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Capítulo LI

CÓMO CORTÉS, DESPUÉS DE BIEN INFORMADO DE QUIÉN ERA CAPITÁN Y QUIÉN Y CUÁNTOS VENÍAN EN LA ARMADA, Y LOS PERTRECHOS DE GUERRA QUE TRAÍAN, Y DE LOS TRES NUESTROS FALSOS SOLDADOS QUE A NARVÁEZ SE PASARON, ESCRIBIÓ AL CAPITÁN Y A OTROS SUS AMIGOS, ESPECIALMENTE (A) ANDRÉS DE DUERO, SECRETARIO DE DIEGO VELÁZQUEZ; Y TAMBIÉN SUPO COMO MONTEZUMA ENVIABA ORO Y ROPA A NARVAEZ. Y LAS PALABRAS QUE LE ENVIÓ A DECIR MONTEZUMA; Y DE CÓMO VENÍA EN AQUELLA ARMADA EL LICENCIADO LUCAS VÁZQUEZ DE AYLLON, OIDOR DE LA AUDIENCIA REAL DE SANTO DOMINGO, Y LA INSTRUCCIÓN QUE TRAÍA

Como Cortés en todo tenía gran cuidado y advertencia y cosa ninguna se le pasaba que no procuraba poner remedio y como muchas veces he dicho antes de ahora, tenía tan acertados y buenos capitanes y soldados que, demás de ser muy esforzados, le dábamos buenos consejos, acordóse por todos que se escribiese en posta con indios que llevasen las cartas a Narváez antes que llegase el clérigo Guevara, con muchas quiricias y ofrecimientos, que todos a una le hiciésemos, que haríamos lo que su merced mandase, y que le pedíamos por merced que no alborotase la tierra, ni los indios viesen entre nosotros divisiones. Y esto de este ofrecimiento fue por causa que, como éramos los de Cortés pocos soldados en comparación de los que Narváez traía, porque nos tuviese buena voluntad, y para ver lo que sucedía, y nos ofreciésemos por sus servidores; y también debajo de estas buenas palabras no dejásemos de buscar amigos entre los capitanes de Narváez, porque el padre Guevara y el escribano Vergara dijeron a Cortés que Narváez no venía bien quisto con sus capitanes y que les enviase algunos tejuelos y cadenas de oro, porque dádivas quebrantan peñas.

Y Cortés les escribió que se había holgado en gran manera él y todos nosotros sus compañeros con su llegada (a) aquel puerto, y pues son amigos de tiempos pasados, que le pide por merced que no dé causa a que Montezuma, que está preso, se suelte y la ciudad se levante, porque será para perderse él y su gente y todos nosotros las vidas, por los grandes poderes que tiene; y esto que lo dice porque Montezuma está muy alterado y toda la ciudad revuelta con las palabras que de allá le han enviado a decir; y que cree y tiene por cierto que un tan esforzado y sabio varón como él es no habían de salir de su boca cosas de tal arte dichas, ni en tal tiempo, sino que Cervantes el Chocarrero y los soldados que llevaba consigo lo dirían. Y demás de otras palabras que en la carta iban, se le ofreció con su persona y hacienda, y que en todo se haría lo que mandase.

Y también escribió Cortés al secretario Andrés de Duero, y al oidor Lucas Vázquez de Ayllón, y con las cartas envió ciertas joyas de oro para sus amigos. Y después que hubo enviado esta carta, secretamente mandó dar al oidor cadenas y tejuelos, y rogó al Padre de la Merced que luego tras las cartas fuese al real de Narváez, y le dió otras cadenas de oro y tejuelos y joyas muy estimadas que diese allá a sus amigos. Y así como llegó la primera carta que dicho habemos que escribió Cortés, con los indios, antes que llegase el Padre Guevara, que fue el que Narváez nos envió, andábala mostrando Narváez a sus capitanes haciendo burla de ella, y aun de nosotros. Y un capitán de los que traía Narváez, que venía por veedor, que se decía Salvatierra, dicen que hacía bramuras desde que la oyó; y decía a Narváez, reprendiéndole, que para qué lela la carta de un traidor como Cortés y los que con él estaban, y que luego fuese contra nosotros, y que no quedase ninguno a vida: y juró que las orejas de Cortés que las había de asar y comer la una de ellas, y decía otras liviandades. Por manera que no quiso responder a la carta ni nos tenia en una castañeta.

Y en este instante llegó el clérigo Guevara y sus compañeros, y hablan a Narváez que Cortés era muy buen caballero y gran servidor del rey, y le dicen del gran poder de México y de las muchas ciudades que vieron por donde pasaron, y que entendieron que Cortés que le será servidor y hará cuanto mandase, y que será bien que por paz y sin ruido haya entre los unos y los otros concierto, y que mire el señor Narváez a qué parte quiere ir de toda la Nueva España con la gente que trae que allí vaya, y deje a Cortés en otras provincias, pues hay tierras hartas donde se pueden albergar. Y como esto oyó Narváez, dicen que se enojó de tal manera con el Padre Guevara y con Anaya, que no les quería después más ver ni escuchar. Y después que los del real de Narváez les vieron ir tan ricos al Padre Guevara y al escribano Vergara y a los demás, y decían secretamente a todos los de Narváez tanto bien de Cortés y de todos nosotros, y que habían visto tanta multitud de oro que en el real andaba en el juego (de los naipes), muchos de los de Narváez deseaban estar ya en nuestro real. Y en este instante llegó nuestro Padre de la Merced, como dicho tengo, al real de Narváez, con los tejuelos que Cortés le dió y con cartas secretas, y fue a besar las manos de Narváez y a decirle que Cortés hará todo lo que le mandare, y que tengan paz y amor. Y Narváez, como era cabezudo y venía muy pujante, no le quiso oír, antes dijo delante del mismo Padre que Cortés y todos nosotros éramos unos traidores, y porque el fraile respondía que antes éramos muy leales servidores del rey, le trató mal de palabra. Y muy secretamente repartió el fraile los tejuelos y cadenas de oro a quien Cortés le mandó, y convocaba y atraía a sí a los más principales del real de Narváez. Y dejarlo he aquí, y diré cómo hubieron palabras el capitán Pánfilo de Narváez y el oidor Lucas Vázquez de Ayllón; y Narváez le mandó prender y le envió en un navío preso a Cuba o a Castilla. Cómo Narváez, después que envió preso al oidor Lucas Vázquez de Ayllón y a su escribano, se pasó con toda la armada a un pueblo que se dice Cempoal, que en aquella sazón era grande.

Y en aquella sazón, antes que Narváez viniesé, había enviado Cortés a Tlaxcala por mucho maíz, porque había malas sementeras en tierra de México por falta de aguas, y hubo necesidad de ello, y como teníamos muchos indios naborías de Tlaxcala, hablamos lo menester. El cual maíz trajeron, y gallinas y otros bastimentos, que dejamos a Pedro de Alvarado, y aun le hicimos unos mamparos y fortalezas con ciertos pertrechos y tiros de bronce y toda la pólvora que había, y catorce escopeteros y ocho ballesteros y cinco caballos, y quedaron con él ochenta soldados por todos. Pues desde que el gran Montezuma vió que queríamos ir sobre Narváez, y como Cortés le iba a ver cada día y a tenerle palacio, jamás Cortés le quiso dar a entender que Montezuma ayudaba a Narváez y le enviaba oro y mantas y le mandaba dar bastimentos; y de plática en plática le preguntó Montezuma a Cortés que cómo quería ir sobre Narváez siendo los que traía Narváez muchos y Cortés tener pocos y que le pesaría si nos viniese algún mal, y aun le prometió enviar en ayuda nuestra cinco mil hombres de guerra, y Cortés le dió las gracias por ello y le dijo que no había menester más de la ayuda de Dios primeramente y de sus compañeros. Y se despidi6 Cortés de Montezuma y luego habló a Pedro de Alvarado y a todos los soldados que con él quedaban y les encargó que en todo guardasen al gran Montezuma que no se soltase, y obedecirsen a Pedro de Alvarado, y que prometía que mediante Nuestro Señor, que los había de hacer ricos a todos. Y nos abrazamos los unos a los otros y sin llevar indias, ni servicios, a la ligera tiramos por nuestras jornadas a Cholula, y en el camino envió Cortés a Tlaxcala a rogar a nuestros amigos Xicotenga y Maseescaci que nos enviasen de presto cinco mil hombres de guerra. Y enviaron a decir que si fueran para contra indios como ellos, que sí hicieran, y aun muchos más, y que para contra teules como nosotros, y contra caballos, y contra lombardas y ballestas, que no querían; y proveyeron diez cargas de gallinas.

También Cortés escribió a Sandoval que se juntase con todos sus soldados muy presto con nosotros, que íbamos a unos pueblos obra de doce leguas de Cempoal, que se dicen Tanpaniquita y Mitlanguita, que ahora son de la encomienda de Pedro Moreno Medrano, que vive en la Puebla: y que mirase muy bien Narváez no le prendiese ni hubiese a las manos a él ni a ninguno de sus soldados. Por manera que llegamos a Panganequita, y otro día llegó el capitán Sandoval con los soldados que tenía, que serían hasta sesenta, porque los demás viejos y dolientes los dejó en unos pueblos de indios de nuestros amigos que se decian Papalote, para que alli les diesen de comer; y también vinieron con él cinco soldados parientes y amigos de Lucas Vázquez de Ayllón, que se habían venido huyendo del real de Narváez; y vinieron a besar las manos a Cortés, a los cuales con mucha alegría recibió muy bien.

Y pues como ya estábamos en aquel pueblo todos juntos, acordamos que el Padre de la Merced, que era muy sagaz y de buenos medios tomásemos a enviarlo al real de Narváez, y que se hiciese muy servidor de Narváez y que se mostrase favorable a su parte, mas que no a la de Cortés, y que secretamente convocase al artillero que se decía Usagre, y que hablase con Andrés de Duero para que viniese a verse con Cortés, y otra carta que escribimos a Narváez que mirase que se la diese en sus manos, y lo que en tal caso convenía, y tuviese mucha advertencia, y para esto llevó mucha cantidad de tejuelos y cadenas de oro para repartir. Y como el fraile de la Merced llegó al real de Narváez hizo lo que Cortés le mandó y andando en estos pasos tuvieron gran sospecha de él y aconsejaban a Narváez que le prendiese, y lo supo Andrés de Duero y con palabras sabrosas que dijo a Narváez le amansó, y luego después que esto pasó se despidió Andrés de Duero y secretamente habló al Padre lo que había pasado.

Volvamos algo atrás de lo dicho, lo que más pasó. Así como Cortés tuvo noticia de la armada que traía Narváez, luego despachó un soldado que había estado en Italia, bien diestro de todas armas y más de jugar de una pica, y le envió a una provincia que se dice los chinantecas, junto adonde estaban nuestros soldados, los que fueron a buscar minas, porque aquellos de aquella provincia eran muy enemigos de los mexicanos, y pocos días había que tomaron nuestra amistad, y usaban por armas muy grandes lanzas, mayores que las nuestras de Castilla, con dos brazas de pedernal y navajas. Y envióseles a rogar que luego le trajesen adondequiera que estuviese trescientas de ellas, y que les quitasen las navajas, y que pues tenían mucho cobre que les hiciesen a cada una dos hierros; y llevó el soldado la manera que habían de ser los hierros.

Y como luego de presto buscaron las lanzas e hicieron los hierros, porque en toda la provincia en aquella sazón eran cuatro o cinco pueblos sin muchas estancias, las recogieron e hicieron los hierros muy más perfectamente que se los enviamos a mandar. Y también mandó a nuestro soldado, que se decía Tovilla, que les demandase dos mil hombres de guerra, y que para el día de Pascua de Espíritu Santo viniese con ellos al pueblo de Panganequita, que así se decía, o que preguntase en qué parte estábamos, y que los dos mil hombres trajesen lanzas. Por manera que el soldado se los demandó, y los caciques dijeron que ellos vendrían con la gente de guerra, y el soldado se vino luego con obra de doscientos indios, que trajeron las lanzas; y con los demás indios de guerra quedó para venir con ellos otro soldado de los nuestros que se decía Barrientos, y este Barrientos estaba en la estancia y minas que descubrían, y allí se concertó que había de venir de la manera que está dicho a nuestro real, porque sería de andadura diez o doce leguas de lo uno a lo otro. Pues venido nuestro soldado Tovilla con las lanzas, eran muy extremadas de buenas y allí se daba orden y nos imponía el soldado y amostraba a jugar con ellas, y cómo nos habíamos de haber con los de a caballo.

Y ya teníamos hecho nuestro alarde y copia y memoria de todos los soldados y capitanes de nuestro ejército, y hallamos doscientos sesenta y seis, contados atambor y pífano, sin el fraile, y con cinco de a caballo, y dos tirillos y pocos ballesteros y menos escopeteros, y a lo que tuvimos ojo para pelear con Narváez eran las picas, y fueron muy buenas, como adelante verán. Y dejemos de platicar más en el alarde y lanzas, y diré cómo llegó Andrés de Duero, que envió Narváez a nuestro real, y trajo consigo a nuestro soldado Usagre y dos indios naborias de Cuba, y lo que dijeron y concertaron Cortes y Duero, según después alcanzamos a saber.

Y estuvo Andrés de Duero en nuestro real el día que llegó hasta otro dia después de comer, que era día de Pascua del Espíritu Santo, y comió con Cortés, y estuvo hablando en secreto un rato, y después que hubieron comido se despidió Duero de todos nosotros, asi capitanes como soldados, y luego fue a caballo otra vez adonde Cortés estaba, y dijo: ¿Qué manda westra merced, que me quiero partir? Y respondióle: Que vaya con Dios vestra merced, y mire, señor Andrés de Duero, que haya buen concierto de lo que tenemos platicado; si no, en mi conciencia, que así juraba Cortés, que antes de tres dias con todos mis compañeros seré allá en vuestro real, y al primero que le eche la lanza será a vestra merced si otra cosa siento al contrario de lo que tenemos hablado. Y Duero se rió y dijo: No faltaré en cosa que sea contrario de servir a vuestra merced. Y luego se fue, y llegado a su real dizque dijo a Narváez que Cortés y todos los que estábamos con él sentía estar de buena voluntad para pasamos con el mismo Narváez.

Dejemos de hablar de esto de Duero, y diré cómo Cortés luego mandó llamar a un nuestro capitán que se decía Juan Velázquez de León, persona de mucha cuenta y amigo de Cortés, y era pariente muy cercano del gobernador de Cuba, Diego Velázquez.

Y después que hubo venido delante de Cortés y hecho su acato, le dijo: ¿Qué manda vuestra merced? Y como Cortés hablaba algunas veces muy meloso y con la risa en la boca, le dijo medio riendo: A lo que al señor Juan Velazquez le hice llamar es que me ha dicho Andrés de Duero que dice Narváez, y en todo su real hay fama, que si vuestra merced va allá que luego yo soy deshecho y desbaratado, porque creen que se ha de hacer con Narváez. Allí le habló Cortés secretamente, y luego se partió y llevó en su compañía a un mozo de espuelas de Cortés para que le sirviese, que se decia Juan del Río. Y dejemos de esta partida de Juan Velázquez, que dijeron que le envió Cortés por descuidar a Narváez, y volvamos a decir lo que en nuestro real pasó, que de allí a dos horas que se partió Juan Velázquez mandó Cortés tocar el atambor a Canillas, que asi se llamaba nuestro atambor, y a Benito de Beger, nuestro pífano, que tocase su tamborino, y mandó a Gonzalo de Sandoval, que era capitán y alguacil mayor, para que llamase a todos los soldados y comenzásemos a marchar luego a paso largo camino de Cempoal.

Y yendo por nuestro camino se mataron dos puercos de la tierra que tienen el ombligo en el espinazo, y dijimos muchos soldados que era señal de victoria, y dormimos en un repecho cerca de un riachuelo, y nuestros corredores del campo adelante, y espías y rondas. Y desde que amaneció caminamos por nuestro camino derecho y fuimos a hora de mediodía a sestear a un río adonde está ahora poblada la Villa Rica de la Veracruz, donde desembarcan las barcas con mercaderías que vienen de Castilla, porque en aquel tiempo estaban pobladas junto al río unas casas de indios y arboledas. Y como en aquella tierra hace grandísimo sol, reposamos, como dicho tengo, porque traíamos nuestras armas y picas. Y dejemos ahora de más caminar y digamos lo que a Juan Velázquez de León le avino con Narváez.

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