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Capítulo XIX
CÓMO ALZAMOS A HERNANDO CORTÉS POR CAPITÁN GENERAL Y JUSTICIA MAYOR DE ESTAS TIERRAS HASTA QUE SU MAJESTAD MANDASE LO QUE HUBIERE MENESTER Y CONVINIERA. Y DE LO QUE EN ELLO SE HIZO
Ya he dicho que en el real andaban los parientes y amigos de Diego Velázquez perturbando que no pasásemos adelante, y que desde allí, de San Juan de Ulúa, nos volviésemos a la isla de Cuba. Parece ser que ya Cortés tenía puesto en pláticas con Alonso Hernández Puertocarrero y con Pedro de Alvarado y sus cuatro hermanos, Jorge y Gonzalo y Gómez y Juan, todos Alvarados: y con Cristóbal de Olid, y Alonso de Avila, y Juan de Escalante, y Francisco de Lugo, y conmigo y otros caballeros y capitanes, que le pidiésemos por capitán, Francisco de Montejo bien lo entendió, y estábase a la mira, y una noche, a más de medianoche, vinieron a mi choza Alonso Hernández Puerto Carrero y Juan de Escalante y Francisco de Luqo, que éramos algo deudos yo y Lugo, y de una tierra, y me dijeron: ¡Ah, señor Bernal Díaz del Castillo, salid acá con vuestras armas a rondar, acompañaremos a Cortés, que anda rondando! Y desde que estuve apartado de la choza me dijeron: Mirad, señor, tened secreto de un poco que os queremos decir, que pesa mucho, y no lo entiendan los compañeros que están en vuestro rancho, que son de la parte de Dieqo Velázquez. Y lo que me platicaron fue: ¡Paréceos, señor, bien que Hernando Cortés así nos haya traído engañados a todos, y dió pregones en Cuba que venía a poblar, y ahora hemos sabido que no trae poder para ello, sino para rescatar, y quieren que nos volvamos a Santiaqo de Cuba con todo el oro que se ha habido, y quedaremos todos perdidos, y tomarse ha el oro Diego Velázquez, como la otra vez. Mirad, señor, que habéis venido ya tres veces con esta postrera, gastando vuestros haberes, y habéis quedado empeñado, aventurando tantas veces la vida con tantas heridas; hacémoslo, señor, saber porque no pase esto más adelante, y estamos muchos caballeros que sabemos que son amigos de vuestra merced para que esta tierra se pueble en nombre de Su Majestad, y Hernando Cortés en su real nombre, y en teniendo que tengamos posibilidad, hacerlo saber en Castilla a nuestro rey y señor, y tenga, señor, cuidado de dar el voto para que todos le elijamos por capitán, de unánime voluntad, porque es servicio de Dios y de nuestro rey y señor. Yo respondí que la ida de Cuba no era buen acuerdo, y que sería bien que la tierra se poblase y que eligiésemos a Cortés por general y justicia mayor, hasta que Su Majestad otra cosa mandase. Y andando de soldado en soldado este concierto, alcánzanlo a saber los deudos y amigos de Diego Velázquez, que eran muchos más que nosotros; y con palabras algo sobradas dijeron a Cortés que para qué andaban con mañas para quedarse en esta tierra, sin ir a dar cuenta a quien le envió para ser capitán, porque Diego Velázquez no se lo tendría a bien; y que luego nos fuésemos a embarcar, y que no curase de más rodeos y andar en secretos con los soldados, pues no tenía bastimentos, ni gente, ni posibilidad para que pudiese poblar.
Y Cortés respondió sin mostrar enojo, y dijo que le placia, que no iría contra las instrucciones y memorias que traía de Diego Velázquez, y mandó luego pregonar que para otro día todos nos embarcásemos, cada uno en el navío que había venido. Y los que habíamos sido en el concierto le respondimos que no era bien traernos así engañados; que en Cuba pregonó que venía a poblar, y que viene a rescatar, y que le requerimos de parte de Dios Nuestro Señor y de Su Majestad que luego poblase y no hiciese otra cosa, porque era muy gran bien y servicio de Dios y de Su Majestad. Y se le dijo muchas cosas bien dichas sobre el caso, diciendo que los naturales no nos dejarían desembarcar otra vez como ahora, y que en estar poblada esta tierra siempre acudirían de todas las islas soldados para ayudarnos, y que Dieqo Velázquez nos ha echado a perder con publicar que tenía provisiones de Su Maiestad para poblar, siendo al contrario, y que nosotros queríamos poblar y que se fuese quien quisiese a Cuba. Por manera que Cortés aceptó, y aunque se hacia mucho de rogar, y como dice el refrán, tú me lo ruegas y yo me lo quiero; y fue con condición que le hiciésemos justicia mayor y capitán general, y lo peor de todo que le otorgamos que le diésemos el quinto del oro de lo que se hubiese, después de sacado el real quinto. Y luego le dimos poderes muy vastísimos, delante de un escribano del rey que se decía Diego de Godoy, para todo lo por mí aquí dicho. Y luego ordenamos de hacer y fundar y poblar una villa que se nombró la Villa Rica de la Vera Cruz, porque llegamos jueves de la Cena y desembarcamos en Viernes Santo de la Cruz, y rica por aquel caballero que se llegó a Cortés y le dijo que mirase las tierras ricas y que se supiese bien gobernar, y quiso decir que se quedase por capitán general, el cual era D. Alonso Hernández de Puertocarrero.
Y volvamos a nuestra relación. Y fundada la villa, hicimos alcaldes y regidores, y fueron los primeros alcaldes Alonso Hernández Puertocarrero y Francisco de Montejo, y a este Montejo, porque no estaba muy bien con Cortés, por meterle en los primeros y principal, le mandó nombrar por alcalde: y los regidores dejarlos he de escribir, porque no hace al caso que nombre algunos; y diré cómo se puso una picota en la plaza y fuera de la villa una horca, y señalamos por capitán para las entradas a Pedro de Alvarado, y maestre de campo a Cristóbal de Olid, y alguacil mayor a Juan de Escalante, y tesorero Gonzalo Mejía, y contador Alonso de Avila, y alférez a fulano Corral, porque el Villarroel, que había sido alférez, no sé qué enojo había hecho a Cortés, sobre una india de Cuba, y se le quitó el cargo: y alguacil del real a Ochoa, vizcaíno, y a un Alonso Romero.
Después que (los de) la parcialidad de Diego Velázquez vieron que de hecho habíamos elegido a Cortés por capitán general y justicia mayor, nombrada la villa y alcaldes y regidores, y nombrado capitán a Pedro de Alvarado, y alguacil mayor y maestre de campo, y todo lo por mí dicho, estaban tan enojados y rabiosos que comenzaron a armar bandos y chirinolas, y aun palabras muy mal dichas contra Cortés y contra los que le elegimos: y que no era bien hecho sin ser sabedores de ello todos los capitanes y soldados que allí venían, y que no le dió tales poderes Diego Velázquez sino para rescatar, y harto teníamos los del bando de Cortés de mirar que no se desvergonzasen más y viniésemos a las armas. Entonces avisó Cortés secretamente a Juan de Escalante que le hiciésemos parecer las instrucciones que traía de Diego Velázquez, lo cual luego Cortés las sacó del seno y las dió a un escribano del rey que las leyese, y desde que decía en ellas: Desque hubiéredes rescatado lo más que pudiéredes, os volveréis, y venían firmadas de Diego Velázquez y refrendadas de su secretario Andrés de Duero, pedimos a Cortés que las mandase incorporar juntamente con el poder que le dimos, y asimismo el pregón que se dió en la isla de Cuba, y esto fue a causa que Su Majestad supiese en España cómo todo que hacíamos era en su real servicio, y no nos levantasen alguna cosa contraria de la verdad: y fue harto buen acuerdo, según en Castilla nos trataba don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos y arzobispo de Rosano, que así se llamaba, lo cual supimos por muy cierto que andaba por destruirnos, como adelante diré.
Hecho esto, volvieron otra vez los mismos amigos y criados de Diego Velázquez a decir que no estaba bien hecho haberle elegido sin ellos, y que no querían estar bajo de su mando, sino volverse luego a la isla de Cuba. Y Cortés les respondía que él no detendría a ninguno por fuerza, y cualquiera que le viniese a pedir licencia se la daría de buena voluntad, aunque se quedase solo; y con esto los asosegó a algunos de ellos, excepto a Juan Velázquez de León, que era pariente de Diego Velázquez, y a Diego de Ordaz, y a Escobar, que llamábamos el Paje, porque había sido criado de Diego Velázquez, y a Pedro Escudero y a otros amigos de Diego Velázquez. Y a tanto vino la cosa, que poco ni mucho le querían obedecer, y Cortés, con nuestro favor, determinó de prender a Juan Velázquez de León, y a Diego de Ordaz, y a Escobar el Paje, y a Pedro Escudero, y a otros que ya no recuerdo; y por los demás mirábamos no hubiese algún ruido, y estuvieron presos con cadenas y velas que les mandaban poner ciertos días. Y pasaré adelante, y diré cómo fue Pedro de Alvarado a entrar en un pueblo cerca de allí, que se decía Cotastan, que eran de lengua de Culúa, y este nombre de Culúa es en aquella tierra como si dijesen los romanos o sus aliados; así es toda la lengua de la parcialidad de México y de Montezuma, y a este fin en toda esta tierra. cuando dijese Culúa, son vasallos y sujetos a México, y así se han de entender.
Y allí dormimos aquella noche, y no hubo qué cenar, y otro día caminamos la tierra adentro hacia el poniente, y dejamos la costa, y no sabíamos el camino, y topamos unos buenos prados, que llaman sabanas, y estaban paciendo unos venados, y corrió Pedro de Alvarado con su yegua alazana tras un venado, y le dió una lanzada, y herido se metió por un monte, que no se pudo haber. Y estando en esto vimos venir doce indios que eran vecinos de aquellas estancias donde habíamos dormido, y venían de hablar a su cacique, y traían gallinas y pan de maíz, y dijeron a Cortés, con nuestras lenguas, que su señor envía aquellas gallinas que comiésemos, y nos rogaba fuésemos a su pueblo, que estaba de allí, a lo que señalaron, andadura de un día, porque es un sol. Y Cortés les dió las gracias y les halagó, y caminamos adelante y dormimos en otró pueblo chico, que también tenía hechos muchos sacrificios. Y porque estarán hartos de oír de tantos indios e indias que hallábamos sacrificados en todos los pueblos y caminos que topábamos, pasaré delante sin decir de qué manera y qué cosas tenían, y diré cómo nos dieron en aquel poblezuelo de cenar, y supimos que era por Cempoal el camino para ir Quiauiztlan, que ya he dicho que estaba en una fuerza. Y pasaré adelante, y diré cómo entramos en Cempoal.
Y estando en él vinieron luego a decir a Cortés que venía el cacique gordo de Cempoal en andas y a cuestas de muchos indios principales. Y desde que llegó el cacique estuvo hablando con Cortés, juntamente con el cacique y otros principales de aquel pueblo, dando tantas quejas de Montezuma; y contaba de sus grandes poderes, y decíalo con lágrimas y suspiros, que Cortés y los que estábamos presentes tuvimos mancilla. Y demás de contar por qué vía les había sujetado, que cada año les demandaba muchos hijos e hijas para sacrificar, y otros para servir en sus casas y sementeras; y otras muchas quejas, que fueron tantas, que ya no se me acuerda; y que los recaudadores de Montezuma les tomaban sus mujeres e hijas si eran hermosas, y las forzaban; y que otro tanto hacían en toda aquella tierra de la lengua totonaque, que eran más de treinta pueblos. Y Cortés les consolaba con nuestras lenguas cuanto podía. y que les favorecería en todo lo que pudiese, y quitaría aquellos robos y agravios, y que para eso le envió a estas partes el emperador nuestro señor; y que no tuviesen pena ninguna, y que presto lo verían, lo que sobre ello hacíamos, y con estas palabras recibieron algún contento; mas no se les aseguraba el corazón, con el gran temor que tenían a los mexicanos.
Y estando en estas pláticas vinieron unos indios del mismo pueblo muy de prisa a decir a todos los caciques que allí estaban hablando con Cortés cómo venían cinco mexicanos, que eran los recaudadores de Montezuma, y desde que lo oyeron se les perdió la color y temblaban de miedo; y dejan solo a Cortés y los salen a recibir; y de presto les enraman una sala y les guisan de comer y les hacen mucho cacao, que es la mejor cosa que entre ellos beben. Y cuando entraron por el pueblo los cinco indios vinieron por donde estábamos, porque allí estaban las casas del cacique y nuestros aposentos, y pasaron con tanta continencia y presunción que sin hablar a Cortés ni a ninguno de nosotros se fueron delante. Y traían ricas mantas labradas, y los bragueros de la misma manera (que entonces bragueros se ponían), y el cabello lucio y alzado, como atado en la cabeza, y cada uno con unas rosas, oliéndolas, y mosqueadores que les traían otros indios como criados; y cada uno un bordón como garabato en la mano, y muy acompañados de principales de otros pueblos de la lengua totonaque, y hasta que los llevaron (a) aposentar y les dieron de comer muy altamente, no los dejaron de acompañar. Y después que hubieron comido, mandaron llamar al cacique gordo y a todos los más principales y les riñeron que por qué nos habían hospedado en sus pueblos, y qué tenían ahora que hablar y ver con nosotros, y que su señor Montézuma no será servido de aquello, porque sin su licencia y mandado no nos habían de recoger, ni dar joyas de oro. Y sobre ello al cacique gordo y a los demás principales les dijeron muchas amenazas, y que luego les diesen veinte indios e indias para aplacar a sus dioses por el maleficio que habían hecho. Y estando en esto, Cortés preguntó a doña Marina y a Jerónimo de Aguilar, nuestras (lenguas), que de qué estaban alborotados los caciques desde que vinieron aquellos indios, y quién eran. Y la doña Marina, que muy bien lo entendió, le contó lo que pasaba. Y luego Cortés mandó llamar al cacique gordo y a todos los más principales, y les dijo que quién eran aquellos indios que les hacían tanta fiesta; y dijeron que los recaudadores del gran Montezuma, y que vienen a ver por qué causa nos habían recibido sin licencia de su señor, y que les demandan ahora veinte indios e indias para sacrificar a su dios Huichilobos, porque les dé victoria contra nosotros, porque han dicho que dice Montezuma que los quiere tomar para que sean sus esclavos.
Como Cortés entendió lo que los caciques le decían, les dijo que ya les había dicho otras veces que el rey nuestro señor le mandó que viniese a castigar los malhechores, y que no consintiese sacrificios ni robos, y pues aquellos recaudadores venían con aquella demanda, les mandó que luego les aprisionasen y los tuviesen presos hasta que su señor Montezuma sepa la causa cómo vienen a robar y a llevar por esclavos sus hijos y mujeres y (a) hacer otras fuerzas.
Dejémoslo así, que luego que esto fue hecho todos los caciques de Cempoal y de aquel pueblo y de otros que se habían allí juntado de la lengua totonaque, dijeron a Cortés que qué harían, que ciertamente vendrían sobre ellos los poderes de México, del gran Montezuma, y que no podrían escapar de ser muertos y destruidos. Y dijo Cortés con semblante muy alegre que él y sus hermanos que allí estábamos, les defenderíamos y mataríamos a quien enojarlos quisiese. Entonces prometieron todos aquellos pueblos y caciques a una que serían con nosotros en todo lo que les quisiésemos mandar, y juntarían sus poderes contra Montezuma y todos sus aliados. Y aquí dieron la obediencia a Su Majestad, por ante un Diego de Godoy, el escribano, y todo lo que pasó lo enviaron a decir a los más pueblos de aquella provincia. Como ya no daban tributo ninguno y los recogedores no parecían, no cabían de gozo haber quitado aquel dominio. Y dejemos esto y diré cómo acordamos de nos bajar a lo llano, a unos prados, donde comenzamos a (a) hacer una fortaleza. Esto es lo que pasó, y no la relación que sobre ello dieron al coronista Gómara.
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