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AUTOBIOGRAFÍA DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA

Emilio Portes Gil

CAPÍTULO OCTAVO

PORTES GIL, PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA. SU DOCTRINA Y SU OBRA

LO QUE DEBEN SER LAS UNIVERSIDADES. SU FIN Y SU MISIÓN
Misión del maestro universitario. La juventud y sus deberes


Los gobiernos revolucionarios no se han preocupado por orientar a la juventud, con lo que han cometido el más grave error, pues no hay que olvidar que son las nuevas generaciones las llamadas a substituirnos en la brega. Hay que analizar el problema de la juventud mexicana, en relación, no sólo con las universidades y otros centros de cultura de la República, sino también con las demás instituciones sociales, políticas, jurídicas, económicas y culturales, como son el Estado, los partidos políticos, las organizaciones de trabajadores y de campesinos y, en general, todo lo que represente alguna fuerza colectiva de significación.

Basado en esta declaración previa creo que lo que el estudiante sea dentro de la Universidad, lo que se esfuerce por aprender y practicar, no sólo desde el punto de vista científico, sino, muy especialmente, desde el ángulo moral, será lo que determine el camino que lo conducirá al triunfo en la vida. Otra cosa muy diversa le sucederá si olvida este recorrido técnico y ético.

A este respecto conviene considerar dos interrogantes esenciales del problema, a saber:

I. ¿Cumplen las universidades y altos centros de cultura de la República su papel de alma mater y responden a las exigencias actuales que viven México y el mundo entero en la preparación de nuestra juventud, a fin de que sea útil a la familia, a la patria y a la humanidad?

II. ¿Nuestros jóvenes estudiantes poseen toda la vocación, cualidades y virtudes necesarias para llegar a ser buenos ciudadanos en el más amplio sentido del vocablo, que es el título más honroso a que debe aspirar un mexicano?

A riesgo de exponerme a las duras críticas de quienes se sientan aludidos, o lastimados, por lo que voy a referir, con toda franqueza, pienso que nuestras universidades y centros superiores de cultura, en la forma en que están organizados, están muy lejos de poder desempeñar la alta misión de preparar a las nuevas generaciones, a fin de que cumplan en la vida el importante papel que están llamados a realizar. Al hacer esta afirmación me baso en los siguientes hechos y consideraciones:

a) Las universidades y los institutos de cultura superior de la República han heredado del pasado un lastre que no se han podido sacudir, no sólo porque las gentes que los han dirigido (especialmente me refiero a la Universidad Nacional Autónoma de México, y hablo del pasado), no han hecho ningún esfuerzo para renovar las instituciones, por ponerlas al día, y por liberarlas del lastre de los malos estudiantes, sino, muy especialmente porque esos dirigentes se han conformado con establecer una paz sin honor, lo que ha originado, no solamente un estancamiento censurable y un estado de indolencia espiritual de la juventud, que no se preocupa, con excepción de algunos de sus grupos selectos, en abrir cauces de superación constante para llegar a ser hombres en toda la extensión de la palabra, capaces de enfrentarse a la vida y sus problemas con energía, con valor, con decisión, con toda rectitud y con todo optimismo.

b) La juventud no sólo de México, sino de la mayor parte de los países occidentales, lleva en sí, por el momento, un germen de despreocupación que consiste en una voluntad débil, una aversión a todo esfuerzo de ánimo y, principalmente al trabajo perseverante: apatía, incompetencia, desaplicación, falta de orientación en el esfuerzo, tendencia que la lleva directamente hacia la inmoralidad.

En el estudiante las formas más graves de esos males son la atonía y languidez de ánimo que se manifiesta en todos los actos de un joven: duerme muchas horas, no siente afición a nada y ningún estudio le gusta; todo lo hace con lasitud y fría indiferencia, lleva la pereza en su semblante y se le ve constantemente preocupado; pero sin vigor ni fijeza en los movimientos. A nuestros jóvenes les falta fortalecer su voluntad, mejorar constantemente su carácter por medio del esfuerzo asiduo y persistente.

c) En cuanto a los maestros diré que la inmensa mayoría, en mi concepto, son buenos; pero les falta el entusiasmo que magnetiza, la fe que lleva al espíritu del alumno el convencimiento de que es indispensable multiplicarse en el esfuerzo del conocer, redoblarse en los estudios de aplicación para triunfar; pero no para triunfar por cualquier medio, no para ganar un sitio usando malos y tortuosos procedimientos, sino para triunfar siempre por el camino que reconoce como virtudes supremas la lealtad, la audacia bien entendida, el valor, el optimismo y la ambición sana, y sobre todo el amor hacia todos, pues solamente así la juventud puede prepararse para ser útil a la colectividad.

d) Las universidades y centros de cultura superiores de México carecen de un ideal, carecen de una mística y sus rectores (me refiero de modo esencial a la Universidad Nacional Autónoma y hablo del pasado) se han conformado con mantener una calma deprimente de confabulación con los flojos y cuando han tenido que adoptar alguna actitud por la presión que han ejercido sobre ellos otros organismos de fuera, se conforman con plegarse a las exigencias del momento.

La mística en los pueblos, como en las instituciones, es el motor que los orienta y que los arrastra en pos del ideal y que al despertarlos, crea en los espíritus nuevas inquietudes, nuevas aspiraciones y mejores realizaciones.

La Revolución Mexicana, que en todos los órdenes ha hecho posible el progreso de la República y le ha dado a nuestra nacionalidad perfiles extraordinariamente sólidos, ha descuidado, por desgracia, a la Universidad Nacional Autónoma. De 1915 a 1928, porque la veía con desconfianza; la mayor parte de los universitarios combatieron el programa del movimiento social y fue el motivo para que se viera a la casa de estudios con indiferencia y casi despectivamente.

Y nosotros, los políticos de ayer y de hoy, somos los responsables, hemos cooperado, en parte, a la agudización de este problema. No hemos acercado la Universidad al pueblo, no hemos cuidado económicamente la vida del magisterio, y esto es muy importante, pues sin seguridad no se puede confinar el profesional en su labor; no hemos dado suficientes ejemplos de moral y de trabajo, de canalización constructiva de nuestro esfuerzo y así la mala influencia de los malos funcionarios ha llegado a los centros docentes. Yo quise hacer autónoma a la Universidad en 1929 para que viviera su vida, para que no se contaminara de los malos políticos, y la Universidad, a veces, a través de sus malos dirigentes, se ha entregado a la mala política. Y no sólo a la mala política de los revolucionarios en el poder, sino de los políticos malos de la reacción, de ideas atrasadas, conservadoras. Es necesario para bien de la cultura que nuestros máximos centros de educación no sigan siendo albergue de intelectuales enemigos de las tendencias renovadoras del presente -en México y en el mundo- únicas que pueden hacer del país una patria grande, donde el pueblo disfrute de una vida mejor que acabe con las irritables desigualdades sociales, económicas y culturales.

No hay igualdad en la cultura sin igualdad económica; no hay posibilidad de justicia sin justicia social.

Todos los mexicanos cultos, especialmente quienes hemos desempeñado cargos públicos, debemos confesar que somos en más o en menos, culpables del estado en que se halla la juventud en nuestra tierra.

La razón principal de esta responsabilidad es que muchos universitarios han olvidado dar ejemplo de moralidad, de honradez o lo que es lo mismo, que muchos maestros que han llegado a ocupar puestos públicos se han olvidado de vivir de acuerdo con los consejos que dieron a sus alumnos en la cátedra.

El problema básico de México, después de la miseria en que se debate una gran mayoría del pueblo, es la moralidad, la rectitud en el obrar. Cuando los hombres públicos dejan este camino, se convierten en los peores enemigos de la patria, contribuyen a la corrupción de la sociedad en que viven y llevan a la juventud, con su ejemplo, a un camino de perdición.

De las Facultades, salen cada año abogados, médicos, ingenieros, arquitectos, químicos, biólogos y profesores, los que en la mayoría de los casos están mal preparados y van a aumentar la ya alarmante clase proletaria-profesional, la que vive mal, se agolpa en la ciudad de México. Y esta impreparación, que es censurable, lo es más todavía en el ejercicio para poder subsistir, pues ejerce su profesión sin ética. Frecuentemente médicos se anuncian como especialistas para atrapar incautos que son víctimas propiciatorias de su perversidad; o abogados que ocupan muchos de los puestos del Poder Judicial y sin escrúpulo alguno cometen actos criminales en contra de la vida o los intereses de quienes ocurren a ellos en demanda de justicia; también los hay litigantes que sin miramientos cometen actos de prevaricato o traición en perjuicio de quienes les confían sus negocios. Con razón se dice que la justicia, que ha sido vista por todos los Gobiernos de la Revolución como hijastra, es tan criticada por la corrupción en que se encuentra, sin paralelo en ninguna otra época de nuestra historia. Y así vemos también a ingenieros de caminos muy competentes, que se ponen al servicio de contratistas inmorales para hacer carreteras que a los pocos meses están intransitables. O arquitectos que construyen lujosos y grandes edificios públicos que en los primeros años de uso ponen en peligro la vida de los ocupantes o de los escolares que los habitan; y claro, esas construcciones son generalmente propiedad del Estado, que paga fuertes cantidades que se distribuyen entre coyotes y funcionarios inmorales. La consecuencia es que el pueblo es quien tiene al fin que pagar estos abusos.

La Universidad carece de unidad y de cohesión. Las facultades no tienen entre sí la solidaridad que reclama una moralidad común; los maestros y alumnos se miran con recelo por su mutuo incumplimiento, y cuando se llega a la época de los exámenes los estudiantes se presentan sólo por salir del paso y los maestros ya no se atreven a suspender a los estudiantes. En los exámenes profesionales, salvo muy contadas excepciones, no se presentan tesis de fondo y como se sigue la costumbre de que en el paso final no se debe de reprobar a nadie, los sustentantes van al acto con la mayor frescura, seguros, de antemano, que no serán suspendidos.

A los rectores de la Universidad (hablo del pasado), les ha faltado convivir con el estudiante, conocer sus problemas, y es que no se dedican exclusivamente al desempeño de su alto encargo, el que requiere, más que otros trabajar noche y día, para remediar y corregir las dificultades estudiantiles; pues así, sólo así, se puede llegar a puerto seguro en el campo de la alta cultura.

Nuestra vetusta Universidad y los centros de cultura superior de los Estados, requieren disciplina y trabajo; son instituciones donde el respeto a la autoridad y a la investidura se han perdido. Los frecuentes disturbios, a veces por el más insignificante y fútil motivo se convierten en semillero de agitación y de discordia y muchos rectores y maestros para sostenerse en sus puestos, se han visto obligados, vergonzosamente, a consecuentar a los groseros e indisciplinados discípulos.

En los dominios del Estado moderno y en los de la familia todos los terrenos se labran y preparan para el cultivo, a veces imperfecto de la inteligencia, ninguno para la educación del esfuerzo, para el cultivo de la voluntad, para la educación moral.

Para remediar tan grandes males es urgente que las Universidades se reformen, que los gobiernos cambien; que se inculque siempre en el espíritu del alumnado el hondo sentido de responsabilidad que debe tener como buen profesionista.

No hace mucho tiempo, al celebrarse el cuarto centenario de la Facultad de Derecho, maestros y alumnos coincidieron en plantear la grave crisis académica, moral y deformación del carácter que agobia al estudiantado de nuestros días. Por otra parte, un órgano publicitario de los estudiantes de la misma facultad señalaba el inconcebible entreguismo y sumisión de nuestra máxima casa de estudios a las fuerzas políticas actuantes de la vida nacional y agregaba:

Hay que acabar con las prebendas, privilegios, inmoralidades y flaquezas que han hecho presa al centro más importante de la cultura de México.

Y concluía:

La crisis universitaria reclama una solución inaplazable.

Y todos los que hemos tenido intervención alguna en la vida universitaria, los que inclusive luchamos decididamente por su autonomía, no podemos dejar de señalar cuál es nuestra opinión frente a esta crisis de valores educativos, tal vez la más grande que ha surgido en el país en muchos años.

La faz cultural y pedagógica prospera con mayor facilidad cuando no apremian los factores políticos y sociales, cuando la libertad de cátedra es un hecho ¿y cómo se logra tal situación? Cuando los centros educativos que dependen del Estado y los que son autónomos del Estado se dediquen exclusivamente a realizar sus funciones auténticamente académicas. No hay duda que la escuela no puede separarse de la vida de la comunidad, de los factores sociales y políticos que la sustentan e influyen, pero esto es cosa diferente de que la escuela se convierta en el reflejo de los vicios y de las inmoralidades que postulan los políticos desacreditados que luchan exclusivamente por sus intereses personales. No, la escuela es un centro de preparación política, no un centro de ejercicio político. La Universidad debe ser un centro de estudio, de discusión de los sistemas políticos del mundo y de las doctrinas que los inspiran, con la misma afición con que se debe estudiar la matemática, la botánica, la historia de México, la geografía local y universal, etc., etc., pero no convertirse en centro de lucha o de perversión política.

Y esto es aplicable a maestros y alumnos. No hay duda que el maestro debe tener sus ideas políticas, debe pertenecer a un partido político y luchar por la vida política del Estado; pero eso no debe hacerlo en la escuela, ni en su calidad de maestro. Su función magisterial es otra, la de enseñar matemáticas, geografía, historia, etc., etc., la de dar el ejemplo de cumplimiento en el trabajo, de la vida moral, de luchar en su esfera por la prosperidad del país. El estudiante, por su parte, debe dedicarse al aprendizaje de los nuevos conocimientos, a la formación de su carácter, a canalizar su esfuerzo a ese fin, a educar su voluntad de trabajo constructivo, a luchar por el mejoramiento de su escuela, de su comunidad, de la Nación entera.

Cuando el maestro descuida su preparación y su trabajo de enseñanza para dedicarse a la agitación y a la lucha sindical, se convierte en un activo político; pero se transforma en un mal maestro. Debe dedicarse a enseñar en la escuela y a hacer política fuera de ella. Cuando el estudiante descuida su formación científica y técnica para convertirse en agitador y sigue a sus malos maestros en esa labor de agitación, está desviando su vida hacia la mala política con detrimento de su preparación en el presente, de su futuro y con perjuicio para el país.

Esta simplista manera de razonar tiene una amplia justificación en la psicología moderna; no se puede entregar el manejo de una máquina de ferrocarril, a un aprendiz; no se puede entregar el manejo de un partido político a una persona que no tenga experiencia gremial, sindical, política. La psicología moderna determina cuáles son las características del educador y del hombre político. El espíritu de enseñanza no lo tiene el hombre político, ni el hombre económico, sino el hombre de tipo social. El hombre socialista es el tipo psicológico que concuerda con la profesión del maestro, el buen maestro debe ser del tipo socialista, en el que el desinterés, el sacrificio, la comprensión en la formación del alumno, el amor en la salvación de la comunidad, debe ser su meta superior. Y no hay duda que la crisis educativa por la que atraviesa el país requiere mejores maestros, auténticos maestros, aquellos que se dediquen a estudiar su materia y a enseñarla con sacrificio, aquellos que luchen por crear hábitos de trabajo en sus discípulos mediante la educación del esfuerzo, de la voluntad, de la vida moral.

El país ya está cansado del maestro-político-agitador, que olvidándose de sus funciones sociales de amar y servir a la comunidad por la enseñanza, hacen presa a la escuela de los grupos políticos manchados que a todas luces y a toda costa debemos eliminar. Hacen más patria y más labor social de tendencia igualitaria los maestros que se dedican a la enseñanza práctica del civismo dentro de las aulas, que quienes en nombre de un falso socialismo faltan a sus clases para asistir a los mítines o chismes sindicales, los que fomentan huelgas estudiantiles en vez de canalizar la vocación por el trabajo sistemático y honrado.

Son de lamentar las graves irregularidades y defectos de que adolece la Universidad Nacional Autónoma de México.

Sin duda que el eminente cardiólogo y gran médico, Dr. don Ignacio Chávez, ha hecho una labor efectiva en bien de nuestra Casa de Estudios, con la colaboración del distinguido abogado y gran jurista, Dr. Roberto Mantilla Molina.

Esos esfuerzos han sido reconocidos hasta por sus mismos enemigos, y es de aplaudirse que desde que entró a la Rectoría se hayan acabado los escándalos, haya más orden, se estudie más, y haya más estímulos entre profesores y alumnos.

Según el distinguido Dr. Jorge Derbez Muro, jefe del Departamento de Psicopedagogía de la Universidad Nacional Autónoma de México, en conferencia memorable que dio tratando sobre los problemas de los estudiantes y la necesidad de seleccionar a los mejores, solamente el 15% de la población universitaria está catalogada como de tipo responsable, que logra terminar sus estudios con un rendimiento satisfactorio.

Los otros tipos de estudiantes, son cinco: el machetero, el individualista, el inmaduro, el pistolero y el barbero.

Conforme a la clasificación que hace tan distinguido profesional, las conclusiones a que llegó en dicha conferencia son: malos hábitos en el estudio, lo que causa gran parte del conflicto; la autovalorización, mala coordinación al tomar datos, falta de confianza en sí mismo y desorientación, que generan el fracaso de los profesionistas en la actualidad.

Expresa el maestro a que me refiero, que al estudiante, por lo regular, al ingresar en la Universidad, le falta experiencia y le falta iniciativa por medio de la formación del hábito de estudio, que es un medio de ahorrar energía. Expresó también que de las investigaciones que ha hecho, ha llegado a la conclusión que de los hábitos de estudio deriva la actitud del estudiante ante el trabajo, y todo esto se encuentra ligado al carácter, que es dictado por la constitución física del individuo y el medio económico y social en que se desarrolla.

Concluye el Dr. Derbez refiriéndose a los maestros: que todos nosotros debemos tomar lo mejor de la población estudiantil que nos llega y tratar de comprender sus problemas.

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