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Capítulo XCIII

CÓMO CORTÉS SE EMBARCÓ CON TODOS LOS SOLDADOS, CUANTOS HABÍA TRAIDO EN SU COMPAÑÍA Y LOS QUE HABÍAN QUEDADO EN SAN GIL DE BUENA VISTA, Y FUE A POBLAR A DONDE AHORA LLAMAN PUERTO DE CABALLOS, Y LE PUSO NOMBRE LA NATIVIDAD, Y OTRAS MÁS COSAS QUE PASARON Y QUE DIRÉ LO QUE ALLÍ HIZO

Después como Cortés vio que en aquel asiento que halló poblados a los de Gil González de Avila no era bueno, acordó de embarcarse en los dos navíos y bergantín con todos cuantos en aquella villa estaban, que no quedó ninguno, y en ocho días de navegación fue a desembarcar adonde ahora llaman Puerto de Caballos. Y como vió aquella bahía buena para puerto y supo de indios que había cerca poblazones, acordó de poblar una villa, que la nombró Natividad, y puso por su teniente a un Diego de Godoy. Y desde allí hizo dos entradas en la tierra adentro, a unos pueblos cercanos que ahora están despoblados, y tomó lengua de ellos cómo había cerca otros pueblos, y abasteció la villa de maíz, y supo que estaba el pueblo de Naco, donde degollaron a Cristóbal de Olid, cerca de aquel pueblo, y escribió a Gonzalo de Sandoval, creyendo que ya había llegado y estaba de asiento en Naco, que le enviase diez soldados de los de Guazacualco, y decía en la carta que sin ellos no se hallaba en hacer entradas; y escribió cómo quería irse de allí al puerto de Honduras, adonde estaba poblada la villá de Trujillo, y que Sandoval con sus soldados pacificasen aquellas tierras y poblasen una villa; la cual carta vino a poder de Sandoval estando que estábamos en las estancias por mí ya dichas, que no habíamos llegado a Naco.

Y dejemos de decir de Cortés y de sus entradas que hacía desde Puerto de Caballos, y de los muchos mosquitos que en ellas les picaban, así de día como de noche, a io que después le oía decir, tenía con ellos tan malas noches, que estaba la cabeza sin sentido de no dormir. Pues como Gonzalo de Sandoval vió las cartas, luego se fue desde aquellas estancias que dicho tengo a unos pueblezuelos que se dicen Cuyuacán, que estaban de allí siete leguas, y no se pudo ir luego a Naco, como Cortés le había mandado, por no dejar atrás en los caminos muchos soldados que se habían apartado a otras estancias, por tener que comer ellos y sus caballos, y por causa que al pasar un río muy hondo, de dos que había, que no se podían vadear, y era camino de las estancias, y por dejar recaudo de una canoa con que pasaban los españoles que quedaban rezagados y muchos indios mexicanos que venían dolientes. Y esto fue también por temor de que unos pueblos cercanos de las estancias, que confinaban en el río y Golfo Dulce, venían cada día de allí de guerra muchos indios de los pueblos, porque no hubiese algún mal recaudo y muerte de españoles y de indios mexicanos, mandó Sandoval que quedásemos a aquel paso ocho soldados, y a mí me dejó por caudillo de ellos, y que tuviésemos una canoa del pasaje siempre varada en tierra, y que estuviésemos alerta si daban voces pasajeros de los que estaban en las estancias, para luego pasarles. Y una noche vinieron muchos indios guerreros de los pueblos cercanos y de las estancias, creo unas minas que se descubrieron desde ha tres años; y desde allí repente en los ranchos en que estábamos, y les pusieron fuego. Y no vinieron tan secreto que ya les habíamos sentido, y nos recogimos todos ocho soldados y cuatro mexicanos de los que estaban sanos, y arremetimos a los guerreros y a cuchilladas los hicimos volver por donde habían venido, puesto que flecharon a dos soldados y a un indio; mas no fueron mucho las heridas. Y después que aquello vimos, fuimos tres compañeros a las estancias adonde sentíamos que habían quedado indios y españoles dolientes, que sería una legua de allí, y trajimos a un Diego de Mazariegos, ya otras veces por mí nombrado, y a otros españoles que estaban en su compañía, y a indios mexicanos que estaban dolientes, y luego los pasamos el río, y fuimos adonde Sañdoval estaba.

Y yendo que íbamos nuestro camino, como un español de los que habíamos recogido en las estancias iba muy malo, y era de los nuevamente venidos de Castilla, y medio isleño, hijo de genovés, y como iba malo y sin tener qué darle de comer, sino tortillas y pinol, y ya que llegábamos a obra de media legua donde estaba Sandoval, se murió en el camino, y no tuve gente para llevar el cuerpo muerto hasta el real. Y llegado adonde Sandoval estaba, le dije de nuestro viaje y del hombre que se quedó muerto; y hubo enojo conmigo porque entre todos nosotros no le trajimos a cuestas o en un caballo. Y le dije que traíamos dos dolientes en cada caballo, y nos venimos a pie, y que por esa causa no se pudo traer. Y un soldado que se decía Bartolomé de Villanueva, que era mi compañero, respondió a Sandoval muy soberbio que harto teníamos que traer nuestras personas sin traer muertos a cuestas, y que renegaba de tanto trabajo y pérdida como Cortés nos había causado. Y luego mandó Sandoval a mí y a Villanueva que sin más parar le fuésemos a enterrar. Y llevamos dos indios y un azadón, e hicimos su sepultura, y lo enterramos, y le pusimos una cruz, y hallamos en la cabecera del muerto una taleguilla con muchos dados y un papel escrito, una memoria dónde era natural y cuyo hijo era, y qué bienes tenía en Tenerife. Pues, el tiempo andando, se envió aquella memoria a Tenerife. Y perdónele Dios, amén.

Dejemos de contar cuentos, y quiero decir que luego Sandoval acordó que fuésemos a otros pueblos que ahora están cerca de unas minas que se descubrieron desde ha tres años; y desde allí fuimos a otro pueblo que se dice Quimistán; y otro día, a hora de misa, fuimos a Naco, y en aquella sazón era buen pueblo, y hallámosle despoblado de aquel mismo día; y después de aposentarnos en unos patios grandes, donde habían degollado a Cristóbal de Olid, que estaba el pueblo bien bastecido de maíz y de frijoles, y ají, y también hallamos un poco de sal, que era la cosa que más deseábamos, y allí asentamos con nue~tro fardaje, como si hubiéramos de estar en él para siempre. Hay en este pueblo la mejor agua que habíamos visto en la NueVa Espáña, y un árbol que en mitad de la siesta, por recio sol que hiciese, parecía que la sombra del árbol refrescaba el corazón y caía de él uno como rocío muy delgado que confortaba las cabezas. Y este pueblo en aquella sazón fue muy poblado y en buen asiento, y había fruta de zapotes colorados y de los chicos, y estaban en comarca de otros pueblos. Y dejado he aquí, y diré lo que allí nos avino.

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