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Capítulo XLI
CÓMO FUE LA BATALLA QUE DIERON LOS CAPITANES MEXICANOS A JUAN DE ESCALANTE, Y CÓMO LE MATARON A ÉL Y AL CABALLO Y A SEIS SOLDADOS Y A MUCHOS AMIGOS INDIOS TOTONAQUES QUE TAMBIÉN MURIERON
Y es de esta manera que cuando estábamos en un pueblo que se dice Quiahuiztlán, que se juntaron muchos pueblos, sus confederados, que eran amigos de los de Cempoal, y por consejo y convocación de nuestro capitán, que les atrajo a ello, quitó que no diesen tributo a Montezuma, y se le rebelaron, y fueron más de treinta pueblos en ello; y esto fue cuando le prendimos sus recaudadores, según otras veces dicho tengo en el capítulo que de ello habla. Y cuando partimos de Cempoal para venir a México, quedó en la Villa Rica por capitán y alguacil mayor de la Nueva España un Juan de Escalante, que era persona de mucho ser y amigo de Cortés, y le mandó que en todo lo que aquellos pueblos nuestros amigos hubiesen menester les favoreciese. Y parece ser que como el gran Montezuma tenía muchas guarniciones y capitanías de gente de guerra en todas las provincias, que siempre estaban junto a la raya de ellos, porque una tenía en lo de Soconusco por guarda de lo de Guatemala y Chiapa, y otra tenía en lo de Guazacualco, y otra capitanía en lo de Mechuacán, y otra a la raya de Pánuco, entre Tuzapán y un pueblo que le pusimos por nombre Almería, que es en la costa del Norte. Y como aquella guarnición que tenía cerca de Tuzapán pareció ser demandaron tributos de indios e indias y bastimento para sus gentes a ciertos pueblos que estaban allí cerca o confinaban con ellos, que eran amigos de Cempoal y servían a Juan de Escalante y a los vecinos que quedaron en la Villa Rica y entendían en hacer la fortaleza, y como les demandaban los mexicanos el tributo y servicio, dijeron que no se lo querían dar porque Malinche les mandó que no lo diesen y que el gran Montezuma lo ha tenido por bien. Y los capitanes mexicanos respondieron que si no lo daban que les vendrían a destruir sus pueblos y llevarlos cautivos, y que su señor Montezuma se lo había mandado de poco tiempo acá.
Y desde que aquellas amenazas vieron nuestros amigos los totonaques, vieron al capitán Juan de Escalante y quéjanse reciamente que los mexicanos les víenen a robar y destruir sus tierras. Y desde que Escalente lo entendío envió mensajeros a los mismos mexicanos que no hiciesen enojo ni robasen aquellos pueblos, pues su señor Montezuma lo había por bien, que somos todos grandes amigos, si no, que irá contra ellos y les dará guerra. Los mexicanos no hicieron caso de aquella respuesta ni fieros, y respondieron que en el campo de batalla los hallaría. Y Juan de Escalante, que era hombre muy bastante y de sangre en el ojo, apercibió todos los pueblos nuestros amigos de la sierra que viniesen con sus armas, que eran arcos, flechas, lanzas, rodelas, y asimismo apercibió los soldados más sueltos y sanos que tenía, porque ya he dicho otra vez que todos los más vecinos que quedaban en la Villa Rica estaban dolientes, y hombres de la mar, y con dos tiros y un poco de pólvora y tres ballestas y dos escopetas y cuarenta soldados y sobre dos mil indios totonaques, fue adonde estaban las guarniciones de los mexicanos, que andaban ya robando un pueblo de nuestros amigos, y en el campo se encontraron al cuarto del alba.
Y como los mexicanos eran doblados que nuestros amigos los totonaques, y como siempre estaban atemorizados de ellos en las guerras pasadas, a la primera refriega de flechas y varas y piedras y gritas huyeron, y dejaron a Juan de Escalante peleando con los mexicanos, y de tal manera, que llegó con sus pobres soldados hasta un pueblo que llaman Almería, y le puso fuego y le quemó las casas. Allí reposó un poco, porque estaba mal herido, y en aquellas refriegas y guerra le llevaron un soldado vivo, que se decía Argüello, que era natural de León y tenía la cabeza muy grande y la barba prieta y crespa, y era muy robusto de gesto y mancebo de muchas fuerzas, y le hirieron muy malamente a Escalante y a otros seis soldados, y le mataron el caballo; y se volvió a la Villa Rica y de allí a tres días murió él y los soldados.
Y de esta manera pasó lo que decimos de Almería, y no como lo cuenta el coronista Gómara, que dice en su historia que iba Pedro de Ircio a poblar a Pánuco con ciertos soldados. No sé en qué entendimiento de un tan retórico coronista cabía que había de escribir tal cosa que, aunque con todos los soldados que estábamos con Cortés en México no llegamos a cuatrocientos, y los más heridos de las batallas de Tlaxcala y Tabasco, que aun para bien velar no teníamos recaudo, cuando más enviar a poblar a Pánuco. Y dice que iba por capitán Pedro de Ircio, y aun en aquel tiempo no era capitán ni aun cuadrillero, ni le daban cargo, ni se hacía cuenta de él, y se quedó con nosotros en México. También dice el mismo coronista otras muchas cosas sobre la prisión de Montezuma. Yo no le entiendo su escribir, y había de mirar que cuando lo escribía en su historia que había de haber vivos conquistadores de los de aquel tiempo que le dirían cuando lo leyesen: Esto no pasa así. En esto otro, dice lo que quiere.
Y dejarlo he aquí, y volvamos a nuestra materia, y diré cómo los capitanes mexicanos, después de darle la batalla que dicho tengo a Juan de Escalante, se lo hicieron saber a Montezuma, y aun le llevaron presentada la cabeza de Argüello, que pareció ser murió en el camino de las heridas, que vivo le llevaban. Y supimos que Montezuma, cuando se la mostraron, como era robusta y grande y tenía grandes barbas y crespas, hubo pavor y temió de la ver, y mandó que no la ofreciesen a ningún cú de México, sino en otros ídolos de otros pueblos. Y preguntó Montezuma a sus capitanes que siendo ellos muchos millares de guerreros, que cómo no vencieron a tan pocos teules. Y respondieron que no aprovechaban nada sus varas y flechas ni buen pelear, que no los pudieron hacer retraer, porque una gran tequecihuata de Castilla venía delante de ellos, y que aquella señora ponía a los mexicanos temor y decía palabras a sus teules que les esforzaban. Y el Montezuma entonces creyó que aquella gran señora era Santa María y la que le habíamos dicho que era nuestra abogada, que de antes dimos a Montezuma con su precioso hijo en los brazos. Y porque esto yo no lo vi, porque estaba en México, sino lo que dijeron ciertos conquistadores que se hallaron en ello, y plugiese a Dios que así fuese, y ciertamente todos los soldados que pasamos con Cortés tenemos muy creído, y así es verdad, y que la misericordia divina y Nuestra Señora la Virgen María siempre era con nosotros, por lo cual le doy muchas gracias. Y dejado he aquí, y diré lo que pasamos en la prisión del gran Montezuma.
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