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Capítulo LV
CÓMO FUIMOS A GRANDES JORNADAS ASÍ CORTÉS CON TODOS SUS CAPITANES Y TODOS LOS DE NARVÁEZ, EXCEPTO SALVATIERRA Y PÁNFILO DE NARVÁEZ, QUE QUEDARON PRESOS EN LA VILLA RICA DE LA VERA CRUZ
Como llego la nueva por mí memorada, cómo Pedro de Alvarado estaba cercado y México rebelado, cesaron las capitanías que habían de ir a poblar a Pánuco y a Guazaqualco, que habían dado a Juan Velázquez de León y a Diego de Ordaz, que no fue ninguno de ellos, que todos fueron con nosotros. Y Cortés habló a los de Narváez, que sintió que no irían con nosotros de buena voluntad a hacer aquel socorro, y les rogó que dejasen atrás enemistades pasadas por lo de Narváez, ofreciéndoseles de hacerlos ricos y darles cargos, y pues venían a buscar la vida y estaban en tierra donde podrían hacer servicio a Dios y a Su Majestad y enriquecer, y pues que ahora venía lance. Y tantas palabras les dijo, que todos a uno se le ofrecieron que irían con nosotros; y si supieran las fuerzas de México, cierto está que no fuera ninguno. Y luego caminamos a muy grandes jornadas hasta llegar a Tlaxcala donde supimos que hasta que Montezuma y sus capitanes habían sabido cómo habíamos desbaratado a Narváez, no dejaron de dar guerra a Pedro de Alvarado y le habían ya muerto siete soldados, y le quemaron los aposentos, y que después que supieron nuestra victoria cesaron de darle guerra; mas dijeron que estaban muy fatigados por falta de agua y bastimento; el cual bastimento nunca se lo había mandado dar Montezuma. Y esta nueva trajeron indios de Tlaxcala en aquella misma hora que hubimos llegado.
Y luego Cortés mandó hacer alarde de la gente que llevaba, y halló sobre mil trescientos soldados, así de los nuestros como de los de Narváez, y sobre noventa y seis caballos y ochenta ballesteros, y otros tantos escopeteros, con los cuales le pareció a Cortés que llevaba gente para poder entrar muy a nuestro salvo en México; y demás de esto, en Tlaxcala nos dieron los caciques dos mil indios de guerra. Y luego fuimos a grandes jornadas hasta Tezcuco, que es una gran ciudad; y no se nos hizo honra ninguna en ella, ni pareció ningún señor, sino todo muy remontado y de mal arte. Y llegamos a México día de señor San Juan de junio de mil quinientos veinte años, y no parecían por las calles caciques ni capitanes, ni indios conocidos, sino todas las casas despobladas. Y como llegamos a los aposentos en que solíamos posar, el gran Montezuma salió al patio para hablar y abrazar a Cortés y darle el bien venido, y de la victoria con Narváez. Y Cortés, como venía victorioso, no le quiso oír, y Montezuma se entró en su aposento muy triste y pensativo.
Pues ya aposentados cada uno de nosotros donde solíamos estar antes que saliésemos de México para ir a lo de Narváez, y los de Narváez en otros aposentos, y ya habiamos visto y hablado con Pedro de Alvarado y los soldados que con él se quedaron, y ellos nos daban cuenta de las guerras que los mexicanos les daban y trabajo en que les tenían puesto, y nosotros les dábamos relación de la victoria contra Narváez.
Y dejaré esto, y diré cómo Cortés procuró saber qué fue la causa de levantarse México, porque bien entendido teníamos que Montezuma le pesó de ello, que si le plugiera o fuera por su consejo, dijeron muchos soldados de los que se quedaron con Pedro de Alvarado en aquellos trances, que si Montezuma fuera de ello, que a todos les mataran, y que Montezuma los aplacaba que cesasen la guerra. Y lo que contaba Pedro de Alvarado a Cortés, sobre el caso, era que por libertar los mexicanos a Montezuma, y porque Uichilobos se lo mandó, porque pusimos en su casa la imagen de Nuestra Señora la Virgen Santa María y la Cruz; y más dijo que habían llegado muchos indios a quitar la santa imagen del altar donde la pusimos, y que no pudieron, y que los indios lo tuvieron a gran milagro y que se lo dijeron a Montezuma, y que les mandó que la dejasen en el mismo lugar y altar y que no curasen de hacer otra cosa, y así la dejaron.
Y más dijo Pedro de Alvarado que por lo que Narváez les había enviado a decir a Montezuma que le venía a soltar de las prisiones y a prendernos, y no salió verdad, y como Cortés había dicho a Montezuma que en teniendo navíos nos habíamos de ir a embarcar y salir de toda la tierra, y que no nos íbamos y que todo eran palabras, y que ahora ha visto venir muchos más teules, antes que todos los de Narváez y los nuestros tornásemos a entrar a México, que sería bien matar a Pedro de Alvarado y a sus soldados y soltar al gran Montezuma, y después no quedar a vida ninguno de los nuestros y de los de Narváez, cuanto más que tuvieron por cierto que nos vencieran Narváez y sus soldados. Estas pláticas y descargo dió Pedro de Alvarado a Cortés. Y le tornó a decir Cortés que a qué causa les fue a dar guerra, estando bailando y haciendo sus fiestas. Y sabía muy ciertamente que en acabando las fiestas y bailes y sacrificios que hacían a su Uichilobos y a Tezcatepuca, que luego le habían de venir a dar guerra, según el concierto (que) tenían entre ellos hecho; y todo lo demás, que lo supo de un papa y de dos principales y de otros mexicanos.
Y Cortés le dijo: Pues hanme dicho que le demandaron licencia para hacer el areito y bailes. Dijo que así era verdad. y que fue por tomarles descuidados; y que porque temiesen y no viniesen a darle guerra, que por esto se adelantó a dar en ellos. Y después que aquello Cortés oyó, le dijo muy enojado que era muy mal hecho y gran desatino, y que plugiera a Dios que Montezuma se hubiera soltado y que tal cosa no lo oyera a sus oídos. Y así le dejó que no le habló más en ello. También dijo al mismo Pedro de Alvarado que cuando andaba con ellos en aquella guerra que mandó poner a un tiro que estaba cebado, fuego, el cual tenía una pelota y muchos perdigones, y que como venían muchos escuadrones de indios a quemarle los aposentos, que salió a pelear con ellos y que mandó poner fuego al tirO, y que no salió, y que despUés hizo una arremetida contra los escuadrones que le daban guerra, y cargaban muchos indios sobre él, que venía retrayéndose a la fuerza y aposento, y que entonces sin poner fuego al tiro salió la pelota y los perdigones, y mató muchos indios, y que si aquello no acaeciera, que los enemigos les mataran a todos, como en aquella vez les llevaron dos de sus soldados vivos. Otra cosa dijo Pedro de Alvarado, y esa sola cosa la dijeron otros soldados, que las demás pláticas sólo Pedro de Alvarado lo contaba; y es que no tenían agua para beber y cavaron en el patio e hicieron un pozo y saéaron agua dulce, siendo todo salado también; todo fue muchos bienes que Nuestro Señor nos hacía. Y a esto del agua digo yo que en México estaba una fuente que muchas veces y todas las más manaba agua algo dulce. Estas cosas y otras, diré que lo oí a personas de fe y creer, que se hallaron con Pedro de Alvarado cuando aquello pasó. Y dejarlo he aquí, y diré la gran guerra que luego nos dieron, y es de esta manera.
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