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CAPÍTULO LXXXIII
Que trata de la salida que hizo Cortés para ir sobre México y lo que por el camino le sucedió
La primera jornada que hizo Cortés con su ejército fue a Cempoalan que llamó Sevilla, en donde derrocó los ídolos y puso en los templos imágenes y Cruz; partió de allí en dieciséis de agosto del mismo año de 1519, con mil indios de carga y mil trescientos de guerra, llevando consigo ciertos rehenes y en su compañía cuatrocientos españoles, quince caballos y siete tirillas: tres días caminó por tierras de los amigos, muy servido y festejado y el mismo acogimiento se le hizo en las de la parte de Motecuhzoma, porque de todos era amigo por su buena destreza y ardid y habiendo andado tres días en unos desiertos sin agua ni comida llegó a Zacatlan, en donde fue recibido de Olíntetl señor de allí, en nombre de Motecuhzoma, con mucha fiesta y regocijo y por lengua de Marina les predicó la fe de Cristo y dio noticia del rey de España y se informó de la grandeza y riqueza de Motecuhzoma, del poder y majestad de su imperio y corte y del sitio y asiento de la ciudad de México. Estuvo en Zacatlan siete días, derribó los ídolos y puso cruces, como lo hacía en las demás partes y desde allí envió cuatro de los de Cempoalan a Tlaxcalan, haciendo saber a la señoría de aquella provincia su ida y el efecto de ella, entendiendo que por ser enemigos del imperio le recibirían bien y tardándose los mensajeros, se salió de Zacatlan Cortés sin esperar a los mensajeros y habiendo pasado una cerca grande topó con quince hombres con sus rodelas y macanas, que eran espías y viéndose oprimidos los de a caballo, echaron mano a las espadas y empezaron a pelear bravísimamente y con tanto ánimo que mataron dos caballos y aún uno de estos espías de una cuchillada cortó a un caballo la cabeza a cercén con riendas y todo, aunque salieron cinco mil tlaxcaltecas a defenderlos; mas luego la señoría envió sus mensajeros a Cortés, disculpándose de lo hecho y cargando la culpa a ciertos otomites serranos, convidándoles (según los autores que de esta historia tratan) falsamente con su ciudad, con intención de cogerlos y matarlos dentro de ella. Otro día siguiente les salieron al encuentro hasta mil tlaxcaltecas, que pelearon con muy buen orden y ánimo y se fueron retirando con intento de meter a Cortés y a los suyos en una emboscada de más de ochenta mil personas, en donde se vieron en grandísimo peligro y salieron heridos muchos, aunque no murió ninguno y haciéndose fuertes en una aldea aquella noche, otro día de mañana tuvieron aviso que venia más de ciento cincuenta mil hombres sobre ellos, con que obró Dios grandes milagros en su defensa; cuando estos tlaxcaltecas llegaron a vista de los nuestros, comenzaron a mofar y hacer burla de ellos, viéndolos cuan pocos eran, enviándoles bollos de maíz, gallinas y cerezas, para que se animasen a la pelea y no dijesen los mataban de hambre y cuando vieron que ya era hora, comenzaron a pelear y fue tan grande la dicha de Cortés y de los nuestros, que los tlaxcaltecas nunca los acometieron todos juntos, sino por cuadrillas, saliendo de veinte en veinte mil, que vencidos aquellos, entraban otros tantos y en dos días que duró la batalla mataron infinitos tlaxcaltecas y viendo que ningún español había muerto, entendieron que eran encantados o que eran algunos dioses y así el tercer día no quisieron pelear, sino que enviaron a Cortés ciertos presentes por modo de sacrificio y Cortés les respondió que no era dios, sino hombre mortal como ellos y que vivían muy engañados en no querer su amistad, pues veían el daño que de no admitirla se les había seguido; mas con todo esto, otro día le salieron otros veinte mil de ellos a pelear con él; y el siguiente que se contaba seis de septiembre, vinieron al real de Cortés cincuenta hombres cargados de comida y mandóles cortar las manos porque supo de un capitán de Cempoalan llamado Tioc que eran espías, de que los tlaxcaltecas se admiraron, entendiendo que Cortés les entendía sus pensamientos, pues conoció a lo que iban y que eran sus espías, con que de todo punto cesaron sus contiendas, reconociendo el gran valor de Cortés y de los suyos y procuraron su amistad con toda diligencia, disculpándose de lo hecho lo mejor que pudieron, unas veces echando la culpa a los otomíes serranos y otras que por entender que era amigo Cortés de Motecuhzoma. En este medio tiempo recibió Cortés otra embajada de Motecuhzoma con un rico presente, ofreciéndose por amigo y feudatario del rey de Castilla, con tal que allí se volviese Cortés sin pasar a México; mas él los entretuvo algunos días y en su presencia tuvo algunos de los combates atrás referidos con los tlaxcaltecas, diciendo a los embajadores de Motecuhzoma que aquel castigo hacía en su servicio por serle sus enemigos. Después de esto, estando una noche alojados en el campo, vieron desde lejos unos fuegos y salió Cortés a ver lo que era con hasta cuatrocientos compañeros y fue a dar en Tzimpantzinco ciudad de más de veinte mil fuegos, que como los cogió desapercibidos, no se sintieron, antes recibieron muy bien y regalaron a Cortés y a los suyos y se obligaron a allanar a los de Tlaxcalan y hacerlos sus amigos y viéndose tan cerca de México, mUchos de los suyos mostraron flaqueza y temor, de tal manera que trataba n de volverse a la Veracruz y dejarle sin pasar adelante; mas Cortés les supo decir tanto, que los medrosos cobraron ánimo y los esforzados doblado coraje, determinándose a seguirle y morir con él en tan santa demanda. La señoría de Tlaxcalan viendo el desengaño en querer sojuzgar a los nuestros y el gran valor de Cortés, entró en consejo a tratar como les convenía apresurar la venida de los españoles a su ciudad y confederarse con él, porque si pasaba a México y estaba confederado y en amistad con Motecuhzoma, sería su total destrucción y ruina, que de libres serían esclavos de los mexicanos y en ellos ejecutarían la venganza de las contiendas que tuvieron y así despachó la señoría un caballero de los más principales de ella, llamado TolinpanécatlCoxtómatl, para que se juntase con Ozelotzin Tlacatecuhtli hermano menor de Xicoténcatl, una de las cuatro cabezas de la señoría, que estaba en servicio de los nuestros desde que comenzaron a tratar de las paces, para que ambos persuadiesen a Cortés se fuese con los suyos; llegado que fue a donde estaba el ejército de Cortés, que era en Tecoatzinco, el más principal de los embajadores de Motecuhzoma llamado Atempanécatl, con gran coraje le dijo: ¿A qué vienes aquí?, ¿qué embajada es la que traes?, quiero saber de ella y ¿sabes a quién se la traes?, ¿es tu igual, para que le recibas con las armas acostumbradas de la profanidad de la milicia? y no respondiéndole palabra, prosiguió el embajador de Motecuhzoma diciendo: ¿quién tiene la culpa de las desvergüenzas y contiendas que ha habido en Hultzilhuacan, Tepatlaxco, Tetzmolocan, Teotlaltzinco, Tepetzinco, Ocotépec, Tlamacazquícac, Atlmoyahuacan, Zecalacoyocan y en todo el contorno hasta Chololan?, veamos lo que vas a tratar con Cortes, que quiero verlo y oírlo. A todo esto había estado presente Marina y así el embajador de la señoría de Tlaxcalan, volviendo a ella los ojos, le dijo: quiero en presencia de nuestro padre y señor el capitán Cortés, responder a mi deudo el embajador mexicano. Marina le respondió: proseguid en vuestras demandas y respuestas y así volviéndose al embajador mexicano le dijo: ¿tenéis más que decir? El cual le respondió: harto he dicho, sólo quisiera ver vuestra demanda; el cual le respondió: no tienes razón, sobrino, de tratar tan mal a tu patria y señoría de Tlaxcalan y mira que nadie te da en rostro con las tiranías que has hecho en alzarte con los señoríos ajenos, comenzando desde Cuitláhuac y prosiguiendo por la provincia de Chalco, Xantetelco, Cuauhquecholan, Itzoncan, Quauhtinchan, Tecamachalco, Tepeyácac y Cuextlan hasta llegar a la costa de Cempoalan, haciendo mil agravios y vejaciones y desde el un mar al otro, sin que nadie os lo dé en cara ni estorbe y que por vuestra causa, por vuestras traiciones y dobleces, por ti haya aborrecido a mi sangre el Huexotzíncatl, causado todo del temor de vuestras tiranías y traiciones, sólo por gozar espléndidamente el vestido y la comida; ten vergüenza, no quieras vengar tus pasiones con mano ajena y si quieres tener algún litigio, sal solo al campo conmigo, que yo pondré la cabeza para que ejecutes tu venganza, sin valerme de nadie, que no me da miedo la muerte y en lo que dices que recibí con las armas al capitán Cortés tu amigo, respondo que los que salieron de Zacaxochitlan, Teocalhueyacan, Cuahuacan y Mazahuacan huyendo de ti, vinieron a parar a mis tierras y fueron los que le hicieron la guerra al capitán Cortés y ahora los llevaré sobre mis espaldas y le serviré. Habiendo tenido estas contiendas, el embajador tlaxcalteca dio su embajada a Cortés de parte de la señoría, pidiéndole muy encarecidamente se fuese luego con él a su ciudad y le presentó cantidad de alpargatas para el camino. Cortés le respondió por legua de Marina que dijese a la señoría, que toda ella y su nobleza viniesen a aquel puesto a llevarlo, con lo que echaría de ver la voluntad que le tenían; y al tiempo que salía Tolinpanécatl para ir a dar la respuesta de su embajada, lo llamó de secreto Marina y le dijo que el día siguiente cogiesen en el templo al embajador culhua y lo matasen pues tanto los había agraviado; de que se holgaron mucho los tlaxcaltecas y dijeron a la señoría la voluntad que el capitán Cortés les tenía. Pesoles en infinito a los embajadores mexicanos de la venida del hermano de Xicoténcatl y del otro Tolinpanécatl y procuraban estorbar a Cortés la amistad de los tlaxcaltecas, diciéndole que no los creyese, porque lo engañaban y que le querían meter en sus casas para matarle como traidores; y uno de ellos que había ido a dar cuenta a Motecuhzoma de todo lo que pasaba, dentro de seis días volvió con otro muy rico presente que Motecuhzoma enviaba a Cortés diciéndole, que mirase lo que hacia y no se fiase de los traidores de Tlaxcalan, Pues ya veía lo que había pasado con los tlaxcaltecas, que decían mil males de Motecuhzoma y de sus tiranías y por otra parte deseaban mucho llevarle a su ciudad para después confederarse con él; cosa que puso a Cortés en harta duda; pero al fin, viendo las calidades del negocio, determinó aventurarse y hacer de manera que cumpliendo con los unos y con los otros, se señorease de todos ellos y así dio orden de su ida, porque oyendo la señoría la voluntad que le tenía Cortés, se juntaron todos y dijo Xicoténcatl (que era el más anciano de las cuatro cabezas): señores y caballeros, ya son excusadas las razones y se pasa el tiempo; yo soy de parecer que se elijan de cada cabeza cierta cantidad de nobles y caballeros para que vayan a traer el sol, porque ir toda la señoría y cabeza de ella, puede ser trato doble para cogernos no apercibidos y matarnos, pues tenemos enemigos en su ejército y aquí en nuestras casas, viendo nuestro buen trato y la voluntad que tenemos de servirle y ampararle, nos cobrará amor y se satisfará de nuestra lealtad; y así de mi parte elijo a dos de los caballeros de mi casa que vayan en mi nombre, que son Apayáncatl y Tecuachcaotli. Todos respondieron que les parecía muy bien y así Magizcatzin eligió otros dos caballeros de su casa llamados, el uno Tlacatecuhtli y el otro Chiquilitzin Xiuhtlatqui; el señor de la cabecera de Quiahuixtlan nombró a otros dos llamados Chimalpiltzintli y Quanaltécatl y el de Tetípac otros dos llamados Tzopatzin Quauhatlapaltzo Ixconauhquitecuhtli y Hueytlapochtipatzin Mixcoatzin y habiéndolos elegido, los siguió el embajador Tolinpanécatl Coxtómatl y llegados a la presencia de Cortés le presentaron ciertas joyas de oro y pedrería y le rogaron de parte de la señoría que tuviese por bien de irse a Tlaxcalan, en donde le quedaban aguardando los señores de ella, que por ciertos impedimentos que allí le significaron no venían en persona a llevarle; de que se holgó Cortés y habiendo tenido otras demandas y respuestas, partió con su campo para Tlaxcalan, en donde se le hizo un solemne recibimiento, saliendo a recibirle Xicoténcatl a la puerta de su palacio que estaba en la cabecera de Tizatlan y era tan viejísimo que lo llevaban en los brazos de ciertos señores y con él salieron a recibirle todos los más principales de su corte y casa, que se decía Mocuetlazatzin Tzicuhcuácatl, Texinquitlacochcálcatl, Axayacatzin, Xiuhtécatl, Tonatiuhtzin, Tepoloatecuhtli y Tenamazcuicuiltzin. Asimismo los otros tres señores se hallaron en este recibimiento, cada uno con los de su casa y corte a saber: Maxixcatzin de Ocotelulco y estaban con él Tepanécatl, Xiquiquilitzin, Chicocuauhtzin, Ixayopiltzin, Tlamazcuhcatzin, Tenáncatl, Zayecatecuhtli, Xayacatzin, Calmecahua e Ixayopiltzin; el de Quiahuiztlan, Zatlalpopocatzin y con él estaban Zicuhcoácatl, Zacancatzin, Quanaltécatl, Axxoquentzin, Tequanitzin, Tenancacalitzin,Xochicucaloa e Izquitécatly el de Tetícpac, Tlehuexolotzin y estaban con él Tlequitlatotzin, Tzopatzin, Calmecahua, Quauhatlapaltzo, Ixconauhquitecuhtli, Xipantecuhtli y con ellos otros muchos nobles y caballeros que eran de toda la provincia de Tlaxcalan y así como vieron que llegaba al puerto que llamaban Tizatlan, fueron a recibirle a la entrada del palacio, llevándole del un brazo Xicoténcatl y Maxizcatzin y del otro Tehuanitzin. Así como los vio Cortés se apeó del caballo, se quitó la gorra y les hizo una muy grande y humilde reverencia y luego abrazó a Xicoténcatl y por lengua de Marina les dijo que fuesen muy bien hallados todos aquellos señores y caballeros de la señoría y corte de Tlaxcalan, que se holgaba infinito de verlos y conocerlos para servir los en todo lo que se ofreciese y que todos se aquietasen y sosegasen con su venida, pues no era otra cosa, sino sólo por su bien libertad.
A lo cual le respondió Maxixcatzin: señor seáis muy bienvenido, que a vuestra casa venís; aquí están nuestro padre Xicoténcatl y todos los demás señores y caballeros de la señoría de Tlaxcalan que os han estado aguardando y han deseado infinito conoceros y veros y así entrad a descansar; y luego por su propias manos Xicoténcatl le dio unos ramilletes de flores que tenía Maxicatzin, de que se holgaron infinito Cortés y todos los suyos y comenzaron a tocar las trompetas, cajas y ministriles y a tremolar las banderas a usanza de guerra en señal de paz y tomando el un brazo de Xicoténcatl, se fueron los dos a la sala más principal de su casa y habiéndole dado su asiento y acomodado todos los suyos, le regaló y dio muy espléndidamente a todos de comer este día y los más que los nuestros estuvieron en Tlaxcalah. En este capítulo y los que se siguen que tratan de las cosas de la señoría de Tlaxcalan, no sigo los autores que han escrito la historia de la conquista, sino la que escribió Tadeo de Niza de Santa María, natural de la cabecera de Tetícpac, por mandato de la señoría, siendo gobernador de ella
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