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Capítulo L
CÓMO PÁNFILO DE NARVÁEZ ENVIÓ CON CINCO PERSONAS DE SU ARMADA A REQUERIR A GONZALO DE SANDOVAL, QUE ESTABA POR CAPITÁN EN LA VILLA RICA, QUE SE DIESE LUEGO CON TODOS LOS VECINOS DE LA DICHA VILLA RICA. Y LO QUE SOBRE ELLO ACONTECIO
Como aquellos tres malos de nuestros soldados por mí memorados que se le pasaron a Narváez, le daban aviso de todas las cosas que Cortés y todos nosotros habíamos hecho desde que entramos en la Nueva España, y le avisaron que el capitán Gonzalo de Sandoval estaba obra de ocho o nueve leguas de allí, en una villa que estaba poblada, que se decía la Villa Rica de la Veracruz, y que tenía consigo setenta vecinos, y todos los más viejos y dolientes, acordó de enviar a la villa a un clérigo que se decía Guevara, que tenia buena expresiva, y a otro hombre de mucha cuenta, que se decía Anaya, pariente de Diego Velázquez, gobernador de Cuba, y a un escribano que se decía Vergara, y tres testigos, los nombres de ellos no me acuerdo, los cuales envió para que notificasen a Gonzalo de Sandoval que luego se diese a Narváez, y para ello dijeron que traían unos traslados de las provisiones. Y dicen que ya Gonzalo de Sandoval sabía de los navíos por nuevas de indios, y de la mucha gente que en ellos venía, y como era muy varón en sus cosas, siempre estaba muy apercibido él v sus soldados armados, y sospechando que aquella armada era de Diego Velázquez, que enviaría a aquella villa de sus gentes para apoderarse de ella, y por estar más desembarazados de los soldados viejos y dolientes, los envió luego a un pueblo de indios que se dice Papalote, y quedó con los sanos.
Y Sandoval siempre tenía buenas velas en los caminos de Cempoal, que es por donde habían de venir a la villa, y estaba convocando Sandoval y atrayendo a sus soldados que si viniese Diego Velázquez u otra persona, que no se les diese la villa, y todos los soldados dicen que le respondieron conforme a su voluntad, y mandó hacer una horca en un cerro. Pues estando unos espías en los caminos, vienen de presto y le dan noticia que vienen cerca de la villa donde estaba seis españoles e indios de Cuba. Y Sandoval aguardó en su casa, que no les salió a recibir. Ya había mandado que ningún soldado saliese de su casa ni les hablase. Y como el clérigo y los demás que traían en su compañía no topaban a ningún vecino español con quien hablar, si no eran indios que hacían la obra de la fortaleza, y no les entendían, y como entraron en la villa fuéronse a la iglesia a hacer oración, y luego se fueron a la casa de Sandoval, que les pareció que era la mayor de la villa. Y el clérigo, después de Enhorabuena estéis que así dizque dijo, y Sandoval le respondió: Que en tal buena hora viniese, dicen que el clérigo Guevara, que así se llamaba, comenzó un razonamiento diciendo que el señor Diego Velázquez, gobernador de Cuba, había gastado muchos dineros en la armada, y que Cortés y todos los demás que había traído en su compañía le habían sido traidores, y que les venía a notificar que luego fuesen a dar la obediencia al señor Pánfilo de Narváez, que venía por capitán general de Diego Velázquez, y como Sandoval oyó aquellas palabras y descomedimientos que el Padre Guevara dijo, se estaba carcomiendo de pesar de lo que oía. y le dijo: Señor Padre, muy mal habláis en decir esas palabras de traidores; aquí somos mejores servidores de Su Majestad que no Diego Velázquez, y porque sois clérigo no os castigo conforme a vuestra mala crianza. Andad con Dios a México, que allá está Cortés, que es capitán general y justicia mayor de esta Nueva España, y os responderá; aquí no tenéis más que hablar.
Entonces el clérigo dijo muy bravoso a su escribano que con él venía, que se decía Vergara, que luego sacase las provisiones que traía en el seno y las notificase a Sandoval y a los vecinos que con él estaban. Y dijo Sandoval al escribano que no leyese ningunos papeles, que no sabía si eran provisiones u otras escrituras, y de plática en plática ya el escribano comenzaba a sacar del seno las escrituras que traía; y Sandoval le dijo: Mirad, Vergara: ya os he dicho que no leáis ningunos papeles aquí, sino id a México, y os prometo que si tal leyérais, que yo os haga dar cien azotes, porque ni sabemos si sois escribano del rey o no; mostrad titulo de ello, y si le traéis leedlo; y tampoco sabemos si son originales las provisiones o traslados u otros papeles. Y el clérigo, que era muy soberbio, dijo: ¿Qué hacéis con estos traidores? Sacad esas provisiones y notificádselas. Y esto dijo con mucho enojo. Y como Sandoval oyó aquella palabra, le dijo que mentía como ruin clérigo: y luego mandó a sus soldados que los llevasen presos a México. Y no lo hubo bien dicho, cuando en hamaquillas de redes, como ánimas pecadoras, los arrebataron muchos indios de los que trabajaban en la fortaleza, que los llevaron a cuestas, y en cuatro días dan con ellos cerca de México, que de noche y de día, con indios de remuda caminaban, e iban espantados desde que veían tantas ciudades y pueblos grandes que les traían de comer; y unos los tomaban y otros los dejaban, y andar por su camino. Dizque iban pensando si era encantamiento o sueño.
Y Sandoval envió con ellos por alguacil, hasta que los llevase a México, a Pedro de Solís, el yerno que fue de Orduña, que ahora llaman Solís tras de la puerta. Y así como los envió presos, escribió muy en posta a Cortés quién era el capitán de la armada y todo lo acaecido. Y como Cortés lo supo que venían presos y llegaban cerca de México, envióles cabalgaduras para los tres más principales: y mandó que luego los soltasen de la prisión, y les escribió que le pesó de que Gonzalo de Sandoval tal desacato hubiese hecho, y que quisiera que les hiciera mucha honra. Y desde que llegaron a México los salió a recibir y los metió en la ciudad muy honradamente.
Y desde que el clérigo y los demás sus compañeros vieron a México ser tan grandísima ciudad, y la riqueza de oro que teníamos, y otras muchas ciudades en el agua de la laguna, y todos nuestros capitanes y soldados, y la gran franqueza de Cortés, estaban admirados; y a cabo de dos días que estuvieron con nosotros, Cortés les habló de tal manera, con prometimientos y halagos, y aun les untó las manos de tejuelos y joyas de oro, y los tornó a enviar a su Narváez con bastimento que les dió para el camino, que donde venían muy bravosos leones volvieron muy mansos, y se le ofrecieron por servidores: y así como llegaron a Cempoal y dieran relación a su capitán, comenzaron a convocar todo el real de Narváez que se pasasen con nosotros. Y dejarlo he aquí, y diré cómo Cortés escribió a Narváez, y lo que sobre ello pasó.
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