Indice de Entrevista al C. General de brigada Nicolás Fernández Carrillo por Píndaro Urióstegui Miranda Los recursos económicos de la División del Norte El crepúsculo del Centauro. Villa y De la HuertaBiblioteca Virtual Antorcha

ENTREVISTA
AL GENERAL DE BRIGADA
NICOLÁS FERNÁNDEZ CARRILLO

Píndaro Urióstegui Miranda


FUI A ESCONDER A MI GENERAL VILLA A UNA CUEVA DE LA SIERRA ALTA DE CHIHUAHUA

PREGUNTA
¿Cómo fue que hirieron al general Villa?

RESPUESTA
La cuestión de la herida del general Villa fue en la siguiente forma: José Cavazos tenía su cuartel general en un poblado que se llama San Isidro y como el general Villa iba por abajo, le soltó una balacera y una bala pegó en una piedra, se dobló la bala y le pegó al general Villa abajito de la rodilla y le quizo salir por la parte de arriba pero no le salió; al al arrollar el cuero de la polaina y de la ropa le creó bastante enfermedad; el general Beltrán le estuvo chupando con la boca toda la sangre que pudo, pero no le pudo sacar los huesos, así es que la bala le quedó entre cuero y carne; hasta al año se la venimos sacando.

PREGUNTA
¿En esas condiciones, quién sustituyó al general Villa?

RESPUESTA
El general Villa me llamó y me dijo: sin pedir perdón a nadie, voy a poner mi vida en tus manos; tú sabrás lo que haces conmigo y para dónde me llevas, no recibas órdenes de nadie.

¿Entonces quién se queda en mi lugar? le pregunté.

Quien tú quieras.

Le pregunté: ¿no me permite que tenga una junta de generales a ver a quién nombramos?

¡Claro que sí, nomás no nombres a Martín porque está muy joven, ni a Julio Acosta porque es muy corajudo!

Muy bien.

Me fui y junté a todos los generales con mando de tropa y les expliqué el caso.

Julio Acosta saltó y me dijo: mire, aquí hay escondites en la Sierra Alta de Chihuahua; lo dejé que me dijera todo y entonces repuse: ¡acuérdese usted que aquí se le volteó Ascensión Hernández con mil hombres y andan muchas gavillas descolgadas y esos son de los que denuncian, porque además conocen perfectamente este terreno. A usted le tenemos una confianza ilimitada porque es buen compañero y es un hombre que ha perdido a sus hermanos en la revolución, pero no podemos dejar por aquí a mi general Villa.

Ya se soltó otro general y dijo: entonces en tal parte.

¡No! -le dije.

Bueno, ahora quiero que me digan a quién nombramos como jefe en mi lugar -yo era segundo del general Villa en ese tiempo-.

Duraron como una hora mirándose unos a los otros y no se resolvían; entonces les dije: bueno, ya que no se resuelven, ¿quieren que yo lo nombre?

¡Nómbrelo! -contestaron.

Pues al general Beltrán que es de Sonora, debemos darle la primacía.

¡Muy bien, lo aceptamos!.

Levanten un acta y fírmenla.

Firmaron y le dí el nombramiento al general Beltrán al que le recomendé: ahora usted se va a San Isidro, yo me iré comunicando con usted de donde pueda para informarle de la salud del general; si se me muere, pues a ver a donde lo entierro para que no lo hallen y si se alivia, pues ya sabré a donde me lo llevo.

Luego vino Julio Acosta y me dice: oiga, quiero que me diga a qué hora va usted a salir con el general.

¡No puedo decírselo porque todavía no he recibido órdenes!

Relevé a toda la gente que tenían allí y puse a trescientos noventa hombres de los míos.

Villa me dijo: tú me sacas cuando tú quieras, no recibas órdenes de nadie.

¡Muy bien!

PREGUNTA
¿Y ya una vez nombrado el sucesor de Villa ...?

RESPUESTA
Salimos a las doce de la noche.

Para esto, le dije a don Julio Acosta: oiga necesito un carrito con un tronco de mulas bueno, valga lo que valga.

¡Pues me lo trajo! pero no lo pagó y la familia dueña del carrito venía llorando y entonces yo les dí mil quinientos pesos por el carro y el tronco de mulas.

Arreglé bien el carrito y le puse una camilla al general y así me lo llevé, con Bernabé Cifuentes y Joaquín Alvarez primos hermanos de él, uno tiraba del coche y el otro lo venía cuidando.

De Ciudad Guerrero a La Junta, el terreno es parejo y macizo y es llano como una mesa; ya cerca de La Junta, como a unos dos kilómetros, cortaba un camino a un rancho ganadero que se llama San Antonio Tepeaca. Me llamó el general Villa, que venía muy mal y con bastante fiebre y me dice: ¿no quieres ver si traen un trago los muchachos?

¡Yo lo traigo!

Siempre cargaba una copita y le dí una: dame otra.

Y le dí otra.

En eso estábamos cuando el carrito siguió andando y dejó el camino de la derecha que era el de La Junta y agarró el de la izquierda, del rancho de San Antonio Tepeaca.

A los pocos minutos el carrito empezó a ladearse y a brincar por las piedritas y entonces Villa se dijo: oye. ésto no es el camino de La Junta.

Yo que no hallaba qué decirle, me ofusqué luego luego, pero reaccionando le dije: ¡no mi general, es que vamos rodeando porque no quiero pasar por La junta -yo estaba mintiéndole- para no ser sentido; mejor me voy por el respaldo de la sierra de Bachíniva y voy a salir abajo de La Junta!

¿Y cómo pasar los rieles? -me preguntó.

Pues bien, -le dije- ¡levantaremos las ruedas y pondremos cobijas para que no brinque el carro!

Muy bien, entonces vámonos.

Seguimos adelante.

En la salida para Chihuahua hay una muralla muy grande, en ese tiempo la había por lo menos; ahí estaba la casa de un compadre mío que cuando lo visitaba le tiraba una piedra a la ventana; eso nos servía de contraseña.

Aquel día estaba nevando, aventé la primera piedra y salió aquel hombre y le pegué en la cabeza, hasta lo descalabré al pobre; salió y me dijo: ¿Qué anda haciendo compadre?, que no sabe que hay más de mil americanos que desde a medio día están por aquí, son muchos, no cupieron en el pueblo de La Junta.

A lo que contesté: he estado oyendo ladrar a los perros, pero creo que ya pasaron el río.

Mire compadre fíjese si ya se fueron.

¡Si, efectivamente ya no hay nadie aquí compadre -le dije- quiero que me haga un favor, más bien un mandado.

¡Adonde!

¡A San Isidro!

No tengo caballo.

¡Ahorita viene un caballo!

Y mandé a mi asistente que fuera a traerle un caballo ensillado, una buena cobija y unas chaparreras y puse a la señora de él que escribiera una carta al general Beltrán para informarle que el general Villa iba bien, que se estaba aliviando y que ya le seguiría informando, que le avisaba que iban a Ciudad Guerrero unos mil gringos.

Y también le ordenaba: váyase usted inmeditamente a Ciudad Guerrero y se pone de acuerdo con todos los generales para ver si combaten o no. Si no combaten formen guerrillas y desbarátense para que no peleen, está grande la columna de los gringos: no trate de localizarme porque el general Villa no sabe nada de esto y no vaya a ser que se dé un tiro y se nos muera.

Bueno, ya se fue mi compadre y se fue con el general Beltrán a Ciudad Guerrero, se pusieron de acuerdo los generales y esperaron a los gringos; tres días estuvieron peleando con ellos.

PREGUNTA
¿Y mientras tanto que hacía usted con el general Villa?

RESPUESTA
Mientras tanto, yo tenía que pasar por un cañón que salía rumbo a un mineral que se llama San Francisco de Bohorques, pero saliendo del cañón corta otro camino a la izquierda, que se llama Ciénega de Nicolás Pérez un ganadero muy rico que era de allí y con mucha gente armada-; más adelante había un ranchito que se llama los Avendaños; ahí estaban los padres de este señor, se habían venido de Satebo él y su señora, ya muy viejitos los dos. Entonces me dijo el general Villa: oye, en esa cieneguita de Pérez, el viejo es muy lobo, si está armado nos va a atacar.

No le hace -le dije- vamos preparados Ya mandé al mayor Belisario Ruíz para que vaya con cien hombres y lleve diez más a la vanguardia y diez más en cada flanco, que si hay pelea que me avise

Yo no me había dado cuenta que traíamos dos prisioneros de la gente de Munguía que aprovechando esa parada que hicimos se nos fugaron y fueron a avisar a Cusihuirachi donde se encontrahan cinco mil hombres del gobierno, bastante cerca de donde yo estaba; pero estos dos prisioneros se equivocaron e informaron que yo llevaba más de cinco mil hombres; afortunadamente estos hombres no sabían que llevábamos a Villa en el carrito.

Bueno, volviendo a lo anterior; el mayor Belisario Ruíz me mandó avisar que habían peleado y que le habían matado diez hombres, pero que él ya había acabado con todos, que hasta las mujeres habían peleado aprovechando que tenían claraboyas las casas. Los mataron a todos con todo y viejas; eran veinticinco hombres armados, pero Ruíz llevaba ciento cincuenta hombres; entonces al terminar la lucha, agarraron una caja fuerte que había ahí, la abrieron a hachazos y sacaron doscientos cincuenta mil dólares.

Yo le comenté a Marcos, cuñado del general Villa, que le dijera a Belisario que barriera bien para que el general no viera los muertos, ni viera nada y que me prepararan una pieza para meter al general ahí porque la nevada estaba fuerte.

Llegamos y lo bajamos; lo metimos a una pieza que tenía una buena camita y lo acostamos; cerramos todas las puertas y ventanas y acomodamos a toda la gente para resguardarlo del frío y de la nieve.

Entonces yo le dije a Belisario: oye manda que maten unas reses para que coma la gente.

Después de mucho rato le dice Villa a Joaquín: oye háblale al general Fernández.

Y me habló: abranme las ventanas siquiera para que me pegue el aire, estoy muy sofocado aquí.

¡No mi general! -le contesté-, Está soplando mucho el norte y está entrando la nieve hasta aquí.

No me importa, abre las ventanas, te digo que las abras.

Las abrimos, luego se quitó las cobijas de la cara y empezó a mover la cabeza como venteando y me dijo: oye Nicolás, me está dando aroma a sangre.

Si mi general, es que están matando unos novillos para que coma la tropa.

¡No, esto es sangre de gente! Porque recuerda que la sangre de gente apesta mucho y la sangre de res no; acuérdate que cuando matan una res hasta a puños bebemos su sangre, no apesta!

Entonces fue cuando me vi obligado a decirle la verdad.

Horas después le formé una camilla y sin que se diera cuenta mi gente, llamé a Bernabé y les dije: miren, nos vamos a ir de aquí a los Avendaños, que está a un kilómetro, allá viven los padres de José Rodríguez; no les vamos a decir que ya murió, que lo mataron a traición en la Hacienda de la Babícora.

Bueno, pues nos fuimos; pusimos sobre la camilla al general Villa y eché a Joaquín y a Bernabé adelante del cuerpo y yo en los pies; nadie se dio cuenta, todos estaban encerrados porque estaba nevando muy fuerte, le puse unas lonas encima al general para que no le cayera la nieve y salimos con él.

Cuando llegamos y metimos al general, como no nos acompañaba José Rodríguez, la viejita y el viejito se pusieron a llorar por su hijo.

Yo les dije: no lloren, José tiene permiso para venir a verlos dentro de quince días y aquí estará con ustedes.

Ya tenía tres meses de muerto el pobre.

PREGUNTA
¿Y con qué objeto llegaron hasta aquí; dónde iban a esconder al general Villa?

RESPUESTA
Le dije a don José María: venga para acá por favor, lo saqué afuera y le pregunté: ¿oiga, no hay por aquí una cuevita donde quepa el general? viene muy malo, trae una pierna quebrada.

¿Cómo se la quebraron? preguntó.

Se volteó un caballo, le cayo encima y se la quebró, ya no puede avanzar más.

No le dije que lo habían herido.

Entonces don José María me dijo: venga acá, a ver, eche su anteojo ahí derecho a aquel cerro -hay un cerro que se llama Tierra de Santa Ana que tiene cuatro kilómetros de largo y más de cien metros de altura-, entonces eché el anteojo.

Córralo más al sur.

Lo fui corriendo y le dije: oiga, al pie de un reliz veo una ventana.

¡Efectivamente, eso es una cueva de cuatro metros de ancho por cuarto de profundo, ahí caben cuatro personas!

Bueno está bien, pero para subir allá son cien metros por lo menos y es mucho para subir a pie.

Mire -me dijo- tengo unas mulas muy mansitas, en esas lo subimos; le ponemos una pierna hacia el pescuezo para que no se lastime y usted lo cuida de un lado y los otros dos del otro, yo jalo la mulita.

Así lo subimos.

Las mulas no estaban herradas y continuaba nevando; ahí le dimos al general una tacita de café y unas tortillas.

Nos dieron cuatro tortillas y unos asaderos; a mí me dieron además un frasquito para irlo curando, pero nada más se curaba por fuera porque por dentro no podía pasar la curación; también me dieron una zalea y un cojín con las iniciales de la señora.

Llegamos allá, descansamos y el general Villa platicó un ratito con Don José, el cual le dijo: oiga general, voy a venir todas las mañanas a tales horas para que no se vayan a equivocar y le traeré unas botellas de leche, agua y tortillas que le haga mi viejita.

¡Muy bien -le dijo Villa- como usted guste.

Entonces hablé yo y dije: don José creo que estaría bien que nos fuéramos; vamos a dejar que descanse el general.

Se retiró don José María y me quedé solo con el general Villa y le dije: oiga mi general ¿no quiere que le meta unos nopales aquí al fondo de la cueva? por las dudas; no vaya a ser que don José tenga problemas para llegar por la nieve y no pueda venir y se quede usted sin agua; los nopales aunque sean crudos le proporcianan agua y le sirven de alimento.

-me dijo- mételos.

Di vueltas al risco donde se encontraba la cueva y en donde no pegaba la nieve me encontré unos nopales bastante grandes, les escarbé por debajo con una daga y les saqué; en el hoyo que quedó coloqué una piedra que pronto fue cubierta por la nieve; sacudí los nopales y los metí a la cueva, corté unos tercios de zacate y le formé una cama, le puse encima la zalea y abajo de la cabeza, el cojín que me dieron.

PREGUNTA
¿Todo ese tiempo que estuvo enfermo el general Villa, usted estuvo con él?

RESPUESTA
¡No! Yo le pregunté: ¿cuáles son sus órdenes mi general?

Y me contestó: usted se va al sur, hasta meterse a Durango; no pelee con nadie, no presente combate; dentro de tres meses doce días ya puede venir a ver si estoy muerto a que pasó conmigo.

¡Muy bien mi general, así lo haré!

Recuerde, no abedezca órdenes de nadie, usted manéjese solo, no presente combate, ni dé razón.

¡No, señor, no daré razón de ninguna clase, pero permítame su sombrero!

Me la dió al tiempo que me preguntaba: ¿para qué lo quieres?

Voy a matar su caballo y lo voy a enterrar con todo y su montura y el sombrero de usted para que si descubren la sepultura crean que es usted el que está muerto y dejen de buscarlo.

La montura tenía las iniciales de Francisco Villa y el sombrero llevaba su águila.

Después de esto, bajé de la cueva, recogí a mi gente y ya nos fuimos juntos al pueblo de Santa Ana, en una mesa que se llama Chiricote rumbo a Parral.

Por esos lugares encontramos una patrulla de soldados americanos y aunque tratamos de eludirla empezaron a perseguirnos, así es que al llegar a Santa Ana en donde se encontraba el coronel José María Iglesias con ochocientos soldados heridos, al verlo le pregunté: oiga mi coronel ¿cómo siguen los muchachos?

¡Muy bien -me contestó-, ya casi están aliviados todos!

Entonces en cuanto pueda se va de aquí y me espera en Sateba dentro de cuatro días y si ve que no llego en cuatro días, se retira usted y se va rumbo a la línea divisoria de Durango y Chihuahua y allá nos veremos.

¡Muy bien mi general! -me contestó.

Empezamos a salir del pueblo; tadavía llevábamos el carrito donde trajimos al general Villa y entonces empecé a gritarle al coronel Iglesias: coronel, me vienen persiguiendo los gringos y yo traigo en este carrito al general Villa que viene herido, me tengo que apurar para pasar el cañón del Alamo, quiera salir antes de que me lo vayan a tapar.

Le grité fuerte lo del carrito al general, para que creyeran que ahí lo llevaba.

Apenas un kilómetro adelante del cañón de El Alamo, llegaron los americanos y taparon el cañón.

No tuve más remedio que presentarles pelea y cambatimos con ellos durante todo el día, los rechazé y me les pelé.

Fuí a amanecer a un pueblo que se llama Ojo de Obispo, y ahí descansé.

Luego que ya empezó a pardear la tarde me vine al Valle de Zaragoza que ya estaba muy cerca de Parral.

En ese pueblo, el presidente municipal era compadre del general Villa y tal como lo había yo pensado, ya en todas partes se sabía que yo llevaba al general Villa en un carrito, así es que cuando llegamos a Valle de Zaragoza, se acercó el presidente municipal y me dijo que quería ver al general Villa para saludarlo. Entonces le contesté que no podía hacerlo porque el general venía descansando y estaba durmiendo.

Seguí avanzando hasta un lugar llamado Rancho de Enmedio que está en un llano, ahí acampé para que descansaran las tropas y para que comieran algo; mandé al coronel Tabares de espía a una loma alta desde donde se dominaba el Valle de Zaragoza. Poco después regresó para informarme que el chorro de gringos ya había pasado por Valle de Zaragoza en donde seguramente les habían dicho que llevaba al general Villa en el carrito; así es que tan pronto se me incorporaron mis vigías, levanté el campo y ordené marchar a mis tropas rumbo a un bosque para que se ocultaran junto con el carrito.

Yo corté cien hombres de los Dorados y esperé a los gringos hasta que nos tiroteamos por el camino a Parral y ahí vengo tiroteándome; si me convenía les tiraba y les mataba uno que otro; a mí me mataron sólo a uno y me hirieron a otro.

Así les fuí atrayendo hasta que los metí a Parral, entonces sin que se dieran cuenta me les zafé por un río y ellos se entramparon en Parral.

PREGUNTA
¿Y en Parral qué hizo Don José de la Luz Herrera?

RESPUESTA
Don José de la Luz Herrera, padre de Maclovio Herrera que ya se le había volteado a Villa, era el presidente municipal de Parral y entró en pláticas con los generales americanos, mientras que la tropa descansaba tirada en las calles; ahí estaba también el general Ernesto Garcia, de las tropas de Carranza que también mandaba a la gente de Maclovio Herrera, porque ya Maclovio había muerto igual que su hermano Luis.

Entonces surge una muchacha profesora, llamada Alicia Albienes que todavía vive.

Alborotó a los muchachos de la escuela y logró reunir a unos trescientos de los más grandes; estos muchachos se metieron al cuartel del general García y empezaron a preguntarles a los soldados que cómo se disparaba un rifle, que cómo se cargaba, hasta que se decidieron y se los pidieron prestados.

Así como jugando, los muchachos se salieron con las armas y se fueron adonde estaba la profesora Alicia Albienes. Entonces ella les dijo: miren muchachos ya hice dos banderas tricolores, vamos a pegar un grito de que viva México y mueran los gringos y disparamos a matar.

Muy bien, pues a los primeros disparos que hicieron esos muchachos mataron a veinte gringos y entonces fue cuando se levantó el pueblo, al que encabezaron hombres de experiencia de ahí de Parral; mandaron a los muchachos a un pueblo cercano que se llama Maturana y ellos siguieron peleando contra los americanos; estos se retirarcn hasta un pueblo llamado Santa Cruz de Villegas que se encuentra en un alto y ahí enterraron a sus muertos que eran más de veinte y en ese lugar se estuvieron más de un mes, hasta que Carranza logró que saliera la excursión punitiva de Chihuahua.

Todavía en Carrizal pelearon contra el general Félix U. Gómez, porque a pesar de las órdenes de Carranza, unas tropas americanas querían pasar por Carrizal por las buenas o por las malas.

El general Félix U. Gómez se entrevistó con el general americano y le advirtió que no intentara pasar porque lo detendría a como diera lugar.

El americano le dijo que no le importaba y cuando el general Félix U. Gómez le dio la vuelta a su caballo para retirarse, el gringo le disparó matándolo.

Al ver esto el coronel Rivas Guillén, que era el segundo del general Gómez, se le echó encima con sus tropas, mató a casi todos los americanos y no los dejó pasar.

Los gringos sobrevivientes decían que habían sido los villistas quienes les habían tendido una emboscada, pero nosotros los villistas estábamos muy lejos de ahí y ya no tuvimos ningún encuentro con los americanos.

Entraron veinticinco mil gringos y no querían salir.

PREGUNTA
¿Y durante todo ese tiempo siguió enfermo el general Villa?

RESPUESTA
A los dos meses y doce días ya mi general estaba en el Estado de Durango, en un pueblo llamado San Juan Bautista.

En aquel entonces enviaron unas tropas a perseguirme mandadas por un general Ignacio Ramos, primo hermano de Matías Ramos.

También con todos esos peleé yo.

Este general Ramos traía mil quinientos hombres y yo traía trescientos noventa, así es que yo tenía que sacarle vueltas por todas partes.

Entonces me mandaba escritos diciéndome que lo esperara y yo le contestaba: venga usted con la misma cantidad de hombres que yo tengo y lo espero en donde usted diga.

Este general no conocía ni el terreno ni la gente, en cambio para mí era como conocer la palma de mi mano.

Al ver que no podía conmigo, me ofreció garantías y me dijo que me harían Jefe de Operaciones y Gobernador del Estado de Chihuahua, además me entregarían seiscientos mil pesos en oro nacional.

Yo lo vine engañando.

Al general Villa le informaron los generales que se le habían juntado, entre ellos algunos de La Laguna, que yo ya me había rendido, por lo que el general Villa les preguntó: ¿están seguros?

¡Sí, estamos seguros, ya se rindió al gobierno y está tratando con el general Ignacio Ramos!

Yo estoy seguro que no está rendido -les contestó Villa- Nicolás se trae alguna misión.

Pues bien, mientras tanto a mí me habían dado una tregua y suspendieron la persecución.

El general Ramos se destacó en una hacienda que se llama La Concepción. En ese lugar yo tenía compadres y familiares míos. Entonces yo pensé, si lo ataco ahí, la pelea seguramente la gano, pero después se va a vengar con mis familiares y los va a matar.

En aquellos días llegó la orden de don Venustiano Carranza nombrándome Jefe de Operaciones y Gobernador del Estado de Chihuahua.

También me entregaron juntos los seiscientos mil pesos oro nacional que había pedido.

Yo mandé un emisario a La Concepción, a llevarles unas cartas a mis familiares, pero los hombres del general Ignacio Ramos aprehendieron a mi hermano menor y lo mandaron junto con un mayor del ejército a que me llevara la correspondencia; eso era sólo para saber con cuántos hombres contaba yo.

El mayor venía vestido de civil. Nosotros nos encontrábamos parados en un rancho que se llama San Andrés, cuando se me acerca Ernesto Ríos y me dice: oiga mi general, ahí vienen dos hombres.

¡Métales el anteojo a ver quiénes son!- le contesté.

Lo hizo y me dijo: ahí viene su hermano Abundio, junto con otro que no conozco.

¡Muy bien! -le dije-, cuando lleguen aquí, luego luego me los desarma y me los amarran; voy a tratar de sacarles la verdad, porque esto ha de traer cola.

Lo recibí muy mal, no con malas razones, pero inmediatamente traté de mandarlos fusilar.

Entonces me dice Ernesto Ríos: cómo va a fusilar a su hermano.

¡No te importa, tú te callas la boca, enciérrenlos en un calabozo y no les den ni agua ni comida y fórmenme una escolta para que los fusilen!

Pasaron las horas y cuando lo creí oportuno le dije a Ernesto Ríos: ya es de tarde, así es que se les llegó la hora, traigámelos y nombre cinco hombres para que los vayan a fusilar al panteón.

Entonces saltó el mayor ese y me increpó: ¿oiga mi general, por qué va usted a fusilar a su hermano?

¡Para que no ande de intruso aquí donde yo mando!

En ese caso mejor fusíleme a mí -me dijo- yo soy del ejército federal.

¡Pues por ahí debía de haber empezado, tarugo -le dije-, ¿por qué me hacen enojar de esa manera?

Después me metí a Parral y saqué alimentos, artículos de primera necesidad y vestuario para mil hombres, además herrajes para mil caballos.

Me reforcé y cuando le avisaron al general Villa que me encontraba cerca, ordenó: díganle que venga a mi presencia, ahora verán como todo lo que usteden dicen de este hombre no es cierto.

Ya me hablaron y me presenté. Yo venía en un macho güero que le habíamos quitado a las tropas de Wilson y le pusimos como nombre, el macho Wilson: y ahí voy con mis tropas.

Me presenté con el general Villa que ya tenía cuatrocientos hombres, pero mal parqueados y encuerados, todos barbudos.

Al verme, el general me dijo: ¡mire nada más usted a estos pobres hombres!

Pues sí mi general, pero es que tienen tiempo de que se mantienen de pueblo en pueblo y de rancho en rancho, tomando copas y matándose unos con otros. yo por eso no he querido hacer migas con ellos, ni el general Beltrán que aquí lo traigo yo.

¿Y qué es lo que ha pensado usted? -me preguntó el general Villa.

¡Ahorita lo va a ver!

Mandé que extendieran un petate.

El general Villa tenía una barba muy larga y andaba en ropas menores, con muletas.

Llamé a mi secretario Adolfo Martínez y le dije: Léale aquí a mi general toda esa correspondencia.

Se la estuvo leyendo y entonces le dije: ¿ya vio todo lo que he tratado? voy a ser Gobernador de Chihuahua y Jefe de Operaciones. Ya tenemos el campo libre ahí y ya tengo seiscientos mil pesos en oro nacional en Corrales, porque hice que el viejo cabrón de Ignacio Ramos saliera de La Concepción a Corrales, en donde lo ataqué en la madrugada; lo hice pedazos y lo maté, le quité todo y ya no hubo más peleas, luego me metieron al otro Matías Ramos y también lo derroté y le quebré una pierna de un balazo. Así fue la cosa.

Mire licenciado Urióstegui, mi criterio es defender la personalidad del general Villa, no la mía. La mía importa muy poco, porque a mí ya me faltan pocos días, pero quiero que sepa el mundo entero y la juventud quién fue Francisco Villa, porque aún quedan muchas gentes que lo tratan de puro bandido.

Fue bandido porque lo hicieron; todo hombre que se defiende es bandido para los demás.

¿Quién iba a creer que un hombre que no tenía escuela, que no supo leer ni escribir, manejara sesenta mil hombres?

Pues él lo hacía, ¡así volando! y nomás sus órdenes valían y todos los generales lo obedecían ciegamente, no había quien se le opusiera.

Hay algunos que le levantan el falso de que en Real del Catorce, en San Luis Potosí, lo hizo llorar Urbina; ¡son mentiras! porque Villa nunca estuvo en San Luis Potosí y mucho menos en Real del Catorce; todo esto yo lo sé porque pasé por ellas.

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