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Capítulo XXXII

CÓMO VINIERON A NUESTRO REAL LOS CACIQUES VIEJOS DE TLAXCALA A ROGAR A CORTÉS Y A TODOS NOSOTROS QUE LUEGO NOS FUÉSEMOS CON ELLOS A SU CIUDAD PARA NOS A TENDER, Y LO QUE MÁS PASO

Desde que los caciques viejos de toda Tlaxcala vieron que no íbamos a su ciudad, acordaron de venir en andas, y otros en hamacas y a cuestas, y otros a pie; los cuales eran los que por mí ya nombrados que se decían Maseescaci, Xicotenga el Viejo y Guaxolocingo, Chichimeca Teczle, Tepacneca de Topeyanco, los cuales llegaron a nuestro real con otra gran compañía de principales, y con gran acato hicieron a Cortés y a todos nosotros tres reverencias, y quemaron copal y tocaron las manos en el suelo y besaron la tierra. Y el Xicotenga el Viejo comenzó a hablar a Cortés de esta manera, y dijo: Malinchi, Malinchi: muchas veces te hemos enviado a rogar que nos perdones porque salimos de guerra, y ya te enviamos a dar nuestro descargo, que fue por defendernos del malo de Montezuma y sus grandes poderes, porque creíamos que erais de su bando y confederados, y si supiéramos lo que ahora sabemos, no digo yo saliros a recibir a los caminos con muchos bastimentos, sino tenéroslos barridos, y aun fuéramos por vosotros a la mar adonde teníais vuestros acales (que son navíos), y pues ya nos habéis perdonado, lo que ahora os venimos a rogar yo y todos estos caciques es que vayáis luego con nosotros a nuestra ciudad, y allí os daremos de lo que tuviéremos, y os serviremos con nuestras personas y haciendas. Y mira, Malinche, no hagas otra cosa, sino luego nos vamos, y porque tememos que por ventura te habrán dicho esos mexicanos alguna cosa de falsedades y mentiras de las que suelen decir de nosotros, no los creas ni los oigas, que en todo son falsos; y tenemos entendido que por causa de ellos no has querido ir a nuestra ciudad.

Y Cortés respondió con alegre semblante y dijo que bien sabía desde muchos años antes pasados, y primero que a esas sus tierras vinésemos, cómo eran buenos, y que de eso se maravilló cuando nos salieron de guerra, y que los mexicanos que allí estaban aguardaban respuesta para su señor Montezuma; y a lo que decían que fuésemos luego a su ciudad, y por el bastimento que siempre traían y otros cumplimientos, que se lo agradecía mucho y lo pagará en buenas obras, y que ya se hubiera ido si tuviera quien nos llevase los tepuzques, que son las lombardas. Y luego que oyeron aquella palabra sintieron tanto placer, que en los rostros se conoció, y dijeron: Pues ¿cómo por eso has estado y no lo has dicho? Y en menos de media hora traín sobre quinientos indios de carga, y otro día muy de mañana comenzamos a marchar camino de la cabecera de Tlaxcala, con mucho concierto, así arti11ería como de caballo y escopetas y ballestas y todos los demás, según lo teníamos de costumbre. Ya había rogado Cortés a los mensajeros de Montezuma que se fuesen con nosotros para ver en qué paraba lo de Tlaxcala, y desde allí los despacharía, y que en su aposento estarían porque no recibiesen ningún deshonor, porque según dijeron temíanse de los tlaxcaltecas.

Antes que más pase adelante quiero decir cómo en todos los pueblos por donde pasamos y en otros en donde tenían noticia de nosotros, llamaban a Cortés Malinche, y así lo nombraré de aquí adelante, Malinche, en todas las pláticas que tuviéramos con cualesquier indios, así de esta provincia como de la ciudad de México, y no le nombraré Cortés sino en parte que convenga. Y la causa de haberle puesto este nombre es que como doña Marina, nuestra lengua, estaba siempre en su compañía, especial cuando venían embajadores o pláticas de caciques, y ella lo declaraba en la lengua mexicana, por esta causa le llamaban a Cortés el capitán de Marina, y para más breve le llamaron Malinche; y también se le quedó este nombre a un Juan Pérez de Artiaga, vecino de la Puebla, por causa que siempre andaba con doña Marina y con Jerónimo de Aguilar aprendiendo la lengua, y a esta causa le llamaban Juan Pérez Malinche, que es renombre de Artiaga de obra de dos años a esta parte lo sabemos. He querido traer algo de esto a la memoria, aunque no había para qué, porque se entienda el nombre de Cortés de aquí adelante, que se dice Malinche, y también quiero decir que desde que entramos en tierra de Tlaxcala hasta que fuimos a su ciudad se pasaron veinticuatro días; y entramos en ella a veinte y tres de septiembre de mil quinientos diez y nueve años. Y vamos a otro capítulo, y diré lo que allí nos avino.

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