Índice de Historia verdadera de la conquista de la Nueva españa de Bernal Diaz del CastilloCapítulo anteriorSiguiente capituloBiblioteca Virtual Antorcha

Capítulo LXXIX

CÓMO VINIERON CARTAS A CORTÉS COMO EN EL PUERTO DE LA VERACRUZ HABÍA LLEGADO CRISTOBAL DE TAPIA CON DOS NAVIOS, Y TRAÍA PROVISIONES DE SU MAJESTAD PARA QUE GOBERNASE LA NUEVA ESPAÑA. Y LO QUE SOBRE ELLO SE ACORDO Y LUEGO SE HIZO

Puesto que Cortés hubo despachado los capitanes y soldados por mí ya dichos a pacificar y poblar provincias, en aquella sazón vino Cristóbal de Tapia, veedor de la isla de Santo Domingo, con provisiones guiadas y encaminadas por don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos y arzobispo de Rosano, porque así se nombraba, para que le admitiesen a la Gobernación de la Nueva España; y además de las provisiones traía muchas cartas del mismo obispo para Cortés y para otros muchos otros conquistadores y capitanes de los que habían venido con Narváez, para que favoreciesen a Cristóbal de Tapia, y demás de las cartas que venían cerradas y selladas por el obispo traía otras muchas en blanco para que Tapia escribiese en ellas todo lo que quisiese y nombrase a los soldados y capitanes que le pareciese que convenían; y en todas ellas traía muchos prometimientos del obispo que nos haría grandes mercedes si dábamos la gobernación a Tapia, y si no se la entregábamos, muchas amenazas, y decía que Su Majestad nos enviaría a castigar.

Dejemos de esto, que Tapia presentó sus provisiones en la Villa Rica delante de Gonzalo de Alvarado, hermano de don Pedro de Alvarado, que estaba en aquella sazón por teniente de Cortés, porque Rodrigo Rangel, que solía estar por alcalde mayor, no sé qué desatinos e injusticias había hecho cuando allí estaba por teniente de alcalde mayor, y le quitó Cortés el cargo; y presentadas las provisiones delante de Gonzalo de Alvarado, y Gonzalo de Alvarado las puso sobre su cabeza como provisiones y mandado de nuestro rey y señor, y en cuanto al cumplimiento, dijo que se juntarían los alcaldes, y regidores de aquella villa, y que platicarían y verían cómo y de qué manera eran habidas aquellas provisiones, y que todos juntos las obedecerían, porque sólo era una sola persona, y que tambien verían si Su Majestad era sabedor que tales provisiones enviasen; y esta respuesta no le cuadró bien a Tapia, y aconsejáronle personas que no estaban bien con Cortés que se fuesen luego a México, donde estaba Cortés con todos los demás capitanes y soldados, y que allá las obedecerían. Y demás de presentar las provisiones, como dicho tengo, escribió Tapia a Cortés de la manera que venía por gobernador; y como Cortés era muy avisado, si muy buenas cartas le escribió Tapia y vió las ofertas y ofrecimientos del obispo de Burgos, y por otra parte las amenazas si muchas buenas palabras venían en ellas, muy mejores respuestas y más halagüeñas y llenas de cumplimientos le envió Cortés; y luego rogó y mandó Cortés a ciertos de nuestros capitanes que se fuesen a ver con Tapia, los cuales fueron, que fue Pedro de Alvarado, y Gonzalo de Sandoval, y Diego de Soto el de Toro, y un Valdenebro, y Andrés de Tapia, a los cuales envió Cortés luego a llamar en posta que dejasen de poblar entonces las provincias en que estaban y fuesen a la Villa Rica, donde estaba Tapia, y aun con ellos mandó que fuese un fraile que se decía fray Pedro Melgarejo de Urrea, que tenía buena expresiva.

Ya que Tapia iba cámino de México a verse con Cortés (se) encontró con los capitanes y con el fraile ya por mí nombrados, y con palabras y ofrecimientos que le hicieron volvió del camino para un pueblo que se dice Cempoal, y allí le demandaron que mostrase otra vez sus provisiones, y verían cómo de qué manera lo mandaba Su Majestad, y si venía en ellas su real firma o era sabedor de ello, y que los pechos por tierra las obedecerían todos ellos en nombre de Hernando Cortés y de toda la Nueva España, porque traían poder para ello. Y Tapia les tornó a mostrar las provisiones y todos aquellos capitanes a una las besaron y pusieron sobre sus cabezas como provisiones de su rey y señor, y que en cuanto al cumplimiento, que suplicaban de ellas para ante el emperador nuestro señor, y dijeron que no era sabedor de ellas ni de cosas ningunas, que Tapia no era suficiente para gobernador y que el obispo de Burgos era contra todos los conquistadores que servíamos a Su Majestad, andaba ordenando aquellas cosas sin dar verdadera relación a Su Majestad y por favorecer a Diego Velázquez y a Tapia, por casarle con una fulana de Fonseca, sobrina o hija del mismo obispo. Y desde que Tapia vjo que no aprovechaban palabras ni cartas ni ofertas ni otros cumplimientos, adoleció de enojo, y aquellos nuestros capitanes que nombrados tengo le escribían a Cortés todo lo que pasaba y le avisaron que enviase tejuelos y barras de oro, porque Tapia era codicioso, y con aquello le amansarían las furias, lo cual luego envió en posta, y le compraron unos negros y tres caballos y un navío, y se volvió a embarcar y se fue a la isla de Santo Domingo, donde había salido; y cuando allá llegó la Real Audiencia, que allá residía, y los frailes Jerónimos, que eran gobernadores, notaron bien su vuelta, y como iba rico de aquella manera desconsiderada, se enojaron con él por causa que de antes que de Santo Domingo saliese para venir a la Nueva España le habían mandado expresamente que en aquella sazón no curase de venir, porque seria causa de venir daño y quebrar el hilo y conquistas de México, y no quiso obedecer, sino con favor del obispo Fonseca, que no osaban hacer otra cosa los oidores y frailes sino lo que el obispo mandaba, porque era presidente de Indias, y Su Majestad estaba en aquella sazón en Flandes, que no había venido a Castilla.

Dejemos este negocio de Tapia. y digamos cómo Cortés envió luego a Pedro de Alvarado, a poblar Tututepeque, que era tierra rica de oro; y para que bien lo entiendan los que no saben los nombres de estos pueblos, uno es Tustepeque, adonde fue Sandoval, y otro es Tututepeque, adonde en esta sazón va Pedro de Alvarado; y esto declaro por que no me acusen que digo que fueron dos capitanes a poblar una provincia de un nombre. Y también había enviado a poblar el río de Pánuco. porque Cortés tuvo noticia que don Francisco de Garay hacía gran armada para venirla a poblar, porque, según pareció se la había dado Su Majestad por gobernación a Garay, según más largamente lo he dicho y declarado en los capítulos pasados, cuando hablan de los navíos que envió adelante, que desbarataron los indios de la misma provincia de Pánuco; e hízolo Cortés porque si viniese Garay la hallase poblada por Cortés. Dejemos esto, y digamos cómo Cortés envió otra vez a Rodrigo Rangel por teniente a la Villa Rica y quitó a Gonzalo de Alvarado, y le mandó que luego le enviase a Coyoacán, donde a la postre estaba Cortés, al capitán Pánfilo de Narváez que tenía preso; que en aquel tiempo estaba Cortés en Coyoacán, que aún no había entrado a poblar a México, hasta que se edificasen las casas y palacios donde había de vivir, y envió a Narváez porque, según le dijeron a Cortés, que cuando el veedor Cristóbal de Tapia llegó a la Villa Rica con las provisiones que dicho tengo, Narváez habló con Tapia, y en pocas palabras le dijo: Señor Cristóbal de Tapia, paréceme que tan buen recaudo debéis traer y llevareis como yo; mirad en lo que he parado trayendo tan buena armada; mirad por vuestra persona y no curéis de más perder tiempo, que la ventura de Cortés no es acabada. Entended para que os den algún oro e idos a Castilla ante Su Majestad, que allá no os faltará favor y quien os ayude, y diréis lo que acá pasa, en especial, teniendo como tenéis, al señor obispo de Burgos, y esto es lo mejor.

Dejemos esta plática, y diré que como Narváez fue luego camino para México, y vió aquellas grandes poblazones y ciudades, y llegó a Tezcuco, se admiró y después que vió a Coyoacán, mucho más desde que vió la laguna y ciudades que en ella había pobladas, y después la gran ciudad de México. Y como Cortés supo que venía, le mandó hacer mucha honra y le mandó salir a recibir, y llegado ante él, se hincó de rodillas Narváez y le fue a besar las manos, y Cortés no lo consintió y le hizo levantar y le abrazó y le mostró mucho amor y le mandó sentar cabe sí. Entonces dijo Narváez: Señor capitán: ahora le digo de verdad, que la cosa que menos hizo vuestra merced y sus valerosos soldados en esta Nueva España fue desbaratarme y prenderme a mí, aunque trajera mayor poder del que traje, pues he visto tantas ciudades y tierras que ha domado y sujetado al servicio de Dios y de nuestro señor emperador, y puédese vuestra merced alabar y tener en tanta estima que yo así lo digo, y lo dirán todos los capitanes muy nombrados que el día de hoy son vivos, que en el Universo se puede anteponer a los muy afamados e ilustres varones que (ha) habido, y otra tan fuerte y mayor ciudad como esta de México no la hay, y es digno que (a) vuestra merced y sus soldados Su Majestad les haga muy crecidas mercedes. Y le dijo otras muchas alabanzas, y son verdaderas. Y Cortés le respondió que nosotros no éramos bastantes para hacer lo que estaba hecho, sino la gran misericordia de Dios, que siempre nos ayudaba, y la buena ventura de nuestro césar.

Dejemos esta plática y de las ofertas que hizo Narváez a Cortés, y diré cómo en aquella sazón se pasó Cortés a poblar la gran ciudad de México, y repartió solares para las iglesias y monasterios y casas reales y plazas; y a todos los vecinos les dió solares, y por no gastar tiempo en escribir según y de la manera que ahora está poblada, que según dicen muchas personas que se han hallado en muchas partes de la cristiandad, otra más populosa y mayor ciudad, de mejores casas y poblada de caballeros, según su calidad y tiempo que se pobló, no se (ha) habido en el mundo, entiéndese con lo poblado de mexicanos.

Pues estando dando la orden que dicho tengo, al mejor tiempo que estaba Cortés algo descansado, viniéronle cartas de Pánuco que toda la provincia estaba levantada y que eran muy belicosos guerreros, porque habían muerto muchos soldados de los que había enviado a poblar, y que con brevedad enviase el mayor socorro que pudiese. Y luego acordó el mismo Cortés de ir en persona, porque aunque quisiera enviar otros capitanes de los nuestros conocidos no los había en México, porque todos habíamos ido a conquistar provincias, como dicho (tengo y) así hubo (de ir) Cortés; y llevó todos los más soldados que pudo, y de caballo y ballesteros y escopeteros, porque ya habían llegado a México muchas personas de las que el veedor Tapia traía consigo y otros que allí estaban de los de Lucas Vázquez de Ayllón, que habían ido con él a la Florida, y otros que habían venido de las islas en aquel tiempo; y dejando en México buen recaudo, y por capitán de él a Diego de Soto, natural de Toro, salió de México. Y en aquella sazón no había herraje. sino muy poco, para los muchos caballos que entonces llevaba, porque pasaban de ciento y treinta personas de a caballo y doscientos y cincuenta soldados con todo, entre ellos escopeteros y ballesteros, y con los de a caballo, y también llevó diez mil mexicanos.

Y en aquella sazón ya había vuelto de Michoacán Cristóbal de Olid, porque la dejó de paz, y trajo consigo muchos caciques y al hijo de Cazonzi, que así se llamaba, y era el mayor señor de todas aquellas provincias, y trajo mucho oro bajo, que lo tenía revuelto con plata y cobre. Y gastó Cortés de aquella ida que fue a Pánuco mucha cantidad de pesos de oro, que después demandaba a Su Majestad que le pagase aquella costa, y los oficiales de la hacienda de Su Majestad no se los quisieron recibir en cuenta ni pagar cosa de ello, porque dijeron que si hacía aquella entrada y gasto, que era por causa de apoderarse de aquella provincia, por que don Francisco de Garay, que la venía a conquistar, no la hubiese, porque ya tenían noticia que venían desde la isla de Jamaica con grande armada.

Volvamos a nuestra relación, y diré cómo Cortés llegó con todo su ejército a la provincia de Pánuco, y los halló de guerra, y los envió a llamar de paz muchas veces, y no quisieron venir; tuvo con ellos muchos reencuentros de guerra, y en dos batallas que le aguardaron le mataron tres sodados y le hirieron más de treinta y mataron cuatro caballos, y hubo otros muchos heridos, y murieron de los mexicanos sobre doscientos, sin más de otros trescientos heridos, porque fueron los guastecas, que así se llaman los indios de aquellas provincias, sobre cincuenta mil hombres cuando aguardaron a Cortés. Mas quiso Dios que fueron desbaratados, y todo el campo donde se hubo estas batallas quedaron llenos de muertos y otros muchos heridos de los naturales de aquella provincia, por manera que no se tornaron más a juntar por entonces para dar guerra; y Cortés estuvo ocho días en el pueblo adonde fueron aquéllas reñidas, por causa que se curasen los heridos y se enterrasen los muertos, y había muchos bastimentos. Y para tornar a enviarlos a llamar de paz envió diez caciques, personas principales de los que se habían preso en aquellas batallas, y con doña Marina y Jerónimo de Aguilar, que siempre Cortés llevaba consigo, les hizo un parlamento y les dijo que cómo se podían defender todos los de aquellas provincias de no darse por vasallos de Su Majestad, pues que han visto y tenido nueva que el poder de México, siendo tan fuertes guerreros, estaba asolada la ciudad y puesta por el suelo, y que vengan luego de paz, y que no hayan miedo, y que lo pasado de las muertes que se lo perdona. Y tales palabras les dijo con amor y otras con amenazas, y como estaban hostigados y habían muerto muchos de ellos y en la batalla pasada habían abrasado sus pueblos, vinieron de paz, y todos trajeron joyas de oro y aunque no de precios, que presentaron a Cortés, y con amor y halagos los recibió de paz.

Y desde allí se fue Cortés con la mitad de su ejército a un río que se dice Chila, que está de la mar obra de cinco leguas, y volvió a enviar mensajeros a todos los pueblos de la otra parte del río a llamarles de paz, y no quisieron venir, como estaban encarnizados en los muchos soldados que habían muerto, obra de dos años había, a los capitanes que Garay había enviado a poblar aquel río, como dicho tengo en el capítulo que de ello habla, así creyeron que hicieran a nuestro ejército; y como estaban en tres grandes lagunas y ríos y ciénegas, que es muy gran fortaleza para ellos, la respuesta que dieron fue matar a dos mensajeros de los que Cortés les envió para hablar sobre las paces, y a otros echaron presos y estuvo aguardando Cortés ciertos días a ver si mudarían su mal propósito, y como no vinieron mandó buscar todas las canoas que en el río pudo haber, y con ellas y con unas barcas que se hicieron de madera de navíos viejos que fueron del capitán Garayo que mataron, hizo pasar de noche de la otra parte del río ciento cincuenta soldados, y los más de ellos ballesteros y escopeteros, y cincuenta de caballo, en canoas atadas de dos en dos, de manera que pasaron muy bien. Y como los naturales de aquellas provincias velaban sus pasos y ríos, desde que los vieron dejáronlos pasar con intención que los matarían, y estábanlos aguardando de la otra parte; y si muchos indios guastecas, que así se decían, se habían juntado en las primeras batallas que dieron a Cortés, muchos más estaban esta vez junto, y vienen como leones rabiosos a encontrarse con los nuestros, y a los primeros encuentros mataron dos soldados e hirieron sobre treinta; también mataron tres caballos e hirieron otros quince, y muchos mexicanos; mas tal prisa les dieron los nuestros, que no pararon en el campo, y luego se fueron huyendo, y quedaron de ellos muertos y heridos gran cantidad.

Y después que pasó aquella batalla, los nuestros se fueron a dormir a un pueblo que estaba despoblado, que se habían huido los moradores de él, y con buenas velas y escuchas y rondas y corredores del campo, se estuvieron, y de cenar no les faltó; y después que amaneció, andando por el pueblo vieron estar en su y adoratorio de ídolos colgados muchos vestidos y caras desolladas y adobadas como cuero de guantes, y con sus barbas y cabellos, que eran de los soldados que habían muerto a los capitanes que había enviado Garay a poblar el río de Pánuco, y muchas de ellas fueron conocidas de otros soldados, que decían que eran sus amigos, y a todos se les quebró los corazones de lástima de verlas de aquella manera, y las quitaron de donde estaban y las llevaron para enterrar; y desde aquel pueblo se pasaron a otro lugar, y como conocían que la gente de aquella provincia era muy belicosa siempre iban muy recatados y puestos en ordenanza para pelear, no les tomasen desapercibidos.

Y los descubridores del campo dieron con unos grandes escuadrones de indios que estaban en celada para que después que estuviesen los nuestros en las casas apeados, dar en los caballos y en ellos, y como fueron sentidos, no tuvieron lugar de hacer lo que querían; mas todavía salieron muy denodadamente y pelearon con los nuestros como valientes guerreros, y estuvieron más de media hora que los de (a) caballo y escopeteros y ballesteros y los indios mexicanos no les podían hacer retraer ni apartar de sí, y mataron dos caballos e hirieron otros siete; y también hirieron quince soldados, y tres murieron de las heridas. Una cosa tenían estos indios: que ya que les llevaban de vencida, se tornaban a rehacer y aguardaron tres veces en la pelea, lo cual pocas veces se ha visto acaecen entre estas gentes; y viendo que los nuestros les herían y mataban, se acogieron a un río caudaloso y corriente, y los de a caballo y peones sueltos se fueron en pos de ellos e hirieron muchos, y otro día acordaron de correrles el campo e ir a otros pueblos que estaban despoblados, y en ellos hallaron muchas tinajas de vino de la tierra puestos en unos soterraños a manera de bodegas, y estuvieron en estas poblazones cinco días corriendo las tierras, y como todo estaba sin gente y despoblados, se volvieron al río de Achile.

Y Cortés tornó a enviar a llamar de paz a todos los mismos pueblos que estaban de guerra de aquella parte del río. y como les habían muerto mucha gente, temieron los indios que volvieran otra vez sobre ellos, y a esta causa enviaron a decir que vendrían de allí a cuatro días, que buscaban joyas de oro para presentarle; y Cortés aguardó los cuatro días que habían dicho que vendrían, y no vinieron por entonces. Y luego mandó que a un pueblo muy grande, que estaba cabe una laguna, que era muy fuerte, así por sus ciénagas y ríos, que de noche, oscuro y medio lloviznaba, que en muchas canoas que luego mandó buscar, atadas de dos en dos, y otras sueltas y en balsas bien hechas, pasasen aquella laguna a una parte del pueblo, en parte y paraje que no fuesen vistos ni sentidos de los de aquella poblazón, y pasaron muchos amigos mexicanos y sin ser vistos dan en el pueblo, el cual pueblo destruyeron, y hubo gran despojo y estrago en él; y allí cargaron los amigos con todas las haciendas que los naturales de él tenían; y después que aquello vieron todos los más pueblos comarcanos, desde a cinco días todos los pueblos vinieron de paz, excepto otras poblazones que estaban muy trasmano, que los nuestros no pudieron ir a ellos en aquella sazón, y por no detenerme en gastar más palabras en esta relación, de muchas cosas que pasaron, las dejaré de decir, sino que entonces pobló Cortés una villa con ciento veinte vecinos, y entre ellos dejó veintisiete de a caballo y treinta y seis escopeteros y ballesteros, por manera que todos fueron los ciento veinte; llámase esta villa Santiesteban del Puerto, y esta obra de una legua de Chila, y a los vecinos que en aquella villa poblaron repartió y dió por encomienda todos los pueblos que habían venido de paz, y dejó por capitán de ellos y por su teniente a un Pedro Vallejo.

Y estando en aquella villa de partida para México, supo por cosa muy cierta que tres pueblos que fueron cabeceras para la rebelión de aquella provincia y fueron en la muerte de muchos españoles, andaban de nuevo, después de haber dado la obediencia a Su Majestad y haber venido de paz, convocando y atrayendo a los demás pueblos sus comarcanos, y decían que después que Cortés se fuese a México con los de a caballo y soldados que a los que quedaban poblados que diesen un día o de noche en ellos, y que tendrían buenas hartazgas con ellos. Y sabido por Cortés la verdad muy a raíz les mandó quemar las casas; mas luego se tornaron a poblar.

Y digamos cómo Cortés había mandado, antes que partiese de México para ir aquella entrada, que desde la Veracruz le enviase un barco cargado con vino y vituallas y conservas y bizcocho y herraje, porque en aquella sazón no había trigo en México para hacer pan, y yendo que iba el barco su viaje a la derrota de Pánuco, cargado de lo que le fue mandado, pareció ser hubo recios nortes, y dió con él en parte que se perdió, que no se salvaron sino tres personas que aportaron en unas tablas a una isleta donde había unos grandes arenales, sería tres o cuatro leguas de tierra, donde había muchos lobos marinos que salían de noche a dQrmir a los arenales, y mataron de los lobos, y con lumbres que sacaron con unos palillos, como lo sacan en todas las Indias las personas que saben cómo se ha de sacar, tuvieron lugar de asar la carne de los lobos, y cavaron en mitad de la isleta e hicieron unos como pozos, y sacaron agua algo salobre, y también había una fruta que parecían higos, y con la carne de los lobos y la fruta y agua salobre se mantuvieron más de dos meses. Y como aguardaban en la villa de Santisteban el refresco y bastimento y herraduras, escribió Cortés a México a sus mayordomos que cómo no enviaba el refresco; y desque vieron este aviso, por la carta de Cortés tuvieron por cierto que se había perdido el barco, y enviaron luego los mayordomos de Cortés un navío chico de poco porte en busca del barco que se perdió, y quiso Dios que toparon en la isleta donde estaban los tres españoles de los que se perdieron, con ahumadas que hacían de noche y de día, y desde que vieron el navío se alegraron y embarcados vinieron a la villa; llamábase el uno de ellos fulano Ciciliano, vecino que fue de México.

Dejemos esto, y digamos cómo en aquella sazón (que) Cortés se venía ya para México tuvo noticia que en muchos pueblos que estaban en unas sierras muy agras se habían rebelado y hacían guerra a otros pueblos que estaban de paz, acordó de ir allá antes que entrase en México; y yendo por su camino, los de aquella provincia lo supieron, aguardándole en un paso malo y dieron en la rezaga del fardaje, y le mataron ciertos tamemes y robaron lo que llevaban. Y como era el camino malo, por defender el fardaje los de a caballo (que) los iban a socorrer reventaron dos caballos, y llegados a las poblazones muy bien se lo pagaron, que como iban muchos mexicanos nuestros amigos, por vengarse de lo que les robaron en el puerto y camino malo, como dicho tengo, mataron y cautivaron muchos indios, y aun al cacique y a su capitán, que éstos murieron ahorcados después que hubieron vuelto lo que habían robado. Y esto hecho, Cortés mandó a los mexicanos que no hiciesen más daños, y luego envió a llamar de paz a todo los más principales y papas de aquella poblazón, los cuales vinieron y dieron la obediencia a Su Majestad, y el cacicazgo mandó que lo tuviese un hermano del cacique que habían ahorcado y los dejó en sus casas pacificos y bien castigados; y entonces se volvió a México.

Y antes que más pase adelante quiero decir que en todas las provincias de la Nueva España otra gente más sucia y mala y de peores costumbres no la hubo como ésta de la provincia de Pánuco, porque todos eran sométicos y se embudaban por las partes traseras, torpedad nunca en el mundo oída, y sacrificadores y crueles en demasía, y borrachos y sucios y malos, y tenían otras treinta torpedades, y si miramos en ello, fueron castigados a fuego y sangre dos o tres veces, y otros mayores males les vino en tener por gobernador a Nuño de Guzmán, que desde que le dieron la gobernación les hizo casi a todos esclavos y los envió a vender a las islas.

Volvamos a nuestra relación y diré que Cortés y todos los oficiales del rey acordaron de enviar a Su Majestad todo el oro que le había cabido en su real quinto de los despojos de México y llevaron dos navíos y en ellos cincuenta y ocho mil castellanos en barras de oro, y llevaron la recámara que llamábamos del gran Montezuma, que tenía en su poder Guatemuz, y fue un gran presente en fin para nuestro césar, porque fueron muchas joyas muy ricas y perlas tamañas algunas de ellas como avellanas, y muchos chálchihuis, que son piedras finas como esmeraldas, y otras muchas joyas, que por ser tantas y no detenerme en describirlas, lo dejaré de decir y traer a la memoria. Y también enviamos unos pedazos de huesos de gigantes que se hallaron en un y adoratorio de Coyoacán y eran muy grandes en demasía; y llevaron tres tigres y otras cosas que ya no me acuerdo. Y lo envió con Alonso de Avila y juntamente con él a su capitán de la guarda que se decia Antonio de Quiñones, y con estos procuradores escribió el cabildo de México a Su Majestad, y asimismo todos los más conquistadores escribimos juntamente con Cortés y fray Pedro Melgarejo y el tesorero Julián de Alderete, y todos a una decíamos de los muchos y buenos y leales servicios que Cortés y todos nosotros los conquistadores le habíamos hecho y a la contina hacíamos, y todo lo por nosotros sucedido desde que entramos a ganar la ciudad de México, y cómo estaba descubierta la Mar de Sur y se tenía por cierto que era cosa muy rica. Y suplicamos a Su Majestad que nos enviase obispos y religiosos de todas las órdenes que fuesen de buena vida y doctrina, para que nos ayudasen a plantar más por entero en estas partes nuestra santa fe católica; y le suplicamos todos a una que la gobernación de esta Nueva España que le hiciese merced de ella a Cortés, pues tan bueno y leal servidor le era, y a todos nosotros los conquistadores nos hiciese mercedes para nosotros y para nuestros hijos, y que todos los oficios reales, así de tesorero, contador y factor y escribanías públicas y fieles ejecutores, y alcaldías de fortalezas, que no hiciese merced de ellas a otras personas, sino que entre nosotros se nos quedase; y le suplicamos que no enviase letrados, porque en entrando en la tierra la pondrían en revuelta con sus libros, y habría pleitos y disensiones, y se le hizo saber lo de Cristóbal de Tapia cómo venía guiado por don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos, y que no era suficiente para gobernar, y que se perdería esta Nueva España si él quedara por gobernador, y que tuviese por bien de saber claramente qué se han hecho las cartas y relaciones que le habíamos escrito, dando cuenta de todo lo acaecido en esta Nueva España, porque teníamos por muy cierto que el mismo obispo no se las enviaba y antes le escribía al contrario de lo que pasaba, en favor de Diego Velázquez, su amigo, y de Cristóbal de Tapia, por casarlo con una su parienta o hija que se decía doña Petronila de Fonseca, y cómo presentó ciertas provisiones que venían firmadas y guiadas por el mismo obispo; y que todos estábamos los pechos por tierra para obedecerlas como se obedecieron; mas viendo que Tapia no era hombre para guerra, ni tenía aquel ser ni cordura para ser gobernador, que suplicaron de las provisiones hasta informar a su real persona todo lo acaecido, como ahora le informábamos y le hacíamos sabedor, como leales vasallos que somos obligados a nuestro rey y señor, y que ahora, que de lo que más fuere servidor mandar, que aquí estamos, pechos por tierra, para cumplir su real mando.

Dejemos de las cartas, y digamos de su buen viaje que llevaron nuestros procuradores después que partieron del puerto de la Veracruz, que fue en veinte días del mes de diciembre de mil quinientos veintidós años, y con buen viaje desembocaron por la canal de Bahama, y en el camino se le soltaron dos tigres de los tres que llevaban, e hirieron a unos marineros, y acordaron de matar al que quedaba porque era muy bravo y no se podían valer con él, y fueron su viaje hasta la isla de la Tercera; y como Antonio de Quiñones era capitán y se preciaba de muy valiente y enamorado, parece ser revolvióse en aquella isla con una mujer, y hubo sobre ella cierta cuestión, y diéronle una cuchillada de que murió, y quedó solo Alonso de Avila por capitán. Y ya que iba con los dos navíos camino de España, no muy lejos de aquella isla topa con ellos Juan Florín, francés corsario, y toma el oro y navíos, y prende a Alonso de Avila y llevóle preso a Francia; y también en aquella sazón robó Juan Florín otro navío que venía de la isla de Santo Domingo y le tomó sobre veinte mil pesos de oro y gran cantidad de perlas, y azúcar, y cueros de vacas, y con todo se volvió a Francia muy rico e hizo grandes presentes a su rey y al almirante de Francia de las cosas y piezas de oro que llevaba de la Nueva España, que toda Francia estaba maravillada de las riquezas que enviábamos a nuestro gran emperador; y aun el mismo rey de Francia le tomaba codicia, más que otras veces, de tener parte en las islas y en esta Nueva España. Y entonces es cuando dijo que solamente con el oro que le iba a nuestro césar de estas tierras le podía dar guerra a su Francia, y aun en aquella sazón no era ganado ni había nueva del Perú sino, como dicho tengo, lo de la Nueva España y las islas de Santo Domingo y San Juan y Cuba y Jamaica; y entonces dizque dijo el rey de Francia, o se lo envió a decir a nuestro emperador, que cómo habían partido entre él y el rey de Portugal el mundo sin darle parte a él; que mostrasen el testamento de nuestro padre Adán si le dejó solamente a ellos por herederos y señores de aquellas tierras, que habían tomado entre ellos dos sin darle a él ninguna de ellas, y que por esta causa era lícito robar y tomar todo lo que pudiese por la mar.

Y luego tornó a mandar a Juan Florín que volviese con otra armada a buscar la vida por la mar, y de aquel viaje que volvió, ya que llevaba gran presa de todas ropas entre Castilla y las islas de Canarias, dió con tres o cuatro navíos recios y de armada, vizcaínos, y los unos por una parte y los otros por otra embisten con Juan Florín y le rompen y desbaratan, y prenden a él y a otros muchos franceses, y les tomaron sus navíos y ropa, y a Juan Florin y a otros capitanes llevaron presos a Sevilla a la Casa de Contratación, y los enviaron presos a la corte a Su Majestad, y desde que lo supo mandó que en el camino hiciesen justicia de ellos, y en el puerto del Pico les ahorcaron; y en esto paró nuestro oro y capitanes que lo llevaron, y Juan Florín que lo robó.

Pues volvamos a nuestra relación, y es que llevaron a Francia preso a Alonso de Avila y le metieron en una fortaleza creyendo haber de él gran rescate, porque como llevaba tanto oro a su cargo guardábanle bien, y Alonso de Avila tuvo tales maneras y conciertos con el caballero francés que le tenía a cargo o le tenía por prisionero que para que en Castilla supiesen de la manera que estaba preso y le viniesen a rescatar, dijo que fuesen en posta todas las cartas y poderes que llevaba de la Nueva España y que se diesen en la Corte de Su Majestad al licenciado Núñez, primo de Cortés, que era relator del Real Consejo, o a Martín Cortés, padre del mismo Cortés, que vivía en Medellín; o a Diego de Ordaz, que estaba en la corte; y fueron a tan buen recaudo, que las hubieron a su poder y luego las despacharon para Flandes a Su Majestad, porque al obispo de Burgos no le dieron cuenta ni relación de ello; y todavía lo alcanzó a saber el obispo, y dijo que se holgó que se hubiese perdido y robado todo el oro, y dijeron que habla dicho: En esto habían de parar las cosas de este traidor de Cortés. Y dijo otras palabras muy feas.

Dejemos al obispo, y vamos a Su Majestad, que desde que lo supo dijeron que lo vió todo, y que hubo algún sentimiento de la pérdida del oro, y por otra parte se alegró viendo que tanta riqueza le enviaban y que sintiese el rey de Francia que con aquellos presentes que le enviábamos que le podría dar guerra; y luego envió a mandar al obispo de Burgos que en lo que tocaba a Cortés y a la Nueva España que en todo le diese favor y ayuda, y que presto vendría a Castilla y entendería en ver la justicia de los pleitos y contiendas de Diego Velázquez y Cortés, Y dejemos esto, y digamos cómo luego supimos en la Nueva España la pérdida del oro y riquezas de la recámara, y prisión de Alonso de Avila, y de todo lo más aquí por mí memorado, y tuvimos de ello gran sentimiento. Y luego Cortés con brevedad procuró de haber y allegar todo el más oro que pudo recoger, y de hacer un tiro de oro bajo y de plata, de lo que habían traído de Michoacán, para enviar a Su Majestad, y llamóse el tiro Fénix.

Dejemos de cuentos viejos, que no hacen a nuestra relación, y digamos todo lo que acaeció a Gonzalo de Sandoval y a los demás capitanes que Cortés había enviado a poblar las provincias por mí ya nombradas, y entretanto acaba Cortés de mandar forjar el tiro y allegar el oro para enviar a Su Majestad.

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