreno abstracto y de olvido de los hechos o de las necesidades nacionales, seria sólo cosa formal y hueca; no necesito que una actitud política semejante pudiera producir un solo paso atrás en las conquistas y en los principios fundamentales de la Revolución. Mi consejo, mi advertencia, más bien sobre la necesidad de estos nuevos derroteros, resulta de la consideración política y sociológica del periodo propiamente gubernamental de la Revolución, en que nos encontramos, período que es preciso definir y afirmar, y también de la convicción de que la libertad efectiva de sufragio que traiga a la Representación Nacional a grupos representatívos de la reacción, hasta de la reacción clerical, no puede ni debe alarmar a los revolucionarios de verdad, ya que si todos tenemos fe -como la tengo yo- en que las ideas nuevas han conmovido a la casi totalidad de las conciencias de los mexicanos, y en que hasta los intereses creados por la Revolución en todas las clases sociales, son ya mayores que los que pudiera representar una reacción victoriosa, los distritos, en donde el voto de la reaccíón política o clerical triunfara sobre los hombres representativos del movimiento avanzado social de México, serían por muchos años, todavía, en menor número que aquellos donde los revolucionarios alcanzáramos el triunfo.
Es de lamentar que el general Calles no haya llevado adelante los nobles propósitos que expuso en este mensaje, que sin duda es uno de los grandes programas políticos que se han expuesto en México.
Pero me consta que el general Calles hizo cuanto pudo por llevar adelante las ideas que expuso.
Durante los gobiernos provisionales que presidimos el general Abelardo L. Rodríguez y yo, Calles observó para con nosotros una conducta de respeto a nuestra autoridad y no incurrió en nada que significara intromisión durante esos regímenes.
Me consta que a sus amigos y allegados que se sentían lesionados por alguna disposición del gobierno, bien en materia de negocios o en tratándose de empleos, cuando iban en queja con Calles, los exhortaba a que no insistieran en sus pretensiones, pues por ningún motivo deseaba inmiscuirse en asuntos del gobierno.
Desgraciadamente durante el régimen del señor ingeniero don Pascual Ortiz Rubio no sucedió lo mismo. El ingeniero Ortiz Rubio, hombre de buena fe y patriota a carta cabal, seguramente por desconocer el medio en que actuaba e influenciado por gentes que estaban cerca de él, y que a toda costa trataban de distanciarlo de mí y del general Calles, incurrió en graves errores, y como el régimen iba de crisis en crisis, sin orientación, frecuentemente el presidente Ortiz Rubio llamaba al general Calles para que le solucionara los graves problemas que le creaban sus amigos personales.
Varias veces, platicando con el general Calles, me llegó a decir:
Ya estoy cansado de tanta molestia que están dando los amigos del presidente, y sobre todo, de que se me haga intervenir en tantas cuestiones. Creo que con el tiempo me voy a hacer odioso, porque la opinión pública pensará de mí algo que no deseo, es decir, se creerá que yo estoy detrás de las bambalinas manejando y dirigiendo el gobierno.
Desgraciadamente, esta intervención del general Calles le fue minando poco a poco su personalidad, hasta llegar a la situación lamentable a que llegó en el año de 1935.