Índice de Historia de la Nación Chichimeca de Fernando de Alva Ixtlilxochitl | Capítulo LXVI | Capítulo LXVIII | Biblioteca Virtual Antorcha |
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CAPÍTULO LXVII
Que trata cómo el rey Nezahualpiltzintli apaciguó un litigio que entre sí los infantes Acapioltzin y Xochiquetzaltzin sus hermanos traían; y de algunos notables castigos que hizo en sus hijos
Se ha tratado en la vida de Nezahualcoyotzin cómo fueron a la conquista de la Huaxteca los dos infantes Xochiquetzaltzin y Acapioltzin, el uno por capitán general del ejército, y el otro con el socorro que después se despachó, y cómo se dio tan buena maña, que por su prisa y buena industria sojuzgo aquella tierra, por cuya causa los poetas de aquellos tiempos, demás de hacer relación en sus cantos de la conquista y acaecimiento que hubo, le alabaron sus hechos heroicos y juntamente con él a su hermano el que fue por general, que aunque fue tarde, todavía hizo algunas hazañas dignas de memoria, mas no para adjudicarse y tomar para sí la gloria y honra de aquella conquista, pues derechamente la venía el título y renombre de ella a su hermano Acapioltzin, y como este negocio estaba indeciso, todas las veces que hacía fiestas en memoria de esta conquista, los músicos y ministriles del uno y del otro en el palacio de cada uno cantaban y regocijaban la solemnidad de ella, y después salían en público a la plaza principal a hacer su danza casi en competencia el uno con el otro, de tal manera que se movían grandes pasiones entre los dos hermanos, sus amigos y aliados, con que vino la cosa a tanto extremo que facilmente vinieran a rompimiento y sucedieran muchas muertes en la ciudad, si el rey Nezahualpiltzintli viendo este exceso y competencia entre sus dos hermanos, no hubiese puesto la cosa en tela de juicio y salió determinado pertenecer esta honra y hazaña a su hermano Acapioltzin; y sin decirles palabra, el día que salieron a la plaza a hacer esta danza, el rey salió con otra, con todos los grandes de su reino, y se fue a la parte donde estaba Acapioltzin, y dándole el lado más honroso, danzó con él y con todos los más grandes señores que allí se hallaron, de la manera que tenían de costumbre; y visto esto, Xochiquetzaltzin y los de su bando se quitaron de allí con todos sus ministriles y músicos, y nunca más se atrevió a salir a estas competencias; y el rey mandó que se intitulase el canto Teotlan Cuextecáyotl, que significa el canto de la conquista de la Huaxteca perteneciente a la casa de Teotlan, que eran los palacios y casas solariegas del infante Acapioltzin. Por este modo, esta discordia y otras que se ofrecieron, con mucha prudencia y sagacidad las remedió el rey; y donde vio que convenía severidad, ejecutó las leyes con todo rigor, sin perdonar a sus hijos, como lo hizo contra el príncipe Huexotzincatzin su primogénito y sucesor que había de ser del reino, el cual, además de otras gracias y dones naturales que tenía, era muy eminente filósofo y poeta, y así compuso una sátira a la señora de Tolan (que era la concubina que más privaba con el rey, su padre), y como ella era asimismo del arte de la poesía, se dieron sus toques y respuestas, por donde se vino a presumir que la cotejaba, y se vino a poner el negocio en tela de juicio; por donde según las leyes era traición al rey y el que tal hacía tenía pena de muerte, y aunque el rey su padre, le quería y amaba infinito, hubo de ejecutar en él la sentencia; y fue tan grande el sentimiento que hizo de la muerte del príncipe, su hijo, que mandó tapiar los palacios en donde vivía, y asimismo que de allí en adelante se llamase Yxáyoc. Otro castigo en su segundo hijo legítimo que nació tras el príncipe, llamado Iztacquautzin, porque de su autoridad y sin su licencia edificó unos palacios para su morada, sin haber hecho hazaña por donde los pudiese merecer; porque las leyes disponían que aunque fuese el príncipe heredero no podía labrar casas ricas, ni ponerse la borla de plumería, hasta en tanto que se hubiese hallado en cuatro batallas, y cautivado en ellas por lo menos cuatro capitanes, hombres aventajados y tenidos en la milicia, que hubiesen alcanzado a saber todos los grados que eran menester para un hombre sabio, filósofo, orador y poeta, y por lo menos que fuese muy aventajado en alguna de las artes mecánicas, y siendo aprobada en una de las referidas, con licencia del rey, podía haber y alcanzar lo referido conforme a lo que se inclinaba, porque de otra manera tenía pena de la vida, como se ejecutó esta ley en Iztacquautzin. A uno de los jueces (que en una de sus audiencias conocía de las causas) llamado Zequauhtzin, porque en su casa oía y determinaba algunos de los pleitos, lo mandó ahorcar, porque ninguno podía conocer ni oír pleito ni demanda en casa, ni recibir presente ni cohecho, pena de la vida, sino que los pleitos y demandas se habían de tratar en las salas y consejos del rey, con asistencia de todos los jueces que eran a su cargo, y de los procuradores y de otros ministros de justicias, los cuales se ponían a oir desde la mañana hasta cerca del medio día, y en habiendo comido (que todos comían en palacio) tornaban a proseguir en sus audiencias hasta puestas del sol; y jamás habían de faltar, si no era en los días de sus festividades reservados para no asistir, o por enfermedad u otro impedimento contingente; sin otros muchos castigos ejemplares que hizo, como fue a otro juez que no determinó con diligencia y cuidado en un caso, lo mandó llevar a su casa y tapiarle la puerta principal de ella, y que se mandase por un postigo y trascorrales de ella, quedando por inhábil, y que nunca jamás entrase en palacio ni comunicase con los otros jueces y ministros de justicia. A otra hija suya doncella, porque habló a un hijo de un señor, la mandó matar, y con otra de las señoras sus concubinas hizo lo mismo, porque bebió el vino que ellos usaban para cierto remedio, pues tenían pena de la vida las mujeres que bebían vino. A otro juez mandó ahorcar porque favoreció a un caballero contra un villano, e hizo rever el pleito y sentencia en favor del plebeyo. Y a otros dos de sus hijos que fueron a una conquista, y se hicieron dueños de unos prisioneros y cautivos que ciertos soldados suyos habían cautivado, aunque vinieron lastimados y heridos de la guerra, después de haberlos mandado curar, estando sanos les hizo dar garrote, que era la pera que tenían los que se hacían dueños de cautivos ajenos.
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