AUTOBIOGRAFÍA DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA
Emilio Portes Gil
CAPÍTULO OCTAVO
PORTES GIL, PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA. SU DOCTRINA Y SU OBRA
LA REBELIÓN DE MARZO
Conducta de algunos generales: Escobar, Manzo, Aguirre, Caraveo y otros.
El día 3 de marzo de 1929, estalló la rebelión que encabezaron los generales Escobar, Aguirre, Manzo, Topete, Caraveo, Juan Gualberto Amaya y otros más.
Serían aproximadamente las 7 de la mañana, en los momentos en que me encontraba en el hall de la casa que habitaba con mi familia, contigua al Castillo de Chapultepec, cuando se presentó el señor general Abundio G6mez, subsecretario de Guerra y Marina. Inmediatamente me mostró un mensaje que acababa de recibir del general de división Jesús M. Aguirre, jefe de las Operadones Militares en Veracruz, en el cual -fingiendo lealtad al Gobierno- daba cuenta de haber cumplido con las órdenes que se le habían girado por la Secretaría de Guerra, de haber salido rumbo a la capital dos corporaciones: el 3er. Batallón y el 7° Regimiento. Al mismo tiempo, me mostró otro mensaje del propio general Aguirre, en que acusaba al Gobernador del Estado, coronel Adalberto Tejeda, de actos sediciosos. Dicho mensaje dice así:
Hónrome en comunicar a usted durante la noche C. Gobernador encontrábase este puerto, salió con rumbo desconocido, llevándose Policía Montada, asimismo Marinería de Barcos de Guerra procedieron embarcarse y levantar presión, encontrando todo esto muy sospechoso. Al mismo tiempo yaquis encontrábanse Perote, asumieron actitud francamente hostil, por lo que víme precisado detener marcha fuerzas debían salir esa capital, reprimir movimiento.
Respetuosamente.
Gral. de División J. M. Aguirre.
El mensaje preinserto me dio desde luego la clave de la sublevación de Aguirre, ya que, al denunciar al coronel Tejeda de que conspiraba en contra del Gobierno, no era sino confesar que él, Aguirre, era quien asumía tal actitud.
El coronel Tejeda era uno de los gobernantes de más prestigio entre los campesinos de la República y su lealtad a las instituciones absolutamente insospechable, lo cual demostró ampliamente con su conducta posterior.
Tan pronto como me enteré del mensaje de Aguirre, ordené al general Gómez que se trasladara a la casa habitación del general Calles, para comunicarle aquel acontecimiento y le indicara de mi parte, que se presentara inmediatamente en mis oficinas del Castillo, para acordar lo conducente, a fin de hacer frente a aquella situación, sobre cuya eventualidad habíamos cambiado impresiones la noche anterior.
A las 8 de la mañana, el general Calles llegó al Castillo, y, al hacerme presente sus deseos de que se utilizaran sus servicios en la campaña militar, puso en mis manos la nota que a continuación transcribo:
Al señor licenciado Emilio Portes Gil.
Presidente de la República,
Presente.
Habiendo llegado a mi conocimiento que algunos elementos militares de los Estados de Veracruz y Sonora han faltado a su deber de soldados sin tomar en consideración los arduos problemas que actualmente está resolviendo el Gobierno legalmente constituido, faltando a sus deberes de ciudadanos y demostrando su falta de patriotismo y de principios, ruego a usted, señor presidente de la República, se sirva dar sus órdenes para que se utilicen desde luego mis servicios activamente y quede a disposición, listo para desempeñar la comisión que se sirva conferirme.
Estoy completamente seguro de que el ejército nacional, en estos momentos, sabrá dar pruebas de su lealtad a las autoridades legítimamente constituidas, aceptando el suscrito, como soldado de la Revolución, la responsabilidad que tiene al cooperar con sus servicios, para consolidar la paz en el país.
Hago a usted presente, señor Presidente, las seguridades de mi atenta consideración y respeto.
P. Elias Calles.
A dicha comunicación, contesté en los siguientes términos:
Al C. General de División Plutarco Elias Calles.
Presente.
Enterado de su patriótica nota de esta fecha por la que ofrece sus servicios y manifiesta estar listo como soldado para desempeñar la comisión que este Ejecutivo le confiera, con motivo de la actitud rebelde que algunos malos elementos del ejército han asumido; tengo el gusto de comunicarle que se aceptan desde luego sus servicios y que, en vista de la licencia que ha solicitado el general Amaro por las circunstancias de salud en que se encuentra y que le impiden prestar completa atención en estos instantes a los problemas militares, he dado instrucciones para que le sea extendido a usted, con esta fecha, nombramiento de secretario de Guerra y Marina, suplicándole se sirva prestar inmediatamente la protesta de ley.
Al comunicarlo a usted, deseo manifestarle que estimo en lo que vale su patriótica actitud de ponerse a las órdenes del Gobierno de la República.
Acto continuo, comenzamos a platicar sobre la situación militar que, sin duda, se iba a agravar con otros levantamientos. En las varias entrevistas que habíamos tenido en los días anteriores, estuvimos de acuerdo en que la rebelión estallaría en los primeros días de marzo coincidiendo su iniciación, como en efecto sucedió, con la fecha de la Convención del Partido Nacional Revolucionario. Esto para nadie era un secreto y nosotros, mejor que ninguna otra persona, conocíamos todos los detalles de la conspiración. Sabíamos que el jefe de la rebelión lo sería el general José Gonzalo Escobar, que iba a ser secundado por los generales Fausto Topete, Gobernador de Sonora, Francisco R. Manzo, jefe de Operaciones en el mismo Estado; Jesús M. Ferreira, jefe de Operaciones en Chihuahua, y Claudio Fox, jefe de las Operaciones en Oaxaca.
En lo que sí no convenía el general Calles era en que el general Aguirre estuviese comprometido y, ante las afirmaciones que yo le hacía en el sentido de que desconfiaba de él, me contestaba siempre diciendo que era uno de los generales de su mayor confianza. En esto tenía razón, pues Aguirre había militado a sus órdenes durante muchos años y lo veía casi como a su propio hijo.
En la plática con el general Calles le expresé que, en mi concepto, la situación tendería a agravarse; en virtud de que nunca el Presidente de la República podía saber hasta qué punto debía tener confianza en los jefes militares; más en aquella época, en que muchos de ellos abrigaban desmedidas y no ocultas ambiciones. Añadí que lo primero que iba a hacer era lanzar un Manifiesto a la Nación, en lo que tenía plena confianza y formular un llamado al elemento campesino para que apoyara al Gobierno y estuviese listo para combatir a los infidentes. Le indiqué también que, desde luego, se hiciera cargo de la Secretaría de Guerra y Marina en substitución del general Amaro, quien se hallaba enfermo y procediera a organizar sin pérdida de tiempo la defensa de las instituciones.
Realmente la conducta de muchos militares, a través de nuestra azarosa y trágica vida nacional, es algo que descorazona y hace estremecer de vergüenza, por la serie de deslealtades, traiciones y desacatos a la más rudimentaria moralidad. El caso de Maycotte en 1923, cuando la rebelión delahuertista, no tuvo nada que envidiar al caso del general J. M. Aguirre en 1929. Si, en 1923, el general Maycotte se había despedido del presidente Obregón con un cariñoso abrazo, llevando toda clase de elementos de guerra y de dinero para combatir a los infidentes -a quienes se unió tres días después-, la actitud del general J. M. Aguirre fue exactamente la misma en 1929.
En efecto, el día 7 del mes de febrero, el general Aguirre se presentó en las oficinas del Palacio Nacional con el objeto de conferenciar conmigo y despedirse para ir a Veracruz, a ponerse al frente de la Jefatura de Operaciones. La entrevista fue en extremo cordial. El y yo éramos viejos amigos y nos tratábamos con toda confianza. Recuerdo que, cuando me manifestó estar enteramente a las órdenes del Gobierno para combatir a quienes pretendieran desconocer las instituciones, le hice ver que no había ningún dato que comprobara que algunos militares trataran de rebelarse. El me expresó que sí tenía conocimiento de que Escobar, Manzo, Topete y otros más, pretendían iniciar un levantamiento y que, si tal cosa sucedía, me suplicaba lo nombrara jefe de la Columna que se organizara, ... para hacer pedazos a los traidores, de preferencia a ese pavo real de Escobar que no es, ni ha sido nunca, soldado ... (textual).
Manifesté a Aguirre que el Gobierno tenía la más absoluta confianza en el ejército y en todos los jefes de Operaciones sin exceptuar a los que acababa de mencionar; pero que, en el desgraciado caso de que esto llegara a realizarse, él sería designado para ponerse al frente de una de las columnas que se organizaran para batir a los infidentes. Como en el caso de Maycotte, Aguirre recibió elementos de guerra y se despidió de mí con un apretado abrazo, diciéndome:
Ya sabes que en mí puedes tener absoluta confianza.
Pocos días después de aquella memorable entrevista, Aguirre se levantaba en armas desconociendo al Gobierno de la República.
El caso del general de división Marcelo Caraveo, que desempeñaba el Gobierno Constitucional del Estado de Chihuahua, no fue menos edificante que el del general Jesús M. Aguirre. Caraveo, por distintos conductos, había hecho patente al Gobierno su lealtad antes de que estallara la revuelta. Los generales de división Juan Andrew Almazán y Saturnino Cedillo, el primero jefe de las Operaciones Militares en Nuevo León y el segundo Gobernador constitucional en San Luis Potosí, en varias ocasiones me mostraron cartas particulares de aquél, en que invariablemente les hacía conocer su decisión de apoyar al Gobierno constituido si se daba el caso de una sublevación militar.
Los mencionados generales Almazán y Cedillo cultivaban una estrecha amistad con el general Caraveo y, desde el año de 1920, formaban con sus elementos militares, un compacto bloque que siempre se había orientado por el buen camino.
Pero lo que más me hizo creer en la lealtad de Caraveo fue una entrevista que conmigo celebró -la noche del 13 de febrero del citado año- el distinguido profesionista doctor don Rubén Maiz, compadre del mencionado general, y quien, en su representación, me hizo patente su adhesión y su solidaridad con el Gobierno. El doctor Maiz, hombre honrado a carta cabal y a quien había conocido de estudiante en el año de 1912, al hacerme entrega de una carta de Caraveo me expresó que, por instrucciones suyas me hacía saber que la situación reinante en Chihuahua era un tanto difícil, porque consideraba que el general de división Jesús M. Ferreira, jefe de las Operaciones Militares, estaba seriamente comprometido con el general Escobar y socios, a quienes se señalaba como posibles jefes de la rebelión. Que por su parte, el relacionado general Caraveo le había indicado me participara que estaba enteramente a las órdenes del Supremo Gobierno, cualquiera que fuese la situación que se presentase. El doctor Maiz cumplió estrictamente la comisión que le había encomendado el general Caraveo. Basado en ello dispuse que, al día siguiente, saliese a Chihuahua, en un avión militar, uno de mis ayudantes, el capitán Rafael A. Corral, quien hizo entrega a Caraveo, dos días después, de la siguiente carta:
México, D. F., a 14 de febrero de 1929.
Señor Gral. de División Marcelo Caraveo.
Gobernador Constitucional del Estado.
Chihuahua, Chih.
Muy estimado y fino amigo:
Pondrá en manos de usted la presente carta el señor Rafael A. Corral, capitán primero de mi Estado Mayor. Anoche estuvo a visitarme, de parte de usted, nuestro excelente amigo el señor doctor Rubén Maiz, quien me transmitió los informes que usted se sirvió enviarme, así como sus saludos, los cuales mucho agradezco.
He deseado que el capitán Corral sea quien lleve esta carta, con objeto de a mi vez, ponerlo al tanto de la actual situación, comunicándole en detalle todo lo que se prepara y lo que posiblemente sucederá.
Siendo usted, como es, uno de los elementos revolucionarios de más valía y cuyos antecedentes garantizan plenamente su lealtad a las instituciones, quiero que conozca, como digo antes, la actual situación.
Tengo en mi poder una carta del señor general Abelardo L. Rodríguez, Gobernador del Distrito Norte de la Baja California, fechada en Mexicali el 29 de enero del corriente año, que me remitió por conducto del jefe de mi Estado Mayor y con la cual me manda también una carta firmada por el general Topete, Gobernador del Estado de Sonora y un memorándum del mismo.
En la carta de Topete, le anuncia que le será entregada por el señor Alfonso Almada Jr., primo suyo y secretario particular, quien también fue portador para el general Rodríguez, del memorándum a que hice mención anteriormente.
En dicho memorándum, el general Topete expresa al general Rodríguez la necesidad que existe de hacer un movimiento armado en contra del actual Gobierno, invitándolo formalmente a secundar tal movimiento, porque consideraba él que se trataba de hacer una imposición del candidato presidencial y de violar la voluntad popular. En el propio memorándum le indica que sólo espera su resolución para iniciar el acto de rebelión que anuncia.
El general Rodríguez contestó al señor Gobernador de Sonora en términos altamente juiciosos, expresándole que de ninguna manera se justifica su actitud, toda vez que hasta la fecha no ha habido, de parte del Gobiernó Federal, ningún acto que demuestre el peligro que anuncia; pues todos los candidatos presidenciales han podido llevar a cabo sus trabajos políticos dentro de las más amplias libertades y garantías; y en esa virtud, cualquier movimiento armado resultaría totalmente injustificado y antipatriótico. Lo invita también a proceder con toda serenidad y buen juicio, llamándolo a la reflexión, para que, por ningún motivo, cometa actos de la naturaleza que expresa.
Las noticias posteriores, que he tenido a este respecto indican que en el Estado de Sonora continúa la agitación por el mismo camino, y que todo hace creer que estos señores llegarán, quizá en muy poco tiempo, a asumir una actitud de franca rebelión en contra del Gobierno y de las instituciones.
No tengo noticias del señor general Manzo, pero aseguran Topete -y el grupo que está con él- que 'tiene compromiso con ellos, lo cual dudo, dados los magníficos antecedentes del divisionario aludido, quien hasta ahora no ha dado motivo alguno para que se dude de su lealtad. Como quiera que sea, nosotros debemos estar prevenidos para cualquier intentona que traten de llevar a cabo con objeto de trastornar el orden público.
Ahora bien, acaba de llegar a esta capital el señor general Ferreira, quien viene en un estado de ánimo perfectamente tranquilo y deseoso de demostrar que todo lo que se ha dicho de él, en el sentido de que tiene compromiso con el grupo de Topete, es totalmente falso, agregando que él reprueba cualquier intento de rebelión. Para demostrarlo, está dispuesto a solicitar una licencia para separarse de la jefatura de Operaciones a su mando, licencia que ya ha solicitado.
Por las anteriores consideraciones, he creído pertinente, a efecto de que en el Estado que usted gobierna haya perfecta unidad de mando, hacer a usted la invitación, como se la hago por la presente, para que si lo juzga oportuno, se sirva solicitar de la Legislatura del Estado una licencia para separarse del Gobierno local y esté en posibilidad, desde luego, de hacerse cargo de la Jefatura de Operaciones.
El grupo de Topete está francamente desconcertado, porque uno de sus mayores temores es el de no contar con el Estado de Chihuahua y con la Baja California; pues consideran sus miembros que, estando amenazados por los flancos, no podrán salir de Sonora para el Sur con toda la tranquilidad que desean. Al hacerse usted cargo de la Jefatura de Operaciones, desde luego daré instrucciones a la Secretaría de Guerra para que le sean proporcionados todos los elementos que necesite, a efecto de que inicie usted, llegado el momento, un movimiento de avance sobre el Estado de Sonora, y pueda, en combinación con el señor general Rodríguez, que avanzará por el Poniente del mismo Estado y con la columna que se organice para avanzar por el Estado de Sinaloa, reducir al orden a los infidentes.
Para obviar tiempo, quiero que telegráficamente se sirva comunicarme su resolución, y, en caso de estar usted de acuerdo, solicitar también la licencia para girar las órdenes correspondientes.
El capitán Corral tiene instrucciones de proporcionar a usted una clave que desde luego puede utilizar para hacerme conocer su resolución.
Sin otro particular de momento y con mis mejores deseos por su salud personal, quedo de usted como su atento amigo y afmo. S.S.
E. Portes Gil.
Como se verá por el contenido de la carta anterior, fue tal la confianza que deposité en la lealtad del general Caraveo que, a la vez que lo nombré jefe de las Operaciones en Chihuahua, confiándole el mando de cerca de 3,000 hombres perfectamente equipados que ahí había, le hice conocer detalles importantes que después aprovechó este jefe militar para hacer más odiosa su traición.
Al día siguiente de la sublevación de Caraveo -es decir, el 6 de marzo- el doctor Maiz solicitó de mí una entrevista que le concedí inmediatamente. En ella el relacionado profesionista me hizo conocer la pena que sentía por la actitud de su compadre, quien le había hecho quedar tan mal ante mí. Expresé al doctor Maiz que estuviera sin cuidado, pues sabía que él era totalmente ajeno a aquella actitud, que gozaría de toda clase de garantias, y que no sería molestado en lo más mínimo.
El general Francisco R. Manzo siguió una actitud semejante a la de Aguirre.
El mismo día 3 de marzo me dirigió el siguiente mensaje:
Hónrome comunicar a usted que hoy en la mañana tuve conocimiento que general Antonio Armenta Rosas, con 20° batallón a sus órdenes, rebelóse contra Gobierno abandonando campamento de San Marcial. Ya salen contingentes fuerzas mis órdenes a perseguirlo.
Respetuosamente.
Gral. de Div. Francisco R. Manzo.
Tanto del mensaje de Aguirre como del anterior, del general Manzo, se desprende que era un plan de los rebeldes inculpar a otros jefes o funcionarios de actos sediciosos, para tratar de engañar al Gobierno. Y así como Aguirre lanzó tal acusación en contra del Gobernador de Veracruz, Manzo hizo igual cargo al general Antonio Armenta; pero sin pensar que ya para cuando se recibieron los mensajes de dichos jefes, el coronel Tejeda había puesto en conocimiento del Supremo Gobierno que se hallaba al frente de las Defensas Agraristas del Estado, listas para combatir a las fuerzas desleales de Aguirre con lo cual demostraba una vez más su actitud valiente y su lealtad a las instituciones revolucionarias.
Por su parte el general Armenta, a quien Manzo acusaba de sedición, se dirigió al propio general infidente, en carta que posteriormente llegó a mi poder, protestando su lealtad al Gobierno y que textualmente dice:
San Marcial, Sonora, 3 de marzo de 1929.
Sr. Gral. de Div. Francisco R. Manzo.
Jefe de la 4a. Jefatura de Operaciones.
Respetable Jefe:
Por medio de la presente me permito poner en su superior conocimiento que, habiéndome convencido de que la revuelta que ustedes pretenden llevar a cabo contra el Supremo Gobierno no persigue ningún noble ideal que para ello lo justificara, sino antes lo contrario es sólo basada en bastardas ambiciones personales, con las que nunca y por ningún motivo he estado ni estaré identificado, he resuelto hacer saber a usted que la norma mía y la de mis subordinados, está trazada en forma rectilínea por el sendero del deber, nuestro honor y lealtad como dignos defensores de ese propio Gobierno constituido, contra el que pretenden llevar a cabo una rebelión ignominiosa que nunca podrán justificar.
Por lo tanto cumpliendo con esos propios deberes, marcados en las leyes supremas que rigen los destinos de nuestra Patria, estaremos de parte del ya citado Supremo Gobierno, portando con orgullo la bendita bandera que a nuestro honor de soldados se nos confiara.
Me permito participarle a usted que, si acaso he violentado mi marcha de este lugar, es porque no deseo vaya a ocurrir una posible traición en la que indudablemente serían las víctimas los moradores de este propio lugar, para quienes pido a usted dada su reconocida magnanimidad, las garantías necesarias a que tienen derecho.
Quedan aquí también los familiares de los miembros de esta corporación, para quienes igualmente pido a usted tal gracia.
Con todo respeto me despido de usted, rogándole hacer extensivos mis recuerdos a los compañeros que en tan mala hora faltaran al cumplimiento del deber.
Por nuestra parte la posteridad se encargará de dar a cada quien el lugar que le corresponde.
Soy de usted su afmo., atto. y S.S.
Gral. A. Armenta Rosas.
La actitud del general Armenta, que tenía su campamento en San Marcial, en el centro del Estado de Sonora, y que prácticamente se hallaba rodeado de fuerzas adictas al general Manzo, revistió caracteres de verdadera heroicidad.
Para salir de aquella ratonera se vio obligado a hacer una larga y penosa travesía, que duró 19 días, por lo más abrupto de las serranías del Estado, hasta llegar a Tenosachic, en el de Chihuahua, desde donde -y en la creencia de que Caraveo permanecía leal al Gobierno- le anunció su arribo. Este destacó por el ferrocarril del Noroeste al general infidente Miguel Valle para que cayera sobre Armenta y sus hombres, que se encontraban en lamentable estado de cansancio, como consecuencia de la angustiosa travesía. Por de pronto, Armenta se sometió a los infidentes y, siempre con la esperanza de burlar su vigilancia, vióse obligado a combatir contra las fuerzas leales en la batalla de Jiménez, para incorporarse, después, a las fuerzas del Gobierno, lo cual logró, presentándose en Ciudad Juárez al general Matías Ramos, tras de una nueva y penosa travesía.
La conducta de Escobar no fue menos reprobable y desleal que la de Aguirre. Bien sabido es que, en el banquete que las Cámaras de la Unión y el ejército me ofrecieron en el Castillo de Chapultepec el día 29 de septiembre, el mencionado general Escobar habló a nombre de la institución armada, en los siguientes términos:
Yo me siento positivamente orgulloso de haber sido designado para dirigir eu estos momentos la palabra al nuevo presidente de la República. Hago la aclaración sincera y franca de que esto correspondía propiamente al señor secretario de Guerra, que, en este momento, es el representativo más alto del ejército. El señor secretario de Guerra ha tenido esta deferencia y yo la he aceptado gustoso, no obstante que estoy incapacitado para cumplir como lo deseara, con este encargo.
Yo creo que en la conciencia de todos ustedes, en la conciencia de los miembros de la Revolución, debe existir el criterio de que el ejército de la Revolución, el ejército que es en la actualidad netamente revolucionario, es también ajeno en absoluto a lisonjas; y voy a expresar, si tomamos como base ese juicio, en cuatro palabras sencillas, cuál ha sido su conducta y cuál será su conducta en el futuro.
El ejército de la Nación, yo juzgo que es el defensor genuino de las instituciones de la República. El ejército de la Nación, en estos momentos ve en el licenciado Portes Gil, electo presidente provisional de México, ve en él a las instituciones de México. Así pues, señores, haciéndome eco del sentir del ejército (de esa institución que alguna vez, mejor dicho, que siempre que la reacción, que los enemigos de la revolución, intentan, en la sombra, dividir a la Revolución; cada vez que se necesita, generosamente, noblemente da su contingente de sangre) manifiesta que, si es preciso, esta vez igualmente está dispuesto a dar con toda honradez y con toda lealtad, el contingente de sangre que sea necesario para la salvación absoluta de nuestras instituciones.
Yo creo, con absoluta honradez, hacerme eco en estos momentos del sentir de todos y cada uno de los compañeros del ejército. El ejército no solamente se siente regocijado y satisfecho porque interpreto en esa forma sus obligaciones, sino que -y aclaro una vez más- ajeno absolutamente a toda lisonja y a toda conveniencia, porque es ajeno a actuar en estas circunstancias, ve con regocijo que un hombre como el licenciado Portes Gil sea el que en lo sucesivo, tenga el carácter de jefe del Poder Ejecutivo de la Nación, porque reconoce que es un revolucionario intachable y un hombre que merece tan elevado puesto.
Si el licenciado Portes Gil, para el propio ejército tuviera alguna mácula, indudablemente que costaría trabajo expresarse en esta forma llana y franca; pero, repito, con la representación que tengo y la mía particular, que el licenciado Portes Gil es aceptado y será respetado, no solamente por su encargo, sino por sus principios revolucionarios y porque es una garantía para la Revolución.
Como sospechara fundadamente que Escobar, Aguirre y Ferreira estaban ya conspirando contra el Gobierno, creí conveniente hacer cuanto esfuerzo estuviera de mi parte para llamarlos al cumplimiento del deber y, en cuantas pláticas tenía con ellos, les hacía juiciosas advertencias acerca de su misión como altos jefes del ejército. Con motivo de un viaje que realicé al Estado de Tamaulipas, el día 2 de febrero, los invité a que me acompañaran, habiendo convivido con ellos durante varios días, en que no desaprovechaba la oportunidad de hacerles continuas exhortaciones al cumplimiento del deber, todo ello en forma comedida y decorosa.
Tanto Escobar, como Aguirre y Ferreira, me expresaban que tenían plena conciencia de su responsabilidad como militares, haciéndome patente su adhesión para combatir a los jefes que trataran de sublevarse.
Escobar era quien más se esmeraba en testimoniar su lealtad. Cada vez que tenía oportunidad de hablar conmigo me reiteraba su amistad personal y su solidaridad con el régimen. Su actitud, en este sentido, fue más impresionante cuando -el día 10 de febrero- se despidió de mí en la ciudad de San Luis Potosí, a mi regreso a la capital.
Por estos antecedentes, y sobre todo, por la prominente situación de que disfrutaba Escobar como jefe de las Operaciones de La Laguna, llegué a creer sinceramente que su lealtad al Gobierno era algo que no debería ponerse en duda. Cuando, el día 3 de marzo, tuve conocimiento de la sublevación de Aguirre, me comuniqué telefónicamente con él, que se hallaba en Torreón, y me reiteró nuevamente su adhesión y sus deseos ... de ponerse al frente de la columna para batir a los infidentes ... Esto mismo me ratificó, en mensaje que me dirigió y que dice así:
Campo Militar.
Torreón, Coahuila, 3 de marzo de 1929.
Señor licenciado Emilio Portes Gil, Presidente Provisional República.
Acabo de enterarme con pena de su atento mensaje y conferencia, que me dejan impuesto de que general Aguirre acaba de rebelarse en Veracruz contra el Gobierno a su cargo. Situación en esta jefatura a mi mando es normal y ya tómanse medidas a que refiérese, estando listo desde luego y quedando pendiente de sus instrucciones.
Respetuosamente salúdolo.
General de División, J. O. M., J. Gonzalo Escobar.
Al día siguiente, Escobar se dirigió a Monterrey en actitud rebelde.
La conducta del general Ferreira, entonces jefe de las Operaciones Militares en Chihuahua, fue vacilante; pero es indudable que estuvo comprometido con los directores de la sublevación. Cuando ésta estalló se hallaba en Quadalajara y, al ser llamado a México, inmediatamente se presentó, haciendo el viaje en avión. Las pruebas que se tenían acerca de su actitud eran concluyentes. Le ordené, pues, se presentara en la prisión de Santiago en donde se le instruyó proceso y se le sometió a Consejo de Guerra. Como abrigara justificados temores de que sería condenado a la última pena, pretendió suicidarse -en la celda que ocupaba- con una pequeña navaja que portaba.
Una noche se me presentó en el Castillo el señor general Carlos Real, Director de la Prisión, para manifestarme que el general Ferreira le había rogado me dijera que sabía de antemano que iba a ser sentenciado a muerte, lo cual era injusto, pues él se consideraba inocente del delito que se le imputaba. Como consideraba yo que, al aplicarle al general Ferreira la pena capital, se me ponía en un grave aprieto -pues no quería derramar sangre inútilmente- y, como además, no creía que fuese un peligro para el Gobierno, ordené al general Real se trasladara a Santiago y lo pusiera inmediatamente (eran las once de la noche) en absoluta libertad.
Los generales Antonio Ríos Zertuche y Claudio Fox, jefes de Operaciones en los Estados de México y Oaxaca, respectivamente, también eran señalados por los conspiradores como comprometidos en la rebelión. Al primero, con quien tenía yo amistad personal, lo consideré siempre como un soldado leal a toda prueba; pero con motivo de una denuncia que personalmente hizo ante el Subsecretario de Guerra, general Abundio Gómez, y después ante el que escribe, un mayor perteneciente a las fuerzas del citado general Ríos Zertuche, me vi precisado a relevarlo del mando. Tal denuncia fue la siguiente:
Días después de haber estallado la revuelta, sin recordar la fecha exactamente, se presentó ante mí el general Abundio Gómez, acompañado de un mayor del ejército, cuyo nombre no recuerdo, quien me manifestó bajo su palabra de honor que todos los destacamentos dependientes de la Jefatura de Operaciones Militares en el Estado de México, habían recibido órdenes de reconcentrarse en la carretera nacional con el fin de avanzar hacia la ciudad de México en actitud rebelde, y dar un asalto al Castillo de Chapultepec, para aprehenderme.
Esto sucedía en los días en que el general Calles, titular de la Secretaría de Guerra, se había ausentado de la capital, llevándose la mayor parte de los contingentes militares para hacer frente a Escobar, Manzo y Topete en el norte de la República. Sólo se hallaban en la capital alrededor de 300 hombres de línea y la policía montada. Como no había tiempo que perder, tras de exhortar al mayor de referencia a que me hablara con verdad y hacerle conocer el grave delito en que incurría conforme a las leyes militares, de no ser cierto lo que imputaba a sus superiores; y puesto que los informes proporcionados por el oficial susodicho indicaban que el asalto sucedería esa misma noche, inmediatamente llamé al general Agustín Mora, jefe de la Guarnición de la Plaza, y, en presencia del general Gómez, le ordené que con los 300 hombres que tenía a su mando se situara en la carretera de Toluca y procediera a detener, a como hubiera lugar, a las fuerzas que se decía avanzarían sobre el Castillo. Entre tanto yo me hice fuerte en compañía del general Gómez, en Chapultepec, con mi escolta y la policía montada.
Al mismo tiempo, llamé por teléfono al general Ríos Zertuche ordenándole se presentara en mis oficinas con toda urgencia, lo que hizo al día siguiente.
Posteriormente la Secretaría de Guerra reconsideró el acuerdo de la baja del general Ríos Zertuche sin duda porque no encontró méritos suficientes que comprobaran su complicidad en el levantamiento.
En cuanto a Claudio Fox, se comprobó plenamente sU complicidad con los rebeldes. Por ello fue reemplazado en la Jefatura de Operaciones a su cargo y dado de baja, por indigno de pertenecer a la institución armada.
Otros jefes militares llegaron hasta la ignominia en su actitud. Así, por ejemplo, el general Francisco Urbalejo, jefe de las Operaciones en Durango, y levantado en armas, me dirigió el siguiente mensaje:
170 Núm. 8.
Durango, Dgo., 3 de marzo de 1929.
Presidente provisional de la República.
Urgente.
E. M. 255.
Enterado su superior mensaje fechado hoy relativo desobediencia llevada a cabo por jefe Operaciones Militares Veracruz, permitiéndome manifestarle que, como soldado, espero órdenes esa superioridad.
Respetuosamente.
Gral. de Div. J. O. M. Fco. Urbalejo.
El general Miguel Valle, jefe del 22° Regimiento que se encontraba en Chihuahua, también ya levantado en armas, telegrafió a la Presidencia en la siguiente forma:
Jiménez, Ch., 3 de marzo de 1929.
Presidente República.
Palacio Nacional.
Núm. 201.
Hónrome comunicar a usted que Cuartel General en Chihuahua me ha transcrito respetable mensaje dirigido por usted en que comunícale jefe Operaciones Veracruz, faltando a sus deberes de soldado y de ciudadano, ha asumido una franca actitud de rebeldía contra instituciones. Con este motivo me hónro en hacer presente a usted en mi nombre y en el de los jefes, oficiales y tropa de este cuerpo a mi mando, nuestra más firme adhesión al Gobierno que usted dignamente preside, haciendo a usted presente que estamos absolutamente listos para cumplir con nuestro deber.
Con todo respeto.
El General Jefe del 22" Regimiento, Miguel Valle.
Y el coronel R. Michel, jefe del Estado Mayor de la Jefatura de Operaciones en el mismo Estado, 10 hizo así:
162.
N° 140.
Chihuahua, Chihuahua.
C. Presidente República.
México E. M. D221.
Hónrome participarle quedar enterado su respetable mensaje relativo actitud rebelde tropas Veracruz, del cual se recibió otro igual para general Ferreira, a quien desde luego lo hago de su conocimiento a Guadalajara. Por vía telefónica y carácter urgente me estoy dirigiendo a todos jefes corporaciones esta jurisdicción para efectos consiguientes, permitiéndome manifestarle que cumpliremos con nuestro deber de soldados ante Supremo Gobierno.
Respetuosamente.
Coronel Jefe E. M. R. Michel.
Ya vimos cómo Urbalejo, Valle y Michel no cumplieron con el deber de lealtad, subordinación y respeto que protestaban al Gobierno de la República en los mensajes anteriores.
Pero si pérfida y reprobable fue la conducta de los generales que se sublevaron fingiendo lealtad al Gobierno, en cambio fue encomiable y digna la de jefes militares como Armenta, Olachea y Dorantes que, desde el primer momento, se negaron a secundar el cuartelazo.
Cabe aquí mencionar igualmente al teniente coronel W. Cervantes y a los jefes, oficiales y soldados a sus órdenes, que sin medir el peligro, se negaron, en el puerto de Veracruz, a obedecer las órdenes del general Aguirre, haciéndose fuertes en el cuartel en que se alojaban sus fuerzas desde donde estuvieron combatiendo con los sublevados, superiores en número, y quedando al fin dueños de la situación y de la ciudad, cuando éstos la abandonaron.
También es digna de elogio la actitud de los alumnos de la Escuela Naval que se negaron a secundar la conducta de Aguirre, por lo cual éste ordenó que todos ellos fueran desarmados.
Lo que sí me indignó sobremanera fue la actitud de los comodoros y jefes de la Armada Nacional, que se hallaban en Veracruz y que firmaron el manifiesto en que Aguirre desconoció al gobierno y quienes, ya en sus barcos, adoptaron una actitud de vigilante espera, fuera de la bahía, sin duda para percatarse de cómo se resolvía la situación.
Como la mayor parte de las fuerzas que se hallaban en la ciudad de México habían salido a combatir a los rebeldes y me había quedado solamente con 300 hombres, el Subsecretario de la Guerra, general Abundio Gómez, me sugirió la conveniencia de que acuarteláramos al Colegio Militar en el Castillo de Chapultepec, por si era necesaria su colaboración.
Ya los alumnos de la Institución habían nombrado una comisión para entrevistarme y hacerme patente su solidaridad.
Manifesté al general Gómez que no creía necesario proceder en la forma que él me sugería. Que en caso de verme precisado a salir de la ciudad de México, tampoco recurriría al Colegio Militar, pues yo consideraba que esta Institución debe estar al margen de la política y de las discordias que la misma provoca.
Sin embargo, el gobierno fue magnánimo con todos los jefes militares que cayeron prisioneros o se rindieron: los casos de los generales Yocupicio y Roberto Cruz son testimonio elocuente de ello. Sólo se fusiló al general Jesús M. Aguirre, a su hermano Manuel y a Palomera López, después de los respectivos Consejos de Guerra en que los acusados gozaron de toda clase de garantías.
Personalmente, también ordené la libertad absoluta del general de división Jesús M. Ferreira, como mencioné antes, y de más de 200 jefes y oficiales prisioneros, para que regresaran al seno de sus familias.
Consciente de mi responsabilidad y convencido de que cualesquiera que fuesen los motivos que los conjurados alegasen para lanzarse a la rebeldía, no eran en manera alguna justificados para llevar al país a un nuevo y estéril derramamiento de sangre -puesto que el Gobierno provisional apenas hacía tres meses que había iniciado sus funciones y, con todo patriotismo, sin apartarse de las normas legales, estaba desarrollando una labor francamente revolucionaria, por lo cual creía contar con el apoyo de mis conciudadanos- mi primer acto ante la insolencia de los malos militares fue informar a la Nación.
Al efecto, hice a la prensa las siguientes declaraciones:
A las siete de la mañana del día de hoy, el general Jesús M. Aguirre, jefe de las Operaciones Militares en el Estado de Veracruz, se comunicó con la Presidencia de la República, manifestando que el señor coronel Adalberto Tejeda, Gobernador Constitucional de la misma Entidad, había salido en actitud sospechosa del puerto de Veracruz, llevándose a la gendarmería montada; que un batallón de la guarnición de Perote se encontraba en actitud rebelde y que la flotilla del Golfo, con las calderas a presión, se mantenía fuera del puerto.
El jefe de Operaciones Militares en Veracruz pretendía, de este modo, seguir fingiendo lealtad al Gobierno constituido, y aprovecharse de las dudas que su conducta sembrara, para consolidar la sublevación ya fraguada por él y algunos otros jefes militares.
La interrupción de comunicaciones telefónicas y telegráficas, la respuesta sediciosa del jefe de la guarnición de Orizaba y la actitud patriótica y decorosa del señor general José María Dorantes, jefe del 7° Regimiento de Caballería, que inmediatamente protestó lealtad al Gobierno y se reconcentró en Oriental con el cuerpo a su mando, así como la de la flotilla, que pidió instrucciones por la vía inalámbrica, no dejaron lugar a duda sobre la actitud rebelde asumida por el general Jesús M. Aguirre.
A las diez de la mañana del mismo día, el general Francisco R. Manzo, jefe de las Operaciones del Estado de Sonora, telegrafió a su vez, anunciando la sublevación del 29° batallón, comandado por el general Antonio Armenta, y comunicando que ya destacaba tropas en su persecución. Se trataba de un subterfugio previamente convenido, ya que el general Manzo, al igual que el general Aguirre, se encontraba también en actitud rebelde, con parte de las fuerzas a su mando y combatiendo o persiguiendo a las unidades que han permanecido leales a sus deberes.
Aunque la situación así desencadenada venía siendo prevista por el Gobierno y aunque la sublevación del general Aguirre y del general Manzo corría ya como del dominio público desde hacía varios días, el Gobierno no quiso externar ningún concepto que pudiera servir para precipitar los acontecimientos violentos qUe a toda costa convenía reprimir; pero, ante la inminencia de la lucha, considera inútil seguir guardando una discreción que ya no obedece a ningún propósito generoso de conjurar la contienda, y juzgo, por el contrario, que debe exponer la situación con toda claridad, ante la vista de la Nación entera, para que el pueblo mexicano conozca la gestación y la evolución de uno de los movimientos armados más injustificados y antipatrióticos que pudieran haberse planeado.
Con motivo de la iniciación de la lucha política, se manifestaron desde luego ideas imposicionistas, fraguadas por algunos militares que, lejos de aspirar a conquistar el voto público, externaron ideas de violencia y propósitos subversivos. Algunos jefes militares las prohijaron como propósitos y ameritaron, por ello, que el Gobierno tomara medidas en su contra.
Tal fue el caso del señor general Roberto Cruz, quien proclamaba que, con las fuerzas a su mando, combatiría una imposición imaginaria, sin darse cuenta de que él era el verdadero imposicionista. El Gobierno meditó largamente antes de tomar alguna resolución en contra de dicho jefe, a pesar de que los antecedentes de éste no son todo lo recomendables que fuera de desearse, porque quiso evitar en todo lo posible que hubierá ninguna persona o grupo político que llegara a sospechar, siquiera, que el cambio se hacía para nombrar cualquier jefe que pudiera doblegarse ante una consigna posterior. Pero el cambio se hizo de todas maneras, porque se consideró preferible aceptar la responsabilidad de una crítica, que los hechos después habrían desmentido, y no mantener una situación perjudicial para el país, tolerando, por complacencia que hubiera sido criminal, a un jefe militar, con autorización del Gobierno, al frente de tropas que sólo habrían servido para alterar el orden y obligar a nuevos sacrificios al país.
Respecto al general Francisco R. Manzo -y con el objeto de no proseguir una política de cambio de jefes, que repugnaba con las intenciones sanas del Gobierno- se procuró solamente hacer reiteradas llamadas a su lealtad y explicar que, cualesquiera que fueran las contingencias de la lucha política, el ejército no tendría por qué mezclarse en ella, ni avergonzarse de prestar respaldo a las instituciones, porque éstas, aunque imperfectamente encarnadas en hombres, saldrían avantes por la decisión irrevocable que me anima como presidente de la República, para no participar en lo absoluto en la lucha política.
Por lo que toca al general Aguirre, las noticias que sobre sus propósitos se tenían fueron siempre recibidas con reserva, tanto porque su mayor contacto con el centro de la República permitía esperar que estuviese convencido de que realmente el Gobierno no participaba en la lucha política, cuanto porque sus reiteradas protestas de lealtad y los actos de presencia que hizo en varias ocasiones permitieron esperar que correspondiera a sus antecedentes de revolucionario y que supiera seguir la línea de conducta que marca un deber que, en todas las ocasiones, es inaplazable, pero que en ésta era, al mismo tiempo, claro y preciso.
La falta de causa para este movimiento llega a tal grado que, a no concurrir la indiscreción del jefe de la guarnición de Orizaba, el Gobierno de la República se vería en dificil aprieto para explicar ante la Nación, los pretextos que los nuevos rebeldes invocan. El jefe mencionado comunica, en efecto, que el general Aguirre con las fuerzas a su mando, se ha levantado en armas para protestar contra la imposición del ingeniero Pascual Ortiz Rubio.
Salta a la vista la falsedad y la inconsistencia del pretexto invocado. Los mismos candidatos, aun los que parecen encamar la oposición, gozan en su campaña política de toda clase de garantías, como ellos mismos han declarado, y la abstención de las autoridades federales y locales no ha sido quebrantada más que por las autoridades simpatizadoras con los hoy rebeldes, y principalmente por el general Fausto Tapete, que, con toda su Legislatura, se trasladó a Nogales para dar solemnidad a la recepción del candidato Valenzuela, quien, al parecer, no deseaba la posibilidad de una contienda democrática, sino la complicidad del Gobierno Federal en una maniobra imposicionista que incubó su ambición y que hoy, trata de llevar a cabo su vanidad.
Ante la gravedad de los acontecimientos, el funcionario que desempeña la Presidencia de la República, juzga de su deber desnudar su conciencia ante sus conciudadanos para expoDerles lo más íntimo de sus sentimientos.
Creo haber cuidado los actos de mi administración como para que ningún mexicano, que no esté cegado por la pasión, pueda dudar del celo con que he procurado mantenerme alejado de la política.
La forma dolorosa como llegué al poder, y lo corto de mi gestión no pueden dejar lugar a duda tampoco, sobre que no abrigué ningunas ambiciones previas a mi llegada a la Presidencia, ni sobre que tampoco tengo hoy propósitos de perdurar, directa o indirectamente, en el poder.
Tengo la convicción de que sólo los gobiernos que hacen uso indecoroso del poder, buscan autoridades amigas que los sucedan y que sean sus cómplices para ocultar sus prevaricaciones o sus delitos, y mi corta gestión está a la luz de mis conciudadanos para que ellos comprueben si he servido con honestidad el cargo que se me ha conferido.
Esta convicción no ha sido sólo personalmente mía sino que ha sido fielmente observada por mis colaboradores, y juzgo por ello que no sólo yo en lo personal, sino también la totalidad de mi Gobierno, hemos ajustado nuestros actos con lo que el deber imponía, y hemos quitado así toda posibilidad de verdad en las aseveraciones que pérfidamente se esgrimen hoy para disfrazar ambiciones mezquinas y odios bastardos.
La causa de la actual rebelión debe buscarse escarbando en el cieno de los apetitos más bajos que pueden animar a los hombres. Ni los principios de la Revolución conculcados, ni los anhelos democráticos, ni los deseos de regeneración, mueven a esos hombres que hoy se muestran como paladines de un impulso anti-imposieionista en que ni ellos mismos creen. Su rebelión nace de su deseo de poder y de su afán de enriquecimiento. Su distanciamiento del Gobierno proviene de que éste no ha querido ser cómplice de ellos, para permitirles que sigan acumulando riquezas, ni para tolerarles que, con las fuerzas a su mando, cometan o autoricen verdaderos delitos.
Es así como, a juicio del Gobierno, la situación, con ser tan dolorosa, servirá sin embargo, para dar nuevo alivio al país, y para que el ejército de la Revolución sufra una nueva depuración, expulsando y combatiendo a los elementos que, más tarde, serían motivo de vergüenza para él.
El ejército de la República sólo se justifica como un sostenedor de los principios revolucionarios y de las ideas de reivindicación social que dieron origen a nuestra Revolución; y los jefes que están en complicidad con los intereses creados y que viven aliados con la reacción, sólo porque ésta representa una posibilidad de enriquecimiento, no podían ostentar, sin desdoro del mismo ejército, la más alta investidura que éste otorga. Si las fortunas acumuladas y la hostilidad para campesinos y obreros no fueran comprobación bastante de lo que antes se afirma, bastaría consignar que, por diversos conductos, los actuales rebeldes han solicitado la cooperación de los elementos fanáticos para constituir un gran frente de combate que, de llegar a resolverse con la derrota del Gobierno constituido, implicaría el regreso a los procedimientos retardatarios que creemos haber desterrado desde 1910, y a la destrucción de la política agraria y obrera que los gobiernos revolucionarios han implantado desde 1920, y que el actual está prosiguiendo con toda la decisión que proporcíona la convicción de sentir que la paz no podrá estabilizarse mientras en México no se hayan realizado las conquistas de reivindicación agraria y obrera, por las que las masas de la Nación vienen luchando.
El Gobierno está seguro de contar con elementos bastantes para dominar la rebelión en corto plazo, no sólo porque la gran mayoría del ejército permanece fiel, sino porque aun en las mismas regiones que los primeros momentos del conflicto señalan como rebeldes, hay corporaciones que no abandonarán la linea de conducta que marca el deber, y que, como el 7° regimiento de caballería del general Dorantes, aprovecharán la primera oportunidad para incorporarse con las fuerzas leales o para combatir a las fuerzas rebeldes.
A más de la fuerza militar con que el Gobierno cuenta, la Administración confía, para su sostenimiento, en la fuerza moral que le dé la opinión pública del país y muy principalmente la opinión revolucionaria. Los campesinos y los obreros de México saben hoy, como lo supieron en 1923 y en 1927, que no es la suerte de un Gobierno la que se juega, sino la suerte de sus conquistas. Es por ello, que, con mi carácter de presidente de la República, declaro ante la faz de la Nación que entro a esta lucha con el más profundo desconsuelo, por haber comprobado hasta dónde llega la perfidia de quienes todo lo posponen a sus intereses personales; pero, al mismo tiempo, con el más seguro optimismo de que cumplo con mi deber, y de que saldré avante porque represento, no sólo la legalidad, sino, sobre todo, y ante todo, la rectitud y la verdad.
Por mi carácter de civil, no podría formular una declaración que pudiera tener el más ligero vestigio de fanfarronería; pero sí quiero hacer saber a la Nación, que, a mi juicio, el deber no admite discusiones ni esperas y que, dentro de ese criterio, haré respetar mi investidura y procuraré salvar nuestras instituciones, cualesquiera que sean las circunstancias y cualesquiera que sean los sacrificios que se hagan necesarios.
México, D. F., marzo 3 de 1929.
E. Portes Gil, Presidente de la República.
El relato de las peripecias de la campaña militar y las batallas que se libraron entre los rebeldes y las fuerzas leales y que dieron por resultado la derrota de los infidentes, no será objeto de esta obra. Sólo quiero hacer constar que, jamás en nuestras luchas intestinas y a través de todas las épocas, se había visto mayor cobardía de parte de los militares que encabezaron aquel movimiento subversivo, ni tampoco la Nación entera se había puesto de manera tan inusitada y franca de parte del Gobierno constituido, como en esta ocasión.
En efecto, durante las revueltas de 1923 y 27, los generales y los civiles que las provocaron lucharon con toda la entereza y el valor que era menester para triunfar. Gracias a tal decisión, la primera de ellas estuvo a punto de dar al traste con el Gobierno del general Obregón, y la segunda en la posibilidad de dar un golpe de mano en plena capital de la República. En una y otra, los principales jefes supieron morir con valor y entereza. Diéguez, Alvarado, García Vigil y tantos otros en la de 1923; Serrano, Gómez, Vidal, Peralta, Martínez Escobar, Otilio González, Gómez Vizcarra, Rueda Quijano en la de 1927, son un ejemplo de cómo saben morir los mexicanos dignos, cuando se arrojan a una aventura de tal naturaleza. En cambio, en la rebelión de 29, todos los generales huyeron en vergonzosa fuga, dejando abandonadas a sus fuerzas. Algunos de ellos, como Escobar, no hicieron otra cosa que saquear -en Monterrey y en Torreón- los bancos y las casas comerciales, para llevarse fabulosas sumas de dinero que les proporcionan la comodidad y el lujo de que hoy disfrutan.
La revuelta duró exactamente setenta y cinco días. Se levantaron muy cerca de treinta mil hombres, perfectamente armados y pertrechados, quedando desde el primer día sustraídos a la acción del Gobierno Federal los Estados de Veracruz, Sonora, Sinaloa, Chihuahua, Coahuila, parte de Nuevo León, Zacatecas y Durango. Se gastaron en la campaña de pacificación $13.839,608.78 (que se pagaron en el mismo ejercicio fiscal, sin ampliar el presupuesto y con las economías hechas por el gobierno provisional); no obstante lo cual al entregar el Poder a mi sucesor, el día 5 de febrero de 1930, la Tesorería General de la Nación tenía en sus cajas la suma de $20.000,000.00 (primera vez en la historia de los gobiernos revolucionarios, hasta esa fecha, que se entregó un superávit de tal magnitud). La destrucción de vías férreas, trenes, saqueos a los bancos, etc., importó $25.000,000.00; pero lo más censurable es que aquella rebelión costó al país muy cerca de 2,000 muertos, que quedaron en el campo. De ellos, sólo dos o tres generales. Los demás, los enriquecidos a costa de la Nación, los verdaderos responsables de esta nueva vergüenza de nuestra historia, se pusieron a buen recaudo, cruzando la frontera con toda oportunidad o presentándose a las fuerzas leales en solicitud de gracia; pues sabían de antemano que el Gobierno provisional no se mancharía las manos con sangre, muy a pesar de que la ley lo autorizaba para proceder en forma enérgica, como ejemplar castigo a tal conducta de traición a las instituciones.