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CAPÍTULO LXXXII
Que trata de lo más que le sucedió a Cortés en la Villa Rica, y quema de los navíos
Traía Fernando Cortés a todos los de su ejército muy ocupados en la obra y edificación de la Villa Rica, y en su ayuda muchos naturales de los amigos y reducidos a su banda; y estando en la mayor fuerza de esta obra, llegaron dos sobrinos de Motecuhzoma con cuatro ancianos por sus consejeros, que iban de parte de Motecuhzoma y Cacama con un presente de oro muy rico, diciéndole que los señores mexicanos estimaban en mucho haber soltado a sus criados, y de presente le rogaban hiciese soltar a los otros dos que habían quedado en prisión; que ellos perdonaban el delito y exceso de quienes los habían prendido, sólo por darle gusto; y pues tenía intento de verse con Motecuhzoma, que ya él daba orden de cómo io pudiese ver, y que se aguardarse un poco, que presto le enviaría aviso de su ida. Después de haberlos despachado, comunicó con el señor de Quiahuiztlan lo que le había pasado con los embajadores de Motecuhzoma, y como por su respeto no se atrevían a castigar el desacato; y que así el rey y todos los de su valía viviesen muy seguros de su libertad, y que no ocurriesen con sus tributos a los señores mexicanos, que él los defendería. Con este trato y ardid trajo Cortés a Motecuhzoma y a todos engañados muchos días, comenzándose a mover algunas guerras, especialmente los de Cempoalan contra los de Tizapantzinco, en donde estaba la fuerza y guarnición del imperio para asegurar toda aquella tierra. Cortés fue luego con si sus gentes en favor de los de Cempoalan, y peleando con los del ejercito del imperio, se fueron recogiendo hasta cercarlos en Tizapantzinco; y aunque se defendieron, fue gaoaqa la ciudad y fuerza. Cortés no permitió que matasen a ninguno de los moradores de ella, ni la saqueasen, por no disgustar a Motecuhzoma, con cuya hazaña quedó toda aquella tlerra libre y exentos de pagar tributos, y quedaron muy obligados de servir siempre a Cortés. Al tiempo que él llegó a Veracruz, halló que habían llegado setenta españoles y quince caballos y yeguas, socorro muy necesario para la ocasión presente; hizo reseña de la gente que tenía, y de los que se había ganado, sacó el quinto que envió a su majestad con Alonso Hernández Portocarrero y Francisco Montejo y escribió al rey una larga relación de sus cosas, pidiéndole le hiciese merced de sus servicios, y prometiendo conquistar, pacificar toda esta tierra, y prender o matar a Motecuhzoma; y el regimiento le envió a suplicar, tuviese por bien de confirmar el oficio que a Cortés habían dado de capitán y justicia mayor. A esta sazón algunos de los amigos de Diego Velázquez murmuraban en razón de decir, que había usurpado aquel oficio y negado la obediencia de Diego Velázquez, con que se comenzaron a amotinar. Cortés prendió a los más principales de ellos, e hizo ahorcar a dos, y a los demás los hizo azotar, con que cesó el motín, y comenzó a dar orden de la ida que quería hacer a México, pues no servía de nada todo lo hecho, si no se veía con Motecuhzoma y lo rendía, de donde había de sacar honra y fama inmortal; muchos rehusaban esta entrada porque les parecía temeridad, más que esfuerzo, ir quinientos hombres entre millones de enemigos, siendo todos los más contrarios a la opinión de Cortés; y viendo que sus ruegos ni sus buenas razones les convencían, hizo una de las mayores hazañas que jamás se ha visto en el mundo, que hombre tal intentase, y fue sobornar con dineros y grandes promesas a ciertos pilotos, para que estando con los más de su ejercito le entrasen a decir, que se comían de broma sus navíos y que no estaban para navegar; y a ciertos marineros (con quienes asimismo tenía hecho este trato secretamente), que barrenasen por debajo los navíos, para que se fuesen a fondo; los cuales todo lo hicieron de la forma como se trazó, y él hizo grandes extremos, y afligióse tan deveras, que nadie entendió la trama por entonces: y habiéndole dicho que no tenían remedio, les dijo que diesen orden de aprovechar siquiera la madera y la jarcia, y así quebraron luego cuatro navíos de los mejores, y antes de proseguir echaron de ver el trato doble que en esto había, y comenzaron todos a murmurar de él y a impedir que no se quebrasen los demás; pero a mal de su grado hizo quebrar los demás, no dejando más de tan solamente uno; y en la plaza hizo juntar a todos los que vio andaban disgustados y tristes, y les propuso una plática en donde les satisfizo las causas que le habían movido a quebrar los navíos, posponiendo su propio interés, pues le habían costado su dinero, y que otra hacienda no le quedaba; y habiéndoles dicho muchas razones para persuadir y animar a la entrada de México, concluyó con decirles que ya no había remedio para volverse, pues los navíos estaban quebrados, y que ninguno sería tan cobarde ni tan pusilánime, que querría estimar su vida más que la suya, ni tan débil de corazón que dudase de ir con él a México, donde tanto bien le estaba aparejado, y que si acaso se determinaba alguno de dejar de hacer este viaje, se podía ir bendito de Dios a Cuba en el navío que había dejado, de que antes de mucho se arrepentiría y pelaría las barbas viendo la buena ventura que esperaba le sucedería: ocupó a todos tanto la vergüenza, que no hubo ninguno que no prometiese de seguirle hasta la muerte, alabando mucho lo hecho. Antes que se partiese para México, apercibió a todos los amigos que estaban rebelados contra Motecuhzoma, que eran entre ciudades y pueblos más de cincuenta, en donde se podrían sacar en campo otros tantos mil hombres en su favor; y dejando ciento cincuenta hombres en la Villa, con los demás se salió por la vía de México, habiendo allanado los impedimentos que Francisco de Garay le había puesto estorbándole sus negocios, que había venido de Cuba para el efecto.
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