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Capítulo XLII

DE LA PRISIÓN DEL GRAN MONTEZUMA Y DE OTRAS COSAS MÁS QUE SOBRE DICHA PRISIÓN NOS ACONTECIERON

Como teníamos acordado el día antes de prender a Montezuma, toda la noche estuvimos en oración rogando a Dios que fuese de tal manera que redundase para su santo servicio, y otro día de mañana fue acordado de la manera que había de ser. Llevó consigo Cortés cinco capitanes, que fueron Pedro de Alvarado, y Gonzalo de Sandoval, Juan Velázquez de León, y Francisco de Lugo y Alonso de Avila, y a mí, y con nuestras lenguas doña Marina y Aguilar; y todos nosotros mandó que estuviésemos muy a punto y los de a caballo ensillados y enfrenados. En lo de las armas no había necesidad de ponerlo yo aquí por memoria, porque siempre de día y de noche, estamos armados y calvados nuestros alpargates, que en aquella sazón era nuestro calzado, y cuando solíamos ir a hablar a Montezuma, siempre nos veia armados de aquella manera, y esto digo puesto que Cortés con los cinco capitanes iban con todas sus armas para prenderle, no lo tenía Montezuma por cosa nueva ni se alteraba de ello. Ya puestos a punto todos, envióle nuestro capitán a hacerle saber cómo iba a su palacio, porque así lo tenía por costumbre, y no se alterase viéndolo ir de sobresalto. Y Montezuma bien entendió, poco más o menos, que iba enojado por lo de Almería, y no (lo) tenía en una castañeta, y mandó que fuese mucho en buena hora. Y como entró Cortés, después de haberle hecho sus acatos acostumbrados, le dijo con nuestras lenguas: Señor Montezuma, muy maravillado de vos estoy que siendo tan valeroso príncipe y haberse dado por nuestro amigo, mandar a vuestros capitanes que teníais en la costa cerca de Tuzapán que tomasen armas contra mis españoles, y tener atrevimiento de robar los pueblos que están en guarda y mamparo de nuestro rey y señor, y demandarles indios e indias para sacrificar, y matar un español, hermano mío, y un caballo. No le quiso decir del capitán ni de los seis soldados, que murieron luego que llegaron a la Villa Rica, porque Móntezuma no lo alcanzó a saber, ni tampoco lo supieron los indios capitanes que les dieron la guerra; y más le dijo Cortés: que teniéndole por tan su amigo, mandé a mis capitanes que en todo lo que posible fuese os sirviesen y favoreciesen, y vuestra merced por el contrario no lo ha hecho, y asimismo en lo de Cholula tuvieron vuestros capitanes con gran copia de guerreros ordenado por vuestro mandado que nos matasen. Helo disimulado lo de entonces por lo mucho que os quiero, y asi mismo ahora vuestros vasallos y capitanes se han desvergonzado y tienen pláticas secretas que nos queréis mandar matar; por estas causas no querría encomenzar guerra ni destruir esta ciudad. Conviene que para todo se excusar que luego, callando y sin hacer ningún alboroto, se vaya con nosotros a nuestro aposento, que allí seréis servido y mirado muy bien como en vuestra propia casa. Y que si alboroto o voces daba, que luego sería muerto de estos mis capitanes, que no los traigo para otro efecto.

Y cuando esto oyó Montezuma, estuvo muy espantado y sin sentido, y respondió que nunca tal mandó que tomasen armas contra nosotros, y que enviaría luego a llamar sus capitanes y se sabría la verdad y los castigaría. Y luego en aquel instante quitó de su brazo y muñeca el sello y señal de Uichilobos, que aquello era cuando mandaba alguna cosa grave y de peso, para que se cumpliese, y luego se cumplía. Y en lo de ir preso y salir de sus palacios contra su voluntad, que no era persona la suya para que tal le mandase, y que no era su voluntad salir. Y Cortés le replicó muy buenas razones, y Montezuma le respondió muy mejores, y que no había de salir de sus casas; por manera que estuvieron más de media hora en estas pláticas. Y desde que Juan Velázquez de León y los demás capitanes vieron que se detenía con él y no veían la hora de haberlo sacado de sus casas y tenerlo preso, hablaron a Cortés algo alterados y dijeron: ¿Qué hace vuestra merced ya con tantas palabras?, o lo llevamos preso, o darle hemos de estocadas. Por eso, tómele a decir que si da voces o hace alboroto que le mataremos porque más vale que de esta vez aseguremos nuestras vidas o las perdamos.

Y como Juan Velázquez lo decía con voz algo alta y espantosa, porque así era su hablar, y Montezuma vió a nuestros capitanes como enojados, preguntó a doña Marina que qué decían con aquellas palabras altas, y como doña Marina era muy entendida, le dijo: Señor Montezuma: lo que yo os aconsejo es que vais luego con ellos a su aposento, sin ruido ninguno, que yo sé que os harán mucha honra, como gran señor que sois, y de otra manera aquí quedaréis muerto, y en su aposento se sabrá la verdad. Y entonces Montezuma dijo a Cortés: Señor Malinche: ya que eso queréis que sea, yo tengo un hijo y dos hijas legítimos. tomadlos en rehenes, y a mí no me hagáis esta afrenta. ¿Qué dirán mis principales si me viesen llevar preso? Tornó a decir Cortés que su persona había de ir con ellos, y no había de ser otra cosa; y en fin de muchas razones que pasaron, dijo que él iría de buena voluntad. Y entonces Cortés y nuestros capitanes le hicieron muchas quiricias y le dijeron que le pedían por merced que no hubiese enojo y que dijese a sus capitanes y a los de su guarda que iba de su voluntad, porque había tenido plática de su ídolo Uichilobos y de los papas que le servían que convenía para su salud y guardar su vida estar con nosotros. Y luego le trajeron sus ricas andas, en que solía salir con todos sus capitanes que le acompañaron; fue a nuestro aposento, donde le pusimos guardas y velas. Y todos cuantos servicios y placeres que le podíamos hacer, así Cortés como todos nosotros, tantos le hacíamos, y no se le echó prisiones ningunas.

Y luego le vinieron a ver todos los mayores principales mexicanos y sus sobrinos a hablar con él y a saber la causa de su prisión, y si mandaba que nos diesen guerra. Y Montezuma les respondía que él holgaba de estar algunos días allí con nosotros de buena voluntad y no por fuerza y que cuando él algo quisiese que se lo diría, y que no se alborotasen ellos ni la ciudad, ni tomasen pesar de ello, porque esto que ha pasado de estar allí, que su Uichilobos lo tiene por bien, y se lo han dicho ciertos papas que lo saben, que hablaron con su ídolo sobre ello. Y de esta manera que he dicho fue la prisión del gran Montezuma; y allí donde estaba tenia su servicio y mujeres, y baños en que se bañaba, y siempre a la contina estaban en su compañia veinte grandes señores y consejeros y capitanes, y se hizo a estar preso sin mostrar pasión en ello, y allí venían con pleitos embajadores de lejanas tierras y le traían sus tributos, y despachaba negocios de importancia.

Acuérdome que cuando venían ante él grandes caciques de lejas tierras, sobre términos o pueblos, u otras cosas de aquel arte, que por muy gran señor que fuese se quitaba las mantas ricas y se ponía otras de henequén y de poca valía, y descalzo había de venir; y cuando llegaba a los aposentos, no entraba derecho, sino por un lado de ellos, y cuando parecía delante del gran Montezuma, los ojos bajos en tierra, y antes que a él llegasen le hacían tres reverencias y le decían: Señor, mi señor, y mi gran señor; entonces le traían pintado y dibujado el pleito o embarazo sobre que venían, en unos paños y mantas de henequén, y con unas varitas muy delgadas y pulidas le señalaban la causa del pleito: y estaban allí junto a Montezuma dos hombres viejos, grandes caciques, y después que bien habían entendido el pleito, aquellos jueces se lo decían a Montezuma, la justicia que tenía; con pocas palabras los despachaba y mandaba quien había de llevar las tierras o pueblos, y sin más replicar en ello se salían los pleiteantes, sin volver las espaldas, y con las tres reverencias se salían hasta la sala, y después que se veían fuera de su presencia de Montezuma se ponían otras mantas ricas y se paseaban por México.

Y dejaré de decir al presente de esta prisión, y digamos cómo los mensajeros que envió Montezuma con su señal y sello a llamar sus capitanes que mataron nuestros soldados, vinieron ante él presos, y lo que con ellos habló yo no lo sé, mas que se los envió a Cortés para que hiciese justicia de ellos; y tomada su confesión sin estar Montezuma delante, confesaron ser verdad lo atrás ya por mí dicho, y que su señor se lo había mandado que diesen guerra y cobrasen los tributos, y que si algunos teules fuesen en su defensa, que también les diesen guerra o matasen. Y vista esta confesión por Cortés, envióselo a hacer saber a Montezuma cómo le condenaban en aquella cosa; y él se disculpó cuanto pudo. Y nuestro capitán le envió a decir que así lo creía, que puesto que merecía castigo, conforme a lo que nuestro rey manda, que la persona que manda matar a otros, sin culpa o con culpa, que muera por ellos; mas que le quiere tanto y le desea todo bien, que ya que aquella culpa tuviese, que antes la pagaría él, Cortés, por su persona, que vérsela pasar a Montezuma. Y con todo esto que le envió a decir, estaba temeroso. Y sin más gastar razones, Cortés sentenció a aquellos capitanes a muerte y que fuesen quemados delante los palacios de Montezuma, y así se ejecutó la sentencia. Y por que no hubiese algún embarazo entre tanto que se quemaban, mandó echar unos grillos al mismo Montezuma. Y desde que se los echaron, él hacía bramuras, y si de antes estaba temeroso, entonces estuvo mucho más.

Y después de quemados fue nuestro Cortés con cinco de nuestros capitantes a su aposento, y él mismo le quitó los grillos y tales palabras le dijo y tan amorosas, que se le pasó luego el enojo; porque nuestro Cortés le dijo que no solamente le tenía por hermano, sino mucho más; y que como es señor y rey de tantos pueblos y provincias, que si él podía, el tiempo andando, le haría que fuese señor de más tierras de las que no ha podido conquistar ni le obedecían y que si quiere ir a sus palacios, que le da licencia para ello. Y decíaselo Cortés con nuestras lenguas, y cuando se lo estaba diciendo Cortés, parecía que se le saltaban las lágrimas de los ojos a Montezuma. Y respondió con gran cortesía que se lo tenia en merced. Empero bien entendió que todo era palabras, las de Cortés, y que ahora al presente que convenía estar allí preso, porque, por ventura, como sus principales son muchos y sus sobrinos y parientes le vienen cada día a decir que será bien darnos guerra y sacado de prisión, que desde que le vean fuera que le atraerán a ello, y que no quería ver en su ciudad revueltas, y que si no hace su voluntad, por ventura querrán alzar a otro señor, y que él les quitaba aquellos pensamientos con decirles que su dios Uichilobos se lo ha enviado a decir que esté preso. Y a lo que entendimos, y lo más cierto, Cortés había dicho a Aguilar que le dijese secreto que aunque Malinche le mandase salir de la prisión, que los demás de nuestros capitanes y soldados no querríamos. Y después que aquello lo oyó Cortés, le echó los brazos encima y le abrazó y dijo: No en balde, señor Montezuma, os quiero tanto como a mí mismo.

Y luego Montezuma le demandó a Cortés un paje español que le servía, que sabía ya la lengua, que se decía Orteguilla, y fue harto provechoso, así para Montezuma como para nosotros, porque de aquel paje inquiría y sabía muchas cosas de las de Castilla, Montezuma, y nosotros de lo que le decían sus capitanes. y verdaderamente le era tan buen servicial el paje, que lo quería mucho Montezuma. Dejemos de hablar de cómo estaba ya Montezuma algo contento con los grandes halagos y servicios y conversación que con todos nosotros tenía, porque siempre que ante él pasábamos, y aunque fuese Cortés, le quitábamos los bonetes de armas o cascos que siempre estábamos armados, y él nos hacia gran mesura y honraba a todos.

Y digamos los nombres de aquellos capitanes de Montezuma que se quemaron por justicia. El principal se decía Quetzalpopoca, y los otros se decían el uno Coate y el otro Quiavit; el otro no me acuerdo el nombre, que poco va en saber sus nombres. Y digamos que como este castigo se supo en todas las provincias de la Nueva España, temieron, y los pueblos de la costa adonde mataron nuestros soldados volvieron a servir muy bien a los vecinos que quedaban en la Villa Rica. Y han de considerar los curiosos que esto leyeren tan grandes hechos que entonces hicimos: dar con los navíos al través; lo otro osar entrar en tan fuerte ciudad, teniendo tantos avisos que allí nos habían de matar después que dentro nos tuviesen; lo otro, tener tanta osadía, osar prender al gran Montezuma, que era rey de aquella tierra, dentro de su gran ciudad, y en sus mismos palacios, teniendo tan gran número de guerreros de su guarda, y lo otro, osar quemar sus capitanes delante sus palacios y echarle grillos entre tanto que se hacía la justicia.

Muchas veces, ahora que soy viejo, me paro a considerar las cosas heroicas que en aquel tiempo pasamos, que me parece las veo presentes, y digo que nuestros hechos que no los hacíamos nosotros, sino que venían todos encaminados por Dios; porque ¿qué hombres (ha) habido en el mundo que osasen entrar cuatrocientos soldados (y aun no llegábamos a ellos), en una fuerte ciudad como es México, que es mayor que Venecia, estando apartados de nuestra Castilla sobre más de mil quinientas leguas, y prender a un tan gran señor y hacer justicia de sus capitanes delante de él? Porque hay mucho que ponderar en ello, y no así secamente como yo lo digo. Pasaré adelante y diré cómo Cortés despachó lueqo otro capitán que estuviese en la Villa Rica como estaba Juan Escalante que mataron.

Cortés envió a la Villa Rica por teniente y capitán a un hidalgo que se decía Alonso de Grado, e hizo alguacil mayor a Gonzalo de Sandoval, y como Alonso de Grado llegó a la villa, mostró mucha gravedad con los vecinos y quería hacerse servir de ellos como gran señor y con los pueblos que estaba de paz, que fueron más de treinta, enviaba a demandarles joyas de oro e indias hermosas, y en la fortaleza no se le daba nada para entender en ella. En lo que gastaba el tiempo era en bien comer y jugar, y sobre todo esto que fué peor que lo pasado, secretamente convocaba a sus amigos y a los que no lo eran para que si viniese aquella tierra Diego Velázquez, de Cuba, o cualquier de su capitán, de darle la tierra y hacerse con él. Todo lo cual muy en posta se lo hicieron saber por cartas a Cortés a México, y como lo supo hubo enojo consigo mismo por haber enviado a Grado, conociéndole sus malas entrañas y condición dañada. Y como tenía siempre en el pensamiento que Diego Velázquez, gobernador de Cuba, por una parte o por otra había de alcanzar a saber cómo habíamos enviado nuestros procuradores a Su Majestad, y que no le acudiríamos a cosa ninguna, y que por ventura enviaría armada y capitanes contra nosotros, parecióle que sería bien poner hombre de quien fiar el puerto y la villa y envió a Gonzalo de Sandoval, que ya era alguacil mayor por muerte de Juan de Escalante, y llevó en su compañía a Pedro de Ircio, aquel de quien cuenta el coronista Gómara que iba a poblar el Pánuco.

Gonzalo de Sandoval llegó a la Villa Rica y luego envió preso a México con indios que le guardasen a Alonso de Grado, porque así se lo mandó Cortés.

No quiero dejar de traer aquí a la memoria cómo Cortés le mandó a Gonzalo de Sandoval que así como llegase a la Villa Rica, le enviase dos herreros con todos sus aparejos de fuelles y herramientas y mucho hierro de los de los navíos que dimos al través, y las dos cadenas grandes de hierro que estaban ya hechas, y que enviase velas y jarcias, y pez y estopa, y una aguja de marear, y todo otro cualquier aparejo para hacer dos bergantines para andar en la laguna de México, lo cual se lo envió Sandoval muy cumplidamente.

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