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Capítulo LXIII
CÓMO DEMANDARON LICENCIA A CORTÉS LOS CAPITANES Y PERSONAS MÁS PRINCIPALES DE LOS QUE NARVÁEZ HABÍA TRAIDO EN SU COMPANÍA PARA VOLVERSE A LA ISLA DE CUBA, Y CORTÉS SE LA DIÓ, Y SE FUERON, Y CÓMO DESPACHO CORTÉS EMBAJADORES PARA CASTILLA Y PARA SANTO DOMINGO Y JAMAICA. Y LO QUE SOBRE CADA COSA ACAECIO
Como vieron los capitanes de Narváez que ya teníamos socorros, así de los que vinieron de Cuba como los de Jamaica que había enviado Francisco de Garay para su armada, según lo tengo declarado en el capitulo que de ello habla, y vieron que los pueblos de la provincia de Tepeaca estaban pacíficos, después de muchas palabras que a Cortés dijeron con grandes ofertas y ruegos le suplicaron que les diese licencia para volverse a la isla de Cuba, pues se lo había prometido. Y luego Cortés se la dió y aun les prometió que si volvía a ganar la Nueva España y ciudad de México que a Andrés de Duero, su compañero, que le daría mucho más oro que le había de antes dado, y así hizo oferta a los demás capitanes, en especial (a) Agustín Bermúdez, y les mandó dar matalotaje, que en aquella sazón había, que era maíz y perrillos salados y pocas gallinas, y un navío de los mejores. Y escribió Cortés a su mujer, que se decía Catalina Juárez, la Marcaida, y a Juan Juárez, su cuñado, que en aquella sazón vivía en la isla de Cuba, y les envió ciertas barras y joyas de oro y les hizo saber todos los desmanes y trabajos que nos habían acontecido, y cómo nos echaron de México.
Dejemos esto y digamos las personas que demandaron la licencia para volver a Cuba, que todavía iban ricos: fueron Andrés de Duero y Agustín Bermúdez, Juan Bono de Quexo, y Bernaldino de Quesada y Francisco Velázquez, el Corcovado, pariente de Diego Velázquez, gobernador de Cuba, y Gonzalo Carrasco, el que vive en la Puebla, que después se volvió a esta Nueva España; y un Melchor de Velasco, que fue vecino de Guatemala; y un Jiménez de Cervantes, que fue por sus hijos; y el comendador Leonel de Cervantes, que fue por sus hijas, que después de ganado México las casó muy honradamente; y se fue uno que se decía Maldonado, natural de Medellín, que estaba doliente; no digo Maldonado, el que fue marido de doña María del Rincón, ni por Maldonado el Ancho, ni otro Maldonado que se decía Alvaro Maldonado el Fiero, que fue casado con una señora que se decía Mari Arias; y también se fue un Vargas, vecino de la Trinidad, que le llamaban en Cuba Vargas el Galán; no digo Vargas el que fue suegro de Cristóbal Lobo, vecino que fue de Guatemala; y se fue un soldado de los de Cortés que se decía Cárdenas, piloto. Aquel Cárdenas fue el que dijo a un su compañero que cómo podíamos reposar los soldados teniendo dos reyes en esta Nueva España; éste fue a quien Cortés dió trescientos pesos para que se fuese a su mujer e hijos; y por excusar prolijidad de ponerles todos por memoria, se fueron otros muchos que no me acuerdo bien sus nombres.
Y cuando Cortés les dió la licencia, dijimos que para qué se la daba, pues que éramos pocos los que quedábamos, y respondió que por excusar escándalos e importunaciones, y que ya veíamos que para la guerra algunos de los que se volvían no lo eran, y que valía más estar solo que mal acompañado. Y para despacharles del puerto envió Cortés a Pedro de Alvarado, y en habiéndolos embarcado que se volviese luego a la villa.
Y digamos ahora que también envió a Castilla a Diego de Ordaz y Alonso de Mendoza, natural de Medellín o de Cáceres, con ciertos recaudas de Cortés, que yo no sé otros que llevasen nuestros, ni nos dió parte de cosa de los negocios que enviaba a tratar a Su Majestad, ni lo que pasó en Castilla yo no lo alcancé a saber, salvo que la boca llena decía el obispo de Burgos, delante de Diego de Ordaz, que así Cortés como todos los soldados que pasamos con él éramos malos y traidores, puesto que Ordaz respondía muy bien por todos nosotros. Y entonces le dieron a Ordaz una encomienda de Señor Santiago y por armas el volcán que estaba entre Guaxocingo y cerca de Cholula, y lo que negoció adelante lo diré según lo supimos por carta.
Dejemos esto aparte y diré cómo Cortés envió (a) Alonso de Avila, que era capitán y contador de esta Nueva España, y juntamente con él envió a otro hidalgo que se decía Francisco Alvarez Chico, que era hombre que entendía de negocios, y mandó que fuesen con otro navío para la isla de Santo Domingo a hacer relación de todo lo acaecido a la real Audiencia que en ella residía, y a los frailes jerónimos que estaban por gobernadores de todas las islas, que tuviesen por bueno lo que habíamos hecho en las conquistas y el desbarate de Narváez, y cómo había hecho esclavos en los pueblos que habían muerto españoles, y se habían quitado de la obediencia que habían dado a nuestro rey y señor, y que así entendía hacer en todos los más pueblos que fueron de la liga y nombre de mexicanos, y que les suplicaba que hiciesen relación de ello en Castilla a nuestro gran emperador, y tuviesen en la memoria los grandes servicios que siempre le hacíamos, y que por su intercesión y de la real Audiencia y frailes jerónimos fuésemos favorecidos con justicia contra la mala voluntad y obras que contra nosotros trataba el obispo de Burgos y arzobispo de Rosano.
Y también envió otro navío a la isla de Jamaica por caballos y yeguas, y el capitán que en él fue se decía fulano de Solís, que después de ganado México le llamamos Solís el de la Huerta, yerno de uno que se decía el bachiller Ortega. Bien sé que dirán algunos curiosos lectores que sin dineros que cómo enviaba a Diego de Ordaz a negocios a Castilla, pues está claro que para Castilla y para otras partes son menester dineros, y que asimismo enviaba a Alonso de Avila y a Francisco Alvarez Chico a Santo Domingo, a negocios, y a la isla de Jamaica por caballos y yeguas. A esto digo que como al salir de México como salimos huyendo la noche por mi muchas veces memorada, que como quedaban en la sala muchas barras de oro perdido en un montón, que todos los más soldados apañaban de ello, en especial los de a caballo, y los de Narváez mucho mejor, y los oficiales de Su Majestad, que lo tenían en poder y cargo, llevaron los fardos hechos; y demás de esto, cuando se cargaron de oro más de ochenta indios tlaxcaltecas por mandado de Cortés y fueron los primeros que salieron en las puentes, vista cosa era que salvarían muchas cargas de ello, que no se perdería todo en la calzada, y como nosotros los pobres soldados que no teníamos mando, sino ser mandados, en aquella sazón procurábamos de salvar nuestras vidas y después de curar nuestras heridas, no mirábamos en el oro si salieron muchas cargas de ello en las puentes o no, ni se nos daba mucho en ello. Y Cortés con algunos de nuestros capitanes lo procuraron de haber de los tlaxcaltecas que lo sacaron, y aun tuvimos sospecha que los cuarenta mil pesos de las partes de los de la Villa Rica, que también lo habían habido, y echado fama que lo habían robado, y con ello envió a Castilla a los negocios de su persona, y a comprar caballos, y a la isla de Santo Domingo a la Audiencia real; porque en aquel tiempo todos se callaban con las barras de oro que tenían aunque más pregones había dado.
Dejemos esto, y digamos cómo ya estaban de paz todos los pueblos comarcanos de Tepeaca, acordó Cortés que quedase en la villa de Segura de la Frontera por capitán Francisco de Orozco con obra de veinte soldados que estaban heridos y dolientes, y con todos los más de nuestro ejército fuimos a Tlaxcala; y se dió orden que se cortase madera para hacer trece bergantines para ir otra vez a México, porque hallábamos por muy cierto que para la laguna sin bergantines no la podíamos señorear, ni podíamos dar guerra, ni entrar otra vez por las calzadas en aquella gran ciudad sino con gran riesgo de nuestras vidas. Y el que fue maestro de cortar la madera y dar el gálibo y cuenta y razón como habían de ser veleros y ligeros para aquel efecto, y los hizo, fue un Martín López, que ciertamente, además de ser un buen soldado en todas las guerras, sirvió muy bien a Su Majestad en esto de los bergantines, y trabajó en ellos como fuerte varón. Y me parece que si por desdicha no viniera en nuestra compañía de los primeros, como vino, que hasta enviar por otro maestro a Castilla se pasara mucho tiempo o no viniera ninguno, según el gran estorbo que en todo nos ponía el obispo de Burgos.
Volveré a nuestra materia, y digamos ahora que cuando llegamos a Tlaxcala ya era fallecido de viruelas nuestro gran amigo, y muy leal vasallo de Su Majestad, Maseescaci, de la cual muerte nos pesó a todos, y Cortés lo sintió tanto, como él decía, como si fuera su padre, y se puso luto de mantas negras, y asimismo muchos de nuestros capitanes y soldados. Y a sus hjos y parientes del Maseescaci, Cortés y todos nosotros les hacíamos mucha honra, y porque en Tlaxcala había diferencias sobre el mando y cacicazgo, señaló y mandó que lo fuese un su hijo legítimo del mismo Maseescaci, porque así lo había mandado su padre antes que muriese, y aun dijo a sus hijos y parientes que mirasen, que no saliesen del mando de Malinche y de sus hermanos, porque ciertamente éramos los que habíamos de señorear estas tierras; y les dijo otros muchos buenos consejos. Dejemos ya de contar del Maseescaci, pues ya es muerto, y digamos de Xicotenga el Viejo y de Chichimecatecle y de todos los más caciques de Tlaxcala, que se ofrecieron de servir a Cortés, así en cortar madera para los bergantines como para todo lo demás que les quisiesen mandar en la guerra contra los mexicanos.
Cortés les abrazó con mucho amor y les dió gracias por ello, especialmente a Xicotenga el Viejo y a Chichimecatecle, y luego procuró que se volviese cristiano, y el buen viejo Xicotenga de buena voluntad dijo que lo quería ser, y con la mayor fiesta que en aquella sazón se pudo hacer en Tlaxcala, le bautizó el Padre de la Merced y le puso nombre don Lorenzo de Vargas. Volvamos a decir de nuestros bergantines; que Martín López se dió tanta prisa en cortar la madera con la gran ayuda de indios que le ayudaban, que en pocos días la tenían ya toda cortada y señalada su cuenta en cada madero, para qué parte y lugar había de ser, según tienen sus señales los oficiales, maestros y carpinteros de ribera; y también le ayudaba otro buen soldado que se decía Andrés Núñez, y un viejo carpintero que estaba cojo de una herida, que se decía Ramírez el Viejo.
Y luego despachó Cortés a la Villa Rica por mucho hierro y clavazón de los navíos que dimos al través, y por anclas y velas y jarcias y cables y estopa, y por todo aparejo de hacer navíos, y mandó venir todos los herreros que había, y a un Hernando de Aguilar que era medio herrero, que ayudaba a machar; y porque en aquel tiempo había en nuestro real tres hombres que se decían Aquilar, llamamos a éste Hernando de Aguilar Majahierro; y envió por capitán a la Villa Rica por los aparejos que he dicho, para mandarlo traer, a un Santa Cruz, burgalés, regidor que después fue de México, persona muy buen soldado y diligente; hasta las calderas para hacer brea y todo cuanto de antes habían sacado de los navíos trajo, con más de mil indios que todos los pueblos de aquellas provincias, enemigos de mexicanos, luego se los daban para traer las cargas. Pues como no teníamos pez para brear, ni aun los indios lo sabían hacer, mandó Cortés a cuatro hombres de la mar que sabían de aquel oficio que en unos pinares cerca de Guaxalcingo, que los hay buenos, fuesen (a) hacer la pez. Acuérdome que fue el que llevó cargo dello e iba por capitán un Juan Rodríguez Cabrillo, que fue un buen soldado en lo de México, que después fue vecino de Guatimala, persona muy honrada, y fue capitán y almirante de trece navíos por Pedro de Alvarado y sirvió muy bien a Su Majestad en todo lo que se le ofreció, y murió en su real servicio.
Pasemos adelante, y puesto que no va muy bien a propósito de la materia en que estaba hablando, que me han preguntado ciertos caballeros curiosos que conocían muy bien a Alonso de Avila que cómo siendo capitán muy esforzado, y era contador de la Nueva España, y siendo belicoso y su inclinación dado más para guerras que no para ir a solicitar negocios con los frailes jerónimos que estaban por gobernadores de todas las islas, que por qué causa le envió Cortés, teniendo otros hombres que fueran mál acostumbrados a negocios, como era un Alonso de Grado, o un Juan de Cáceres el Rico, y otros que me nombraron. A esto digo que Cortés le envió a Alonso de Avila porque sintió de él ser muy varón, y porque osaría responder por nosotros conforme a justicia, y también le envió por causa que como Alonso de Avila había tenido diferencias con otros capitanes y tenía gran atrevimiento de decir a Cortés cualquiera cosa que veía que convenía decirle, y por excusar ruidos y por dar la capitanía que tenía (a) Andrés de Tapia, y la contaduría (a) Alonso de Grado, como luego se la dió, por estas razones le envió. Volvamos a nuestra relación.
Pues viendo Cortés que ya era cortada la madera para los bergantines y se habían ido a Cuba las personas por mí nombradas, que eran de los de Narváez, que los teníamos por sobre huesos, especialmente poniendo temores que siempre nos ponían, que no seríamos bastantes para resistir el gran poder de mexicanos, cuando oían que decíamos que habíamos de ir a poner cerco sobre México; y libres de aquellas zozobras, acordó Cortés que fuésemos con todos nuestros soldados para la ciudad de Tezcuco, y sobre ello hubo grandes y muchos acuerdos, porque unos soldados decían que era mejor sitio y acequias y zanjas para hacer los bergantines en Ayocingo, junto a Chalco, que no en la zanja y estero de Tezcuco; y otros porfiábamos que mejor sería en Tezcuco, por estar en parte y sitio cerca de muchos pueblos, y que teniendo aquella ciudad por nosotros, desde allí haríamos entradas en las tierras comarcanas de México, y puestos en aquella ciudad tomaríamos el mejor parecer como sucediesen las cosas.
Pues ya que estaba acordado lo por mí dicho, viene nueva y cartas, que trajeron soldados, de cómo había venido a la Villa Rica un navío de Castilla, y de las islas de Canaria, de buen porte, cargado de muchas mercaderías, escopetas, pólvora y ballestas, e hilo de ballestas, y tres caballos, y otras armas, y venía por señor de la mercadería y navío un Juan de Burgos, y por maestre un Francisco de Medel, y venían trece soldados. Y con aquella nueva nos alegramos en gran manera; y si de antes que supiésemos del navío nos dábamos prisa en la partida para Tezcuco, mucha más nos dimos entonces; porque luego le envió Cortés (a) comprar todas las armas y pólvora y todo lo más que traía, y aun el mismo Juan de Burgos y Medel y todos los pasajeros que traía se vinieron luego para donde estábamos, con los cuales recibimos contento viendo tan buen socorro y en tal tiempo.
Acuérdome que entonces vino un Juan del Espinar, vecino que fue de Guatemala, persona que fue muy rico, y también vino un Sagredo, tío de una mujer que se decía la Sagreda, que estaba en Cuba, naturales de Medellín; y también vino un vizcaíno que se decía Monjaraz, tío que se decía ser de Andrés de Monjaraz y Gregorio de Monjaraz, soldados que estaban con nosotros, y padre de una mujer que después vino a México, que se decía la Monjaraza, muy hermosa mujer. Y traigo esto aquí a la memoria por lo que adelante diré, y es que jamás fue el Monjaraz a guerra ninguna, ni entrada con nosotros, porque estaba doliente en aquel tiempo, y ya que estaba muy bueno y sano y presumía de muy valiente, cuando teníamos puesto cerco a México, dijo Monjaraz que quería ir a ver cómo batallábamos con los mexicanos, porque no tenía a los mexicanos por valientes; y fue y se subió en un alto cú como torrecilla, y nunca supimos cómo ni de qué manera le mataron indios en aquel mismo día. Y muchas personas dijeron que le habían conocido en la isla de Santo Domingo, que fue permisión divina que muriese aquella muerte, porque había muerto a su mujer, muy honrada y buena y hermosa, sin culpa ninguna, y que buscó testigos falsos que juraron que le hacía maleficio. Quiero ya dejar de contar cosas pasadas, y digamos cómo fuimos a la ciudad de Tezcuco y lo que más pasó.
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