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Capítulo XXXVII
CÓMO EL GRAN MONTEZUMA VINO A NUESTROS APOSENTOS CON MUCHOS CACIQUES QUE LE ACOMPAÑABAN, Y DE LA PLÁTICA QUE TUVO CON NUESTRO CAPITÁN
Como el gran Montezuma hubo comido y supo que nuestro capitán y todos nosotros asimismo había buen rato que habíamos hecho lo mismo, vino a nuestro aposento con gran copia de principales y todos deudos suyos y con gran pompa. Y como a Cortés le dijeron que venía, le salió a mitad de la sala a recibir. Y Montezuma le tomó por la mano; y trajeron unos como asentadores hechos a su usanza y muy ricos y labrados de muchas maneras con oro. Y Montezuma dijo a nuestro capitán que se asentase, y se asentaron entrambos, cada uno en el suyo. Y luego comenzó Montezuma un muy buen parlamento, y dijo que en gran manera se holgaba de tener en su casa y reino unos caballeros tan esforzados como era el capitán Cortés y todos nosotros.
Y Cortés le respondió con nuestras lenguas que consigo siempre estaban, especial la doña Marina, y le dijo que no sabe con qué pagar él ni todos nosotros las grandes mercedes recibidas de cada día, y que ciertamente veníamos de donde sale el sol, y somos vasallos y criados de un gran señor que se dice el emperador don Carlos, que tiene sujetos a sí muchos y grandes príncipes, y que teniendo noticia de él y de cuán gran señor es, nos envió a estas partes a verle y a rogar que sean cristianos como es nuestro emperador, y todos nosotros, y que salvarán sus ánimas él y todos sus vasallos, y que adelante le declarará más cómo y de qué manera ha de ser, y cómo adoramos a un solo Dios verdadero, y quién es, y otras muchas buenas cosas que oirá.
Y acabado este parlamento, tenía apercibido el gran Montezuma muy ricas joyas de oro y de muchas hechuras, que dió a nuestro capitán, y asimismo a cada uno de nuestros capitanes dió cositas de oro y tres cargas de mantas de labores ricas de plumas; y entre todos los soldados también nos dió a cada uno a dos cargas de mantas, con una alegría, y en todo bien parecía gran señor. Y desde que lo hubo repartido preguntó a Cortés si éramos todos hermanos y vasallos de nuestro gran emperador; y dijo que sí, que éramos hermanos en el amor y amistad y personas muy principales, y criados de nuestro gran rey y señor. Y porque pasaron otras pláticas de buenos comedimientos entre Montezuma y Cortés, y por ser ésta la primera vez que nos venía a visitar, y por serle pesado, cesaron los razonamientos.
Otro día acordó Cortés de ir a los palacios de Montezuma, y primero envió a saber qué hacía y supiese cómo íbamos y llevó consigo cuatro capitanes, que fue Pedro de Alvarado y Juan Velázquez de León y a Diego de Ordaz y a Gonzalo de Sandoval, y también fuimos cinco soldados. Y como Montezuma lo supo, salió a recibirnos a mitad de la sala, muy acompañado de sus sobrinos, porque otros señores no entraban ni comunicaban adonde Montezuma estaba si no eran en negocios importantes, y con gran acato que hizo a Cortés, y Cortés a él, se tomaron por las manos, y adonde estaba su estrado le hizo sentar a la mano derecha, y, asimismo, nos mandó asentar a todos nosotros en asientos que allí mandó traer. Y Cortés le comenzó a hacer un razonamiento con nuestras lenguas doña Marina y Aguilar.
Y lo que ahora le pide por merced que esté atento a las palabras que ahora le quiere decir.
Y luego le dijo, muy bien dado a entender, de la creación del mundo, y cómo todos somos hermanos, hijos de un padre y de una madre, que se decían Adán y Eva, y como tal hermano, nuestro gran emperador, doliéndose de la perdición de las ánimas, que son muchas las que aquellos sus ídolos llevan al infierno, donde arden a vivas llamas, nos envió para que esto que ha ya oído lo remedie, y no adorar aquellos ídolos ni les sacrifiquen más indios ni indias pues todos somos hermanos, ni consienta sodomías ni robos. Y más les dijo: que el tiempo andando enviaría nuestro rey y señor unos hombres que entre nosotros viven muy santamente, mejores que nosotros, para que se lo den a entender, porque al presente no venimos más de a se lo notificar, y así se lo pide por merced que lo haga y cumpla. Y porque pareció que Montezoma quería responder, cesó Cortés la plática, y dijo a todos nosotros que con él fuimos: Con esto cumplimos, por ser el primer toque.
Y Montezuma respondió: Señor Malinche: muy bien tengo entendido vuestras pláticas y razonamientos antes de ahora, que a mis criados, antes de esto, les dijese en el Arenal, eso de tres dioses y de la cruz, y todas las cosas que en los pueblos por donde habéis venido habéis predicado; no os hemos respondido a cosa ninguna de ellas porque desde ab initio acá adoramos nuestros dioses y los tenemos por buenos; así deben ser los vuestros, y no curéis más al presente de hablarnos de ellos; y en eso de la creación del mundo, así lo tenemos nosotros creído muchos tiempos ha pasados. y a esta causa tenemos por cierto que sois los que nuestros antecesores nos dijeron que vendrían de adonde sale el sol; y a ese vuestro gran rey yo le soy en cargo y le daré de lo que tuviere, porque, como dicho tengo otra vez, bien ha dos años tengo noticia de capitanes que vinieron con navíos por donde vosotros venistes, y decían que eran criados de ese vuestro gran rey, querría saber si sois todos unos. Y Cortés le dijo que sí, que todos éramos hermanos y criados de nuestro emperador, y que aquellos vinieron a ver el camino y mares y puertos, para saberlo muy bien y venir nosotros, como venimos. Y decíalo Montezuma por lo de Francisco de Córdoba y Grijalva, cuando venimos a descubrir la primera vez; y dijo que desde entonces tuvo pensamiento de haber algunos de aquellos hombres que venían, para tener en sus reinos y ciudades para honrarles y que pues sus dioses les habían cumplido sus buenos deseos y ya estábamos en su casa, las cuales que se pueden llamar nuestras, que holgásemos y tuviésemos descanso, que allí seríamos servidos; y que si algunas veces nos enviaba decir que no entrásemos en su ciudad, que no era de su voluntad, sino porque sus vasalIos tenían temor, que les decían que echábamos rayos y relámpagos, y con los caballos matábamos muchos indios, y que éramos teules bravos y otras cosas de niñerías, y que ahora que ha visto nuestras personas y que somos de hueso y carne y de mucha razón, y sabe que somos muy esforzados, y por estas causas nos tiene en mucha más estima que le habían dicho, y que nos daría de lo que tuviese. Y Cortés y todos nosotros respondimos que se lo teníamos en gran merced, tan sobrada voluntad.
Y luego Montezuma dijo riendo, porque en todo era muy regocijado en su hablar de gran señor: Malinche, bien sé que te han dicho esos de Tlaxcala, con quien tanta amistad habéis tomado, que yo soy como dios o teul, y que cuanto hay en mis casas es todo oro y plata y piedras ricas; bien tengo conocido que como sois entendidos, que no lo creeríais y lo tendríais por burla; lo que ahora, señor Malinche, veis mi cuerpo de hueso y de carne como los vuestros, mis casas y palacios de piedra y madera y cal; de señor, yo gran rey sí soy, y tener riquezas de mis antecesores sí tengo, mas no las locuras y mentiras que de mí os han dicho, así que también lo tendréis por burla, como yo tengo de vuestros truenos y relámpagos. Y Cortés le respondió también riendo, y dijo que los contrarios enemigos siempre dicen cosas malas y sin verdad de los que quieren mal, y que bien ha conocido que otro señor, en estas partes, más magnífico no lo espera ver, y que no sin causa es tan nombrado delante nuestro emperador.
Y estando en estas pláticas, mandó secretamente Montezuma a un gran cacique, sobrino suyo, de los que estaban en su compañía, que mandase a sus mayordomos que trajesen ciertas piezas de oro, que parece ser debieran estar apartadas para dar a Cortés, y diez cargas de ropa fina, lo cual repartió: el oro y mantas entre Cortés y a los cuatro capitanes, y a nosotros los soldados nos dió a cada uno dos collares de oro, que valdría cada collar diez pesos, y dos cargas de mantas. Valía todo el oro que entonces dió sobre mil pesos, y esto daba con una alegría y semblante de grande y valeroso señor. Y porque pasaba la hora más de mediodía y por no serle más importuno, le dijo Cortés: Señor Montezuma, siempre tiene por costumbre de echarnos un cargo sobre otro en hacernos cada día mercedes: ya es hora que vuestra merced coma. Y Montezuma respondió que antes, por haberle ido a visitar, le hicimos mercedes. Y así nos despedimos, con grandes cortesías de él, y nos fuimos a nuestros aposentos, e íbamos platicando de la buena manera y crianza que en todo tenían, y que nosotros en todo le tuviésemos mucho acato, y con las gorras de armas colchadas quitadas cuando delante de él pasásemos, y así lo hicimos. Y dejémoslo aquí y pasemos adelante.
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