AUTOBIOGRAFÍA DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA
Emilio Portes Gil
CAPÍTULO SÉPTIMO
PERIODO PRESIDENCIAL DEL GENERAL PLUTARCO ELÍAS CALLES
EL ASESINATO DEL GENERAL OBREGÓN, OBRA DEL CLERO Y DE LOS FANÁTICOS.
La lucha que los cristeros libraban en los Estados de Jalisco, Michoacán, Aguascalientes, Guanajuato y Querétaro en contra del gobierno del presidente Calles, se iba debilitando cada vez más, en virtud de que el pueblo, si bien católico en su inmensa mayoría, se mostraba no sólo indiferente a las actividades de la llamada Liga de Defensa de la Libertad Religiosa> y demás organismos clericales, sino francamente daba su apoyo al gobierno y reprobaba los actos de barbarie que los cristeros cometían a diario.
Ahora bien, convencidos los directores intelectuales de la rebelión cristera que no podrían derribar al gobierno, dirigieron sus baterías en contra del presidente electo, y así fue como el día 17 de noviembre, al pasear por el Bosque de Chapultepec el general Obregón, un grupo de fanáticos arrojó una bomba de dinamita sobre su automóvil, habiendo salido ileso el general Obregón y sus acompañantes.
Al seguir la policía el automóvil de donde se le había arrojado la bomba, aprehendió en la avenida Insurgentes a Juan Tirado, a Naun Lamberto Ruiz, quienes confesaron que los autores intelectuales del atentado habían sido el ingeniero Luis Segura Vilchis, el sacerdote Miguel Pro Juárez y su hermano Humberto, quienes arbitrariamente y sin formación de causa fueron fusilados en el patio de la Inspección General de Policía.
Ese fusilamiento, que fue reprobado por la opinión pública, impidió que se pudiera hacer una investigación sobre la ramificación que pudiera haber tenido el atentado de referencia.
La tarde del atentado, el general Obregón asistió a la corrida de toros que se celebraba, y al presentarse, el público, al darse cuenta de la presencia del candidato presidencial, como un solo hombre se puso en pie aolamando al Héroe de Celaya, en forma delirante.
Después de su gira presidencial, al regresar a la ciudad de México el día 1° de julio, hizo en la grandiosa manifestación que se le tributó, las declaraciones siguientes:
Es necesario que todos lo sepan: que para nosotros la clase media no es sino una parte integrante de las clases trabajadoras, porque a su esfuerzo personal se debe el ingreso cotidiano con que atiende las necesidades de su hogar. Para nosotros es trabajador el que realiza un esfuerzo constante para resolver los problemas económicos de su hogar, para resolver los problemas educativos de sus hijos y para cooperar al engrandecimiento de la patria. Por eso, cuando nos hemos preocupado por formular una ley que resuelva con sentido práctico los problemas para las clases trabajadoras, hemos declarado que para nosotros sólo existen dos clases en la sociedad: los que trabajan y los que pagan; y son trabajadores los que realizan un esfuerzo con el músculo o con el cerebro para resolver los problemas domésticos cada día que pasa. Es por eso que nosotros, cuando hemos sido llamados por la voluntad nacional para enfrentarnos a los problemas que constantemente opone la reacción para el desenvolvimiento del problema social que sirviera de base a la revolución, hemos venido buscando el apoyo de todas las clases que pertenecen a la familia trabajadora, y es por eso que hemos encontrado este apoyo, y por eso también, la victoria ha sido nuestra.
Ahora no está a discusión mi candidatura, sobre si debe o no ser señalada y aprobada por el país, para que pueda el que habla suceder a nuestro actual primer mandatario. El hecho quedó consumado el día primero del presente mes, en que el pueblo entero me hizo el alto honor de depositar en mí su fe, de depositar en mí su confianza.
Ahora sólo tenemos por delante el inmenso volumen de responsabilidad que hemos asumido, y no habremos cumplido como buenos ni correspondido al honor que el pueblo nos ha hecho, si no nos dedicamos durante esos seis años a trabajar perseverantemente, a trabajar honestamente, para reglamentar nuestras leyes y promover las que necesitan para hacer tangibles, dentro de un sentido práctico, todas las promesas que al pueblo hiciera la Revolución. Y si durante la lucha política demandábamos los votos de nuestros conciudadanos, ahora que ya los hemos obtenido, demandamos el apoyo de ellos para constituir un gobierno fuerte, moral y materialmente hablando, y poder así resolver con menor esfuerzo todos los problemas que la Revolución tiene por delante y consolidar todas las conquistas que hasta el presente ha realizado.
A su llegada a la capital fuimos invitados a una junta a la que asistimos el autor, los abogados don Julio García, Arturo H. Orcí, Ezequiel Padilla, Enrique Delhumeau y otrós más, habiéndonos expresado que deseaba conocer nuestra opinión sobre las Reformas a la Constitución que tenía el propósito de someter al Congreso y con gran modestia que le honra, nos expresó:
Yo deseo oír el consejo de ustedes sobre muchos de los problemas que me tocará resolver a fin de realizar una administración atinada en bien del pueblo y acto continuo encomendó a los licenciados García, a Elorduy, a Padilla y a Orcí la elaboración de estudios sobre Reformas a la Constitución a efecto de asegurar al poder judicial su independencia, con lo que se obtendría la moralización del personal.
Al licenciado Delhumeau y a mí nos encomendó elaborar el proyecto del Código de Trabajo y del Seguro Social. Como el general Obregón conocía la ley formulada por mi gobierno y expedida en Tamaulipas, que le había remitido hacía tiempo, hizo elogios de la misma y me manifestó que de hecho el trabajo estaba ya adelantado y que sería cuestión de ampliado a fin de adaptarlo a la Federación.
Pero la reacción clerical, que trabaja noche y día y jamás descansa, para el logro de sus perversos fines, siguió urdiendo nuevas maquinaciones para hacer fracasar a la Revolución, lo cual logró el día 17 de julio con motivo de un banquete que la diputación guanajuatense daba al presidente electo.
Ese día estuve con el general Obregón en la casa que ocupaba en la avenida Jalisco, hasta las dos de la tarde, a fin de recibir sus instrucciones sobre el estudio del proyecto de la Ley del Trabajo que me había encomendado.
Me invitó a que lo acompañara a la comida, excusándome de asistir por tener a mi esposa bastante enferma en el hospital.
Al llegar la comisión de guanajuatenses que presidía el licenciado Federico Medrano, me despedí del general Obregón, disculpándome también con los mencionados diputados por no poder asistir a dicho agasajo.
Fue en esa convivialidad que se celebraba en el restaurante La Bombilla en San Angel, cuando José de León Toral asesinó por la espalda al gran ciudadano.
Toral era un instrumento de algunos frailes y de la monja Concepción Acevedo de la Llata, y la pistola con que se consumó el crimen había sido bendecida por el cura Jiménez.
José de León Toral, con su cómplice la abadesa Concepción Acevedo y de la Llata y el cura Jiménez, fueron sometidos a proceso, y el jurado respectivo condenó a Toral a la última pena y a los demás a sufrir algunos años de prisión.
En cuanto al cura Jiménez, que bendijo la pistola con que el magnicida consumó el crimen, logró fugarse, y estando yo al frente de la Procuraduría General de la República, la Policía Judicial logró aprehenderlo, habiendo estado recluído en la penitenciaría algún tiempo.
Así logró el clero una vez más detener el curso de la Revolución Mexicana, al asesinar al mejor intérprete de la misma y al más prestigiado caudillo, evitando que se aprovechara la experiencia y la madurez del presidente electo para el bien del país.
Yo me enteré de la tragedia a las cuatro de la tarde del mismo día.
Veníamos por la Reforma el ingeniero Marte R. Gómez y yo en un automóvil de alquiler, cuando nos dimos cuenta que el periodista Medrano, del diario La Prensa, nos hacía señas para que nos detuviéramos, y enterados de aquel grave suceso, nos dirigimos de inmediato a la casa de la calle de Jalisco, en donde vimos el cuerpo inánime del gran revolucionario.
La escena que en el jardín de la casa se desarrollaba, era de anarquía y escándalo; políticos, generales, funcionarios, discutían en forma acalorada acusando al general Calles, y a los laboristas de ser los autores intelectuales del crimen.
Algunos de los militares, Jefes de Operaciones que allí se encontraban, anunciaban su salida inmediata a sus Estados para levantarse en armas en contra del gobierno, y cuando fui interrogado por alguno de ellos sobre cuál era mi opinión, les expresé lo siguiente:
Yo creo que ante la grave crisis que se ha presentado, hay que tener serenidad y reflexionar conscientemente sobre lo que debemos hacer los obregonistas.
Las acusaciones tan ligeras y apasionadas que se hacen al presidente de la República y a los laboristas, son en mi concepto. sin fundamento y para proceder ordenadamente yo les propongo que se nombre una comisión que entreviste al general Calles y le haga ver lo grave de la situación.
La entrevista con el presidente Calles se relata en el siguiente capítulo.