Índice de Autobiografía de la Revolución Mexicana de Emilio Portes GilCAPÍTULO VIII - Portes Gil, presidente de la República. Su doctrina y su obra - Presentación de los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y del Tribunal Superior del Distrito FederalCAPÍTULO VIII - Portes Gil, presidente de la República. Su doctrina y su obra - La novena Convención de la Confederación Regional Obrera MexicanaBiblioteca Virtual Antorcha

AUTOBIOGRAFÍA DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA

Emilio Portes Gil

CAPÍTULO OCTAVO

PORTES GIL, PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA. SU DOCTRINA Y SU OBRA

LA CAMPAÑA PRESIDENCIAL DEL SEÑOR LICENCIADO DON JOÉ VASCONCELOS
Su actuación como educador hasta 1923. Su sonado fracaso. Claudicación de este hombre, que fue una gran esperanza de México.


En 1915, en 1923, en 1927 y en 1929, la oposición, representada respectivamente por Villa, De la Huerta, Serrano, Escobar y Vasconcelos, no podía haber triunfado porque ni tenía razón para enfrentarse a los regímenes que combatía, ni éstos habían llegado a cometer errores de tal magnitud que justificaran la revolución; ni los representativos de la oposición eran hombres que, por sus antecedentes, se hicieran acreedores a que la nación les confiara sus destinos; ni mucho menos encarnaban un programa de reivindicaciones que opacara al programa que ya estaban llevando a cabo los regímenes que combatieron. Antes bien, todos ellos, Villa, De la Huerta, Serrano, Escobar y Vasconcelos, se significaron en sus luchas por la conquista del poder como hombres que se espantaban de las reformas que los gobiernos constituidos venían implantando. Véanse, si no, los programas que expusieron, los discursos que pronunciaron sus propagandistas y los actos de gobierno que ejecutaron sus directores; actos que significaban un franco retroceso y que tenían por finalidad atraerse las voluntades de las gentes que se sentían heridas por las reformas implantadas.

Vasconcelos inició su gira presidencial desde los Estados Unidos, en donde hizo unas declaraciones en el mes de octubre, en la ciudad de El Paso, en las cuales se hacía pasar como víctima del gobierno mexicano, atribuyéndose la calidad de perseguido y desterrado. Con motivo de tales declaraciones y encontrándome al frente de la Secretaría de Gobernación, expresé a la prensa del día 7 de octubre de 1928 lo siguiente:

El señor licenciado don José Vasconcelos se expatrió voluntariamente. Después de su salida de la Secretaría de Educación Pública, continuó viviendo en el país dedicado a labores periodísticas y salió espontáneamente. En el extranjero se ha atribuido el papel de víctima, pero porque él ha querido. No pertenece al grupo de mexicanos que se encuentran expatriados por haber llevado a cabo actos delictuosos y, en esa virtud, el señor licenciado Vasconcelos puede venir cuando lo desee, en la inteligencia de que, en la labor política que pretende desarrollar, tendrá todas las garantías que las leyes conceden a cualquier mexicano.

Pocas semanas después, el licenciado Vasconcelos entraba al territorio nacional por la ciudad de Nogales, Sonora, lugar en que dio sus primeras conferencias de carácter político, las cuales -según alguno de sus biógrafos, el ingeniero Vito Alessio Robles- se hizo pagar. Durante su campaña a través del territorio nacional, Vasconcelos reveló un total desconocimiento del medio político en que actuaba. Sus discursos se caracterizaron, siempre, por una absoluta ignorancia de los problemas nacionales: nada que interesara a los trabajadores, nada que interesara a los campesinos, nada que significase al hombre de Estado, ni siquiera al político de visión amplia. El filósofo hablaba de sufragio efectivo, de no reelección; principios que, si habían servido para levantar al pueblo en armas en 1910, en 1929 eran preceptos definitivamente conquistados, indestructibles, que poco o nada interesaban a las masas proletarias, las cuales exigían algo más efectivo, algo más provechoso y menos especulativo, algo que les proporcionara bienestar material y que les permitiera llevar a la boca hambrienta de sus hijos el pedazo de pan que, desde hacía años, venían reclamando. Como era el gobierno la institución que con más entusiasmo -y sin claudicación alguna- venía satisfaciendo, desde el año de 1920, aquellas necesidades, entregando tierras a los campesinos y dando a los obreros decidido apoyo para la conquista de sus derechos, las prédicas de Vasconcelos no tenían resonancia alguna en el conglomerado humilde. Y eran los descontentos de todos los tiempos, los despechados de todos los regímenes y, sin duda, un sector respetable, compuesto de estudiantes y políticos románticos, los que formaban coro y seguían al filósofo en sus andanzas políticas.

Vasconcelos había salido de la República muy poco tiempo después de su derrota como candidato al gobierno de su Estado natal, Oaxaca, a principios del año de 1924. Su espíritu, enfermo de megalomanía, se había amargado porque nadie en México lo tomaba en serio; muy a pesar de que él se consideraba como el único mexicano con capacidad para gobernar al país. Por el extranjero anduvo errante varios años y, para poder vivir, no encontró nada más cómodo que dar conferencias y escribir artículos sobre su desventurada patria. Con pretexto de atacar rabiosamente a los generales Obregón y Calles, llegó a cometer el gravísimo error de confundir a aquéllos con la nación misma, contra la cual escribió un sinnúmero de sandeces por las cuales la posteridad no podrá menos que juzgarlo severamente.

¿Qué podía esperar Vasconcelos de México, cuando en 1929 regresó a pedir el voto de sus conciudadanos para ocupar la más alta dignidad nacional? Es verdad que algunos sectores populares se movieron en su favor. Es cierto que tuvo público numeroso, que lo aclamó en algunos Estados; pero es mentira que el pueblo, que la masa campesina -que es la que resuelve en México las sucesiones presidenciales desde el año de 1910- se interesara por este hombre amargado que no supo ni siquiera ser leal a su partido; puesto que, cuando éste necesitaba más de su jefe, vergonzosamente cruzó la frontera para ir a refugiarse a los Estados Unidos, en espera de que el pueblo en masa se levantara en armas, para conducirlo a la silla presidencial.

Posteriormente a su derrota, el señor licenciado Vasconcelos escribió una serie de libros, en los cuales vació todo su despecho sobre los hombres que actuamos en la política de México durante aquellos años; pero principalmente sobre mí, haciéndome aparecer como el causante de su penoso fracaso. Para justificarse, ante sus partidarios, de su vacilante y medrosa actitud de aquellos días, recurrió a tal número de falsedades que parece increíble que un hombre de su calidad afirme, con el desplante inaudito con que lo hace, cosas que sabe -él más que nadie- que son absolutamente inexactas.

No estaba en mi ánimo, cuando comencé a escribir este libro (Refiérese a su obra Quince años de política mexicana, publicado en el año de 1940. Precisión de Chantal López y Omar Cortés), ocuparme de contestar ataques que se me han hecho por multitud de escritores -unos de buena fe y otros con manifiesta perversidad- durante los últimos 10 años; pero como el caso del señor licenciado Vasconcelos es el de un hombre que, con justicia, llegó a considerarse como uno de nuestros mejores escritores, y como seguramente sus obras sobre política e historia están llamadas a ser consultadas, me considero en el deber de contestar, tranquila y serenamente, los cargos que me hace y las mentiras que asienta, para que la posteridad juzgue con toda imparcialidad a cada uno de nosotros y esté en la posibilidad de emitir su juicio desapasionado y certero.

Uno de los principales cargos que me hace en su libro El Proconsulado, es de haber sido el instrumento del general Calles y el director de la imposición presidencial en favor del candidato, señor ingeniero Pascual Ortiz Rubio. Esto lo vino a decir el señor licenciado Vasconcelos después de 10 años de que salió derrotado en las elecciones de 29; pues, durante su gira, no tuvo para mí sino palabras de encomio, porque él sabía que yo me empeñé -y lo logré- en que se le dieran toda clase de garantías, reprimiendo con mano enérgica los abusos que cometían las autoridades inferiores.

En toda lucha electoral es imposible que el presidente de la República pueda evitar que las autoridades de los Estados, de categoría inferior, intervengan y violen las garantías a que tienen pleno derecho los candidatos o sus partidarios y sería injusto hacerle responsable de tales arbitrariedades. El jefe del Poder Ejecutivo es responsable de que los altos funcionarios nombrados por él y el personal de sus dependencias observen una conducta de absoluto respeto a nuestras leyes. El presidente de la República es responsable de que el ejército, como fiel guardián de las instituciones, observe una actitud imparcial en toda justa electoral e imparta por igual las garantías necesarias para el ejercicio de los derechos cívicos. Cuando alguien ocurre en queja por haber sido víctima de un atropello, el presidente debe, con toda energía, obrar para evitar que se cometa ningún acto violatorio.

Esta fue, justamente, la conducta que observé durante las elecciones de 1929. Para demostrarlo, voy a reproducir algunas de las muchas declaraciones que sobre el particular hizo el propio candidato licenciado Vasconcelos. Y esto, en los momentos en que la campaña electoral asumía mayores caracteres de violencia y de pasión.

El señor licenciado Vasconcelos recorrió los Estados de Sonora, Sinaloa y Nayarit, sin ser molestado por ninguna autoridad civil o militar, según él mismo lo confiesa en su libro. Al llegar a la ciudad de Guadalajara, Jalisco, expresa:

... que una porra de grítones, pagada por el gobernador Margarito Ramírez, lo recibió en la estación y cometió atropellos con sus partidarios.

Pero no dice que, tan pronto como tuve conocimiento de tales hechos y antes de recibir queja alguna de su parte, ordené a la Jefatura de Operaciones Militares que, sin consideración alguna para las personas o funcionarios que trataran de coartarle su libertad, las fuerzas federales escoltaran a él y a sus simpatizadores, para que celebrasen cuantos actos o reuniones públicas desearen.

La orden que di y que se transcribió a todas las autoridades militares y gobernadores de los Estados, para que les sirviese de norma en el ejercicio de sus funciones, dice así:

Los corresponsales de todos los diarios de esta capital, en los reportazgos que han enviado con motivo de la llegada a Guadalajara del candidato José Vasconcelos consignan que éste y sus partidarios fueron objeto de actos hostiles, que las autoridades no fueron capaces de reprimir. Algunos periódicos atribuyen tales actos a elementos oficiales del Estado.

La repetición de estos hechos, que debo dar por reales en términos generales, dada la uniformidad de las informaciones recibidas, daría lugar a que la actual contienda política, principiada afortunadamente en un tono de ponderación que urge conservar, se enconara y se encendiera en proporciones que aumentarían a medida que también creciera la intervención arbitraria de los elementos oficiales. Es por ello, por lo que el suscrito, resuelto a mantener la más absoluta neutralidad y a respetar la voluntad popular tal y como se manifieste en los próximos comicios, considera de su deber condenar los actos de violencia registrados en Guadalajara y exhortar a los distintos grupos antagónicos para que moderen sus pasiones, ahora que todavía no están desencadenadas y, para que tiendan a conquistar adeptos, medio único, que podrá servir para el logro de sus propósitos político-electorales.

Más aún: consciente de que mi carácter de autoridad me obliga no sólo a mantener el apartamiento que en materia electoral ofrecí en mi mensaje del 30 de noviembre, sino también a impedir, por los medios que están a mi alcance, que otras autoridades hagan uso indebido del poder que en ellas se ha depositado, ya me dirijo, por los conductos debidos, a los gobernadores de los Estados y a los jefes de Operaciones, recomendando a los primeros que no autoricen contramanifestaciones y ordenando a los segundos, que presten toda clase de garantías a los candidatos y a sus partidarios, aun en los casos en que, con motivo de la lucha política y al calor de ella misma, se externen conceptos despectivos para las autoridades locales o federales.

Por lo que toca a los cargos formulados en contra de las autoridades locales de Jalisco y de los cuales no debo hacerme solidario por no tener aún informes fidedignos en qué apoyarme, espero que las mismas autoridades aludidas los desautorizarán, separando a los empleados que hicieron mal uso de su investidura oficial y castigando con eficacia, conforme a la ley, a los que se convirtieron en delincuentes, al golpear a ciudadanos que no hacían sino ejercitar derechos cívicos inviolables (Este documento fue reproducido por los diarios El Universal, Excelsior y La Prensa, el 29 de enero de 1929. Precisión de Chantal López y Omar Cortés).

Al día siguiente, el señor licenciado Vasconcelos, comentando el acuerdo dictado por mí, declaró a la prensa:

Altamente complacido leí las declaraciones del señor presidente Portes Gil, relativas a los sucesos de Guadalajara y me satisface como mexicano ver que el gobierno no teme reconocer la verdad y hacer esfuerzos para mejorar la situación que ha venido atravesando la patria.

Puede estar seguro el gobierno de que no tendrá partidarios más leales que nosotros en esta tarea de que en México impere la moralidad y justicia, sin lo cual no es posible una vida civilizada.

El Partido Nacional Anti-Reeleccionista, principal apoyo de la candidatura del licenciado Vasconcelos, por boca de su presidente, el señor ingeniero Vito Alessio Robles, declaró:

La agresión cuidadosamente preparada y anunciada por las autoridades locales en contra del licenciado José Vasconcelos -precandidato del Partido Nacional Antirreeleccionista- y contra de sus partidarios, ha sido duramente condenada por el licenciado Portes Gil, presidente interino de la República.

En Sonora, Sinaloa y Nayarit, el licenciado Vasconcelos realizó una gira verdaderamente civilizada y ennoblecedora de los procedimientos políticos, de lo cual debe ufanarse el país.

Estaba reservado al absurdo gobernador de Jalisco, Margarito Ramirez, emplear medios salvajes para frustrar la recepción del precandidato que, inerme y en medio de simpatizadores inermes también, entre los que se encontraban multitud de damas, recibía el homenaje de simpatía de un pueblo que se ha distinguido siempre por su civismo. La actitud del señor presidente de la República, al condenar de modo enérgico ese atentado de lesa civilización no se hizo esperar, consecuentando así con su mensaje de 30 de noviembre último, en el que prometió que, por todos los medios a su alcance, haría que todas las autoridades dejasen de ser factores decisivos en la campaña electoral.

Nosotros no podemos menos que felicitar a dicho alto funcionario por esa actitud, tanto más loable cuanto que, a su alrededor, se debaten muy fuertes intereses tendientes a determinar procedimientos hostiles a los elementos independientes. Además siendo su actuación puramente transitoria y habiéndose hecho cargo de una situación creada que no le permite obrar con la libertad deseada, bastante es que procure enmendar los yerros y salvajismos de quienes no debieran regir los destinos de un Estado. Eso no obstante, el Partido Nacional Anti-Reeleccionista espera que el señor licenciado Portes Gil seguirá cumpliendo enérgicamente con su deber, en esta lucha de renovación de poderes, ya no sólo condenando los atentados, sino reprimiéndolos con mano enérgica y decidida y evitándolos en todo caso. Como nosotros y como toda la nación, estará convencido de que el pais quiere un cambio radical de hombres y de procedimientos; que a pesar de todo, ese cambio se operará y que los mexicanos harán todo género de sacrificios para darse un gobierno fuerte por su popularidad, por su energía de carácter y acción y por la rectitud de los actos gubernamentales (Documento reproducido en los diarios El Universal, Excelsior, y La Prensa, el 30 de enero de 1929. Precisión de Chantal López y Omar Cortés).

Después del Estado de Jalisco, el señor licenciado Vasconcelos recorrió los de Michoacán, Guanajuato y México sin que en ninguno de ellos tuviese el menor motivo de queja. En Morelia, con motivo del levantamiento que encabezaron los generales Escobar, Manzo, Aguirre y Topete, hizo unas declaraciones en que condenaba dicha sublevación. Los principales párrafos de tales declaraciones dicen así:

Ayer hice en Uruapan declaraciones semejantes a las del Comité Pro-Vasconcelos de la capital, en el sentido de que condenaba la rebelión militar ocurrida en Veracruz y Sonora.

Al llegar a ésta me entero de que la agitación es más grave de lo que parecía en un principio y en esta virtud, no sólo ratifico mis declaraciones anteriores, sino que las hago más terminantes, expresando:

Que no se merece ninguna simpatía, ni ofrece a mi juicio ninguna esperanza un movimiento meramente militar cuya mira es destruir un poder creado por los mismos que hoy lo combaten.

Ante la amenaza de ver aparecer directorios militares o caudillajes sombríos, debemos acallar rencores para atender al presente y resolvemos a apoyar al gobíerno civil que preside el licenciado Portes Gil.

En el pacto tácito que todos celebramos al iniciar la presente campaña electoral, los candidatos nos comprometimos a no atacar la autoridad del gobierno y éste a no estorbar nuestras actividades políticas. Y no hay hasta ahora razón para que nosotros declaremos violado o concluido el pacto. Al contrario, vemos en la continuación del gobierno del licenciado Portes Gil la mejor posibilidad de que se lleve adelante la campaña democrática que, según parece, han querido interrumpir aquellos que no se sienten seguros de triunfar con el voto (Nota publicada en los periódicos El Universal, Excélsior y La Prensa, el 8 de marzo de 1929. Precisión de Chantal López y Omar Cortés).

El día 10 del propio mes de marzo, el licenciado Vasconcelos arribaba a la capital de la República, sin que hubiese habido, de parte de las autoridades, ningún acto de presión en contra suya o de sus partidarios, quienes celebraron una manifestación y una serie de reuniones y gozaron de la mayor libertad. Vasconcelos permaneció en la ciudad de México hasta el 28 de abril. Después recorrió Puebla, Tlaxcala y Veracruz y declaró, el 19 de mayo, lo siguiente:

Aprovecho la oportunidad que se me ofrece para declarar falso el rumor de que estuve a punto de ser víctima de un atentado y para decir que he recorrido una buena parte del Estado de Veracruz sin encontrar otra cosa que interés por cuestiones políticas del momento, y cordialidad y simpatía. Las autoridades que en algunos Estados, como Jalisco, son esbirros y en otros lugares disimulan mal su encono, en Veracruz se han mostrado liberales, atentas y gentiles. Veracruz me ha recordado a Sinaloa y me ha ratüicado la confianza en México (Declaración publicada en los diarios El Universal, Excélsior y La Prensa, el 19 de mayo de 1929. Precisión de Chantal López y Omar Cortés).

En Apizaco, Tlaxcala, el señor licenciado Vasconcelos, en discurso que pronunciara el 8 de junio, ante sus partidarios y en el que atacó duramente al candidato Ortiz Rubio y a los generales Calles y Obregón, dijo textualmente:

Para ser candidatura de imposición tendría que contar con el gobierno Federal y no puede el presidente Portes Gil sentirse inclinado a sostener a un sujeto que, en instantes de vesania, se proclama latifundista cuando Portes Gil es agrarista. Portes Gil, que anda repartiendo tierras, no puede apoyar a quien declara transitorias las dotaciones ((Declaración publicadas el 9 de junio de 1929 en los diarios El Universal, Excélsior y La Prensa. Precisión de Chantal López y Omar Cortés).

Después, siguió el candidato de los anti-reeleccionistas visitando el Estado de Hidalgo. En la ciudad de Pachuca fueron detenidos tres de sus partidarios, habiendo manifestado él que no formulaba queja alguna, pues quería que ... la Nación se diese cuenta de que algunos funcionarios de los Estados seguían cometiendo atropellos, no obstante las órdenes dadas por el presidente de la República.

El 25 de junio, el señor licenciado Vasconcelos se dirigió a la presidencia, quejándose en contra del gobernador de Oaxaca, por su intervención en trabajos electorales en favor del candidato Ortiz Rubio. El mensaje dice así:

México, D. F., junio 25 de 1929.
Señor licenciado Emilio Portes Gil, presidente de la República.

Después de agradecerle sinceramente su eficaz intervención en el caso atropellos cometidos contra mis partidarios en Pachuca, me veo obligado a suplicarle se sirva prestarme su respetable intervención ante el gobierno de Oaxaca, pues sin duda a causa de que el gobernador López Cortés se ha declarado partidario de Ortiz Rubio las autoridades locales presionan a nuestros partidarios. Hoy recibimos informes de que en Juchitán fue disuelto por agresión de la policía encabezada por el tesorero municipal, un mitin pacífico que con gran concurrencia se celebraba. Expresan los directores del mitin, señores Henestrosa y Moreno, que en este caso tampoco las autoridades militares les otorgaron garantías. Respetuosamente.

J. Vasconcelos.
(Nota incluida el día 26 de junio de 1929, en los periódicos El Universal, Excélsior y La Prensa. Precisión de Chantal López y Omar Cortés).

Como puede verse por el texto del mensaje, el candidato anti-reeleccionista " ... agradece sinceramente al presidente de la República su eficaz intervención en el caso de los atropellos cometidos en la ciudad de Pachuca.

En los últimos días del mes de junio, se celebró en México la Convención del Partido Nacional Anti-Reeleccionista que proclamó como su candidato presidencial al licenciado Vasconcelos, y como se hicieran gestiones ante el secretario de Educación Pública para que facilitase el teatro Hidalgo, propiedad del gobierno, dicho funcionario, acatando instrucciones que se le habían dado desde hacía mucho tiempo, para que no facilitara el referido teatro a ninguna agrupación de carácter político, se vio en el caso de negarlo. Como aquello llegase a mi conocimiento, inmediatamente me comuniqué con el señor licenciado Ezequiel Padilla, secretario de Educación Pública, indicándole que pusiera a disposición de la directiva del Partido Nacional Anti-Reeleccionista el teatro, a pesar de que este acuerdo entrañaba una excepción a la disposición anterior.

El señor licenciado Padilla se dirigió a los directores del Partido Nacional Anti-Reeleccionista, en los siguientes términos:

Por instrucciones expresas del señor presidente de la República, esta Secretaría reconsidera el acuerdo relativo a la solicitud que hizo usted del teatro Hidalgo para celebrar allí su convención.

Por tanto, puede usted disponer de este teatro con el objeto expresado.

Atentamente, secretario de Educación Pública E. Padilla (Nota incluída en los voceros El Universal, Excélsior y La Prensa, el 29 de junio de 1929. Precisión de Chantal López y Omar Cortés).

El día 2 de julio se instaló en el Tívoli del Eliseo la Convención del Partido Nacional Anti-Reeleccionista y, al darse lectura al mensaje del secretario de Educación Pública, en que manifestaba que podía disponerse del teatro Hidalgo, ... los delegados tributaron un nutrido aplauso haciéndose un cálido elogio por el criterio imparcial, sereno y tolerante del señor presidente de la República. (Comentario incluido en las ediciones del 4 de julio de 1929, de los periódicos El Universal, Excélsior y La Prensa. Precisión de Chantal López y Omar Cortés).

Durante el mes de julio continuó su gira el candidato antirreeleccionista por los Estados de Puebla, Querétaro, Guanajuato y Aguascalientes. Con la sola excepción de una queja, relativa a que fue asesinado en Coatepec uno de sus partidarios, ninguna otra protesta por atropellos elevó a la presidencia.

Posteriormente, el señor licenciado Vasconcelos visitó el Estado de Guerrero, regresando a la ciudad de México a fines de julio.

El 28 del propio mes, hice a la prensa de la capital las siguientes declaraciones:

Tengo la seguridad de que las próximas elecciones se llevarán a cabo con absoluta libertad y sin desorden. El propósito del Gobierno a mi cargo -que ha sido secundado por los gobiernos de los Estados y demás autoridades del países el de dar las más amplias garantías y libertades para el ejercicio del sufragio. Generalmente los desórdenes en la función electoral son causados por las mismas autoridades o por funcionarios poco celosos del cumplimiento de sus deberes. Cuando aquéllas y éstos se preocupan porque haya libertad y se respetan nuestras leyes, el pueblo es respetuoso también y no comete desórdenes; lo contrario ocurre cuando no hay tal libertad y se le obliga a ponerse fuera de la ley.

Mis más ardientes deseos son los de hacer entrega del gobierno al candidato que resulte electo en los próximos comicios y servir a la Revolución y a mi país, en el lugar que se me designe, mientras más modesto mejor; o desde el hogar, pues considero que es conveniente también que los que hemos desempeñado por largo tiempo puestos públicos, dejemos el campo para que nuevos elementos tengan también la oportunidad de desempeñarlos y, finalmente, poner todo lo que esté de mi parte para que la familia revolucionaria continúe leal y fuertemente unida presentando un solo frente para el bien de la República (Declaraciones incluidas en las ediciones del 2 de agosto de los diarios El Universal, Excélsior y La Prensa. Precisión de Chantal López y Omar Cortés).

El dos de agosto, el señor licenciado Vasconcelos, en un discurso pronunciado en Irapuato, afirmó:

En el Estado de Guanajuato hay completas libertades, destacándose solamente la infame actuación de Filiberto Madrazo de León (Comentario incluido en los periódicos El Universal, Excélsior y La Prensa, en las ediciones correspondientes al 2 de agosto de 1929. Precisión de Chantal López y Omar Cortés).

Denunció el encarcelamiento injustificado e ilegal de los vasconcelistas en aquel lugar y agregó:

... que el gobernador Arroyo Ch, parece seguir la política del presidentes Portes Gil de dar garantías a los diversos partidos contendientes.

De Torreón, el 8 de agosto de 1929, me dirigió el candidato Vasconcelos el siguiente mensaje:

Señor licenciado Emilio Portes Gil.
Presidente de la República.

Con la paciencia y serenidad que da el estar apoyado por la opinión pública, he soportado los atropellos cometidos por las autoridades locales que ayer apresaron a más de sesenta personas por portar distintivos antirreeleccionistas y a las cuales se les detiene a condición de que paguen crecidas multas por su libertad, y se les acusa de atacar a las autoridades. El pueblo anoche se presentó para defenderme del asalto efectuado contra mí en el hotel y aclamó al ejército federal y a la persona de usted. El domingo, a mi llegada, que estuvo acuartelada la policía, el orden fue perfecto, pero las aprehensiones se deben al deseo de amedrentar a la opinión, pues no parece sino que, para preparar la llegada tranquila de Pérez Treviño a ésta, cuyo viaje se anuncia, es necesario meter al pueblo en las cárceles. Habiendo sido en cada caso su intervención decisiva, nos permitimos suplicarle ordenar la libertad de nuestros partidarios que pertenecen todos a la clase humilde.

También esta mañana fue aprehendido el presidente del Partido Anti-Reeleccionista de Gómez Palacio. Naturalmente estos atropellos provocan la excitación pública y ponen en los ánimos una situación peligrosa para el éxito pacífico de las elecciones. Comprendo la multitud de sus ocupaciones; pero si es la principal tarea de su gobierno garantizar el voto, me decido a suplicarle que tome medidas contra esas autoridades que parecen desconocer las órdenes terminantes de esa presidencia.

Respetuosamente, J. Vasconcelos.

El texto del mensaje anterior nos lleva a la conclusión de que el licenciado Vasconcelos reconoció que la intervención de la presidencia de la República para que se le impartieran garantías era eficaz e hizo responsables de tales atropellos a las autoridades de los Estados.

El candidato, en discursos que pronunciara en Saltillo, Coahuila, el 16 de agosto, en el que atacó duramente a sus enemigos y a los funcionarios poco escrupulosos en el cumplimiento de sus deberes, dijo:

... todas estas maniobras se estrellarán ante el esfuerzo general del pueblo, que en Torreón, y cada vez que se ofrece, aplaude al ejército federal que le da garantías y al presidente de la República que está muy por encima de la mafia política que hace versiones que desprestigian al gobierno.

En Tampico, el día primero de septiembre, en la manifestación que sus partidarios le tributaron, expresó:

... la multitud reunida es prueba evidente de que el pueblo tamaulipeco hace honor a Portes Gil, su paisano. confirmando los propósitos de implantarse la democracia y de no permitir más tiempo el sistema viciado de la imposición de camarillas ...

Y, en Ciudad Victoria, hace

... un cálido elogio del Presidente de la República, por la actitud neutral que ha observado en la contienda cívica y felicita al pueblo tamaulipeco por contar con tan esclarecido ciudadano (Nota publicada en los diarios El Universal, Excélsior y La Prensa, en sus respectivas ediciones del 19 de septiembre de 1929. Precisión de Chantal López y Omar Cortés).

No se comparan elogios tan cálidos, hechos en los momentos de la lucha por el señor licenciado Vasconcelos, con las frases despectivas que me consagra en su libro El Proconsulado y que no corresponden a un hombre que llegó a ser considerado como uno de los escritores y filósofos de mayor vigor y talento en el Continente.

Con motivo de un agasajo que los elementos militares de alta graduación ofrecieron al señor general Joaquín Amaro, secretario de Guerra y Marina, el 18 de septiembre, aproveché la ocasión para hacer nuevas exhortaciones al ejército federal, en el sentido de que continuara cumpliendo con sus altos deberes como sostén de las instituciones y garantía para el ejercicio de la democracia.

El discurso dice así:

Asistimos a un merecido agasajo que se tributa al señor secretario de Guerra y Marina. Los jefes que mandaron la columna que desfiló por la ciudad de México el 16 de septiembre, con toda justicia prepararon este acto y yo me uno a este agasajo felicitando al general Amaro por su labor al frente de la Secretaría de Guerra y Marina.

No es ni ha sido el ejército mexicano el responsable de los errores, a veces ignominiosos, que a través de nuestra historia se han cometido y se le han achacado: los responsables de esos crasos errores han sido los hombres que aprovechándose de la influencia que sobre el ejército han tenido, han llevado a esa falange de luchadores a cometer los peores actos; y esos hombres que, a través de nuestra historia, están representados por Iturbide y Santa Anna, por Huerta y por otros tantos que, olvidándose de sus deberes, han provocado acontecimientos sangrientos y desgraciados para el país, esos hombres ocupan ya el lugar ignominioso que merecen. Pero el ejército, siempre, durante todas las épocas, cuando ha sido llamado al cumplimiento del deber y a la defensa de las instituciones, el ejército ha respondido en masa y ha sabido realizar hechos heroicos.

Por fortuna, el tipo de dictador, el tipo de tirano, el militar arbitrario, está desapareciendo de nuestra historia y surge ahora el conglomerado de hombres que, compenetrados de sus deberes para con la Patria, colaboran francamente con las instituciones republicanas. Nuestro ejército, el ejército de hoy, el que gallardamente vimos desfilar por la ciudad de México hace apenas dos días, es una realidad viviente; y ese ejército, que está muy cerca del pueblo, es el sostén más fuerte del amplísimo programa de reivindicación social que lleva en sus banderas la Revolución Mexicana.

Nuestro ejército sabe, nuestro ejército siente la necesidad de confundirse con las gentes humildes de los campos y de la ciudad; nuestro ejército sabe que el Gobierno revolucionario tiene por misión el cumplimiento de un programa de mejoramiento social y nuestro ejército, como un solo hombre, se apresta a ser el sostén de ese programa de renovación social.

Y es consolador el espectáculo que presenta la República en estos momentos de agitación electoral y política. Nadie se ha atrevido a hacer al Gobierno y al ejército la menor inculpación de que se mezclen en los actos preparatorios de la elección presidencial. Y esto es consolador. Esto demuestra que la institución militar está ya francamente apartada de las mezquindades de la política electoral, que a veces ha llevado¡ a fracciones de la milicia a cometer los errores más execrables. Se inicia una nueva etapa en la República; se ha abierto un nuevo campo de acción muy grande.

El ejército que ha tenido y que debe tener por misión la defensa de las instituciones de la Patria, el ejército debe permanecer alejado de todo lo que significa lucha de intereses políticos, lucha de intereses de grupo. La institución nuestra, la que ha demostrado ya estar a la altura de sus deberes, no tiene más que una misión: la salvaguarda de los intereses de la Patria. No debe tener más que una sola norma: el cumplimiento del deber y la lealtad a las instituciones revolucionarias (Documento reproducido el 19 de septiembre de 1929 en los diarios El Universal, Excélsior y La Prensa. Precisión de Chantal López y Omar Cortés).

A raíz del choque habido en el jardín de San Fernando, durante el mitin celebrado por los partidarios del señor licenciado Vasconcelos y en el cual resultaron muertos el estudiante Germán del Campo y otra persona más y algunos heridos, todos partidarios del candidato antirreeleccionista, hice a la prensa enérgicas declaraciones condenando el atentado, del que aparecían responsables partidarios del señor ingeniero Ortiz Rubio. En efecto, tras de algunas investigaciones, que llevó a cabo la policía, se llegó a la conclusión de que los causantes de estos sangrientos sucesos fueron personas que desempeñaban comisiones de confianza en el Centro Director Ortiz-Rubista. No vacilé en señalar este hecho, no obstante que en él estaba mezclado un diputado al Congreso de la Unión e hice la consignación a las autoridades competentes.

Las declaraciones indicadas dicen textualmente:

Los lamentables sucesos acontecidos la noche de ayer en el Jardin de San Fernando, en los momentos en que celebraban los partidarios del candidato a la presidencia de la República, licenciado José Vasconcelos, una manifestación, y a consecuencia de la cual resultaron dos personas muertas y algunos heridos, hacen creer al Gobierno de la República, que la lucha iniciada bajo tan buenos auspicios, va tornando caracteres reprobables que urge a toda costa reprimir enérgicamente. Fue, primero, un lamentable zafarrancho ocurrido hace algunos días en Tampico con elementos vasconcelistas y que dejó como saldo trágico dos muertos; y ahora fue un grupo de elementos contrarios a dicho candidato el que provocó ese desgraciado suceso. De las averiguaciones practicadas por la policía aparece, que, momentos antes del zafarrancho, el carro oficial número 790, propiedad del señor diputado Teodoro Villegas, había dado vueltas por la manzana en que se desarrollaron los actos sangrientos, yendo dentro de él algunas personas. Como esto ha hecho que la opinión pública señale, como instigadores de los actos de que se trata a elementos que desempeñan puestos oficiales, se hace de todo punto indispensable que las autoridades judiciales, a quienes compete el esclarecimiento de los hechos, procedan con la mayor diligencia y sin miramiento alguno a deslindar responsabilidades, lo cual debe interesar más que al propio Gobierno de la República a los partidos contendientes, ya que se hace indispensable que la lucha electoral se desarrolle sobre bases de decencia y sin apelar en ningún caso a procedimientos criminales.

El Ejecutivo de la Unión, en lo que le corresponde, procederá con todo celo, a fin de prevenir nuevos atentados y dará todo su apoyo para que se esclarezcan debidamente los hechos delictuosos de que se trata (Nota incluida en las ediciones de El Universal, Excélsior y La Prensa. Precisión de Chantal López y Omar Cortés).

Durante los meses de septiembre, octubre y parte de noviembre, el señor licenciado Vasconcelos se ocupó de recorrer los Estados de Querétaro, Coahuila y Chihuahua. Con excepción de un zafarrancho en el puerto de Tampico, entre partidarios suyos y del ingeniero Ortiz Rubio, de otro, en la ciudad de México y de otro, en el Estado de Yucatán (zafarranchos a los que fueron totalmente ajenas las autoridades federales y en los que las jefaturas de Operaciones impusieron el orden y otorgaron a los candidatos las debidas garantías, acatando disposiciones dadas por la Presidencia de la República) no ocurrieron mayores incidentes ni mucho menos hubo queja alguna del señor licenciado Vasconcelos, por la que se tuviera noticia de que hubiese sido víctima de algún atentado personal.

A principios del mes de noviembre, el señor licenciado Vasconcelos se trasladó a Mazatlán, a donde arribó el día 10 con el objeto -según declaró- de esperar allí el resultado de las elecciones. Como abrigaba temor de ser óbjeto de alguna manifestación de parte de sus contrarios, se dirigió a mí en los siguientes términos:

Presidente de la República:

Vine a esta región invitado pasar elecciones donde empecé gira democrática y sigo recomendando partidarios tengan confianza en fuerza opinión manteniéndose tranquilos hasta conocer declaratoria Cámaras que esperamos será justificada; pero tanto en Ixtlán como en Compostela, Tepic y Villa Unión, porras armadas constituidas por elementos oficiales llegaron al tren donde viajaba en actitud amenazante y escandalosa. También aquí policía cargó esta mañana sobre manifestantes pacificos estando mis correligionarios y yo a merced de ataques que no podemos repeler. Solicitamos intervención tropas federales y nos fue negada. Deseando continuar mi viaje al norte sin dar lugar disturbios y queriendo a la vez contribuir a que el orden se mantenga inalterable hasta que venga el fallo de las Cámaras, creo situación remediaríase con sólo instruir jefes ejército efecto den garantías donde no puedan otorgarlas autoridades locales porque son órgano declarado del partido político que se dice gobiernista. Con el debido respeto y con el propósito de determinar responsabilidades ante la Nación expongo la anterior situación sugiriendo atentamente el remedio y protestando mi consideración y respeto.

J. Vasconcelos.

Tan pronto como recibí el mensaje anterior, me dirigí al señor licenciado Vasconcelos en los siguientes términos:

Noviembre 12 de 1929.
Lic. José Vasconcelos.
Mazatlán, Sinaloa.
"LT. 677.

Quedo enterado de su atento mensaje ayer. Hoy digo Jefes de Operaciones Militares Sinaloa y Sonora, lo siguiente: Estimaré usted procurar que en jurisdicción su mando manténgase mayor orden posible, tanto en diversas manifestaciones celebren partidos políticos, como durante elecciones mismas. Señor licenciado Vasconcelos, candidato presidencia República, dirigióse al Ejecutivo mi cargo solicitando garantías para hacer su gira por esa región. Sin salirme de la alta misión como jefe del ejército, sírvase procurar evítese que al candidato referido se le moleste en lo más mínimo por elementos que pretendan ejercer alguna violencia, dándosele toda clase de garantías, así como a demás candidatos y sus partidarios mientras no sálganse de la ley y del respeto a las instituciones. En términos similares diríjome gobernadores Entidades arriba citadas.

Afectuosamente.
Presidente República. E. Portes Gil.

Pero, no conforme todavía con las medidas tomadas por la Presidencia para resguardar la vida del candidato de los antirreeleccionistas, creí de mi deber dirigirme al jefe de las Operaciones en Sinaloa, ordenándole pusiera a disposición del señor licenciado Vasconcelos una escolta para que lo acompañara en su gira, y evitara cualquier atentado que los partidarios de otros candidatos trataran de cometer.

Dicha escolta lo acompañó por los Estados de Sinaloa y Sonora y no se dio el caso de que se hiciera necesario ningún acto de energía para evitar alguna violencia.

Vasconcelos aceptó gustoso la escolta que puse a su disposición, pues desde aquel momento se sintió seguro en su persona. En aquellos días nada dijo que significara disgusto por aquella disposición; antes bien, correspondió a aquel acto de generosidad con muestras de amistad para el jefe y los soldados que lo resguardaban. Sin embargo, en su libro El Proconsulado reniega de aquellos hombres que tan generosamente lo cuidaron y los hace aparecer como carceleros de quienes no podía escapar.

¡Cuánta contradicción hay en este hombre! ¡Cuánta flaqueza se observa en este filósofo! Pues habría bastado un telegrama suyo, en que se me hiciera ver su disgusto por aquella escolta, para que yo hubiese ordenado su inmediato retiro.

Todo esto prueba claramente que Vasconcelos no contó nunca con la enorme popularidad que decía había tenido. Si así hubiese sido, no hubiera necesitado de escolta que lo resguardase y el pueblo le habría dado las garantías que pedía.

No; Vasconcelos en su afán de mentir, como lo hace en todos los libros que ha püblicado a partir de Ulises Criollo, llega hasta lo inconcebible tratando de llenar de cieno a hombres que actuamos en la política mexicana con desinterés y patriotismo; sin entender que quien resultará a la postre más enlodado con las patrañas que inventa es él mismo, pues de hombre superior que fue hasta el año de 1924, se ha convertido en un despechado en quien ya no creen ni sus más apasionados discípulos y amigos. Madero, Carranza y Obregón no pidieron nunca escoltas para recorrer el territorio nacional. Solos, seguidos de la multitud, desafiaron valientemente las iras del tirano y, en infinidad de ocasiones, estuvieron, ellos sí, a punto de ser asesinados. Pero no solicitaron el favor del Gobierno al que hacían oposición. Y seguramente fue por su entereza a toda prueba -y porque, además, defendían una causa justa, para la que contaban con el apoyo de las masas populares- por lo que sus esfuerzos se vieron coronados por el triunfo más brillante que hombre alguno podría haber obtenido en los últimos cincuenta años.

En Guaymas, Vasconcelos redactó su llamado Plan de Guerra.

Le puso fecha primero de diciembre de 1929 y no lo hizo circular hasta después de haber salido del país. Su redacción es vulgar y no contiene nada que interese al movimiento social avanzado que vivía ya la República. Todo él se refería a que Vasconcelos era el Presidente electo y a invitar al pueblo a tomar las armas para la defensa de su persona. Contiene, sin embargo, una novedad que lo distingue de los millares de planes y manifiestos que se han escrito a través de nuestros movimientos sociales. El último párrafo del Plan de Guaymas dice textualmente:

El Presidente electo se dirige ahora al extranjero, pero volverá al país a hacerse cargo nuevamente del mandato tan pronto como haya un grupo de hombres libres armados, que estén en condiciones de hacerse respetar. Hágase circular y cúmplase.

¡Habráse visto mayor ingenuidad en un político! ¡Habráse visto mayor cobardía en un jefe de partido!

El señor licenciado Vasconcelos abandonó la ciudad de Guaymas para dirigirse a los Estados Unidos, saliendo por Nogales. Ya en Arizona hizo medrosas declaraciones que aparecieron en la prensa de aquellos días, diciendo:

Que era inexacto que él fuese a encabezar ninguna revolución contra el Gobierno.

Y afirmó:

... que él no había sido derrotado sino defraudado en la campaña.

Agregó:

Que se iba de México para librar a sus partidarios de cualquier dificultad y dejados en plena libertad de adoptar la política que mejor les pareciese y que lo que más deseaba era el progreso de México.

En relación con el Plan de Guaymas y comentando la conducta del señor licenciado Vasconcelos, uno de sus más entusiastas discípulos y partidarios de aquel entonces, el distinguido escritor don Rubén Salazar Mallén, en artículo que publicó en la Revista Hoy hace algunos meses dice:

... Pero el caudillo, después de pergeñar aquel pobre, aquel inútil Plan de Guaymas, huyó al extranjero. Los jóvenes de México, los jóvenes y los adolescentes, pues éstos también contaban entre los más entusiastas, encontraron de pronto que su entusiasmo estaba hueco, repleto de nada, como las nueces vanas. Y el desaliento les ganó en ese juego de dados no sólo el corazón sino el ser todo. A partir de ese día, una juventud quedó hecha pedazos. La traición del que habían elegido por jefe, y que no supo ser jefe, sino solamente recibir el halago, los dejó abandonados en la dura encrucijada. Por eso, en gran parte, se explica la corrupción de las generaciones frescas: Vasconcelos vino a depravarlas. Vasconcelos, con su falta de resolución, con su egolatría satisfecha en la campaña, se unió al callismo, tolerando su triunfo, para aniquilar moralmente a la juventud. No otro es el secreto que ha hecho de los hombres nuevos seres venales, faltos de denuedo, ajenos al espíritu de renunciación, egoístas, cobardes.

El proceso de desintegración de la juventud que sucedió al triunfo, triunfo manchado, maldito, de Ortiz Rubio, dice la enorme culpa de Vasconcelos, que no supo afrontar el sacrificio, que no arrostró el dolor y el riesgo a que lo obligaba la confianza de la juventud, la esperanza de la juventud.

Con la relación que he hecho en los párrafos anteriores creo haber destruido por completo las afirmaciones, tan poco afortunadas, que sobre mí ha vertido el señor licenciado Vasconcelos, en lo que respecta a mi actitud para con él en la campaña presidencial de 1929. Con sus propios discursos, el candidato destruye lo que dice en El Proconsulado 10 años después de pasados los acontecimientos que relato. Mas, por si el licenciado Vasconcelos pretendiese negar la autenticidad de lo insertado por mí en este libro, yo me limito a manifestar que todos los periódicos de aquella época reprodujeron sus discursos. Precisamente en ellos es donde me he documentado para escribir en la forma en que lo hago, y agrego que no consta en ninguno de dichos periódicos, que el candidato antirreeleccionista hubiese hecho la más ligera rectificación a lo que sus corresponsales remitieron, en el momento mismo en que se celebraron los mítines o las manifestaciones a que he hecho referencia.

Cabe pues preguntar al señor licenciado Vasconcelos:

¿Cuándo decía la verdad? ¿En 1929, año en que me llenó de alabanzas por mi actitud imparcial en la campaña presidencial y en que colmó de elogios al ejército nacional, porque siempre le dio garantías? ¿O en 1939, año en que, desde el extranjero, escribió el libro El Proconsulado?

Y cabe también agregar que, si de candidato, el señor Vasconcelos no tuvo el valor de denunciar ante la opinión pública los procedimientos que él llama imposicionistas -10 años después- no queda sino llegar a la conclusión de que no cumplió en aquel entonces con su deber de hombre y de ciudadano y que, con su actitud cobarde, defraudó la confianza que en él puso un respetable y numeroso sector de sus correligionarios.

Pero hay más todavía. Cuando el señor licenciado Vasconcelos analiza su caso en relación con la política norteamericana, incurre también en una serie de mentiras sólo con el afán de hacernos aparecer, a quienes nos tocó actuar en aquellos días, como serviles instrumentos del embajador norteamericano Mr. Dwigbt White Morrow. Para hacer tal cosa, Vasconcelos no concreta ningún cargo, se limita a inventar y a diluir en todas las planas de su libro el veneno de la calumnia, conociendo, seguramente, que con ello lograría su objetivo.

En el capítulo en que me ocupo del asilo que el Gobierno mexicano dio al general Sandino, relato la forma en que traté algunos asuntos trascendentales con el señor embajador de los Estados Unidos. De ello fueron testigos personas que viven y creo que no habrá mexicano que se atreva a poner en duda mi patriotismo y entereza al tratar tales asuntos. He probado con hechos que obré siempre cumpliendo con mi deber de mexicano, ante el representante del poder imperialista americano y ello me pone al margen de cualquier sospecha que se tuviese, en contra mía, al tratar otros asuntos con el embajador Morrow.

El embajador Morrow fue totalmente ajeno a la sucesión presidencial de 1929 y el cargo que hace el señor licenciado Vasconcelos al Gobierno provisional, de que se proveyó de armas en los Estados Unidos para sofocar a los rebeldes escobaristas, no es un cargo serio.

Es cierto que el Gobierno provisional se proveyó de los elementos de guerra que necesitaba para sofocar la rebelión de marzo, pero esos elementos se pagaron a las fábricas en que se adquirieron como consta por los libramientos que expidió la Tesorería General de la Nación.

Ahora bien, haberse proveído de tales elementos en los Estados Unidos ¿es una vergüenza para el Gobierno? Nadie puede afirmarlo.

El Gobierno provisional de 1929 compró a los fabricantes americanos lo que necesitó para aplastar a los rebeldes escobaristas y todo lo pagó al contado. Más de un millón y medio de dólares se situaron a los Estados Unidos para adquirir aeroplanos, armas y municiones para equipar a nuestras fuerzas. De ello no me avergüenzo, porque sólo en los Estados Unidos podíamos proveemos de tales elementos. Nuestras relaciones con el Gobierno americano eran cordiales y los más elementales principios del Derecho Internacional nos autorizaban decorosamente para apelar a la amistad de este país, en demanda de elementos de guerra para sofocar la rebelión. Esto no fue humillante ni indecoroso. En cambio, el señor licenciado Vasconcelos no podría explicar nunca satisfactoriamente, por qué tenía acreditado en Washington a un representante, el señor Evaristo Paredes, de cuyo nombramiento dio cuenta El Universal el día 2 de noviembre de 1929, y que inútilmente estaba llamando a las puertas de la Casa Blanca pidiendo ser recibido. ¿Con qué objeto? Sólo Vasconcelos podría explicarlo.

En cuanto a la afirmación que hace de que las batallas de Torreón y de Jiménez las decidieron 12 aviones de guerra salidos de Fort Bliss, piloteados por norteamericanos que bombardearon los trenes rebeldes, es algo que sólo cabe en la imaginación enferma o perversa del señor licenciado Vasconcelos, que en su despecho, no vacila en llenar de lodo al ejército mexicano.

Para asegurar tal cosa no aduce pruebas de ninguna especie. Se limita a afirmar y esto no es serio ni digno de un mexicano que se dice ilustre. No, señor Vasconcelos; las batallas de Torreón y de Jiménez fueron ganadas por las fuerzas leales que eran comandadas por el general de división Juan Andrew Almazán, quien tuvo a sus órdenes a jefes tan aguerridos y tan leales como los generales Pablo Quiroga, Rodrigo Quevedo, Eulogio Ortiz y otros muchos más; y los aviones que destrozaron al enemigo en su vergonzosa derrota fueron piloteados por los esforzados jefes y oficiales Roberto Fierro, Sidar, Lezama, León, Castillo Bretón, Farel y otros que todavía viven y que se portaron con verdadera heroicidad.

El cargo de que el general Calles estaba a cincuenta leguas de los combates en compañía del coronel Mac Nab, agregado militar de la Embajada Americana, no me interesa discutirlo. No sé si será exacto. De serlo, no tiene nada de indecoroso, porque varios de los agregados militares de países amigos -entre otros los de Inglaterra, Francia y algunos latinoamericanos- solicitaron permiso de la Secretaría de Relaciones Exteriores para ir en las columnas gobiernistas, a fin de hacer observaciones acerca de los movimientos militares, y es posible que el agregado de la Embajada Americana haya ido también en la columna expedicionaria.

Con tal cargo, que el señor licenciado Vasconcelos hace al Gobierno provisional de 1929, demuestra una supina ignorancia acerca de la misión de los Agregados Militares.

Se duele mucho el señor licenciado Vasconcelos de que su triunfo electoral (que se iba a traducir, según él, en una revolución nacional) se haya frustrado por los arreglos que me tocó consumar para que cesara la inútil lucha fratricicid a que tanto nos estaba desprestigiando, a consecuencia de la tan debatida cuestión religiosa. Y, con perfidia sólo concebible en un hombre que por su ambición lo ha sacrificado todo, inclusive su autoridad moral e intelectual, da a entender que el Gobierno provisional a mi cargo fue más allá de lo que legalmente debió conceder. En el capítulo relativo, demuestro, con documentos auténticos, que tales arreglos se sujetaron estrictamente a las leyes de la materia y que los prelados mexicanos que intervinieron en tales arreglos, obrando con cordura y patriotismo, se sometieron lisa y llanamente a las disposiciones constitucionales vigentes.

Como siempre, al comentar este asunto, ve en ello la mano del Embajador Morrow; pero no aduce, para demostrarlo, ninguna prueba, ningún indicio en que funde su afirmación. Incurre nuevamente en el mismo error de pensar que lo que él afirma, todo el mundo está obligado a creerlo, por afirmarlo el señor Vasconcelos.

En cambio, el señor licenciado Vasconcelos sí confiesa que se humilló ante el Embajador americano, cuando obtuvo de él dos entrevistas, una en la casa del señor Rouble, Consejero de la Embajada, y otra en la propia Embajada Americana.

Vasconcelos cuenta a su modo tales entrevistas. Pero, en el supuesto de que lo que dice sea cierto, cabe preguntarle: ¿qué objeto perseguía el candidato independiente, señor Vasconcelos, al celebrar con el Embajador Morrow tales entrevistas? ¿Fue digno de su parte humillarse ante el representante del Monroísmo y del Poinsettismo -como él repite a cada momento- para mendigar una opinión acerca de la elección presidencial de su país? ¿No es esto indigno de un candidato presidencial, como lo fue el señor licenciado Vasconcelos? Comentando esta actitud del señor licenciado Vasconcelos, el eminente escritor mexicano, doctor don Luis Lara Pardo, publicó en Excélsior de México, en su número correspondiente al día 4 de octubre de 1939, un editorial en el que, entre otras cosas, dice lo siguiente, que pinta magistralmente al filósofo de orientación indostánica:

Lo más curioso es que si alguien ha aceptado y aun solicitado un procónsul para México, es José Vasconcelos. Una buena parte de BU carrera política la hizo en Washington, pacientemente sentado a las puertas del State Department, solicitando humildemente favores para aspirantes a la Presidencia de México. Tuvo allí actitudes lastimosas y contactos que manchan, en sus diversas misiones confidenciales. Como no lo recibian ni e] Presidente de los Estados Unidos, ni el ministro de Relaciones, tenia que tratar con coyotes. Asi se ligó intimamente con el famoso capitán Hopkins, explotador profesional de las revoluciones hispanoamericanas, pescador en el rio revuelto de nuestras guerras civiles, y con H. C. Pierce, el magnate petrolero y ferrocarrilero que le pagó para que convenciera a Carranza de la conveniencia de entregarle las Lineas Naciona]es o, cuando menos, la parte septentrional que dominaba él y Villa.

Asi pasó los primeros años de su carrera poUtica, representando confidencialmente a Madero, antes de su Presidencia; a Carranza, cuando era Primer Jefe y, cuando vino ]a división del Partido Constitucionalista, después de la inútil Convención de Aguascalientes, regresó muy ufano a Washington, representando a la Convención, que era sólo un fantasma de gobierno.

Allí lo encontró la bárbara ocupación de Veracruz y Vasconcelos no hizo e] más leve gesto de protesta. Antes y después de la toma, mantuvo relaciones estrechas con John Lind, el hombre que instigó a Wilson a cometer ese atentado.

En su libro, Vasconcelos relata a su manera una entrevista con Dwight W. Morrow en aquella época de su malaventurada campaña presidencial. Morrow ha muerto y no podrá desmentir ninguno de los detalles. Pero yo pregunto: ¿es mora], es decoroso qUe un candidato a la Presidencia de México vaya a solicitar la venia o apoyo del embajador americano? ¿Para qué tenia que ir a verlo7 La delicadeza y la dignidad nacional exigían que se abstuviera de buscarlo y que rechazara toda invitación de entrevista si se le hacía. En ningún país libre y soberano se ve que los candidatos al gobierno vayan a cortejar a los diplomáticos extranjeros. Esto le queda para los pretendientes a la corona de las pequeñas monarquías vasallas.o apoyo del embajador american07 ¿Para qué tenia que ir a verl07 La delicadeza y la dignidad nacional exigían que se abstuviera de buscarlo y que rechazara toda invitación de entrevista si se le hacía. En ningún país libre y soberano se ve que los candidatos al gobierno vayan a cortejar a los diplomáticos extranjeros. Esto Je queda para los pretendientes a la corona de las pequeñas monarquías vasallas.

Y los partidarios de Vasconcelos, los que se ufanan de que con toda buena fe lo siguieron en su campaña, ¿supieron de esa entrevista y la aprobaron?

Con todos estos antecedentes, el título puesto al libro resulta un verdadero sarcasmo.

Relata también en su libro el licenciado Vasconcelos, una cena que dice le ofrecimos el señor licenciado Ezequiel Padilla y yo, por conducto del señor licenciado Méndez Rivas. Los señores licenciados Vasconcelos y Méndez Rivas saben, como yo, que es absolutamente falso que se le haya hecho ninguna invitación y que está mintiendo cuando asevera que hayamos estado reunidos en la forma que menciona.

De otras aseveraciones calumniosas que hace el señor licenciado Vasconcelos -y que me atañen en lo personal-, ni siquiera quiero ocuparme, pues demasiado conocida es mi actuación y, sobre todo, correría el riesgo de que este libro perdiera la seriedad que deseo tenga si me dedicara a contestar todos los desahogos del antiguo filósofo, quien, sin darse cuenta, ha ido rodando desde que comenzó su vida de fracaso, allá por el año de 1923.

El caso de Vasconcelos es raro en nuestra historia. Sin duda, hasta el año de 1923, tuvo rasgos de genialidad, de indiscutible talento. Después, la amarga política lo llevó a los más lamentables fracasos y de hombre de gran capacidad y de sólida cultura, se ha convertido, con el andar de los tiempos, en un escritor amargado que, para vivir, se ha visto en la indispensable necesidad de recurrir a los procedimientos más reprobables.

Sus libros -saturados de profundo despecho- son, unos, la claudicación más penosa del antiguo y genial maestro y acusan la falta de escrúpulos de quien no respetó siquiera, lo que cualquier hombre común sabe que está en el deber de respetar: el lazo conyugal y la fe jurada al amigo o a la amante. Otros, como su Breve Historia de México, son de esos libros que causarán tan grave daño a las generaciones venideras, que no debía Vasconcelos haberlos escrito, porque con ellos, si bien es cierto que consiguió vivir algunos meses, ha producido tan grandes males a las juventudes de México que algún día se arrepentirá -si no está arrepentido ya- de haberlos dado a la estampa.

La historia de un país, la historia de todos los pueblos del mundo está escrita por hombres amantes de la verdad; pero la mejor historia de los pueblos es aquella que escriben los cerebros nacidos para el bien, los cerebros que saturan de optimismo las páginas que producen. Por eso los pueblos grandes son los que leen, en las páginas de su historia, hechos reales revestidos de leyenda, no los que leen libros escritos por aquellos de sus hijos, que, despechados por sus fracasos terrenales, envenenan de pesimismo y de ruindad aun las acciones más grandes de los héroes.

Francia, Suiza, Inglaterra, España, los Estados Unidos, Italia, Alemania, todos los pueblos de la tierra, aceptan y aman la leyenda que su historia contiene. Por eso sus juventudes crecen vigorosas, fuertes, optimistas. Los escritores de esos países, que son verdaderos maestros, se inspiran en las fuentes del bien y de la grandeza de su Patria para dejar a la posteridad páginas de gloria. Y, cuando son víctimas de alguna flaqueza humana, enderezan sus armas de combate contra la llaga que la produce y no confunden esa llaga con la Patria.

A partir del año de 1929 el señor Lic. Vasconcelos y yo tuvimos una serie de polémicas durante más de 20 años, y es satisfactorio para mí, publicar las siguientes cartas, que me dirigieron los señores Dr. don Carlos Jinesta Muñoz, ex-embajador de Costa Rica en México, distinguido historiador y hombre de gran calidad humana, y el Dr. don Natalicio González, actual embajador de la República de Paraguay en México, gran historiador y ex-presidente de su país, cartas que expresan el scntimiento de Vasconcelos sobre mi persona.

La carta del Dr. Jinesta Muñoz dice:

Al regreso del campo, me encuentro con sus afectuosas líneas, del dieciséis del mes anterior. Y pido a usted reiteradas excusas, por la tardanza en la respuesta, pues habiendo estado yo en la ciudad de San José, le hubiera escrito en seguida.

En verdad nos venimos de puntillas, dejando en México gran parte de nuestra vida y nuestro corazón, para traer la impresión de nuestro pronto regreso, y evitar así la congoja y pena de una despedida que puede ser por meses o años o definitiva, en tierra que produce, en primer lugar, amistades de una nobleza única, por su calidad y firmeza.

Y ahora, correspondiendo a su solicitud, accedo a sus deseos con mucho gusto. Efectivamente, en la plática que tuve con el maestro Don José Vasconcelos, en la ciudad de México, en una de las comidas que un grupo de amigos teníamos todos los miércoles en distintos restaurantes, le hablé al filósofo, humanísta y buen amigo, de mi empeño por que él y usted reanudaran su amistad, bastante enfriada en aquellos días, en una polémica fuerte y encendida. Desde luego le hablé al maestro Vasconcelos de la altura intelectual de ambos contendientes y de sus virtudes cívicas y de la admiración que yo sentía por ustedes. Sin titubeos y en forma clara me manifestó don José que aceptaba de buen grado mi intervención, porque ya en el terreno de la serenidad y la justicia, pasado el encrespamiento de la lucha periodística que habían sostenido, reconocía en usted cualidades de un alto caballero, que en tales años representaba la mejor pluma de los Estados Unidos Mexicanos.

He querido ser lo más fiel en esta declaración, porque la importancia que entraña la venerada memoria de don José y la grande admiración y cariño que siento por usted, y porque las palabras históricas que asiento aquí, honran a dos ilustres mexicanos.

Esta carta es suya, privada y públicamente, y desde luego no es menester autorización previa para reproducirla si así usted lo desea.

Reciba usted mi invariable amistad, y para la meritísima señora de Portes Gil y sus distinguidos hijos la estima de todos nosotros.

La carta del Dr. Natalicio González dice:

Desde mi llegada a México, usted y el Maestro Vasconcelos me honraron con su amistad. Por lo mismo, me fue siempre penoso verles trabados en polémicas frecuentes, en que ambos se agredían con gallardía y con violencia. Por todo esto, fue un día feliz para mí, aquel en que logré la cordial reconciliación de los dos ilustres contendedores, reconciliación que tuvo lugar en el piso que yo ocupaba entonces en la Avenida Melchor Ocampo.

Transcurrió más de un año, y la polémica volvió a encenderse entre ustedes. Visité en dicha ocasión al Maestro Vasconcelos, en su despacho de la Biblioteca México, y una vez más deploré la beligerancia que llevaba a enfrentarse a dos amigos míos, ambos de mi afecto.

Vasconcelos, que era de espíritu amplio y de gran corazón, acogió con caballerosa cortesía mi nueva intervención, y me replicó:

- Deje que siga batallando. Hoy en día los mexicanos eluden la polémica. Portes Gil no es de ésos. Yo puedo decir de él lo que me plazca en la seguridad de recibir su respuesta. Es mi última oportunidad de golpear y ser golpeado, y no quiero privarme de esa distracción en la tarde de mi vida.

Es lo que me dijo. Después fuimos a almorzar a casa, como lo hacía con frecuencia. Estuvo alegre y ya no volvimos a hablar de este asunto. Pero sus palabras quedaron grabadas en mi memoria.

Índice de Autobiografía de la Revolución Mexicana de Emilio Portes GilCAPÍTULO VIII - Portes Gil, presidente de la República. Su doctrina y su obra - Presentación de los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y del Tribunal Superior del Distrito FederalCAPÍTULO VIII - Portes Gil, presidente de la República. Su doctrina y su obra - La novena Convención de la Confederación Regional Obrera MexicanaBiblioteca Virtual Antorcha