Índice de Historia verdadera de la conquista de la Nueva españa de Bernal Diaz del CastilloCapítulo anteriorSiguiente capituloBiblioteca Virtual Antorcha

Capítulo LXXIII

CÓMO CORTÉS MANDÓ REPARTIR LOS DOCE BERGANTINES, Y MANDÓ SE SACASE GENTE DEL MÁS PEQUERO BERGANTIN, EL BUSCA RUIDO, Y LO QUE MÁS PASÓ

Como Cortés y todos nuestros capitanes y soldados entendíamos que sin los bergantines no podíamos entrar por las calzadas para combatir a México, envió cuatro de ellos a Pedro de Alvarado. y en su real, que era el de Cristóbal de Olid, dejó seis bergantines, y a Gonzalo de Sandoval, en la calzada de Tepeaquilla, le envió dos bergantines, y mandó que el bergantin más pequeño que no anduviese más en la laguna porque no le trastornasen las canoas, que no era de sostén, y la gente y marineros que en él andaban mandó repartir en los otros doce, porque ya estaban muy mal heridos veinte hombres de los que en ellos andaban.

Pues desde que nos vimos en nuestro real de Tacuba con aquella ayuda de los bergantines, mandó Pedro de Alvarado que dos de ellos anduviesen por una parte de la calzada y los otros de la otra parte; comenzamos a pelear muy de hecho, porque las canoas que nos solían dar guerra desde el agua, los bergantines las desbarataban, y así teníamos lugar de ganarles algunas puentes y albarradas. Y cuando con ellos estábamos peleando era tanta la piedra con hondas y varas y flechas que nos tiraban, que por bien que íbamos armados todos los más soldados nos descalabraban, y quedábamos heridos, y hasta que la noche nos despartía no dejábamos la pelea y combate.

Pues quiero decir el mudarse de escuadrones con sus divisas e insignias de las armas que de los mexicanos se remudaban de rato en rato; pues a los bergantines cuál los paraban de las azoteas, que les cargaban de vara y flecha y piedra, porque era más que granizo; y no lo sé aquí decir, ni habrá quien lo pueda comprender, sino los que en ello nos hallamos, que venían tanta multitud de ellas más que granizo, que de pronto cubrían la calzada. Pues ya que con tantos trabajos les ganábamos alguna puente o albarrada y la dejábamos sin guarda aquella misma noche la habían de tomar y tornar a ahondar, y ponían muy mejores defensas, y aun hacían hoyos encubiertos en el agua para que otro día cuando peleásemos y al tiempo de retraer nos embarazásemos y cayésemos en los hoyos, y pudiesen con sus canoas desbaratamos, porque asimismo tenían aparejadas muchas canoas para ello, puestas en partes que no las viesen nuestros bergantines, para cuando nos tuviesen en aprieto en los hoyos, los unos por tierra y los otros en agua dar en nosotros, y para que nuestros bergantines no nos pudiesen venir (a) ayudar tenían hechas muchas estacadas en el agua encubiertas en partes, para que en ellas zabordasen; y de esta manera peleábamos cada día. Ya he dicho otras veces que los caballos muy poco aprovechaban en las calzadas, porque si arremetían o daban algún alcance a los escuadrones que con nosotros peleaban, luego se les arrojaban al agua y a unos mamparos que tenían hechos en las calzadas, donde estaban otros escuadrones de guerreros aguardando con lanzas largas de las nuestras o dalles que habían hecho, muy más largas de las armas que tomaron cuando el gran desbarate que nos dieron en México, y con aquellas lanzas, y de grandes rociadas de flecha y vara que tiraban de la laguna, herían y mataban los caballos antes que se les hiciese a tos mexicanos daño; y demás de esto, los caballeros cúyos eran no los querían aventurar, porque costaba en aquella sazón un caballo ochocientos pesos, y aun algunos costaban más de mil, y no los había, especialmente no pudiendo alancear por las calzadas sino muy pocos contrarios.

Dejemos esto (y digamos), que cuando en la noche nos despartía curábamos nuestras heridas con quemárnoslas con aceite, y un soldado que se decía Juan Catalán, que nos las santiguaba y ensalmaba, y verdaderamente digo hallábamos que Nuestro Señor Jesucristo era servido damos esfuerzo, demás de las muchas mercedes que cada día nos hacía, y de presto sanaban; y heridos y entrapajados habíamos de pelear desde en la mañana hasta la noche, que si los heridos se quedaran en el real sin salir a los combates, no hubiera de cada capitanía veinte hombres sanos para salir; pero nuestros amigos los de Tlaxcala, desde que veían que aquel hombre que dicho tengo nos santiguaba todos los heridos y descalabrados, iban a él, y eran tantos, que en todo el día harto tenía que curar. Pues quiero decir de nuestros capitanes y alférez y compañeros de bandera, cuáles llenos de heridas y las banderas rotas, y digo que cada día había menester un alférez, porque salíamos tales que no podían tomar a entrar a pelear y llevar las banderas; pues con todo esto quizá teníamos que comer, no digo de falta de tortillas de maíz, que hartas teníamos, sino algún refrigerio para los heridos, maldito aquél; lo que nos daba la vida eran unos quelites, que son unas yerbas que comen los indios y cerezas de la tierra mientras que duraron, y después tunas, que en aquella sazón vino el tiempo de ellas; y otro tanto como hacíamos en nuestro real lo hacían en el real donde estaba Cortés y en el de Sandoval, que jamás día ninguno faltaban grandes capitanías de mexicanos, que siempre les iban a dar guerra, ya he dicho otras veces que desde que amanecía hasta la noche, porque para ello tenía Guatemuz señalado los capitanes y escuadrones que en cada calzada habían de acudir; y el Tatelulco y los pueblos de la laguna, ya otras veces por mi nombrados, tenían señalados para que en viendo una señal en el mayor de Tatelulco acudiesen unos en canoas y otros por tierra, para ello tenian los capitanes mexicanos señalados, y con gran concierto, cómo, y cuándo y a qué partes hablan de acudir.

Dejemos esto, y digamos cómo nosotros mudamos otra orden y manera de pelear, y es esta que diré: que como veíamos que cuantas obras de agua ganábamos de día, y sobre se lo ganar mataban de nuestros soldados y todos los más estábamos heridos, y lo tornaban a cegar los mexicanos, acordamos que todos nos fuésemos a meter en la calzada en una placeta donde estaban unas torres de ídolos que les habíamos ya ganado, y había espacio para hacer nuestros ranchos, y aunque eran muy astrosos, que en lloviendo todos nos mojábamos y no eran para más de cubrimos del sereno; y dejamos en Tacuba las indias que nos hacían pan, y quedaron en su guarda todos los de caballo y nuestros amigos los tlaxcaltecas para que mirasen y guardasen los pasos, no viniesen de los pueblos comarcanos a darnos en la rezaga en las calzadas mientras que estábamos peleando. Y desde que hubimos asentado nuestros ranchos adonde dicho tengo, desde allí procuramos que las casas o barrios o aberturas de agua que les ganásemos que luego lo cegásemos y con las casas diésemos con ellas en tierra y las deshiciésemos porque ponerles fuego tardaban mucho en quemarse, y desde unas casas a otras no se podían encender, porque, como ya otras veces he dicho, cada casa está en el agua, y sin pasar por puentes o en canoas no pueden ir de una parte a otra; porque si queríamos ir por el agua nadando, desde las azoteas que tenían nos hacían mucho mal, y derrocándoselas estábamos más seguros.

Y cuando les ganábamos alguna albarrada o puente o paso malo donde ponían mucha resistencia procurábamos de guardarla de día y de noche, es de esta manera, que todas nuestras capitanías velamos las noches juntas, y el concierto que para ello se dió, que tomaban la vela desde que anochecía hasta medianoche la primera capitanía, y eran sobre cuarenta soldados, y desde medianoche hasta dos horas antes que amaneciese tomaba la vela otra capitanía de otros cuarenta hombres, y no se iban del puesto los primeros, que allí en el suelo dormíamos, y este cuarto es el de la modorra; y luego venían otros cuarenta soldados y velaban el alba, que eran aquellas dos horas que había hasta el día, y tampoco se habían de ir los que velaban la modorra, que allí habían de estar, por manera que cuando amanecía nos hallábamos velando sobre ciento y veinte soldados todos juntos, y aun algunas noches, cuando sentíamos mucho peligro, que desde que anochecía hasta que amanecía todos estábamos juntos aguardando el gran ímpetu de los mexicanos, con temor no nos rompiesen, porque teníamos aviso de unos capitanes mexicanos que en las batallas prendimos que Guatemuz tenía pensamiento y puesto en plática con sus capitanes que procurasen en una noche o de día romper por nosotros en nuestra calzada, y que venciéndonos por aquella nuestra parte que luego eran vencidas y desbaratadas las dos calzadas donde estaba Cortés y en la donde estaba Gonzalo de Sandoval; y también tenía concertado que los nueve pueblos de la laguna y el mismo Tacuba y Escapuzalco y Tenayuca que se juntasen, y que para el dia que ellos quisiesen romper y dar en nosotros que se diesen en las espaldas en la calzada, y que a las indias que nos hacían pan, que teníamos en Tacuba, y fardaje, que las llevasen de vuelo una noche. Y como esto alcanzamos a saber, apercibimos a los de a caballo que estaban en Tacuba que toda la noche velásen y estuviesen alerta, y también nuestros amigos los tlaxcaltecas. Y así como Guatemuz lo tenía concertado lo puso por obra, que vinieron grandes escuadrones, unas noches nos venían a romper y dar guerra a medianoche, y otras a la modorra, y otras al cuarto del alba, y venían algunas veces sin hacer rumor, y otras con grandes alaridos y silbos, y cuando llegaban adonde estábamos velando la noche, la vara y piedra y flecha que tiraban, y otros muchos con lanzas, y puesto que herían alguno de nosotros, como les resistimos volvían muchos heridos, y otros muchos guerreros (que) vinieron a dar en nuestro fardaje, los de a caballo y tlaxcaltecas los desbarataron, porque como era de noche no aguardaban mucho. Y de esta manera que he dicho velábamos, que ni porque lloviese, ni vientos ni fríos, y aunque estábamos metidos en medio de grandes lodos, y heridos, allí habíamos de estar; y aun esa miseria de tortillas y yerbas que habíamos de comer o tunas, sobre la obra del batallar, como dicen los oficiales, había de ser.

Pues con todos estos recaudos que poníamos nos tornaban (a) abrir la puente o calzada que les habíamos ganado, que no se les podía defender de noche que no lo hiciesen; y otro día se la tornábamos a ganar y cegar, y ellos a tornarla (a) abrir y hacer más fuerte con mamparos, hasta que los mexicanos mudaron otra manera de pelear, la cual diré en su coyuntura. Y dejemos de hablar en tantas batallas como cada día teníamos, y otro tanto en el real de Cortés, y en el de Sandoval, y digamos que qué aprovechaba haberles quitado el agua de Chapultepec ni menos aprovechaba haberles vedado que por las tres calzadas no les entrase bastimento, ni agua, ni tampoco aprovechaban nuestros bergantines estándose en nuestros reales, no sirviendo más de cuando peleábamos hacernos espaldas de los guerreros de las canoas y de los que peleaban de las azoteas; porque los mexicanos metían mucha agua y bastimentos de los nueve pueblos que estaban poblados en el agua, porque en canoas les proveían de noche, y de otros pueblos sus amigos de maíz y gallinas y todo lo que querían. Y para evitar que no les entrase esto, fue acordado por todos los tres reales que dos bergantines anduviesen de noche por la laguna, a dar caza a las canoas que venían cargadas con bastimentos y todas las canoas que se les pudiese quebrar o traer a nuestros reales que se les tomase; y hecho este concierto, fue bueno, puesto que para pelear y guardarnos hacían falta de noche los dichos bergantines, mas hicieron mucho provecho en quitar que no entrasen bastimentos y agua, y aun con todo esto no dejaban de ir muchas canoas cargadas de ello; y como los mexicanos andavan descuidados en sus canoas metiendo bastimento, no había día que no traían los bergantines que andaban en su busca presa de canoas y muchos indios colgados de las entenas.

Dejemos esto, y digamos el ardid que los mexicanos tuvieron para tomar nuestros bergantines y matar los que en ellos andaban; es de esta manera: que como he dicho, cada noche y en las mañanas les iban a buscar por la laguna sus canoas y las trastornaban con los bergantines y prendían muchas de ellas, acordaron de armar treinta piraguas, que son canoas muy grandes, con muy buenos remeros y guerreros, y de noche se metieron todas treinta entre unos carrizales en parte que los bergantines no las pudiesen ver, y cubiertas de ramas; echaban de antenoche dos o tres canoas como que llevaban bastimentos o metían agua, y con buenos remeros; y en parte que les parecía a lós mexicanos que los bergantines habían de correr cuando con ellos peleasen habían hincado muchos maderos gruesos hechos estacadas para que en ello zabordasen; pues como iban las canoas por la laguna mostrando señal de temerosos, arrimadas a los carrizales, salen dos de nuestros bergantines tras ellas, y las dos canoas hacen que se van retrayendo a tierra a la parte que estaban las treinta piraguas en celada, y los bergantines siguiéndolos, y ya que llegaban a la celada, salen todas las piraguas juntas y dan tras los bergantines, que de presto hirieron a todos los soldados y remeros, y capitanes, y no podían ir a una parte ni a otra, por las estacadas que les tenían puestas, por manera que mataron al un capitán que se decía fulano de Portilla, gentil soldado que había sido en Italia, e hirieron a Pedro Barba, que fue muy buen capitán, y desde allí a tres días murió de las heridas, y tomaron el bergantín. Estos dos bergantines eran de los del real de Cortés, de lo cual recibió gran pesar, mas desde a pocos días se lo pagaron muy bien con otras celadas que echaron, lo cual diré en su tiempo.

Y dejemos ahora de hablar de ellos, y digamos cómo en el real de Cortés y en el de Gonzalo de Sandoval siempre tenían muy grandes combates, y muy mayores en el de Cortés, porque mandaba derrocar y quemar casas y cegar puente, y todo lo que ganaba cada día lo cegaba, y envía a mandar a Pedro de Álvarado que mirase que no pasásemos puente ni abertura de la calzada sin que primero lo tuviese cegado, y que no quedase casa que no se derrocase y se pusiese fuego; y con los adobes y maderas de las casas que derrocásemos cegábamos los pasos y aberturas de las puentes, y nuestros amigos de Tlaxcala que nos ayudaban en toda la guerra muy como varones. Dejemos esto, y digamos que como los mexicanos vieron que todas las casas las allanábamos por el suelo, y que las puentes y aberturas los cegábamos, acordaron de pelear de otra manera, y fue que abrieron una puente y zanja muy ancha y honda que nos daba el agua, cuando la pasábamos, a partes (que) no le hallábamos pie, y tenían en ella hechos muchos hoyos, que no los podíamos ver, dentro en el agua, y unos mamparos y albarradas, así la una parte como de la otra de aquella abertura, y tenían hechas muchas estacadas con maderos gruesos en partes que nuestros bergantines zabordasen si nos viniesen a socorrer cuando estuviésemos peleando sobre tomarles aquella fuerza, porque bien entendían que la primera cosa que habíamos de hacer era deshacerles la albarrada, y pasar aquella abertura de agua para entrarles en la ciudad; y asimismo tenían aparejadas en partes escondidas muchas canoas bien armadas de guerreros y buenos remeros. Y un domingo de mañana comenzaron de venir por tres partes grandes escuadrones de guerreros, y nos acometen de tal manera que tuvimos bien que sustentarnos no nos desbaratasen. Ya en aquella sazón había mandado Pedro de Alvarado que la mitad de los de a caballo que solían estar en Tacuba durmiesen en la calzada, porque no tenían tanto riesgo como al principio, como ya no había azoteas y todas las más casas derrocadas, y podían correr por algunas partes de las calzadas sin que de las canoas y azoteas les pudiesen herir los caballos. Y volvamos a nuestro propósito; y es que de aquellos tres escuadrones que vinieron muy bravosos, los unos por una parte donde estaba la gran abertura en el agua, y los otros por unas casas de las que habíamos derrotado, y el otro escuadrón nos había tomado las espaldas de la parte de Tacuba, y estábamos como cercados, y los de a caballo con nuestros amigos los de Tlaxcala rompieron por los escuadrones que nos habían tomado las espaldas, y todos nosotros nos estuvimos peleando muy valerosamente con los otros dos escuadrones hasta hacerles retraer; mas era fingida aquella muestra que hacían que huían, y les ganamos la primera albarrada, y a la otra albarrada donde se hicieron fuertes también la desmampararon, y nosotros, creyendo que llevábamos victoria, pasamos aquella agua a vuelapié, y por donde la pasamos no había ningunos hoyos, y vamos siguiendo el alcance entre unas grandes casas y torres de adoratorios, y los contrarios hacían que todavía se retraían, y no dejaban de tirar vara y piedra con hondas y muchas flechas; y cuando no nos catamos tenían encubiertos en parte que no los podíamos ver tanta multitud de guerreros que nos salen al encuentro, y otros muchos desde las azoteas y de las casas, y los que primero hacían que se iban retrayendo vuelven sobre nosotros todos a una y nos dan tal mano, que no les podíamos sustentar; y acordamos de volvemos retrayendo con gran concierto; y tenían aparejados en el agua y abertura que les habíamos ganado tanta flota de canoas en la parte por donde habíamos primero pasado, donde no había hoyos, porque no pudiésemos pasar por aquel paso, que nos hicieron ir a pasar por otra parte adonde he dicho que estaba muy más honda el agua, y tenían hechos muchos hoyos; y como venian contra nosotros tanta multitud de guerreros y nos veníamos retrayendo, pasábamos el agua a nado y a vuelapié, y caíamos todos los más soldados en los hoyos; entonces acudieron las canoas sobre nosotros, y allí apañaron los mexicanos cinco de nuestros compañeros, y vivos los llevaron a Guatemuz, e hirieron a todos los más; pues los bergantines que aguardábamos no podían venir, porque todos estaban zabordados en las estacadas que les tenían puestas, y con las canoas y azoteas les dieron buena mano de vara y flecha, y mataron dos soldados remeras, e hirieron a muchos de los nuestros.

Y volvamos a los hoyos y abertura. Digo que fue maravilla cómo no nos mataron a todos en ellos; de mí digo que ya me habían echado mano muchos indios, y tuve manera para desembarazar el brazo, y nuestro Señor Jesucrísto, que me dió esfuerzo para que a buenas estocadas que les di me salvé, y bien herido en un brazo; y desde que me vi fuera de aquella agua en parte seguro me quedé sin sentido sin poderme sostener en mis pies y sin huelgo ninguno, y esto le causó la gran fuerza que puse para escabullirme de aquella gentecilla y de la mucha sangre que me salió, y digo que cuando me tenían engarrafado, que en el pensamiento yo me encomendaba a Nuestro Señor Dios y a Nuestra Señora su bendita madre, y ponía la fuerza que he dicho, por donde me salvé. Gracias a Dios por las mercedes que me hace.

Otra cosa quiero decir, que Pedro de Alvarado y los de a caballo, como tuvieran harto en romper los escuadrones que nos venían por las espaldas de la parte de Tacuba, no pasó ninguno de ellos aquella agua ni albarradas, si no fue un solo de a caballo que había venido poco había de Castilla, y allí le mataron a él y al caballo; y como vieron que nos veníamos retrayendo, nos iban ya a socorrer con otros de a caballo, y si allá pasaran, por fuerza habíamos de volver sobre los indios, y si volvieran, no quedara ninguno de ellos ni de los caballos ni de nosotros a vida, porque la cosa estaba de arte que cayeran en los hoyos, y había tantos guerreros, que les mataran los caballos con lanzas largas que para ello tenían, y desde las muchas azoteas que había, porque esto que pasó era en el cuerpo de la ciudad. Y con aquella victoria que tenían los mexicanos, todo aquel día, que era domingo, como dicho tengo, tornaron a venir a nuestro real otra tanta multitud de guerreros, que no nos podíamos valer, que ciertamente creyeron de desbaratarnos; y nosotros con unos tiros de bronce y buen pelear nos sostuvimos contra ellos, y con velar todas las capitanías juntas cada noche.

Dejemos esto, y digamos, como Cortés lo supo, el gran enojo que tenía; escribió luego en un bergantín a Pedro de Alvarado que mirase que en bueno ni en malo dejase un paso por cegar, y que todos los de a caballo durmiesen en las calzadas, y toda la noche estuviesen ensillados y enfrenados, y que no curásemos de pasar un paso más adelante hasta haber cegado con adobes y madera aquella gran abertura, y que tuviese buen recaudo en el real. Pues desde que vimos que por nosotros había acaecido aquel desmán, desde allí adelante procuramos de tapar y cegar aquella abertura, y aunque fue con harto trabajo y heridas que sobre ello nos daban los contrarios, y muerte de seis soldados, y en cuatro días la tuvimos cegada, y en las noches sobre ella misma velábamos todas tres capitanías, según la orden que dicho tengo.

Y quiero decir que entonces, como los mexicanos estaban junto a nosotros cuando velábamos, que también ellos tenían sus velas, y por cuartos se mudaban, y era de esta manera; que hacían grande lumbre, que ardía toda la noche, y los que velaban estaban apartados de la lumbre, y desde lejos no les podíamos ver, porque con la claridad de la leña que siempre ardía no podíamos ver los indios que velaban; mas bien sentíamos cuándo se remudaban y cuándo venían (a) atizar su leña, y muchas noches había que como llovía en aquella sazón mucho les apagaba la lumbre y la tornaban a encender, y sin hacer rumor ni hablar entre ellos palabras se entendían con unos silbidos que daban. También quiero decir que nuestros escopeteros y ballesteros tiraban al bulto piedra y saetas perdidas, y no les hacíamos mal, porque estaban en parte que aunque de noche quisiéramos ir a ellos no podíamos, con otra gran abertura de zanja bien honda que habían abierto a mano, y albarradas y mamparos que tenían; y también ellos nos tiraban a bulto mucha piedra, y vara, y flecha.

Dejemos de hablar de estas velas, y digamos cómo cada día íbamos por nuestra calzada adelante peleando con muy buen concierto, y les ganamos la abertura que he dicho, donde velaban; y era tanta la multitud de los contrarios que contra nosotros cada día venían, y la vara y flecha y piedra que nos tiraban, que nos herían a todos, y aunque íbamos con gran concierto y bien armados, pues, ya que se había pasado todo el día batallando y se venía tarde, y no era coyuntura para pasar más adelante, sino volvernos retrayendo, en aquel tiempo tenían ellos muchos escuadrones aparejados. creyendo que con la gran prisa que nos diesen, al tiempo del retraer nos pudiesen desbaratar, porque venían tan bravos como tigres, y pie con pie se juntaban con nosotros; y como aquello conocíamos de ellos, la manera que teníamos para retraemos era ésta: que la primera cosa que hacíamos (era) echar de la calzada a nuestros amigos los tlaxcaltecas, porque, como eran muchos, y como eran mañosos, no deseaban otra cosa sino vernos embarazados con los amigos, con grandes arremetidas que hacían por dos o tres partes para podernos tomar en medio o atajar algunos de nosotros, y con los muchos tlaxcaltecas que embarazaban no podíamos pelear a todas partes, y a esta causa les echábamos fuera de la calzada en parte que los poníamos en salvo; y desde que nos veíamos que no teníamos embarazo de ellos, nos retraíamos al real, no vueltas las espaldas, sino siempre haciéndoles rostro, unos ballesteros y escopeteros soltando y otros armando, y nuestros cuatro bergantines cada dos de los lados de las calzadas, por la laguna, defendiéndonos por las flotas de canoas y de las muchas piedras de las azoteas y casas que estaban por derrocar, y aun con todo este concierto teníamos harto riesgo cada uno con su persona y hasta volver a los ranchos; y luego nos curábamos con aceite nuestras heridas, y apretadas con mantas de la tierra, y cenar de las tortillas que nos traían de Tacuba, y yerbas y tunas quien lo tenía, y luego íbamos a velar a la abertura del agua, como dicho tengo, y luego otro día por la mañana a pelear, porque no podíamos hacer otra cosa, porque por muy de mañana que fuese ya estaban sobre nosotros los batallones contrarios contra nosotros, y aun llegaban a nuestro real y nos decían vituperios; y de esta manera pasábamos nuestros trabajos.

Dejemos por ahora de contar de nuestro real, que es el de Pedro de Alvarado, y volvamos al de Cortés, que siempre de noche y de día le daban combates y le mataban y herían muchos soldados, y es de la manera que a nosotros los del real de Tacuba; y siempre traía dos bergantines a dar caza de noche a las canoas que entraban en México con los bastimentos y agua. Parece ser que un bergantín prendió a dos principales que venían en una de las muchas canoas que metían bastimento, y de ellos supo Cortés que tenían en celada entre unos matorrales cuarenta piraguas y otras canoas para tomar alguno de nuestros bergantines, como hicieron la otra vez; y a aquellos dos principales que se prendieron Cortés les halagó y les dió mantas, y con muchos prometimientos que en ganando a México les daría tierras, y con nuestras lenguas doña Marina y Aguilar les preguntó que a qué parte estaban las piraguas, porque no se pusieron adonde la otra vez; y ellos señalaron el puesto y paraje que estaban, y aun avisaron que habían hincado muchas estacadas de maderos gruesos en partes para que si los bergantines fuesen huyendo de sus piraguas zabordasen, y allí los apañasen y matasen a los que iban en ellos. Y como Cortés tuvo aquel aviso, apercibió seis bergantines que aquella noche se fuesen a meter en unos carrizales apartados. obra de un cuarto de legua donde estaban las piraguas en celada, y que se cuhriesen con mucha rama; y fueron a remo callado; y estuvieron toda la noche guardando; y otro día muy de mañana mandó Cortés que fuese un bergantín como que iba a dar caza a las canoas que entraban con bastimento, y mandó que fuesen los dos indios principales que se prendieron dentro en el bergantín para que mostrasen en qué parte estaban las piraguas, porque el bergantín fuese hacia allá; y asimismo los mexicanos nuestros contrarios concertaron de echar dos canoas echadizas, como la otra vez, a donde estaba su celada, como que traían bastimento para que cebase el bergantín en ir tras ellas, por manera que ellos tenían un pensamiento y los nuestros otro como el suyo de la misma manera. Y como el bergantín que echó Cortés disimulando vió a las canoas que echaron los indios para cebar el bergantín, iba tras ellas, y las dos canoas hacían que se iban huyendo a tierra adonde estaba su celada y sus piraguas; y luego núestro bergantín hizo semblante que no osaba llegar a tierra y que se volvía retrayendo; y desde que las piraguas y otras muchas canoas le vieron que se volvía, salen tras él con gran furia y reman todo lo que podían y le iban siguiendo, y el bergantín se iba como huyendo donde estaban los otros seis bergantines en celada, y todavía las piraguas siguiéndole; y en aquel instante soltaron una escopeta, que era la señal cuándo habían de salir nuestros bergantines; y desde que oyeron la señal, salen con gran ímpetu y dieron sobre las piraguas y canoas, que trastornaron, y mataron y prendieron muchos guerreros; y también el bergantín que echásemos en celada, que iba ya algo a lo largo, vuelve a ayudar a sus compañeros, por manera que se llevó buena presa de prisioneros y canoas, y desde allí adelante no osaban los mexicanos echar más celadas, ni se atrevían a meter bastimentos ni agua tan a ojos vistas como solían. Y de esta manera pasaba la guerra de los bergantines en la laguna y nuestras batallas en las calzadas.

Y digamos ahora cómo vieron los pueblos que estaban en la laguna poblados, que ya los he nombrado otras veces, que cada día teníamos victoria, así por el agua como por tierra, y vieron venían a nuestra amistad así los de Chalco y Tezcuco y Tlaxcala y otras poblazones, y con todo los hacíamos mucha guerra y mal daño en sus pueblos, y les cautivábamos muchos indios e indias, parece ser se juntaron todos y acordaron de venir de paz ante Cortés, y con mucha humildad le demandaron perdón si en algo nos habían enojado, y dijeron que eran mandados y que no podían hacer otra cosa; y Cortés holgó mucho de verlos venir de aquella manera, y aun desde que lo supimos en nuestro real de Pedro de Alvarado y en el de Sandoval nos alegramos todos los soldados. Y volviendo a nuestra plática, Cortés, con buen semblante y con muchos halagos, les perdonó y les dijo que eran dignos de gran castigo por haber ayudado a los mexicanos. Y los pueblos que vinieron fueron: Iztapalapa, Vichilobusco, Culuacán y Mezquique, y todos los de la laguna y agua dulce; y les dijo Cortés que no habíamoS de alzar real hasta que los mexicanos viniesen de paz o por guerra los acabase, y les mandó que en todo nos ayudasen con todas las canoas que tuviesen para combatir a México, y que viniesen a hacer sus ranchos de Cortés y trajesen comida; lo cual dijeron que así lo harían, e hicieron los ranchos de Cortés, y no traían comida, sino muy poca y de mala gana. Nuestros ranchos donde estaba Pedro de Alvarado nunca se hicieron, que así nos estábamos al agua, porque ya saben los que en esta tierra han estado que por junio, julio y agosto son en estas partes cotidianamente las aguas.

Dejemos esto, y volvamos a nuestra calzada y a los combates que cada día dábamos a los mexicanos, y cómo les íbamos ganando muchas torres de ídolos y casas, y otras aberturas y zanjas y puentes que de casa a casa tenían hechos, y todo lo cegábamos con adobes y la madera de las casas que deshacíamos y derrocábamos y aun sobre ellas velábamos, y aun con toda esta diligencia que poníamos lo tornaron a hondar y ensanchar y ponían más albarradas; y porque entre todas nuestras tres capitanías teníamos por deshonra que unos batallásemos e hiciésemos rostro a los escuadrones mexicanos y otros estuviesen cegando los pasos y aberturas y puentes, y por excusar diferencias sobre los que habíamos de batallar o cegar aberturas, mandó Pedro de Alvarado que una capitanía tuviese cargo de cegar y entender en la obra un día y las dos capitanías batallasen e hiciesen rostro contra los enemigos, y esto había de ser por rueda, un día unos y luego otro día otra capitanía, hasta que por todas tres capitanías volviese la andana y rueda; y con esta orden no quedaba cosa que les ganábamos que no dábamos con ella en el suelo, y nuestros amigos los tlaxcaltecas que nos ayudaban, y así les íbamos entrando en su ciudad; mas al tiempo de retraer todas tres capitanías habíamos de pelear juntos, porque entonces era donde corríamos mucho peligro, y con otra vez he dicho, primero hacíamos salir de las calzadas todos los tlaxcaltecas, porque cierto era demasiado embarazo para cuando peleábamos.

Dejemos de hablar de nuestro real y volvamos al de Cortés al de Sandoval, que a la contina, así de día como de noche, tenía sobre sí muchos contrarios por tierra y flotas de canoas por la laguna, y siempre les daban guerra, y no les podían apartar de si pues en lo de Cortés, por ganarles una puente y abra muy honda y era mala de ganar, y en ella tenían los mexicanos muchos mamparos y albarradas que no se podían pasar sino a nado, y ya que se pusiesen a pasarla, estábanle aguardando muchos guerreros con flechas y piedra con hondas, y varas y macanas y espadas de a dos manos, y lanzas hechas como dalles y engastadas de las espadas que nos tomaron, y la laguna llena de canoas de guerra; y había junto a las albarradas muchas azoteas, y de ellas le daban muchas pedradas, y los bergantines no les podían ayudar por las estacadas que tenían puestas, y sobre ganarles esta fuerza y puente y abertura pasaron los de Cortés mucho trabajo, y le mataron cuatro soldados en el combate, porque le hirieron sobre treinta soldados, y como era ya tarde cuando lo acabaron de ganar, no tuvieron tiempo de cegarla, y se volvieron retrayendo con gran trabajo y peligro y con más de treinta soldados heridos y muchos más tlaxcaltecas descalabrados.

Dejemos esto, y digamos otra manera que Guatemuz mandó pelear a sus capitanías, y mandó apercibir todos sus poderes; y es que como para otro día era la fiesta del Señor San Juan de junio, que entonces se cumplía un año puntualmente que habíamos entrado en México, cuando el socorro de Pedro de Alvarado y nos desbarataron, según dicho tengo en el capítulo que de ello habla, parece ser tenían cuenta de ello, Guatemuz mandó que en todos tres reales nos diesen toda la guerra con la mayor fuerza que pudiesen, con todos sus poderes, así por tierra como con las canoas por el agua, y manda que fuese de noche al cuarto de la modorra, y porque los bergantines no nos pudiesen ayudar, en todas las más partes del agua de la laguna tenían hechas estacadas para que en ellas zabordasen; y vinieron con tanta furia e ímpetu, que si no fuera por los que velábamos juntos, que éramos sobre ciento veinte soldados, y acostumbrados a pelear, nos entraran en el real, y corríamos harto riesgo; y con gran concierto les resistimos; y allí hirieron a quince de los nuestros, y dos murieron de ahí a ocho días de las heridas. Pues en el real de Cortés también les pusieron en gran aprieto y trabajo, y hubo muchos muertos y heridos, y en lo de Sandoval por el consiguiente. Y de esta manera vinieron dos noches arreo, y también en aquellos reencuentros quedaron muchos mexicanos muertos y muchos más heridos.

Y como Guatemuz y sus capitanes y papas vieron que no aprovechaba nada la guerra que dieron aquellas dos noches, acordaron que con todos sus poderes juntos viniesen al cuarto del alba y diesen en nuestro real, que se dice el de Tacuba; y vinieron tan bravosos, que nos cercaron por dos partes, y aun nos tenían medio desbaratados y atajados, y quiso Nuestro Señor Jesucristo darnos esfuerzo que nos tornamos a hacer un cuerpo y nos mamparamos algo con los bergantines, y a buenas estocadas y cuchilladas, que andábamos pie con pie, les apartamos algo de nosotros, y los de caballo no estaban de balde, pues los ballesteros y escopeteros hacían lo que podían, que harto tuvieron que romper en otros escuadrones, que ya nos tenían tomadas las espaldas. Y en aquella batalla mataron a ocho e hirieron muchos de nuestros soldados, y aun a Pedro de Alvarado le descalabraron; y si nuestros amigos los tlaxcaltecas durmieran aquella noche en la calzada, corríamos gran riesgo con el embarazo que ellos nos pusieran, como eran muchos; mas la experiencia de lo pasado nos hacía que luego los echásemos fuera de la calzada, y se fuesen a Tacuba, y quedábamos sin cuidado. Tornemos a nuestra batalla, que matamos muchos mexicanos y se prendieron cuatro personas principales. Bien tengo entendido que los curiosos lectores se hartarán de ver cada día tantos combates, y no se puede menos hacer, porque noventa y tres días que estuvimos sobre esta tan fuerte y gran ciudad, cada día y de noche teníamos guerra y combates; por esta causa los hemos de recitar muchas veces cómo y cuándo y de qué manera pasaban, y no los pongo por capítulos de lo que cada día hacíamos porque me pareció que era gran prolijidad, y era cosa para nunca acabar, y parecería a los libros de Amadís o Caballerías; y porque de aquí adelante no me quiero detener en contar tantas batallas y reencuentros que cada día pasábamos, lo diré lo más breve que pueda.

Índice de Historia verdadera de la conquista de la Nueva españa de Bernal Diaz del CastilloCapítulo anteriorSiguiente capituloBiblioteca Virtual Antorcha