AUTOBIOGRAFÍA DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA
Emilio Portes Gil
CAPÍTULO OCTAVO
PORTES GIL, PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA. SU DOCTRINA Y SU OBRA
ROMPIMIENTO DE RELACIONES CON RUSIA
A fines del año de 1929, ya para terminar el Gobierno provisional, se planteó a la Cancillería mexicana el problema de las relaciones con la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Bien sabido es que nuestro Gobierno, desde el año de 1926 -estando en la presidencia de la República el general Calles- dispuso establecer relaciones amistosas con el Gobierno soviético. Este designó entonces, con el carácter de representante diplomático en México, a la señora Kollontay, ampliamente conocida en el mundo entero como una mujer de talento, de vasta cultura y una de las que más se distinguieron en las luchas por la libertad del pueblo ruso.
Mientras dicha señora se encontró al frente de la Legación de la URSS, nuestras relaciones con su país fueron en extremo cordiales y nunca se suscitó el menor motivo de distanciamiento con su Gobierno.
La señora Kollontay fue substituida por el doctor Makar, que estuvo muy lejos de poseer las cualidades de capacidad y de tacto diplomático que caracterizaron a su antecesora. Muy por el contrano, el señor Makar, a quien personalmente traté en vanas ocasiones, era un hombre sin gran cultura, poco conocedor de nuestro medio y de cortos alcances intelectuales. El fue, sin duda, el mayor responsable de que México rompiera, en el mes de enero de 1930, sus relaciones de amistad con la Rusia Soviética. Las causas que determinaron tal rompimiento se dieron a conocer ampliamente por nuestra Cancillería en aquel entonces.
Desde hacía ya algunos meses, nuestro Ministro en Moscú -el señor profesor Jesús Silva Herzog- rendía informes sobre lo difícil que venía haciéndose el desempeño de su misión diplomática; pues el espionaje que el Gobierno soviético hacía sentir en torno del personal de nuestra Legación llegaba a asumir caracteres irritantes. A esto se agregaban los ataques sistemáticos que, en las sesiones del Partido Comunista de Moscú, se hacían al Gobierno de México, acusándolo de ser un instrumento del imperialismo americano y de la burguesía por el solo hecho de que no se permitía al pequeño grupo llamado comunista, de la ciudad de México, cometer la serie de violencias y desórdenes que a diario intentaba llevar a cabo en las calles y en las plazas, por medio de la celebración de mítines en que se injuriaba de manera soez a altos funcionarios de la Federación. En varias ocasiones llamé personalmente la atención al doctor Makar, haciéndole ver lo inconveniente de la conducta de su Gobierno, al hacerse eco de los gritos de auxilio que los supuestos comunistas mexicanos lanzaban desde el territorio nacional; gritos que Moscú acogía con vehemencia paternal a la vez que ordenaba a sus huestes de todo el mundo ejecutar en contra de nuestras legaciones verdaderos actos de violencia.
La Legación soviética en México era un centro de inquietud política y de propaganda. Celebrábanse en ella constantes reuniones de carácter político, a las que asistían, por invitación, muchos de nuestros nacionales. Adiestrábanse éstos en actos de agitación; de allí salían emisarios para diversos Estados del país con fines exclusivamente políticos y, mientras esto se hacía en nuestro territorio, en Moscú se desarrollaba una labor semejante que, proyectada a naciones de Europa y de América, dio por resultado frecuentes atentados en contra de Embajadas y Legaciones Mexicanas. Así fue como -en Amsterdam, Estocolmo y Montevideo, Buenos Aires y en otras ciudades- los grupos comunistas apedrearon los edificios de nuestras Representaciones Diplomáticas y nuestros consulados, teniendo que intervenir enérgicamente la policía para evitar mayores atentados.
En mis entrevistas con el señor Makar le hacía ver que no era procedente aquella actitud de su Gobierno y que México tenía forzosamente que poner límite a una situación que estaba totalmente en pugna con los más elementales principios del Derecho Internacional.
Hasta ahora -le decía- los únicos países amigos sinceros de la URSS son México y China; sobre todo México, al que nada ha importado el exponerse a una acción desfavorable del Gobierno americano. Sin embargo, son México y China los países más atacados por el Soviet, acaso porque ambos son débiles (el caso de China era semejante al de México en relación con la URSS).
Le citaba el ejemplo de Italia, en que imperaba ya un régimen que perseguía al comunismo en forma violenta, y en donde ser comunista se consideraba por el fachismo como una traición a la Patria. Y sin embargo -añadía yo- es con esta nación con la que mejores relaciones comerciales y amistosas mantiene la URSS.
Makar procuraba siempre rehuir el tema y daba excusas improcedentes; pero, en realidad, los llamados comunistas mexicanos de entonces recibían de él las instrucciones y el dinero que necesitaban para atacar al Gobierno de México. Este dejó transcurrir pacientemente los hechos hasta que no le fue posible aceptar tan insoportable conducta, ya que, simultáneamente, la prensa soviética -que estaba al servicio del Kremlin- calificaba a México y a su administración con las más injuriosas expresiones.
Se hicieron a tiempo las representaciones del caso, se trató de convencer al Gobierno de Moscú de las deplorables consecuencias de su comportamiento y, en forma todavía muy amistosa, se le pidió que hiciera cesar esa situación.
Se nos explicó entonces, que las agresiones procedían de la Tercera Internacional y que ésta y el Gobierno soviético eran organismos independientes.
Naturalmente, resultaba difícil aceptar una explicación tan ajena a la verdad.
Cuando las circunstancias se hicieron insostenibles -y perdida la esperanza de poner fin a tan extraña actitud- se fijó un plazo prácticamente razonable para llegar a un buen arreglo. A la nota que sobre este particular se dirigió a la Cancillería soviética, ésta contestó:
Que el Partido Comunista Ruso era el que había acordado las actividades en contra del Gobierno mexicano; que nada tenía que ver el Gobierno soviético con la política agresiva en contra de nuestras Legaciones en países extranjeros y que como el Partido Comunista de Moscú era independiente del Gobierno de Moscú, nada podía hacer éste para evitar aquellos violentos actos.
Convencido el gobierno mexicano de que sería vano todo esfuerzo de cordialidad, y debidamente informado al propio tiempo -por nuestro representante en Moscú- del espíritu que allí prevalecía sobre éste y otros temas conexos, no fue posible continuar tolerando, a riesgo de la dignidad nacional, tan lamentable situación. En tal virtud, el Gobierno de México formuló un comunicado en el que notificaba los motivos por los que suspendía sus relaciones diplomáticas con la URSS, dejando a salvo los sentimientos de consideración que sentía por el pueblo de Rusia que, como el de México, tanto se había distinguido en sus luchas por la libertad.
La nota que dirigió al Gobierno soviético -que se publicó en los diarios de la capital- se hallaba concebida en los términos que reproduzco a continuación:
El gobierno de México ha estado recibiendo informes sobre manifestaciones comunistas realizadas ante nuestras Embajadas en algunas capitales del Continente Americano, con pretexto de protestar por las medidas que aquí se han venido tomando en contra de algunos agitadores extranjeros, que se mezclaban en nuestros asuntos interiores y pretendían subvertir la tranquilidad pública. También tuvo noticias, con anticipación, de que se preparaban dichos actos.
En ninguna ocasión se ha protestado por ellos ante los Gobiernos respectivos, pues sabía de antemano que ni dichos Gobiernos ni sus pueblos tienen ninguna responsabilidad y han hecho todo lo necesario para reprimirlos.
El Gobierno de México sabe perfectamente que esta propaganda contra nuestras instituciones y la Revolución Mexicana, ha sido preparada y dirigida desde Rusia. Sabe también que los grupos comunistas rusos no obran ni pueden obrar independientemente, porque cualquier organización política de aquel país está sujeta al Gobierno soviético.
Los últimos Gobiernos revolucionarios de México han aceptado mantener relaciones amistosas con la Rusia soviética, siguiendo su norma internacional de respetar todas las soberanías extranjeras para que la de México sea respetada por todas las naciones, y como prueba evidente de su libertad y alteza de miras, puesto que aun a sabiendas de los riesgos que ha tenido que sortear y de las críticas falaces que en algunas ocasiones se le han dirigido por su amistad con el régimen soviético, quiso dar aquella prueba de simpatía a un pueblo que ha sufrido tradicionalmente por la causa de su libertad.
Desgraciadamente, esta levantada conducta no ha sido debidamente justipreciada por Rusia, quien -oponiendo unas veces dificultades a nuestros nacionales, o realizando propaganda política en México, entre nacionales y extranjeros, o cometiendo actos de descortesía, insolencia o afectada incomprensión en nuestras gestiones, o dirigiendo en diversos países manifestaciones en contra de México y nuestras instituciones o ideales- ha acabado por producir situaciones que ya no es posible ni decoroso seguir tolerando con la discreción y calma que se había puesto de nuestra parte.
Como el más elemental sentido común lo enseña, el Gobierno de México tiene todo derecho, en nombre de sus leyes y sus principios, a no consentir que elementos extranjeros se mezclen en nuestros actos políticos, cuyo ejercicio la Constitución y los usos de todas las Naciones reservan exclusivamente a los nacionales, ni que dichos extranjeros tomen nuestro territorio como teatro de sus maquinaciones y de sus intrigas contra los mexicanos. Usando de ese derecho inalienable, no les ha permitido su convivencia entre nosotros y está dispuesto a hacer respetar enérgicamente al país y sus leyes, contra quienes pretendan tomar a la Nación como abrigo de turbios manejos de extranjeros nocivos e indeseables.
Como consecuencia de esta conducta y de los sucesos enumerados, el Gobierno dio instrucciones desde hace varios días, para que su ministro en Moscú saliera de aquella ciudad y acaba de transmitirlas al secretario que había quedado como Encargado de Negocios, para que, como un acto de protesta, abandone aquel país, junto con los empleados de la Legación.
La determinación tomada por el Gobierno de México para romper sus relaciones con la Rusia Soviética, dio origen a una actitud todavía más agresiva del Gobierno de dicho país, que impartió instrucciones a sus agentes en todo el mundo para reanudar actos lapidarios en contra de nuestras Embajadas, Legaciones y Consulados.
La resolución que tomó el Gobierno de mi cargo para romper sus relaciones con el Soviet, se comentó en todo el mundo.
Naturalmente, para dar tal paso, procuré allegar todos los datos e informes que me convencieran de que nuestros llamados comunistas obedecían a instrucciones del ministro Makar, para desarrollar la labor antipatriótica que el Gobierno mexicano se veía en el deber de sofocar. Para ello se adoptaron enérgicas medidas que, sin embargo, nunca pasaron, por lo menos durante mi Gobierno, del simple arresto en las comisarías.
Eran los tiempos en que el Soviet gastaba enormes sumas de dinero para provocar la agitación comunista en todo el mundo. No se había iniciado aún la política aconsejada por Dimitroff en la Tercera Internacional, consistente en tolerar y respetar a los regímenes de las demás naciones, para procurar introducirse en ellos por procedimientos burocráticos y a fin de provocar a su tiempo, cuando ya el fruto estuviese bien maduro, el desquiciamiento total, como sucedió en la infortunada España.
Yo estaba enterado de muchos de los planes secretos de nuestros comunistas. Me interesaba conocerlos para estar prevenido y en posibilidad de servir eficazmente a mi país. Y todo me revelaba que la Legación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas era el lugar de reunión de los comunistas; que allí se tramaban, se aconsejaban y se financiaban las actividades de los redentores soviéticos.
Confieso que, durante mi gestión como presidente provisional, puse en práctica medidas de carácter conciliatorio para hacer comprender a varios comunistas amigos míos (David Alfaro Siqueiros, entre otros), que era antipatriótica su conducta y que lo conveniente para ellos era colaborar con el Gobierno de mi cargo, el cual podía ufanarse de estar desarrollando de acuerdo con nuestras posibilidades- una política revolucionaria en beneficio del proletariado.
Nada pude lograr por la vía del convencimiento. Las manifestaciones de cincuenta o de cien comunistas se sucedían diariamente, en el Zócalo, y provocaban escándalos y violencias que tenían que soportar los pacíficos transeúntes. En tal virtud -y creyendo, como siempre he creído, que el Gobierno tiene el deber ineludible de otorgar plenas garantías a la sociedad que sirve, y de hacer que se respete, a toda costa, el principio de autoridad- me vi precisado a dar instrucciones para que se impidieran aquellos desórdenes callejeros, siendo inexacto que durante mi gestión se deportara a ninguno de estos señores a las Islas Marías.