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AUTOBIOGRAFÍA DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA

Emilio Portes Gil

CAPÍTULO SÉPTIMO

PERIODO PRESIDENCIAL DEL GENERAL PLUTARCO ELÍAS CALLES

REELECCIÓN DEL GENERAL OBREGÓN
Su programa.


Al aceptar el general Obregón volver a la lucha presidencial en el año de 1927, expidió el siguiente manifiesto fechado el 16 de junio en el cual expuso sintéticamente su programa.

Un imperativo de mis deberes cívicos me impone la obligación indeclinable de hablar de nuevo a la nación para hacerle saber cuál será mi conducta en relación con el problema que se aproxima, de la sucesión presidencial, y exponerle cuáles han sido las causas determinantes de mi retorno a la vida política, cuya resolución destruye una de las más grandes ilusiones de mi vida.

Desde que alcancé a comprender que los intereses de la patria y los intereses colectivos, que son los mismos, valen mucho más que los intereses personales y que nuestras propias vidas, he puesto al servicio de ellos todo el contingente de mi modesta capacidad cuando se ven en peligro, y es por esto que he sido soldado en diversas ocasiones y desempeñado diversos puestos públicos en otras, siempre en forma transitoria y por el tiempo que se requiere para salvar las crisis que los han amenazado.

Cuando otorgué la protesta ante el H. Congreso de la Unión como presidente de los Estados Unidos Mexicanos, con cuya investidura fui ungido por la voluntad popular, recibí millares de felicitaciones de todas partes del país y de más allá de nuestras fronteras. A la mayoría de ellas contestaba que deberían reservarse esas felicitaciones para el día en que yo entregara aquel sagrado depósito al hombre que el voto popular designara para substituirme después de haber cumplido tan delicado encargo. Desde aquel momento, todos mis esfuerzos fueron consagrados a la realización de tan noble finalidad. Todos conocen los acontecimientos desarrollados en aquel período, y mi labor, mala o buena, está ya juzgada por la conciencia pública. Todos saben, también, que mi administración se caracterizó por la sinceridad de propósitos y la honestidad con que fueron manejados los fondos públicos. Se lesionaron grandes intereses materiales, es verdad, pero se imponía acatar los justos anhelos populares que dieron aliento y vida a nuestra gran revolución y que, hechos ya leyes, habían sido catalogados en nuestra Constitución de Querétaro como piedra angular que serviría de base a la redención moral y social de nuestras clases proletarias de las ciudades y los campos, que la revolución había proclamado redimir y para desfanatizar a todas las clases sociales del país.

El programa de la revolución, hecho ley, no podía desarrollarse, naturalmente, en cuatro años; era tarea que requería varios lustros y a mí correspondía solamente plantearlo o iniciarlo, abarcando sus aspectos substanciales y emprendiendo, desde luego, la parte que a mí correspondía desarrollar. Los intereses materiales de dentro y de fuera del país, acumulados en su mayoría bajo el amparo de privilegios concedidos por la dictadura del general Díaz, movieron sus rotativos y entraron en acción con todos los elementos que disponían contra un gobierno que rompía con todos los precedentes establecidos y provocaba, al decir de ellos, un desquiciamiento social. Editoriales de la prensa reaccionaria se leían todos los días, desvirtuando la verdad y tergiversando los hechos. Notas diplomáticas de Estados poderosos, tratando de ejercer presión, de Roma, etc., etc. El gobierno logró conservar el cariño y la confianza de las clases populares y con la depuración que se logró hacer en el ejército, eliminando a los malos militares que con el bonillismo se habían puesto al servicio de la reacción, aquel gobierno contó con fuerza moral y material suficientes para imponer su autoridad.

La reacción, al ver fracasadas todas sus armas: el halago, el amago, el soborno y la violencia, y viendo que el período se acercaba a su fin, comprendió que el suscrito ya no constituía para ella un problema porque el tiempo estaba encargándose de resolverlo. Entonces su preocupación consistió en buscar a su hombre para que, por el sufragio o la violencia llegara a sustituirme, impidiendo que el depósito sagrado que la nación me había conferido, fuera entregado a manos que pudieran seguirlo conduciendo por los mismos o parecidos derroteros. Consultaron a su eterno asesor, Maquiavelo, y buscaron su hombre en las mismas filas de la revolución; lo disfrazaron, lo entrenaron y entraron en acción. Este hombre tenía en sus manos ni más ni menos que el tesoro nacional, que sin ninguna tasa usó como vehículo de sus propias ambiciones, logrando atraerse algunos periodistas, algunos líderes y un gran número de altos jefes militares, a quienes halagó con sus dádivas, y quienes supusieron, con sobrada razón, que aquel hombre, ayuno de carácter, tendría que satisfacer todas sus exigencias a la hora del éxito; y cuando todo estaba preparado, se lanzaron sobre el Palacio Nacional para asesinar a la Revolución allí mismo, donde creían haberla asesinado con el sacrificio del apóstol Madero y Pino Suárez, impidiendo así que fuera a pasar el poder al revolucionario de conciencia y de carácter que francamente había señalado la opinión pública. Los memorables acontecimientos de aquella tragedia son del dominio de todos y no hay para qué narrarlos. La reacción quedó vencida, los militares que violaron los fueros de su honor pagaron la falta con la vida unos y con el destierro otros. La otra parte del ejército, cuyo nivel moral le permitió conocer el camino del deber, dio un gran ejemplo de lo que vale un soldado de honor y lo poco que significan los que lo han sacrificado para satisfacer intereses materiales.

Llegó el día en que yo habría de realizar la más cara ilusión de mi vida en materia política y el dia 30 de noviembre de 1924, a las doce horas del dia, hacía entrega del poder que la nación me confiara durante cuatro largos años, ante más de cincuenta mil personas que presenciaban aquel acto inusitado en nuestro ambiente político y que aplaudían con delirante entusiasmo aquel acontecimiento, que establecía un precedente edificante en nuestra historia. Ese mismo día, al retornar a mi hogar y sentirme libre de las responsabilidades y de los peligros que hube de sortear todo el período de mi gobierno, y rodeado de todos los seres para mí tan queridos, sentí la necesidad de consagrar el resto de mi vida a las atenciones del hogar y a las actividades del trabajo, haciendo consistir desde entonces mi objetivo principal en la realización de esta finalidad tan justa, que procuré seguir fortaleciendo cada día más con mi propósito de no retornar a la azarosa vida de la política.

Inauguró el señor general Calles su gobierno con singular acierto, pero sin perder ninguna de sus características de revolucionario socialista. La reacción comprendió la fuerza de aquel gobierno y consideró inútil oponerle la violencia y su plan de ataque consistió en elogiar sin medida y sin pudor todos los actos de aquel gobernante, elogios tendenciosos para predisponer con él a las masas populares, especialmente las campesinas, considerando que podría atraerlo a su seno y lanzando simultáneamente una serie de ataques, más o menos velados para el ex presidente, con objeto: primero, de halagar la vanidad del actual primer mandatario, y segundo, para buscar un distanciamiento entre los dos y aprovechar como aliado suyo a él, si caía en sus redes o a mí si él no claudicaba. El señor general Calles comprendió aquella jugada innoble y con irritación tuvo que condenarla públicamente en varias ocasiones. Yo, por mi parte, comprendí igualmente la maniobra y mis labios no se movieron para formular mi defensa.

Todas mis actividades se encaminaron, desde mi retorno a la patria chica, a plantear y desarrollar mi nuevo programa de vida, siempre lleno de fe y de entusiasmo, seguro de realizar aquella suprema aspiración de consagrar el resto de mi vida al trabajo y al hogar. A todos los políticos que a mí se dirigían desde la capital y de los Estados, tratando asuntos de esa índole, les contestaba invariablemente que no podía tomar ninguna participación en política, porque estaba retirado por completo de toda actividad de aquella naturaleza.

La reacción seguía trabajando dentro del plan que se había trazado y cuando surgió el primer conflicto con los grandes intereses materiales exteriores, que se creyeron lesionados por las leyes que la administración del señor general Calles facturaba y promulgaba y la crisis internacional se presentó con aspectos muy serios, demandando toda la atención del gobierno, el clero, cabeza más visible entonces de la reacción, creyó que el destino le brindaba una oportunidad propicia para su desagravio y por boca de su más alto dignatario hizo una declaración en que desconocía nuestra Carta Magna, suponiendo que el Ejecutivo Federal no se atrevería a enfrentarse con su poder mientras no encontrara una solución satisfactoria a la crisis internacional y evadiría una nueva lucha al darse cuenta de que los cuarteles generales de sus adversarios se habían radicado en Roma y en Wall Street. El señor presídente abordó airosamente el problema, llegando hasta usar la fuerza material para castigar la rebelión que el mismo clero provocaba, ensangrentando de nuevo a nuestra patria. Las masas populares, en su gran mayoría, se dieron cuenta de que peligraban las instituciones y nuestra soberanía y respaldaron moral y materialmente la política del ejecutivo, y sólo unos cuantos retardatarios seguían condenando al gobierno, que podía cometer, seguramente, los errores lógicos de toda administración pública; pero que, en aquellos momentos simbolizaba la defensa de nuestras instituciones y de nuestro decoro nacional.

Todos conocemos cómo se han desarrollado esos sangrientos sucesos en que ha sido vencida la reacción en este supremo esfuerzo por la reconquista de sus privilegios perdidos, huyendo sus directores del territorio nacional para agazaparse en el extranjero y reclutar factores de discordia en acecho de una nueva oportunidad.

En estas condiciones se presentaba al país el trascendental problema de la sucesión presidencial. Es natural que la nación pretenda depositar su confianza en un hombre que pueda reunir en torno suyo la mayor suma de fuerzas morales y materiales, para que, al hacerse cargo del poder, constituya una garantía para el decoro y soberanía nacionales, y, por lo que respecta a los problemas interiores, una garantía para la prosecución del problema social iniciado en 1920 por el suscrito y seguido hasta hoy con plausible entereza por el actual encargado del Poder Ejecutivo Federal. ¿Cómo saber entonces cuál de los hombres que suenan como candidatos se aproxima por sus características a las requeridas en el actual momento histórico, para desempeñar tan delicado papel? Dando a la nación la oportunidad de pronunciar su fallo, exponiendo previamente, cada uno de sus puntos de vista sobre los problemas de palpitante interés, tanto exteriores como interiores, demostrando así cuál está más identificado con las aspiraciones que alientan nuestras clases populares, que constituyen la mayoría de nuestra nación y que después de haber dado a la Revolución su inmenso contingente de carne de cañón, tienen el derecho de ver realizados los anhelos que las impulsaron al sacrificio, estableciendo un gobierno identificado con ellas. El país juzgará, tomando como base los antecedentes y el nivel moral de cada uno de los candidatos, cuál está más capacitado para hacer honor a los compromisos contraídos.

Las adhesiones y manifestaciones de simpatía que de todas partes del territorio nacional estoy recibiendo a cada momento, exhortándome para que tome parte en la lucha política como candidato, vienen de organizaciones sociales y políticas, de diversos gremios de trabajadores de los campos, de trabajadores de las ciudades, de organizaciones políticas, de estudiantes, de profesionales y de grupos de profesionales, de hombres de negocios, etc., y me dan un derecho de suponer aún sacrificando mi propia modestia, que defraudaría los anhelos de una gran mayoría de la opinión pública, si evadiera la lucha para realizar mis propósitos de no retornar a la vida política, como lo aconsejan mi bienestar personal y la ventura y bienestar de mi hogar, y esta sola consideración basta para que acepte el alto honor que me han asignado como candidato a la presidencia de la República; para responder a su confianza, procuraré en todos mis actos cívicos hacer honor a ella, asumiendo todas las responsabilidades y participando en la lucha, al frente de todas las organizaciones que me apoyan.

Una de las características del partido conservador reaccionario consiste en que siempre se disfrazará para entrar en las luchas cívicas, tratando de presentarse, como defensor de ideales que ni practica ni conoce.

Otra característica de él consiste en que todas las posibilidades de éxito las funda en el mayor o menor número de militares que logran halagar y sobornar y poner al servicio de sus intereses, sin tomar en cuenta jamás a la opinión pública, que debe ser árbitro supremo de las luchas electorales.

Don Porfirio Díaz, para perpetuarse en el poder, creyó que bastaba con tener de su parte al Ejército Federal, y se equivocó. Huerta, para asesinar al señor Madero, no tomó en cuenta la impresión que aquel acto punible causaría en la opinión pública, y creyó que le bastaba contar con el apoyo material del ejército; se equivocó también. Carranza desdeñó la opinión pública hasta el grado de no tomarla en cuenta y sufrió las consecuencias de su error. Ahora vemos muchos propagandistas que no son partidarios míos felizmente, que cargan listas de generales dizque comprometidos con sus respectivos candidatos para hacerlos triunfar, cueste lo que cueste, sin intentar siquiera conquistarse la opinión pública. Por mi parte, yo no cometeré la ofensa a los miembros del Ejército Nacional de andar cuchicheando con ellos para arrancarles un compromiso previo a la elección para llevarme al poder. El Ejército Nacional tiene una misión muy elevada y muy noble que cumplir, consistente en prestar obediencia completa al ciudadano que resulte ungido por el voto popular y cualquier compromiso previo a la elección resulta indecoroso para ambos, y no seré yo, repito, quien trate de relajar el honor militar de una institución a la cual he servido, con la pretensión de haber conducido siempre a sus miembros por el camino del honor y de la victoria. Yo estoy seguro que el actual Ejército Nacional, en su gran mayoría, está integrado por hombres que tienen una concepción amplia de su honor y que ellos cumplirán fielmente con la noble misión que están llamados a representar en la sociedad.

La otra característica, la de disfrazarse para entrar a las luchas cívicas, se confirma con sólo recordar cómo en las pasadas contiendas políticas verificadas después de la revolución, ha venido tomando un disfraz para cada una de las luchas. Cuando el carrancismo hizo su conversión pactando con la reacción para imponer a Bonillas, tomó la máscara de civilismo; cuando De la Huerta se puso al servicio de la reacción, su máscara se llamó antiimposicionismo; para la próxima lucha la máscara se llama antirreeleccionismo y la reacción olvida que las masas populares nunca se dejan engañar por un hombre enmascarado. La máscara, en política, es mortaja, y nunca tan burdo el disfraz como ahora.

Dos partidos políticos que se hacen llamar pomposamente antirreeleccionistas, que el puritanismo político de sus directores se pregona por todas partes en vocablos altisonantes, que se organizan dizque para salvar un principio violado substancialmente, según ellos con las reformas de los artículos 82 y 83 de nuestra Carta Magna, que terminan celebrando dos llamadas convenciones para postular dos candidatos que han sancionado las reformas sirviendo un elevado puesto en la administración en cuyo periodo se formularon, discutieron, aprobaron y se elevaron a la categoría de Ley suprema. Si estos señores pensaran sinceramente que se violaba uno de los principios básicos de la Revolución con esas reformas y que su conciencia cívica las repudiaba de plano, debieron, para cumplir con los principios más rudimentarios de lealtad y decoro político, apersonarse con su jefe y amigo, encargado del Ejecutivo Federal, a cuya bondad y confianza debieron sus nombramientos, para hacerle ver todas las inconveniencias de aquellas reformas al alcance de la responsabilidad histórica en que incurría su administración pidiéndole que, de acuerdo con la facultad que la ley concede, las observara y las devolviera a las Cámaras Legisladoras, y si nada conseguían por ese camino, presentar su dimisión declarando la incompatibilidad de su decoro político con su carácter de colaboradores. Entonces tendrían derecho, cuando menos, de que se les considerara sinceros; pero después de sancionadas las reformas y de solídarizarse con ellas y seguir aprovechando su alta investidura y los jugosos afluentes económicos de ella en hacer propaganda en favor personal hasta el último minuto que la ley les permitió conservar esa investidura oficial, nadie, absolutamente nadie que pueda vanagloriarse de estar en condiciones normales, puede tomar en serio esa pose, destruida previamente por los hechos con singular elocuencia. Todo el país sabe que hace muchos meses andan brigadas de agentes de propaganda, con sueldos oficiales, sirviendo a los candidatos que se llaman apóstoles del antirreeleccionismo, entrevistando jefes militares para catalogarlos o no en favor de sus candidatos y desarrollando todo género de actividades políticas, todo esto en nombre de su puritanismo que los hechos han venido violando en forma substancial; y esos señores podrán ser muy buenos militares, inmejorables amigos, pero desde el punto de vista político se han encargado de guillotinarse asumiendo una pose que nadie va a tomar en serio; podrán tener pocos o muchos partidarios, pero eso dependerá de la personalidad moral e intelectual que la públíca opinión les conceda y de las tendencias de su propaganda y no de su pose antirreeleccionista, que tan extemporáneamente intentaron asumir.

Una prueba de que nadie podrá refutar, de que es política personalista la que vienen desarrollando los candidatos que se hacen llamar antirreeleccionistas y los reducidos grupos que con el mismo título los sostienen, es el hecho de que llamándose apóstoles de la misma idealidad, se están atacando e injuriando entre sí. Si fuera cierto que están inspirados en la idealidad que proclaman, estarían agrupados perfectamente bajo la misma bandera y todos ellos se prestarían a defenderla, presentando un solo frente a sus adversarios políticos, y no es así. Son dos núcleos calculando cada uno las ventajas que les reportará el triunfo de su candidato.

Como no hay armonía en la actuación de los hombres nadie puede saber lo que serán mañana, ni tenerles confianza, por lo tanto, porque no existe otro medio de juzgar la conducta futura de un ciudadano que la armonía que moral y lógicamente debe ligar sus actos futuros con el pasado.

Nuestra Carta Fundamental establece, y con sobrada razón, que el presidente nunca podrá ser reelecto, y en nuestro ambiente político ninguna lucha electoral podría desarrollarse en forma democrática jugando como candidato el ciudadano presidente de la República, y esta fórmula, que sirvió para las mascaradas politicas que perpetuaron en el poder al general Díaz, fue la que preocupó al señor Madero, y la condenó, tomándola como uno de los polos de su programa político y revolucionario, y la Constitución lo expresa con toda claridad en su artículo 83, que, textualmente, dice:

Artículo 83. El presidente entrará a ejercer su encargo el 1° de diciembre, durará en él cuatro años y nunca podrá ser reelecto.

El ciudadano que substituyere al presidente constitucional, en caso de falta absoluta de éste, no podrá ser electo presidente para el período inmediato.

Tampoco podrá ser reelecto presidente para el período inmediato el ciudadano que fuera nombrado presidente interino en las faltas temporales del presidente constitucional.

Es el presidente el que nunca podrá ser reelecto y no podrá abarcar el concepto al ciudadano que habiéndolo sido, sea designado de nuevo por sus conciudadanos para desempeñar el mismo puesto, después de haber disfrutado durante cuatro años de todos sus fueros de ciudadano y sin tener investidura oficial alguna. Los dos casos son tan distintos, que no alcanzará, seguramente, la suspicacia de los aliados de la reacción, para hacer creer que puedan abarcarse con el mismo vocablo. En uno de los dos casos de reelección y si lo es el primero no puede ser en el segundo, en que las circunstancias varían, siendo completamente distinto, por lo tanto. Fue por esto que el suscrito declaró, desde abril de 1926, que no se requería ninguna reforma constitucional para el caso de que un ciudadano que hubiera desempeñado el alto cargo de presidente de la República, aceptara volver a servir en el mismo puesto, y una prueba evidente de esta opinión, la encontramos en el hecho de que el H. Congreso de la Unión tuvo que incapacitar, en una ley posterior, al ciudadano que hubiera desempeñado el alto cargo de presidente para volver a desempeñarlo después.

Si nuestra Carta Magna hubiera establecido esa incapacidad, habría resultado ilógico repetirla en una ley reglamentaria, y si existe alguna ambigÜedad en nuestra Constitución General, ésta fue intencionada, como existe ambigÜedad en muchas otras leyes fundamentales, porque si es verdad que al Congreso Constituyente asistió una mayoría de revolucionarios de buena fe, también es verdad que en muchos casos prevaleció el criterio del grupo de viejos políticos profesionales desertados de las filas de la reacción, que gozaban de la confianza del señor Carranza y que necesitaban dejar un margen de ambigÜedad en aquellas leyes: primero, para halagar a las clases proletarias y a las clases adineradas, simultáneamente, que veían en ellas una esperanza si lograban que se les diera la interpretación que a sus intereses convenía, y segundo, para interpretarIas conforme conviniera a los intereses de su grupo, posteriormente. Así fue como se promulgó la Constitución de Querétaro, pero nunca se pusieron en vigor los artículos en que predominó el criterio de los constituyentes revolucionarios de buena fe, mientras no se hizo cargo del Poder Ejecutivo un hombre identificado con ellos, empezando a regir con Adolfo de la Huerta, primero, en su interinato: con el suscrito después, y con el señor general Calles ahora, y, sin embargo, las cuatro administraciones aquí citadas se rigieron por la misma Constitución.

No obstante, el Congreso de la Unión, a fin de evitar dudas sobre la interpretación que debía darse a los artículos 82 y 83 de la misma Constitución hizo las reformas correspondientes, quedando así capacitado para figurar como candidato, el general Alvaro Obregón.

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