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Capítulo LIV
CÓMO CORTÉS ENVIÓ AL PUERTO AL CAPITÁN FRANCISCO DE LUGO, Y EN SU COMPAÑÍA DOS SOLDADOS QUE HABÍAN SIDO MAESTRES DE NAVÍOS, PARA QUE LUEGO TRAJESEN ALLÍ A CEMPOAL TODOS LOS MAESTRES Y PILOTOS DE LOS NAVIOS Y FLOTA DE NARVÁEZ Y QUE LES SACASEN LAS VELAS Y TIMONES Y AGUJAS, PORQUE NO FUESEN A DAR MANDADO A LA ISLA DE CUBA A DIEGO VELÁZQUEZ DE LO ACAECIDO. Y CÓMO PUSO ALMIRANTE DE LA MAR, Y OTRAS COSAS QUE PASARON
Pues acabado de desbaratar a Pánfilo de Narváez, y presos él y sus capitantes y a todos los demás tomadas las armas, mandó Cortés al capitán Francisco de Lugo que fuese al puerto adonde estaba la flota de Narváez, que eran diez y ocho navíos, y que mandese venir allí a Cempoal a todos los pilotos y maestres de los navíos, y que les sacasen velas y timones y agujas porque no fuese a dar mandado a Cuba a Diego Velázquez, y que si no le quisiesen obedecer, que les echase presos. Y llevó consigo Francisco de Lugo dos de nuestros soldados que habían sido hombres de la mar que le ayudasen. Y también mandó Cortés que luego le enviasen a un Sancho de Barahona que le tenía preso N arváez con otros dos soldados. Este Barahona fue vecino de Guatemala, hombre rico, y acuérdome que cuando llegó ante Cortés que venía muy doliente y flaco; y le mandó hacer honra.
Volvamos a los maestres y pilotos, que luego vinieron a besar las manos al capitán Cortés, a los cuales tomó juramento que no saldrían de su mandado y que le obedecerían en todo lo que les mandase, y luego les puso por almirante y capitán de la mar a un Pedro Caballero, que había sido maestre de un navío de los de Narváez, persona de quien nuestro Cortés se fió mucho, al cual dicen que le dió primero buenos tejuelos de oro. Y a éste mandó que no dejase ir de aquel puerto ningún navío a parte ninguna, y mandó a todos los demás maestres y pilotos y marineros que todos le obedeciesen, y que si de Cuba enviase Diego Velázquez más navíos, porque tuvo aviso que estaban dos navíos para venir, que tuviese manera y aviso que al capitán que en él viniese le echase preso y le sacase el timón y velas y agujas, hasta que otra cosa en ello Cortés mandase; lo cual así hizo Pedro Caballero como adelante diré.
Y dejemos ya los navíos y el puerto seguro y digamos lo que se concertó en nuestro real y los de Narváez; que luego se dió orden que fuese a conquistar y poblar Juan Velázquez de León a lo de Pánuco, y para ello Cortés le señaló ciento y veinte soldados; los ciento habían de ser de los de Narváez y los veinte de los nuestros entremetidos, porque tenían más experiencia en la guerra, y también había de llevar dos navíos, para que desde el río de Pánuco fuesen a descubrir la costa adelante. Y también a Diego de Ordaz dió otra capitanía de otros ciento y veinte soldados, para ir a poblar a lo de Guazaqualco, y los ciento habían de ser de los de Narváez y los veinte de los nuestros, según y de la manera que a Juan Velázquez de León, y había de llevar otros dos navíos para desde el río de Guazaqualco enviar a la isla de Jamaica por manadas de yeguas y becerros y puercos y ovejas y gallinas de Castilla y cabras para multiplicar la tierra, porque la provincia de Guazaqualco era buena para ello. Pues para ir aquellos capitanes con sus soldados y llevar todas sus armas, Cortés se las mandó dar y soltar todos los prisioneros capitanes de Narváez, excepto a Narváez y Salvatierra, que decía que estaba malo del estómago. Pues para darles todas las armas, algunos de nuestros soldados les teníamos ya tomado caballos y espadas y otras cosas, manda Cortés que luego se las volviésemos, y sobre no dárselas hubo ciertas pláticas enojosas; y fueron que dijimos los soldados que las teníamos, muy claramente, que no se las queríamos dar, pues que en el real de Narváez pregonaron guerra contra nosotros y a ropa franca, y con aquella intención nos venían a prender y tomar lo que teníamos; y que siendo nosotros tan grandes servidores de Su Majestad, nos llamaban traidores, y que no se las queríamos dar. Y Cortés todavía porfiaba a que se las diésemos, y como era capitán general, húbose de hacer lo que mandó, que yo les di un caballo que tenía ya escondido, ensillado y enfrenado, y dos espadas, y tres puñales, y una daga; y otros muchos de nuestros soldados dieron también otros caballos y armas.
Y como Alonso de Avila era capitán y persona que osaba decir a Cortés cosas que convenían, y juntamente con él el Padre de la Merced, hablaron aparte a Cortés y le dijeron que parecía que quería remedar a Alejandro Macedonio, que después que con sus soldados había hecho alguna gran hazaña, que más procuraba de honrar y hacer mercedes a los que vencía que no a sus capitanes y soldados, que eran los que lo vencían; y esto que lo decían porque lo que veían en aquellos días que allí estábamos, después de preso Narváez, que todas la joyas de oro que le presentaban los indios a Cortés, y bastimentos, daba a los capitanes de Narváez, y que como si no nos conociera así nos olvidaba, y que no era bien hecho, sino muy gran ingratitud, habiéndole puesto en el estado en que estaba. A esto respondió Cortés que todo cuanto tenía, así persona como bienes, era para nosotros, y que al presente no podía más sino con dádivas y palabras y ofrecimientos honrar a los de Narváez, porque, como son muchos y nosotros pocos, no se levanten contra él y contra nosotros y le matasen. A esto respondió Alonso de Avila y le dijo ciertas palabras algo soberbias; de tal manera que Cortés le dijo que quien no le quisiese seguir que las mujeres han parido y paren en Castilla soldados. Y Alonso de Avila dijo, con palabras muy soberbias y sin acato, que así era verdad, que soldados y capitanes y gobernadores, y que aquello merecíamos que dijese. Y como en aquella sazón estaba la cosa de arte que Cortés no podía hacer otra cosa sino callar, y con dádivas y ofertas le atrajo a sí; y como conoció de él ser muy atrevido, y tuvo siempre Cortés temor que por ventura un día u otro no hiciese alguna cosa en su daño, disimuló, y de allí adelante siempre le enviaba a negocios de importancia como fue a la isla de Santo Domingo, y después a España, cuando enviamos la recámara y tesoro del gran Montezuma que robó Juan Florín, gran corsario francés, lo cual diré en su tiempo y lugar.
Y volvamos ahora a Narváez y a un negro que traía lleno de viruelas, que harto negro fue para la Nueva España, que fue causa que se pegase e hinchiese toda la tierra de ellas, de lo cual hubo gran mortandad, que, según decían los indios, jamás tal enfermedad tuvieron, y como no la conocían, lavábanse muchas veces, y a esta causa se murieron gran cantidad de ellos. Por manera que negra la ventura de Narváez, y más prieta la muerte de tanta gente sin ser cristianos.
Dejemos ahora todo esto, y digamos cómo los vecinos de la Villa Rica que habían quedado poblados, que no fueron a México, demandaron a Cortés las partes del oro que les cabía, y dijeron a Cortés que puesto que allí les mandó quedar en aquel puerto y villa, que tan bien servían allí a Dios y al rey como los que fuimos a México, pues entendían en guardar la tierra y hacer la fortaleza, y algunos de ellos se hallaron en lo de Almería, que aún no tenían sanas las heridas, y que todos los más se hallaron en la prisión de Narváez, y que les diesen sus partes. Y viendo Cortés que era muy justo lo que decían, dijo que fuesen dos hombres principales, vecinos de aquella villa, con poder de todos, y que lo tenían apartado y se lo darían. Y paréceme que les dijo que en Tlaxcala estaba guardado, que esto no me acuerdo bien; y así luego despacharon de aquella villa dos vecinos por el oro y partes, y el principal se decía Juan Alcántara el Viejo.
Y dejemos de platicar en ello, y después diremos lo que sucedió a Alcántara y al oro, y digamos cómo la adversa fortuna vuelve de presto a su rueda, que a grandes bonanzas y placeres, da tristeza, y es que en este instante vienen nuevas que México está alzado, y que Pedro de Alvarado está cercado en su fortaleza y aposento, y que le ponían fuego por dos partes en la misma fortaleza, y que le han muerto siete soldados, y que estaban otros muchos heridos, y enviaba a demandar socorro con mucha instancia y prisa. Y esta nueva trajeron dos tlaxcaltecas, sin carta ninguna, y luego vino una carta con otros tlaxcaltecas que envió Pedro de Alvarado, en que decía lo mismo. Y desde que aquella tan mala nueva oímos, sabe Dios cuánto nos pesó, y a grandes jornadas comenzamos a marchar para México; y quedó preso en la Villa Rica Narváez y Salvatierra, y por teniente y capitán paréceme que quedó Rodrigo Rangel, que tuviese cargo de guardar a Narváez y de recoger muchos de los de Narváez que estaban dolientes.
Y también en este instante, ya que queríamos partir, vinieron cuatro grandes principales, que envió el gran Montezuma ante Cortés, a quejarse de Pedro de Alvarado, y lo que dijeron llorando muchas lágrimas de sus ojos, que Pedro de Alvarado salió de su aposento con todos los soldados que le dejó Cortés, y sin causa ninguna dió en sus principales y caciques que estaban bailando y haciendo fiesta a sus ídolos Uichilobos y Tezcatipuca, con licencia que para ello les dió Pedro de Alvarado, y que mató e hirió muchos de ellos, y que por defenderse le mataron seis de sus soldados; por manera que daban muchas quejas de Pedro de Alvarado. Y Cortés les respondió a los mensajeros algo desabido y que él iría a México y pondría remedio en todo; y así fueron con aquella respuesta a su gran Montezuma; y dizque la sintió por muy mala, y hubo enojo de ella. Y asimismo luego despachó Cortés cartas para Pedro de Alvarado, en que le envió a decir que mirase que Montezuma no se soltase, y que íbamos a grandes jornadas, y le hizo saber de la victoria que habíamos habido contra Narváez, lo cual ya sabía el gran Montezuma. Y dejado he aquí, y diré lo que más adelante pasó.
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