Indice de Los cristeros del volcán de Colima de Spectator Libro primero. Capítulo sextoLibro segundo. Capítulo primeroBiblioteca Virtual Antorcha

LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

Spectator

LIBRO PRIMERO
Se desata el huracán
Capítulo séptimo

El non possumus del episcopado nacional



LA LEY CALLES

Entre tanto, en toda la nación la situación se agravaba día a día.

Plutarco Elías Calles -el tirano- expedía con fecha 14 de junio de ese año 1926 su famosa Ley-Calles que reglamentaba el culto en toda la Nación y cuya transgresión, considerada como de los más grandes delitos, tendría que ser castigada con fuertes penas que se incluían en el Código Penal. Esta ley, que determinó el momento crítico del conflicto nacional, entraría en vigor el 31 de julio de ese mismo año.

La impiedad creyó, sin vacilación alguna, que asistía a los funerales del Catolicismo en México; la Revolución Mexicana, con altanero orgullo, presumía, ante toda la maldad de la tierra, haber sido capaz -ya ellos lo creían así- de estrangular a la Iglesia de Cristo. Finalmente la consigna masónica de Voltaire de aplastar a Cristo, la creían una realidad en México.

Al dictar la Ley-Calles, la Iglesia quedaba en un dilema: o aceptaba aquella ley y se sometía a los designios de la Revolución Mexicana y entonces sería sierva del Estado, y el Régimen Revolucionario la arrancaría de la obediencia del Sumo Pontífice, la estrangularía y la reduciría a una Iglesia nacional cismática, sueño dorado acariciado de muy largo tiempo en México por las logias masónicas, o, en caso de que la Ley no se aceptase, así como en Colima no se había aceptado, entonces la tenaza tiránica de las penas que en el Código Penal abarcaban a todos los transgresores y a sus cómplices, entre los cuales se incluía aun a los Gobernadores o empleados del gobierno que quisiesen hacer sombra y disimular las violaciones, se hincarían crueles y tremendas sobre todos los creyentes y el Catolicismo en México tendría que anegarse en la sangre de sus propios hijos. De una u otra manera, el triunfo de la masonería -creyeron cándidos, sin recordar que contra Cristo no se puede prevalecer- era ya un hecho.

LA DECISION DEL V. EPISCOPADO NACIONAL

El pueblo estaba en expectación; la angustia y la ansiedad oprimían todos los pechos. El Episcopado Nacional tuvo que reunirse para dictaminar. Hubo -era natural- sus diversas opiniones, mas al fin, con santa dignidad y apostólica valentía, el Episcopado Mexicano pronunció el heroico Non Possumus -no podemos aceptar-, que le valió el elogio del mundo cristiano y del mismo Sumo Pontífice de la Iglesia, el Papa Pío XI.

En efecto aquella Ley-Calles no era posible acatarla sin traicionar a Cristo, sin una verdadera claudicación. Hasta entonces, ante un cúmulo de arbitrariedades y despotismos impíos, los católicos no habían hecho otra cosa que sufrir y confesar valientemente su Fe. El Episcopado y el Clero de la Nación sufrían todos estos atropellos, contentándose con publicar viriles protestas que les valían nuevas consignas; pero ahora la Ley-Calles pretendía someter la Iglesia de Cristo al Gobierno masónico de la Revolución Mexicana e imponía actos positivos al Clero. Reconocer esa Ley, sería sustituir al Gobierno Eclesiástico por el del Régimen de la Revolución; en lugar del Párroco, el Alcalde del pueblo; en lugar del Obispo, el Gobernador del Estado; en vez del Papa, Plutarco Elías Calles.

Y en virtud de la decisión del Venerable Episcopado Nacional, el culto público tuvo que suspenderse en toda la Nación. La Santa Sede reforzó la decisión de los Excmos. Señores Obispos y circuló entonces por todo el país la publicación del siguiente cable:

Santa Sede condena Ley y todo acto que el pueblo fiel pueda interpretar como acatamiento a esta Ley.

Pedro, Cardenal Gasparri, Secretario.

EL LUTO NACIONAL

En el 31 de julio llegó, para toda la Nación Mexicana, la hora dolorosísima que cuatro meses hacía había llegado para Colima: la suspensión del culto público; hora de angustia inmensa, de fervor intenso y de muchísimas lágrimas. En todo México se lloraba con desgarrador grito. Y, desde aquel día, el cuadro del Estado de Colima fue el cuadro de toda la Nación: luto, plegarias y entusiasmo heroico por la defensa de la libertad religiosa; boycot y nutrida propaganda para preparar al pueblo.

La Liga Defensora de la Libertad Religiosa fue entonces la organización providencial que agrupó en su seno a todo elemento católico de la Nación. Gracias a su disciplina el pueblo católico se movía como un solo hombre. Así se organizaron tan hermosamente las gigantescas manifestaciones de fe en los días de Cristo Rey y de la Sma. Virgen de Guadalupe, en ese año de 1926; manifestaciones jamás vistas que hicieron estremecer de furia a los tiranos en medio de su imponente poderío. Así se lograron recoger, en un corto espacio de tiempo, cerca de dos millones de firmas que respaldaban un memorial que el Episcopado Nacional envió a las Cámaras Legislativas pidiendo la reforma de la Constitución, memorial que fue recibido con rechiflas por los diputados. ¡Y los cien cajones que contenían los pliegos de las firmas, ni siquiera se abrieron ...!

¡Qué bien cumplía aquel Régimen Revolucionario con su misión de gobernar en nombre del pueblo!

ORGIAS SACRILEGAS

En tanto los perseguidores reían y celebraban festines, congratulándose mutuamente por haber puesto su bota infame sobre el pecho de la Santa Iglesia a la cual esperaban aplastar de un todo.

Hubo entonces orgías infames en donde se blasfemó horriblemente contra Cristo. En Guanajuato -lo refirió la prensa- un general del Ejército, después de perorar sucia y procazmente, como no podía hacerlo sino un endemoniado y después de gritar contra Cristo y contra la Inmaculada Virgen, con vocablos inmundos, principió a clamar a Lucifer por quien brindó entre los gritos de aprobación de muchos:

¡Muera Cristo! ¡Abajo Cristo! ¡Aplastemos para siempre a Cristo! ¡Nuestro dios sea Lucifer! ¡El sea nuestro jefe! ¡Arriba Lucifer! ¡Viva Lucifer!

Así vociferaba, satánicamente, entre los vapores de las bebidas alcohólicas, coreado por sus correligionarios, aquel hombre que ya al presente está juzgado por Dios: fue el que dos años más tarde desbarataron los cristeros del cuartel de El Borbollón, a las faldas del Volcán de Colima, de quien se decía -lo contaban testigos oculares- que llevaba tatuado sobre sus espaldas y piernas, un demonio que con su cola le abrazaba el cuerpo. Era Eulogio Ortiz, de quien Dios, que es bondad y misericordia, haya tenido piedad, en el momento supremo.

Cosas parecidas sucedían en muchas partes.

BOYCOT A LA IMPIEDAD

La fe y la devoción del pueblo católico seguían robusteciéndose y, capitaneado por la Liga Defensora de la Libertad Religiosa que desde la capital de México dirigía la campaña cívica, principió también a luchar en una tenaz campaña nacional de luto y boycot.

Decía así uno de los incontables volantes que llevaban la consigna nacional:

Riguroso luto, apretado boycot, por el triunfo de Cristo.

Dejemos solos los comercios. Todo mundo vístase de luto. Nadie salga de su casa a ningún paseo ni diversión. Nada de golosinas. Redúzcanse los gastos cuanto sea posible, nada de estrenos, nada de autos; caminemos todos a pie, sin usar ni siquiera el tranvía; nada de lujos; no se camine en tren sin verdadera necesidad y, de ninguna manera, en carro de primera. No se coma carne los miércoles, viernes y sábados de cada semana, en espíritu de penitencia.

El templo, apriétese de fieles: auméntese la oración y redóblese el luto y el boycot.

A los enemigos, a los masones, nada se compre. Nada, absolutamente.

¡Viva Cristo Rey!

¡Viva Santa María de Guadalupe!

¡Viva el boycot!

Y el pueblo católico supo estar a la altura de su deber; las casas, sobre todo en los Estados más cristianos de la Nación: Jalisco, Michoacán, Guanajuato, Zacatecas, Aguascalientes -y ya antes, desde hacía 4 meses, Colima- estaban entrecerradas; de las puertas -menos las de las casas de los perseguidores y de sus cómplices- pendían moños negros en señal de duelo. El comercio estaba desierto. Las músicas populares callaron. El servicio de luz eléctrica se redujo en los hogares cristianos a lo muy necesario. Todo mundo caminaba a pie y los templos se llenaban, como jamás se habían llenado.

En lugar de sagrario, un gran crucifijo, como si se estuviera en días de Cuaresma o en el Viernes Santo, llenaba el altar con sus brazos abiertos. El pueblo rezaba de por sí; valientes damas presidían generalmente los actos religiosos, dirigían el Via-crucis de los viernes y leían trozos selectos de autores piadosos que suplían, en parte, la falta de predicación.

LOS FINES DEL BOYCOT

Los fines del boycot eran:

1. Hacer sentir el peso de la situación económica en todas partes e interesar así a todos, aunque esto fuese por conveniencia material, en la solución del Conflicto Religioso; pues generalmente gran parte de las clases adineradas no se interesa, si no va de por medio la cuestión económica.

2. El boycot riguroso y absoluto con relación a los enemigos, no era en vía de venganza, sino porque la mayoría de ellos, por simple conveniencia, por pancistas, se decía entonces, se habían aliado con los perseguidores y era conveniente, aun por el mismo bien espiritual y verdadero de ellos, apretados por el lado de las convemencias.

3. El tercer fin era indirecto, con relación al mismo régimen revolucionario encastillado en el poder; pues con el boycot, indirectamente, se le sustraían entradas y se disminuía su poder: clarísimamente constaba que todo el movimiento de los perversos para acabar con la Iglesia, se sostenía con dinero del pueblo católico.

4. Más que nada, el boycot enseñó al pueblo fiel a sacrificarse, a permanecer siempre en tensión y en pie de lucha, dispuesto a llégar hasta donde las demasías de los tiranos lo exigieran.

LA FIERA SIENTE EL LATIGAZO

Al principio los perseguidores rieron con carcajada burlona al saber que los católicos empleaban el medio del boycot, y Calles lo apellidó de ridículo, pero bien pronto se principiaron a sentir sus efectos: el comercio lo resintió al momento; multitud de teatros y cines fueron clausurados, fiestas y ferias se suprimían por doquier, mermándose así, por innumerables canales, las entradas a las Tesorerías del Gobierno.

Entonces el boycot fue declarado criminal y sedicioso, y con verdadera saña se perseguía a los que lo difundían; pero la propaganda continuaba, burlando la resistencia: papeles de todos tamaños, figuras y colores, aparecían misteriosamente pegados en todas las calles, teatros, puertas de los enemigos, y a las espaldas de los mismísimos cuicos convertidos entonces en los hombres más abominables, que golpeaban, estrujaban y llevaban a prisión, simplemente por una medallita que descubrían en el pecho de alguno, porque ya aquello era culto público prohibido. En el Santuario del Sagrado Corazón de Jesús en Colima, estaba ya, desde los Dias Santos de ese año, fundada la Asociación Nacional de los Vasallos de Cristo Rey que era agrupación puramente piadosa. Y hubo personas no sólo golpeadas, sino asesinadas, por habérseles encontrado una cédula de esa Asociación de Cristo Rey.

DISCIPLINA ADMIRABLE

La organización de la Liga era perfecta y su disciplina sencillamente admirable: El jefe regional en el Estado -don Teófilo Pizano- que recibía instrucciones y consignas del Comité Nacional residente en la Cd. de México, cuyo egregio presidente era el Lic. D. Rafael Ceniceros y Villarreal, daba sus órdenes a los jefes locales de cada población y éstos a los de sector, de su misma ciudad o poblado, los cuales las transmitían a los jefes de manzana de su propia jurisdicción. La hora de repartir la propaganda se señalaba y debía de ser acatada con rigurosa puntualidad y así, cinco o diez minutos bastaban a cada jefe de manzana para inundarla de la propaganda que debía repartir con puntualidad cronométrica.

Había una banda de chiquillos aquí en Colima, y como en Colima en otros muchos lugares del país -niños de 10 a 14 años-, que eran un verdadero ejército de pequeños héroes. Muchas veces fueron cogidos y golpeados, y arrestados, y nunca los golpes y fajos que los soldados les daban, hicieron que denunciasen a sus jefes inmediatos, ni menos, mucho menos, que desertaran de su ejército de lucha.

De aquí que, día a día, las privaciones, los sacrificios y los peligros aumentaran; porque aumentaba también la rabia de los perseguidores.

Ya para esos días había llegado la era bendita de los Mártires de Cristo Rey.

México -lo dijo el Sumo Pontífice Pío XI- está siendo un digno espectáculo del mundo, de los ángeles y de los hombres.

LA ERA DE LOS MARTIRES

Entonces estaba ya en su apogeo la persecución.

Ya aquí, ya allá, en todos los rincones de la Patria Mexicana, las cárceles se llenaban de creyentes, pero la prisión no acobardaba a los Confesores de Cristo.

A las cárceles y a los tormentos eran llevados día a día por los sicarios de la revolución, Sacerdotes y niños, mujeres humildes y mujeres de la aristocracia, ancianos y jóvenes; pero en la misma cárcel el espíritu de Dios no abandonaba a los suyos, antes bien los inflamaba en nuevos fervores: allí se rezaba en voz alta, allí se cantaba, allí, mutuamente, todos se exhortaban a continuar en la brega, a reforzar su lucha en pro del Reinado de Cristo.

MILITAR MARIGUANO Y MUJERES INFAMES

Y mientras en toda la nación los perseguidores apretaban la persecución, en contra de la Iglesia, en Colima las cosas también se iban extremando con tintes de tragedia; pues no solamente se tenía un gobierno civil despótico, encabezado por el Lic. Francisco Solórzano Béjar, sino que, desde el punto de vista militar, el jefe era el gral. Benito Carda, hombre sanguinario, que frecuentemente .ebrio y bajo el influjo de la sucia mariguana, cometía una multitud de crímenes espeluznantes. Colima estaba bajo un gobierno de cafres, tanto en lo civil como en lo militar.

Fueron aquellos días -por parte de los perseguidores de la Iglesia- tiempos de infernal saña para acabar con el nombre de Cristo. Todos los medios se tuvieron como lícitos: prisión, golpes, torturas inauditas, destierros, asesinatos, etc. No se limitaron, ni de lejos, a los medios legales. La consigna era la consigna satánica de la masonería: aplastar a Cristo y aplastar, arrasar y reducir a nada, cuanto llevase su nombre o su espíritu, sin pararse en medios ni miramientos ningunos. Y, con la maquinaria oficial, aquí y en todas partes, se unieron aun mujeres infames.

Un día los muchachos de la A. C. J. M., aquí en Colima, se reunieron en el Hospital del Sagrado Corazón -el hoy hospital civil, al norte de la calle 27 de Septiembre- para hacer ejercicios espirituales de encierro. Dirigía estos ejercicios su entonces Asistente Eclesiástico el Padre Don Enrique de Jesús Ochoa que hace 35 años, joven como ellos, se confundía con los demás en su porte exterior, mas aún que ya entonces los sacerdotes vestían, obligados por las circunstancias, como cualquier otro seglar. De esos muchachos que entonces hacían su retiro, muchos viven aún; otros -héroes de la Gran Jornada- pasaron ya a la eternidad, como Dionisio Eduardo Ochoa y J. Trinidad Castro que allí estuvieron.

Se les dejó tranquilamente hacer su retiro; pero, ya para terminarlo, dos mujeres que se habían hecho célebres durante aquellos días como espías y delatoras, instrumentos viles de los malos, introdujeron como regalo para la hora de la mesa, una fuente de dulce de camote y piña, con vidrio molido. La glotonería de un muchacho -Daniel Espinosa- que se adelantó voraz a principiar su dulce y a quien, por providencia de Dios, tocó un pedazo de vidrio más grueso que le cortó la lengua, salvó a los demás de una muerte segura y demasiado cruel.

Cuando Daniel, sangrándole la boca, arrojaba fuera el bocado que habría sido mortal si lo hubiese tragado, todos los demás advirtieron que también su dulce tenía vidrio. Con sus cucharas, entre admiración, susto y risa propia de muchachos, hacían que el dulce, oprimido y frotado contra el fondo de sus platos, rechinara por las pequeñas porciones de vidrio.

Una noche, la del 15 de septiembre, el jefe militar Gral. Benito García urdió que en Colima se tramaba un complot contra ellos -las Autoridades constituídas- y arremetió contra quienes quiso. Harto habían vejado aquellos hombres del régimen revolucionario al pueblo mártir y en sus noches y en sus delirios de embriaguez les cogía la pesadilla 'de la insurrección del pueblo creyente. Y así, en esa noche, fueron tomados prisioneros por el jefe militar, multitud de hombres pacíficos y honrados, más aún, ajenos a toda ingerencia en la dirección de la campaña del luto y boycot y pública oración que el pueblo creyente sostenía.

Si el mismo presidente municipal de Colima, en aquellos días D. Esteban León, no hubiese intervenido, declarando en aquella noche, que aquellas personas no tenían ningún delito, se hubiera consumado una horrible matanza de más de 30 señores honorables que ya habían sido arrancados de sus hogares, allanados despóticamente por los militares y llevados a la jefatura de operaciones, que era el edificio que antes había sido seminario y que el gobernador Solórzano Béjar había arrebatado a la Iglesia (el demolido por el gobierno del Gral. González Lugo en cruzamiento de Guerrero y 27 de Septiembre y convertido más tarde en escuela Gregario Torres Quintero).

Sin embargo, no obstante la intervención de la autoridad civil -que esa acción tuvo en su favor en aquellos días negros-, allí mismo, en el edificio santo del antiguo seminario, en donde no únicamente los Sacerdotes, sino lo más granado de Colima se había educado, fueron muertos ocho inocentes hombres, víctimas de la maldad de los tiranos que sobre el pueblo creyente habían puesto su bota despótica.

NO SE RESPETABA NI A LAS VIUDAS NI A LOS NIÑOS

Entre estos ocho muertos estaba Don Francisco Zapién, honrado comerciante a quien arrancaron por la fuerza, del seno de su hogar, de los brazos mismos de su esposa que a todo trance trataba de impedir que lo sacasen los esbirros de la tiranía, imaginando ya el desenlace fatal. En su grande dolor y angustia aquella mujer preguntó al militar, cuánto pedía de rescate para que dejase libre a su esposo. Y la cantidad se pagó y, no obstante eso, D. Francisco Zapién fue asesinado y tirado en la calle en unión de sus otros siete compañeros, Mártires primeros de la persecución religiosa en Colima. Estaban también dos jovencitos hijos de una viuda que vivía cerca de la huerta de La Florida. Cuando se logró que los familiares pudieran recoger los despojos ensangrentados y despedazados de sus deudos, aquellos dos muchachos muertos estuvieron tendidos en un mismo catre, pues su madre, pobre y sola, no tenía más en qué tenderlos.

Y aquella mujer, con la amargura de una madre a quien se asesina a sus hijos sin ninguna formación de causa, y tan villana y cruelmente, se presentó ante el jefe militar Benito García a reclamarle el porqué lo había hecho, cuando sus hijos nada perverso habían cometido. Y la mujer desapareció misteriosamente de su casa ... Dos o tres días más tarde, cerca de la Piedra Lisa, a un lado de la Calzada Galván, salvado el lienzo mal hecho de piedra que en aquellos años rodeaba el ancho campo, en un guamúchil que apenas descollaba entre otros arbustos, apareció colgado el cadáver de una mujer. Allí estuvo varios días bajo los rayos del sol reverberante de nuestras tierras costeñas. De esta mujer colgada, habló la prensa de México y duramente comentó esta noticia la de otros países.

GOLPE FRUSTRADO A CINCO SACERDOTES

Y tuvo que llegar el día en que también contra los Sacerdotes colimenses principiase la persecución directa. Ya cateaban la casa de uno, ya la del otro, en su necio afán de querer descubrir algún indicio de insurrección armada; mas nunca lo descubrieron porque, en realidad, nadie, en esos días, pensaba en ello. En ese tiempo, ni los Sacerdotes, ni ninguno de los católicos prominentes dormían en sus casas; pues el hecho relatado de las ejecuciones nocturnas no fue único y muchos anochecían en sus hogares con toda tranquilidad y de allí, sacados en las altas horas de la noche, eran llevados al matadero.

Un día se trató de aprehender y violentamente asesinar a un grupo de sacerdotes destacados, a saber, al Ilmo. Señor Vicario General Mons. Don Francisco Anaya, al secretario del Gobierno Eclesiástico, el Padre don J. Jesús Ursúa, y a tres Sacerdotes más: el Padre don Mariano de J. Ahumada, el Padre don Emeterio C. Covarrubias y el Sr. Cura Sánchez Ahumada. El golpe logró frustrarse y ninguno de aquellos cinco sacerdotes tan cobardamente sentenciados a morir cayó en manos del enemigo. Quien sí cayó fue el P. don Pedro Zamora Carbajal, mas comprobado que no era ninguno de los cinco a quienes se trataba de eliminar, fue puesto en libertad, después de una noche pasada en el cuartel, en que por minutos esperaba su ejecución capital.

Disfrazado en ese día el Ilmo. Mons. Anaya tuvo que huír de la ciudad ya entrada la noche. Hubo de atravesar, para no caer en manos de los enemigos, lugares montuosos y muy difíciles para él. Lo llevaban, sosteniéndolo de uno y otro brazo, dos muchachos: -José García y Antonio Gamboa-; hubo momentos en que casi en peso tenían que conducirlo, entre las piédras y zarzas del monte, pues las piernas del ilustre anciano flaqueaban a cada paso. Poco antes de llegar a la ranchería de El Volantín, salieron al camino siguiendo para el poblado de El Carrizal, en remuda de Marcelino Dueñas. De El Carrizal, otras personas lo condujeron a San José del Carmen, Jal., y, de allí, a Guadalajara, Jal.

También ese mismo día, tuvo que abandonar la ciudad el Padre D. J. Jesús Ursúa, obligado, casi arrastrado, por quienes se interesaban en su salvación. Y el hombre de una pieza, egregio Confesor de Cristo, con lágrimas en sus ojos, salió de Colima, para desde Guadalajara seguir velando por los intereses de la Iglesia colimense.

El Padre Covarrubias, en un camión carguero, entre los sacos y tercios y mozos del camión, salió a la hacienda de Nogueras y de allí emprendió el camino hacia Ejutla, Jal., en donde vivió en una sierra, en un lugar llamado Los Pericos.

El Sr. Cura Sánchez Ahumada salió, llevado por unos hacendados de las cercanías de Zapotlán, Jal. -Ciudad Guzmán-, y de allí continuó, meses más tarde, a Michoacán.

El Padre don Mariano de J. Ahumada, se conformó con refugiarse en las rancherías de las estribaciones de nuestros volcanes: Tepehuajes, El Durazno, Monte Grande, El Gachupín.

Desde ese día, como Pro-Vicario General, quedó en la Ciudad de Colima, en sustitución de Monseñor Anaya, el Sr. Cango. D. Luis T. Uribe, Rector del Seminario Diocesano, anciano también, pero de alma igualmente heroica y lleno de la santa fortaleza de Dios. Como Secretario y, al mismo tiempo, como 20. Pro-Vicario Gral., el Padre D. Enrique de Jesús Ochoa.

COMO EN TIEMPOS DE NERON

Y lo que en Colima pasaba, de igual manera sucedía en toda la nación: Plutarco Elías Calles como Presidente de México, con Adalberto Tejeda como secretario de gobernación, dirigía la campaña nacional, extremando los procedimientos tiránicos. Los sótanos sucios, inmundos y húmedos de las prisiones, principiando en la ciudad de México, se llenaban día a día de creyentes y aun de sacerdotes que eran maltratados y golpeados, aun simplemente por el hecho de que algo, en su traje o porte exterior, les distinguiese como sacerdotes.

En muchas partes las exigencias se hicieron monstruosas y ridículas al grado de que se castigase con el destierro y aun con la muerte no sólo al Sacerdote a quien se descubría celebrando la Misa y oyendo Confesiones, sino a las personas que oían la Misa o se confesaban.

En todas partes, en todos los Estados de la República, se clausuraban edificios e instituciones católicas: los niños de los orfanatorios sostenidos por instituciones piadosas eran arrojados a la calle, sin que nadie se preocupase por su suerte, a no ser que una u otra familia buena, recogiera y adoptara ya a uno, ya a otro, de aquellos a quienes el régimen de la revolución mexicana arrojaba a la desgracia.

Los hospitales católicos eran arrancados, de igual manera, de las manos e instituciones que los sostenían; su patrimonio robado y los enfermos abandonados en manos de meretrices y empleados irresponsables y sucios en sus procedimientos. El Crucifijo de las salas de los enfermos llegó a hacerse pedazos a patadas y ... en nombre de la libertad de pensamiento, aquellos salvajes hacían que quedaran abandonados los dolientes, en la mugre e inmundicia, sin el consuelo de la Religión.

Las monjitas dedicadas a la enseñanza -aun en planteles que hubiesen sido lo mejor de lo mejor- eran arrojadas como criminales, aun a culatazos de rifle y latigazos, por el hecho de estar consagradas a Cristo. Y, sin más patrimonio que un pañuelo sobre su cabeza, o un mandil o pobre chalina, tuvieron que implorar la caridad de un rinconcito de algún hogar critiano que les brindase protección, así como lo habían hecho las Madres Adoratrices de Colima meses hacía, no obstante la magnífica labor pedagógica que de largos años habían realizado en su colegio La Paz en donde se daba a las niñas no sólo instrucción primaria elemental y superior, sino secundaria y normal. El colegio La Paz estaba al costado oriente del Santuario del Sagrado Corazón de Jesús, en la Ciudad de Colima.

El Seminario Diocesano Colimense era ya, en estos días, inmundo cuartel. Y el observatorio astronómico allí establecido hacía más de 30 años, por el Excmo. Señor Obispo Dn. Atenógenes Silva y que tuvo por primer director al Padre Don J. Angel Ochoa, cuyo ayudante era el entonces discípulo suyo Don. Aniceto Castellanos, fue también, en nombre de la libertad y del progreso, despedazado, y sus aparatos rodaron y se destruyeron. Algunos fueron vendidos por la soldadesca o empleados del gobierno civil.

Multitud de ocasiones en toda la República -fue táctica y consigna general-, cuando era descubierto algún lugar en donde se celebraba cualquier acto de culto, todos los de la casa y todos cuantos allí eran sorprendidos eran llevados inmediatamente a prisión y allí maltratados y martirizados con indescriptible inhumanidad. Muchas veces, aun en lugares pertenecientes al Estado de Colima, las imágenes de los Santos eran bajadas del lugar donde se les veneraba y, entre risotadas burdas de los soldados y gentes del gobierno, se les formaba cuadro y se les fusilaba. El que esto escribe vio en la hacienda de El Fresnal, municipio de Tonila, una imagen del sagrado Corazón, hecha pedazos a balazos en fusilamiento ordenado. En Monte Grande se decapitó otra imagen de Jesucristo y con la cabeza jugaron los soldados a patadas, como si hubiese sido bola de futbol.

En Cotija, en diciembre de 1926 -todavía no había cristeros- el Gral. Regino González, jefe del 73 regimiento, publicaba:

Toda persona que facilite alimentos o dinero a los sacerdotes, así como presentar hijos a que los bauticen o presentarse a matrimonios o escuchar prédicas, serán pasados irremisiblemente por las armas.

Sufragio Efectivo. No Reelección.
Cotija, Michoacán, a 23 de diciembre de 1926.
Gral. de Brigada del 73 regimiento de caballería, Regino González.

EL ANCIANO MARTIR FARFAN

En la ciudad de Puebla, Pue., el día 20 de julio, el señor don José Farfán, honrado comerciante de avanzada edad, había colocado en el aparador de su tienda un cartel que decía ¡Viva Cristo Rey! Había también otras leyendas alusivas a la Realeza de Cristo.

El Gral. Amaya, al pasar frente a la tienda de Farfán, montó en cólera a causa del dicho letrero; entró en la tienda y, después de una heroica resistencia del anciano comerciante, logró aprehenderlo. Más tarde fue encontrado muerto el anciano Farfán en una de las calles: Amaya le había aplicado la cobarde Ley fuga.

Perpetrado el asesinato, el Gral. Amaya volvió al establecimiento de Farfán y, después de catear y despedazar cuanto quiso y de arrancar aun de dentro del aparador los carteles de propaganda religiosa, lo único que escapó a sus garras, adherido al cristal, fue este letrero: Sólo Dios no muere, Cristo Vence, Cristo Reina, Cristo Impera.

COMO EN TIERRA DE CAFRES

De Huejutla era conducido prisionero a Pachuca, Hgo., a través de las serranías, el Obispo Mártir Mons. José de Jesús Manríquez y Zárate. Y ante los soldados que lo llevaban prisionero y ante el Juez, Mons. Manríquez y Zárate repitió, una por una, las enseñanzas de sus cartas pastorales que de ninguna manera retractó, antes bien, formal y enérgicamente reafirmó.

Y en la ciudad de México el Gral. Roberto Cruz -el que más tarde dirigió el fusilamiento del Padre Pro- azotaba en el rostro, con su fuete, a damas de la mejor aristocracia -la rara aristocracia de la posición social, unida a la aristocracia del talento y la virtud-, insultándolas con lenguaje procaz.

Y para llevar a cabo estas atrocidades y villanías sin cuento, propias sólo de tierra de cafres, Plutarco Elías Calles exigió de todos los empleados de Gobierno y aun de los profesores de escuela, protesta explícita de adhesión a su campaña nefanda. Y al que a ello no se prestaba, se le despedía del empleo que tuviese, aunque fuese simple conserje de oficina. En Colima hubo muchos empleados que prefirieron la pobreza y el hambre, a la perfidia y traición. Fueron ellos, entre otros, J. Jesús Rueda, Ramón Rosas, J. Jesús Aguilar y Carlos Casillas que trabajaban en la oficina de Correos y multitud de Profesores de la escuelas del Estado.

LOS CLAUDICANTES EXCOMULGADOS

La Iglesia por su parte, por boca de sus Prelados -en nuestra provincia el Excmo. Metropolitano Sr. Arzobispo don Francisco Orozco y Jiménez- excomulgaba a los que así, en su Arquidiócesis, en los momentos de tan tremenda angustia, se aliaban con los perseguidores y traicionaban sus principios. Nuestro anciano Prelado, días después, ya estando fugitivo fuera de la capital de su Díócesis decretó igual excomunión. Fue en el corredorcito humilde de la casa cural de la Iglesia de la Tercera Orden, en Tecalitlán, Jal., donde fue firmado por el Excmo. Sr. Obispo Velasco el decreto de excomunión contra todos los que traicionaban así, en la Diócesis de Colima, a su Santa Madre la Iglesia. Del documento copiamos los siguientes párrafos:

Como se desprende fácilmente al solo considerar la disyuntiva propuesta, no se trata simplemente de exigir la guarda de la Constitución, sino que se quiere el compromiso expreso de secundar la acción actual del gobierno, que es netamente de persecución para la Iglesia.

En tales condiciones, ha llegado el momento de resolver entre otra disyuntiva, o prevaricar de su fe y renegar de la creencia de sus antepasados, para poder secundar la actitud del gobierno, o decir como los mártires de los primeros siglos: No podemos.

He meditado delante de Dios la respuesta, lo he consultado y después de esto, creo que mi deber es advertir que a los católicos de ninguna manera les es lícito contestar adhiriéndose a la actitud actual del Gobierno, y que incurrirán en falta grave contra la fe los que se atrevan a hacerlo, y además, apoyado en los sagrados cánones, declaro que incurren en excomunión que me reservo.

PROVIDENCIAS DEL EXCMO. SR. OBISPO DE COLIMA

- Mira -dice con acento finne y pausado el santo anciano Obispo de Colima al Padre Pro-Secretario de la Sgda. Mitra D. Enrique de Jesús Ochoa, allí en el corredorcito de la Iglesia de la Tercera Orden de Tecalitlán, Jal., cuando con motivo del decreto de excomunión de los perseguidores había tenido que ir a entrevistarlo-, tenemos que ver adelante, porque los tiempos son malos, son pésimos y cada día se agravan más. Hay necesidad de asegurar que no falte en Colima quien haga mis veces como Vicario General. Si el Sr. Uribe o tú faltasen, el que quede, con la autoridad mía, nombre quien sustituya al que falte, de suerte que siempre sean dos. Si más tarde uno de esos dos falta igualmente, porque tenga que huir o porque lo maten, el que quede en pie, en nombre mío, autorice a otro que continúe gobernando en mi nombre, y así sucesivamente.
- Ilmo. Señor -replica el Padre Ochoa-, pero un Vicario General no puede nombrar a otro Vicario General.
- Sí, esta bién, no puede; pero ustedes lo harán, en caso que fuese necesario, no en nombre propio, sino en nombre mío. Mejor dicho: yo me valgo de Uds., para que escojan la persona, pero la autoridad la doy yo.
- Muy bien, Ilmo. Señor -replicó el Padre Pro-Secretario.
- Pero hay que escoger las personas: que sean sacerdotes ejemplares en su vida, hasta donde la hqmana fragilidad lo permite y que amen a la Iglesia aun sobre su vida misma: que no vayan a claudicar y a entregar en manos del enemigo ios derechos de Dios; que no sean de los que andan en componendas con los perseguidores.

SANGRE DE MARTIRES

La sangre de los mártires corría ya en estos días por todas partes, mártires verdaderos de Cristo; pues sufrían y morían por la causa de Jesucristo. Ni siquiera se podía alegar, por parte del régimen de la revolución, que los medios que los católicos empleaban no fuesen legales, pues aún no llegaba la hora en que principiara la magna epopeya de la Defensa Armada, en que un pueblo, agotados todos los medios pacíficos y ante la más brutal y nefasta tiranía, sin contar con medios ningunos bélicos, se lanzó, así como ya lo habían hecho los Macabeos, allá en los tiempos del pueblo de Israel, a defender su Patria y su Religión.

LA CONSAGRACION A LA INMACULADA

En el mes de diciembre fue cuando, según disposición del Episcopado Mexicano, dada en Carta Colectiva, México se consagró a María Santísima en el misterio de su Inmaculada Concepción. Los apóstoles de la Liga fueron los que hicieron también todo: la ciudad se inundó de pequeñas tiras de papel con esta inscripción: Oh María concebida sin pecado, rogad por nosotros que recurrimos a Vos, tiras que fueron pegadas en puertas y ventanas. Y luego, en los días 8 y 12, la demostración de fe y amor ferviente del pueblo colimense a la Santísima Virgen María, fue extraordinaria y muy hermosa. Cada hora se estuvo recitando el acto de consagración; cada hora, durante todo el día, un especial ejercicio de desagravio a María Santísima. La Catedral y los demás templos estuvieron llenos a más no poder. ¡Cuánto se oró en esos días! Con qué fervor se entonaban sin cesar cantos de alabanza a la Santísima Virgen. El Viva Cristo Rey resonó entonces con más vehemencia y frecuencia que en ocasiones anteriores.

EL PASTOR BONUS

Fue al terminar el otoño, acercándose ya los días del invierno, cuando el amado Pastor de la grey colimense, el Excmo. Sr. Dr. D. José Amador Velasco, abandonó los poblados para remontarse a las abruptas serranías de su Diócesis, allá por el lado oriente, colindando con Michoacán. Contaba entonces 70 años de edad.

Delicado, enfermo, lleno de achaques, el virtuoso Obispo de Colima Mons. Velasco se formó el propósito de no abandonar a sus hijos, aunque le costara la vida. Es cierto que era ya imposible su permanencia en la ciudad episcopal y aun en cualquier otra población; pero su Diócesis tenía sierras y ahí viviría como fugitivo sin abandonar la grey que Dios había puesto bajo su cuidado.

¡Cuántas veces se le ofreció un Salvoconducto para ir a establecerse a la ciudad de México o al extranjero, y siempre rechazó indignado y con prontitud, sin vacilar un momento, cualquier clase de oferta!

Fue nuestro Obispo el heroico piloto que no dejó un momento su barquilla; fue el pastor bueno de que habló Cristo en su Evangelio, que no dejó solas a sus ovejas, cuando los lobos atacaban al redil; que prefirió quedar con ellas antes que huír y ponerse a salvo. Así vivió el Obispo de Colima los tres años que duró la persecución. El que esto escribe contempló la vida del Sr. Obispo en la montaña: una rústica choza de labriegos, ya aquí, ya allá, ya en una sierra, ya en otra, era su habitación. Cuando amenazaba peligro, no pensaba en más refugio que el barranco o las oquedades de la montaña; un sacerdote y dos seminaristas eran su compañía, a saber, el Padre D. Crispiniano Sandoval y los hoy Sacerdotes J. Jesús Cuevas y J. Jesús Marín.

También sufrió hambres, fríos, carestía aun de los más indispensables recursos. Hubo veces que el delicado anciano, ya al caer de la tarde, estaba sin tomar ningún alimento porque aún no había sido posible encontrar para él nada apropiado que no le hiciese mal. Su vestido era remendado; pero digno y sacerdotal. Nunca dejó su alzacuello clerical y su vestido talar, o al menos, un abrigo negro que le llegaba a las rodillas. Con sus propios ojos el que esto escribe contempló docenas de remiendos y zurcidos en su vestido humilde. Era este anciano y santo Obispo la imagen de aquellos Obispos Santos de los tiempos primeros del Cristianismo que también supieron de huídas, de privaciones, de vida de montaña.

Y tampoco dejó jamás su reglamento de vida sacerdotal muy suya: madrugaba siempre y a la claridad de alguna candela humilde, antes de la luz del día, hacía su oración, larga, silenciosa. Después celebraba la Santa Misa sobre su altar portátil, humildísimo como el de un anacoreta. Cuando amanecía, ya él había terminado la celebración del Santo Sacrificio. ¡Cuán devoto y humilde lo encontraban en su acción de gracias, los primeros rayos de la luz del sol, cuando besaban los pinares y los riscos de la sierra!

Administraba los Sacramentos a quienes podía y casi nunca omitió el rezo del Santo Rosario con los rancheros, pocos o muchos, que conocían su escondite y se agrupaban en torno de él, explicándoles siempre algo de la doctrina cristiana. Su lecho era humilde y duro catre, como el catre de un misionero o de un soldado.
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