Índice del libro Historia de las Bolsas de Trabajo de Fernand PelloutierCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Capítulo sexto

La actividad de la Bolsa de Trabajo

Los servicios creados por la Bolsa del Trabajo pueden subdividirse en cuatro clases:

1. El servicio de socorro mutuo, que comprende la colocación, el subsidio de desempleo, el socorro de viaje, o el socorro en caso de accidente.

2. El servicio de enseñanza, que comprende la biblioteca y la oficina de informaciones, el museo social, los cursos profesionales, los cursos de enseñanza general.

3. El servicio de propaganda, que comprende los servicios estadísticos y económicos preparatorios, la creación de sindicatos industriales, agrícolas y marítimos, de hogares del marinero, de sociedades cooperativas, la reclamación de consejos de síndicos o inspectores.

4. El servicio de resistencia, en fin, que se ocupa del modo de organización de las huelgas y de la agitación contra los proyectos de ley para la acción económica.

Lo que importa en esta enumeración es la diversidad de servicios y la multiplicidad de requisitos a que ellos alcanzan. ¿Dónde y cómo reclutan las Bolsas del Trabajo a los hombres en posesión de los conocimientos específicos necesarios para la creación del socorro mutuo, de la experiencia pedagógica requerida para el control de los cursos, así como la capacidad administrativa y organizativa, indispensable para la propaganda? Los encuentran en su propio seno, entre los obreros manuales (pero obreros ávidos de saber y que no ahorran esfuerzos ni sacrificios para el triunfo de sus ideas y de sus empresas) que componen su administración. Sin duda, se encuentran habitualmente en ese comité general dos o tres empleados, representantes de su sindicato profesional. Mas, ¿qué representa esta cifra ínfima en relación con los veinte, treinta o cuarenta obreros que forman el resto del comité? Además (y salvo excepciones) ¿qué ayuda podían representar para la Cámara del Trabajo los hombres más solventes dedicados a descubrir, fuera de los secretos de los libros de contabilidad, el medio para desembarazar a sus patronos de la concurrencia de los vendedores ambulantes? En ocasiones se detecta también, aunque raramente, la presencia de personajes híbridos, sin profesión determinada, atraídos a la organización corporativa por la seducción que ejerce sobre cualquier individuo curioso por la psicología social, un movimiento que de forma evidente sacude el viejo edificio público y económico. Pero estas excepciones no invalidan la regla totalmente.

Porque nadie que no esté adherido al sindicato puede llevar acabo una función administrativa en la Bolsa del Trabajo y nadie tampoco puede inscribirse si no ejerce efectivamente la profesión indicada. Por consiguiente son los obreros (obreros de élite, cultivados por lecturas y también por medio de frecuentes controversias sobre los más variados problemas) quienes administran las Bolsas del Trabajo, controlan los cursos y dan vida a la biblioteca, fundan las asociaciones y organizan la resistencia contra la depresión económica.

¿Qué resultados se han obtenido? Antes de obtener una visión de las interesantes particularidades, vamos a ofrecer con ayuda de los estatutos de una de las Bolsas del Trabajo existentes, una idea general de estas instituciones:

La Bolsa del Trabajo (se trata en este caso de la de Saint-Etienne) está administrada por una delegación compuesta por dos miembros de cada sindicato. Las reuniones de todos estos delegados toman el nombre de Administración general. Después ésta se subdivide en tantas subcomisiones como exigen las necesidades del servicio. Actualmente estas comisiones son cinco, distribuidas como sigue:

1. Subcomisión administrativa, encargada del ejecutivo.

2. Subcomisión de control de las finanzas y de la estadístisca, encargada de verificar las cuentas, los datos estadísticos anuales y relativos a las colocaciones.

3. Subcomisión de control de los cursos profesionales. Esta comisión se encarga del control de los alumnos que siguen los cursos profesionales, de garantizar la regularidad y el buen funcionamiento de los mismos.

4. Subcomisión de propaganda. Esta comisión está encargada de recoger toda la información útil a los trabajadores para organizarse sindicalmente y ayudarlos en cualquier circunstancia para llevar a buen fin la acción emprendida. La información está a disposición de los interesados, incluidas las reuniones corporativas, cuando éstas lo reclaman.

5. Subcomisión de prensa y de biblioteca. Esta comisión tiene a su cargo la redacción del órgano oficial de la Bolsa. Es misión suya la clasificación de los textos oficiales y la de los artículos. Al mismo tiempo recibe la correspondencia relativa al periódico, así como las suscripciones al mismo. Además se encarga también de la adquisión y control de los libros de la biblioteca. Cuando lo juzga necesario la administración general nombra subcomisiones extra-administrativas ... pero estas comisiones desaparecen una vez terminado el mandato recibido ...

Dados estos datos generales podemos exponer el funcionamiento interno de algunos de estos servicios:


1.- Servicios de socorro mutuo

a) Colocación: Las Bolsas del Trabajo dedican un cuidado muy especial a la colocación de sus miembros. La oficina de colocación constituye, efectivamente, la primera y más imponante de las ventajas que la agrupación federativa pueda ofrecer a los trabajadores, y representa un poderoso medio de reclutamiento. Como consecuencia de la inestabilidad de los empleos, las oficinas privadas de colocación, a las que hay que pagar, se convierten pronto en carga onerosa, hasta el punto de que muchos trabajadores, exasperados ante la idea de tener que deducir de sus futuros salarios, cada vez más reducidos, descuentos considerables, buscan ellos mismos el trabajo que les permitirá sobrevivir. Por otra parte se sabe (y la tribuna parlamentaria nos ha aportado pruebas fehacientes) que la práctica habitual de los empleadores consiste en facilitar los empleos más precarios, de modo que se multipliquen las visitas que el obrero se verá obligado a hacer a sus oficinas. Por tanto se comprende la solicitud con que el obrero desafortunado viene a la Bolsa del Trabajo, que le ofrece gratuitamente el deseado empleo, de tal modo que hombres a los que la ignorancia o la indiferencia habían mantenido alejados de los sindicatos, encuentran allí trabajo y un tipo de información cuya utilidad e interés ignoraban poco antes.

Por el contrario, es todavía muy elevado el número de patronos, comerciantes, industriales que ignoran o quieren ignorar el camino que conduce a las oficinas sindicales de colocación. Por otra parte, el parlamento vacila, no se sabe por qué, en hacer desaparecer, por extinción, las oficinas privadas de colocación. Por ello las Bolsas del Trabajo tuvieron en lo sucesivo que buscar los medios de inutilizar todas las oficinas de colocación extrañas a ellas mismas.

De tratarse sólo de la supresión de las oficinas privadas, el empeño hubiera sido relativamente fácil. Hubiera bastado con reclamar la creación, si no en su jurisdicción, sí al menos en las localidades en que se desarrollara cierta actividad, de oficinas municipales de colocación. Pero este medio presentaba por sí mismo un doble peligro. En primer lugar la posibilidad de una temible concurrencia, porque cualquier patrón que tuviera problemas con los sindicatos dejaría de frecuentar las oficinas de las Bolsas del Trabajo para reclamar en las municipales la mano de obra deseada. Por otro lado, las Bolsas del Trabajo que, como veremos más adelante, aspiran, conscientemente o no, a crear un Estado dentro de otro Estado, intentarían monopolizar cualquier servicio relativo al mejoramiento de la suerte de la clase obrera. Partiendo de esta primera consideración ellas combatían por tanto el servicio de colocación con el mismo ardor que ponían en combatir la libre colocación. En segundo lugar, la extensión de la colocación podía llegar finalmente a comprometer la existencia de las Bolsas del Trabajo o, cuando menos, a impedir la creación de otras nuevas. En efecto, fuera porque la gestión de las oficinas municipales se encomendara a empleados de la ciudad, o bien como ocurría en ciertos sitios, a obreros sindicados, el buen funcionamiento de estas oficinas daría el pretexto a las municipalidades, para las cuales la razón de ser de las Bolsas del Trabajo es la colocación de los trabajadores, para rechazar la creación de otras nuevas. Entonces ¿qué les cabía hacer a las Bolsas del Trabajo? Unas se esforzaron (aquellas que se hallaban lejanas del centro) en organizar el servicio de colocación por correspondencia. Directamente, o a través de los sindicatos adheridos de las localidades vecinas, se pusieron en contacto con los obreros o patronos interesados. De este tipo era la de Nîmes, la cual eximía a sus corresponsales obreros de pagar el franqueo de las cartas. Las otras entraban en relación con sindicatos aislados, les animaban a crear su propio servicio de colocación, de modo que privaran a su municipio de cualquier pretexto para abrir una oficina de ese tipo. Finalmente, la colocación, no sólo se estudia entre Bolsas del Trabajo situadas en ocasiones a considerable distancia unas de otras (1), como las de Nantes y Angers o Tours, o las de Tours y París, etc., sino que además otras Bolsas del Trabajo se preocuparon, a partir de 1897, de completar todas las oficinas de colocación con un servicio central confiado al comité de la Federación.

Este sistema de colocación generalizado, extensible a toda Francia, es el que iba a ser creado por el Ministerio de Comercio, de acuerdo con el comité federal de las Cámaras del Trabajo,

La oficina nacional obrera de estadística y colocación (tal es la denominación del más importante de los servicios de socotros mutuos instituidos por las Bolsas del Trabajo) se verá ampliamente estudiado después del viáticum del que deriva y del que constituye el complemento indispensable.


b) El subsidio de paro, después de haber gozado una veintena de años de gran boga, cae luego momentáneamente en el descrédito, debido a los inconvenientes que ello imponía a los sindicatos y tiende, después de la institución de las Bolsas del Trabajo, a recobrar su función privilegiada. Pero ya no se practica, como en el pasado, con la finalidad de socorro. Las Bolsas del Trabajo rechazan ahora el mutualismo humillante y por otra parte ineficaz de los sindicatos de 1875, para adoptar el mutualismo proudhoniano. El subsidio de paro es considerado como el abono de un deber de solidaridad contraído entre los sindicatos y, sobre todo, como medio para sustraer a los desocupados a las ofertas del trabajo depreciado.

Las cajas de parados de las Bolsas del Trabajo se sostienen por medio de subvenciones especiales o con descuentos sobre la base de las subvenciones normales, o bien por medio de suscripciones de los sindicatos y el producto de las colectas reunidas durante las fiestas o las reuniones corporativas. Por otra parte es necesario aclarar que las subvenciones acordadas con estos fines eran raras y que los municipios tenían una tendencia a suprimirlas ... sin duda porque veían en ellas un medio de propaganda política que les parecía más oportuno reservarse para sí mismos. En 1896, por ejemplo, la Bolsa del Trabajo de Angers recibía una subvención de 2.000 francos, destinada principalmente a subsidios de socorro a los obreros sin trabajo. Esta suma, luego aumentada con el producto de algunas fiestas, le permitió distribuir 152 bonos de 5, 10, 15 e incluso 20 francos. Después se echaba mano de los recursos propios ...

Brest creó una sociedad de socorros mutuos que agrupaba, en septiembre de 1898 a cerca de 300 miembros y había entregado posteriormente al 1° de mayo de 1896 (fecha de su fundación) 1,190.2 francos en socorros y subsidios. En el mismo lapso de tiempo los ingresos se elevaron a 1,231,50 francos. Los donativos, las subvenciones y suscripciones aportaron entonces 19,445.90 francos. Los depósitos situados en la Caja de Ahorros ascendían a 1,881.70 francos. Esta sociedad admitía miembros honorarios, pero no tenían derecho a intervenir en el funcionamiento ni en la administración del servicio y solamente los adherentes al sindicato (un dato esencial a retener es que para formar parte de la sociedad es necesario pertenecer a sindicatos federados), tienen derecho a las ventajas de la asociación.


c) El viáticum, o ayuda a los obreros que van de paso. ¿Qué es el viático? Es un subsidio que permite al obrero que busca trabajo permanecer en una ciudad el tiempo necesario para visitar las fábricas y las oficinas de su profesión y (si no encuentra trabajo), trasladarse a una ciudad vecina.

El instituir subsidios para cambiar de domicilio cierto tiempo, no tenía otro objetivo que la guerra al vagabundaje y aportar una ayuda material y moral a los obreros -eran ya muy numerosos y luego lo han sido todavía más, en la medida en que el trabajo mecánico ha eliminado el trabajo manual- obligados a buscar una ciudad que les ofrezca una posibilidad de trabajo para sus brazos. El viático, era por esta razón, como el socorro de paro, una aplicación del estricto mutualismo de que hemos hablado. Solamente dos uniones profesionales, La Sociedad general de sombrereros y la Federación de Trabajadores del Libro al organizar el socorro de viaje, se habían preocupado de proteger a sus miembros provistos de trabajo contra la concurrencia de una mano de obra superabundante y, en consecuencia, desvalorizada, y asimismo contra la tentación de algunos miembros desocupados de trabajar por salarios interiores. En cuanto a las Bolsas del Trabajo, animadas por el mismo sentimiento, y dado que se veían visitadas todavía con más frecuencia, por cuanto que representaban para los viajeros en busca de trabajo referencias visibles desde cualquier punto del horizonte, se vieron obligadas, dados sus propios fines, a acudir en ayuda de los desocupados de paso y buscar en este ámbito recursos y remedios particulares.

Hagamos no obstante constar que, para evitar abusos, se aplicaba siempre una parte del viático en dinero y otra en especies. Angers daba 1.5 a los sindicados y 1.25 a los no sindicados, a condición, en lo que concierne a estos últimos, de asumir el compromiso de inscribirse en el sindicato en el curso de los seis meses siguientes a la percepción del socorro. En caso de inobservancia de este compromiso, en la sucesivo le sería negado todo socorro. Por otra parte, un viajero sin trabajo no podía presentarse de nuevo en demanda de ayuda antes de transcurridos seis meses. Una parte del subsidio se le daba en forma de bonos para alojarse y alimentarse, válidos en un hotel con el que la Bolsa del Trabajo había establecido un acuerdo previo. En 1896 la Bolsa del Trabajo de Angers distribuyó 186 bonos que daban derecho a una comida, a una habitación para pernoctar y a un socorro en dinero por valor de 1.25 francos.

Saint-Etienne había obtenido de su municipio una subvención de 400 francos que convirtió en bonos para alojamiento y alimentación. Dijón entregaba dos francos y además dirigía al viajero al secretario del sindicato de su profesión. Niza consignaba dos bonos para alimentos, cuyo valor se cubría con una suscripción mensual de 1.25 francos para los inscritos.

Tal es la forma de socorro de paso generalmente adoptado por la Bolsa del Trabajo, estableciendo casi todas ellas, como hemos dicho un contrato con un hotelero de la ciudad para el albergue y la comida de los viajeros. Pero algunas, cuyo número tenderá a aumentar, previeron aprovechar la estancia del viajero para exponer los principios de la solidaridad económica y de la fuerza necesaria para llevar a cabo la transformación social. A este fin procedían a alojar a los mismos trabajadores, transformando con hamacas las salas de reuniones en dormitorios. A este tipo responde la Bolsa del Trabajo de Nantes. Hay una, la de Béziers, que llegó aún más lejos: no sólo albergaba a los viajeros, igual hombres que mujeres, destinando especialmente dos salas a estos efectos, sino que incluso ponía a disposición de las mujeres que preferían no ir al restaurante popular La Fraternelle, todo el aparato de cocina necesario para prepararse ellas mismas la comida.

A pesar de la excelente organización de cada uno de estos servicios, no dejaban de presentar en su conjunto una serie de inconvenientes, los cuales emergen a poco que se reflexione. En primer lugar las diferencias existentes entre unas Bolsas del Trabajo y otras Bolsas del Trabajo provocaban por parte de vagabundos profesionales -que aparecen, y así hemos de confesarlo, entre los trabajadores- recriminaciones, dirigidas con frecuencia y especialmente, contra los secretarios, que nada poseían. Se gritaba contra el egoísmo sindical, se llegaba a veces a la injuria. Cuando menos se difundían contra las Bolsas del Trabajo, a las cuales sus propios recursos imponían subsidios modestos, propósitos que tenían desagradables consecuencias. Por otra parte, no es posible ningún control sobre las visitas llevadas a cabo por los transeúntes. ¿Qué ocurría entonces? Que dado el gran número de Bolsas del Trabajo y de los sindicatos que concedían subsidios y la facilidad existente para procurarse direcciones, ello premitía a nómadas sin escrúpulo permanecer en danza sobre el camino desde abril a octubre todos los años. Finalmente, en el socorro a los no sindicados voluntarios (y lo eran casi todos, dado que pocas personas, incluso las que no tienen oficio, hallan graves impedimentos para sindicarse) se desperdiciaban recursos para la producción, en cuya transformación aquéllos no tenían ni tendrán nunca la menor contribución.

Todos estos hechos hicieron que el Comité federal de las Bolsas del Trabajo se decidiera a sustituir los diversos socorros provistos por cada una de las Bolsas del Trabajo por un viático colectivo, reservado para los adheridos al sindicato, regulado por los propios interesados y que suprimían en gran parte, ya que no en su totalidad, los inconvenientes del actual sistema.

La economía de este viático no tenía, a decir verdad, nada de original, pues hemos tomado un modelo de servicio similar a los ya existentes. Para tener derecho al socorro de viaje, cualquier adherente al sindicato debía llevar inscrito por lo menos tres meses, haber pagado regularmente sus cuotas, salvo en los casos de desocupación, de enfermedad debidamente certificada, o de servicio militar; no haber abandonado la localidad de residencia, salvo por falta de trabajo o por haber realizado uno de los actos de solidaridad previstos en los reglamentos particulares de los sindicatos. Si el haber prescindido de una Bolsa del Trabajo hacía presumir que el desocupado no carecía de recursos, entonces el subsidio se abonaba solamente por la distancia comprendida entre las dos Bolsas del Trabajo más próximas entre sí. Por tanto, el viajero que llegaba a Angers desde París recibía solamente la ayuda correspondiente a la distancia existente entre Tours y Angers. Al llegar aquél a una ciudad y una vez que el secretario del sindicato de su profesión le ponía en posesión de las direcciones de los talleres y fábricas, debía trasladarse a estos sitios de trabajo y su paso por los mismos debía confirmarse por uno de los adherentes al sindicato de la fábrica designado a estos efectos, o, en ausencia de obreros sindicados, por otros medios que se pudieran arbitrar. Bien entendido que cualquier transeúnte convicto de haber aceptado trabajo a un precio inferior a la tarifa sindical o en un taller puesto en el índice por el sindicato, perdía el derecho de subsidio.

En cuanto a la cuantía del subsidio, éste era de 2 francos para los primeros cuarenta kilómetros a partir de cualquier Bolsa visitada y de 75 céntimos por cada 20 kilómetros o fracción superior. La cuenta de los kilómetros se interrumpía al llegarse a una Bolsa o, en ausencia de ésta, cuando se llegaba a los 200 kilómetros. La percepción de una suma de 150 francos suspendía el derecho a la ayuda por un período de dieciocho meses, salvo el caso improbable en que, durante el tiempo necesario para reunir esta suma, el viajero no hubiera podido hallar ningún empleo.

Cada Bolsa administraba por sí misma la caja, sostenida por una cuota personal mensual de 10 céntimos, obligatoria de cada adherente al sindicato. A fin de trimestre el comité de la Federación sumaba las cantidades pagadas y establecía, al objeto de nivelar las cargas, la aportación correspondiente a cada una de las Bolsas del Trabajo.

Tal era la estructura del proyecto sometido en 1898 a estudio de las Bolsas del Trabajo, el cual todavía está por efectuar. Como ya hemos dicho por otra parte, esto no representa en líneas generales sino una combinación de servicios similares instituidos por la Union des Travailleurs du Tour de France y por La Fédération des Travailleurs du Livre. Pero lo que estas dos asociaciones no podían indicar, a causa de la desproporción existente entre el número de sus miembros (la primera contaba con 3.000, la segunda con 6.000) y el de los obreros afiliados a las Bolsas del Trabajo (250.000) era la cuantía de la contribución aportada y la de los subsidios y ayudas por los adheridos. Aunque esta cifra sea en definitiva casi similar en los tres casos, la del proyecto que estamos estudiando ha podido ser establecida solamente después de una encuesta y estudio llevado a cabo por el Comité federal de las Bolsas del Trabajo. La indagación realizada consistió en obtener por parte de las Bolsas del Trabajo el número de miembros de cada sindicato, y el porcentaje anual de desocupados de cada corporación. Ahora bien, el resultado evidenciado para toda Francia (con excepción de Argelia, dado que se daba aquí una situación especial por el aflujo de obreros nómadas) era de una proporción media del 15 por ciento en un período de 90 días al año. Por tanto, 15 desocupados que recibieran en el curso de tres meses, 2 francos de socorro mensual no agotarían los ingresos producidos por las aportaciones estatutarias de un centenar de obreros. De cada diez céntimos de la cuota sólo se emplearían 9. Este resultado ha sido después confirmado, en primer lugar por las tablas de la Federación de los Trabajadores del Libro, cuya tasa de gastos no ha sobrepasado en ningún caso mensualmente 0.85 francos por cabeza en relación con los adheridos al sindicato. En cuanto a los socorros de viajes concedidos por las Bolsas del Trabajo, su tasa media era de 0.87 francos por cada centenar de miembros.

¿Es todavía necesario señalar las ventajas ofrecidas por el viático? En primer lugar la posibilidad para las Bolsas del Trabajo de regularizar el itinerario de cada viajero. Además, porque el subsidio de viaje, al acordarse sólo si el viajero (salvo si obtenía un empleo) no volvía nunca sobre sus pasos-, permitía a las Bolsas del Trabajo mediante la publicación periódica (como veremos más adelante) de las condiciones del trabajo en el ámbito de su jurisdicción, indicar al visitante en qué dirección podría o no hallar un empleo. En segundo lugar esto asegura una seriedad en el control gracias al cual las Bolsas del Trabajo podían disuadir a los nómadas voluntarios. En este sentido el viaje dejará de ser una limosna o un premio a la mutua explotación de los proletarios y se convertirá en la ayuda, procurada a sí mismo por cuantos, adhiriéndose a un sindicato y contribuyendo a la alimentación de las cajas del viático, hayan demostrado la energía suficiente para resistir a la influencia de los empleadores. Por fin, la certeza por parte de los obreros no sindicados de hallar dentro de las asociaciones corporativas una ayuda seria en caso de desocupación, les llevará pronto a integrarse en ellas, con lo que se desarrolIará de este modo la eficacia de manera incalculable. Si la experiencia que entonces se llevaba adelante justificaba realmente la esperanza de las Federaciones, tal vez un futuro congreso internacional de las Bolsas del Trabajo y asociaciones similares extenderá más allá de Francia la organización de la ayuda a los transeúntes ...


d) La Oficina nacional obrera de estadística y de colocación. Los presupuestos de este organismo de estadística y colocación se hallan en las dos siguientes proposiciones adoptadas el 15 de septiembre de 1897 por el VI congreso celebrado en Toulouse. (Informe oficial p. 39):

1. Narbona y Carcassonne proponen que el Comité federal busque el medio para establecer la transferencia de las ayudas que permitan a los sindicados el trasladarse de una ciudad a otra para procurarse un trabajo.

2. Nevers propone que se confeccione una estadística con las fluctuaciones del trabajo en cada una de las Bolsas del Trabajo, que sea enviada al Comité federal, el cual la dará a conocer por su parte a todas las Bolsas del Trabajo.

En el curso de la misma sesión Saint-Etienne ya había expresado el deseo, por una parte, de que se estableciera un servicio de estadística general para la colocación, de tal modo que cada Bolsa del Trabajo pudiera procurarse en las condiciones necesarias los operarios reclamados; por otra parte que cualquier inscrito, al presentarse en una Bolsa del Trabajo en búsqueda de colocación, pudiera encontrar una ayuda inmediata. ¿No sería bueno por esta razón, declaró un delegado, solidarizar a unas Bolsas del Trabajo con otras, de modo que a través del Comité federal se pudiera repartir el excedente de trabajadores de una localidad a aquella otra donde faltaran brazos? ...

El congreso, tomado aquí de improviso, no tenía una idea clara de la forma que podía revestir la doble propuesta de Narbona y de Nevers. Se limitó por tanto a votar los dos órdenes del día presentados por estas Bolsas del Trabajo cuyo carácter vago demuestra suficientemente la indecisión de los delegados.

Sin embargo, se adoptaba el principio de la creación de la Oficina de estadistica y colocación, y si el congreso sucesivo (VIII, Rennes, 1898) no abordaba ningún proyecto en este sentido, esto se debia a que en realidad no se queda complicar inútilmente la dificil misión de los delegados ni perjudicar la solución de la cuestión del viaticum. Pero la mejor prueba de que el Comité federal intentaba realizar el proyecto en el congreso de Toulouse está asi intimamente relacionado con el del subsidio de viaje, es que presentó el proyecto en un articulo de los estatutos mismos del viáticum, concebido de este modo:

Todas las Bolsas del Trabajo deberán enviar una vez por semana, de acuerdo con una norma que establecerá el Comité federal, una estadistica a cada sindicato ... El conjunto de estas estadisticas, comunicado 40 horas después a todas las Bolsas del Trabajo permitirá orientar a los transeúntes hacia los sitios donde haya posibilidad de encontrar trabajo y alejarlos de aquéllos donde exista desocupación.

Este articulo, a pesar de la imprecisión de los términos, contenia en germen todo lo que se realizará después con la Oficina nacional de estadística y de colocación que el Comité federal debia crear dos años más tarde y que comenzó hacia 1898 a ocuparse de su función especifica.

La primera dificultad aparecida derivaba del carácter que el subsidio de viaje o viaticum debia tener, a fin de producir el máximo efecto útil. ¿Debia constituir una simple obra de filantropia? ¿Debia ser una especie de limosna (por otra parte fraterna) aportada por las profesiones exentas de desocupación y de los sindicatos en situación estable a los desafortunados cuya profesión, falta de habilidad, edad, u otras mil causas condenaban a buscarse periódicamente una ocupación? Si la respuesta era afirmativa, el Comité federal de las Bolsas del Trabajo no tenia que hacer más que adaptar a las organizaciones representadas los estatutos de los servicios del viáticum ya creados por la Federación francesa de los Trabajadores del Libro, por la Unión de Trabajadores del Tour de Francia y por la Sociedad General de Sombrereros.

En caso contrario, aparte de la seguridad creada por los mismos participantes contra las desocupaciones eventuales, ¿sería el medio para atenuar la concurrencia fratricida que, bajo presión de la necesidad se hacen entre sí los desocupados? También cabía preguntarse si serviría para regular en cierto modo el mercado económico permitiendo una confrontación casi inmediata de la oferta y de la demanda, de modo que pudiera evitarse la penuria de brazos, que si bien sirve de momento a los intereses de algunos, lesiona por el contrario los de las multitudes hambrientas; asimismo había que interrogarse si valdría para regular la superabundancia de brazos que contribuyó a la desproporción aparecida después de 1860 entre el precio del trabajo y el de las mercancías.

Estas eran las dos concepciones relativas al servicio decidido sucesivamente en los congresos de Toulouse y de Rennes.

Si las Bolsas del Trabajo no hubieran contado con algunos millares de adherentes, no hay duda que el Comité federal habría adoptado el primer sistema, muy elemental, contrastado durante mucho tiempo, que todos los años contribuía a proteger a centenares de personas contra la tentación de dejarse caer en las aceras de las calles para no tener que luchar contra un tipo de existencia precaria y miserable. Pero las Bolsas del Trabajo reagruparon a más de mil sindicatos, con un número aproximado de 250.000 obreros, es decir, el 65 por ciento de los inscritos en los sindicatos franceses. Con un número tan notable de trabajadores, el Comité federal debía por consiguiente obtener del proyectado servicio los mayores beneficios. Por tanto, al pronunciarse en favor del segundo sistema de asistencia, establece que el socorro de viaje debía completarse con una estadística del trabajo que indicara a los obreros los centros en los que la mano de obra estaba escasa y aquellos otros en que, por su exceso, había pocas posibilidades de hallar ocupación. Con este objeto las Bolsas del Trabajo fueron invitadas a hacer conocer semanalmente el número de empleos vacantes en cada uno de los oficios representados en las oficinas de aquéllas. Estas cifras serían luego sometidas en bloque a la atención del Comité en una lista, de la cual cada Bolsa del Trabajo recibiría en el curso de 24 horas una copia destinada a difundirse.

Se trataba sólo de un principio, pero este primer proyecto levantaba ya una objeción fundamental: si desde el momento en que algunos organismos bien estructurados a duras penas podían aportar con exactitud información mensual sobre las condiciones del mercado, mal cabía esperar que esta información pudiera recogerse cuatro veces al mes. El Comité se mostró lo suficientemente cauto como para no comprometerse en ese sentido. Manifestó sólo la esperanza de un éxito en este problema subrayando sobre todo que las Bolsas del Trabajo han impulsado en el pueblo el gusto por los estudios económicos y estadísticos, desconocidos antes de la aparición de aquéllas, y por tanto despreciados. Luego estimó que la perseverancia aportada en la ejecución de su proyecto había terminado por decidir a los hombres ya entusiasmados con el deseo de conocer su condición verdadera, a escribir la historia con cifras, es decir, a hacerla de este modo palpable para sí mismos y para el resto de la humanidad. Considerando en fin que los sindicatos y las Bolsas del Trabajo, que en definitiva no solamente tienen un interés limitado y retrospectivo en consultar las estadísticas, hasta ahora insuficientemente conocidas, una vez publicadas doquiera, tendrán, con la exactitud de la estadística publicada por la Federación, un triple interés:

1. Impedir, con la reglamentación del viaje de los obreros sin trabajo, el despilfarro de los fondos destinados a socorrerlos;

2. Prevenir la afluencia de los brazos disponibles, susceptibles de desvalorizar los salarios;

3. Obtener los trabajadores por sí mismos información lo bastante exacta, a fin de que los miembros de los sindicatos que quieran trasladarse lo hagan sin verse obligados a emprender el viaje, sino con pleno conocimiento de causa.

A lo que parece, el Comité tenía razones más que suficientes para confiar en el resultado de su empresa. Por otra parte, además, no pasaba día en que las Bolsas no tuvieran que consultarse unas a otras acerca de la situación del trabajo en cualquiera de las ramas de la actividad industrial. Esta relación era precisamente la que el Comité quería hacer permanente. Establecer un servicio de estadística era más conveniente que buscar la información en otra parte, conociéndose de antemano a quienes se ofrecían para el trabajo.

Una vez resuelta esta dificultad quedaba por conocer las condiciones en que se efectuaría el trabajo. En primer lugar y para alcanzar el objetivo previsto, era necesario dotar a las indicaciones ofrecidas por las Bolsas del Trabajo de la máxima exactitud, de modo que el obrero de un pequeño taller mecánico, pongamos por ejemplo, supiese si el empleo anunciado como vacante en su profesión se relacionaba con instrumentos de cirugía o de óptica; por otro lado, también se necesitaba que las clasificaciones de los empleos fuesen lo bastante precisas como para evitar lamentables confusiones, especialmente cuando un oficio tiene, de acuerdo con las localidades, diferentes nombres, o cuando se trata de operarios adaptados a diversos trabajos, como el estuquista-pintor, el hojalatero o el especialista del zinc, etc. Otra dificultad era la de ofrecer una lista de oficios realmente representados en las Bolsas del Trabajo, y como el número de estos oficios y el de las propias Bolsas del Trabajo aumentaban cada día, es claro que el primer problema a resolver hubiera tenido que consistir en confeccionar una nomenclatura completa de los oficios, proveyéndose a todas las Bolsas del Trabajo de un ejemplar con la recomendación de designar siempre con precisión los empleos disponibles mediante una de las denominaciones comprendidas en esas nomenclaturas.

En segundo lugar las Bolsas del Trabajo habían llegado a alcanzar el número de 57 y era cuestión de saber de qué modo podía obrar el Comité para poder, en el espacio de 24 horas, resumir toda esa información sobre la situación de conjunto, hacer de este informe 57 ejemplares y remitirlos luego a las Bolsas del Trabajo.

Fiel a sus principios, convencido de que antes de pedir ayuda el hombre debe poner en acción todos los medios de que dispone, el Comité intentó llevar a cabo su programa valiéndose de los propios recursos personales, con el fin de que a pesar del exceso de informaciones transmitidas por las Bolsas del Trabajo en las que los sindicatos son numerosos, el cuadro de conjunto no asumiera nunca proporciones exageradas. Decidió, por consiguiente, que todos los oficios registrados estuvieran precedidos de un número, y que en vez de indicar los oficios, los casos particulares, sólo se indicaran en el cuadro general las cifras, permitiendo ello mediante la yuxtaposición de la nomenclatura y de la lista en la sala pública de cada Bolsa del Trabajo, una traducción inmediata.

De este modo se obtenían indicaciones de este tipo:

Lyon 57/9 78/59 148/17 312/3 522/24

En este cuadro la cifra superior indicaba el número de orden del oficio y la inferior el número de empleos disponibles.

Una vez llegadas al Comité las solicitudes particulares se hubiera debido establecer un cuadro-tipo. Pero, aunque esta operación no podía realizarla una sola persona, ella no era tal que excediera las posibilidades humanas, ni susceptible de exigir un tiempo superior al necesario para la expedición de las copias a las Bolsas del trabajo. Quedaba, en resumen, el problema de la preparación de esas cincuenta y siete copias.

Los recursos financieros de la Federación eran modestos y ésta no tenía autorizados gastos de imprenta. Se trataba de ver si con cualquier procedimiento autógrafo, un hombre podría preparar en pocas horas las 57 copias de que se ha hablado.

En este punto el Comité se vio obligado a reconocer su impotencia. En vano examinó el problema bajo todos los aspectos, imaginó otras numerosas combinaciones, pero le resultó imposible resolver la dificultad y tuvo que convenir que sólo gracias a la imprenta se podría tener en el tiempo deseado los ejemplares indispensables que, por otra parte, no se podrían encargar por la escasez de fondos.

El Comité se encontró pues en la alternativa de tener que abandonar su proyecto o de recurrir a la ayuda del Estado. Confiando en la utilidad de su empresa no vaciló en adoptar la segunda solución y el 17 de noviembre de 1899 decide solicitar del Estado una subvención anual de 10.000 francos.

Esta demanda, se llevó acabo en un momento en que un acontecimiento imprevisto hizo posible ampliar el primitivo programa del Comité y, a la vez, llevar a cabo mucho antes de lo previsto la creación de la Oficina de Estadística y de Colocación.

Preocupado por proporcionar ocupación a los millares de trabajadores en paro, acto seguido de la clausura de las tareas de la Exposición Universal, el gobierno había hecho indagaciones sobre los talleres o empresas públicas abiertas o destinadas a abrirse en 1900 en diversos puntos del territorio y sobre las condiciones del trabajo y de los salarios en que tales empresas habían reclutado su personal. Ahora bien, ¿cómo relacionar a los desocupados con estas empresas? Para esto se necesitaba un intermediario. El Ministerio de Obras Públicas ofreció esta función a la Federación de las Bolsas del Trabajo. Estas, viendo aquí un esbozo de la Oficina propiamente dicha, aceptó la oferta, no sin antes haber establecido previamente que solamente enviarían obreros allí donde la mano de obra local fuera realmente insuficiente y las condiciones de los salarios y la duración de la jornada laboral fueran iguales a los aceptados por los sindicatos regionales.

Este escrúpulo motivó el envío a las Bolsas del Trabajo de la siguiente circular:

Compañeros,

Adjunto os transmitimos un ejemplar del manifiesto en el que el Ministerio de Obras Públicas informa de los talleres actualmente accesibles a los obreros en este momento, es decir, cuando queden clausurados los talleres de la Exposición.

En este aspecto hemos tomado la precaución de informarnos de si los precios indicados en este manifiesto son cuando menos iguales a los salarios corrientes en la referida localidad, y también de si es cierto que se necesitan allí brazos, de modo que sea de necesidad enviarlos.

Os informamos igualmente que, por medio del desarrollo de la Oficina de estadística que acabamos de crear, os daremos a conocer a la mayor brevedad el nivel normal de salarios pagados a los obreros en cada uno de vuestros sindicatos. Esto nos permitirá establecer un fondo de datos para los obreros de cada ciudad y verificar, cuando se nos demande por nuestros adherentes, si el precio ofrecido es el habitual entre los inscritos en los sindicatos.

Una vez hechas las verificaciones se inicia la colocación de los obreros desocupados.

Con este fin los trabajadores llenaban un formulario de solicitud de empleo, el cual, recibido por la Federación y aceptado por los empresarios de la provincia, era transmitido al Ministerio de Obras Públicas, quien lo devolvía acompañado por un permiso de circulación a mitad de precio para la localidad donde el operario era dirigido.

Por desgracia, los interesados tenían que esperar por lo menos dos días antes de que el ministerio devolviera la carta. Esta lentitud en la oficialización de los permisos hacía que buen número de desocupados prefirieran no esperar y emprender el viaje a sus propias expensas antes que permanecer dos o tres días en París, con lo que los gastos no se habrían visto compensados por la reducción del 50 por ciento concedida por las compañías ferroviarias.

Añadamos, para completar el panorama, que hacia el mes de julio, muchos obreros se encontraban en la imposibilidad de hacer frente a todos los costos del viaje. Fue entonces que el Comité federal consideró oportuno hacer valer las palabras pronunciadas ante la Cámara de los diputados por el Presidente del Consejo de Ministros y reclamar la atención del gobierno sobre la situación de estos obreros y sobre la misión de la Oficina, solicitando que se les concediesen algunas sumas por un total de 1.400 francos.

Mientras llegaba a funcionar este servicio complementario, la Dirección de Trabajo, anexa al Ministerio de Comercio invitaba al Comité federal a precisar, en forma reglamentaria, el funcionamiento de la Oficina de Estadística y colocación. Fue en esta ocasión cuando el Comité redactó los estatutos (2) que fueron publicados en Le Travailleur syndiqué de Montpellier (junio de 1900) y que, tras indicar la formalidad requerida todas las semanas a cada una de las Bolsas del Trabajo para la compilación de la lista general y su envío, especificaban las tres condiciones pedidas por el gobierno para prestar su ayuda.

En resumen, el 5 de julio, y a consecuencia de las declaraciones hechas el 1° de junio en la Cámara por el ministro de Comercio (3), el gobierno acordaba conceder a la Federación de las Bolsas del Trabajo una subvención de 5.000 francos (4) para el segundo semestre de 1900.

Inmediatamente el Comité federal informaba en los siguientes términos a las Bolsas del Trabajo de los detalles propuestos en relación con el nuevo servicio:

Compañero,

El reglamento de la Oficina de estadística y colocación, publicado en Le Travalleur syndiqué (junio de 1900), órgano de la Bolsa del Trabajo de Montpellier, ha indicado cómo funcionará este nuevo servicio de la federación de Bolsas del Trabajo.

Sabéis que la misión de la Oficina es la de hacer semanalmente la estadística de los puestos disponibles en la jurisdicción de las Bolsas del Trabajo, debiéndose entender que la expresión de puestos disponibles señala a aquellos empleos que por una u otra razón no han podido ser ocupados por obreros desocupados de la localidad, o para cuya ocupación no hay ningún empleado disponible.

Tal estadística se redacta de la siguiente manera: el miércoles de cada semana, todas las Bolsas del Trabajo redactan y dirigen a la Oficina un escrito indicando el número de los empleos vacantes de que se tiene conocimiento en cada una de las profesiones federadas, añadiéndose, en la posible, el valor de los salarios. Ahora bien, con el fin de evitar una enumeración demasiado larga, todas las Bolsas del Trabajo indican en este escrito no el oficio, sino el número de orden que se le ha asignado en la nomenclatura, de la cual hallará, unida a esta carta, un ejemplar en cualquiera de las Bolsas del Trabajo. Ejemplo: están disponibles: un puesto de tendero, remunerado con cuatro francos; 3 de picapedreros, uno de ellos con 3 francos y 2 con 3.50 francos, y en fin un hojalatero con 5 francos. El secretario de la Bolsa del Trabajo dispondrá su escrito de la forma que se indica.

Aquí las cifras superiores indican el número de puestos, las inferiores las correspondientes a las nomenclaturas, 1/27 (4 francos) 3/380 (1 a 3 francos, 2 a 3.50 francos) 1/273 (5 francos).

Cuando el cuadro que reproduce todos los escritos individuales sea fijado en las Bolsas del Trabajo junto a las nomenclaturas, los desocupados que consulten el cuadro, para conocer los empleos indicados en las cifras superiores, sólo tendrán que consultar la serie en la nomenclatura.

Hay un punto en el que insistimos especialmente: las indicaciones de los empleados, para resultar útiles, deberán ser la más recientes posibles. Para esto es necesario, por un lado, que los secretarios de las Bolsas del Trabajo procuren ser informados por los secretarios de los sindicatos en el último momento, es decir, el miércoles, todo lo más el martes por la tarde; por otro lado, que la lista dirigida a la Oficina con la correspondencia del miércoles por la tarde, esté en condiciones en la jornada del jueves de componer el cuadro general y llevarlo a la imprenta. Por tanto, compañeros secretarios, os rogamos que nos enviéis vuestros primeros datos el próximo miércoles, para continuar asimismo los siguientes miércoles.

Para concluir recordamos también a las Bolsas del Trabajo la importancia que tendrá la exactitud en esta estadística permanente. El gobierno, la Cámara de diputados, la prensa, la han comprendido plenamente. Los augurios de éxito y la ayuda financiera que han dispensado a la Federación nos obliga a todos, secretarios de las Bolsas de Trabajo y miembros del Comité federal, a poner el máximo interés al objeto de probar que las Bolsas del Trabajo son capaces de crear el mercado nacional del Trabajo.

Por fin, el 9 de agosto las Bolsas del Trabajo recibían el primero de los cuadros generales de los empleos vacantes, los cuales aparecieron ya regularmente después de aquella fecha (5).

Debemos añadir que, a fin de ampliar el radio de sus informaciones, así como para facilitar el cometido de las Bolsas, la Oficina invitaba al poco tiempo, por una parte a los prefectos y a los sindicatos, y por otra a los industriales y empresarios de su jurisdicción, a informar a los primeros, del número de obreros necesarios en cada profesión, la cuantía de los salarios, la duración de la jornada laboral y los períodos en que tenían que empezar y concluir los trabajos; y a los segundos del número de obreros que necesitarían, así como la duración aproximada de los trabajos.

Las respuestas que recibamos de acuerdo con esta circular -escribía a las Bolsas del Trabajo el secretario de la Oficina- serán transmitidas a las Bolsas del Trabajo o a las organizaciones obreras más directamente interesadas, en el sentido de que si nos llega por parte de cualquier localidad la demanda de cierto número de operarios, enviaremos inmediatamente aviso a la Bolsa del Trabajo o las organizaciones más próximas a la localidad en cuestión, las informaciones recibidas, con el encargo para tales Bolsas u organizaciones, de hacer inmediatamente todo lo necesario o indicarnos si procede avisar a otras Bolsas del trabajo.

Este fue el objetivo confiado al Comité federal, confirmado en septiembre de 1900 en el congreso de París.

Antes de llegar a conclusiones damos algunos datos sobre la situación, realmente no demasiado brillante, de la Oficina de estadística y colocación.

El cuadro indicado señala las primeras previsiones del Comité federal, como las que figuran en el proyecto de Balance anual adjunto al informe presentado al congreso.

De estas previsiones desarrolladas ampliamente por el Comité federal, fiando en las promesas de ayuda recibidas, a fin de dotar a los secretarios de las Bolsas del Trabajo de una indemnización anual por el trabajo suplementario que se verían obligados a hacer para registrar todas las semanas los empleos disponibles en su jurisdicción, de estas previsiones, decimos, hasta entonces sólo se realizó una: la contribución por parte del Estado. Además de que esta contribución sería verosímilmente inferior, en 1901, a la cifra de 10.000 francos considerada indispensable para hacer funcionar la Oficina con la amplitud requerida por sus nuevos cometidos, y el Comité federal tendría que defender enérgicamente la causa de una operación cuya utilidad primordial no había sido suficientemente comprendida por los espíritus.



IngresosFrancosGastosFrancos
Subvención del Estado10000Empleados permanentes3600
Subvención del Consejo municipal de París2100Empleados adjuntos (dos días semanales)800
Subvención de las municipalidades departamentales (60 francos por término medio, anualmente a cada Bolsa de Trabajo)2820(6)Impresión del cuadro general4600
Envío del mismo400
Correspondencia (3500 cartas)500
Administración y gastos de oficina300
Indemnización anual a los secretarios de las B. de T. federadas4700(7)
Excedente de ingresos20
Total14920Total14920


Sin embargo -y aquí viene nuestra conclusión- el Comité había tenido una visión certera de las funciones presentes y futuras de la Oficina de estadística y colocación; el fin propuesto no carecía de ambición (aunque por otra parte es necesario la gran energía y sacrificio que cabe esperar de todos y cada uno) y debía ser alcanzado. Sobre esto no hay duda. La crisis económica arroja cada día a miles de hombres a la calle y la situación de ignorancia en que se encuentra el país en cuanto a las oscilaciones de la oferta y la demanda condena a estos hombres a esperar sobre el terreno (pero, ¿con qué recursos?) a que la crisis amaine o a ponerse en camino sin meta alguna en busca de una ocupación lejana y problemática. Contra las crisis las organizaciones obreras están inermes: sólo la transformación económica hará imposible su repetición. No obstante, se pueden atenuar sus efectos llevando finalmente a cabo lo que, después de la Revolución todos los economistas sociales, todos los gobiernos democráticos, se propusieron efectuar: la creación del mercado de trabajo. y ya es tiempo de que los mercados locales constituidos por medio de los sindicatos y las Bolsas del Trabajo se vean completados por medio de un mercado nacional, y que los trabajadores marselleses que residan en Toulouse o en Nantes puedan saber cuándo y en qué condiciones pueda serles ofrecido trabajo en un taller o fábrica de su ciudad natal. Ahora bien ¿hay alguien mejor calificado que las Bolsas del Trabajo para llevar a cabo este cometido?

Y esto no es todo. Las estadísticas de cualquier tipo, periódicas o no, que se vienen publicando por parte del gobierno o de la sociedad de economía política, tiene solamente interés para el economista, quien gracias a ellas formula los principios que resultan útiles a sus propios intereses, o al legislador, que si se inspira en ellos, (por otra parte superficialmente) lo hace para enmascarar la injusticia de los proyectos de ley sometidos a su examen. Por el contrario, la estadística permanente de la Oficina tendrá un interés práctico e inmediato: el de hacer conocer, en primer lugar a cualquier trabajador desocupado o deseoso de cambiar de lugar de trabajo, las indicaciones donde aparezcan los empleos adecuados a sus aptitudes y remunerados de acuerdo con las normas (8); también el hacer inmediatamente más homogénea la mano de obra disponible según las demandas de los obreros; y en fin el de ofrecer una posibilidad de éxito a los obreros en las huelgas, permitiéndoles hacer el vacío en torno a las zonas conflictivas (9).


e) Casos diversos. Para agotar la nomenclatura de los servicios de socorros mutuos creados por las Bolsas del Trabajo, nos bastará señalar algunos casos de socorro en caso de infortunio o enfermedad, y la tentativa realizada por el sindicato de los sastres y cortadores de Nîmes relativo a una caja de pensiones.

Mención especial merece hacerse en favor de la Caisse de Solidarité (Caja de Solidaridad) recientemente fundada por cierto número de sindicatos afiliados a la Unión de los sindicatos del Sena. Esta caja, a diferencia de las cajas de socorros mutuos, no impone a sus adherentes ninguna condición de edad o de salud, y no acepta miembros honorarios. No impone ninguna condición de edad o de salud porque sus fundadores tienen en cuenta que es precisamente en los límites de la vejez o cuando una debilidad congénita o adquirida disminuye la fuerza-trabajo, cuando los obreros tienen necesidad de socorrerse. Sin duda se hizo necesario elevar la cuota, superior a la de las sociedades de socorros mutuos. Pero es cosa equitativa que los fuertes presten a los débiles la misma asistencia que ellos mismos recibirán cuando la edad o la enfermedad les lleguen a su vez. Por otra parte no parece, contrariamente a la opinión que se profesa en la Sorbona, que los jóvenes vacilen en adherirse a esta caja. La solidaridad que existe entre nosotros presupone la utilidad.

Las ventajas ofrecidas por la Caja de Solidaridad son las siguientes: el socorro en caso de enfermedad, el socorro trimestral a los soldados (testimonio de una solidaridad inédita y en el que la asociación confía mucho para impedir que sus miembros incorporados al ejército renieguen de los lazos que les unen al taller y al trabajo), el socorro a los reservistas y territoriales, el socorro a las mujeres de asociados muertos y a las mujeres encinta (hay que decir que no se establecía ninguna distinción entre la compañera legítima y la ilegítima), y en fin el crédito gratuito, con la única garantía del sindicato del que forma parte el solicitante. El derecho de admisión se fijó en 2 francos y la contribución mensual era de 1.50 francos: el socorro de enfermedad es de 2 francos al día durante 30 días, a condición de que la enfermedad dure más de seis días y que comporte la incapacidad absoluta de trabajar. La mujer embarazada tiene derecho a un socorro cotidiano especial de 1.50 francos, independientemente de la indemnización de 2 francos ya entregados por enfermedad; la viuda, o en su defecto los hijos, los padres, los hermanos o hermanas, o el heredero testamentario de un miembro de la sociedad recibe 30 francos; el soldado en servicio activo, 5 francos al trimestre; el reservista y el territorial 1.50 al día; los préstamos son de 31 francos, reembolsables sin intereses, en entregas semanales mínimas de 3 francos.

Lo que diferencia los servicios de socorros mutuos de las Bolsas del Trabajo, de los servicios de la sociedad de socorros mutuos propiamente dicha es, por una parte, la supresión de cualquier condición de edad o salud, considerándose estos servicios no como medio de autoprotección contra los accidentes de la vida, sino como medio de resistencia, ya creemos haberlo afirmado, contra las depresiones económicas, que se traducen en largas jornadas de trabajo y en bajos salarios. Por otra parte está su limitación a los inscritos al sindicato, consecuencia del motivo precedente y de la luminosa consagración -porque no era fácil esperarla en el ordenamiento mutualista- del principio de la división en clases, hoy admitido y escrupulosamente aplicado por todas las fracciones organizadas del proletariado.

¿Significa esto tal vez que el socorro mutuo debe encontrar, o mejor reencontrar en las confrontaciones de los sindicatos el favor que éstos le han negado en el curso de los años? Esta afirmación es posible por dos razones: que los sindicatos, de largo tiempo llamados de socorros mutuos, forma cuyo carácter benemérito celebraba poco antes Léopold Mabilleau, creen ver hoy suficientemente los defectos a evitar, y que además, unos oscuramente, otros claramente, llegan a comprender (mediante una aplicación cada vez más amplia del principio de la lucha de clases y en virtud de su tendencia socialista a eliminar progresivamente todas las instituciones actuales), llegan a comprender, decimos, la necesidad de construirse ellos mismos los servicios hoy necesarios para el hombre condenado a sobrevivir, por el hecho de hallar cada día un trabajo más precario y depreciado.


2. Servicio de enseñanza

a) Biblioteca. La Bolsa del Trabajo, dicen los estatutos generales de todas estas asociaciones tiene como finalidad cooperar al progreso moral y material de los trabajadores de ambos sexos. Ahora bien, ¿qué medio sería más idóneo para este fin que la iniciación de los trabajadores en los descubrimientos del espíritu humano? Sobre todo en materia de enseñanza cabe felicitarse de la creación de las Bolsas del Trabajo, desde el momento en que sólo ellas pueden llevar a cabo los maravillosos esfuerzos que han hecho decir a Edouard Petit, inspector general de educación: Se están convirtiendo en las universidades del obrero. Los inscritos pobres, débiles y aislados, los círculos políticos que desprecian los estudios económicos, eran igualmente impotentes (lo cual es lógico) no sólo para organizar los cursos de enseñanza profesional y primaria de los que hablaremos en breve, sino también para constituir bibliotecas de ninguna clase. Era por otra parte un tiempo en que las escasas bibliotecas sindicales tenían que compensar la serveridad de las obras de tecnología o de ciencia con otras obras literarias que todavía hoy adornan los salones y cámaras. Ahora bien, es superfluo decir que los obreros viejos y jóvenes, cuya ignorancia de los acontecimientos sociales y de las leyes que los determinan, limitaba su horizonte, se consideraban apresados, tanto ellos como las generaciones que les siguieron, en la busca de salarios de hambre y de trabajos envilecedores; además vivían aislados y no podían por ende emprender discusiones vivas, intensas, aptas para agudizar las facultades de observación y de crítica, por lo que preferían a los temas elevados, las narraciones pintorescas o inquietantes de los narradores populares.

Solamente cuando se unieron entre sí, una vez federados y se preocuparon de mejorar cada día la condición obrera, y se vieron los adherentes a los sindicatos empujados a reflexionar sobre el problema económico, y a adquirir nociones lo bastante claras sobre la ciencia social, empezaron a tomarle gusto a las obras puestas a su disposición. Luego empezaron a mirar el mundo circundante y descubrieron un auténtico tesoro literario, útil para aliviar sus penas, en espera de que fuera posible remediarlas.

Actualmente no existe ninguna Bolsa del Trabajo que no posea una biblioteca y que no realice serios esfuerzos para enriquecerla. Algunas tienen sólo 400 o 500 volúmenes, pero otras reunieron los 1.200, y la de París, ciertamente en situación privilegiada y provista de una sala de lectura de 72 metros cuadrados de superficie, cuenta con más de 2.700 obras. Por otra parte, en todas estas bibliotecas prevalece la calidad sobre la cantidad. Casi instintivamente, las Bolsas del Trabajo han elegido obras destinadas a afinar el gusto, a elevar los sentimientos, a extender los conocimientos de la clase obrera: los estudios más concienzudos de crítica social, los más esenciales y valiosos, los escritos de imaginación más sublimes. Tales fueron los alimentos ofrecidos a apetitos tanto más robustos cuanto que permanecen hasta hoy insatisfechos. En los catálogos de las bibliotecas hallamos, al lado de una sección tecnológica compuesta de tratados recientes y muy notables puestos al día en la concerniente a los descubrimientos científicos y profesionales en el campo de la física, la química y la ingeniería, a los maestros de la economía política, desde Adam Smith hasta Marx. En literatura encontramos desde los prosistas y poetas del siglo XVII y XVIII hasta Emilio Zola y Anatole France; en la crítica social desde Saint-Simon hasta Kropotkin. En las ciencias naturales desde Haeckel y Darwin hasta Reclus y a los más eminentes antropólogos contemporáneos.

Por otra parte las Bolsas del Trabajo mostraban un eclecticismo inteligente, y se podían contemplar en los estantes de las bibliotecas cumbres del genio, obras como Le Génie du Christianisme (el genio del cristianismo) y La justice dans la révolution et dans I'église (la justicia en la revolución y en la iglesia, Proudhon), el Papa, de Maistre, así como L'esquisse d'une morale sans obligation ni sanction, de Guyau (Ensayo de una moral sin obligación ni sanción), L'Essai sur I'indifference, de Lamennais (Ensayo sobre la indiferencia), y Les Ruines de Palmire, de Volney, (Las ruinas de Palmira), o L'Origine de tous les cultes, de Dupuis, (El origen de todos los cultos). ¿Osaremos decir que todos estos libros eran muy leídos? Ciertamente no, pero hay trabajadores que tienen la curiosidad de abrirlos y se interesan con la virulencia de los grandes polemistas católicos, la riqueza poética de un Chateaubriand. En cuanto a los otros, me refiero a aquellos a quienes es necesario despenarles anificialmente el interés, ello se logra cuando se interesan leyendo las novelas de los autores sociales contemporáneos.


b) Museo del Trabajo. Las Bolsas del Trabajo no se contentaron con ofrecer a sus adheridos bibliotecas ejemplares. Con la imaginación siempre lista, quisieron crear el museo del trabajo, del cual expusimos el plano no hace mucho en su órgano central, L'Ouvrier des Deux-Mondes. No nos cansamos de repetir que los productos, que tanto cuestan al obrero, procuran escandalosas ganancias a los capitalistas; que de año en año el poder adquisitivo de las masas disminuye, mientias que el de los privilegiados aumenta. La riqueza acrece constantemente y la miseria se hace cada día más espantosa. Se preveen tales condiciones económicas que, en el curso de los años, el trabajador se verá más oprimido cada vez y que sus esfuerzos por proteger pacíficamente su existencia serán cada vez más impotentes. Se dice también ... Pero todo esto no es otra cosa que meras afirmaciones. Necesitamos algo más.

Sería interesante ofrecer al pueblo el medio de observar por sí mismo los fenómenos sociales y de extraer de ellos todo su significado. Ahora bien ¿qué otro medio más convincente existiría que el de ponerle ante los ojos la esencia misma de la ciencia social: Los productos y su historia?

He aquí algunas muestras de los hilos empleados en los tejidos de Amiens. Sabemos cuánto ganan los obreros que los tejen, así como sabemos cuánto ganan los tejedores de otras comarcas. Mas, ¿qué representan para nosotros estas cifras? Casi nada, porque ignoramos casi todas las demás circunstancias accesorias, las que podrían conferir a aquéllas todo su valor. Esto ocurre en lo relativo al costo de las materias primas en los países de producción y su costo al ingresar en la manufactura, es decir la elevación de aquél en el curso de la transferencia, las aduanas, los comisionistas, y las exigencias requeridas por parte de la nutrición, el alojamiento y el mantenimiento de los obreros; conocer todo es el único medio para conocer realmente el valor de su salario; también se ignora si el salario declarado es el de cada jornada laboral o el de cada uno de los 365 días del año; asimismo, dónde y en qué cantidad vende el fabricante sus productos, y a qué precio se lo procuran los consumidores al detalle, etc. Por consiguiente, ¿cuáles son los fundamentos sobre los que basar sólidamente los principios económicos deducidos empíricamente de estadísticas elementales y tal vez inseguras?

Estas son las preocupaciones de numerosas Bolsas del Trabajo. ¿Cómo pueden satisfacerse? Esto es muy sencillo: creando un museo subdividido en tantas secciones como sindicatos obreros existentes, que contuviesen muestras de cada uno de los productos manufacturados con toda su historia. Los obreros tendrían así la posibilidad de conocer en pocos minutos la procedencia del tejido que tienen delante de los ojos, los diversos lugares en que se fabrican, su costo de producción, el número de obreros necesarios para su fabricación, así como su salario y lo que gastan para vivir; conocerían también el precio de venta del tejido al por mayor y al detalle; el número, las características y la productividad de las máquinas que lo han tejido. Todas estas cifras se mantendrían al día e indicando constantemente la relación entre el capitalista y el obrero, entre el productor y el consumidor, de tal modo que rápidamente esta verdad pueda emerger ante los ojos de los obreros de la industria textil. Al mismo tiempo se tendría un balance de las huelgas, las asociaciones de apoyo mutuo, la ley contra la desocupación, las leyes obreras y de todo aquello incapaz de detener la pauperización, del mismo modo que lo es un dique de arena para contener la furia del mar.

Dejemos claro que estas constataciones no tendrían como finalidad ni como efecto el disminuir las instituciones económicas inspiradas no solamente en la necesidad actual de defensa, sino también y sobre todo en la intención de dotar a la clase obrera de los medios de producción, de distribución y de consumo necesarios después de la transformación social. Esta constatación serviría solamente para demostrar al pueblo, bajo una forma nueva y elocuente, la imposibilidad de una transformación pacífica.

Imaginémonos ante nuestros ojos una monografía válida para todos los productos de la industria humana; para los minerales extraídos de la profundidad de los Orales, el carbón de Westfalia o del Gard, o para la delicada industria del mimbre del Palatinado; también para los cristales de Bohemia y el vidrio de Pensylvania o del Tarn; para los diamantes de la India y las tapicerías de los Gobelinos, la alfarería de Aubagne y las maravillosas cerámicas de Sevres; en fin, para todo lo que procura a unos goces de avaros, voluptuosidad de artistas o bajas satisfacciones de vanidosos, y que a otros cuesta tantas miserias, tantos sufrimientos pacientemente asumidos, silenciosamente absorbidos. Imaginemos, en fin, estos testimonios vivientes de la inexplicable desigualdad económica, expuestos al mismo tiempo y constantemente en todas las grandes ciudades, que recordarían incesantemente al minero, al vidriero, al panadero, al lapidario, al ceramista, al modelista, que estas obras, salidas de sus manos y con las que apenas pueden sobrevivir, van finalmente destinadas a ornamentar los hogares de otros hombres. Pues bien. ¿No serían estas lecciones mudas tal vez más elocuentes que los vanos clamores revolucionarios que dejan sin aliento a los oradores de cafetín?

Por otra parte en las Bolsas del Trabajo no faltan materiales para llevar a cabo estos proyectos. Ellas tienen, para valorarlos, el origen y la historia del producto, desde la entrada de la materia prima en la fábrica hasta la venta final del objeto manufacturado, las federaciones profesionales de todos los países, los informes de los agentes consulares de todas las naciones, los sindicatos de viajantes, representantes de comercio y contables; para las condiciones mecánicas en las que se elabora el producto, los tratados especializados y las informaciones de los obreros; para las condiciones económicas las declaraciones de los respectivos sindicatos.

El porvenir nos dirá qué suerte espera a este proyecto, cuyo mérito más modesto sería el de conferir a los responsables de las cmcuenta secciones del museo una ciencia económica que muchos economistas de talla podrían envidiarles.


c) Las oficinas de información. La ambición de las asociaciones obreras no se limitaba a la creación de los Museos del Trabajo. Precedentemente hemos indicado que la principal ventaja de las Bolsas del Trabajo fue la de potenciar los progresos de todas ellas, y depués la de desviarlas de experiencias reconocidas como estériles y sugerirles sus ideas fecundas. Pero, y ello se comprende fácilmente, cada una de las Bolsas del Trabajo y el propio comité federal, pueden haber olvidado dónde han sido elaboradas del modo más apropiado y con el éxito más satisfactorio algunas innovaciones. De aquí la necesidad, si no se quiere comprometer en parte las funciones de la Bolsa del Trabajo, de crear una oficina central, o mejor, un vasto número de oficinas locales de informaciones economlcas.

La iniciativa de este proyecto pertenece a la Solidarité des Travailleurs de Bagneres-de-Bigorre. Las agrupaciones -afirma ésta (10)- se forman solamente en las grandes ciudades, allí donde una mente valerosa propone y sólo encuentra respuesta cuando su idea está en vías de realización. Y aunque allí se camina todavía entre las tinieblas, se multiplican las asociaciones, con pocos o muchos miembros, cuya inspiración se halla en la carta estatutaria. En Marsella, por ejemplo, se intenta dar vida a una nueva iniciativa, se va a tientas, tal vez no se obtiene nada, mientras que por el contrario en Lille un proyecto semejante ya ha sido realizado y funciona regularmente. La experiencia del Norte no aventaja en nada al Mediodía. Constatando precisamente esta situación es como llegamos a la idea de la biblioteca social. Nos dijimos: ¿No tendríamos tal vez que complementar nuestra educación? ¿No sería posible medir el esfuerzo hecho por nuestra educación para aspirar a una mejor condición social? Todos los soldados de nuestro gran ejército habrán experimentado una cierta satisfacción al ver tantos resultados, a pesar del ambiente desfavorable en el cual se mueven los obreros. Al mismo tiempo habrán comprobado y reconocido la esterilidad de los esfuerzos aislados que no se extienden a todas las ciudades y al campo. Estas constataciones tendrían como resultado el infundir a todos una mayor confianza en el porvenir. Cuando la victoria aparece segura un ejército es invencible.

Tomando como base estas observaciones, la Solidarité des Travailleurs propone organizar la primera biblioteca social, la primera oficina de información, y que todas las asociaciones existentes y también las disueltas (sindicatos obreros, cámaras del trabajo, sociedades de socorros mutuos, sociedades cooperativas de producción, de consumo, de crédito, de previsión, etc.) nos envíen sus estatutos, y la documentación de que dispongan con los resultados obtenidos. La Solidarité des Travailleurs se encarga de centralizar todas estas informaciones y de clasificarlas. Cualquier tipo de sociedad formará una sección especial, encargándose su secretario particular de catalogar todo el material que le será enviado, de estudiar detalladamente y con el máximo cuidado todos los informes recibidos, de redactar los suyos propios, investigar los gérmenes de vida que han originado la prosperidad de ciertas asociaciones y la causa de la muerte de grupos que ya no existen ... Nuestra biblioteca se compone también de obras que tratan la cuestión social ... las cuales, mediante la organización de una biblioteca circulante, prestaremos a las asociaciones que quieran consultarlas.

Se puede notar la economía de fuerza y de tiempo que habría permitido a las Bolsas del Trabajo la creación de un cierto número de oficinas del género. Añadimos que esto es de fácil realización y que bien pronto se completará con la lectura y los subsidios educativos ya puestos a disposición de sus adherentes por parte de las Bolsas del Trabajo.


d) La prensa corporativa. Cierto número de Bolsas del Trabajo publican mensualmente un boletín en el cual ilustran los procesos verbales de sus sesiones y diversas estadísticas sobre sus cursos profesionales, el movimiento sindical, etc. Además, se insertan también las actas de las sesiones del Comité federal, porque éste ya no tiene un órgano tras la desaparición, en 1899, de la revista de economía social, Le Monde Ouvrier.

Debemos confesar, no obstante, que la mayoría de estas publicaciones, de las que esperábamos mucho, no supieron realmente comprender y asumir sus funciones. Dos o tres como máximo, los boletines de Nîmes y de Tours, L'Ouvrier du Finistère, se esforzaron por ayudar, en diversa medida, en las elucidaciones de los problemas económicos y sociales. Los otros no poseen información suficiente ni siquiera sobre el funcionamiento de las Bolsas del Trabajo que los publican.

Sin duda que la misión que incumbe a los secretarios de las Bolsas del Trabajo, excede a sus propias fuerzas, si no a su buena voluntad, y en fin consideramos más justo subrayar las misiones realizadas por ellos antes que destacar sus fallos. Sin embargo, la responsabilidad de su fallo en materia de periodismo les es plenamente imputable, porque dependía plenamente de ellos dar a los boletines utilidad e interés ... sin ningún esfuerzo personal por su parte. Bastaba con publicar los informes, tal vez demasiado documentados, de sus comisiones de estudio, o hacer surgir de entre sus mismos adherentes aquellos colaboradores preciosos que nosotros mismos hemos encontrado y que habrían expuesto, tanto las condiciones de vida de los trabajadores, como las vicisitudes de los sindicatos, exponiendo sus puntos débiles y como contraste sus ventajas. Tales personas habrían enumerado los éxitos e investigado acerca de las derrotas propias, iniciando en suma en la actividad sindical a quienes la ignoran o la conocen poco.

Villemessant se revela psicólogo el día en que pretende que cualquier hombre es capaz de hacer por lo menos un artículo excelente. Esta concluyente afirmación la hemos comprobado nosotros mismos, al obtener de obreros que en principio no eran considerados capaces de hacerlo, interesantes monografías sobre asociaciones e incluso también estudios sobre cuestiones que apasionan al proletariado. ¡Cuántas veces hemos publicado crónicas sobre las Bolsas del Trabajo, de las que ellas mismas hubieran debido reservarse las primicias u ordenar la reproducción de las mismas! Que los periódicos corporativos no se lean realmente es una contrariedad por completo explicable, dado que nadie puede ser obligado a leer publicaciones desprovistas de interés. Pero depende de las Bolsas del Trabajo que las publican el dar a éstas una publicidad adecuada: ellas tienen efectivamente en su seno todos los elementos aptos para crear revistas que nada tendrían que envidiar a las revistas corporativas inglesas o americanas. Deben por consiguiente empezar a reunir toda esa riqueza potencial y así añadirán a todos los instrumentos de emancipación de que disponen, el instrumento esencial por excelencia: el periódico, en el cual se refleja el hombre con sus ansias de vida plena.


e) La enseñanza. No es de ayer la preocupación de los grupos corporativos por una enseñanza profesional debida a su propia iniciativa. Sin remontarse más allá de 1872 constatamos ya que ése era el objetivo de los fundadores del Círculo de la Unión Sindical Obrera y que todos los sindicatos de la época suscribieron con entusiasmo este proyecto. Si volvemos a los orígenes -dice el Informe de la delegación de los obreros marmolistas de París a la Exposición Universal de Lyon (1872)-, nos damos cuentra que desde el principio, una escuela sindical central de diseño profesional fue considerada necesaria por un grupo de trabajadores. Otros cursos, reputados útiles para todas las profesiones, debían organizarse posteriormente, de acuerdo con los recursos de los círculos.

La primera reunión con este fin se debió a la iniciativa del ciudadano Ottin, escultor, quien presentó su proposición a los tallistas. Por ser el dibujo algo de utilidad esencial en este oficio, la cuestión se afrontó resueltamente. Luego, la cámara sindical de los obreros tapiceros ofreció el local de su propia sede para celebrar la sesión preparatoria del proyecto de escuela ... De este modo -continuaba el informe- las cámaras sindicales que se prestaban recíprocamente un apoyo de ideas y conocimientos prácticos, aprendieron a reconocer en su propio seno a aquellas individualidades dignas de representarlas e igualaron los conocimientos específicos favoreciendo la inclinación de los mejor dotados frente a los menos favorecidos.

Sin embargo, debido a los medios de que los sindicatos tenían que disponer para la organización de una enseñanza técnica, nada notable se llevó a cabo en este ámbito antes de la creación de las Bolsas del Trabajo. Mas apenas nacidas estas instituciones recuperaron el tiempo perdido y en el curso de los últimos quince años, han llevado a cabo verdaderos prodigios en lo que respecta a la organización y al funcionamiento de sus cursos para adultos. Hemos hecho notar anteriormente la opinión de Ed. Petit, que adjudicaba a las Bolsas del Trabajo que tenían cursos, el título de universidad de los obreros. Quien haya leído el libro publicado por Marius Vachon sobre la enseñanza industrial en Francia comprenderá la justicia de ese elogio.

En lo concerniente a la enseñanza, las Bolsas del Trabajo pueden dividirse en dos categorías: las que se limitan a la enseñanza profesional, teórica y práctica, y aquéllas que, más ambiciosas (precediendo en rigor a todas las demás), añadieron una enseñanza ecléctica, aplicada a conocimientos diversos.

No estamos en condiciones de exponer, ni siquiera sumariamente, todo lo que se hizo por una parte y por otra para reaccionar , según la expresión de un miembro de las Bolsas del Trabajo de Toulouse (11) contra la tendencia dominante en la industria moderna, a hacer del aprendiz una manivela, un accesorio de la máquina, en lugar de ser un colaborador inteligente. Vachon consagró a este tema gran parte de su obra, y todavía no ha dicho todo. Nos limitaremos aquí a indicar las materias tratadas por algunas Bolsas del Trabajo y la opinión expresada por ellas sobre las funciones a las que aspiran en el campo de la enseñanza.

Entre las Bolsas del Trabajo de la primera categoría hallamos las de Saint-Etienne, Marsella, Toulouse. Marsella crea cursos nuevos: carpintería y ebanistería, metalurgia, corte de calzado, cortadores de sastrería, tipografía y litografía. Saint-Etienne, además de estos dos últimos cursos crea los siguientes: geometría y diseño mecánico, geometría y dibujo de construcción, trazado de líneas curvas para caldereros, hojalateros, tornos mecánicos, escuela de dibujo para carpinteros; aprendizaje para tejedores; costura, economía doméstica, aritmética; carrocería, barnizados, hilado, agrimensura y nivelación. La última estadística general, la del ejercicio 1899-1900 indica para el período comprendido entre el 1 de octubre al 30 de junio, 597 lecciones de dos horas cada una. La media de alumnos es de 426. Todos los cursos, al adjudicarse los premios a los laureados en cada uno de los cursos de la Bolsa del Trabajo se organiza una fiesta familiar (concierto y baile) cuyas utilidades se destinan a la adquisición de material escolar en beneficio de los alumnos inscritos necesitados, o de los hijos de los inscritos (12).

Montpellier organizó cinco cursos: zapatería, talla, ebanistería, peluquería y cocina. Toulouse, que gozaba de una subvención anual bastante sustanciosa abrió veinte y además un magnífico laboratorio tipográfico. El Consejo general del Alto Garona le destina anualmente 300 francos destinados a convertirse en premios para los alumnos y cuya distribución iba precedida por una exposición de los trabajos exigidos en el curso del año. Los cursos, que también eran frecuentados por soldados, se inspeccionaban cada día por los administradores del servicio. Por otra parte, los cursos dieron tales resultados que la Bolsa del Trabajo proyectó hacer participar a los alumnos en los concursos instituidos por el Ministerio de Comercio para la consecución de las bolsas de viaje.

Entre las Bolsas del Trabajo pertenecientes a la segunda categoría podemos nombrar las de París y Nîmes. En París, cierto número de sindicatos adheridos a la Unión del Sena organizaron, de acuerdo con la Asociación politécnica que aporta los profesores, los cursos de electricidad industrial, de contabilidad comercial, de estenografía, dibujo, mecánica y química aplicada, de geometría práctica y de algebra, de derecho comercIal e industrial, de construcciones automovilísticas y, en fin de lengua alemana e inglesa. Es superfluo decir cuál era el nivel de estos cursos, al haber aportado la politécnica, en materia de enseñanza, testimonios muy válidos. Es más dudoso el que los alumnos pudieran avanzar demasiado, y ello debido a razones atribuibles a la misma organización de la Bolsa del Trabajo de París.

En las Bolsas del Trabajo de provincias los cursos eran seguidos asiduamente y por las mismas personas todo el tiempo, porque estas Bolsas del Trabajo, en vez de ser como la de París (13), vastos inmuebles en cuyo interior los inscritos no podían tener entre ellos sino relaciones difíciles o espaciadas, eran pequeños pero estimulantes focos de actividad sindical, en los cuales la relación y la colaboración son más fáciles y completas, siendo posible mantener cursos de verdadera escuela, que los alumnos se ven obligados, por así decirlo, a frecuentar. En París, por el contrario, los adheridos a los sindicatos, siendo en cierto modo ajenos a la administración de la Bolsa del Trabajo no pueden frecuentar regularmente sus cursos, que resultan una especie de conferencias libres. Por ello, el número de los alumnos es bastante variable, su asiduidad muy relativa y los resultados obtenidos menos óptimos de lo que fuera deseable.

Por otra parte, estos cursos son exclusivamente teóricos. El número excesivo de los sindicados, concentrados en Rue du Cháteau-d'Eau y en Rue Jean-Jacques Rousseau (donde casi todas las oficinas están ocupadas por dos organizaciones) impiden pensar en la creación de cursos prácticos. Por esta razón muchos sindicatos, en particular los de los tipógrafos parisinos, de los mecánicos, obreros carroceros, de la pasamanería, carpinteros, etc., tomaron la decisión de organizar, al margen de la Bolsa del Trabajo una enseñanza práctica cuyas funciones son notables.

La Bolsa del Trabajo de Nîmes es la que más ha hecho por el desarrollo simultáneo profesional y de una enseñanza complementaria relativa a diversas ramas del conocimiento humano.

Su enseñanza técnica comprende la aritmética, la geometría, la mecánica, el dibujo técnico, la contabilidad, la geografía comercial, la legislación, la ciencia de los productos comerciales. La enseñanza complementaria como prendía la lengua española, la medicina y la cirugía práctica. Por otra parte, proyecta la creación de cursos de economía política y social, de higiene, de sociología y de filosofía.

Quedará completo este breve resumen de la enseñanza ofrecida por las Bolsas del Trabajo, recordando que la de Clermont-Ferrand, obstaculizada hasta ahora por falta de recursos, en la organización de cursos profesionales, ofrece a sus adherentes todos los inviernos, conferencias a cargo de profesores de la universidad local, que se ven muy concurridas.

Los resultados materiales producidos por estos diversos medios de difusión de conocimientos útiles se pueden inferir y no intentaremos por ello evidenciarlos. Ahora bien, ¿qué resultados han contribuido a determinar? ¿Cuáles fueron las consecuencias económicas? He aquí lo que se preguntaron las Bolsas del Trabajo en el congreso celebrado en Rennes. Si efectivamente la instrucción general tiene en cualquier circunstancia el poder de afinar los sentimientos del hombre, el perfeccionamiento técnico -por el contrario- en las condiciones de lucha creadas por las dificultades de la existencia, podría servir solamente para reforzar la inclinación propia, por otra parte comprensible, al egoísmo; y en este caso las Bolsas del Trabajo tendrían una función desorientadora: encontrándose finalmente como jefes de talleres o como pequeños empresarios, los viejos alumnos de las Bolsas podrían terminar situándose como adversarios de sus propios intereses.

Por otro lado, un caso muy similar se ha planteado ya en algunas ciudades a propósito de la formación de los aprendices; y antes de que el congreso de Rennes proclamase como principio que la enseñanza en las Bolsas del Trabajo debe servir, no para preparar aprendices, sino para perfeccionar a los obreros adultos y a aquellos jóvenes que ya han penetrado en el laboratorio y en los talleres, la Bolsa del Trabajo de Toulouse se había visto obligada a cerrar temporalmente su laboratorio tipográfico porque los aprendices que se habían formado en él sustituían, gracias a la diferencia salarial, a los obreros adultos en las empresas tipográficas de la ciudad.

Estas observaciones ayudan a comprender por qué posteriormente el congreso de 1900 se consideró obligado a establecer:

1. Si en la jurisdicción de cada una de las Bolsas del Trabajo los cursos profesionales han contribuido al aumento de los salarios;

2. Si han resuelto la capacidad técnica de los obreros en general;

3. Si los obreros que se han beneficiado han seguido siendo obreros y en comunidad de principios con sus compañeros de trabajo, o han pasado por el contrario a formar una reserva de jefes de talleres, encargados, vigilantes, etc. (14).

A estas tres cuestiones respondió el congreso afirmativamente, y reconoció que, lejos de perjudicar a los esfuerzos hechos por la clase trabajadora en favor de la emancipación colectiva y simultánea de los trabajadores, la enseñanza profesional creada por las Bolsas del Trabajo produce moral y materialmente felices resultados.

Pero nuestra ambición no terminaba con este punto, y el alto nivel alcanzado por la enseñanza impartida en las Bolsas del Trabajo hizo nacer en nosotros el deseo de conseguir (lentamente, pero de manera segura), que todas las Bolsas del Trabajo tuvieran una escuela que se situase entre la escuela primaria y las sesiones de enseñanza moderna o especial de los institutos de instrucción secundaria. ¿Sorprendemos tal vez con estos propósitos a nuestros lectores? Cuál no será entonces su estupor cuando digamos que el más árduo de los problemas suscitados por esta idea no es la duración cotidiana de los cursos (Demolis ha afirmado con gran valor que las cuatro horas del aula y las seis horas de estudio impuestas en ciertos institutos que conocemos, son superfluas en sus dos terceras partes), ni siquiera el reclutamiento de los profesores, sino la adquisición de los indispensables recursos financieros. No obstante, y sin contar demasiado con problemáticas subvenciones municipales, tal vez encontremos estos recursos en la formación de las cooperativas escolares. Es innecesario añadir que en caso de éxito las Bolsas del Trabajo serán una biblioteca clásica inspirada en los principios socialistas.

Por lo demás, en materia de enseñanza cualquier audacia es legítima. Los cursos instituidos por las Bolsas del Trabajo no han dado como resultado solamente el hacer buenos obreros. Dieron la ocasión de repartir premios, como dijo en agosto de 1889 el administrador de la Bolsa del Trabajo de Saint-Etienne, encargado de la distribución de aquéllos. Los premios tienen la ventaja de estimular a quienes siguen los cursos.

Ellos se daban cuenta de las dificultades inherentes a la iniciación de cualquier trabajo y comprendían la importancia de esas horas de estudio, que les preparaban para la lucha que debía mantener la inteligencia contra la materia bruta: el hombre que sabe esto se respeta más a sí mismo ... y en la medida en que toma conciencia de su valor, ennoblece al trabajo en vez de envilecerlo ...

Cuántos más conocimientos poseamos -añade un redactor del periódico L´Ouvrier en voitures- sobre todo lo que se refiere a las manifestaciones de la vida social, mayor fuerza de resistencia y de ataque tendremos para oponernos a nuestros opresores ... y creo que instruyéndonos lo más posible nos acercamos más cada vez al ideal hacia el que caminamos, que es el de la emancipación total del individuo.


3. El servicio de propaganda

¿Cuáles son las diferentes formas de propaganda utilizadas por las Bolsas del Trabajo? ¿Y en qué campos se ejercita esta propaganda? He aquí las dos cuestiones que planteamos al comienzo de este apartado. Pero para responder adecuadamente es necesario indicar primero y luego ilustrar las dos ramas de la actividad sindical obrera.

La clase obrera -hemos escrito en otra parte (15)- persigue un doble objetivo: en primer lugar protegerse contra la explotación inmediata, disminuir la jornada de trabajo y luchar contra los salarios de hambre a que está reducida por un sistema económico en el cual la desvalorización progresiva y constante de los productos del trabajo no impiden que el capital persiga cada vez con más ahínco su propio incremento; en segundo lugar, construir los cimientos de un estado social en el cual, bien a través de las determinaciones de un valor científico e imparcial de las cosas (teoría colectivista), bien por la supresión de todos los valores (teoría comunista), se cuente con la totalidad de los hombres para contribuir a la producción y donde, en consecuencia, el esfuerzo colectivo haga posible la aportación según las fuerzas individuales, asegurando a todos la existencia y haciendo inútiles los engranajes administrativos y políticos instituidos para imponer el respeto a los privilegios. De este doble objetivo resulta necesariamente una doble actividad y una doble forma de asociación obrera.

Para la explotación directa de que es víctima el proletariado no hay más que tres posibles paliativos: el recurso al poder central, el cual teniendo interés, para mantenerse, en atenuar, ya que no en suprimir las crisis económicas, debería ser obligado a intervenir en el sentido que exige la justicia, cada vez que llegase a su conocimiento o se le denunciara un intento de opresión; la huelga, o lo que es lo mismo la negativa por parte de los trabajadores a prestar sus brazos o su inteligencia en condiciones consideradas por ellos desventajosas; y la violencia, en fin, única que puede poner freno a la violencia.

Pero debido a la explotación capitalista, que se traduce en duración excesiva de la jornada de trabajo, en reducción salarial, en sustitución del trabajo manual por trabajo mecánico, etc., en el contexto de las profesiones, cada una de las cuales tiene condiciones y caracteres particulares, no es fácil que los trabajadores examinen por sí mismos ni en cierta manera, por separado (a pesar de la conexión de todos los fenómenos sociales) en qué medida y con qué medios se podría combatir con eficacia su opresión.

Por ejemplo, ellos deberían estudiar cuáles deben ser, en relación con el desarrollo del maquinismo en su propia industria, la duración de su jornada laboral y el nivel de su salario; podrían calcular hasta dónde deberían llegar sus reclamaciones sin riesgo de que cerraran la fábrica. En resumen, los trabajadores tendrían que sopesar lo más exactamente posible la realidad de sus intereses inmediatos y la necesidad de conservar los instrumentos de su propia existencia. De aquí deriva una primera forma de asociación corporativa: la unión regional, y después nacional e internacional de los obreros de un mismo oficio o de los diversos oficios afines por la conquista del pan.

A primera vista, el sindicato nacional o la unión de oficios, que tienen como objetivo el mejoramiento económico de las condiciones de los obreros, el perfeccionamiento del orden social, la extensión a todos de una igualdad que sólo teóricamente es universal, parecen dar respuesta a todas las exigencias y estar en condiciones de excluir cualquier tipo de asociación. Entonces, ¿por qué se esfuerzan los trabajadores en completarlas con organizaciones de otro tipo? Porque comprenden no sólo que la unión obrera no será nunca demasiado estrecha y se hará necesario buscarla con todos los medios disponibles, sino que en definitiva la explotación dominará siempre el campo social hasta el momento en que sea mortalmente golpeada en el corazón. Por tanto, no basta con intentar frenar sus instintos reprimidos. Es necesario suprimirlos suprimiendo la explotación misma.

Como la explotación sólo existe en virtud del carácter mercantil conferido a los cambios, aquélla desaparecería si el fruto del trabajo, en vez de ser una mercancía, se intercambiase únicamente según las necesidades del consumo. Los trabajadores -unos inconscientemente, otros en base a las condiciones sociales- al propio tiempo que se organizan para oponer frágiles defensas a la opresión inevitablemente creciente, deberían organizarse también para reflejar su propia condición, para comprender los elementos del problema económico, reforzarse cultural y materialmente, y hacerse capaces, en una palabra, de la emancipación a la que tienen derecho ...

Así se constituyó, frente a la Unión de oficios, la Unión de los diversos sindicatos. Los obreros asociados por oficios para la defensa de sus intereses profesionales inmediatos, se movían de este modo en un terreno más amplio, a fin de evitar los esfuerzos incoherentes o particularistas de la acción puramente corporativa.

Las funciones de las asociaciones de oficios y de los sindicatos nacionales consisten, por consiguiente, en primer lugar, en la confirmación de los problemas del oficio y en el estudio de los medios adecuados para defender al obrero contra la disminución del salario, los aumentos en la duración del trabajo, la depresión causada por las nuevas leyes, la introducción de las máquinas, etc. Entre estos medios se hallan, en primer lugar, la afiliación a los sindicatos del mayor número posible de los miembros de las corporaciones, dado que la importancia de este número asegura la medida en que los sindicatos podrán garantizar el éxito de sus reivindicaciones. Venía luego el problema de la huelga, que las uniones profesionales tienden a reglamentar y a generalizar, reconociendo la impotencia de las huelgas parciales o emprendidas sin el debido estudio.

En cuanto a las uniones de sindicatos, es decir, las Bolsas del Trabajo, su misión comprende la investigación de las condiciones de trabajo en toda el área de su jurisdicción y de los medios para modificarlas, así como la institución de servicios de socorros mutuos y oficinas de colocación, la difusión de los conocimientos profesionales y económicos, la estadística de la producción y el consumo, y en fin, la adaptación de las instituciones susceptibles de surgir a su lado, especialmente las sociedades corporativas, tanto al carácter de sus adherentes como a los fines socialistas propuestos por ellos.


a) Propaganda industrial. Cuanto precede nos dispensa de indicar lo que debe entenderse por la propaganda industrial de las Bolsas del Trabajo. En definitiva, ésta comprende todos los servicios que hemos enumerado hasta ahora: servicios de mutualidad y servicios de enseñanza, sin contar con la efectiva participación de las uniones en ciertas huelgas y la búsqueda de los modos de conducción de la propaganda agraria y marítima, de la que hablaremos acto seguido. El número que antes hemos indicado relativo a las Bolsas del Trabajo y a los sindicatos que las componen, así como de los obreros en ellos federados, demuestra el éxito obtenido en este terreno.


b) Propaganda agraria. La idea llega al Comité federal en 1896, cuando éste ya se había preocupado, como se ha dicho, del desarrollo de las Bolsas del Trabajo existentes antes de la creación de otras nuevas. Se piensa entonces en emprender una campaña para extender fuera de las ciudades el movimiento obrero urbano. Vigorosamente decididos a potenciar este proyecto, se plantea a algunas personalidades socialistas dedicadas desde hacía mucho tiempo a la propaganda agraria, estas dos preguntas:

1. ¿A qué causas debe atribuirse el mediocre éxito y los débiles resultados de los intentos de reagrupación efectuados hasta hoy para desarrollar su trabajo entre los obreros agrícolas?

2. ¿Cómo se debería proceder para conseguir la agrupación corporativa de estos obreros? La respuesta siguiente, dada por un ardoroso propagandista y que resume todas las demás, completándolas, aporta la solución del problema y permite en fin el consagrar al cultivo del campo rural la actividad hasta ahora limitada (aunque con razón) al cultivo del campo industrial.

Los sindicatos agrícolas (socialistas) -declaró Arces-Sacré- apenas creados se disolvieron porque los fundadores de estos grupos, con los felices resultados obtenidos por los sindicatos industriales de la ciudad ante sus ojos, creyeron que no debían utilizarse los mismos estereotipos. Esto fue un error. Para llegar a ese fin era necesario tener en cuenta las particulares condiciones del trabajo agrícola y tener presente también las diferentes condiciones de este trabajo en los diversos centros, según que los territorios de la localidad estén acaparados por grandes haciendas, o bien distribuidos en numerosísimas parcelas entre las manos de la mayoría de la población.

Los adscritos al gran cultivo: carreteros, vaqueros, pastores, empleados de haciendas o alquerías, segadores, recolectores de remolacha, realizan un trabajo que varía, según las estaciones, entre las diez y las catorce horas diarias de trabajo. La mayoría de ellos se alojan y comen en las mismas haciendas. A las ocho de la noche se cierran las puertas de aquéllas y nadie puede ya entrar o salir. La tarde del domingo es el único respiro que se les concede. Además, aquellos que tienen a su cuidado el ganado y los caballos, encuentran en esta actividad una semi-Iibertad.

En cuanto a los asalariados del pequeño y mediano cultivo, su esclavitud es similar a la de los asalariados de las grandes haciendas. Pero al lado de éstas nos encontramos a los ex poseedores que tienen su castillo rural y algunas tierras. Esta clase, en tiempos numerosa, va decreciendo hoy con sorprendente rapidez, porque no puede subsistir sino al precio de un trabajo opresor que apenas les permite vivir miserablemente y en condiciones tales que serían rechazadas por el obrero de la ciudad. Por consiguiente, los hijos de los campesinos no alientan otra ambición que la de buscar un oficio que les permita subsistir en el ámbito de las profesiones industriales, o con la recluta en el ejército, o bien entre esos miles de empleados subalternos y serviles que el Estado mantiene en la administración pública. Sin embargo, no son hoy ya pocos los campesinos que se entregan a la reflexión: el socialismo -que poco antes se consideraba como un crimen social- aparece hoy a sus ojos como una tabla de salvación. No hay duda que la clase campesina será la primera en venir a nuestras filas.

Sin embargo, añadimos que queda por resolver una condición indispensable para que llegue el éxito en la creación de los sindicatos agrícolas: y es que estos sindicatos no se compongan sólo de trabajadores agrícolas, sino también de trabajadores por cuenta propia. Los sindicatos agrícolas deben sobre todo admitir en sus colectivos a los trabajadores de las diversas industrias que subsisten junto a los agricultores, para las necesidades mismas del cultivo y que constituyen aproximadamente un tercio o una cuarta parte de la población rural. Por ello es conveniente que los sindicatos asuman la denominación de: sindicatos conjuntos de trabajadores de la tierra y de la industria.

Las leyes sobre sindicatos conjuntos admite esta combinación y existe por nuestra parte considerable interés en que se desarrollen. Efectivamente, hemos comprobado que los trabajadores de las industrias agrícolas comprenden: molineros, carreteros, herreros, zapateros y hasta comerciantes en vino, los cuales y en general, constituyen en los centros rurales la masa más importante dentro de los contingentes socialistas. Se trata casi siempre de los más dotados de recursos en todos los terrenos y de los más activos. Los candidatos en busca de una posición social lo saben muy bien, porque es precisamente entre ellos donde reclutan los elementos para sus propios comités electorales. Utilicémoslos nosotros para una tarea más elevada ...

Dicho lo que antecede, veamos cómo pueden funcionar los sindicatos agrícolas en los centros de los grandes cultivos donde existen abundantes asalariados. Aquí no es necesario exigir de los adherentes reuniones semanales: las dificultades de los traslados para participar en ellas no lo consienten. Por ello, las reuniones deberían ser mensuales.

Aparte de esta condición, siempre resultará imposible reunir un gran contingente de adherentes. Muchos temen que sus ideas lleguen a conocimiento de los empleadores y que ello implique su despido. El único medio de darles seguridades y obtener cuando menos por su parte una cierta participación activa en el movimiento socialista, podría ser el siguiente: en cualquier pueblo en que los adherentes se encuentren impedidos para asistir a las reuniones, -o que crean estarlo- nombrarán un secretario delegado, absolutamente al margen de cuál sea su profesión. El delegado se encargaría en particular de consultar a los adherentes a los sindicatos sobre todas las cuestiones del orden del día y de representar en las reuniones a todos los adheridos que no estén en condiciones de participar. Por muy imperfecto que pueda ser este sistema, lo vemos como el único practicable. El delegado reclutaría las nuevas adhesiones en el mismo centro, se encargaría de la distribución de la propaganda y de las circulares, de la correspondencia y de los periódicos adaptados a las necesidades de los inscritos.

Los sindicatos de cada federación estarían unidos entre sí por medio de un comité federal compuesto por delegados especiales de los sindicatos. El Comité federal, que tendría su propia sede en la Bolsa del Trabajo de la región, contaría entre sus misiones la de mantener relaciones con los demás Comités federales de las diversas Bolsas del Trabajo, de modo que los graves problemas que se suscitaban en el mundo socialista, llegasen con prontitud al conocimiento de los demás trabajadores ...

Con semejante plan el objetivo del Comité federal de las Bolsas del Trabajo se facilitaba; sólo restaba anotar las indicaciones que surgieran, añadiendo las observaciones indispensables para diferenciar materialmente a los sindicatos socialistas de los otros e impedirles que desmintieran alguna vez el fin para el que habían sido creados.

En primer lugar, el Comité eliminó de la lista de posibles adherentes a los propietarios de fincas rurales con más de dieciséis hectáreas de cultivos diversos, más una hectárea de viñedos, porque estos propietarios, si bien tenían las mismas dificultades que sus colegas, y tal vez en condiciones todavía más miserables que los aparceros o los colonos arrendados, repudiaban con demasiada frecuencia cualquier forma de solidaridad de intereses en las confrontaciones de los pequeños propietarios, y carecían por otra parte de las motivaciones de los arrendatarios para sostener una lucha corporativa. Así las cosas, el Comité redactó para los sindicatos, preventivamente, un doble programa: acción económica y propaganda socialista. El sindicato -se decía- se preocupará de las condiciones del trabajo y se esforzará no sólo por mantener sino por elevar con todos los medios posibles el nivel de los salarios; intervendrá en las discusiones y en los conflictos que surgirán entre los patronos y los obreros, y tratará de obtener de los propietarios las mejores condiciones, se esforzará por procurar puestos de trabajo a sus miembros, de modo que se llegue progresivamente a la disminución y después a la desaparición del arrendamiento público; para evitar a sus miembros gastos de juicios, exigirá por parte de los comités arbitrales encargados de regular de modo amistoso los conflictos entre obreros y patronos, que no puedan resolver con su intervención exclusiva.

En lo concerniente a las condiciones de la aparcería y del arrendamiento de las fincas rústicas, recopilará todos los datos posibles sobre los precios de los terrenos en la comarca, el importe del arrendamiento y el rédito neto de las tierras; con estos datos establecerá modelos de arrendamiento y, en general, proveerá a los colonos, aparceros y arrendatarios, todas las informaciones de carácter estadistico y jurídico, de modo que esto les permita discutir con los propietarios sobre una base de igualdad; exigirá de los subpropietarios que éstos no empleen, en caso necesario, operarios, jornaleros o domésticos si no aceptan previamente los estatutos de aquéllos, estableciendo de mutuo acuerdo los salarios a pagar.

Organizará y estimulará las contrataciones de trabajo en común: transportes a los mercados vecinos del mayor número de productos con el menor número posible de animales, de carruajes y de personal; pasturaje colectivo en las tierras y en los prados comunales; creación de cooperativas para la fabricación de la mantequilla, del queso, etc.; organización de equipos de trilladores. En una palabra, procederá a alentar todas las organizaciones colectivas posibles que ayuden a disminuir los precios de los equipos y mobiliarios, de los transportes y de los locales, y a favorecer la inteligencia entre todos los miembros para la adquisición colectiva de los utensilios, simientes y abonos, así como a localizar a los compradores de productos agrícolas para ponerlos en relación con sus adheridos.

Sostendrá en materia de salarios los intereses de sus miembros ante los tribunales, en caso de accidentes que comporten incapacidad para el trabajo, de fraude, etc., y se encargará de dar total cumplimiento a los juicios emitidos; concederá anticipos en dinero a aquellos de sus miembros que no puedan esperar a la aplicación del juicio emitido en su favor; llevará a cabo todos los esfuerzos necesarios, no sólo para evitar que se alienen, sino que se acrecienten los bienes comunales.

En esta parte, que concierne a la acción sindical propiamente dicha y que refleja el doble deseo de ofrecer a los obreros agrícolas todas las ventajas de la asociación y de familiarizarse con la práctica comunista, el Comité añade el siguiente artículo, que precisa todavía de modo más neto la última de sus preocupaciones: Para favorecer el desarrollo moral de sus miembros, el sindicato creará una biblioteca. Por otra parte organizará conferencias periódicas que tendrán como finalidad:

1. Exponer las ventajas del sindicato desde el punto de vista del mejoramiento inmediato de las condiciones de los trabajadores;

2. Indicar por qué este mejoramiento sólo puede ser temporal y está subordinado a la agravación de la suerte de otros grupos de individuos, mostrando por ello que el fin de todas las asociaciones de productores es la supresión de la propiedad individual;

3. Exponer el funcionamiento económico de la sociedad y mostrar que al mismo tiempo que los nuevos métodos de producción aumentan la riqueza general, el número de aquellos que poseen menos de lo necesario se hace cada vez más considerable.

4. Demostrar las ventajas de la asociación y del trabajo efectuado en común con ayuda de los instrumentos mecánicos, tanto en lo relativo al aumento de la producción como a la economía de los costos.

En fin, y en un preámbulo anexo a los estatutos, el Comité, investigando los motivos por los cuales la renta de la tierra disminuye constantemente, insiste una vez más sobre la finalidad comunista del sindicato. Dada la permanente desvalorización de los productos a que condena la concurrencia, disminuyendo cada año el nivel de renta por hectárea, la situación financiera de los cultivadores no puede mantenerse si no es con una extensión constantemente proporcional de su propiedad. Pero esta extensión está solamente al alcance de los cultivadores que disponen de capitales ... La crisis económica provoca después los efectos de hacer que el desarrollo de los terrenos puestos en cultivo rindan obligatoriamente de manera proporcional al decrecimiento de los precios de los artículos, con la consecuencia de condenar a la ruina a los agricultores para quienes tal desarrollo resulta imposible, dada su falta de capitales, y de restringir el número de los pequeños arrendatarios que aceptan vivir en las condiciones que se les imponen. ¿Pueden los pequeños cultivadores conjurar esa solución? No, concluye el Comité, porque el día en que todas las haciendas agrícolas de importancia facilitadas por la asociación de campesinos pobres amenacen con disminuir las rentas de los ricos propietarios territoriales, éstos se coaligarán entre sí como está ocurriendo en Bélgica y en Alemania y en esta lucha a base de medios financieros, las haciendas menos provistas de capital sucumbirán. Entonces ¿para qué pueden servir los esfuerzos indicados por el Comité? Para demostrar por vía experimental las ventajas que proporciona el trabajo en común y (una vez constatado que el sistema capitalista impide cualquier mejoramiento duradero en la suerte de la colectividad humana) hacer perder a los trabajadores del campo el amor ciego y por otra parte sin objeto, de la propiedad parcelaria.

Ahora bien, ¿cómo aplicar este método? Los obreros de la ciudad conocen poco a los campesinos, y además les profesan un cierto desprecio, como si el trabajo de la tierra no estuviera en el origen mismo de la vida. Por este motivo, si las Bolsas del Trabajo quieren hacer penetrar el socialismo en el campo, deben empezar por formar propagandistas especializados y conocedores de las condiciones de existencia de la vida rural y de los problemas económicos que tocan de cerca a la producción agrícola; luego es necesario no poner a estos propagandistas en relación directa con los cultivadores, a los que una cierta desconfianza podría alejar, sino con los obreros de las profesiones afines a la agricultura, los cuales, viviendo en el campo, tienen la confianza del campesino.

Creando por tanto en su seno comisiones de estudio que, sin perjuicio de los problemas económicos originados por la producción industrial examinan de manera especial los problemas agrícolas; discutiendo en reuniones plenarias y periódicas de los sindicatos los informes de estas comisiones, con la reserva de que para no resultar superficiales, las discusiones de los informes sólo se podrán llevar a efecto en la sesión posterior a la de la exposición de aquéllos, las Bolsas del Trabajo formaron escuelas de propaganda de un poder incomparable y se pusieron en condiciones de equilibrar la influencia hasta entonces ejercida sobre los campesinos por los propietarios territoriales. Como se dijo en Toulouse (1897) el campesino posee tal vez en mayor grado que el obrero de la ciudad el sentido de la cooperación comunista: lo posee en razón misma de la dureza del esfuerzo, de su ardiente deseo de sustituir una propiedad precaria por una propiedad duradera, y ha aportado pruebas tal vez bastante curiosas de ello, sobre todo en Bélgica y en Alemania. Por tanto, si las Bolsas del Trabajo, con paciencia y habilidad, sin querer precipitar el curso de las cosas, entran en contacto con el obrero de la tierra, atraerán al ejército proletario nuevos soldados, difíciles de convencer -es cierto- pero dotados, una vez que se deciden, de una tenacidad y de un valor a toda prueba, como por otra parte lo demostraron en la guerra de La Vendée.

Apenas elaborado, entre otros, el método cuyas líneas directrices acabamos de trazar, algunas Bolsas del Trabajo se pusieron a la obra. Sindicatos de campesinos se incorporaron a las Bolsas de Narbona, Carcassona y Montpellier. La Bolsa del Trabajo de Nîmes, que intentaba conquistar a los sindicatos agrícolas del departamento del Gard, puso al mismo tiempo en marcha la formación técnica y teórica de los propagandistas especiales. Después de esto, se esforzaron por federar a los sindicatos agrícolas ganados a su causa en las Bolsas del Trabajo cantonales y de este modo se llevará a cabo la asociación compacta y definitiva de los obreros de la tierra con los de los talleres y fábricas.

Y en fin, ¿quién no conoce la admirable propaganda desarrollada por la Bolsa del Trabajo de Nantes, de acuerdo con Brunelliere, para la reagrupación de los viticultores del Loira inferior? ¿No tienen probado hasta la evidencia los socialistas de Nantes que el socialismo, lejos de significar la satisfacción de bajos instintos, es una fase inevitable de la evolución, porque halla auditorio receptivo y recoge adhesiones también en esos campos de Bretaña reputados como hostiles a todos los innovadores?


c) Propaganda marítima. Los obreros agrarios no son los únicos que deben ser todavía ganados para la causa de los trabajadores. Quedan los marinos y los pescadores.

Hablar del marinero significa evocar al mismo tiempo al mercader de hombres. Mas, ¿qué es esto de mercaderes de hombres?

Paseando por las vías populosas de Burdeos o Marsella -ha escrito Edouard Conte- habéis podido leer delante de una vitrina: Tizio, negocios marítimos. Entrad en el figón. El interior no difiere del de las tabernas ordinarias, salvo que en algunas jaulas cantan papagayos u otras aves exóticas y que además, sobre los muros del local aparecen paisajes marineros. La patrona de la taberna aparece en cuanto se entra. Es una mujer de 50 a 60 años, lo más frecuente de horrible aspecto. Tiene chata la nariz, o le falta un ojo, además de tener un hombro más alto que el otro. De toda su figura salen mechones de pelo que, según la luz, parecen blancos, o grisáceos. En resumen, su aspecto es el de una mujerzuela de los burdeles de tercera categoría.

Por una puerta que se abre sobre otro hueco, entran y salen riendo o cantando muchachas que llevan platos y vasos. Son las camareras del hotel. El único varón de entre el personal es un joven alegre, de unos 30 ó 35 años, amante de la vieja, rápido con las manos, sobre todo cuando estalla una disputa.

Tal es la joya que el marino se encuentra prácticamente encima cuando pone pie a tierra, e incluso antes. De hecho, el parásito, buscador de hombres, o písteur, como le llaman, salta a la nave al atracar ésta y de inmediato aborda a su hombre, carga sus cosas en una carretilla, y alguno que otro pececillo en una red.

El marinero le dice: No tengo dinero. Mis ahorros se han terminado. El armador no me pagará hasta dentro de tres días. El pisteur lo sabe y responde que su empresa tiene confianza en la gente honesta. Todo queda hecho. A partir de ese momento nadie es más mimado que el marinero. La patrona le llama muchacho mío y hace discursos de lo más afectuoso. El hombre del puño duro le ofrece cigarrillos. Las camareras descubren al recién llegado abismos de amor que sólo un marinero puede colmar.

¿Tiene sed? Toda la cantina es puesta a su disposición. El chocolate que por las mañanas una de esas mujeres para todo le lleva, para hacer desaparecer los efectos de sus prestaciones, es realmente extraordinario. La cuenta esta ahí para demostrarlo. Se la presentan al fin de los ocho días y asciende poco más o menos a la totalidad del dinero que el hombre tiene en el bolsillo. Poco más o menos, porque sería demasiado humillante que no tuviera para pagar. Entonces, caritativamente, le prestan diez o quince francos.

¡Ah!, dice el marinero despertando, es hora de buscarse un nuevo embarque. ¿Un nuevo embarque? -responde entonces la horrible vieja, cuyas sonrisas y atenciones desaparecen súbitamente, mientras las camareras para todo juran que todo ha sido virtuoso y anodino-: ¿Alistarse de nuevo? He aquí al hombre que se ocupará de eso, dice designando al arrogante mancebo que le sirve de todo. Efectivamente, éste es también agente de colocaciones, es decir, que cuando su cliente está arruinado interviene para ponerle a flote. Pero esto no ocurrirá sin que obtenga un nuevo beneficio: es decir, en el momento en que el marinero reenganchado recibe su anticipo. Entonces tendrá que pagar la comisión acordada y además los adelantos que el hotel ha concedido generosamente al marinero imprevisor e ingenuo ... ¡Estos chicos, dice la patrona, si no se les pone en la puerta de la calle se pasarían aquí toda la vida!

El marinero es un buen chico, ingenuo, resignado y fatalista. Paga y se reembarca ... No obstante, comprende que ha sido engañado en las cuentas e intimidado por el valentón de la posada. Entonces hace la denuncia en la policía. Bien entendido que ésta da la razón al desplumador de los marineros, pues no en vano está en fructuosa connivencia con él. Si el robado insiste, ¡entonces le meten en chirona por haber violado las tradiciones!

Tal es la explotación a que está sometido el marinero, hombre por su fuerza muscular y su resistencia a la fatiga, pero todavía niño en lo relativo a la razón.

Junto al marinero se encuentra el pescador, que sufre las mismas experiencias de su compañero y al que los fabricantes de conservas y los armadores tratan con la mayor dureza. A los obreros de la pesca de mar adentro (la de Islandia, Terranova, Mar del Norte) se les ha hecho creer que sería más ventajoso para ellos cobrar por meses en vez de hacerlo por salida, y después de haberlos convencido de la conveniencia de deshacerse de sus barcos pagándoles 150 francos al mes, luego de sustituir sus redes de cáñamo, adquiridas con grandes sacrificios, por otras de algodón, propiedad de los armadores, son reducidos poco a poco a la percepción de salarios de 80, 70 y hasta 50 francos. En cuanto a los pescadores que hubieran querido reemprender la pesca por cuenta propia, ¿cómo habrían podido hacerlo, desde el momento en que el pescado ha caído a precios tan irrisorios y contando, además, con que tendría que venderlo salado y ahumado y con que los medios necesarios para la salazón y el ahumado reclaman capitales considerables? De esta manera los desdichados pescadores se ven obligados, a menos que prefieran arrojar al mar los productos de una pesca difícil y peligrosa, a cederla a cualquier precio a los propietarios de los barcos, que en general son también industriales conserveros.

En cuanto a los pescadores de sardina, las huelgas que han sostenido en los últimos años han puesto al descubierto su miseria, y ha sido necesario que llegaran a una imposibilidad práctica de subsistencia para que salieran de su resignación y habitual pasividad. Sobre todo a partir de 1895 se produjo una agitación considerable entre los pescadores de las costas atlánticas. A partir de esta fecha cierto número de ellos participaron en el movimiento de huelgas que entre los enlatadores y soldadores había suscitado la cuestión ya vieja de la supresión de los antiguos sistemas de enlatado y la introducción en algunas fábricas de máquinas para la soldadura. Esta situación excepcional llevó también a los pescadores a desencadenar otras agitaciones por su cuenta.

Y era tiempo. A una intensa miseria, agravada cada año por una escasez absoluta o una abundancia excesiva de pescado, igualmente desastrosa, se unían las maniobras empleadas por los fabricantes conserveros y los armadores para detener la decadencia de la industria de la pesca. De todas estas maniobras hay algunas que merecen señalarse para dar una muestra del ineluctable antagonismo existente entre el productor y el intermediario.

Algunos éxitos ya aludidos en el año 1895 por parte de algunos sindicatos de pescadores recién constituidos habían propagado por todo el litoral las asociaciones corporativas e inspirado la idea de utilizarlas para el racionamiento del pescado. A este respecto los pescadores habían decidido: unos salir en los barcos sólo una vez por día y permanecer en tierra los domingos; otros salir al mar un día sí y otro no; por fin, otros, arrojar al mar una parte de la pesca sobrante obtenida. Otros diversos pr:dimientos debían converger también para lograr el aumento de los precios. Pero los fabricantes de conservas imaginaron medios de defensa, entre ellos la obligación de la firma, es decir, el compromiso por parte de los pescadores y soldadores de no formar en absoluto parte de ningún sindicato, luego la colocación en sitios apropiados de carteles, sobre todo en los muelles de Port-Luis, indicando a todas las industrias vecinas el precio al que se debía adquirir el pescado. Por fin, la habilitación de lanchas a vapor destinadas a separar a las industrias de las coaliciones formadas por los marinos.

Los esfuerzos desplegados por estos últimos para paralizar la producción no han sido todavía vencidos. Después de 1896 la lucha siguió con aspereza. Ahora bien, ¿puede afirmarse que diera resultados? No, y esto en virtud de la cantidad de los peces capturados, dado que una serie de pescas afortunadas podía ir seguida de numerosas pescas completamente insignificantes. También parece que los esfuerzos de los marineros debían resultar infructuosos porque su coalición debe siempre ceder ante la de los detallistas y vendedores de pescado. En cuanto a los pescadores con embarcaciones a vapor, su número aumenta y acabarán por arruinar a la población costera, si los pescadores no buscan por su parte desvincularse de los armadores. En realidad, son muy numerosos los marinos que, impulsados por la miseria creciente y constatando que cada año que pasa la pesca tiende a alejarse de las costas, desean deshacerse de su barco de vela y enrolarse en los barcos a vapor. Por otra parte les incita la paga, relativamente elevada acordada hasta entonces a las tripulaciones: el marinero recibía cerca de 72 francos, el 2 por ciento de la venta del pescado y otras ventajas, lo que suponía un total de 120 francos al mes. Pero a medida que aumentaba el número de barcos a vapor y en consecuencia las demandas de embarque, no sólo fue disminuyendo el nivel de los salarios, sino que por otra parte los pescadores que seguían poseyendo barcos de vela se vieron en la imposibilidad absoluta de establecer libremente el precio de su pescado.

A pesar de esta situación, el Comité federal de las Bolsas del Trabajo habría aplazado cualquier tipo de propaganda en favor de los marineros si dos hechos no hubieran llamado su atención: el primero fue la creación en Marsella, en Burdeos, en Nantes y en Boulogne-sur-Mer de Casas del marino, bien financiadas ciertamente por los consejos generales y municipales, por las cámaras de comercio y los armadores de estas diversas ciudades, pero que vendían su hospitalidad al precio usual en otras localidades; algunas estaban cerradas a los marinos extranjeros, tenían pocas plazas y su aspecto era repugnante. Ahora hay que preguntarse qué significan estas Casas del marino si no eran instituciones susceptibles de formar parte tanto de las Bolsas del Trabajo como de las sociedades corporativas. Y ahora hay que preguntar también: ¿por qué no debían pensar las Bolsas del Trabajo en utilizar su capacidad organizativa y de propaganda y prestar a la sociedad cooperativa su experiencia administrativa para unir los trabajadores de la industria a los trabajadores del mar? (16)

Las Casas del marino, gobernadas administrativamente, imponían a los marineros graves inconvenientes. Se hacía necesario frenar hábitos tal vez groseros, sufrir la inquisición de personajes que imponían respeto, asumir en resumen y por completo un comportamiento que sólo una prolongada educación puede crear. Mas si a los trabajadores se les hubiera ofrecido un lugar de asilo con la comida y el alojamiento lo más económico posible, donde tanto la entrada como la salida fueran libres y reinase una sinceridad y franqueza tal en el comportamiento, que hiciera de este modo fácil la relación con el obrero, entonces tal vez los marinos, sintiéndose en un ambiente fraterno, viviendo en contacto, no con censores, sino con amigos indulgentes, habrían dado en frecuentar las casas habilitadas.

Este fue el primer hecho que al Comité federal le permitió instrumentar una propaganda entre la gente de mar. El segundo fue la tentativa de constituir en algunos centros de pesca una sociedad cuya finalidad sería crear en todos los centros un almacén cooperativo destinado a distribuir a precios de costo los alimentos e instrumentos necesarios en la industria de la pesca; a vender en común el producto de la pesca a los consumidores o sus mercancías principales sin intermediarios, en subastas locales; también el construir nuevos barcos modelo, proveyendo a los adherentes de medios para luchar con éxito contra la producción extranjera; asimismo, dotar a cualquier centro de pescadores de embarcaciones a vapor. Ahora bien, y también en relación con esto, ¿no deberían tal vez intervenir las Bolsas del Trabajo entre los pescadores, provocando la creación de cooperativas que, actuando en relación con la Bolsa de las sociedades obreras de consumo de París, asegurarían la venta directa en los Halles centrales (mercados generales) de los productos de la pesca?

He ahí los proyectos que se acordaron en septiembre de 1897 en el V congreso de las Bolsas del Trabajo, celebrado en Toulouse.

Se vieron favorablemente acogidos, dice el informe del Comité. Llegaron estímulos favorables por parte de Nantes, Saint-Nazaire y Le Havre. Sin embargo, el esfuerzo requerido era demasiado grande, sobre todo teniendo en cuenta los fracasos anteriores. Los marineros ya habían intentado reagruparse en el pasado. Desgraciadamente, esta categoría de trabajadores se preocupaba primordialmente de gastar en los períodos de desembarco los excedentes de fuerza acumulada durante las travesías y resultaba difícil localizarlos. Por lo menos hasta hoy no ha sido posible hacerles participar en la acción obrera socialista. Las propias Casas del marino confesaban en informes recientes no haber rerclutado entre los marinos toda la clientela que esperaban. Por otra parte se nos objeta que la sociedad corporativa tiene bastante con su lucha contra las coaliciones comerciales para dedicarse además a dispersar su esfuerzo en otros sentidos.

Por tanto, el Comité federal de las Bolsas del Trabajo no había obtenido, en lo relativo a las organizaciones de marineros y pescadores las satisfacciones halladas en la propaganda realizada entre los campesinos, pero se mantenía tranquilo, porque sabía que el tiempo es un gran maestro y porque los pescadores, cuyo concurso no se había previsto, parecen haber comprendido ya por sí mismos los beneficios de estas asociaciones de que se pensaba dotarles. La localidad de Le Croisic poseía efectivamente desde hacía dos o tres años una sociedad cooperativa ya floreciente. Otras estaban en vías de organización en el resto del litoral. La última huelga marítima de Nantes había favorecido la reagrupación de los marinos y los pescadores de los pueblos situados entre Nantes y Saint-Nazaire. Bordeaux contaba con tres sindicatos de marineros. La misión asumida por las Bolsas del Trabajo se simplificaba por este motivo y nadie dudaba de que el contagio del ejemplo de ayudar a la reagrupación corporativa, que englobaba a gran número de trabajadores industriales, que cuenta ya con numerosos campesinos, atraerá finalmente y pronto a sus compañeros de lucha y de trabajo: los marineros, de modo que pueda así completarse la organización general del proletariado.


d) La acción cooperativa. La propaganda entre los marineros, ya los hemos dicho, requiere la colaboración de las Bolsas del Trabajo y de las Sociedades cooperativas. Si efectivamente las primeras deben aportar en la formación y en el funcionamiento de las Casas del marino y de las asociaciones de pescadores medios de propaganda, de organización, de educación y de colocación excepcionales, las segundas sólo podían ofrecer el sentido comercial y administrativo indispensable. Ahora, hay que recordar con cuánto desprecio trataron los sindicatos durante mucho tiempo a los cooperadores; por ello se nos preguntará cómo es posible que esos mismos sindicatos se pongan hoy de acuerdo para actuar en común con sus enemigos de la víspera.

El hecho es que al mismo tiempo que la sociedad cooperativa, al experimentar la evolución general de las asociaciones obreras, rompía más o menos abiertamente con la prácticas mezquinas que le habían hecho censurar primero a los socialistas y luego a los positivistas, los sindicatos percibían la necesidad de completar su lucha de cada día mediante una intervención en el campo económico, y de no trabajar sólo para la protección del salario, sino también para la eliminación de las causas de la debilidad del poder adquisitivo. Esta evolución simultánea de las cooperativas y de los sindicatos les llevaba por tanto, necesariamente, a un acuerdo.

Algo que aceleró esta conclusión fue sin duda la fundación de la Cristalería obrera, donde cooperadores y sindicalistas se encontraron, con gran sorpresa por parte de Jaures, para manifestar en las reuniones del movimiento socialista parlamentario graves reservas. A partir de entonces las sociedades corporativas no dejarán de testimoniar su simpatía por los sindicatos, y por su parte, éstos se dedicaron al desarrollo de las sociedades corporativas, tanto en el campo de la producción como en el del consumo.

¿Son necesarios ejemplos de las transformaciones morales súbitas de la sociedad cooperativa obrera, administrada exclusivamente por obreros? He aquí algunos, que citamos de la encuesta sobre Sociedades cooperativas de producción publicada en 1897 por parte del Ministerio de Comercio. Haciendo en primer lugar una comparación entre la fuerza numérica de las asociaciones en 1885 y 1895, se nos informa como sigue (p. 8):

El año 1885 señaló el punto culminante del viejo cooperativismo; el año 1895 es, por el contrario, la plena ascensión del nuevo cooperativismo y, aun guardándonos de pretender adivinar el porvenir, cabe recordar que de la comparación con las cifras de 1881 se obtiene una impresión todavía más favorable.

Las asociaciones no se limitaban ya solamente a los obreros propiamente dichos, encargados de colaborar con la administración, sino que se extendían por igual a los empleados de cualquier ramo de la administración, que, por tanto, dejan de ser trabajadores. Estos comprendían por ejemplo, contables y consejeros técnicos, aptos por sus estudios para las diversas funciones industriales y comerciales. De aquí el sentido del nuevo vocabulario: asociación integral ...

En lo que respecta al campo de las condiciones del trabajo, muchas asociaciones aplicaron y también superaron las decisiones votadas por el congreso corporativo.

La asociación corporativa de los tapiceros de París aplicó la jornada laboral de ocho horas y pagaba nueve francos. Se oponía al trabajo a destajo, excepto en el caso de que un obrero no contribuía con una producción normal en el curso de la jornada.

La sociedad cooperativa de cortadores de helados de París adquirió y distribuyó, sin gastos, en el ámbito de sus talleres, todos los productos necesarios para la alimentación del personal. Hacían el trabajo por jornada, como los tapiceros.

La cámara consultiva de la sociedad de producción no tenía necesidad de oficinas. Ella misma declaraba que se administra de manera anárquica.

La minería de Monthieux estableció ocho horas de trabajo, suspendiendo el trabajo a destajo.

En materia de salarios la encuesta hacía una constatación precisa. El salario medio de los asociados -afirma- se eleva, para el conjunto de las cooperativas sometidas a encuesta, a 1.410 francos por cabeza; el de los auxiliares a 1.160 francos. Por este motivo la diferencia de tratamiento se produce solamente por el ingreso en consorcio de un número limitado de grandes sociedades, la mayoría de las asociaciones -afirmaba la encuesta- pagan un salario igual por un trabajo igual.

Las cooperativas repartían al final del ejercicio sólo una parte relativamente exigua de las utilidades; el resto en la mayoría de los casos se dejaba en las cajas para casos de socorro o de pensiones.

En el 21 por ciento de las asociaciones los miembros formaban parte obligatoriamente del sindicato de la profesión. El 36 por ciento se fundaron con el fin de pagar los precios ya determinados por una serie, o tarifas sindicales.

De 215 sociedades, 110 tenían prohibido el trabajo a destajo; 10 repartían los beneficios sin hacer distinciones entre asociados y auxiliares, y proporcionalmente, no al trabajo, sino a las horas de trabajo o las jornadas trabajadas. Es inútil añadir que estas diez sociedades hacían todo el trabajo a base de jornada.

Hagamos notar, por fin, que la sociedad cooperativa de consumo del departamento del Sena, imitando -aunque con espíritu más amplio- el ejemplo que les habían brindado las sociedades de producción, constituyeron una unión, llamada Bolsa del Trabajo de la sociedad obrera de consumo, cuyos procedimientos y tendencias eran similares a los de la Federación de las Bolsas del Trabajo.

Intermediario permanente entre los sindicatos afiliados a las Bolsas del Trabajo, y llamado luego a orientarlos en la constitución de las sociedades cooperativas con estatutos envejecidos, y por ello peligrosos para los neófitos del cooperativismo, el Comité federal tenía que verse obligado, antes o después, a proponer a las Bolsas del Trabajo el estudio para la reforma de los estatutos que ellas venían reclamando.

En efecto, en 1898 el congreso de Rennes examinó y aceptó las siguientes modificaciones:

1. Supresión de cualquier trabajo a destajo.

2. Sustitución del salario proporcional por el reparto igualitario existente en la mayor parte de las sociedades comanditarias tipográficas.

3. Supresión de toda diferencia de trato entre los asociados y los auxiliares.

4. Búsqueda por parte de la cooperativa de producción de la clientela de la sociedad de consumo.

¿Necesitan comentario estas reformas? Por lo que respecta a la práctica del trabajo a destajo resultaba evidente que, condenada por todos los congresos obreros, las Bolsas del Trabajo debieron empezar por proscribirlas en las sociedades cooperativas fundadas y auspiciadas por ellas. En cuanto a la organización de lo que los tipógrafos llaman comandita igualitaria, consiste en dividir el precio de cada trabajo por el número de los comanditarios que han colaborado, de tal modo que todos recibieran iguales retribuciones por hora ... El grupo en comandita, que puede abarcar a todos los trabajadores de un taller o fábrica, al objeto de asegurar la repartición igualitaria tanto de los trabajos buenos como de los malos, se forma y se administra libremente; ellos mismos eligen al encargado de repartir los trabajos, el cual en la mayoría de los casos no recibe retribución suplementaria, y además señala el mínimo de producción (calculada siempre en base a la capacidad del obrero medio) que debe realizar en un tiempo dado cada uno de los miembros de la comandita.

Este procedimiento, como vemos, es esencialmente comunista y fue ideado, a nuestro juicio, por dos discípulos de Proudhon. El obrero hábil que en una jornada de diez horas ha producido el trabajo de once o doce horas, no pretende más que el que ha dado una producción menor. Y aunque parece que en esas condiciones no habría interés en sobreproducir, en realidad, la producción era provechosa para todos porque disminuía la parte alícuota del salario horario. Con este sistema los comanditarios más cortos en el trabajo, o más viejos, se beneficiaban del esfuerzo general sin que sus compañeros más vigorosos o más hábiles pudieran oponer argumentos para reducir el ritmo del trabajo propio.

La supresión de cualquier diferencia entre los asociados (asociados y auxiliares) tendría como efecto igualar la ganancia obtenida por un mismo trabajo por parte de los miembros de la sociedad y de los obreros empleados ocasionalmente. Por otra parte, esta igualdad existe en la mayor parte de las actuales sociedades cooperativas de producción. En fin, la cuarta reforma tenía por objeto proteger a las cooperativas de producción contra la rebaja de los precios de venta (fuente de depreciación de los salarios, a que se ven abocadas, sobre todo al comienzo de su existencia, por la búsqueda de la clientela fluctuante. Esta reforma ha sido inspirada por el ejemplo de la sociedad de fabricantes de zuecos La Concilíation, de Limoges, que se fundó después de haber concluido un acuerdo con la sociedad de consumo L'Union (700 miembros), por el cual ésta aceptaría todo el producto que se pudiera concebir imaginativamente y fabricar con brío, al precio del comercio al detalle, disminuido en un 11 por ciento (17).

Finalmente, añadamos a título informativo, que las Bolsas del Trabajo, deseando que los instrumentos de producción fueran de propiedad social (indivisa e inalienable) y no propiedad de los grupos de trabajadores (aunque estos grupos comprendieran la totalidad de los obreros de una profesión determinada) intentaron crear, en materia de producción cooperativa, no un capital alienable, que algunos obreros pudieran repartirse antes o después, sino un capital de mano muerta laica, que restituiría poco a poco al trabajo, considerado como persona moral, la totalidad de la riqueza pública (18).

Estas son las bases sobre las cuales las Bolsas del Trabajo constituirán en lo sucesivo las sociedades cooperativas. Si se tiene en cuenta el número considerable de obreros federados, el número importante de sindicatos aislados que se inspiran en la federación, y si se considera que todos estos hombres serán antes o después cooperadores, se puede llegar a la conclusión de que antes de diez años el movimiento cooperativo francés estará completamente transformado.



Notas

(1) El número de obreros colocados por las Bolsas del Trabajo se estima en poco más de las cuatro quintas partes del número de ofertas de empleo y en la mitad de la demanda. Una Bolsa del Trabajo, la de Marsella, llega a emplear en un año (1895) hasta 21.000 obreros, de ellos la mitad en empleos estables.

(2) Véanse los Documentos complementarios, en el Apéndice de esta edición virtual.

(3) El gobierno se comprometia a procurar permanente y metódicamente los estudios relativos a la apertura de trabajos por parte del Estado, de los departamentos y de las comunas, es decir, a lograr que a la clausura de un taller siguiera la apertura de uno nuevo, de manera que los obreros desocupados, en lugar de verse obligados a entrar en concurrencia con sus compañeros de la industria privada, encontraran rápidamente una nueva actividad. Esto permitía, entre otras cosas agilizar lo más posible los préstamos que los departamentos y las comunas creyeran conveniente contratar para la ejecución de sus trabajos. Si esta promesa no se mantenía ciertamente no se resolvia el problema de la desocupación, atenuándose sólo ciertas crisis.

(4) A cuenta del credito asignado a las cooperativas de producción (Nota de Maurice Pelloutier).

(5) Sería interesante conocer el número de operarios colocados por la Oficina, pero tal conocimiento es imposible. En Francia, las Bolsas del Trabajo proveen al obrero que envían a un patrón de un impreso, el cual, reenviado por una de las partes al gerente de colocación, debería informar de si ha habido acuerdo entre el patrón y obrero. Pero los gerentes recibían esta comunicación muy irregularmente.

Se podrá objetar que el obrero o el patrón se preocupan poco de adquirir un sello de cinco céntimos para este envío. Pero lo mismo ocurre en las Bolsas del Trabajo de Bélgica, aunque allí el aviso sólo consiste en una cartulina postal, debidamente franqueada y que contiene la siguiente mención: Si o No. (Nota de Maurice Pelloutier).

(6) Las sumas más importantes obtenidas por las grandes Bolsas del Trabajo compensaban la indigencia de otras que eran consideradas con malos ojos por las municipalidades.

(7) Cifra que se puede mantener dado que se establece un equilibrio entre entradas y salidas solamente si las Bolsas del Trabajo convierten el capítulo tercero de las entradas (subvenciones de los consejos municipales) en una realidad.

(8) Sin embargo, no se debe pensar que el número de las ofertas de empleo aumentará en las proporciones que a primera vista cabe esperar. Porque en realidad lo que la Oficina de estadIstica tiende a indicar no es el número total de puestos vacantes en todas las ciudades, sino el de los empleos que deja disponibles la mano de obra local.

También es necesario indicar que el número de empleos vacantes disminuye a medida que se acerca el invierno, lo que se explica fácilmente: por un lado por el deseo temporal de estabilidad en parte de los trabajadores. nómadas pocos meses antes y que vuelven a serio en la primavera; por otro lado con el aumento del número de desocupados. (Nota de Maurice Pelloutier).

(9) Y de tal modo que la Oficina pudo, en junio de 1900, favorecer a los trabajadores de Le Havre, al demorar la admisión de demandas de trabajo hechas por esa ciudad.

(10) Plan de bibliotheque de Suberbie, secretario en L'ouvrier des Deux-Mondes, n. 19, pág. 298.

(11) Raynaud, Etude sur l´enseignement professionel.

(12) Informe leído en el congreso de 1900.

(13) Recordamos. a estos efectos, que originariamente el Consejo municipal de París comprendía, bajo la denominación genérica de Cámara del Trabajo, no sólo una cámara del trabajo central, sino tambim cierto número de instituciones anexas, repartidas en varios puntos de la capital. Este era el mejor sistema.

(14) Sobre este último punto era de temer que la indagación acordada por el congreso dc Rennes (1898) resultara dificil, e incluso negativa, por no tener las Bolsas del Trabajo la costumbre de hacer inscribir en primer lugar a sus propios alumnos; mas si hubiera tenido también como resultado el mostrar la utilidad de esta práctica, permitiendo así a todas las Bolsas del Trabajo, el conocer y seguir en sus vicisitudes a los expertos de las diversas profesiones, la indagación habría dado un resultado excelente.

(15) Les sindycats ouvriere en France, Librería Obrera, París, 1898.

(16) Hace ya quince años que nosotros mismos, de acuerdo con un fogonero de la Compañía General Transatlántica, llamado Provost y con el comandante Servan, habíamos preconizado en Saint-Nazaire la creación en Francia de las Sailor's Home (Casas del marinero).

(17) Les Associations de production, 1vol. en 8o, publicado por L´Office du Travail, 1898.

(18) Ejemplo: La Cristalería Obrera. Pero el sistema de la Cristalería Obrera dejaba subsistir diversos inconvenientes: mantenía en primer lugar las cooperativas de producción autónomas y esto es desagradable porque, no importa lo que se haga, la sociedad de producción debiendo estar siempre en condiciones de inferioridad respecto a las condiciones puramente capitalistas, no podría nunca realizar la conccepción cooperativa socialista; además, este sistema hacía prácticamente difícil la determinación del uso a que serían destinados los beneficios eventuales de la fábrica. ¿Qué hacer, por ello, para suprimir al mismo tiempo las cooperativas de producción conservando sin embargo la producción cooperativa y facilitar con rapidez el destino dado a las utilidades proporcionadas por el trabajo cooperativo? Un escritor joven de gran talento, A. D. Bancel parece haber encontrado la solución del problema proponiendo que todos los esfuerzos socialistas apunten de ahora en adelante al desarrollo de las sociedades cooperativas de consumo, de modo que éstas se vean rápidamente abocadas a producir por sí mismas, en establecimientos cooperativos propios, el mayor número posible, si no la totalidad de los productos que necesitamos. De ese modo desapareceria el antagonismo económico, fruto de la concurrencia, que existe entre las asociaciones corporativas como entre las privadas, y se tratarla de establecer entre la producción y el consumo una circulación normal.

Más tarde, ir a la sustitución progresiva de las sociedades cooperativas de producción creadas sin reflexión, sin cálculo y sin guías, de existencia precaria y dificil acceso, por establecimientos cooperativos que sean al mismo tiempo la propiedad y la obra de colectividades siempre abiertas de consumidores.

Esta teoria, tomada de un estudio relativo al movimiento de cooperación inglés, merece un examen detenido, que aparecerá en el próximo trabajo de Bancel.


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