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Capítulo XXVI
CÓMO ORDENAMOS DE IR A LA CIUDAD DE MEXICO, Y POR CONSEJO DEL CACIQUE FUIMOS POR TLAXCALA, Y DE LO QUE NOS ACAECIO, ASI DE REENCUENTROS DE GUERRA COMO OTRAS COSAS QUE NOS AVINIERON.
Después de bien considerada la partida para México, tomamos consejo sobre el camino que habíamos de llevar, y fue acordado por los principales de Cempoal que el mejor y más conveniente camino era por la provincia de Tlaxcala, porque eran sus amigos y mortales enemigos de mexicanos. Y ya tenían aparejados cuarenta principales, y todos hombres de guerra, que fueron con nosotros y nos ayudaron mucho en aquella jornada, y más nos dieron doscientos tamemes para llevar la artillería, que para nosotros, los pobres soldados, no habíamos menester ninguno, porque en aquel tiempo no teníamos qué llevar, porque nuestras armas, así lanzas como escopetas y ballestas y rodelas y todo otro género de ellas, con ellas dormíamos y caminábamos, y calzados nuestros alpargates, que era nuestro calzado, y, como he dicho, siempre muy apercibidos para pelear. Y partimos de Cempoal mediado el mes de agosto de mil quinientos diez y nueve años, y siempre con muy buena orden, y los corredores del campo y ciertos soldados muy sueltos delante. Y la primera jornada fuimos a un pueblo que se dice Xalapa, y desde allí a Socochima; y estaba bien fuerte y mala entrada, y en él había muchas parras de uva de la tierra. Y en estos pueblos se les dijo con doña Marina y Jerónimo de Aguilar, nuestras lenguas, todas las cosas tocantes a nuestra santa fe. y cómo éramos vasallos del emperador don Carlos, y que nos envió para quitar que no haya más sacrificios de hombres, ni se robasen unos a otros, y se les declaró muchas cosas que convenían decir. Y como eran amigos de los de Cempoal y no tributaban a Montezuma, hallábamos en ellos buena voluntad y nos daban de comer. Y se puso en cada pueblo una cruz, y se les declaró lo que significaba, y que la tuviesen en mucha reverencia. Y desde Socochima pasamos unas altas sierras y puerto y llegamos a otro pueblo que se dice Tejutla; y también hallamos en ellos buena voluntad, porque tampoco daban tributo a México, como los demás. Y desde aquel pueblo acabamos de subir todas las sierras y entramos en el despoblado, donde hacía muy gran frío, y granizó y llovió. Aquella noche tuvimos falta de comida, y venía un viento de la sierra nevada, que estaba a un lado, que nos hacía temblar de frío, porque como habíamos venido de la isla de Cuba y de la Villa Rica, y toda aquella costa era muy calurosa, y entramos en tierra fría, y no teníamos con qué nos abrigar sino con nuestras armas, sentíamos las heladas, como éramos acostumbados a diferente temple. Y desde allí pasamos a otro puerto, donde hallamos unas caserías y grandes adoratorios de ídolos, que ya he dicho que se dicen cúes, y tenían grandes rimeros de leña para el servicío de los ídolos que estaban en aquellos adoratorios. Y tampoco tuvimos qué comer, y hacía recio frío. Y desde allí entramos en tierra de un pueblo que se dice Zocotlan, y enviamos dos indios de Cempoal a decirle al cacique cómo íbamos; que tuviesen por bien nuestra llegada a sus casas; y era sujeto de México. Y siempre caminábamos muy apercibidos y con gran concierto porque veíamos que ya era otra manera de tierra.
Y desde que vimos blanquear azoteas y las casas del cacique y los cúes y adoratorios, que eran muy altos y encalados, parecían muy bien, como algunos pueblos de nuestra España; y pusímosle nombre Castil-blanco, porque dijeron unos soldados portugueses que parecía a la villa de Castil-blanco, de Portuga], y así se llama ahora. Y como supieron en aquel pueblo, por los mensajeros que enviamos, cómo íbamos, salió el cacique a recibirnos con otros principales, junto a sus casas; el cual cacique se llamaba Olintecle. Y nos llevaron a unos aposentos, y nos dieron de comer, poca cosa y de mala voluntad. Y después que hubimos comido, Cortés les preguntó con nuestras lenguas de las cosas de su señor Montezuma, y dijo de sus grandes poderes de guerreros que tenía en todas las provincias sus sujetas, sin otros muchos ejércitos que tenía en las fronteras y provincias comarcanas; y luego dijo de la gran fortaleza de México, y cómo estaban fundadas las casas sobre agua, y que de una casa a otra no se podía pasar sino por puentes que tenían hechos, y en canoas, y las casas todas de azoteas, y en cada azotea, si querían poner mamparos eran fortalezas; y que para entrar dentro en su ciudad había tres calzadas. y en cada calzada cuatro o cinco aberturas por donde pasaba el agua de una parte a otra; en cada una de aquella abertura había un puente, y con alzar cualquiera de ellos, que son hechos de madera, no pueden entrar en México. Y luego dijo del mucho oro y plata, y piedras chalchihuis y riquezas que tenía Montezuma, que nunca acababa de decir otras muchas cosas de cuán gran señor era, que Cortés y todos nosotros estábamos admirados de lo oír. Y con todo cuanto contaban de su gran fortaleza y puentes, como somos de tal calidad los soldados españoles, quisiéramos ya estar probando ventura; y aunque nos parecía cosa imposible, según lo señalaba y decía el Olintecle, y verdaderamente era México muy más fuerte, y tenía mayores pertrechos de albarradas que todo lo que decía, porque una cosa es haberlo visto la manera y fuerzas que tenía que no como lo escribo. Y dijo que era tan gran señor Montezuma, que todo lo que quería señoreaba, y que no sabía si sería contento cuando supiese nuestra estada allí, en aquel pueblo, por habernos aposentado y dado de comer sin su licencia.
Y Cortés le dijo con nuestras lenguas: Pues hágoos saber que nosotros venimos de lejanas tierras por mandado de nuestro rey y señor, que es el emperador don Carlos, de quien son vasallos muchos grandes señores, y envía a mandar a ese vuestro gran Montezuma que no sacrifique ni mate ningunos indios, ni robe sus vasallos, ni tome ningunas tierras, y para que dé la obediencia a nuestro rey y señor; y ahora lo digo asimismo a vos, Olintecle, y a todos los más caciques que aquí estáis, que dejéis vuestros sacrificios y no comáis carnes de vuestros prójimos, ni hagáis sodomías, ni las cosas feas que soléis hacer, porque así lo manda Nuestro Señor Dios, que es el que adoramos y creemos, y nos da la vida y la muerte, y nos ha de llevar a los cielos. Y se les declaró otras muchas cosas tocantes a nuestra santa fe; y ellos a todo callaban. Y dijo Cortés a los soldados que allí nos hallamos: Paréceme, señores, que ya no podemos hacer otra cosa, sino que se ponga una cruz. Y respondió el padre fray Bartolomé de 0lmedo: Paréceme, señor, que en estos pueblos no es tiempo para dejarles cruz en su poder, porque son desvergonzados y sin temor, y como son vasallos de Montezuma no la quemen o hagan alguna cosa mala. Y esto que se les ha dicho basta, hasta que tengan más conocimientos de nuestra santa fe. Y así se quedó sin poner la cruz.
Dejemos esto y de las santas amonestaciones, y digamos que cómo llevábamos un lebrel de gran cuerpo, que era de Francisco de Lugo, y ladraba mucho de noche, parece ser preguntaban aquellos caciques del pueblo a los amigos que traíamos de Cempoal, que si era tigre o león o cosa con que matábamos los indios. Y respondieron: Tráenlo para cuando alguno los enoja, los mate. Y también les preguntaron que aquellas lombardas que traíamos que qué bacían con ellas. Y respondieron que con unas piedras que metíamos dentro de ellas matábamos a quien queríamos, y que los caballos, que corrían como venados, y que alcanzábamos con ellos a quien les mandábamos. Y dijo el Olintecle, y los demás principales: Luego de esa manera, teules deben de ser. Ya he dicho otras veces; que a los ídolos, o sus dioses, o cosas malas, llamaban teules. Y respondieron nuestros amigos: Pues como ahora los veis, por eso mirad no hagáis cosa con que les deis enojo, que luego lo sabrán, que saben lo que tenéis en el pensamiemo, porque estos teules son los que prendieron a los recaudadores de vuestro gran Montezuma y mandaron que no le diesen más tributos en todas las sierras, ni en nuestro pueblo de Cempoal, y estos son los que nos derrocaron de nuestros cúes nuestros teules y pusieron los suyos, y han vencido los de Tabasco y Champotón, y son tan buenos, que hicieron amistades entre nosotros y los de Cingapacinga; y, demás de esto. ya habréis visto cómo el gran Montezuma, aunque tiene tantos poderes, les envía oro y mantas; y ahora han venido a este vuestro pueblo, y veo que no les dais nada; andad presto v traedles algún presente. Por manera que traíamos con nosotros buenos echacuervos, porque luego trajeron cuatro pinjantes y tres collares, y unas lagartijas, y todo de oro, y aunque era muy bajo; y más trajeron cuatro indias, que fueron buenas para moler pan, y una carga de mantas. Cortés los recibió con alegre voluntad y con grandes ofrecimientos.
Acuérdome que tenía en una plaza, adonde estaban unos adoratorios, puestos tantos rimeros de calaveras de muertos, que se podían contar, según el concierto como estaban puestas, que al parecer que serían más de cien mil, y digo otra vez sobre cien mil; y en otra parte de la plaza estaban otros tantos rimeros de zancarrones, huesos de muerto, que no se podían contar, y tenían en unas vigas muchas cabezas colgadas de una parte a otra, y estaban guardando aquellos huesos y calaveras tres papas, que, según entendimos, tenían cargo de ello; de lo cual tuvimos que mirar más después que entramos bien la tierra adentro, en todos los pueblos estaban de aquella manera, y también en lo de Tlaxcala. Pasado todo esto que aquí he dicho, acordamos de ir nuestro camino por Tlaxcala, porque decían nuestros amigos estaba muy cerca, y que los términos estaban allí juntos, donde tenían puestos por señales unos mojones. Y sobre ello se preguntó al cacique Olintede que cuál era mejor camino y más llano para ir a México: y dijo que por un pueblo muy grande que se decía Cholula; y los de Cempoal dijeron a Cortés: Señor, no vayas por Cholula, que son muy traidores y tiene allí siempre Montezuma sus guarniciones de guerra, y que fuésemos por Tlaxcala, que eran sus amigos y enemigos de mexicanos. Y así acordamos de tomar el consejo de los de Cempoal, que Dios lo encaminaba todo. Y Cortés demandó luego al Olintede veinte hombres principales, guerreros, que fuesen con nosotros, y luego nos los dieron. Y otro día de mañana fuimos camino de Tlaxcala y llegamos a un poblezuelo que era de los de Xalacingo; y de allí enviamos por mensajeros dos indios de los principales de Cempoal, de los que solían decir muchos bienes y loas de los tlaxcaltecas, y que eran sus amigos, y les enviamos una carta, puesto que sabíamos que no la entenderían, y también un chapeo de los vedejudos colorados de Flandes que entonces se usaban. Y lo que se hizo diremos adelante.
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