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Capítulo VIII
CÓMO VINIMOS CON OTRA ARMADA A LAS TIERRAS NUEVAS DESCUBIERTAS, Y POR CAPITÁN DE LA ARMADA EL VALEROSO Y ESFORZADO HERNANDO CORTÉS, QUE DESPUÉS DEL TIEMPO ANDANDO FUE MARQUES DEL VALLE Y DE LAS CONTRARIEDADES QUE TUVO PARA ESTORBARLE QUE NO FUESE CAPITÁN EL DICHO DON HERNANDO
Después que llegó a Cuba el capitán Juan de Grijalva, ya por mí memorado, y visto el gobernador Diego Velázquez que eran las tierras ricas, ordenó de enviar una buena armada, muy mayor que las de antes; y para ello tenía ya a punto diez navíos en el puerto de Santiago de donde Diego Velázquez residía; los cuatro de ellos eran en los que volvimos con Juan de Grijalva, porque luego les hizo dar carena, y los otros seis recogieron de toda la isla y los hizo proveer de bastimento, que era pan cazabe y tocinos, porque en aquella sazón no había en la isla de Cuba ganado vacuno ni carneros, porque era nuevamente poblada. Y este bastimento no era más que para hasta llegar a la Habana, porque allí habíamos de hacer todo el matolotaje como lo hlcimos. Y dejemos de hablar en esto y diré las diferencias que hubo para elegir capitán.
Para ir aquel viaje hubo muchos debates y contrariedades, porque ciertos hidalgos decían que viniese por capitán un Vasco Porcallo, pariente del conde de Feria, y temióse Diego Velázquez que de le alzaría con la armada porque era atrevido; otros decían que viniese un Agustín Bermudes o un Antonio Velázquez Borrego, o un Bernardino Velázquez, parientes del gobernador, y todos los más soldados que allí nos hallábamos decíamos que volviese Juan de Grijalva, pues era buen capitán y no había falta en su persona y en saber mandar. Andando las cosas y conciertos de esta manera que aquí he dicho, dos grandes privados de Diego Velázquez, que se decían Andrés de Duero, secretario del mismo gobernador, y un Amador de Lares, contador de Su Majestad, hicieron secretamente compañía con un hidalgo que se decía Hernando Cortés, natural de Medellín, que tenía indios de encomiénda en aquella isla, y poco tiempo hacía que se había casado con una señora que se decía doña Catalina Suárez, la Marcaida. Esta señora fue hermana de un Juan Suárez, que después que se ganó la Nueva España fue vecino de México, y a lo que yo entendí y otras personas decían, se casó con ella por amores, y esto de este casamiento muy largo lo decían otras personas que lo vieron, y por esta causa no tocaré más en esta tecla, y volveré a decir acerca de la compañía.
Y fue de esta manera: que concertasen estos privados de Diego Velázquez que le hiciesen dar a Hernando Cortés la capitanía general de toda la armada, y que partirían entre todos tres la ganancia del oro y plata y joyas de la parte que le cupiese a Cortés, porque secretamente Diego Velázquez enviaba a rescatar y no a poblar, según después pareció por las instrucciones que de ello dió, y aunque publicaba y pregonó que enviaba a poblar. Pues hecho este concierto, tienen tales modos Duero y el contador con Diego Velázquez y le dicen tan buenas y melosas palabras, loando mucho a Cortés, que es persona en quien cabe el cargo para ser capitán, porque además de ser muy esforzado, sabrá mandar y ser temido, y que le sería muy fiel en todo lo que le encomendase, así en lo de la armada como en lo demás, y además de esto era su ahijado. Y fue su padrino cuando Cortés se veló con la doña Catalina Suárez; por manera que le persuadieron y convocaron a ello, y luego se eligió por capitán general, y el secretario Andrés de Duero hizo las provisiones, como suele decir el refrán, de muy buena tinta, y como Cortés las quiso, muy bastantes. Ya publicada su elección. a unas personas les placía y a otras les pesabá. Y un domingo, yendo a misa Diego Velázquez, como era gobernador íbanle acompañando los más nobles vecinos que había en aquella villa, y llevaba a Hernando Cortés a su lado derecho por honrarle. E iba delante de Diego Velázquez un truhán que se decía Cervantes el Loco, haciendo gestos y chocarrerías, y decía: A la gala a la gala de mi amo Diego. ¡Oh. Diego; oh. Diego! ¡Qué capitán has elegido que es de Medellín de Extremadura. capitán de gran ventura, mas temo, Diego, no se te alce con la armada, porque todos le juzgan por muy varón en sus cosas! Y decía otras locuras que todas iban inclinadas a malicia, y porque lo iba diciendo de aquella manera le dió de pescozazos Andrés de Duero, que iba allí junto a Diego Velázquez, y le dijo: Calla, borracho loco, no seas más bellaco, que bien entendido tenemos que esas malicias, so color de gracias, no salen de ti. Y todavía el loco iba diciendo, por más pescozazos que le dieron: ¡Viva, viva la gala de mi amo Diego y del su venturoso capitán, y juro a tal mi amo Diego que por no verte llorar el mal recaudo que ahora has hecho, yo me quiero ir con él a aquellas ricas tierras! Túvose por cierto que le dieron los Velázquez, parientes del gobernador, ciertos pesos de oro a aquel chocarrero porque dijese aquellas malicias, so color de gracias, y todo salió verdad como lo dijo. Dicen que los locos algunas veces aciertan en lo que dicen.
Y verdaderamente fue elegido Hernando Cortés para ensalzar nuestra santa fe y servir a Su Majestad, como adelante diré. Antes que más pase adelante quiero decir cómo el valeroso y esforzado Hernando Cortés era hijodalgo conocido por cuatro abolengos: id primero, de los Corteses, que así se llamaba su padre Martín Cortés: el segundo, por los Pizarros: el tercero por los Monroys: el cuarto, por los Altamiranos. Y puesto que fue tan valeroso y esforzado y venturoso capitán, no le nombraré de aquí delante ninguno de estos sobrenombres de valeroso, ni esforzado, ni marqués del Valle, sino solamente Hernando Cortés: porque tan tenido y acatado fue en tanta estima el nombre de solamente Cortés, así en todas las Indias como en España, como fue nombrado el nombre de Alejandro en Macedonia, y entre los romanos Julio César y Pompeyo y Escipión, y entre los cartagineses Anibal, y en nuestra Castilla a Gonzalo Hernández, el Gran Capitán, y el mismo valeroso Cortés se holgaba que no le pusiesen aquellos sublimados dictados, sino solamente su nombre, y asi lo nombraré de aqui adelante. Y dejaré de hablar en esto y diré las cosas que hizo y entendió para proseguir su armada.
Y como Cortés andaba muy solícito en aviar su armada y en todo se daba mucha prisa, como la malicia y envidia reinaban en los deudos de Velázquez, que estaban afrentados, cómo no se fíaba ei pariente ni hacía cuenta de ellos y dió aquel cargo de capitán a Cortés, sabiendo que había sido su gran enemigo, pocos días había, sobre el casamiento de Cortés ya por mí declarado: y a esta causa andaban murmurando del pariente Diego Velázquez y aun de Cortés, y por todas las vías que podían le revolvían con Diego Velázquez para que en todas maneras le revocasen el poder, de lo cual tenía aviso Cortés, y no se quitaba de estar siempre en compañía del gobernador, y mostrándose muy gran su servidor, y le decía que le había de hacer, mediante Dios, muy ilustre señor y rico en poco tiempo, y demás de esto, Andrés de Duero avisaba siempre a Cortés que se diese prisa en embarcarse él y sus soldados, porque ya le tenían trastocado a Dieqo Velázquez con importunidades de aquellos sus parientes los Velázquez. Y desde que aquello vió Cortés, mandó a su mujer que todo lo que hubiese de llevar de bastimentos y regalos que (las mujeres) suelen hacer para tan largo viaje para sus maridos, se los enviase luego a embarcar a los navíos. Y ya tenía mandado pregonar y apercibido a los maestres y pilotos y a todos los soldados que entre aquel día y la noche se fuesen a embarcar, que no quedase ninguno en tierra, y desde que los vió todos embarcados, se fue a despedir del Diego Velázquez, acompañado de aquellos sus grandes amigos y de otros muchos hidalgos, y todos los más nobles vecinos de aquella villa. Y después de muchos ofrecimientos y abrazos de Cortés al gobernador y del gobernador a él, se despidió, y otro día muy de mañana, después de haber oído misa, nos fuimos a los navíos, y el mismo Diego Velázquez fue allí con nosotros; y se tornaron (a) abrazar, y con muchos cumplimientos de uno al otro; y nos hicimos a la vela, y con próspero tiempo llegamos al puerto de la Trinidad. Y tomando puerto y saltados en tierra, nos salieron a recibir todos los vecinos de aquella villa, y nos festejaron mucho.
Y estando de la manera que he dicho, envió Diego Velázquez cartas Y mandamientos, para que le detengan la armada a Cortés y le envíen preso, lo cual verán adelante lo que pasó.
Cortés lo supo, habló a Ordaz y a Francisco Verdu, y a todos los soldados y vecinos de la Trinidad que le pareció que le serían contrarios y en favorecer las provisiones, y tales palabras y ofrecimientos les dijo, que les trajo a su servicio, y aun el mismo Diego de Ordaz convocó luego a Francisco Verdugo, que era alcalde mayor, que no se hablase más en el negocio, sino que lo disimulase; y púsole por delante que hasta allí no habían visto ninguna novedad en Cortés, antes se mostraba muy servidor del gobernador, y ya que en algo se quisiesen poner para quitarle la armada, que Cortés tenía muchos caballeros por amigos y estaban mal con Diego Velázquez, porque no les dió buenos indios, y demás de esto tiene gran copia de soldados y estaba muy pujante, y que sería meter cizaña en la villa, o que, por ventura, los soldados les darían sacomano, y la robarían y harían otros peores desconciertos; y así se quedó sin hacer bullicio. Y un mozo de espuelas de los que traían las cartas se fue con nosotros, que se decía Pedro Laso de la Vega; y con el otro mensajero escribió Cortés muy amorosamente a Diego Velázquez que se maravillaba de su merced de haber tomado aquel acuerdo, y que su deseo es servir a Dios y a Su Majestad y a él en su real nombre, y que le suplica que no oyese más (a) aquellos señores sus deudos, ni por un viejo loco como era Juan Millán se hiciese mudanza. Y también escribió a todos sus amigos, y a Duero, y al contador, sus compañeros. Y luego mandó entender a todos los soldados en aderezar armas y a los herreros que estaban en aquella villa que hiciesen casquillos, y a los ballesteros que desbastasen almacén e hiciesen saetas, y atrajo y convocó a los dos herreros que se fuesen con nosotros, y así lo hiceron. Y estuvimos en aquella villa diez días, donde lo dejaré y diré cómo nos embarcamos para ir a la Habana.
Y de allí, de la Habana, vino un hidalgo que se decía Francisco de Montejo, y éste es el por mí muchas veces nombrado, que después de ganado México fue adelantado y gobernador de Yucatán; y vino Diego de Soto, el de Toro, que fue mayordomo de Cortés en lo de México, y vino un Angulo, y Garcicaro, y Sebastián Rodriguez, y un Pacheco, y un fulano Gutiérrez, y un Rojas (no digo Rojas el rico), y un mancebo que se decía Santa Clara, y dos hermanos que se decían los Martínez de Fregenal, y un Juan de Nájera (no lo digo por el Sordo, el del juego de la pelota de México), y todos personajes de calidad, sin otros soldados que no me acuerdo sus nombres. Y cuando Cortés los vió, todos aquellos hidalgos juntos, se holgó de gran manera, y luego envió un navío a la punta de Guaniguanico, a un pueblo que alli estaba, de indios, adonde hacían cazabe y tenían muchos puercos, para que cargase el navío de tocinos, porque aquella estancia era del gobernador Diego Velázquez. Y envió por capitán del navío a Diego de Ordaz, como mayordomo de las haciendas de Velázquez, y envióle por tenerle apartado de sí.
Volvamos a decir de Francisco de Montejo y de todos aquellos vecinos de la Habana, que metieron mucho matalotaje de cazabe y tocinos, que otra cosa no había; y luego Cortés mandó sacar toda la artillería de los navíos, que eran diez tiros de bronce y ciertos falconetes, y dió cargo de ello a un artillero que se decía Mesa, y a un levantisco que se decía Arbenga, y a un Juan Catalán, para que lo limpiasen y probasen, y que las pelotas y pólvora que todo lo tuviésen muy a punto, y dióles vino y vinagre con que lo refinasen, y dióles por compañero a uno que se decía Bartolomé de Usagre. Asimismo mandó aderezar las ballestas, y cuerdas, y nueces, y almacen, y que tirasen a terreno, y que mirasen a cuántos pasos llegaba la fuga de cada una de ellas. Y como en aquella tierra de la Habana habia mucho algodón, hicimos armas muy bien colchadas, porque son buenas para entre indios, porque es mucha la vara y flecha y lanzadas que daban. pues piedra era como granizo.
Y todo esto ordenado, nos mandó apercibir para embarcar, y que los caballos fuesen repartidos en todos los navíos; hicieron una pesebrera y metieron mucho maíz y hierba seca.
Y dejarlo he aquí, y diré de lo que allí nos avino, ya que estábamos a punto para embarcarnos.
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