Índice del libro Historia de las Bolsas de Trabajo de Fernand Pelloutier | Capítulo anterior | Capítulo siguiente | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|
Capítulo tercero
Nacimiento de las bolsas de trabajo
Mientras las diversas fracciones socialistas se dividen a partir del congreso de Saint-Etienne, 1882, hasta su fraccionamiento, viéndose luego condenadas a atenuar y a limitar cada vez más sus reivindicaciones, lo que pone de relieve la impotencia reformadora de la acción proletaria, las organizaciones obreras empiezan a reconocer cuánto había de quimérico en sus proyectos de conciliación entre quienes producen y los patronos. ¿Qué resultado habían dado aquellos comités que tantas esperanzas suscitaron? Ninguno. Los patronos se negaban incluso a discutir las condiciones de trabajo. Por otra parte, la huelga que ciertos sindicatos habían rechazado porque por su naturaleza comprometía a la industria francesa, sin aportar ninguna ventaja para los trabajadores, se reconocía como el arma necesaria y se la declaraba no sólo permitida sino imprescindible, porque de lo contrario los trabajadores se veían amenazados por una disminución de salario. El divorcio entre las corporaciones y los poderes públicos, ya denunciado en 1876 por la negativa de los obreros parisinos de aceptar la subvención de 100.000 francos en ocasión de la Exposición de Filadelfia, había consumado definitivamente la ruptura de cualquier relación entre los sindicatos barberetistas (1) y los socialistas. Entonces fue cuando, dejándose llevar por la ilusión de que resultase posible el acuerdo entre ellos y los empresarios, se adentraron por la seguda fase de su evolución.
Creyendo que el fracaso completo de la escuela socialista se debía a la inadecuación de su táctica, proyectaron una acción sindical propia, basada en la organización del empleo, instituciones de socorro mutuo, etc. y se decidieron a ejercer función de legisladores y a presentar en el Parlamento por medio de diputados distinguidos y sometidos a su control, proyectos de reforma económica elaborados en su seno.
¿Cuáles eran estas demandas? Se trataba de la reducción a ocho horas como máximo de la jornada de trabajo, con fijación de un salario mínimo determinado por el precio de los productos de consumo en cada región; también la obligatoriedad de un día de descanso semanal, la aplicación del decreto ley del 2 de marzo de 1848, que vetaba la explotación del obrero por medio del trabajo a destajo; se pedía la supresión de las oficinas de colocación libres, la supresión de las asignaciones que comportaban o bien la disminución de los salarios o los beneficios ilegales y la sustitución de los mismos mediante el trabajo económico; también el reconocimiento de la responsabilidad patronal en materia de accidentes de trabajo, la sustitución de las compañías aseguradoras por cajas financiadas por los patronos y administradas por el municipio; nombramiento de inspectores de trabajo a través de los sindicatos, supresión del trabajo en las prisiones, conventos y talleres de costura, (se trataba del trabajo realizado en conventos de frailes o en instituciones de beneficencia) y asimismo la institución de una garantía para todos los asalariados. Finalmente la adopción por parte de las comisiones sindicales de las medidas de higiene a tomar en los tajos y talleres.
¿Quiere esto decir que el programa mostraba, explícita o implícitamente, una adhesión al método de propaganda recomendado por el Partido? De ninguna manera. Aparte de que los sindicatos revolucionarios persistieran en creer que la salvación social, lejos de consistir en la toma del poder político por vía parlamentaria, se hallaba en la destrucción violenta del Estado, había entre el programa económico del Partido y el de las asociaciones obreras, estas dos diferencias fundamentales: que uno de ellos era considerado como accesorio y el otro constituía el único objetivo. Si el Partido obrero contaba exclusivamente para realizar el suyo con la constitución de una mayoría parlamentaria, los sindicatos, por el contrario y haciendo distinciones, dejaban a la vigilancia y a la solicitud de los poderes públicos, solamente aquellas cuestiones de las que les parecía imposible ocuparse directamente. En cuanto a las demás, manifestaban su pretensión de hacerlas respetar con ayuda de sus propios medios, ya que tenían sólo una confianza limitada en el celo de la administración pública.
Por otra parte, la reforma preconizada por los sindicatos, contrariamente a la sostenida por el Panido obrero, se inspiraba no en una división teórica de la sociedad en clases, y por tanto platónica, sino en una división real, creada por los sufrimientos materiales y morales de todos los días y especialmente apta, en consecuencia, para agudizar el conflicto social. Por fin, (y es inútil repetirlo) los sindicatos no creían del todo, como creía el Partido obrero, que la propaganda especial, necesaria para conseguir la jornada de ocho horas o de un día de reposo semanal, los dispensara de cualquier otro tipo de actividad. Ellos no dejaban de perfeccionar la maravillosa red de instituciones de base mutualista que, mientras esperaban una problemática protección gubernamental, les permitía protegerse ellos mismos contra la explotación capitalista.
Esta era la situación en 1886. Entonces fue cuando algunos hombres que eran a la vez miembros de las asociaciones obreras y del Parti ouvrier français, creyendo entrever en el nuevo programa sindical la prueba de que las organizaciones obreras estaban definitivamente conquistadas por el socialismo parlamentario y comprendiendo al mismo tiempo que los sindicatos constituían una fuerza que era pueril desdeñar, proyectaron reunir a todos los sindicatos en una asociación nacional.
En realidad una unión general de los sindicatos era necesaria, porque era cierto que las diversas instituciones creadas por las uniones, habían decepcionado un tanto las esperanzas de sus fundadores. En verdad, la ignorancia de las formas de organización y del funcionamiento de estas instituciones, que variaban según los lugares en que habían surgido y según los resultados obtenidos, e incluso por fin la propia existencia de aquéllas, impedían a los sindicatos obtener todo el provecho posible de sus experiencias, provocaba la creación de servicios inútiles o rechazables, o retrasaba la de aquellos otros servicios reconocidos como excelentes. En resumen, se originaba una dispersión considerable de fuerza y los sindicatos, aun considerando que su propio esfuerzo favorecía incluso más el objetivo socialista de lo que pudiera hacerlo el Partido obrero, se mostraban incapaces de adquirir la solidez imprescindible para multiplicar su energía. Guiados por la idea general de la libre asociación y de la iniciativa individual, ignoraban los resultados adquiridos y se veían amenazados con quedar bloqueados sobre el camino ya recorrido. Solamente la unión federativa podía hacerles recobrar su original ardor.
Sin embargo, la nueva federación no confirmó las esperanzas de los trabajadores, ni tampoco las de sus fundadores. ¿Y por qué? Porque en vez de ser una unión corporativa fue desde su inicio una máquina de guerra puesta al servicio del Parti ouvrier français para facilitar el éxito de la acción electoral en la que se hallaba empeñado. Concebida y dirigida por hombres que tendían, no a establecer paciente y silenciosamente una serie de instituciones económicas socialistas, con el fin de eliminar mecánicamente las instituciones capitalistas correspondientes, sino a aportar al movimiento político en fase decreciente un importante tributo, la nueva federación se dio un programa elemental.
EI fin de la Federación -dice su Declaración de Principios (2)- es alcanzar la liberación de todos aquellos que trabajan, mantener de modo más eficaz la lucha entre los intereses de los patronos y de los trabajadores, y reanimar las energías de estos últimos abriendo un frente de resistencia más amplio. Esta era una declaración bastante vaga, pero este defecto tenía como causa la ignorancia económica de los administradores de la Federación (los cuales por lo menos pudieron parafrasear la parte económica del Partí ouvrier), más que su desprecio por la acción corporativa o su deseo exclusivo de hacer entrar a escondidas en el partido a las masas realmente obreras.
Las funciones de la Federación no quedaron mejor precisadas. De las tres comisiones que debían formar el consejo nacional, una de ellas, la comisión de propaganda, encargada de todo lo que podía dar a conocer la Federación y su cometido, no funcionó nunca. La misión de la segunda era la de publicar un boletín mensual: este boletín jamás publicó una estadística, ni presentó ningún plano de organización o de acción. La tercera comisión, llamada de estadística, debía recoger todos los documentos útiles sobre la producción francesa y sobre la extranjera, aclarar el precio de costo de las materias primas, indicar el precio de venta de las materias elaboradas y calcular, teniendo en cuenta los precios de producción, los beneficios obtenidos por el capital; hacer asimismo el cálculo comparativo para cada localidad, entre salarios y bienes de consumo, y dar a conocer luego la diferencia entre el salario recibido y el salario realmente necesario. ¿Qué misiones competía a esta comisión? ¿Cuáles de ellas llevó a efecto? En este sentido debemos confesar nuestra ignorancia, pero el hecho es que, como hemos dicho, el boletín de la Federación, principal instrumento de publicidad de que disponía el consejo federal, no ofreció jamás a los sindicatos la menor información económica. En fin, en lo concerniente a los objetivos, los estatutos dicen que las organizaciones adheridas tienen la responsabilidad de fijar sus objetivos, quedando solamente obligadas a informar al consejo nacional sobre la decisión tomada, en previsión de que si la caja lo permitía se pudieran tomar las medidas necesarias para asegurar el éxito de la acción emprendida. Pero la caja no lo permitía nunca.
La Fédération des Syndicats et groupes corporatifs de France no sólo carecía de un programa. Le faltó también durante toda su breve existencia un modo de organización susceptible de suplir la insuficiencia de sus defectos estructurales. Nunca pudo crear entre ella y los sindicatos que la componían, uniones locales o regionales que, en relación directa con los sindicatos y en buena posición para conocer y formular cuanto fuera necesario acerca de los recursos y necesidades de la vida obrera local, le permitiera acometer una parte de los objetivos que le encomendara el congreso de Lyon. En consecuencia, la federación había estado siempre sin medios ante un cometido gigante, y ante la realidad de un organismo central débil, que pretendía administrar una nación sin ayuda de instancias o asambleas intermedias.
Finalmente, ni sus propios congresos aportaron nunca a las organizaciones corporativas el menor progreso. Por una parte la unidad síndical, a causa de su aislamiento y su falta de informaciones sobre los servicios instituidos por cada una de aquéllas, estaba condenada, sin merecer el menor reproche, a reproducir siempre las mismas reivindicaciones y a reclamar constantemente el estudio de problemas cien veces resueltos. Por otra parte, los miembros de los consejos nacionales (los cuales en situación de obtener de la correspondencia recibida información sobre las tendencias económicas de los sindicatos, hubieran podido imprimir un impulso de renovación a los congresos corporativos y hacerlos receptivos al desarrollo de las líneas asociativas), esos consejos, decimos, no teniendo ninguna confianza en la eficacia de la acción sindical, no se preocuparon en ningún momento de estudiar qué pudiera hacerse para reforzar los sindicatos. En fin, los congresos de la federación, organizados siempre en el mismo sitio y al mismo tiempo que se desarrolaban los congresos políticos del Parti ouvrier français, dirigido, además, por los mismos líderes, no tenían otro objetivo que aumentar la notoriedad del citado partido haciendo creer que los sindicatos representados se adherían al mismo. De aquí el hecho de que estas reuniones federales anuales se ocuparon casi exclusivamente de temas ya inscritos en el programa del Partido obrero y se limitaban a confirmar las resoluciones simples que éste había adoptado.
Por ello la Fédération des Syndicats estaba condenada a la disolución. Dos circunstancias aceleraron su fin.
El mismo año en que se constituía la Federación nacía la Bourse du Travail de Paris (Bolsa del Trabajo de París). El nombre de Bolsa del Trabajo deja traslucir claramente el carácter de la nueva institución. El Consejo Municipal había declarado (3) : La experiencia de las cámaras sindicales será siempre precaria porque los límites que éstas imponen mantendrán siempre alejados a la mayoría de los trabajadores. Por esta razón es necesario que dispongamos de locales y de oficinas a los que todos puedan venir sin el temor de tener que sacrificar tiempo o dinero por encima de sus propios recursos. La libertad y situación de disponibilidad permanente de las salas de reuniones consentirá a los trabajadores discutir con mayor madurez y precisión las múltiples cuestiones que interesan a su industria e influirán sobre su salario. Dispondrán los trabajadores para orientarse y esclarecerse, de todos los medios de información y de correspondencia, así como los elementos aportados por la estadística, una biblioteca económica, industrial y comercial, el movimiento de producción de cada industria, no sólo en Francia sino en el mundo entero.
De esta forma la Bolsa del Trabajo, centro de reunión de las organizaciones obreras, obtenía como primer resultado el de anudar entre sí relaciones sólidas y permanentes, cuya ausencia había constituido hasta entonces el obstáculo insuperable para su desarrollo y eficacia. Gracias a la Bolsa del Trabajo los sindicatos podían unirse, primero por profesiones similares para la conservación y defensa de sus intereses profesionales, para estudiar los recursos específicos de su industria, la duración del trabajo y la situación de los salarios (en el caso de que la duración de aquél fuera excesiva y éstos irrisorios), e investigar la proporción en que una reducción del trabajo aumentaría el valor de su fuerza productiva. Por otra parte la nueva situación permitía federarse sin distinción a los sindicatos, evidenciar los datos fundamentales del problema económico, estudiar el mecanismo de cambio, buscar en resumen en el actual sistema social, los elementos de un sistema nuevo y al mismo tiempo, evitar los esfuerzos incoherentes realizados hasta entonces y que habían acabado por dejar a los trabajadores indefensos ante los poderes políticos, financieros y morales del capital.
La Bolsa del Trabajo legitimaba por tanto las más brillantes esperanzas y nadie dudaba de que aportaba una auténtica revolución en el ambiente de la economía sindical, pero ¿qué ambiciones no podían fundarse al ver aparecer las Bolsas del Trabajo en Béziers, Montpellier, Sette, Lyon, Marsella, Saint-Etienne, Nimes, Toulouse, Burdeos, Toulón, Cholet?
Además de correr a su cargo el servicio fundamental de colocación de los obreros, todas estas Bolsas del Trabajo habían constituido bibliotécas, organizado cursos profesionales, económicos, científicos y técnicos, servicios de asistencia a los compañeros en viaje. En fin, habían permitido con su lanzamiento la supresión de servicios en los sindicatos, los cuales, necesarios debido al aislamiento de aquéllos, se hacían ahora superfluos al aparecer unos servicios y una administración comunes. Contribuyeron las Bolsas a coordinar las reivindicaciones, casi siempre incoherentes y tal vez también contradictorias, establecidas por grupos corporativos sobre la base de datos económicos insuficientes. En menos de seis años habían asumido cada una de las Bolsas en su ámbito, un cometido cuyo alcance, importancia y oportunidad había escapado sin embargo a la Fédération des Syndicats.
La idea de federar esas Bolsas del Trabajo era inevitable. En verdad, debemos reconocer que se trató de una iniciativa política antes que económica. Fue obra de algunos miembros de la Bolsa del Trabajo de París, los cuales, adheridos a grupos socialistas rivales del Partido obrero francés, se mostraban descontentos por el hecho de que aquella Federación de sindicatos estuviese en manos de ese Partido, y auspiciaban la creación de una organización adversaria que, asentada en París, se podría convertir en una criatura propia. La Bolsa del Trabajo de París patrocinó la idea, la presentó al congreso celebrado en Saint-Etienne el 7 de febrero de 1892 y obtuvo el acuerdo de la creación de la Federación de las Bolsas del Trabajo de Francia.
A partir de este momento existieron dos organizaciones corporativas centrales. Mas la diferencia en sus recursos y sus medios de acción era considerable. Recordemos que la Federación de Sindicatos se resentía de dos taras: una el no ofrecer un programa ni una organización federalista susceptible de interesar por su contenido a los sindicatos; luego, la de ser una máquina política, es decir, aspirar a una función que dejaba fuera de las uniones corporativas a la inmensa mayoría de los operarios; por otra parte, los sindicatos, que asistían a los congresos de la Federación porque no había otros, parecían olvidar por completo su existencia el resto del año.
Por el contrario, la Federación de Bolsas del Trabajo poseía todos los elementos para lograr el éxito. Se trataba de uniones locales que unían al atractivo de la novedad, la ventaja de responder a una necesidad que se dejaba sentir y en la que la administración estaba personal y directamente interesada, la de desarrollar los sindicatos y hacer progresar los estudios económicos. En consecuencia, estas uniones no sólo podían contar con el apoyo de la unidad sindical, porque a su vez el Comité federal estaba cierto de hallar en las uniones una colaboración fecunda e incesante. Además, cualquier Bolsa del Trabajo, al disponer de recursos superiores a los que podían disponer los consejos locales de la Federación de Sindicatos, y al prohibirse cualquier acción política, se veía en cierto modo obligada a desarrollar sobre el terreno económico algunas iniciativas, por modestas que fuesen. Por su lado, el Comité federal, si quería legitimar su propia existencia, tenía que dar a conocer a todas las cámaras de trabajo los resultados obtenidos por cada una de ellas. A partir de este momento y debido a la emulación, fueron evidentes los progresos de las uniones sindicales adheridas a la nueva federación. Así las cosas, ¿cómo habría podido evitarse la disolución de la Federación de Sindicatos, a menos que se operase en ella una profunda transformación?
Tal disolución era inevitable: una causa aún más seria que la rivalidad ya expuesta, le dio el golpe mortal. Convencidas como estaban después de diez años de no haber obtenido por parte de los empleadores el respeto a sus derechos ni a sus intereses, escépticas en cuanto a la realización de sus programas económicos por parte del Parlamento, las asociaciones obreras, al alcanzar el término de su evolución, buscaban incesantemente un medio de acción que, provisto de caracteres específicamente económicos dinamizara sobre todo la energía obrera. Liberándose, por así decirlo, de los políticos y fortalecidos por las importantes instituciones debidas a su propia iniciativa, aquéllas aspiraban a convertirse en los agentes de su propia emancipación. Ahora, el medio que se buscaba con obstinación, apareció súbitamente (4) en septiembre de 1892 en el orden del día del congreso celebrado por la Federación de Sindicatos en Marsella.
Algunos días antes (4 de septiembre), las Bolsas del Trabajo de Saint-Nazaire y de Nantes ya habían hecho adoptar por parte de un congreso celebrado en Tours una resolución (5) que proclamaba la necesidad, como medio de acción revolucionaria, de la huelga general, es decir de la paralización del trabajo en el mayor número posible de industrias y, sobre todo, en las industrias esenciales a la vida social. Se trataba de un medio puramente económico, que excluía la colaboración de los socialistas parlamentarios, de los cuales sólo se utilizaba el esfuerzo sostenido en el campo sindical, y por ello la huelga general tenía que corresponder necesariamente al secreto deseo de los grupos corporativos.
El ciudadano Briand comentó en el congreso de Marsella el proyecto de resolución ya adoptado en Tours y expuso las incomparables ventajas ofrecidas por la idea de la huelga general, tanto desde el punto de vista del desarrollo de la organización como para reanimar las energías individuales. Seducidas en cierto sentido, las asociaciones aclamaron con entusiasmo un medio de acción que se adaptaba a sus propios principios.
Esta decisión constituía la más grave manifestación pública del desacuerdo existente entre la táctica del Partido obrero y la de los sindicatos. No obstante, el Partido obrero francés, cuyo congreso seguía, como ya hemos dicho, las huellas del congreso de la Federación de Sindicatos, no le atribuyó excesiva importancia. Al no poder admitir -aunque menos de un año después se vieran obligados a hablar con amargura del camino emprendido por los sindicatos- que el proletariado juzgaba inútil cualquier llamamiento a los poderes públicos en el futuro, y convencido el Partido de que una advertencia ex cathedra sería suficiente para llevar de nuevo al carril político a los trabajadores por un instante desmandados, se limitó pura y simplemente a declarar utópica la idea de la huelga general.
Sin embargo, tanto en los grupos políticos como en el resto de las sociedades corporativas se soslayaba la aclaración de por qué se había producido semejante divergencia en un punto tan esencial. Si, como afirmaban los miembros del Partido obrero francés, las asociaciones obreras y la Federación de los sindicatos aceptaban no solamente su carácter profesional, sino también el espíritu político del partido, no había la menor duda de que en el próximo congreso (fijado para 1894 en Nantes) no sería reconocido el error cometido en Marsella y se abandonaría un medio de acción contrario a los principios del Partido. Mas si, por el contrario era cierto que la federación estaba animada de un espíritu nuevo, ésta mantendría su decisión y entonces se separarían sus destinos de los del Partido, o éste mismo se alejaría de la Federación. De cualquier modo la asociación obrera francesa había llegado a una etapa decisiva en su trayectoria.
Aproximadamente al mismo tiempo, las Bolsas del Trabajo reunidas en Toulouse decidían organizar en París durante el mes de junio de 1893, un congreso general de sindicatos. Retrasado en algunas jornadas por el conflicto surgido entre el gobierno y aquellos sindicatos parisinos que se negaban a reconocer la ley del 21 de marzo de 1884, el congreso no pudo reunirse hasta el día siguiente de la clausura de la Bolsa del Trabajo de París. El congreso supo comprender la importancia y la gravedad excepcional de este acto de fuerza y la irritación de los sindicatos contra el gobierno era tan viva que un entusiasmo aún mayor que el del año anterior acogió la propuesta de huelga general inscrita en el orden del día, y veinticuatro delegados llegaron a reclamar una inmediata declaración de huelga.
¿Era, pues, la prueba definitiva? No del todo, porque el voto del congreso podía ser considerado mero efecto de la cólera, del mismo modo que las manifestaciones podían ser producto de una momentánea fiebre de revuelta. Esta interpretación del voto era tanto más admisible desde el momento en que un reciente manifiesto, invitando a los sindicatos parisinos a abandonar en masa lo lugares de trabajo, llevaba incluso la firma de los notables del Partido obrero francés, quienes sin embargo eran teóricamente opuestos a la suspensión general del trabajo.
Pero apenas concluido, el congreso había transmitido a la Federación de las Bolsas del Trabajo el encargo de reunir un nuevo congreso en Nantes al año siguiente. Como la Federación de Sindicatos había tomado el año anterior una resolución idéntica, las deliberaciones de los dos futuros congresos podían dar al proletariado informaciones precisas tanto sobre la importancia numérica de las dos federaciones rivales como en relación al estado de ánimo de los sindicatos obreros. La organización misma de estos congresos permiría una especie de previa auscultación de los sindicatos. La Bolsa del Trabajo de Nantes, considerando por completo superfluo la celebración de dos congresos y teniendo por el contrario en cuenta que el sentir general era favorable a una asamblea única, solicitó de ambas federaciones autorización para unir a todos los sindicatos. La Federación de Bolsas del Trabajo acordó sin dificultad tal autorización, pero tal como se esperaba la Federación de Sindicatos la rechazó obstinadamente, formulando amargas recriminaciones contra las intenciones inevitables que se tenían de suprimir a la federación, llegando incluso a acusar a la comisión de Nantes de traición al tiempo que, por otro lado, intentaba obtener de la Bolsa de Saint-Nazaire que ésta organizara el congreso de la federación (a lo que aquélla se negó). La Bolsa de Nantes, perseverando en sus propósitos cogió al toro por los cuernos y consultó a los sindicatos obreros. Dado que éstos aprobaron el proyecto, la Federación de sindicatos tuvo finalmente que dar el visto bueno a la iniciativa y aceptar el VI Congreso Nacional de los Sindicatos de Francia.
Se trataba de un embite un tanto duro, que hacía presagiar pruebas aún más difíciles. El Partido obrero francés lo comprendió bastante bien y esta vez celebró su propio congreso antes que el congreso corporativo y repitió, sobre la huelga general, su opinión ya expresada hacía dos años, esperando de este modo influir en los miembros del congreso corporativo. ¡Vana esperanza! A pesar de la agria batalla que libró durante tres días el estado mayor de la Federación de Sindicatos, a pesar de los consejos de guerra celebrados al término de cada sesión entre Guesde y Lafargue por una parte, y Delcluze, Fouilland, Salambier, Jean Coulet, Raymond Lavigne, etc., por otra, representando estos últimos en el congreso corporativo el elemento trabajador del Partido obrero, a pesar de la incalificable denuncia de un delegado anarquista por parte de los primeros, los políticos sufrieron una derrota irreparable. El congreso rompió con todos: Federación de sindicatos, dirección del Partido obrero, reivindicaciones parlamentarias. La ruptura con la teoría de la emancipación política fue tajante, podemos decir casi brutal, hasta el punto de que los jefes de la Federación de Sindicatos no tomaron ya parte en las últimas deliberaciones del congreso ... su VI congreso. Desaparecieron, llevándose con ellos el nombre de una asociación digna de mejor suerte, pero a partir de entonces relegada a los anales de la historia. La Federación de Bolsas del Trabajo continuó como única organización representativa.
Notas
(1) Secuaces de J. Barberet, sociólogo que publicó entre 1886 y 1890 Le travail en France, siete volúmenes nde monografías sobre diversas profesiones.
(2) Véase, Les Congrès Ouvriers, de León de Seilhac.
(3) 5 de noviembre de 1886, seg6n informa Mesureur.
(4) Insistimos en estos términos, dado que aunque la idea de la huelga general era bastante conocida desde hacía mucho tiempo, ésta no había sido seriamente propagada entre la clase obrera, y el debate suscitado en 1892 en Tours y Marsella, representó para las agrupaciones sindicales una auténtica revelación.
(5) Esta resolución estaba concebida en los siguientes términos:
Considerando:
Que la formidable organización social de que dispone la clase dirigente hace impotentes y vanas las tentativas de emancipación completa por la via amistosa practicadas desde hace medio siglo por parte de la democracia socialista.
Que existe entre el capital y el trabajo asalariado una oposici6n de intereses que la actual legislación, que se pretende liberal, no ha podido destruir.
Que después de haber dirigido a los poderes públicos numerosos e inútiles llamamientos para obtener el derecho a la existencia, el partido socialista ha llegado a la certeza de que sólo la revoluci6n podrá darnos la libenad económica y el bienestar material conforme a los principios más elementales del derecho natural.
Que el pueblo no ha conquistado nunca ninguna ventaja por las revoluciones sangrientas, las cuales sólo han beneficiado a los agitadores y a la burguesia.
Que en presencia, por otra parte, de la potencia militar puesta al servicio del capital, una insurrección a mano armada ofrecería solamente a las clases dirigentes una nueva ocasión para sofocar en sangre las reivindicaciones de los trabajadores.
Que entre los medios pacíficos y legales inconscientemente acordados por el Partido obrero para hacer triunfar sus legítimas aspiraciones, no aparece ni uno capaz de asegurar la transformación económica y asegurar, sin posible reacción, el triunfo del Cuarto estado.
Que este medio es la interrupción universal y simultánea de la fuerza productiva, es decir, la huelga general, la cual, aunque limitada a un periodo relativamente restringido, conducirá inevitablemente al Partido obrero al triunfo de las reivindicaciones formuladas en su programa.
El congreso regional obrero del Oeste, reunido en Tours los días 3, 4 y 5 de septiembre de 1892, toma en consideración la propuesta de huelga general presentada por el ciudadano Fernand Pelloutier y declara procedente ir a una especial organización del Panido obrero francés, con el fin de llevar al congreso internacional de Zurich, en 1893, un proyecto completo de huelga universal.
El autor de esta propuesta cree útil hacer notar que en 1894, es decir, dos años después del congreso de Tours se habian modificado algunos puntos y que hoy los mismos habrían rechazado diversos párrafos.
Índice del libro Historia de las Bolsas de Trabajo de Fernand Pelloutier | Capítulo anterior | Capítulo siguiente | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|