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Capítulo LXXVI
CÓMO GUATEMUZ TENÍA CONCERTADO CON LAS PROVINCIAS DE MATALTZINGO Y TULAPA Y MALINALCO Y OTROS PUEBLOS QUE LE VINIESEN A AYUDAR Y DIESEN EN NUESTRO REAL, QUE ES EL DE TACUBA, Y EN EL DE CORTÉS, Y QUE SALDRÍA TODO EL PODER DE MÉXICO, ENTRETANTO QUE PELEASEN CON NOSOTROS, Y NOS DARÍAN POR LAS ESPALDAS. Y LO QUE SOBRE ELLO SE HIZO
Y ara que esto se entienda bien ha menester volver atrás a decir que a Cortés desbarataron y le llevaron a sacrificar setenta y tantos soldados, y aun bien puedo decir setenta y ocho, porque tantos fueron después que bien se contaron, y también he dicho que Guatemuz envió las cabezas de los caballos y caras que habían desollado, y pies y manos de nuestros soldados que habían sacrificado, a muchos pueblos y a Mataltzingo y Malinalco y Tulapa, y les envió a decir que ya habían muerto más de la mitad de nuestras gentes, y que les rogaba que para que nos acabasen de matar que viniesen a ayudarle, y que darían en nuestros reales de día o de noche, y que por fuerza habíamos de pelear con ellos por defendernos; que cuando estuviésemos peleando saldrían de México y nos darían guerra por otra parte, de manera que nos vencerían y tendrían que sacrificar muchos de nosotros a sus ídolos, y harían hartazgas con los cuerpos; de tal manera se lo envió a decir, que lo creyeron y tuvieron por cierto, y además de esto en Mataltzingo y en Tulapa tenía Guatemuz muchos parientes por parte de la madre; y como vieron las caras y cabezas de nuestros soldados, que he dicho, y lo que les envió a decir, luego lo pusieron por la obra de juntarse con todos los poderes que tenían y venir en socorro de México y de su pariente Guatemuz; y venían ya de hecho contra nosotros, y por el camino donde pasaban estaban tres pueblos nuestros amigos, y les comenzaron a dar guerra y robar las estancias y maizales, y mataron niños para sacrificar, los cuales pueblos enviaron en posta a hacérselo saber a Cortés para que les enviase ayuda y socorro.
Y de presto mandó a Andrés de Tapia, que con veinte de caballo y cien soldados y muchos amigos tlaxcaltecas los socorriesen muy bien; y así los hizo retirar a sus pueblos y se volvió al real, de que Cortés hubo mucho placer, y asimismo en aquel instante vinieron otros mensajeros de los pueblos de Cornavaca a demandar socorro, que los mismos de Mataltzingo y de Malinalco y Tulapa y otras provincias venían sobre ellos, y que enviase socorro, y para ello envió a Gonzalo de Sandoval con veinte de a caballo y ochenta soldados, los más sanos que había en todos tres reales, y yo fui con él Y muchos amigos; y sabe Dios cuáles quedaban, con gran riesgo de sus personas, todos tres reales, porque todos los más estaban heridos y no tenían refrigerio ninguno; y porque hay mucho que decir en lo que hicimos en compañía de Sandoval, que desbaratamos los contrarios, se dejará de decir, más de que dimos vuelta muy de presto por socorrer a su real de Sandoval; y trajimos dos principales de Mataltzingo con nosotros y los dejamos de paz, y fue provechosa aquella entrada que hicimos; lo uno, por evitar que nuestros amigos no recibiesen más daño del recibido; lo otro, porque no viniesen a nuestros reales a darnos guerra como venían de hecho, y porque viese Guatemuz y sus capitanes que no tenían ya ayuda ni favor de aquellas provincias, y también cuando con los mexicanos estábamos peleando nos decían que nos habían de matar con ayuda de Mataltzingo y de otras provincias, y que sus ídolos se lo habían prometido.
Dejemos ya de decir de la ida y socorro que hicimos con Sandoval y volvamos a decir cómo Cortés envió a Guatemuz a rogarle que viniese de paz, y que le perdonaría todo lo pasado, y le envió a decir que el rey nuestro señor le envió a mandar ahora nuevamente que no le destruyese más aquella ciudad, y que por esta causa los cinco días pasados no les había dado guerra ni entrado batallando, y que miren que ya no tienen bastimento ni agua, y más de las dos partes de su ciudad por el suelo, y que los socorros que esperaba de Mataltzingo, que se informe de aquellos dos principales que entonces le envió, cómo les ha ido en su venida, y le envió a decir otras cosas de muchos ofrecimientos; y fueron con estos dos mensajes los dos indios de Mataltzingo y seis principales mexicanos que se habían preso en las batallas pasadas. Y después que Guatemuz vió los prisioneros de Mataltzingo y le dijeron lo que había pasado, no les quiso responder cosa ninguna, mas de decirles que se vuelvan a su pueblo, y luego les mandó salir de México.
Dejemos los mensajeros, que luego salieron los mexicanos por tres partes con la mayor furia que hasta allí habíamos visto, y se vienen a nosotros, y en todos tres reales nos dieron muy recia guerra, y puesto que les heríamos y matábamos muchos de ellos, paréceme que deseaban morir peleando, y entonces cuando más recio andaban con nosotros pie con pie y nos mataron diez soldados, a los que les cortaron las cabezas y (corrieron) por ellos los martirios (que a los demás) que habían muerto, y las traían y nos las echaban delante; entonces decían: tlenquitoa, rey Castilla, tlenquitoa, quiere decir en su lengua: ¿Qué es lo que dice ahora el rey de Castilla? y con estas palabras tirar vara y piedra y flecha, que cubría el suelo y calzada.
Dejemos esto, que ya les íbamos ganando gran parte de la ciudad, y en ellos sentíamos que puesto que peleaban muy como varones, no se remudaban ya tantos escuadrones como solían, ni abrían zanjas ni calzadas; mas otra cosa tenían más cierta: que al tiempo que nos retraíamos nos venían siguiendo hasta echarnos mano, y también quiero decir que ya se nos había acabado la pólvora en todos tres reales, y en aquel instante había venido un navío a la Vi11a Rica, que era de una armada de un licenciado Lucas Vázquez de Ayllón, que se perdió o desbarataron en la isla de la Florida: y el navío aportó (a) aquel puerto, y venían en él ciertos soldados y pólvora y ballestas, y el teniente que estaba en la Villa Rica, que se decía Rodrigo Rangel, que tenía en guarda a Narváez, envió luego a Cortés pólvora y ballestas y soldados.
Y volvamos a nuestra conquista, por abreviar: que acordó Cortés, con todos los demás capitanes y soldados, que les entrásemos cuanto más pudiésemos hasta llegarles al Tatelulco, que es la plaza mayor, donde estaban sus altos cúes y adoratorios; y Cortés, por su parte, Sandoval por la suya y nosotros por la nuestra, les íbamos ganando puentes y albarradas, y Cortés les entró hasta una plazuela donde tenían otros adoratorios y unas torrecillas. En una de aquellas casas estaban unas vigas puestas en lo alto, y en ellas muchas cabezas de nuestros españoles que habían muerto y sacrificado en las batallas pasadas, y tenían los cabellos y barbas muy crecidas, mucho mayor que cuando eran vivos, y no lo habría yo creído si no lo viera: yo conocí a tres soldados, mis compañeros, y desde que las vimos de aquella manera se nos entristecieron los corazones, y en aquella sazón se quedaron allí donde estaban, mas desde a doce días se quitaron y las pusimos aquellas y otras cabezas que tenían ofrecidas a ídolos las enterramos en una iglesia que hicimos, que se dice ahora los Mártires, cerca de la puente que dicen el Salto de Alvarado.
Dejemos de contar esto, y digamos cómo fuimos batallando los de la capitanía de Pedro de Alvarado, y llegamos al Tatelulco, y había tanto mexicano en guarda de sus ídolos y altos cúes, y tenían tantas albarradas, que estuvimos bien dos horas que no se lo podíamos tomar ni entrarles, y como podían ya entrarles caballos, y puesto que a todos los más nos herían, nos ayudaron muy bien y alancearon muchos mexicanos; y como habían tanto contrario en tres partes, fuimos las dos capitanías a batallar con ellos, y la capitanía de un capitán que se decía Gutierre de Badajoz mandó Pedro de Alvarado que les subiese en lo alto del cú del Huichilobos, que son ciento catorce gradas y peleó muy bien con los contrarios y muchos papas que en las casas de los adoratorios estaban. De tal manera le daban guerra los contrarios a Gutierre de Badajoz y a su capitanía, que le hacían venir diez o doce gradas abajo rodando, y luego le fuimos a socorrer y dejamos el combate en que estábamos con muchos contrarios, y yendo que íbamos nos siguieron los escuadrones con que peleábamos, y corrimos harto riesgo de nuestras vidas, y todavía les subimos sus gradas arriba, que son ciento catorce como otras veces he dicho.
Aquí había bien que decir en qué peligro nos vimos los unos y los otros en ganarles aquellas fortalezas, que ya he dicho otras muchas veces que era muy alta, y en aquellas batallas nos tornaron a herir a todos muy malamente; todavía les pusimos fuego, y se quemaron sus ídolos, y levantamos nuestras banderas y estuvimos batallando en lo llano, después de puesto fuego, hasta la noche, que no nos podíamos valer con tanto guerrero.
Dejemos de hablar en ello y digamos que como Cortés y sus capitanes vieron otro día, desde donde andaban batallando por sus partes, en otros barrios y calles lejos del alto cú, y las llamaradas que el cú mayor se ardía, que no se habían apagado, y nuestras banderas que vieron encima, se holgó mucho y se quisiera ya hallar también en él, mas no podía y aun dijeron que tuvo envidia, porque había un cuarto de legua de un cabo a otro y tenía muchas puentes y aberturas de agua por ganar, y por donde andaba le daban recia guerra y no podía entrar tan presto como quisiera en el cuerpo de la ciudad, como hicimos los de Alvarado; mas desde a cuatro días se juntó con nosotros, así Cortés como Sandoval, y podíamos ir desde un real a otro por las calles y casas derrocadas y puentes y albarradas deshechas y aberturas de agua, todo ciego; y en este instante ya se iban retrayendo Guatemuz con todos sus guerreros en una parte de la ciudad dentro en la laguna, porque las casas y palacios en que vivía ya estaban por el suelo y con todo esto no dejaban cada día de salir a darnos guerra, y al tiempo del retraer nos iban siguiendo muy mejor que de antes.
Y viendo esto Cortés, que se pasaban muchos días y no venían de paz ni tal pensamiento tenían, acordó con todos nuestros capitanes que les echásemos celadas, y fue de esta manera: que de todos tres reales nos juntamos hasta treinta de a caballo y cien soldados, los más sueltos y guerreros que conocía; Cortés envió a llamar a todos tres reales mil tlaxcaltecas, y nos metimos en unas casas grandes que habian sido de un señor de México y esto fue muy de mañana, y Cortés iba entrando con los demás de a caballo que le quedaban y sus soldados y ballesteros y escopeteros por las calles y calzadas, peleando como solía y haciendo que cegaran una abertura y puente de agua; y entonces estaban peleando con él los escuadrones mexicanos que para ello estaban aparejados, y aun muchos más qUe Guatemuz enviaba para guardar la puente: y luego que Cortés vió que había gran número de contrarios, hizo que se retraía y mandaba echar los amigos fuera de la calzada por que creyesen que se iban retrayendo; y vanle siguiendo, al principio poco a poco, y después que vieron que de hecho hacían que iban huyendo, van tras él todos los poderes que en aquella calzada le daban guerra, y desde que Cortés vió que habían pasado algo adelante de las casas donde estaba la celada, mandó tirar dos tiros juntos, que era la señal cuándo habíamos de salir de la celada, y salen los de a caballo primero y salimos todos los soldados y dimos en ellos a placer; pues luego volvió Cortés con los suyos, y nuestros amigos los tlaxcaltecas hicieron gran daño en los contrarios, por manera que se mataron e hirieron muchos, y desde allí adelante no nos seguían al tiempo de retraer.
Y también en el real de Pedro de Alvarado les echó otra celada, mas no fue nada, y en aquel día no me hallé yo en nuestro real con Pedro de Alvarado por causa que Cortés me envió a mandar que para la celada fuese a su real.
Dejemos esto y digamos cómo ya estábamos todos en el Tatelulco, y Cortés mandó que se pasasen todas las capitanías a estar con él y allí velásemos, por causa qüe veníamos más de media legua desde el real a batallar, y estuvimos allí tres días sin hacer cosa que de contar sea, porque nos mandó Cortés que no les entrásemos más en la ciudad ni les derrocásemos más casas, porque les quería tomar a demandar paces. Y en aquellos días que allí estuvimos en el Tatelulco envió Cortés a Guatemuz rogándole que se diese y no hubiese miedo, y con grandes ofrecimientos que le prometía que su persona sería muy acatada y honrada de él, y que mandaría a México y todas sus tierras y ciudades como solía, y le envió bastimentos y regalos, que eran tortillas y gallinas, y cerezas, y tunas, y cacao, que no tenía otra cosa; y Guatemuz entró en Consejo con sus capitanes, y lo que le aconsejaron que se dijese que quería paz y que aguardarían tres días en dar la respuesta, y que al cabo de los tres días se verían Guatemuz y Cortés y se darían el concierto en las paces, y en aquellos tres días tendrían tiempo de saber más por entero la voluntad y respuesta de su Uichilobos, y de aderezar puentes y abrir calzadas, y adobar vara y piedra y flecha, y hacer albarradas; y envió Guatemuz cuatro mexicanos con aquella respuesta. Creíamos que eran verdaderas las paces, y Cortés les mandó dar muy bien de comer y beber a los mensajeros, y les tomó a enviar a Guatemuz, y con ellos les envió más refresco, y así como antes; y Guatemuz tornó a enviar otros mensajeros, y con ellos dos mantas ricas, y dijeron que Guatemuz vendría para cuando estaba acordado; y por no gastar más razones sobre el caso, nunca quiso venir, porque le aconsejaron que no creyese a Cortés, y poniéndole por delante el fin de su tio el gran Montezuma y sus parientes y la destrucción de todo el linaje noble mexicano, y dijese que estaba malo, y que saliesen todos de guerra, y que placería a sus dioses que les daría victoria, pues tantas veces se la habían prometido.
Pues como estábamos aguardando a Guatemuz y no venía, vimos la malicia, y en aquel instante salen tantos batallones de mexicanos con sus divisas y dan a Cortés tanta guerra, que no se podía valer, y otro tanto fue por la parte de nuestro real; pues en el de Sandoval lo mismo, y era de tal manera que parecía que entonces comenzaban de nuevo a batallar; y como estábamos algo descuidados creyendo que estaban ya de paz, hirieron a muchos de nuestros soldados, y tres murieron muy malamente de las heridas, y dos caballos; mas no se fueron mucho alabando que bien lo pagaron. Y cuando esto vió Cortés, mandó que les tomásemos a dar guerra y les entrásemos en su ciudad en la parte adonde se habían recogido; y como vieron que les íbamos ganando toda la ciudad, envió Guatemuz dos principales a decir a Cortés, que quería hablar con él desde una abertura de agua, y había de ser que Cortés de la una parte y Guatemuz de la otra, y señalaron el tiempo para otro día de mañana, y fue Cortés para hablar con él, y no quiso venir Guatemuz al puesto, sino envió principales y dijeron que su señor no osaba venir por temor que cuando estuviesen hablando le tirasen escopetas y ballestas y le matarían, y entonces Cortés les prometió con juramento que no le enojaría en cosa ninguna; y no aprovechó, que no le creyeron, y dijeron que ya conocen sus palabras.
En aquella sazón dos principales que hablaban con Cortés sacan unas tortillas de un fardalejo que traían y una pierna de gallina y cerezas, y sentáronse muy despacio a comer, y porque Cortés lo viese y creyese que no tenían hambre; y cuando aquello vió les envió a decir que pues que no querían venir de paz, que presto les entraría en todas sus casas, y verían si tenían maíz, cuando más gallinas; y de esta manera estuvieron otros cuatro o cinco días que no les dábamos guerra, y en este instante se salían cada noche de México muchos pobres indios que no tenían qué comer y se venían a nuestro real como aburridos de la hambre, y desde que aquello vió Cortés, mandó que no les diésemos guerra, quizá se les mudaría la voluntad para venir de paz, y no venían, y aunque les enviaba a requerir con la paz.
Y en el real de Cortés estaba un soldado que decía él mismo que había estado en Italia en compañía del Gran Capitán y se halló en la chirinola de Garellano y en otras grandes batallas, y decía muchas cosas de ingenios de la guerra, y que haría un trabuco en Tatelulco con que en dos días que con él tirasen a las casas y parte de la ciudad adonde Guatemuz se había retraído, que les harían que luego se diesen de paz; y tantas cosas dijo a Cortés sobre ello, porque era muy hablador aquel soldado, que luego puso en obra hacer el trabuco, y trajeron cal y piedra y madera de la manera que la demandó el soldado, y carpinteros y davazón y todo lo perteneciente para hacer el trabuco, e hicieron dos hondas de recias sogas y cordeles, y le trajeron grandes piedras mayores que botijas de arroba; y ya que estaba hecho y armado el trabuco según y de la manera que el soldado dió la orden, y dijo que estaba bueno para tirar, y pusieron en la honda que estaba hecha una piedra hechiza, y lo que con ella se hizo es que fue por alto y no pasó adelante del trabuco, porque allí luego cayó adonde estaba armado, y después que aquello vió Cortés hubo enojo con el soldado que le dió la orden para que le hiciese, y tenía pesar en sí mismo porque le creyó, y dijo conocido tenía de él que en la guerra no era para cosa de afrenta más de hablar, y que no era para cosa ninguna sino hablar, y que se había hallado de la manera que he dicho. Y llamábase el soldado, según decía, fulano de Sotelo, natural de Sevilla; y luego Cortés mandó deshacer el trabuco. Y dejemos esto y digamos que como vió que el trabuco fue cosa de burla, acordó que con todos doce bergantines fuese en ellos Gonzalo de Sandoval por capitán general, y entrase en la parte de la ciudad a donde estaba Guatemuz retraído, el cual estaba en parte que no podíamos llegar por tierra a sus casas y palacios, sino por el agua, y luego Sandoval apercibió todos los capitanes de los bergántines, y lo que hizo diré adelante.
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