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Capítulo LXIV
CÓMO CAMINAMOS CON TODO NUESTRO EJÉRCITO CAMINO DE LA CIUDAD DE TEZCUCO, Y LO QUE PASÓ EN EL CAMINO. Y OTRAS COSAS, QUE NOS ACONTECIERON
Como Cortés vio tan buen aparejo así de escopetas y pólvora y ballestas y caballos y conoció de todos nosotros, así capitanes como soldados, el gran deseo que teniamos de estar ya sobre la gran ciudad de México, acordó de hablar a los caciques de Tlaxcala para que le diesen diez mil indios de guerra que fuesen con nosotros aquella jornada hasta Tezcuco, que es una de las mayores ciudades que hay en toda la Nueva España, después de México. Y como se lo demandó y les hizo un buen parlamento sobre ello, luego Xicotenga el Viejo, que en aquella sazón se había vuelto cristiano y se llamó don Lorenzo de Vargas, como dicho tengo, dijo que le placía de buena voluntad, no solamente diez mil hombres, sino muchos más si los quería llevar, y que iría por capitán de ellos otro cacique muy esforzado y nuestro gran amigo, que se decía Chichimecatecle, y Cortés le dió las gracias por ello, y después de hecho nuestro alarde que ya no me acuerdo bien qué tanta copia éramos, así de soldados como de lo demás, un día después de pasada la Pascua de Navidad del año de mil quinientos veinte años, comenzamos a caminar con mucho concierto, como lo teníamos de costumbre y fuimos a dormir a un pueblo que se dice sujeto de Tezcuco, y los del mismo pueblo nos dieron lo que habiamos menester.
De alli adelante era tierra de mexicanos; ibamos más recatados, nuestra artillería puesta en mucho concierto y ballesteros y escopeteros, y siempre cuatro corredores del campo a caballo y otros cuatro soldados de espada y rodela muy sueltos, juntamente con los de a caballo, para ver los pasos si estaban para pasar caballos, porque en el camino tuvimos aviso que estaba embarazado de aquel día un mal paso, y la sierra con árboles cortados, porque bien tuvieron noticia en México y en Tezcuco cómo caminábamos hacia su ciudad. Y aquel día no hallamos estorbo ninguno y fuimos a dormir al pie de la sierra, que serían tres leguas, y aquella noche tuvimos buen frío; y con nuestras rondas y espías y velas y corredores del campo la pasamos, y después que amaneció comenzamos a subir un puertezuelo, y en unos malos pasos como barrancas estaba cortada la sierra, por donde no podíamos pasar, y puesta mucha madera y pinos en el camino, y como llevábamos tantos amigos tIaxcaltecas, de presto se desembarazó. Y con mucho concierto caminamos con una buena capitanía de escopeteros y ballesteros delante, y nuestros amigos cortando y apartando los árboles para poder pasar los caballos, hasta que subimos la sierra, y aun bajamos un poco abajo a donde se descubrió la laguna de México, y sus grandes ciudades pobladas en el agua. Y desde que la vimos dimos muchas gracias a Dios que nos dejó tornar a ver. Entonces nos acordamos de nuestro desbarate pasado, de cuando nos echaron de México, y prometimos si Dios fuese servido, de tener otra manera en la guerra desde que la cercásemos.
Y luego bajamos la sierra, donde vimos grandes ahumadas que hacían así los de Tezcuco como los de los pueblos sus sujetos; y yendo más adelante topamos con un buen escuadrón de gente, guerreros de México y Tezcuco, que nos aguardaban en un mal paso, a un arcabuezo adonde estaba una puente como quebrada, de madera, algo honda, y corría un buen golpe de agua; más luego desbaratamos los escuadrones y pasamos muy a nuestro salvo. Pues oír la grita que nos daban, desde las estancias y barrancas no hacían otra cosa, y era en parte que no podían correr caballos, y nuestros amigos los tlaxcaltecas les apañaban gallinas, y lo que podían robarles no lo dejaban, puesto que Cortés se lo mandaba que si no diesen guerra que no se la diesen, y los tlaxcaltecas, decían que si estuvieran de buenos corazones y de paz, que no salieran al camino a damos guerra, como estaban al paso de las barrancas y puentes para no dejamos pasar.
Volvamos a nuestra materia y digamos cómo fuimos a dormir a un pueblo sujeto de Tezcuco, y estaba despoblado; y puestas nuestras velas y rondas y escuchas y corredores de campo, estuvimos aquella noche con bastante cuidado no diesen en nosotros muchos escuadrones de guerreros que estaban aguardándonos en unos malos pasos, y de lo cual tuvimos aviso porque se prendieron cinco mexicanos en la puente primera que dicho tengo, y aquéllos dijeron lo que pasaba de los escuadrones, y, según después supimos, no se atrevieron a darnos guerra ni más aguardar, porque, según pareció, entre los mexicanos y los de Tezcuco tenían diferencias y bandos, y también como aún no estaban muy sanos de las viruelas, que fue dolencia que en toda la tierra dió y cundió, y como habían sabido cómo en lo de Guatemala y Ozucar y en Tepeaca y Xalacingo y Castilblanco todas las guarniciones mexicanas habíamos desbaratado, y asimismo teníamos fama, y así lo creían que iban con nosotros en nuestra compañía todo el poder de Tlaxcala y Guaxalcingo, acordaron de no nos aguardar; y todo esto Nuestro Señor Jesucristo lo encaminaba.
Y después que amaneció, puestos todos nosotros en gran concierto, así artillería como escopetas y ballestas, y los corredores el campo adelante descubriendo tierra, comenzamos a caminar hacía Tezcuco, que sería de allí de donde dormimos obra de dos leguas. Y aún no habíamos andado media legua cuando vimos volver nuestros corredores del campo a matacaballo, muy alegres, y dijeron a Cortés que venían hasta diez indios y que traían unas señas y veletas de oro, y que no traían armas ningunas, y que en todas las caserías y estancias por donde pasaban no les daban grita ni voces como habían dado el día antes; al parecer todo estaba de paz. Y Cortés y todos nuestros capitanes y soldados nos alegramos. Y luego mandó Cortés reparar, hasta que llegaron siete indios principales, naturales de Tezcuco, y traían una bandera de oro y una lanza larga, y antes que llegasen abajaron su bandera y se humillaron, que es señal de paz; y desde que llegaron ante Cortés, estando doña Marina y Jerónimo de Aguilar, nuestras lenguas, delante, dijeron: Malinche: Cocoyoacin, nuestro señor y señor de Tezcuco, te envía a rogar que le quieras recibir a tu amistad y te está esperando de paz en su ciudad de Tezcuco, y en señal de ello recibe esta bandera de oro, y que te pide por merced que mandes a todos los tlaxcaltecas y a tus hermanos que no les hagan mal en su tierra, y que te vayas (a) aposentar a su ciudad, que él te dará lo que hubieres menester. Y más dijeron, que los escuadrones que allí estaban en las barrancas y pasos malos, que no eran de Tezcuco, sino mexicanos, que los enviaba Guatemuz.
Y cuando Cortés oyó aquellas paces, holgó mucho de ellas, y asimismo todos nosotros, y abrazó a los mensajeros, en especial a tres de ellos, que eran parientes del buen Montezuma, y los conocíamos todos los más soldados, que habían sido sus capitanes. Y considerada la embajada, luego mandó Cortés llamar (a) los capitanes tlaxcaltecas y les mandó muy afectuosamente que no hiciesen ningún mal ni les tomasen cosa ninguna en toda la tierra, porque estaban de paz; y así lo hicieron como se lo mandó; mas comida no se les defendía, si era solamente maíz y frijoles y aun gallinas y perrillos, que había mucho, todas las casas llenas de ello. Y entonces Cortés tomó consejo y, con nuestros capitanes, y a todos les pareció que aquel pedir de paz y de aquella manera que era fingido, porque si fueran verdaderas no vinieran tan arrebatadamente, y aun trajeron bastimento. Y con todo ello Cortés recibió la bandera, que valía hasta ochenta pesos, y dió muchas gracias a los mensajeros, y les dijo que no tenía por costumbre hacer mal ni daño a ningunos vasallos de Su Majestad, antes le favorecía y miraba por ellos, y que si guardaban las paces que decían, que les favorecería contra mexicanos, y que ya había mandado a los tlaxcaltecas que no hiciesen daño en su tierra, como habían visto, y que así lo cumpliría adelante, y que bien sabía que en aquella ciudad mataron sobre cuarenta españoles, nuestros hermanos, cuando salimos de México, y sobre doscientos tlaxcaltecas, y que robaron muchas cargas de oro y otros despojos que de ellos hubieron; que ruega a su señor Cuacayutzín y a todos los más caciques y capitanes de Tezcuco que le den el oro y ropa, y que la muerte de los españoles, que pues ya no tenían remedio, que no se les pedirá.
Y mandó a Pedro de Alvarado y a Cristóbal de Olid y a otros soldados y a mí con ellos que subiésemos a un gran cú, que era bien alto, y llevásemos hasta veinte escopeteros para nuestra guarda, y que mirásemos desde el alto cú la laguna y la ciudad, porque bien se parecía toda; y vimos que todos los moradores de aquellas poblazones se iban con sus haciendas y hatos e hijos y mujeres, unos a los montes y otros a los carrizales que hay en la laguna, y que toda iba cuajada de canoas, de ellas grandes y otras chicas. Y como Cortés lo supo quiso prender al señor de Tezcuco qué envió la bandera de oro, y cuando lo fueron a llamar ciertos papas que envió Cortés por mensajeros, ya estaba puesto en cobro, que el primero que se fue huyendo a México fue él con otros muchos principales. Y así se pasó aquella noche que tuvimos grande recaudo de velas y rondas y espías; y otro día muy de mañana mandó Cortés llamar a todos los más principales indios que había en Tezcuco, porque como es gran ciudad había otros muchos señores, partes contrarias del cacique que se fue huyendo, con quien tenían debates y diferencias sobre el mando y reino de aquella ciudad; y venidos ante Cortés e informado de ellos cómo y de qué manera y desde qué tiempo acá señoreaba Cuacoyozín, dijeron que por codicia de reinar había muerto malamente a su hermano mayor, que se decía Cuxcuxca, con favor que para ello le dió el señor de México, que ya he dicho otras veces que se decía Coadlavaca, el cual fue el que nos dió guerra cuando salimos huyendo después de muerto Montezuma; y que allí había otros señores a quien venía el reino de Tezcuco más justamente que no al que lo tenía, que era un mancebo que luego en aquella sazón se volvió cristiano con mucha solemnidad, y se llamó don Hemando Cortés, porque fue su padrino nuestro capitán.
Y este mancebo dijeron que era hijo legítimo del señor y rey de Tezcuco, que se decía su padre Nezabalpinzintle; y luego sin más dilaciones, con gran fiesta y regocijo de todo Tezcuco, le alzaron por rey y señor natural, con todas las ceremonias que a los tales reyes solían hacer, y con mucha paz y en amor de todos sus vasallos y otros pueblos comarcanos, y mandaba muy absolutamente y era obedecido. Y para mejor industriarle en las cosas de nuestra santa fe y ponerle en toda policía y que deprendiese nuestra lengua, mandó Cortés que tuviese por ayos a Antonio de Villa Real, marido que fue de una señora muy hermosa que se dijo Isabel de Ojeda, y a un bachiller que se decía Escobar; y puso por capitán de Tezcuco, para que viese y defendiese que no contratasen con don Hernando ningún mexicano, a un buen soldado que se decía Pero Sánchez Parfán, marido que fue de la buena y honrada mujer María de Estrada.
Dejemos de contar su gran servicio de este cacique, y digamos cuán amado y obedecido fue de los suyos, y digamos cómo Cortés le demandó que diese mucha copia de indios trabajadores para ensanchar y abrir más las acequias y zanjas por donde habíamos de sacar los bergantines a la laguna después que estuviesen acabados y puestos a punto para ir a la vela; y se la dió a entender al mismo don Hernando y a otros sus principales, a qué fin y efecto se habían de hacer, y cómo y de qué manera habíamos de poner cerco a México; y para todo ello se ofreció con todo su poder y vasallos, y que no solamente aquello que le mandaba, sino que enviaría mensajeros a otros pueblos comarcanos para que se diesen por vasallos de Su Majestad y tomasen nuestra amistad y voz contra México. Y todo esto concertado, después de habernos aposentado muy bien, y cada capitanía por sí, y señalados los puestos y lugares donde habíamos de acudir si hubiese rebato de mexicanos, porque estábamos a guarda la raya de su laguna, y porque de cuando en cuando enviaba Guatemuz grandes piraguas y canoas con muchos guerreros, y venían a ver si nos tomaban descuidados. Y en aquella sazón vinieron de paz ciertos pueblos sujetos a Tezcuco, a demandar perdón y paz si en algo hablan errado en las guerras pasadas y habían sido en muertes de españoles, los cuales se decían Guatinchan. Y Cortés les habló a todos muy amorosamente y les perdonó.
Quiero decir que no había día ninguno que dejasen de andar en la obra y zanja y acequia de siete u ocho mil indios, y lo abrían y ensanchaban muy bien, que podían nadar por ella navíos de gran porte. Y en aquella sazón, como teníamos en nuestra compañía sobre siete mil tlaxcaltecas y estaban deseosos de ganar honra y de guerrear contra mexicanos, acordó Cortés que, pues tan fieles compañeros teníamos, que fuésemos a entrar y dar una vista a un buen pueblo que se dice Iztapalapa, el cual pueblo fue por donde habíamos pasado cuando la primera vez venimos a México, y el señor de él fue el que alzaron por rey en México después de la muerte del gran Montezuma, que ya he dicho otras veces que se decía Coadlavaca, y de este pueblo, según supimos, recibíamos mucho daño, porque eran muy contrarios contra Chalco y Tamanalco y Mecameca y Chimaloacán, cada uno que querían venir a tener nuestra amistad y ellos lo estorbaban. Y como había ya doce dias que estábamos en Tezcuco sin hacer cosa que de contar sea, más de lo por mi ya dicho, fuimos aquella entrada de Iztapalapa, con Cortés, y llevó en su compañía a Cristóbal de Olid y a Pedro de Alvarado, y quedó Gonzalo de Sandoval por guarda de Tezcuco.
Ya he dicho otras veces en el capítulo que sobre ello habla, que (en Iztapalapa) estaban más de la mitad de las casas edificadas en el agua y la otra mitad en tierra firme. Y yendo nuestro camino con mucho concierto, como lo teníamos de costumbre, y como los mexicanos siempre tenían velas y guarniciones y guerreros contra nosotros, cuando sabían que íbamos a dar guerra (a) algunos de sus pueblos para luego socorrerle, así lo hicieron saber a los de Iztapalapa, para que se apercibiesen, y les enviaron sobre ocho mil mexicanos de socorro. Por manera que en tierra firme aguardaron como buenos guerreros, así los mexicanos que fueron en su ayuda como los del pueblo de Iztapalapa, y pelearon un buen rato muy valerosamente con nosotros; mas los de caballo rompieron por ellos, y con las ballestas y escopetas y todos nuestros amigos los tlaxcatecas que se metían con ellos como perros rabiosos, de presto dejaron el campo y se metieron en su pueblo.
Y esto fue sobre cosa pensada y con un ardid que entre ellos tenían acordado, que fuera harto daño para nosotros si de presto no saliéramos de aquel pueblo y casas que estaban en tierra firme, y fue de esta manera: Que hicieron que huyeron y se metieron en canoas en el agua y en las casas que estaban en la laguna, y otros de ellos en unos carrizales; y como ya era noche oscura nos dejan aposentar en tierra firme sin hacer ruido ni muestras de guerra; y con el despojo que habíamos habido estábamos contentos, y más con la victoria. Y estando de aquella manera, puesto que teníamos velas y espías y rondas, y aun corredores del campo, cuando no nos catamos vino tanta agua por todo el pueblo, que si los principales que llevábamos de Tezcuco no dieran voces y nos avisaran que saliésemos presto de las casas a tierra firme, todos quedáramos ahogados, porque soltaron dos acequias de agua dulce y salada, y abrieron una calzada, con que de presto se hinchó todo de agua. Y los tlaxcaltecas nuestros amigos, como no eran acostumbrados al agua ni saber nadar, quedaron muertos dos de ellos; y nosotros, con gran riesgo de nuestras personas, todos bien mojados y la pólvora perdida, salimos sin hato; y como estábamos de aquella manera y con mucho frío y aun sin cenar, pasamos mala noche, y lo peor de todo era la burla y grita y silbas que los ponían en (el cielo), que nos daban los de Iztapalapa y los mexicanos desde sus casas y canoas.
Pues otra cosa peor nos avino: que como en México sabían el concierto que tenían hecho de anegamos con haber rompido la calzada y acequias, estaban esperando en tierra y en la laguna muchos batallones de guerreros, y desde que amaneció nos dan tanta guerra que harto teníamos de sustentamos contra ellos no nos desbaratasen; y mataron dos soldados y un caballo, e hirieron otros muchos, así de nuestros soldados como tlaxcaltecas, y poco a poco aflojaron en la guerra y nos volvimos a Tezcuco medio afrentados de la burla y ardid de echarnos el agua; y también como no ganamos mucha reputación en la batalla postrera que nos dieron, porque no había pólvora; mas todavía quedaron temerosos y tuvieron bien en qué entender en enterrar o quemar muertos y curar heridos y en reparar sus casas. Donde lo dejaré, y diré cómo vinieron de paz a Tezcuco otros pueblos, que se dicen Tepezcuco y Otumba. El nombre de otro pueblo no me acuerdo y Mezquique, que por otro nombre lo llamamos Venezuela.
Dejemos de hablar de esto y digamos cómo otro día tuvimos nueva cómo querían venir de paz los de Chalco y Tamanalco y sus sujetos, y por causa de las guarniciones mexicanas que estaban en sus pueblos no les daban lugar a ello y les hacían mucho daño en su tierra, y les tomaban las mujeres, en demás si eran hermosas, y delante de sus padres o madres o maridos tenían acceso con ellas; y, asimismo, cómo estaba cortada en Tlaxcala y puesta a punto la madera para hacer los bergantines, y se pasaba el tiempo sin traerla a Tezcuco, sentíamos mucha pena de ello todos los más soldados. Y demás de esto, vienen del pueblo de Venezuela, que se decía Mezquique; y de otros pueblos nuestros amigos a decir a Cortés que los mexicanos les iban a dar guerra porque han tomado nuestra amistad, y también nuestros amigos los tlaxcaltecas, como tenían ya apañada cierta ropilla y sal y otras cosas de despojos, y oro, y querían algunos de ellos volver a su tierra, no osaban por no tener camino seguro. Pues viendo Cortés que para socorrer a unos pueblos de los que le demandaban socorro e ir a ayudar los de Chalco para que viniesen a nuestra amistad, no podía dar recaudos a unos ni a otros, porque allí en Tezcuco habíamos menester estar siempre la barba sobre el hombro y muy alerta, y lo que acordó que todo se dejase atrás y la primera cosa que se hiciese fuese ir a Chalco y Tamanalco; y para ello envió a Gonzalo de Sandoval y a Francisco de Lugo con quince de a caballo y doscientos soldados, y con escopeteros y ballesteros y nuestros amigos los de Tlaxcala; y que procurase de romper y deshacer en todas maneras a las guarniciones mexicanas, y que fuesen de Chalco y Tamanalco porque estuviese el camino de Tlaxcala muy desembarazado y pudiesen ir y venir a la Villa Rica sin tener contradición de los guerreros mexicanos.
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