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Capítulo LXXXII

CÓMO CORTÉS ENVIÓ A PEDRO DE ALVARADO A LA PROVINCIA DE GUATEMALA PARA QUE POBLASE UNA VILLA Y LOS ATRAJESE DE PAZ, Y LO QUE SOBRE ELLO SE HIZO

Pues como Cortés siempre tuvo los pensamientos muy altos y en la ambición de mandar y señorear quiso en todo remedar a Alejandro Macedonio, y con los muy buenos capitanes y extremados soldados que siempre tuvo y después que se hubo poblado la gran ciudad de México, y Guaxaca, y a Zacatula, y a Colima, y a la Veracruz, y a Pánuco, y a Guazacualco, y tuvo noticia que en la provincia de Guatemala había recios pueblos y de mucha gente, y que había minas, acordó de enviar a conquistarla y poblar a Pedro de Alvarado, y aun el mismo Cortés había envjado a rogar (a) aquella provincia que viniesen de paz (que) no quisieron venir.

Y dióle (a) Alvarado para aquel viaje sobre trescientos soldados, y entre ellos ciento y veinte escopeteros y ballesteros, y más le dió ciento treinta y cinco de a caballo y cuatro tiros, y mucha pólvora, y un artillero que se decía fulano de Usagre, y sobre doscientos tlaxcaltecas y cholultecas, y cien mexicanos que iban sobresalientes; y después de dadas las instrucciones en que le demandaba que con toda vigilancia procurase de atraerlos de paz sin darles guerra, y que con ciertas lenguas y clérigos que llevaba les predicase las cosas tocantes a nuestra santa fe, y que no les consintiese sacrificios, ni sodomías, ni robarse unos a otros, y qUe las cárceles y redes que hallase hechas adonde suelen tener presos indios a engordar para comer que las quebrase, y que los saquen de las prisiones, y que con amor y buena voluntad los atraiga a que den la obediencia a Su Majestad, y en todo se les haga buenos tratamientos; pues ya despedido Pedro de Alvarado de Cortés y de todos los caballeros amigos suyos que en México había, se despidieron los unos de los otros, y partió de aquella ciudad en trece días del mes de noviembre de mil quinientos veintitrés años; y mandóle Cortés que fuese por unos peñoles que cerca del camino estaban alzados, en la provincia de Teguantepeque, los cuales peñoles trajo de paz; llámase el peñol de Guelamo, que era entonces de la encomienda de un soldado que se decía Guelamo, y desde allí fue a Teguantepeque, pueblo grande, y son zapotecas, y le recibieron muy bien, porque estaban de paz y ya habían ido de aquel pueblo, como dicho tengo en el capítulo pasado que de ello habla, a México y dado la obediencia a Su Majestad, y a ver a Cortés, y aun le llevaron un buen presente de oro.

Y desde Teguantepeque fue a la provincia de Soconusco, que era en aquel tiempo muy poblada de más de quince mil vecinos, y también le recibieron de paz y le dieron un presente de oro y se dieron por vasallos de Su Majestad; y desde Soconusco llegó cerca de otras poblazones que se dicen Zapotitán, y en el camino, en una puente de un río que hay allí un mal paso, y halló muchos escuadrones de guerreros que le estaban esperando para no dejarle pasar, y tuvo una batalla con ellos en que le mataron un caballo e hirieron un soldado en la cara y otros muchos soldados en el cuerpo, y dos de ellos murieron de las heridas; y eran tantos indios los que se habían juntado contra Alvarado, no solamente los de Zapotitán, sino de otros pueblos comarcanos, que por muchos de ellos que herían no los podían apartar, y por tres veces tuvieron reencuentros; y quiso Nuestro Señor que los venció y le vinieron de paz, y desde Zapotitán va camino de un recio pueblo que se dice Quetzaltenango, y antes de llegar a él tuvo otros reencuentros con los naturales de aquel pueblo y con otros sus vecinos, que se dice Utlatán, que era cabecera de ciertos pueblos que están en su retorno a la redonda de Quetzaltenango, e hirieron ciertos soldados y mataron tres caballos, puesto que Pedro de Alvarado y su gente mataron e hirieron muchos indios; y luego estaba una mala subida de un puerto que dura legua y media, y con los ballesteros y escopeteros y todos sus soldados puestos en gran concierto lo encomenzó a subir, y en la cumbre del puerto hallaron una india gorda que era hechicera y un perro de los que ellos crian, que son buenos para comer, que no saben ladrar, sacrificados (ques señal de guerra o desafío); y más adelante halló tanta multitud de guerreros que le estaban esperando que le en comenzaron acercar, y como eran los pasos malos y en sierra, los de caballo no podían correr ni revolver, ni aprovecharse de ellos, mas los ballesteros y escopeteros y soldados de espada y rodela tuvieron reciamente con ellos pie con pie, y fueron peleando la cuesta y puerto abajo, hasta llegar a unas barrancas donde tuvo otra muy recia escaramuza con otros escuadrones de guerreros que allí en aquellas barrancas le esperaban, y con un ardid que entre ellos tenían acordado; y fue de esta manera: que comO fuese Pedro de Alvarado peleando, hacían que se iban retirando, y como los fuese siguiendo hasta donde le estaban esperando sobre seis mil indios guerreros, y éstos eran de Utlatán, y de otros pueblos sus sujetos, que allí los pensaban matar. Y Pedro de Alvarado y todos sus soldados pelearon con ellos con grande ánimo, y los indios le hirieron veintiséis soldados y dos caballos, mas todavía les puso en huída.

Y como vió que ya no tenía contrarios con quien pelear se estuvo en el campo sin ir a poblado dos días, ranchando y buscando de comer; y luego se fue con todo su ejército al pueblo de Quetzaltenango, y allí supo que en las batallas pasadas les habían muerto dos capitanes, señores de Utlatán; y estando reposando y curando los heridos tuvo aviso que venía otra vez contra él todo el poder de aquellos pueblos comarcanos, y se habían juntado muchos, y que venían con determinación de morir todos o vencer; y como Pedro de Alvarado lo supo, se salió con su ejército en un llano, y como venían tan determinados los contrarios, comenzaron a cercar al ejército y tirar vara y flecha y piedra y con lanzas, y como era llano y podían correr muy bien a todas partes los caballos, da en los escuadrones contrarios de manera que de presto los hizo volver las espaldas. Aquí le hirieron muchos soldados, y también un caballo, y según pareció murieron ciertos indios principales, así de aquel pueblo como de toda aquella tierra, por manera que de aquella victoria ya temían aquellos pueblos mucho a Alvarado y concertaron toda aquella comarca de enviarle a demandar paces, y le enviaron un presente de oro de poca valía por que aceptase las paces.

Volvamos a decir que como fueron con el presente delante de Pedro de Alvarado muchos principales, y después de hecha su cortesía a su usanza, le demandan perdón por las guerras pasadas, y ofreciéndose por vasallos de Su Majestad, y le ruegan que, porque su pueblo es grande y está en parte más apacible donde le pueden servir y junto a otras poblazones, que se vayan con ellos a él; y Pedro de Alvarado los recibió con mucho amor y no entendió las cautelas que traían; y después de haberles respondido lo mal que habían hecho en salir de guerra, aceptó sus paces, y otro día por la mañana, se fue con sU ejército con ellos a Utlatán, que así se dice el pueblo, y después que hubo entrado dentro y vieron una cosa tan fuerte, porque tenía dos puertas y la una de ellas tenía veinticinco escalones antes de entrar en el pueblo, y la otra puerta con una calzada que era muy mala y deshecha por dos partes y las casas muy juntas y las calles angostas, y en todo el pueblo no había mujeres ni gente menuda, cercado de barrancas, y de comer no les proveían sino mal y tarde, y los caciques muy demudados en los parlamentos, y avisaron a Pedro de Alvarado unos indios de Quetzaltenango que aquella noche los querían quemar a todos en aquel pueblo si allí se quedaba; y a todo esto Pedro de Alvarado mostraba buena voluntad a los caciques y principales de aquel pueblo y de otros comarcanos, y les dijo que porque los caballos eran acostumbrados a andar paciendo en el campo un rato del día, que por esta causa se salió del pueblo, porque estaban muy juntas las casas y calles, y los caciques estaban muy tristes porque así lo vieron salir; y ya Pedro de Alvarado no pudo más disimular la traición que tenían urdida, y sobre los escuadrones que tenían juntos mandó prender al cacique de aquel pueblo y por justicia lo mandó quemar y dió el señorío a su hijo; y luego se salió a tierra llana fuera de las barrancas y tuvo guerra con los escuadrones que tenían aparejados para el efecto que he dicho, y después que hubieron provocado sus fuerzas y mala voluntad fueron desbaratados.

Y dejemos de hablar de esto, y digamos cómo en aquella sazón, en un gran pueblo que se dice Guatemala, se supo las batallas que Pedro de Alvarado había habido después que entró en la provincia, y en todas había sido vencedor, y que al presente estaban en tierra de Utlatán, y que desde allí hacía entradas y daba guerra a muchos pueblos; (como) los de Utlatán y sus sujetos eran enemigos de los de Guatemala, acordaron de enviarles mensajeros con presente de oro a Pedro de Alvarado y a darse por vasallos de Su Majestad, y enviaron a decir que si había menester algún servicio de sus personas para aquella guerra, que ellos vendrían; y Pedro de Alvarado los recibió de buena voluntad y les envió a dar muchas gracias por ello, y para ver si era como se lo decían, y como no sabían la tierra, para que le encaminasen, les envió a demandar dos mil guerreros, y esto por causa de muchas barrancas y pasos malos que estaban cortados porque no pudiesen pasar, para que si fuesen menester los adobasen y llevar el fardaje, y los de Guatemala se los enviaron con sus capitanes; y Pedro de Alvarado se estuvo en la provincia de Utlatán siete u ocho días haciendo entradas, y eran de los pueblos rebeldes que habían dado la obediencia a Su Majestad y después de dada se tornaban alzar, y herraron muchos esclavos e indias y pagaron el real quinto, los demás repartieron entre los soldados, y luego se fue a la ciudad de Guatemala, y fue recibido y hospedado.

Otro día de gran mañana fueron al pueblo de Atitán, que así se dice, y estaba despoblado, y entonces mandó que corriesen la tierra y las huertas de cacahuatales, que tenían muchos, y trajeron presos dos principales de aquel pueblo, y Pedro de Alvarado les envió luego aquellos principales, con los que estaban presos del día antes, a rogar a los demás caciques que vengan de paz y les dará todos los prisioneros y serán de él muy bien mirados y honrados; y que si no vienen, que les dará guerra como a los de Quetzaltenango y Utatlán, y les cortará sus árboles de cacahuatales y hará todo el daño que pudiere.

En fin de más razones, con estas palabras y amenazas luego vinieron de paz y trajeron un presente de oro y se dieron por vasallos de Su Majestad, y luego Pedro de Alvarado y su ejército se volvió a Guatemala; y estando algunos días sin hacer cosa que de contar sea, vinieron de paz todos los pueblos de la comarca y otros de la costa del sur que se llaman los pipiles, y muchos de aquellos pueblos que vinieron a darse de paz se quejaron que en el camino por donde venían estaba una poblazón que se dice Izcuintepeque, y que eran malos, y que no los dejaban pasar por su tierra y les iban a saquear sus pueblos, y dieron otras muchas quejas de ellos, y no fueron verdaderas, porque personas dignas de fe de decir dijeron que se levantaron y que fue a ellos por robarles muy hermosas indias, y que no los llamó de paz. Y Pedro de Alvarado acordó de ir a ellos con todos los más soldados que tenía, y de a caballo y escopeteros y ballesteros y muchos amigos de Guatemala, y sin ser sentidos da una mañana en ellos, en que se hizo mucho daño y presa, y valiera más que así no lo hiciera sino conforme a justicia, que fue muy mal hecho y no conforme a lo que mandó Su Majestad.

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