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Introducción
Fernand Pelloutier y el sindicalismo
Por Max Nettlau
En los años que precedieron al sitio de París y a la Commune (1870-71), los sindicatos obreros de la capital de Francia pasaron de la dirección ideal de los proudhonistas a la de los colectivistas antiautoritarios de la Internacional, de los que fue a la vez alma y cabeza Eugenio Varlin, martirizado en mayo de 1871. Durante la represión de todo el movimiento avanzado, los sindicatos vegetaban bajo la tutela de hombres de los partidos republicanos, siendo poco menos que conservadores. A partir de 1876, con el socialismo renaciente, los jefes socialistas se hacen los amos. En cuanto a los anarquistas, a partir de los alrededores de 1880, algunos pequeños sindicatos, muy militantes, pero que no tienen relación alguna con la gran masa de los sindicatos moderados. Emilio Pouget, que en persona había sido el espíritu inspirador de los empleados de comercio, organizados desde 1879, y de la acción de los anarquistas entre los sin trabajo, en su Padre Peinard -en ocasión de las grandes persecuciones de París, que pusieron en desorden a los grupos anarquistas-, aconsejó a los camaradas la entrada en los sindicatos para combatir la sumisión a los políticos. Esto fue a principios de 1894, y él ya había observado cómo se elevaba una protesta contra los políticos en los sindicatos; ello ocurrió con motivo de la entrada de la idea de la huelga general en la mentalidad obrera, hacia 1890 (el primero de mayo), al quebrantarse la fe en los políticos por los escándalos de la política ambiente y la vehemente propaganda anarquista de entonces, y también al originarse las tendencias antiparlamentarias y de lucha económica en la fracción más avanzada de los posibilistas, el partido que se agrupaba en torno de Juan Alleusane, un comunero deportado, repatriado y director de una imprenta social.
Pero el que se interesó más en los sindicatos, a partir de 1892, venia del campo socialista, y en 1893 se convirtió en un anarquista-comunista convencido; éste fue Fernando Pelloutier. Por su acción, desde 1893 a 1900, y por la de Pouget, Greffuelhes, Yvetot y un número muy reducido de otros hombres, de 1900 a 1908, el sindicalismo francés fue, durante estos quince años, en marcha ascendente, un factor emancipador que se hubiera hecho revolucionario, apareciendo como todopoderoso, la fuerza y forma mismas de la revolución social que estaba próxima. Estas esperanzas quedaron frustradas desde 1909, 1908, hasta desde 1906, para los más clarividentes, pero Pelloutier, al cabo de su corta vida, en 1901 veía subir el movimiento, y si él hubiera seguido viviendo, puede que hubiera sabido impedir que se subiera con aquella precipitación, ya que las catástrofes son igualmente grandes y rápidas.
Fernando Pelloutier, nacido en París el 1° de octubre de 1867, ligado por su familia al oeste de Francia, a las ciudades del Havre y Saint-Nazaire, joven, de buena educación, sin medios, habiendo reaccionado vivamente contra el ambiente conservador que le rodeaba, se había lanzado al periodismo radical local de las ciudades del Oeste, pero personalmente se hizo socialista. No se apartó por entonces de la política socialista, pero hizo muchas lecturas sólidas, entre otras, la de Proudhon, y se iba interesando en la vida misma de los trabajadores en sus luchas económicas, lo cual era la última preocupación de los políticos socialistas, que sólo se cuidaban de sus votos.
Antes de esta evolución, en 1889 ya, en una hojita radical, sostuvo la candidatura de Arístides Briand, abogado desconocido y sin compromisos entonces, que buscaba abrirse paso. Pelloutier, sin hacerse ilusiones, le prodigó su apoyo intelectualmente, mientras le pareció que era útil para su carrera. Briand comprendió las probabilidades de adelanto politico que el socialismo electoral ofrecia a sus diputados, pero los primeros lugares estaban ocupados por candidatos de antigua fecha. No teniendo aún probabilidad alguna de ser uno de ellos, permanecia independiente y decia lo que los otros socialistas, por mil razones electorales, no osaban decir, y se impuso también a la atención de los socialistas con proezas y audacias que los otros no se atrevian a imitar. Pelloutier debió divertirse tirando de los hilos de Briand. Así, cuando Pelloutier, en un Congreso socialista, verificado en Tours del 3 al 5 de septiembre de 1892, habia hecho votar en pro de un proyecto completo para la huelga general, que se elaboraba para el Congreso internacional de 1893, Aristides Briand, en el Congreso de los guedistas, presentó la misma proposición el 14 de septiembre, y en el Congreso de la Federación de Sindicatos, del 19 al 23 de septiembre, también en Marsella, hizo un gran panegírico de la huelga general. Este discurso -que no debe ser confundido con un discurso parecido pronunciado en septiembre de 1899 en Paris y que está muy esparcido en folleto- hizo sensación en el mundo socialista y fue el primer escalón de la alta carrera de Briand que, en adelante, no tenia ya necesidad de Pelloutier.
En febrero de 1893, Pelloutier dejó la provincia para establecerse en Paris, donde Agustín Hamon y Gabriel de La Salle, compatriotas del oeste, fueron los puntos de apoyo para su primera orientación. Hamon se habia dedicado a reunir, de año en año, los hechos que se prestan a la critica social, y Pelloutier colaboró con él. En los datos reunidos metódicamente examinó la psicologia del militar profesional y, un poco más tarde, la del anarquista socialista. Según los textos impresos describió, como más tarde el doctor Eltzbacher , las teorias y la táctica anarquistas, y estas sobrias exposiciones imparciales hicieron mucho bien frente al horroroso lombrosismo que se imponia entonces y que, aparte de ser reaccionario y ruin, era fundamentalmente superficial y estaba mal informado. La Salle fue un poeta que publicó la revista literaria El Arte social -desde noviembre de 1891 a febrero de 1894-, órgano de los mejor inspirados. Por mediación de Hamon, pues, conoció Pelloutier las publicaciones anarquistas ampliamente y, como ha relatado Hamon, llegó a un antiguedismo -antimarxismo- apasionado; como era un organizador, trató de reemplazar la organización estadista central con una organización federalista, y el resultado fue el sindicalismo.
Puede que hubiera que añadir que Pelloutier conocería entonces a la vez el comunismo anarquista de Kropotkin, en boga en aquellos momentos a su alrededor, el colectivismo de la Internacional, por las actas de los Congresos de 1867 a1 1869, la intriga marxista en aquella organización y la concepción económica de la misión de los trabajadores en las luchas sociales, que la Memoria de la Federación Jurásica, escrita por Jaime Guillaume, con los escritos de propaganda obrera de Bakunin, 1869, publicada en 1873, daba a conocer. Aún habría conocido la misión de los sindicatos y de su centro: la Cámara Federal de las Sociedades obrerasCommune les inspiraban, y pudo completar su estudio de Proudhon.
Con todas aquellas impresiones pudo trazar, con su imaginación clara, una renovación del vigor de la Agrupación local de los sindicatos, es decir, inspirar a los sindicatos locales reunidos por la influencia de un Varlin, las ideas del comunismo libertario, aspiraciones de cultura, preconizadas por el Arte social, federar aquellos grandes organismos, como había aconsejado Proudhon, y hacerles tomar una posición cada vez más importante frente al estadismo y la burguesía que, privados de su concurso, se estrellarían. Tal fue, en suma, el ideal social de Pelloutier y su proeza histórica no es que fuera invención suya, su descubrimiento -porque todas las fracciones componentes existían ya y eran accesibles a que cualquiera hubiera dedicado algunas horas a estudiar las publicaciones conocidas-; tampoco era una novedad el haber llenado el antiguo cuadro de concepciones comunistas libenarias más recientes -Kropotkin y todos los demás habían hecho lo mismo-; pero su misión histórica sólo consiste en su voluntad de poner manos a la obra para realizar, desde aquel momento, lo que podía conducir a la verdadera unión de las fuerzas determinadas para entablar la gran lucha social, sobre aquellas bases apenas entrevistas en 1869- 70 y completamente obstruidas después por la política y el reformismo.
Pelloutier era, desde principios de 1894, el delegado de la Bolsa del Trabajo de Saint-Nazaire en la Federación de las Bolsas, y en junio de 1895 fue nombrado secretario de aquella Federación, de la que tuvo lugar un Congreso entonces en Nimes. ¿Cuál era entonces la situación de las organizaciones francesas?
En octubre de 1886, la Federación Nacional de los Sindicatos había sido fundada en Lyon; en aquel mismo año fueron fundadas las Bolsas del Trabajo de París y Nimes. Las Bolsas de Francia se federan en febrero de 1892, en Saint-Etienne. En julio de 1893, un Congreso general celebrado en París ordena a los sindicatos: primero, entrar en las Bolsas y su Federación, y segundo, agruparse en Federaciones industriales que, con las de los otros países formarían las Federaciones internacionales, un doble cuadro organizador que corresponde exactamente al que Anselmo Lorenzo, en nombre de la Conferencia de Valencia, de la Internacional española, de septiembre de 1871, propuso a la Conferencia de Londres, aquel mismo mes, y dicha Conferencia clasificó el proyecto en sus carpetas (y yo le he publicado por la vez primera en los Documentos inéditos sobre la Internacional y la Alianza en España, en 1930, págs. 50-53).
Pero se estaba bien lejos de una cooperación de las Bolsas y las Federaciones. Estas últimas eran el elemento retardatario, el feudo de los políticos guedistas, y las Bolsas fueron el elemento de vanguardia, inspirándose en el sentimiento comunalista: estado de cosas inevitable, ya que los hombres de una localidad, que se conocen, desarrollan el sentimiento social de una manera muy diferente que los hombres dispersos de las Federaciones industriales, que no se conocen siquiera entre ellos en las localidades múltiples, y el interés especial de la corporación, separa los intereses colectivos de su ambiente local. La mentalidad de las Federaciones está, pues, afetrada a las cuestiones presentes del oficio, y la mentalidad amplia y generosa de los hombres resueltos a luchar por el porvenir se forma en las Bolsas, término prosaico mal elegido, pero que la tradición ha consagrado en Francia. En septiembre de 1894, los dos elementos se reunieron en Congreso, en Nantes; se juntaron 21 Bolsas (776 sindicatos), 30 Federaciones (682 sindicatos) y 204 sindicatos que tenían delegados directos. Allí estaban tanto Pelloutier y Briand como Guesde y Lafargue, y por 67 votos contra 37 fueron derrotados los adversarios de la huelga general, que se retiraron del Congreso. En fin, en 1895, en el Congreso de Limoges fue fundada la Confederación General del Trabajo, organización bien nominal entonces, puesto que de sus primeros años, 1895-1900, Pouget mismo ha escrito:
Durante los cinco años que siguieron, la CGT permaneció en el estado embrionario. Su acción fue casi nula y su más grande suma de actividad se empleó en mantener un lamentable antagonismo surgido entre ella y la Federación de las Bolsas del Trabajo. Esta última organización, que era entonces autónoma, concentraba toda la vida revolucionaria de los sindicatos, mientras que la CGT vegetaba penosamente, ya que en aquellos momentos no englobaba más que a las Federaciones corporativas. En dicho lapso de tiempo, la impulsión y la orientación le fue dada a la Confederación por los elementos que, después, se han clasificado particularmente con la etiqueta reformista ... (Véase El Partido del Trabajo, 1905). Hasta la celebración del Congreso de Tolosa, en 1897, no se pudo apreciar una ligera mejoría, y desde entonces a 1900 -Congreso reunido en París, en septiembre- hubo una infiltración de elementos revolucionanos en la CGT, de manera que el Congreso de París les dio la supremacía, pero Pelloutier estaba moribundo entonces y falleció en marzo de 1901. Su actividad en las Bolsas se produjo, pues, frente a la enemistad confederal y, necesariamente, ésta implicaba también la oposición o enemistad de numerosos sindicatos, que estaban afiliados a los dos organismos.
Pelloutier pasó, pues, sus varios años de trabajo intensivo, como secretario de las Bolsas, frente a dichas animosidades y aun tenía otros obstáculos muy fuertes contra él. En el fondo de la fundación de las Bolsas del Trabajo estaba a menudo el deseo de municipalidades radicales o de políticos locales, de asegurarse los votos de los obreros; ellos daban el local y subvenciones, lo que desacostumbraba a los sindicatos a reglamentar sus cotizaciones, si es que habían tenido alguna vez dicha costumbre. En total, que aquello fue una independencia precaria y desmoralizadora. Pero los medios para pasar sin aquellas subvenciones nunca fueron fáciles de encontrar, puesto que el estado de subvencionados no fue considerado oneroso y contrario a la dignidad por muchos, que creían tener derecho a los fondos públicos, como ciudadanos. Pelloutier sufría mucho en aquel estado de cosas, pero ¿qué podía hacer él, que fue apenas tolerado y que tenía tantos enemigos?
Sus ideas sobre la huelga general están expresadas en su primera Memoria del 3 de septiembre de 1892; en su ensayo histórico de 1893, La huelga general, que demuestra cómo ha conocido las discusiones en la Internacional, en 1869 y 1873; el diálogo ¿Qué es la huelga general? (en colaboración con Henri Girard), en 1894.
La organización corporativa y la anarquía apareció en el Arte social, en 1896, Los Sindicatos en Francia (1897), El Congreso general del Partido Socialista francés, 3-8 de diciembre de 1899, precedido de una Carta a los anarquistas (1900), IX, 72 páginas en 18°. Método para la creación y funcionamiento de las bolsas del trabajo (octuJ bre 1895) y otros documentos de la práctica de la organización. Dejó un manuscrito publicado por su hermano Mauricio, como Historia de las bolsas del trabajo (las páginas 33-171 de un volumen de 1902, conteniendo también trabajos sobre el conjunto de su actividad, por Georges Sorel y Víctor Dave, y los documentos complementarios, 1902). La revista mensual El obrero de los dos mundos, más tarde. El mundo obrero, fue producida por él con grandes dificultades y, a veces, hasta llegó a trabajar en su composición tipográfica. Colaboró en el Diario del Pueblo, cotidiano anarquista de 1899, del que fueron los principales redactores Sebastián Faure y, después, Pouget.
Sus trabajos descriptivos de la vida de trabajo están reunidos en el. volumen La vida obrera en Francia (1900). Había ayudado a Hamon a componer el volumen El socialismo actual, que no ha llegado a publicarse. Escribió mucho en Los tiempos nuevos, el semanario de Juan Grave, a partir del 26 de junio de 1895, y en 1896, para presentar el sindicalismo de entonces a los anarquistas y discutir su crítica. El arte de la revuelta, conferencia pronunciada el 30 de mayo de 1896 (editada en folleto por el Arte Social); La anarquía burguesa, que se encuentra traducida en Ciencia social (Barcelona), analizando los orígenes del centralismo en Francia, en la Revolución del 93; el despotismo de París, etc., tales escritos demuestra lo que hubiera podido decir como observador, a tener las manos libres y una buena salud.
Pero, desde su adolescencia, un lupus tuberculoso roía su rostro y, en los últimos años, la tuberculosis descendió a la laringe y pasó algunos años sintiéndose morir. En aquella situación, como secretario de las Bolsas del Trabajo, no ganaba sueldo alguno, al principio; más tarde, 300, 600 y, al final, 1.200 francos al año, cantidad insuficiente para subsistir en un lecho de enfermo, teniendo una esposa a mantener. Entonces Sorel, viendo su miseria, habló a Jaures, quien no pudo hacer nada mejor que hablar a Millerand, ministro entonces, quien le nombró informador (provisional, externo) del Departamento del Trabajo, que formaba parte del Ministerio de Comercio, y Pelloutier, enfermo entonces, se enteró de ello cuando ya estaba todo hecho, y aceptó el puesto, haciendo durante nueve meses trabajos a base de materiales estadísticos reunidos por el Departamento, con una paga de 1.800 francos anuales. Cuando acudió la última vez a un Congreso, en septiembre de 1900, los delegados guedistas se ocuparon del asunto, y Pelloutier, con el cuello sangrante y sin poder hablar un rato sin tener que tragar trozos de hielo, hubo de defenderse contra aquella malevolencia. Seis meses después murió auténticamente.
Era necesario un inmenso idealismo en este hombre, cuyo espíritu estuvo dirigido hacia el porvenir, y la voluntad hacia la gran lucha; tenía ideas muy serias sobre la huelga general, y las Bolsas del Trabajo fueron para él los hornillos locales de la revolución; era necesario un idealismo inmenso para trazar las primeras líneas de la tarea de apartar a los militantes de los sindicatos, poquito a poco, de los consejos municipales, diputados de la localidad, candidatos socialistas y de las pequeñas guerras entre las organizaciones sociales, que perduraban de año en año, desde 1880, y que los esfuerzos de unificación de veinte años después no han hecho más que transportar al interior de los unificados.
Pelloutier no pudo vencer; solamente consiguió dejar entrever la idealidad que se podría imprimir a la vida obrera local, si se quisiera solamente y se aplicara sin reservas. Casa del Pueblo, Centro de cultura obrera, Centro de relaciones para la lucha, una de las partes del Municipio libre del porvenir, en todo esto eran susceptibles de convertirse las Bolsas del Trabajo y su pensamiento, su palabra escrita, nos lo dice siempre. Pero, hasta en el caso de que hubiera podido ver realizarse un poco de sus sueños, se hubiera encontrado frente al pensamiento y la voluntad de los que querían actuar por medio de las Federaciones industriales. Si en los años que siguen a 1900, Federaciones y Bolsas han establecido un modus vivendi, ello fue posible porque las Bolsas se han resignado a ceder el paso a las Federaciones. Pelloutier no estaba ya allí; ¿hubiera sacrificado él toda su obra, o hubiera luchado, como los que después de él se han ocupado de las Bolsas no han sabido luchar? Descuidando las Bolsas, la vida local, los que llegaron al Poder por medio de las Federaciones, han realizado bien pronto una política de pujanza, de prestigio y esplendor, jugándoselo todo a la única carta del Primero de Mayo de 1906, y perdiendo en este Primero de Mayo, y puestos a la defensiva desde aquel momento, primero contra el socialismo (Jaurés), luego contra toda la represión del Estado (Clemenceau), más tarde contra el reformismo (Briand) y llegando así a la catástrofe de los años 1908-1909 -de la CGT, de Pouget y Grifuelles, a la CGT, de León Jouhaux-. Si Pelloutier hubiera vivido, ¿hubiera podido evitar este desastre?
Algunos extractos del diálogo sobre La huelga general (últimos meses de 1894):
Esto sería por todas las partes a la vez, no ya la revuelta, sino la amenaza de la revuelta, es decir, la obligación para el Gobierno de inmovilizar sus guarniciones. En vez de poner frente a frente, como en la revolución clásica, 30.000 insurrectos y 100, 150 ó 200.000 soldados, según las necesidades, evolucionando en un espacio de treinta y nueve kilómetros de circunferencia (París y sus alrededores), la huelga general enfrentaría aquí 200.000 obreros contra 10.000 soldados; allá, 10.000 contra 500; en otros sitios, como en Decazeville, en Trignac, 1.000 o 1.200 contra una brigada de gendarmería. ¿Comprendes la diferencia? ¡Y qué de recursos para los huelguistas! Paralización de los transportes, supresión del alumbrado público, imposibilidad de avituallamiento de los grandes centros ...
... Cada uno de ellos (de los huelguistas) permanecería en su barrio y realizaría su toma de posesión, al principio, de los pequeños talleres, de las panaderías, después, de los talleres más importantes y, en fin, pero únicamente después de la victoria, de los grandes establecimientos industriales ...
... Es que, debiendo ser una revolución en todas y en ninguna parte la huelga general, debiendo realizarse la toma de posesión de los instrumentos de la producción por barrios, por calles, por casas, por decirlo así, nada de constitución posible de un Gobierno insurreccional ni dictadura del proletariado; nada de cráter del motín ni de centro de resistencia; la asociación libre de cada grupo de panaderos, en cada panadería, de cada grupo de cerrajeros, en cada taller de cerrajería: en una palabra, la producción libre ...
En La organización corporativa y la anarquía de 1896, Pelloutier dice:
... Por consiguiente, no podemos imaginarnos la sociedad futura (sociedad transitoria, pues, por viva que sea nuestra imaginación, el progreso lo es aún más y mañana puede que nuestro ideal presente nos parezca bien vulgar), no podemos imaginar la sociedad futura más que como la asociación voluntaria, libre, de los productores.
... Restablecida así la función racional de la Humanidad (por la supresión de las leyes), queda a instituir la asociación de los productores: asociación consentida libremente, siempre abierta, hasta limitada, si los asociados lo creen útil o simplemente lo desean, a la ejecución del objeto que la hizo nacer, tal, en una palabra, que nadie tenga que temer las obligaciones morales, no menos penosas que las obligaciones materiales; las violencias individuales, más sensibles aún que las violencias colectivas.
¿Cuál debe ser la misión de estas asociaciones? ...
Después de haberlas diseñado, Pelloutier continúa:
Pues bien, estas Asociaciones, las actuales Bolsas del Trabajo (nombre desdichado: Cámaras del Trabajo sería más digno), ¿no nos dan una idea? Sus funciones ¿no son las que tienen que cumplir o que aspiran a realizar las Federaciones corporativas que en diez años habrán unido a los trabajadores del mundo entero ...?
Continúa elaborando este paralelo relativamente a las Cámaras del Trabajo (nombre usado desde el tiempo de la Internacional), para concluir:
Entre la unión corporativa que se elavora y la sociedad comunista y libertaria, en su periodo inicial, hay concordancia ...
Y termina diciendo a los obreros:
... Que amplíen, pues, el campo de estudio abierto así ante ellos. Que, comprendiendo que tienen en sus manos toda la vida social, se acostumbren a no poner más que en ellos la obligación del deber, a detestar y romper toda autoridad extraña. Esta es su misión, éste es también el objeto de la anarquía.
Es, más bien, un paralelo educativo y persuasivo lo que Pelloutier me parece elaborar aquí, que una continuidad formal, pues él profesa la ignorancia ante todas las posibilidades del porvenir. Fue un hombre de amplios horizontes, como ha habido pocos en nuestras filas, antes ni después de él. Su entrada elevó el nivel del sindicalismo muy alto, de un golpe; su muerte prematura dejó un vacío muy grande. Yo no lo vi más que en 1896, cuando venía al Congreso Internacional de Londres, vivo, serio, inteligente y cruelmente enfermo, así me pareció entonces.
Viena, diciembre 1932
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