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Capítulo LXI

CÓMO APORTO AL PEÑOL Y PUERTO QUE ESTA JUNTO A LA VILLA RICA DE LA VERA CRUZ UN NAVÍO DE LOS DE FRANCISCO DE GARAY, QUE HABÍA ENVIADO A POBLAR EL RIO PÁNUCO, Y LO QUE SOBRE ELLO PASO

Estando que estábamos en Segura de la Frontera, de la manera que en mi relación habrán oído, vinieron cartas a Cortés cómo había aportado un navío de los que Francisco de Garay había enviado a poblar a Pánuco, y que venía por capitán uno que decía fulano Camargo, y traía sobre sesenta soldados, y todos dolientes y muy amarillos e hinchadas las barrigas, y que habían dicho que otro capitán que Garay había enviado a poblar a Pánuco, que se decía fulano Alvarez Pinedo, qUe los indios de Pánuco los habían muerto, y a todos los soldados y caballos que había enviado (a) aquella provincia, y que los navíos se los habían quemado, y que este Camargo, viendo el mal suceso, se embarcó con los soldados que dicho tengo y se vino a socorrer (a) aquel puerto; porque bien tenían noticia que estábamos poblados allí, y que a causa que por sustentar las guerras con los indios no tenían qué comer, y venían tan flacos y amarillos e hinchados; y más dijeron, que el capitán Camargo había sido fraile dominico, y que había hecho profesión.

Los cuales soldados con su capitán se fueron luego poco a poco a la villa de la Frontera, donde estábamos porque no podían andar a pie de flacos. Y cuando Cortés los vió tan hinchados y amarillos, y que no eran para pelear, harto teníamos que curar en ellos, y les hizo mucha honra, y tengo que el Camargo murió luego, que no me acuerdo bien qué se hizo, y también se murieron muchos de ellos. Y entonces por burlar les llamamos y pusimos por nombres los panciverdetes, porque traían las colores de muertos y las barrigas muy hinchadas. Y por no detenerme en cada cosa en qué tiempo y lugar acontecían, pues eran todos los navíos que en aquel tiempo venían a la Villa Rica de Garay, puesto que vinieron los unos de los otros un mes delanteros, hagamos cuenta que todos aportaron (a) aquel puerto, ahora sea un mes antes los unos que los otros. Y esto digo que vino luego un Miguel Díaz de Auz, aragonés, por capitán de Francisco de Garay, el cual le enviaba para socorro al capitán fulano Alvarez Pinedo, que creía que estaba en Pánuco, y como l1egó al puerto de Pánuco y no halló rastro, ni hueso, ni pelo de la armada de Garay, luego entendió por lo que vió que le habían muerto; porque a Miguel Díaz le dieron guerra los indios de aquella provincia, luego que llegó con su navío, y a esta causa se vino (a) aquel nuestro puerto y desembarcó sus soldados, que eran más de cincuenta, y trajo siete caballos; y se fue luego para donde estábamos con Cortés, y éste fue el mejor socorro y al mejor tiempo que le habíamos menester.

Y para que bien sepan quién fue este Miguel Díaz de Auz, digo yo que sirvió muy bien a Su Majestad en todo lo que se ofreció en las guerras y conquistas de la Nueva España, y éste fue el que trajo pleito después de ganada la Nueva España con un cuñado de Cortés que se decía Andrés de Barrios, natural de Sevilla, que llamaban el danzador, y púsosele aquel nombre porque bailaba mucho sobre el pleito de la mitad de Mestitan. Y este Miguel Oíaz de Auz fue el que en el Real Consejo de Indias, en el año de mil quinientos cuarenta y uno, dijo que a unos daba favor e indios por bien bailar y danzar, y a otros les quitaba sus haciendas porque habían servido a Su Majestad peleando. Este es el que dijo que por ser cuñado de Cortés le dió los indios que no merecía, estando comiendo en Sevilla buñuelos, y los dejaba de dar a quien Su Majestad mandaba. Este es el que claramente dijo otras cosas acerca de que no hacían justicia ni lo que Su Majestad manda; y más dijo otras cosas: que querían remedar al villano de nombre Abubio, de que se iban enojando los señores que mandaban en el Real Consejo de Indias, que era presidente el reverendísimo fray García de Loaisa, arzobispo que fue de Sevilla, y oidores el obispo de Lugo, y el licenciado Gutierre Velázquez y el doctor don Bernal Díaz de Lugo y el doctor Beltrán. Volvamos a nuestro cuento. Y entonces Miguel Díaz de Auz, desde que hubo hablado lo que quiso, tendió la capa en el suelo y puso la daga sobre el pecho, estando tendido en ella de espaldas, y dijo: Si no es verdad lo que digo, Vuestra Alteza me mande degollar con esta daga, y si es verdad, hacer recta justicia. Entonces el presidente le mandó levantar y dijo que no estaban allí para matar a ninguno, sino para hacer justicia, y que fue mal mirado en lo que dijo, y que se saliese fuera y que no dijese más desacatos; si no, que le castigarían, y lo que proveyeron sobre su pleito de Mestitan, que le den la parte de lo que rentare, que son más de dos mil quinientos pesos de su parte, con tal que no entre en el pueblo dentro de dos años, porque en lo que le acusaban era que había muerto ciertos indios en aquel pueblo y en otros que había tenido.

Dejemos de contar esto, pues claro va fuera de nuestra relación y digamos que desde allí a pocos días que Miguel Díaz de Auz había venido (a) aquel puerto de la manera que dicho tengo, aportó otro navío que enviaba el mismo Garay en ayuda y socorro de su armada, creyendo que todos estaban buenos y sanos en el río de Pánuco, y venía en él por capitán un viejo que se decía Ramírez, y ya era hombre anciano, y a esta causa le llamábamos Ramírez el Viejo, porque había en nuestro real dos Ramírez: y traía sobre cuarenta soldados y diez caballos y yeguas, y ballesteros y otras armas. Y Francisco de Garay no hacía sino echar un virote tras otro en socorro de su armada, y en todo le socorría la buena fortuna a Cortés, y a nosotros era gran ayuda. Y todos estos de Garay que dicho tengo fueron a Tepeaca, adonde estábamos, y porque los soldados que traía Miguel Díaz de Auz venían muy recios y gordos, les pusimos por nombre los de los lomos recios, y a los que traía el viejo Ramírez, que traían unas armas de algodón de tanto gordor que no las pasaba ninguna flecha, y pesaban mucho, pusímosles por nombre los de las albardillas. Y cuando fueron los capitanes que dicho tengo y soldados delante (de) Cortés, les hizo mucha honra. Dejemos de contar de los socorros que teníamos de Garay, que fueron buenos, y digamos cómo Cortés envió a Gonzalo de Sandoval a una entrada a unos pueblos que se dicen Xalacingo y Zacatami.

Y fue Sandoval con sus compañeros y les entra por dos partes, que puesto que peleaban muy bien los mexicanos y los naturales de aquellos pueblos, sin más relatar lo que allí en aquellas batallas pasaron, los desbarató; y fueron huyendo los mexicanos y caciques de aquellos pueblos, y siguió el alcance y prendió mucha gente menuda, que de los indios no se curaban de ellos, por no tener que guardar. Y hallaron en unos cúes de aquel pueblo muchos vestidos y armas y frenos de caballos, y dos sillas, y otras cosas de la jineta que habían presentado a sus ídolos.

Acordó Sandoval estar allí tres días, y vinieron los caciques de aquellos pueblos a demandar perdón y a dar la obediencia a Su Majestad, y Sandoval les dijo que diesen el oro que habían robado a los españoles que mataron, y que luego les perdonaría. Y respondieron que el oro que los mexicanos lo hubieron y que lo enviaron al señor de México que entonces habían alzado por rey, y que no tenían ninguno; por manera que les mandó que, en cuanto el perdón, que fuesen adonde estaba Malinche, que es Cortés, y que él les hablaría y perdonaría, Yo no fuí en esta entrada, que estaba muy malo de calentura, y echaba sangre por la boca, y gracias a Dios estuve bueno porque me sangraron muchas veces. Y fue aquella entrada que hizo de mucho provecho y se pacificó la tierra, y de allí en adelante tenía Cortés tanta fama en todos los pueblos de la Nueva España, lo uno de muy justificado en lo que hacía, y lo otro de muy esforzado, que a todos ponía temor, y muy mayor a Guatemuz, el señor y rey nuevamente alzado por rey en México. Y tanta era la autoridad y ser y mando que había cobrado Cortés, que venían ante él pleitos de indios de lejanas tierras, en especial sobre cosas de cacicazgos y señoríos. Como en aquel tiempo anduvo la viruela tan común en la Nueva España, fallecían muchos caciques, y sobre a quién le pertenecía el cacicazgo y ser señor y partir tierras o vasallos o bienes, venían a Cortés, como señor absoluto de toda la tierra, para que por su mano y autoridad alzase por señor a quien le pertenecía.

Y en aquel tiempo vinieron del pueblo de Ozucar y Guacachula, otras veces por mí memorados, porque en Ozucar estaba casada una parienta muy cercana de Montezuma con el señor de aquel pueblo, y tenían un hijo que decían era sobrino y cacique de Montezuma, y según parece heredaba el señorío, y otros decían que le pertenecía a otro señor; y sobre ellos tenían diferencias, y vinieron a Cortés, y mandó que heredase el pariente de Montezuma, y luego cumplieron su mandado. Y así vinieron de otros muchos pueblos de la redonda sobre pleitos, y a cada uno mandaba dar sus tierras y vasallos según sentía por derecho que les pertenecía.

Y en aquella sazón también tuvo noticia Cortés que en un pueblo que estaba de allí a seis leguas, que se decía Cozotlán y le pusimos por nombre Castil Blanco, habían muerto nueve españoles; envió al mismo Gonzalo de Sandoval para que los castigase y los trajese de paz. Donde lo dejaré, y digamos cómo se herraron todos los esclavos que se habían habido en aquellos pueblos y provincias, y lo que sobre ello se hizo.

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