Indice de Pascual Orozco y la revuelta de Chihuahua de Ramón Puente Presentación de Chantal López y Omar Cortés Capítulo PrimeroBiblioteca Virtual Antorcha

PASCUAL OROZCO
Y
LA REVUELTA EN CHIHUAHUA

Dr. Ramón Puente

PROEMIO


Es necesario y urgente que la República toda conozca la historia de los sucesos acaecidos en Chihuahua, que se dé cuenta exacta de los móviles que impulsaron el movimiento reaccionario y se imponga del papel representado por Pascual Orozco, hijo, en este crimen político.

De toda la gravedad de esta rebelión, de todas sus consecuencias, serán responsables, en mucho, ante la historia, un grupo de poderosos enriquecidos por la tolerancia, y el fevor de las autoridades, y la perfidia, y la audacia de un aventurero, hecho grande intencionadamente para transformar con facilidad su simpleza en instrumento ciego y criminal de la reacción del Norte.

Cuando se trató de levantar el espíritu público para sacudir la opresión de una tiranía de treinta años, vieja, empodrecida y enferma, no hubo un solo hombre, excepción hecha de don Francisco I. Madero, que se atreviera a lanzar el primer grito, la primera expresión enérgica y valiente, demandando, no ya exterminio, sino justicia, legalidad y honrado cumplimiento de la Ley. Nadie entre los prohombres de México quiso aceptar, no digamos por la vía revolucionaria, sino en el campo de la democracia, la candidatura para la Presidencia de la República: a todo el mundo le pareció un extravío, una ridiculez y una temeridad el pretender ejercitar sus derechos de ciudadano (Esta ligerísima afirmación realizada por el señor Puente, es una completa y absurda falacia que lo único que indica es, o bien su mala intención, o, en el mejor de los casos, su ignorancia de la lucha política antiporfirista generada en el México de la primera década del siglo XX. Simplemente si nos atenemos a la actuación de la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano, encabezada por Ricardo Flores Magón, rápidamente nos percataremos de la ligereza de lo dicho por el señor Puente. Precisión de Chantal López y Omar Cortés).

Había en todos los ánimos demasiada cobardía, demasiada vileza y demasiado miedo. Sin embargo, cuando fue expuesta la primera queja, y desoída, y burlada, y el Jefe del Partido Antirreeleccionista invitó al pueblo a una revolución, la opinión pública acabó por ponerse de su parte; y con asombro de propios y de extraños, la tiranía cayó.El secreto estuvo en que tenía demasiado carcomidos los cimientos y sus grandezas y vigores eran vano oropel.

Desaparecido el gobierno autócrata del general Porfirío Díaz, todo hacía esperar y todo prometía una vida nueva y una transformación completa de las cosas. Pero, ¿era posible semejante cambio? ¿se podría pasar de la obscuridad a la luz sin trastorno ninguno y sin ningún sacudimiento?

Ni histórica, ni sociológica, ni humanamente, un fenómeno tal era posible. Los pueblos todos le tienen un horror vivo y profundo a lo nuevo, y este horror es tanto más intenso y tanto más marcado, a medida que la ignorancia y la abyección de esos pueblos es más grande.

Imposible pensar, en el caso de México, que, desaparecida la causa, el efecto se extinguiera; es decir, que ausente el general Porfirio Díaz del territorio mexicano, su influencia, su obra y su poder se marcharían también.

No, en los acontecimientos sociales, en los sucesos de la vida colectiva, los fenómenos no pasan ni se resuelven con tanta sencillez, aunque su fondo racional sea siempre el mismo.Un gobernante de treinta años en un pueblo al que ha dominado subrepticia y paulatinamente, no es una sola causa, sino muchas y muy variadas causas; no es una sola fuerza, sino centenares o millares de fuerzas; cada año que pasa, cada día que transcurre, es un interés que lo liga a su pueblo y que liga a su pueblo sobre todo, con él, y, el encadenamiento de los sucesos, el hábito, la costumbre, que son leyes eternas de la naturaleza, hacen y determinan que, aun después de pasado mucho tiempo, su influencia no desaparezca del todo.

La partida del general Porfirio Díaz no significaba, por tanto, desaparición del porfirismo, esto es, de los hábitos, cualidades o defectos, que él lograra imprimir en nuestro pueblo; la vida y persistencia de tales hábitos quedaba asegurada por razón natural; y más aún, por la ignorancia crasa de la inmensa mayoría de los habitantes del país.

La herencia porfiriana tenía que prevalecer por muy sonado y radical que hubiera parecido el triunfo de la Revolución, máxime, cuando de radical no tuvo ni señales aquel sacudimiento político.

La transformación social de México por la Revolución de 1910 no era, pues sino aparente, mejor dicho, demasiado débil y por extremo frágil.

Para contrarrestar y oponerse a este cambio, estaban el misoneísmo de muchos miles de ignorantes, los intereses creados de centenares de favoritos, todo un régimen de vida, de existencia y de medro incompatibles con el nuevo derrotero que se pretendía dar a las cosas.

Una a una las capitales de Estado, uno a uno los pueblos, contenían familias de poderosos ligados con la política o enriquecidos merced a la ductilidad de un gobierno complaciente; y esas familias no se conformarían con renunciar a su poderío y de alguna manera lucharían por el restablecimiento de sus fueros.

La prensa, el llamado pomposamente órgano de la opinión pública, iba a ser por completo adversa a la Revolución triunfante; y, crear periódicos para orientar las opiniones, nunca ha sido cosa de un día, pues siempre puede y podrá más el periódico viejo y conocido, por muy repleto de mentira y malicia que se halle, que el nuevo, lleno de lindezas y de veracidad.

¿Qué pasó, pues, al día siguiente de la victoria de la Revolución, cuando la mayoría del pueblo mexicano designó libre y soberanamente en los comicios al C. Francisco I. Madero para la Presidencia de la República?

Que comenzó la guerra más cruel y encarnizada a las nuevas instituciones; que la prensa disoluta hizo una orgía con la libertad de pensamiento y las ambiciones de dos o tres políticos se sintieron aguijoneadas por aquel ambiente de libertades públicas.

Brotaron como hombres de empuje el general don Bernardo Reyes en quien dormía agazapada una vieja ambición presidencial, y el licenciado Emilio Vázquez Gómez en quien se reveló esta misma ambición por urgencias del despecho, pues, un año antes, don Emilio parecía ser la modestia, la humildad y la pobreza de ánimo en persona (Es de tomarse en cuenta un dato que el señor Puente pasa muy ligeramente por alto. Nos referimos al nacimiento del Partido Constitucional Progresista, mismo que desplazó no sólo al Partido Antirreeeleccionista, sino, lo que sin duda fue más importante y trascendente, los acuerdos ya tomados. Asi, la original fórmula de candidatos a los cargos de presidente y vicepresidente de la República, que según acuerdos tomados por el Partido Antirreeleccionista debían recaer en los señores Francisco I. Madero, y Francisco Vázquez Gómez, serían alterados, quedando, a fin de cuentas, de conformidad a los acuerdos tomados por el Partido Constitucional Progresista, en los señores Francisco I. Madero y José María Pino Suárez, lo que, dígase lo que se diga, en mucho enturbió el ambiente político de aquellos años. Precisión de Chantal López y Omar Cortés).

Renació el espíritu de la raza, inquieto, turbulento e intrigante; de todas sus madrigueras salieron a la luz y a la acción los canallas y bribones, y, en menos de seis meses, nos pudimos dar cuenta de cuánto malo, de cuánto podrido había en aquel inmenso fondo de ignorancia y servidumbre que nos legara el general Porfirio Díaz.

Ocurridos los fracasos de Reyes y de Vázquez Gómez, los enemigos necesitaban un caudillo que viniera del seno mismo de la Revolución. Ese caudillo no existía, pero lo hicieron; con su prensa y su oro le dieron ser y forma a Pascual Orozco y lo enfrentaron con el poder público (Esta es otra afirmación demasiado ligera, porque el pestigio del señor Pascual Orozco hijo, en cuanto elemento militar clave en la revolución maderista, pensamos que está fuera de toda discusión. Ahora bien, en cuanto a su posterior actuar antimaderista, ciertamente influyen varias de las razones expuestas por el señor Puente. Precisión de Chantal López y Omar Cortés).

En un instante regresamos a los tiempos pasados del cuartelazo y de las defecciones.

¿Por qué pasaron así las cosas? ¿A quién puede culparse de esos disturbios y de estos rudos golpes dados a la vitalidad de la nación?

A todos y a ninguno, sino a la misma razón inflexible de las cosas.

Una revolución es siempre, y significa en todas partes, un enorme desequilibrio de las fuerzas y de las unidades sociales; y es de todo punto imposible que, en un momento dado, estas fuerzas y estas unidades desintegradas vuelvan a tomar su posición estable.

Se engañan por completo y cometen error los que creen que hay un solo medio y una sola manera de ordenar las cosas, que la política o arte de gobierno tiene que ser exclusivamente de esta o de aquella manera; el radicalismo absoluto es malo, malísimo, como es pésima y detestable la conciliación a toda costa, so pretexto de ahorrar sangre y pérdida de vidas.

Hay circunstancias en que la sangre tiene que correr, en que la pérdida de vidas es inevitable, porque así lo quieren los odios y las pasiones de los hombres, porque el furor y los rencores políticos contagian y se difunden como la enfermedad más pestilente.

Vista con un criterio más amplio, más hondo y más humano, la situación actual de México, es una necesidad de su misma vida.

La fiebre que nos abrasa y parece consumirnos es una verdadera fiebre de crecimiento; llegamos a ella, la contrajimos por razón de nuestres condiciones políticas, económicas y sociales. Vivíamos en una tiranía y estábamos debilitados moral y cívicamente; nuestras empresas se hallaban en manos de unos cuantos mimados de la suerte y éramos pobres; nuestros tiranos fueron hombres incultos y vulgares, y somos ignorantes; y la debilidad, la pobreza y la ignorancia, son madres de todos los vicios y de todos los crímenes.

Pero una cosa tiene que permanecer alta, inconmovible y serena a pesar de las más poderosas turbulencias, y esta cosa es el principio de autoridad, la ley definitiva en que debe apoyarse la organización de la Patria, eso, a lo que llamamos Gobierno legítimamente constituído, que, bueno o malo, ha sido una sanción del pueblo, la expresión de la inmensa mayoría de las voluntades conscientes.

Si este Gobierno es hijo de una revolución, políticamente, humanamente, esta revolución era necesaria; su origen fue el supremo cansancio de un régimen personal, tiránico y absorvente.

Si los hombres que le dieron forma tal vez soñaron o fueron demasiados utópicos, estas utopías y esos ensueños serán disipados por la realidad; pero su caída, intentada por los mismos vencidos, fraguada en las sombras por los ex-favoritos del tirano, es imposible, porque para triunfar y sobreponerse a ellos tiene la última, la más fuerte razón de todas las razones: la de la vida de la Patria.

Una gran cosa reconquistó para nosotros la Revolución de 1910 encabezada por Madero: la libertad política; pues esa sola cosa, esa única prenda, la más cara a los pueblos y a los hombres, no se perderá jamás por un movimiento de rebelión que los mismos sacudimientos del sismo revolucionario tenían forzosamente que traer consigo.

Era natural, era humano. No hubiera sido lógico el que los vencidos no reaccionaran; grandes espasmos tenía que sufrir la víctima antes de perecer. La Revolución sólo dió el primer golpe, quedaba a cargo de la rabia de aquéllos, de su despecho y de su envidia, propinarse los demás; porque no era ni hubiera sido nunca perdonable en un gobernante demócrata y que se decía tan celoso de las libertades, seguir procedimientos maquiavélicos o sanguinarios para asegurar su estancia en el poder.

Si Madero, por un rasgo de su buen corazón, hizo grande a Orozco, echándose, sin quererlo, no ya un ene"migo a la cara, sino todo un rival, infame hubiera sido que por librarse de él lo hubiera asesinado prematuramente; entonces, hubiera manchado su vida y se habría hecho indigno ante los mexicanos. Su papel honrado, su papel noble, su único papel, estaba en esperar al enemigo hecho bandera de los postergados, para que la Patria, y no él, castigaran su audacia; para que la ley, y no su antojo, pusieran término a su infamia.

Con la contrarrevolución encabezada por Reyes, el Gobiemo emanado de la soberanía popular en medio tan debil, tan raquítico y tan prostituido como el nuestro, puso su primer clavo; el movimiento artero y vergonzante del vazquismo, le proporcionó el segundo, y la defección de Chihuabua, secundada por el elemento rico y por la plebe, amenazadora y bravía por su número y su furor de sangre, acabará de afianzarlo, porque una reacción generosa y saludable surgirá de todos los ámbitos del país para contrarrestar y volver fecundas las vidas que cueste la traición de Orozco.

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