AUTOBIOGRAFÍA DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA
Emilio Portes Gil
CAPÍTULO NOVENO
EL BREVE PERIODO PRESIDENCIAL DEL SR. INGENIERO PASCUAL ORTÍZ RUBIO
LA LIGA DE LAS NACIONES
En el año de 1918 se fundó en París, de acuerdo con uno de los puntos expuestos por el presidente Wilson, para justificar la beligerancia de los Estados Unidos en la primera guerra mundial, la Liga de las Naciones.
México no fue invitado a formar parte de la Liga de las Naciones, y cuando algunos grandes estadistas como Clemenceau, Briand, Guerrero, de El Salvador, y otros europeos y latinoamericanos dieron al presidente Wilson la lista de los países que debían ser invitados para formar la institución, se hizo público en aquella época, que Wilson, con su lápiz, tachó el nombre de México.
Después se hicieron muchas gestiones por distinguidos internacionalistas, entre otros por el Dr. Guerrero, para que México entrara en la Liga.
Los Estados Unidos habían salido ya de ella, y sólo mantenían un observador.
Estas gestiones se realizaron tanto durante los gobiernos de los señores Carranza, Obregón, Calles, el del autor y de Abelardo Rodríguez.
Nada nos hizo cambiar de la actitud inicial que había adoptado Carranza.
En 1931, México por fin aceptó la invitación que la Asamblea de la Sociedad de las Naciones le hizo por unanimidad, a propuesta de los representantes Arístides Briand, de Francia; Lord Cecil, de Inglaterra; Dino Grandi, de Italia, y muchos otros dirigentes de aquella organización.
Me tocó presidir la delegación de México, que integraron también don Genaro Estrada, secretario de Relaciones Exteriores; el ingeniero Alberto J. Pani, embajador de México en España y el señor licenciado don Fernando González Roa, quienes no pudieron desempeñar su cometido por estar atendiendo otros asuntos, y como secretario, el distinguido diplomático Salvador Martínez de Alva.
Presidiendo una sesión de la Liga el eminente internacionalista romano doctor Titulescu, al dirigirse a la asamblea, expresó lo siguiente:
Es para mí grato deber el invitar a la Delegación de México, a ocupar los asientos que le están reservados en este recinto.
Hoy, por primera vez, van a sesionar entre nosotros los representantes de los Estados Unidos de México. Es con satisfacción viva y profunda que, a nombre de la Asamblea, les expresó la bienvenida más efusiva.
Por un gesto espontáneo, gesto sin precedente y también excepcional, los 53 países miembros de la Sociedad de las Naciones, aquí reunidas, deseando reparar, desagraviar lo que ellas consideraban una injusticia, han invitado a la noble Nación Mexicana a unirse a ellas, a asociarse a sus trabajos y esfuerzos, y así agregar un vínculo más a este inmenso sistema de buenas voluntades conjugadas que, bajo la égida de la Sociedad de las Naciones, se extiende sobre casi todo el mundo.
México comprendió el valor y el significado del gesto de la Asamblea y con un sentimiento de generosa solidaridad respondió, con prontitud, a nuestro llamado.
Es goce profundo para nosotros todos el ver acrecentarse el número de los Estados representados en Ginebra.
La Asamblea ha tenido siempre la certeza de que el objetivo que se propusieron los autores del pacto, no sería plenamente satisfecho, alcanzado, mientras la Sociedad de las Naciones no agrupara en su seno el conjunto de las Naciones del mundo, deseosas de buscar en la cooperación pacífica y no en la fuerza, la forma de resolver las dificultades continuamente acrecentadas a las que se enfrenta toda la humanidad.
La colaboración de México a la Sociedad de las Naciones, se destacará por las dos cualidades esenciales de su digna y noble raza; su espíritu y su lealtad. Ha dado ya pruebas hacia nosotros. Al atender nuestro llamado, México demuestra que no se desalienta ante las pesadas tareas que se imponen actualmente a la Sociedad de las Naciones; y su firme decisión de luchar con empeño en nuestras filas, contra las dificultades de la hora presente.
Al aceptar sin reserva, las obligaciones del Pacto, México demuestra su lealtad hacia todas las Naciones del Mundo.
Por su aceptación a nuestra solicitud, México viene igualmente a engrosar las filas de las Delegaciones de la América Latina, tan dilectas a la Sociedad de las Naciones, porque su trabajo incansable y su confiada colaboración, abrevan en la fuente de las más puras riquezas del corazón humano: el ideal y el desinterés.
Os daréis cuenta, señores delegados de México, del lugar tan amplio que la América Latina ocupa entre nosotros.
Estamos felices de poder, hoy, ampliar ese ámbito, y permanecemos deseosos de ampliarlo aún más, en beneficio de los otros países americanos, cuyo alejamiento, sin duda momentáneo, no ha alterado nuestras simpatías para ellos.
En mi calidad de presidente de la asamblea permitidme agregar que no es sólo a los Estados a quien tanto nos complace el recibir, sino también a quienes los representan. Lo que ha permitido al espíritu de Ginebra de formarse y de vencer tantas resistencias, se debe, no hay la menor duda, a la sólida amistad personal que liga a los hombres de Estado llamados a colaborar estrechamente en las finalidades que persigue la Sociedad de las Naciones. Estas amistades están, ellas también, siempre dispuestas a extenderse.
No dudéis, señores, que ellas se dirigirán a vosotros también, los delegados de México, y vosotros nos encontraréis siempre felices de manifestaros, en el trabajo diario que desde ahora nos reunirá, los mismos sentimientos efusivos que he deseado expresar al recibiros en este día.
El primer delegado de México, Su Excelencia señor Portes Gil, ha pedido la palabra. Le ruego muy atentamente de subir a la tribuna.
Contesté las palabras del Dr. Titulescu, pronunciando el siguiente discurso:
Señor presidente, señoras y señores:
Agradezco al señor presidente y a todos los señores delegados aquí presentes, en nombre de mi país, las expresiones de consideración que me han ofrecido, y quiero corresponderlas, antes que nada, declarando que México ha sabido estimar, y desde luego corresponder, a la cordialidad con que se le invitó para que viniera a formar parte de la Sociedad de las Naciones, así como la forma impecable en que se formuló esta misma invitación.
México, para expresar su agradecimiento de una manera práctica y fecunda, se presenta ante ustedes como un factor de cooperación y de buena voluntad en la prosecución de los ideales de comprensión y de colaboración internacionales, que la Sociedad de las Naciones persigue.
El hecho de que México haya luchado, durante largos años, por alcanzar, para sus clases trabajadoras, condiciones de vida verdaderamente humanas, deberá ser tenido como la mejor garantia de que venimos animados de los mejores propósitos para lograr el bienestar y la paz del mundo a través del bienestar de todos los humanos.
México ha aceptado ingresar a esta institución con ánimo levantado y sereno persuadido de que su leal esfuerzo puede contribuir a facilitar la enorme tarea que la Sociedad de las Naciones se ha impuesto.
En este sentido, para borrar las huellas de la situación que prevaleció antes de hoy, cuentan en mucho las frases amistosas que en favor de México pronunciaron los representantes de los distintos países que introdujeron y apoyaron la moción y la unánime aprobación de esta Asamblea.
Creo por lo mismo que los señores delegados se han hecho acreedores no sólo a la gratitud de México, que yo me complazco en expresarles, sino al reconocimiento de la Sociedad para la cual supieron ganar un miembro que, permitidme que esto sí lo proclame con orgullo, trabajará con entusiasmo y con devoción y pondrá su concurso de desinterés y de ideal, en apoyo de la obra idealista y desinteresada que la Sociedad de las Naciones persigue.
Al pronunciar mi discurso lo hice en español, habiendo sido la primera ocasión que se oyó la lengua de Cervantes en el recinto de la Sociedad de las Naciones.
Al bajar de la tribuna, la señorita Campoamor, que formaba parte de la representación de España, que presidía don Alejandro Lerroux, y que estaba integrada, además, por distinguidos intelectuales españoles, entre otros el doctor Madariaga y el distinguido internacionalista doctor Manuel Pedrozo, al felicitarme por mi alocución, agregó:
Señor embajador, estoy avergonzada de que usted nos haya dado el ejemplo de hablar en nuestro idioma. Ninguno de nosotros, ni los representantes de los países latinoamericanos lo habíamos hecho, y es por esto que lo felicito calurosamente.
Contesté a la señorita Campoamor lo siguiente:
Creo que no hice nada extraordinario. Si los alemanes y los rusos, que sólo tienen un voto en la asamblea, hablan en su idioma, nosotros, que tenemos 21 votos, estamos en el deber elemental de hablar nuestra lengua.
Al día siguiente del ingreso de México a la Sociedad de las Naciones, la delegación española, que presidía don Alejandro Lerroux, y las delegaciones de los países latinoamericanos ofrecieron una comida en nuestro honor.
Al hacer uso de la palabra don Alejandro, expresó más o menos lo siguiente:
Felicito a México por haber aceptado la invitación que se le hizo para ingresar a la Sociedad de las Naciones.
Fueron los representantes de Francia, de Alemania, de Italia, de Inglaterra, de España y de los países latinoamericanos quienes hicieron la proposición para hacer tal invitación.
Como .acababa de establecerse la República Española, el señor Lerroux expresó:
Mi país ha dado una gran prueba de cívismo. En 72 horas y sin derramamiento de sangre, hemos pasado de la monarquía a la República. No es el caso de otros países. que han tenido que sacrificar miles de víctimas para realizar un cambio de gobierno.
Al contestar el discurso del señor Lerroux, expresé el agradecimiento de México por esta convivialidad que se nos brindaba, agregando:
Yo felicito a la República Española por el paso tan trascendental que se ha operado en ese gran país, al cambiar del régimen monárquico al democrático, y lo felicito sobre todo, por no haber derramado una gota de sangre en este cambio tan trascendental.
México no puede vanagloriarse de lo mismo. México ha derramado torrentes de sangre en los 22 años que llevamos de implantar las reformas sociales, políticas, económicas y culturales que abandera la Revolución Mexicana, pero México está orgulloso de haber derramado tanta sangre, porque ha sido una sangre no sólo en beneficio de mi patria, que ha encontrado el camino para lograr su grandeza y las reformas que requieren el actual estado de civilización que vive el mundo, sino también porque esa sangre ha sido seguramente también en beneficio de la humanidad.
Al terminar mi discurso, el señor Lerroux vino a darme un abrazo, expresándome que al hablar de que España no había derramado sangre, no pensó en manera alguna causar a México una ofensa. Muy al contrario, reconoció la grandeza de nuestra Revolución.
En plática privada que tuve con él, le manifesté:
Ojalá y España no tenga que derramar sangre para cimentar la República, y ojalá que ustedes logren el éxito que México desea para que la Repúblíca Española sea cada día más vigorosa.
El tiempo demostró posteriormente que España, para tratar de cimentar la República, derramó torrentes de sangre, habiendo fracasado en ese intento tan generoso.