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Capítulo X

CÓMO CORTÉS SE HIZO A LA VELA CON TODA SU COMPAÑIA DE CABALLEROS Y SOLDADOS PARA LA ISLA DE COZUMEL, Y DE LO QUE ALLÍ NOS AVINO LUEGO DIRÉ

No hicimos alaarde hasta la isla de Cozumel, más de mandar Cortés que los caballos se embarcasen, y mandó a Pedro de Alvarado que fuese por la banda del norte en un buen navío que se decía San Sebastián, y mandó al piloto que llevaba en el navío que le aguardase en la punta de San Antón, para que allí se juntase con todos los navíos para ir en conserva hasta Cozumel; y envió mensajero a Diego de Ordaz, que había ido por el bastimento, que aguardase, que hiciese lo mismo, porque estaba en la banda del norte. Y en diez días del mes de febrero año de mi, quinientos diez y nueve años, después de haber oído misa, hicímonos a la vela con nueve navíos por la banda del sur. Y llegamos dos días primero que Cortés a Cozumel, y surgimos en el puerto ya por mí otras veces dicho cuando lo de Grijalva. Y Cortés aún no había llegado con su flota.

Y estando en esto llega Cortés con todos los navíos, y después de aposentado, la primera cosa que hizo fue mandar echar preso en grillos al piloto Camacho, porque no aguardó en la mar como le fue mandado. Y después que vió el pueblo sin gente y supo cómo Pedro de Alvarado había ido al otro pueblo, y que les había tomado gallinas, y paramentos y otras cosillas de poco valor de los ídolos, y el oro medio cobre, mostró tener mucho enojo de ello, y de cómo no aguardo el piloto. Y reprendióle gravemente a Pedro de Alvarado, y le dijo que no se habían de apaciguar las tierras de aquella manera, tomando a los naturales su hacienda. Y luego mandó traer los dos indios y la india que habíamos tomado, y con el indio Melchorejo, que llevamos de la punta de Catoche, que entendía bien aquella lengua, les habló, porque Julianillo, su compañero, ya por mí memorado, ya se había muerto; que fuesen a llamar los caciques e indios de aquel pueblo, y que no hubiesen miedo. Y les mandó volver el oro, y paramentos y todo lo demás, y por las gallinas, que ya se habían comido, les mandó dar cuentas y cascabeles. Aquí en esta isla comenzó Cortés a mandar muy de hecho, y Nuestro Señor le daba gracia, que doquiera que ponía la mano se le hacía bien, especial en pacificar los pueblos y naturales de aquellas partes, como adelante verán.

Y de ahí a tres días que estábamos en Cozumel, mandó hacer alarde para saber qué tantos soldados llevaba, y halló por su cuenta que éramos quinientos ocho, sin maestres y pilotos y marineros, que serían ciento; y diez y seis caballos y yeguas: las yeguas todas eran de juego y de carrera; y once navíos grandes y pequeños, con uno que era como bergantín, que traía a cargo un Ginés Nortes; eran treinta y dos ballesteros, y trece escopeteros, que así se llamaban en aquel tiempo, y tiros de bronce, y cuatro falconetes, y mucha pólvora y pelotas; y esto de esta cuenta de los ballesteros no se me acuerda muy bien, no hace el caso de la relación.

No gasto ahora tanta tinta en meter la mano en cosas de apercibimiento de armas, y de lo demás, porque Cortés verdaderamente tenía gran vigilancia en todo.

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