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Capítulo LXXXIX

CÓMO HERNANDO CORTÉS SALIÓ DE MÉXICO PARA IR CAMINO DE LAS HIBUERAS EN BUSCA DE CRISTOBAL DE OLID Y DE FRANCISCO DE LAS CASAS Y DE LOS DEMÁS CAPITANES Y SOLDADOS QUE ENVIÓ; Y DE LOS CABALLEROS Y QUE CAPITANIAS SACÓ DE MÉXICO PARA IR EN SU COMPAÑÍA, Y DEL APARATO Y SERVICIO QUE LLEVÓ HASTA LLEGAR A LA VILLA DE GUAZCUALCO. Y DE OTRAS COSAS QUE PASARON Y LO QUE LUEGO SE HIZO

Como el capitán Hernando Cortés había pocos meses que había enviado a Francisco de las Casas contra Cristóbal de Olid, parecióle que por ventura no habría buen suceso la armada que había enviado, y también porque le decían que aquella tierra era rica de minas de oro; y a esta causa estaba muy codicioso, así por las minas como pensativo en los contrastes que podían acaecer en la armada poniéndosele por delante las desdichas que en tales jornadas la mala fortuna suele acarrear. Y como de su condición era de gran corazón, habíase arrepentido por haber enviado a Francisco de las Casas, sino haber ido él en persona; y no porque conocía muy bien que el que envió era varón para cualquier cosa de afrenta.

Y estando en estos pensamientos, acordó de ir, y dejó en México buen recaudo de artillería, así en la fortaleza como en las atarazanas, y dejó por gobernadores en su lugar tenientes al tesorero Alonso de Estrada y al contador Albornoz. Y si supiera de las cartas que Albornoz hubo escrito a Castilla a Su Majestad diciendo mal de él, no le dejara tal poder, y aun no sé yo cómo le aviniera por ello. Y dejó por su alcalde mayor al licenciado Zuazo, ya otra vez por mí nombrado; y por teniente del alguacil mayor y su mayordomo de todas sus haciendas a un Rodrigo de Paz, su deudo; y dejó el mayor recaudo que pudo en México; y encomendó a todos aquellos oficiales de la hacienda del rey, a quien dejaba el cargo de la gobernación, y asimismo lo encomendó a un fray Toribio Motolinía, de la Orden del Señor San Francisco, y a otros buenos religiosos; y que mirasen no se alzase México ni otras provincias.

Y porque quedase más paCifico y sin cabeceras de los mayores caciques, trajo consigo al mayor señor de México, que se decía Guatemuz, otras muchas veces por mí nombrado, que fue el que nos dió guerra cuando ganamos a México, y también al señor de Tacuba, y a un Juan Velázquez, capitán del mismo Guatemuz, y a otros muchos principales, y entre ellos a Tapiezuela, que era muy principal; y aun de la provincia de Michoacán trajo otros caciques, y a doña Marina, la lengua, porque Jerónimo de Aguilar ya era fallecido; y trajo en su compañía muchos caballeros y capitanes, vecinos de México, que fueron Gonzalo de Sandoval, que era alguacil mayor; y Luis Marín, y Francisco Marmolejo, Gonzalo Rodriguez de Ocampo, Pedro de Ircio, Avalos y Sayavedra, que eran hermanos; y un Palacios Rubios, y Pedro de Saucedo el Romo, y Jerónimo Ruiz de la Mota, Alonso de Grado, Santa Cruz, burgalés; Pedro Solís Casquete, Juan Jaramillo, Alonso Valiente y un Navarrete, y un Serna, y Diego de Mazariegos, primo del tesore ro; y Gil González de Benavides, y Hernán López de Avila, y Gaspar de Garnica, y otros muchos que no se me acuerdan sus nombres; y trajo un clérigo y dos frailes franciscos, flamencos, grandes teólogos, que predicaban en el camino; y trajo por mayordomo a un Carranza, y por maestresalas a Juan de Jaso y a un Rodrigo Mañueco, y por botiller a Serván Bejarano, y por repostero a un fulano de San Miguel, que vivía en Oaxaca; y trajo grandes vajillas de oro y de plata, y quien tenía cargo de la plata, un Tello de Medina; y por camarero, un Salazar, natural de Madrid: y por médico a un licenciado Pedro López, vecino que fue de México; y cirujano a maese Diego de Pedraza, y muchos pajes, y uno de ellos era don Francisco de Montejo, el que fue capitán en Yucatán el tiempo andando; no digo al adelantado, su padre; y dos pajes de lanza, que el uno se decía Puebla; y ocho mozos de espuelas; y dos cazadores halconeros, que se decían Perales y Garci Caro y Alvaro Montáñez; y llevó cinco chirimías y sacabuches y dulzainas y un volteador, y otro que jugaba de manos y hacía títeres; y caballerizo, Gonzalo Rodríguez de Ocampo; y acémilas, con tres acemileros españoles; y una gran manada de puercos, que venían comiendo por el camino; y venían con los caciques que dicho tengo sobre tres mil indios mexicanos, con sus armas de guerra, sin otros muchos que eran de su servicio de aquellos caciques.

Ya que estaba de partida para venir su viaje, viendo el factor Salazar y el veedor Chirinos, que quedaban en México, que no les dejaba Cortés cargo ninguno ni se hacía tanta cuenta de ellos, como quisieran, acordaron de hacerse muy amigos del licenciado Zuazo y de Rodrigo de Paz y de todos los conquistadores viejos amigos de Cortés que quedaban en México, y todos juntos le hicieron un requerimiento a Cortés que no salga de México, sino que gobierne la tierra, le ponen por delante que se alzará toda la Nueva España; y sobre ello pasaron grandes pláticas y respuestas de Cortés a los que le hacían el requerimiento. Y después que no le pudieron convencer a que se quedase, dijo el factor y veedor que le querían venir a servir y acompañarle hasta Guazacualco, que por alli era su viaje. Pues ya partidos de México de la manera que he dicho, saber yo decir los grandes recibimientos y fiestas que en todos los pueblos por donde pasaba se le hacían fue cosa maravillosa, y más se le juntaron en el camino otros cincuenta soldados y gente extravagante, nuevamente venidos de Castilla, y Cortés les mandó ir por dos caminos hasta Guazacualcos, porque para todos juntos no habría tantos bastimentos. Pues yendo por sus jornadas, el factor Gonzalo de Salazar y el veedor íbanle haciendo mil servicios a Cortés, en especial el factor, que cuando con Cortés hablaba, la gorra quitaba hasta el suelo y con muy grandes reverencias y palabras delicadas y de gran amistad, con retórica muy subida le iba diciendo que se volviese a México y no se pusiese en tan largo y trabajoso camino, y poniéndole por delante muchos inconvenientes; y aun algunas veces, por complacerle iba cantando por el camino junto a Cortés, y decía en los cantos: ¡Ay. tío, y volvámonos! ¡Ay, tío, volvámonos, que esta mañana he visto una señal muy mala! ¡Ay, tío, volvámonos! Y respondíale Cortés. cantando: ¡Adelante, mi sobrino! ¡Adelante. mi sobrino, y no creáis en agüeros, que será lo que Dios quisiere! ¡Adelante, mi sobrino!

Y dejemos de hablar en el factor y de sus blandas y delicadas palabras, y diré cómo en el camino, en un poblezuelo de un Ojeda, el Tuerto, que es cerca de otro pueblo que se dice Orizaba, se casó Juan Jaramillo con doña Marina, la lengua, delante de testigos. Pasemos adelante, y diré cómo van camino de Guazacualco y llegan a un pueblo grande que se dice Guaspaltepeque, que era de la encomienda de Sandoval, y como lo supimos en Guazacualco que venía Cortés con tanto caballero, así el alcalde mayor, como capitanes y todo el cabildo y regidores fuimos treinta y tres leguas a recibir a Cortés y a darle el parabienvenido, como quien va a ganar beneficio. Y esto digo aquí porque vean los curiosos lectores y otras personas qué tan tenido y aun temido estaba Cortés, porque no se hacía más de lo que él quería, ahora fuese bueno o malo. Y desde Guaspaltepeque fue caminando a nuestra villa; y en un río grande que había en el camino comenzó a tener contrastes, porque al pasar se le trastornaron dos canoas y se le perdió plata y ropa, y aun a Juan Jaramillo se le perdió la mitad de su fardaje, y no se pudo sacar cosa ninguna a causa que estaba el río lleno de lagartos muy grandes. Y desde allí fuimos a un pueblo que se dice Uluta, y hasta llegar a Guazacualco le fuimos acompañando, y todo por poblado.

Pues quiero decir el gran recaudo de canoas que teníamos ya mandado que estuviesen aparejadas y atadas de dos en dos en el gran río, junto a la villa, que pasaban de trescientas. Pues el gran recibimiento que le hicimos con arcos triunfales y con ciertas emboscadas de cristianos y moros, y otros grandes regocijos e invenciones de juegos; y le aposentamos lo mejor que pudimos, así a Cortés como a todos los que traía en su compañía, y estuvo allí seis días. Y siempre el factor le iba diciendo que se volviese del camino que traía; que mirase a quién dejaba en su poder; que tenía al contador por muy revoltoso y doblado amigo de novedades, y que el tesorero se jactanciaba que era hijo del rey católico, y que no sentía bien de algunas cosas y pláticas que en ellos vió que hablaban en secreto después que les dió el poder, y aun de antes; y además de esto, ya en el camino tenía Cortés cartas que enviaban desde México diciendo mal de su gobernación de aquellos que dejaba. Y de ello avisaban al factor sus amigos, y sobre ello decía el factor a Cortés que también sabría el gobernar, y el veedor, que allí estaba delante, como los que dejaba en México, y se le ofrecieron por muy servidores. Y decía tantas cosas melosas y con tan amorosas palabras, que le convenció para que le diesen poder al factor y a Chirinos, veedor, para que fuesen gobernadores, y fue con esta condición: que si viesen que Estrada y Albornoz no hacían lo que debían al servicio de Nuestro Señor y de Su Majestad, gobernasen ellos solos.

Estos poderes fueron causa de muchos males y revueltas que hubo en México, como adelante diré después que hayamos hecho un muy trabajoso camino; y hasta haberlo acabado y estar en una villa que se llamaba Trujillo no contaré en esta relación cosa de lo acaecido en México. Y quiero decir que a esta causa dijo Gonzalo de Ocampo en sus libelos infamatorios:

¡Oh, fray Gordo de Salazar,
factor de las diferencias!
Con tus falsas reverencias
engañaste al provincial.
Un fraile de santa vida
me dijo que me guardase
de hombre que así hablase
retórica tan polida.

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