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Capítulo XXXIV
CÓMO FUIMOS A LA CIUDAD DE CHOLULA EN DOCE DE OCTUBRE DE 1519 AÑOS. Y DEL GRAN RECIBIMIENTO QUE NOS HICIERON LOS NATURALES DE AQUELLAS TIERRAS
Una mañana comenzamos a marchar por nuestro camino para la ciudad de Cholula, e íbamos con el mayor concierto que podíamos, porque, como otras veces he dicho, adonde esperábamos haber revueltas o guerras nos apercibíamos muy mejor, y aquel día fuimos a dormir a un río que pasa obra de una legua chica de Cholula, adonde está ahora hecho un puente de piedra, y ahí nos hicieron unas chozas y ranchos. Y esta misma noche enviaron los caciques de Cholula mensajeros, hombres principales, a darnos el parabién venidos a su tierra, y trajeron bastimentos de gallinas y pan de maíz, y dijeron que en la mañana vendrían todos los caciques y papas a recibirnos, y que les perdonemos porque no habían salido luego. Y Cortés les dijo con nuestras lenguas doña Marina y Jerónimo de Aguilar que se los agradecía, así por el bastimento que traían como por la buena voluntad que mostraban. Y allí dormimos aquella noche con buenas velas y escuchas y corredores del campo, y desde que amaneció comenzamos a caminar hacia la ciudad. Y yendo por nuestro camino ya cerca de la población nos salieron a recibir los caciques y papas y otros muchos indios. Y todos los más traían vestidas unas ropas de algodón de hechuras de marlotas, como las traen los indios zapotecas, y esto digo a quien las ha visto y ha estado en aquella provincia, porque en aquella ciudad así se usaban; y venían muy de paz y de buena voluntad, y los papas traían braseros con incienso con que sahumaron a nuestro capitán y a los soldados que cerca de él nos hallamos. Y parecer aquellos papas y principales, como vieron los indios tlaxcaltecas que con nosotros venían, dijéronselo a doña Marina, que se lo dijese al general, que no era bien que de aquella manera entrasen sus enemigos con armas en su ciudad. Y como nuestro capitán lo entendió, mandó a los capitanes y soldados y el fardaje que parásemos, y desde que nos vió juntos y que no caminaba ninguno, dijo: Paréceme, señores, que antes que entremos en Cholula que demos un tiento con buenas palabras a estos caciques y papas y veamos que es su voluntad, porque vienen murmurando de estos nuestros amigos tlaxcaltecas, y tienen mucha razón en lo que dicen, y con buenas palabras les quiero dar a entender la causa por qué venimos a su ciudad; y porque ya, señores, habéis entendido lo que nos han dicho los tlaxcaltecas, que son bulliciosos, y será bien que por bien den la obediencia a Su Majestad. Y esto me parece que conviene.
Y luego mandó a doña Marina que llamase a los caciques y papas allí donde estaba a caballo y todos nosotros juntos con Cortés. Y luego vinieron tres principales y dos papas, y dijeron: Malinche: perdónanos porque no fuimos a Tlaxcala a verte y llevar comida, no por falta de voluntad, sino porque son nuestros enemigos Maseescaci y Xicotenga y toda Tlaxcala, y que han dicho muchos males de nosotros y del gran Montezuma, nuestro señor, y que no basta lo que han dicho, sino que ahora tengan atrevimiento, con vuestro favor, de venir con armas a nuestra ciudad; y que le piden por merced que les mande volver a sus tierras, o al menos que se queden en el campo y que no entren de aquella manera en su ciudad, y que nosotros que vamos mucho en buena hora, y como el capitán vió la razón que tenían, mandó luego a Pedro de Alvarado y al maestre de campo, que era Cristóbal de Olid, que rogasen a los tlaxcaltecas que allí en el campo hiciesen sus ranchos y chozas y que no entrasen con nosotros sino los que llevaban la artillería y nuestros amigos los de Cempoal, y les dijesen que la causa por que se les mandaba era porque todos aquellos caciques y papas se temen de ellos, y que cuando hubiésemos de pasar de Cholula para México que los enviará a llamar, y que no lo hayan por enojo. Y después que los de Cholula vieron lo que Cortés mandó, parecían que estaban más sosegados, y les comenzó Cortés a hacer un parlamento, diciendo que nuestro rey y señor, cuyos vasallos somos, tiene tan grandes poderes y tiene debajo de su mando a muchos grandes príncipes y caciques, y que nos envió a estas tierras a notificarles y mandar que no adoren ídolos, ni sacrifiquen hombres, ni coman de sus carnes, ni hagan sodomías ni otras torpedades, y que por ser el camino por allí para México, adonde vamos a hablar al gran Montezuma, y por no haber otro más cercano, venimos por su ciudad, y también para tenerles por hermanos, y que pues otros grandes caciques han dado la obediencia a Su Majestad, que será bien que ellos la den como los demás. Y respondieron que aún no habemos entrado en su tierra y ya les mandábamos dejar sus teules, que así llamaban a sus ídolos, que no lo pueden hacer, y que dar la obediencia a ese vuestro rey que decís, les place, y así la dieron de palabra y no ante escribano. Y esto hecho, luego comenzamos a marchar para la ciudad. Y era tanta la gente que nos salía a ver, que las calles y azoteas estaban llenas, y no me maravillo de ello, porque no habían visto hombres como nosotros, ni caballos. Y nos llevaron (a) aposentar a unas grandes salas, en que estuvimos todos, y nuestros amigos los de Cempoal y los tlaxcaltecas que llevaron el fardaje. Y nos dieron de comer aquel día y otro muy bien y abastadamente. Y puesto que los veíamos que estaban muy de paz, no dejábamos siempre de estar muy apercibidos, por la buena costumbre que en ello teníamos; y al tercero día ni nos daban de comer ni parecía cacique ni papa; y si algunos indios nos venían a ver, estaban apartados, que no se llegaban a nosotros, y riéndose, como cosa de burla. Y desde que aquello vió nuestro capitán dijo a doña Marina y Aguilar, nuestras lenguas, que dijesen a los embajadores del gran Montezuma, que allí estaban, que mandasen a los caciques traer de comer, y lo que traían era agua y leña; y unos viejos que lo traían decían que no tenían maíz. Y en aquel mismo día vinieron otros embajadores de Montezuma y se juntaron con los que estaban con nosotros, y dijeron a Cortés muy desvergonzadamente que su señor les enviaba a decir que no fuésemos a su ciudad porque no tenía qué nos dar de comer, y que luego se querían volver a México con la respuesta. Y después que aquello vió Cortés, y le pareció mal su plática, con palabras blandas dijo a los embajadores que se maravillaba de tan gran señor como es Montezuma de tener tantos acuerdos, y que les rogaba que no se fuesen a México, porque otro día se quería partir para verle y hacer lo que mandase, y aun me parece que les dió unos sartalejos de cuentas. Y los embajadores dijeron que sí aguardarían.
Hecho esto, nuestro capitán nos mandó juntar, y nos dijo: Muy desconcertada veo esta gente; estemos muy alerta, que alguna maldad hay entre ellos. Y luego envió a llamar al cacique principal, que ya no se me acuerda cómo se llamaba, o que enviase algunos principales; y respondió que estaba malo y que no podía venir. Y desde que aquello vió nuestro capitán mandó que de un gran cúe que estaba junto a nuestros aposentos le trajésemos dos papas con buenas razones, porque había muchos en él. Trajimos dos de ellos sin hacerles deshonor, y Cortés les mandó dar a cada uno un chalchuique son muy estimados entre ellos, como esmeraldas, y les dijo con palabras amorosas que por qué causa el cacique y principales y todos los más papas están amedrentados, que los ha enviado a llamar y no han querido venir. Y parece ser que el uno de aquellos papas era hombre muy principal entre ellos y tenía cargo o mando en todos los demás cúes de aquella ciudad, que debía ser a manera de obispo entre eIlos y le tenían gran acato, y dijo que ellos, que son papas, que no tenían temor de nosotros: que si el cacique y principales no han querido venir, que él irá a llamarlos, y que como él les hable que tiene creído que no harán otra cosa y que vendran. Y luego Cortés dijo que fuese y quedase su compañero allí, aguardando hasta que viniese. Y fue aquel papa y llamó al cacique y principales, y luego vinieron juntos con él al aposento de Cortés. Y les preguntó con nuestras leguas que por qué habían miedo y que por qué causa no nos daban de comer, y que si reciben pena de nuestra estada en su ciudad, que otro día por la mañana nos queríamos partir para México a ver y hablar al señor Montezuma; y que le tengan aparejados tamemes para llevar el fardaje y tepuzques, que son las lombardas, y también que luego traigan comida. Y el cacique estaba tan cortado, que no acertaba a hablar, y dijo que la comida que la buscarían; mas que su señor Montezuma les ha enviado a mandar que no la diesen, ni quería que pasásemos de allí adelante.
Y estando en estas pláticas vinieron tres indios de los de Cempoal, nuestros amigos, y secretamente dijeron a Cortés que han hallado, junto adonde estábamos aposentados, hechos hoyos en las calles, encubiertos con madera y tierra encima, que si no miran mucho en ello no se podría ver, y que quitaron la tierra de encima de un hoyo y estaba lleno de estacas muy agudas, para matar los caballos si corriesen, y que las azoteas que las tienen llenas de piedras y mamparos de adobes, y que ciertamente no estaban de buena arte, porque también hallaron albarradas de maderos gruesos en otra calle. Y en aquel instante vinieron ocho indios tlaxcaltecas, de los que dejamos en el campo, que no entraron en Cholula, y dijeron a Cortés: Mira, Malinche, que esta ciudad está de mala manera, porque sabemos que esta noche han sacrificado a su ídolo, que es el de la guerra, siete personas, y los cinco de ellos son niños, porque les dé victoria contra vosotros, y también habemos visto que sacan todo el fardaje y mujeres y niños. Desde que aquello oyó Cortés luego les despachó para que fuesen a sus capitanes los tlaxcaltecas y que estuviesen muy aparejados si les enviásemos a llamar; y tornó a hablar al cacique y papas y principales de Cholula que no tuviesen miedo ni anduviesen alterados, y que mirasen la obediencia que dieron que no la quebrantasen, que les castigaría por ello, que ya les ha dicho que nos queremos ir por la mañana, que ha menester dos mil hombres de guerra de aquella ciudad que vayan con nosotros, como nos han dado los de Tlaxcala, porque en los caminos los habrá menester. Y dijéronle que sí darían, y demandaron licencia para irse luego a apercibirlos, y muy contentos se fueron, porque creyeron que con los guerreros que nos habían de dar y con las capitanías de Montezuma que estaban en los arcabuesos y barrancas, que allí de muertos o presos no podríamos escapar por causa que no podrían correr los caballos, y por ciertos mamparos y albarradas, que dieron luego por aviso a los que estaban en guarnición que hiciesen, a manera de callejón, que no pudiésemos pasar, y les avisaron que otro día habíamos de partir y que estuviesen muy a punto todos, porque ellos nos darían dos mil hombres de guerra, y como fuésemos descuidados, que allí harían su presa los unos y los otros y nos podían atar; y que esto que lo tuviesen por cierto, porque ya habían hecho sacrificios a sus ídolos de la guerra y les han prometido la victoria.
Y dejemos de hablar en ello, que pensaban que sería cierto, y volvamos a nuestro capitán, que quiso saber muy por extenso todo el concierto y lo que pasaba, y dijo a doña Marina que llevase más chalchiuis a los dos papas que había hablado primero, pues no tenían miedo, y con palabras amorosas les dijese que los quería tomar a hablar Malinche, y que los trajese consigo. Y la doña Marina fue y les habló de tal manera, que lo sabía muy bien hacer, y con dádivas vinieron luego con ella. Y Cortés les dijo que dijesen la verdad de lo que supiesen, pues eran sacerdotes de ídolos y principales que no habían de mentir, y que lo que dijesen que no sería descubierto por vía ninguna, pues que otro día nos habíamos de partir, y que les daría mucha ropa. Y dijeron que la verdad es que su señor Montezuma supo que íbamos (a) aquella ciudad, y que cada día estaba en muchos acuerdos, y que no determinaba bien la cosa, y que unas veces les enviaba a mandar que si allá fuésemos que nos hiciesen mucha honra y nos encaminasen a su ciudad, y otras veces les enviaba a decir que ya no era su voluntad que fuésemos a México; que ahora nuevamente le han aconsejado su Tezcatepuca y su Ichilobos, en quien ellos tienen gran devoción, que allí en Cholula nos matasen o llevasen atados a México, y que habían enviado el día antes veinte mil hombres de guerra, y que la mitad están ya aquí dentro de esta ciudad y la otra mitad están cerca de aquí entre unas quebradas, y que ya tienen aviso cómo habéis de ir mañana, y de las albarradas que les mandaron hacer, y de los dos mil guerreros que os habemos de dar: y cómo tenían ya hecho conciertos que habían de quedar veinte de nosotros para sacrificar a los ídolos de Cholula. Cortés les mandó dar mantas muy labradas y les rogó que no lo dijesen, porque si lo descubrían que a la vuelta que volviésemos de México los matarían; y que se quería ir muy de mañana, y que hiciesen venir a todos los caciques para hablarles, como dicho les tiene.
Y luego aquella noche tomó consejo Cortés de lo que habíamos de hacer. Y fue de esta manera: que ya que les había dicho Cortés que nos habíamos de partir para otro día, que hiciésemos que liábamos nuestro hato, que era harto poco, y que en unos grandes patios que había donde posábamos, que estaban con altas cercas, que diésemos en los indios de guerra, pues aquello era su merecido; y que con los embajadores de Montezuma disimulásemos y les dijésemos que los malos cholultecas han querido hacer una traición y echar la culpa de ella a su señor Montezuma, y a ellos mismos, como sus embajadores, lo cual no creímos que tal mandase hacer, y que les rogábamos que se estuviesen en el aposento y no tuviesen más plática con los de aquella ciudad, porque no nos den que pensar que andan juntamente con ellos en las traiciones, y para que se vayan con nosotros a México por guías. Y respondieron que ellos y su señor Montezuma no saben cosa ninguna de lo que les dicen, y aunque no quisieron les pusimos guardas porque no se fuesen sin licencia, y porque no supiese Montezuma que nosotros sabíamos que él era quien lo había mandado hacer.
Y aquella noche estuvimos muy apercibidos y armados, y los caballos ensillados enfrenados con grandes velas y rondas, que esto siempre lo teníamos de costumbres, porque tuvimos por cierto que todas las capitanías, así de mexicanos como de cholultecas, aquella noche habían de dar sobre nosotros.
Y una india vieja, mujer de un cacique, como sabía el concierto y trama que tenían ordenado, vino secretamente a doña Marina, nuestra lengua; como la vió moza y de buen parecer y rica, le dijo y aconsejó que se fuese con ella (a) su casa si quería escapar la vida, porque ciertamente aquella noche y otro día nos habían de matar a todos, porque ya estaba así mandado y concertado por el gran Montezuma, para que entre los de aquella ciudad y los mexicanos se juntasen y no quedase ninguno de nosotros a vida, y nos llevasen atados a México, y que porque sabe esto y por mancilla que tenía de la doña Marina, se lo venía a decir, y que tomase todo su hato y se fuese con ella a su casa, y que allí la casaría con su hijo, hermano de otro mozo que traía la vieja, que la acompañaba. Y como lo entendió la doña Marina y en todo era muy avisada. la dijo: ¡Oh, madre, qué mucho tengo que agradeceros eso que me decís! Yo me fuera ahora con vos, sino que no tengo aquí de quién me fiar para llevar mis mantas y joyas de oro, que es mucho; por vuestra vida, madre, que aguardéis un poco vos y vuestro hijo, y esta noche nos iremos, que ahora ya veis que estos teules están velando y sentirnos han. Y la vieja creyó lo que le decía y quedóse con ella platicando; y le preguntó que de qué manera nos habían de matar y cómo y cuándo y adónde se hizo el concierto. Y la vieja se lo dijo ni más ni menos que lo habían dicho los dos papas. Y respondió la doña Marina: ¿Pues cómo siendo tan secreto ese negocio lo alcanzastes vos a saber? Dijo que su marido se lo había dicho, que es capitán de una parcialidad de aquella ciudad y, como tal capitán, está ahora con la gente de guerra que tiene a cargo dando orden para que se junten en las barrancas con los escuadrones del gran Montezuma, y que cree que estarán juntos esperando para cuando fuésemos, y que allí nos matarían; y que esto del concierto que lo sabe tres días había, porque de México enviaron a su marido un atambor dorado y a otros tres capitanes también les envió ricas mantas y joyas de oro, porque nos llevasen atados a su señor Montezuma. Y la doña Marina, como lo oyó, disimuló con la vieja y dijo: ¡Oh, cuánto me huelgo en saber que vuestro hijo, con quien me queréis casar, es persona principal; mucho hemos estado hablando; no querría que nos sintiesen; por eso, madre, aguardad aquí; comenzaré a traer mi hacienda, porque no la podré sacar todo junto, y vos y vuestro hijo, mi hermano, lo guardaréis, y luego nos podremos ir! Y la vieja todo se lo creía. Y sentóse de reposo la vieja y su hijo. Y la doña Marina entra de presto donde estaba el capitán y le dice todo lo que pasó con la india, la cual luego la mandó traer ante él; y la tomó a preguntar sobre las traiciones y conciertos; y le dijo ni más ni menos que los papas. Y la pusieron guardas porque no se fuese.
Y desde que amaneció, ¡qué cosa era de ver la prisa que traían los caciques y papas con los indios de guerra, con muchas risadas y muy contentos, ¡como si ya nos tuvieran metidos en el garlito y redes! Y trajeron más indios de guerra que les demandamos, que no cupieron en los patios, por muy grandes que son, que aún todavía están sin deshacer por memoria de lo pasado. Y por bien de mañana que vinieron los cholultecas con la gente de guerra, ya todos nosotros estábamos muy a punto para lo que se habia de hacer, y los soldados de espada y rodela puestos a la puerta del gran patio, para no dejar salir ningún indio de los que estaban con armas, y nuestro capitán también estaba a caballo, acompañado de muchos soldados para su guarda. Y desde que vió que tan de mañana habían venido los caciques y papas y gente de guerra. dijo: ¡Qué voluntad tienen estos traidores de vernos entre las barrancas para hartarse de nuestras carnes; mejor lo hará Nuestro Señor! Y preguntó por los dos papas que habían descubierto el secreto, y le dijeron que estaban a la puerta del patio con otros caciques que querían entrar. Y mandó Cortés (a) Aguilar, nuestra lengua, que les dijese que se fuesen a sus casas y que ahora no tenían necesidad de ellos; y esto fue por causa que pues nos hicieron buena obra no recibiesen mal por ella, porque no los matásemos. Y como estaba a caballo y doña Marina junto a él, comenzó a decir a los caciques que, sin hacerles enojo ninguno, a qué causa nos querían matar la noche pasada, y que si les hemos hecho o dicho cosa para que nos tratasen aquellas traiciones.
Y que bien se ha parecido su mala voluntad y las traiciones, que no las pudieron encubrir, que aun de comer no nos daban, que por burlar traían agua y leña y decían que no había maíz, y que bien sabe que tienen cerca de allí, en unas barrancas, muchas capitanías de guerreros esperándonos, creyendo que habíamos de ir por aquel camino a México, para hacer la traición que tienen acordada con otra mucha gente de guerra que esta noche se han juntado con ellos. Que pues como en pago de que venimos a tenerlos por hermanos y decirles lo que Dios Nuestro Señor y el rey manda, nos querían matar y comer nuestras carnes que ya tenían aparejadas las ollas, con sal y ají y tomates, que si esto querían hacer, que fuera mejor que nos dieran guerra como esforzados y buenos guerreros, en los campos, como hicieron sus vecinos los tlaxcaltecas, y que sabe por muy cierto que tenían concertado que en aquella cíudad, y aun prometido a su ídolo, abogado de la guerra, que le habían de sacrificar veinte de nosotros delante del ídolo, y tres noches antes, ya pasadas, que le sacrificaron siete indios porque les diese victoria, lo cual les prometió, y como es malo y falso no tiene ni tuvo poder contra nosotros, y que todas estas maldades y traiciones que han tratado y puesto por la obra han de caer sobre ellos.
Y esta razón se lo decía doña Marina, y se lo daba muy bien a entender. Y desde que lo oyeron los papas y caciques y capitanes, dijeron que así es verdad lo que les dice, y que de ello no tienen culpa, porque los embajadores de Montezuma lo ordenaron por mandado de su señor. Entonces les dijo Cortés que tales traiciones como aquellas, que mandan las leyes reales que no queden sin castigo, y que por su delito que han de morir. Y luego mandó soltar una escopeta, que era la señal que teníamos apercibida para aquel efecto, y se les dió una mano que se les acordará para siempre, porque matamos muchos de ellos, que no les aprovechó las promesas de sus falsos ídolos. Y no tardaron dos horas cuando llegaron allí nuestros amigos los tlaxcaltecas que dejamos en el campo, como ya he dicho otra vez, y pelean muy fuertemente en las calles, donde los cholultecas tenían otras capitanías, defendiéndolas, porque no les entrásemos, y de presto fueron desbaratadas. Iban por la ciudad robando y cautivando, que no les podíamos detener. Y otro día vinieron otras capitanías de las poblazones de Tlaxcala y les hacen grandes daños, porque estaban muy mal con los de Cholula, y desde que aquello vimos, así Cortés y los demás capitanes y soldados, por mancilla que hubimos de ellos, detuvimos a los tlaxcaltecas que no hiciesen más mal. Y Cortés mandó a Cristóbal de Olid que le trajese todos los capitanes de Tlaxcala para hablarles, y no tardaron de venir, y les mandó que recogiesen toda su gente y que se estuviesen en el campo, y así lo hicieron, que no quedaron con nosotros sino los de Cempoal.
Y en este instante vinieron ciertos caciques y papas cholultecas, que eran de otros barrios que no se hallaron en las traiciones, según ellos decían, que, como es gran ciudad, era bando y parcialidad por sí, y rogaron a Cortés y a todos nosotros que perdonásemos el enojo de las traiciones que nos tenían ordenado, pues los traidores habían pagado con las vidas. Y luego vinieron los dos papas amigos nuestros que nos descubrieron el secreto, y la vieja mujer del capitán que quería ser suegra de doña Marina, como ya he dicho otra vez, y todos rogaron a Cortés fuesen perdonados. Y más les mandó a todos los papas y caciques cholultecas que poblasen su ciudad y que hiciesen tianguis y mercados, y que no hubiesen temor, que no les haría enojo ninguno. Respondieron que dentro en cinco días harían poblar toda la ciudad, porque en aquella sazón todos los más vecinos estaban remontados, y dijeron que tenían necesidad que Cortés les nombrase cacique, porque el que solía mandar fue uno de los que murieron en el patio. Y luego preguntó que a quién le venía el cacicazgo. Y dijeron que a un su hermano, el cual luego les señaló por gobernador hasta que otra cosa les fuese mandado.
Y además de esto, después que vió la ciudad poblada y estaban seguros en sus mercados, mandó que se juntasen los papas y capitanes, con los más principales de aquella ciudad, y se les dió a entender muy claramente todas las cosas tocantes a nuestra santa fe.
Dejaré de hablar de esto y diré cómo aquella ciudad está asentada en un llano y en parte y sitio donde están muchas poblazones cercanas que son Tepeaca, Tlaxcala, Chalco, Tecamachalco, Guaxocingo y otros muchos pueblos que, por ser tantos, aquí no los nombro. Y es tierra de mucho maíz y otras legumbres y de mucho ají, y toda llena de magueyales, que es donde hacen el vino. Hacen en ella muy buena loza de barro, colorado y prieto y blanco, de diversas pinturas, y se abastece de ella México y todas las provincias comarcanas, digamos ahora como en CastilIa lo de Talavera o Plasencia.
Tenía aquella ciudad en aquel tiempo tantas torres muy altas, que eran cúes y adoratorios donde estaban sus ídolos, especial el cu mayor, era de más altor que el de México, puesto que era muy suntuoso y alto el cu mexicano, y tenía otros patios para servicio de los cúes. Según entendimos, había allí un ídolo muy grande, el nombre de él no me acuerdo; mas entre ellos se tenía gran devoción y venían de muchas partes a sacrificarle y a tener como a manera de novenas, y le presentaban de las haciendas que tenían. Acuérdome, cuando en aquella ciudad entramos, que desde que vimos tan altas torres y blanquear, nos pareció al propio Valladolid.
Como habían ya pasado catorce días que estábamos en Cholula y no teníamos más en qué entender, y vimos que quedaba aquella ciudad muy poblada y hacían mercados, y habíamos hecho amistades entre ellos y los de Tlaxcala, salimos de Cholula con gran concierto, como lo teníamos de costumbre, los corredores de campo a caballo descubriendo la tierra, y peones muy sueltos juntamente con ellos para si algún mal paso o embarazo hubiese ayudasen los unos a los otros, y nuestros tiros muy a punto, y escopeteros y ballesteros y los de a caballo de tres en tres, para que se ayudasen, y todos los más soldados en gran concierto. No sé yo para qué lo traigo tanto a la memoria, sino que en las cosas de la guerra por fuerza hemos de hacer relación de ello, para que se vea cuál andábamos, la barba siempre sobre el hombro. Y así caminando llegamos aquel día a unos ranchos que están en una como serrezuela, que es poblazón de Guaxocingo, que me parece que se dicen los ranchos de Iscalpán, cuatro leguas de Cholula, y allí vinieron luego los caciques y papas de los pueblos de Guaxocingo, que estaba cerca, y eran amigos y confederados de los tlaxcaltecas, y también vinieron otros poblezuelos que están poblados a las faldas del volcán que confina con ellos, y trajeron bastimento y un presente de joyas de oro de poca valía, y dijeron a Cortés que recibiese aquello y no mirase a lo poco que era, sino a la voluntad con que se lo daban, y le aconsejaron que no Fuese a México.
Y otro día comenzamos a caminar, y a hora de misas mayores llegamos a un pueblo que ya he dicho que se dice Tamanalco, y nos recibieron bien, y de comer no faltó, y como supieron de otros pueblos de nuestra llegada, luego vinieron los de Chalco y se juntaron con los de Tamanalco y Chimaloacán y Mecameca y Acacingo, donde están las canoas, que es puerto de ellos, y otros poblezuelos que ya no se me acuerda el nombre de ellos. Y todos juntos trajeron un presente de oro y dos cargas de mantas y ocho indias, que valdría el oro sobre ciento cincuenta pesos, y dijeron: Malinche: recibe estos presentes que te damos y tennos de aquí adelante por tus amigos. Y Cortés lo recibió con grande amor, y se les ofreció que en todo lo que hubiesen menester les ayudaría; y desde que los vió juntos dijo al Padre de la Merced que les amonestase las cosas tocantes a nuestra santa fe.
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