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LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

Spectator

LIBRO SEGUNDO
La alborada del movimiento cristero
Capítulo primero

Hombres que prepararon la epopeya cristera



RUIT HORA

Finalizaba el año de 1926. Los perseguidores -veíamos- exacerbaban de un modo inaudito, aquí y en toda la República, sus vejaciones y atropellos a la Iglesia a la cual tenían consigna de aplastar. Todos los medios, por inicuos que fuesen, estaban a la orden del día: prisiones, golpes, torturas, destierros, asesinatos perpetrados con lujo de cruel barbarie, etc. El pueblo católico, en tanto, organizado admirablemente bajo la dirección de la Liga NaCional Defensora de la Libertad Religiosa, luchaba con la oración y los medios legales de protestas, manifiestos, peticiones, boycot; pero todo esto no hacía otra cosa que exacerbar la rabia de los tiranos. Probado estaba hasta la evidencia que todo ello no sólo era inútil, sino que no producía otra cosa que aumentar el incendio de odio que ardía en los hombres del régimen de la revolución, en contra de los católicos leales a Cristo y a la Iglesia.

Probado estaba también que Plutarco Elías Calles -el tirano de México--, en unión de sus cómplices, era un infame e injusto agresor y había justo y santo derecho para repeler la fuerza con la fuerza.

Nunca, jamás, a lo que creemos, podían tener aplicación más exacta y rigurosa, las doctrinas consagradas por Santo Tomás de Aquino, el P. Francisco Suárez y los más grandes teólogos católicos sobre la legitimidad, mejor dicho, necesidad de recurrir a la fuerza para salvar a la sociedad atacada en sus bases fundamentales: la propiedad, la familia y la religión.

En efecto, la defensa armada del pueblo católico de México en contra de la tiranía, no sólo era ya lícita sino un acto laudabilísimo y heroico: así lo reconoció el mundo católico, así lo afirmaron con palabras muy explícitas, consultados sobre el particular, suscribiendo con su firma aquel su testimonio, los teólogos y juristas más eximios de la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma, como el P. De la Taille, el P. Oggetti, el P. Mostaza y el P. Arturo Vermeersch, entre otros; declaración que la Revista Católica de El Paso, Texas, hizo pública, y así lo declararon los Ilmos. Prelados Mexicanos. Estaba el ejemplo de los Santos que, cuando fue necesario, recurrieron a las armas en defensa de la Iglesia: para algo están en los altares un San Bernardo, que no se contentó con escribir homilías patéticas para inflamar el valor de los cruzados, sino que reclutó soldados y los lanzó a la guerra; San Luis IX Rey de Francia, que se armó Cruzado contra los detentadores del Sepulcro de Cristo; San Pío V, el formidable Pontífice que organizó la armada que hundió en Lepanto el Poder de la Media Luna; Santo Domingo, que ordenó la Milicia de Cristo contra los albigenses; Santa Juana de Arco, la libertadora de Francia; Santa Catalina de Siena, que predicó la cruzada contra la cismática reina de Nápoles; y otros muchos. Para algo las Santas Páginas ensalzaron e inmortalizaron a Judith, la intrépida hebrea libertadora del pueblo de Israel: la virtud no está en el morir con los brazos cruzados, sino en el saber morir.

El mal no está en matar, sino en hacerlo sin razón y sin derecho.

LA GENESIS DEL MOVIMIENTO

Ya en los últimos meses de 1926 habían aparecido los primeros brotes armados en diversas partes de la República, en contra de la tiranía, pero sin conexión ninguna de los unos con los otros: era el movimiento natural e instintivo de propia defensa.

Fueron los muchachos acejotaemeros del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, en Guadalajara, Jal., los que, al clausurarse el culto público, secundados por aquel viril pueblo tapatío, se decidieron a defender su templo, para que no se apoderasen de él los hombres del Régimen de Calles. La chispa brotó, cuando unos chiquillos, eco y vanguardia de aquella muchedumbre creyente, detenían al día siguiente de clausurado el culto público, o sea el 1° de agosto, a los automóviles que pasaban frente al templo del Santuario, para pedirles que gritasen ¡Viva Cristo Rey! Entre los coches detenidos estuvo, al atardecer, el de un militar. Este contestó con altanería impía; los chicos tiraron pedradas al automóvil y así ardió el polvorín primero, pues el militar bajó, desenfundó su pistola y principió a disparar. Luego pidió fuerza militar a la Jefatura de Operaciones y, momentos después, se presentaron veinticinco soldados al mando de un oficial para atacar a la multitud que custodiaba el Santuario. De ellos, cinco trataron, por la fuerza, de penetrar en el templo y los otros respaldaban desde fuera. Una muchacha del pueblo mató de una puñalada al oficial callista jefe del grupo y principió la lucha armada.

Entre los muchachos acejotaemeros que dirigían la defensa, estaban Lauro Rocha, los hermanos Camacho Vega y el estudiante Miguel Rodríguez. Los federales enviaron luego mayor cantidad de refuerzos. A la mañana siguiente, el General Juan B. Izaguirre principió a tratar la rendición de la guardia del Santuario, la cual al fin abandonó su actitud hostil bajo las condiciones con que creyó conveniente pactar con el enemigo.

También en Torreón, Coahuila, hubo sangre con ocasión de la clausura del culto de los templos. El pueblo creyente no estaba dispuesto a ceder tan fácilmente y sentía dentro de su conciencia, que debía luchar para rechazar por la fuerza al invasor.

El 4 de agosto -esto es, 3 días más tarde- también hubo choques sangrientos en Sahuayo, Michoacán.

Dos semanas después -el 15-, fueron los hombres de Chalchihuites, Zac. -Diócesis de Durango--, los que iniciaron un levantamiento contra el Gobierno de Calles ante el brutal asesinato de su Párroco Luis Bátiz y de los jóvenes de la A. C. J. M. Manuel Morales, David Roldán y Salvador Lara Puente, cuyos cadáveres rescataron a viva fuerza.

Una semana más tarde, los hombres de Peñitas, Peña Blanca y Maravilla, Zac., se levantan en armas contra la tiranía y, el 23, tenemos a Aurelio Robles Acevedo en pie de lucha, allí mismo en Zacatecas, en el rancho de La Hoya.

Casi por esos mismos días, en Guanajuato, Luis Navarro Origel, hombre de gran temple y espíritu cristiano, pensando de la misma manera, esto es, que no había más solución al conflictó religioso que rechazar la fuerza con la fuerza, se levantó en armas, en la ciudad de Pénjamo, Gto.

También la prensa de aquellos días habló mucho del Gral. Rodolfo Gallegos levantado en armas contra la tiranía Callista.

En estas circunstancias, la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa creyó necesario convocar de inmediato a una Convención Nacional, que tuvo verificativo en la ciudad de México, a fines de ese mismo mes de agosto de 1926, y que presidió su egregio jefe el Lic. don Rafael Ceniceros y Villarreal.

Representantes de toda la Nación asistieron, con su alma llena de fe, para estudiar el arduo problema nacional.

Fue entonces cuando los Delegados de Chihuahua expusieron que era del todo necesario, ante la inaudita brutalidad callista, acudir a medios más eficaces y, por otra parte, que era imposible, dado el curso, que tomaban los acontecimientos, detener al pueblo para que no recurriese al único medio que restaba: rechazar la fuerza con la fuerza. De aquí que, o la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa asumía la Jefatura del Movimiento Armado o, de lo contrario, todos esos brotes esporádicos, sin organización y jefatura nacional, se verían expuestos a la ruina, porque fácilmente podrían ser aplastados y perecería así lo más valioso de nuestros elementos.

Después de considerar serenamente el asunto, la Liga decidió tomar a su cargo este tremendo problema del Movimiento Armado Nacional. Se creó al efecto el Comité Especial de Guerra a cuyo frente quedó un hombre valiente y grande que hace apenas un año voló de esta tierra al cielo, cuyo nombre fue Bartolomé Ontiveros: era tapatío. Este, después de organizar lo necesario desde la capital de la República, pasó a Guadalajara para entrevistarse con el Lic. Anacleto González Flores y tratar con él la incorporación de la Unión Popular del Estado de Jalisco, al Movimiento Armado de defensa nacional. Una vez conseguido este objetivo, quedó el mismo Lic. González Flores al frente de la Dirección Cristera en el Occidente de la República.

EL INICIADOR DE LA CRUZADA EN COLIMA

Fue Dionisio Eduardo Ochoa, de quien ya antes se ha hablado, el joven predestinado por Dios para que en el terruño colimense, iniciase la Defensa Armada de los sacros derechos de fa Iglesia y de la Patria arrebatados por la tiranía.

Había nacido en la pequeña ciudad de San Gabriel, Jal., el 14 de octubre de 1900, siendo el segundo hijo de don José Dionisio Ochoa Gutiérrez, colimense, que temporalmente se había radicado allá, y doña María Díaz Santana. Llevado a la pila santa del Bautismo, se le impuso el nombre de Eduardo; pero habiendo muerto su padre, cuando estaba aún muy pequeño, en recuerdo de él, al recibir el Sacramento de la Confirmación, se antepuso a su nombre de Eduardo, el de Dionisio. De esta suerte, desde muy chico, él unió los dos nombres en uno, firmándose siempre Dionisio Eduardo Ochoa.

Al lado y amparo del Sr. Pbro. don José Angel Ochoa, virtuoso y ameritado sacerdote de la ciudad de Colima -tío suyo, hermano de su difunto padre-, y de las ancianitas hermanas suyas que con él vivían, creció y se formó el pequeño, bebiendo constantemente una sólida y cristiana educación.

Entre cariñosos cuidados pasaron los primeros años de su niñez. Poco antes de los siete años, en el templo Parroquial de San Felipe de Jesús, de la ciudad de Colima, hizo su primera Comunión en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Era el mes de junio de 1907.

Gracias a la cariñosa mano de Dios, a los cuidados de sus tíos que le habían recogido y le querían mucho, y al cuidado y respeto de su hermano mayor Enrique, fiel compañero suyo en todas partes, fue muy cristiana y excelente su conducta de niño, sin malos compañeros y sin haber dado jamás alguna mala nota en su conducta moral.

Cuando hubo cursado el 6° año en el Colegio San Luis Gonzaga de la misma ciudad de Colima, del cual era Director el ameritado Sacerdote D. Mariano de J. Ahumada, ingresó al Seminario Conciliar Diocesano; pero no sintiendo vocación para el estado sacerdotal, y por atender a su tío y protector, el Sr. Pbro. D. J. Angel Ochoa, entonces ya anciano y achacoso, dejó sus estudios de Seminario cuando apenas tenía en éste tres años. Estaba entonces en su apogeo la furia sectaria de la Revolución Carrancista.

Cuando la marea jacobina hubo bajado un poco -en abril de 1917- inició sus labores juveniles en pro del Reinado Social de Cristo; pues fue entonces cuando se fundó en Colima la gloriosa A. C. J. M., en cuyo seno se templó su alma cristiana y se compenetró del ideal sublime de la Juventud Católica.

Sus primeros trabajos fueron enseñar a los niños la Doctrina Cristiana en los centros catequísticos y repartir en la ciudad, en el sector a él encomendado, propaganda católica impresa, entre ella La Epoca, periódico católico de Guadalajara, Jal., que dirigía el Lic. Pedro Vázquez Cisneros, que aún vive en la actualidad. Con sus papeles doblados bajo el brazo o en uno de los bolsillos, salía cada semana, calle por calle y casa por casa. Por lo general, era aquella labor obra de paz, sin tener que soportar más que alguna burleta o injuria.

Así las cosas, en julio del 1920, murió su nuevo padre y generoso protector el Pbro. D. José Angel Ochoa, y tuvo que hacer frente él, inmediatamente, con su trabajo, al sostenimiento de su casa; pues aunque tenía un hermano mayor -el hoy Presbítero don Enrique de Jesús Ochoa-, éste estaba terminando sus estudios sacerdotales en el Seminario Conciliar Diocesano de la misma ciudad de Colima. En estas circunstancias, creyó conveniente aceptar un empleo que se le ofreció en la Tesorería General del Gobierno de Colima; porque allí ganaría con más facilidad el sustento, al par que le sobraría tiempo para sus labores acejotaemeras.

INCRUENTAS AVENTURAS

En 1924 no era ya Dionisio Eduardo el jovencito de poca significación que repartía propaganda, sino el Director del valiente Semanario Católico La Reconquista que defendió con toda intrepidez, en medio de cien borrascas, los intereses católicos.

Fue en este tiempo Presidente Regional de la A. C. J. M. y su palabra enérgica y candente vibraba con frecuencia para arengar a los católicos, ya en las juntas de sus compañeros, ya en las reuniones o fiestas públicas. Su labor fue entonces conocida y apreciada por todos, amigos y enemigos, y sin ápice de respeto humano, ostentando en la solapa de su saco su querido distintivo de la A. C. J. M., entraba diariamente al Palacio de Gobierno al desempeño de su trabajo. Se daba el caso de que allí, a su mismo escritorio en Palacio, le llevaran las pruebas de su valeroso semanario, al cual nunca los tiranos pudieron hacer callar, ni con amenazas, ni con promesas o halagos (ya se dijo antes cómo, por esta causa, Dionisio Eduardo fue depuesto de su empleo y arrojado a la calle por el entonces Gobernador de Colima Solórzano Béjar; lo cual no amilanó su espíritu, pues su constancia en el apostolado fue inquebrantable).

EN LA ESCUELA OFICIAL PREPARATORIA DE GUADALAJARA

La tenaz conducta de aquel luchador católico no pudo ser soportada por la tiranía, y así un día -el 1° de octubre de 1925-, cuando nuestro joven salía al mediodía de su trabajo, fue puesto en prisión, como ya se ha dicho, mas a pesar de haber recibido su libertad, tuvo necesidad Dionisio Eduardo de abandonar temporalmente Colima porque se tramaba su asesinato.

Ya por aquel entonces su hermano Enrique de Jesús había terminado sus estudios del Seminario y recibido las Sagradas Ordenes del Sacerdocio y, por tanto, los trabajos de Dionisio Eduardo no eran completamente indispensables para el sostenimiento de la familia. Debido a ello pudo pasar a la ciudad de Guadalajara y retomar al estudio, ingresando a la Preparatoria Oficial.

Llevando una vida algo más limitada que la ordinaria de los estudiantes, pasó Ochoa los quince meses que permaneció en la Perla Tapatía, mas en esos quince meses supo granjearse la estimación y afecto de los Maestros y compañeros, por su muy notable aprovechamiento y valor civil. Fuele preciso presentar examen desde sexto año de instrucción primaria, porque el entonces Director de Instrucción Pública en Colima, no obstante que en tiempos anteriores a la Revolución había sido profesor en el Colegio San Luis Gonzaga y maestro suyo, atendiendo a lo que Dionisio era por aquellos días, se negó a extenderle certificado alguno; mas esto fue ventaja en cierta manera, pues no encontrando apoyo ninguno, fue más enérgica su dedicación y más patente su aprovechamiento.

Cuando por última vez salía de la Escuela Oficial tapatía, en diciembre de 1926, para volver a Colima a pasar sus vacaciones de Navidad, llevaba ya presentadas casi todas las materias de la Preparatoria, a título de suficiencia.

SECRETARIO GENERAL DE LA SOCIEDAD DE ALUMNOS
EN LA PREPARATORIA OFICIAL DE GUADALAjARA, JAL.

Dentro de los muros de la Preparatoria Oficial, Dionisio Eduardo Ochoa luchó virilmente en la Sociedad de Estudiantes, en contra de las tendencias socialistas y anticristianas.

- Lo que usted tiene, es que es reaccionario -se le dijo en una de las Asambleas generales.
- Aceptamos el título de reaccionarios -replica Ochoa con energía y decisión, refiriéndose a él y a sus compañeros que con él sentían, sin atreverse a romper abiertamente con los adversarios-, si por él se entiende el que seamos católicos; porque lo somos, así como lo es la casi totalidad de los aquí presentes; mas nosotros sabemos ser hombres y defender nuestras convicciones y vosotros -dice a los adversarios- sois unos cobardes, traidores a vuestras creencias, que habiendo profesado la religión de Cristo, hoy no tenéis el valor de confesarla y os dais el estúpido lujo de seguir doctrinas contrarias.

Aquello fue una bomba explosiva de virilidad y entusiasmo; la gran mayoría de los muchachos aplaudía a Ochoa y le manifestaba su adhesión, ya que la casi totalidad de la Preparatoria Oficial, como sucede en todas partes, estaba compuesta de creyentes, faltos sólo de iniciativa y valor civil para enfrentarse a los estúpidos, como les llamaba Ochoa, y que necesitan de quien los acaudille y señale el derrotero. La actitud de nuestro joven fue el triunfo inmediato, porque una vez abierta la brecha, todos se sintieron hábiles para lanzar acusaciones en contra de los estudiantes del Partido estudiantil socialista. Eran entonces los primeros días del mes de octubre de 1926 y se celebraba la asamblea anual del estudiantado para elegir a los nuevos Directivos de la Sociedad de Alumnos, la cual, en su hostilidad hacia las creencias católicas, llegaba al rojo vivo, en esos años del gobierno de Calles.

- Yo propongo -dice Dionisio Eduardo Ochoa- que se elija como Secretario General, a un compañero que sepa gobernar para todos y que se comprometa a respetar las creencias del estudiantado. No hay razón ni derecho para que se nos siga vituperando. Si tanto se ha hablado de democracia y de los derechos del pueblo, con mayor razón, dentro de una sociedad de estudiantes, tienen que respetarse los sentimientos y las creencias de los alumnos. Necesitamos a un compañero que sea leal al estudiantado y que sea hombre y no se deje mangonear por la facción de los que, como he dicho, se dan el estúpido lujo de ser renegados y de estar afiliados a la Masonería, queriendo gobernar ellos -que son una minoría-, a su modo y a sus conveniencias, a todo el alumnado.

Y entre aplausos y vivas demostraciones de adhesión, Dionisio Eduardo Ochoa fue electo, en aclamación casi unánime, Secretario General de la Sociedad de Alumnos de la Escuela Preparatoria Oficial de Guadalajara. El grupo de los contrarios, no tuvo más, que, ahogándose en su rabia, soportar la derrota.

Se echó por tierra el periódico socialista, órgano de los estudiantes preparatorianos, y Dionisio Eduardo fue el director de uno nuevo, correcto y decente, órgano también de la Sociedad Estudiantil, el cual, por desgracia, tuvo corta vida.

SU VIDA CRISTIANA

En lo particular, Dionisio Eduardo, en su vida de estudiante tapatío, acrisoló su vida de unión con Cristo. El sabía que la fuente de la gracia para ser leal y viril y alegre en la vida, con la alegría de los hijos de Dios, se tiene en la Eucaristía; y así todas las mañanas, oía la Santa Misa y, con recogimiento y unción, recibía la Santa Comunión. Siempre que por alguna circunstancia no había ningún impedimento, se presentaba en la sacristía, momentos antes de principiar el acto religioso, besaba la mano del Sacerdote y se ofrecía a ayudar la Misa. La práctica de la Comunión diaria, aunque ya venía de más lejos, había sido uno de sus propósitos que dejó escritos, entre otros, en los últimos Ejercicios Espirituales que hizo en Colima en la Pascua de 1925.

Ingresó a la Congregación Mariana de Jóvenes establecida allí en Guadalajara en el Templo de San Felipe, contiguo a su Escuela Preparatoria y, para todos sus amigos, fue el jovial y leal compañero: a muchos de ellos llevó a la Congregación Mariana y a la Comunión frecuente; les aconsejaba con frecuencia y reprendía sus errores.

A su hermano el Padre don Enrique de Jesús trataba con mucho afecto y respeto: le miraba con cariño de verdadero amigo a quien confiaba fraternalmente sus problemas y penas, al par que con respeto, más aún, con docilidad de hijo.

En cierta ocasión su hermano el Padre don Enrique de Jesús, apenado al verlo entre tantos peligros morales, le escribió desde Colima una larga carta haciéndole algunas recomendaciones y advertencias. Dionisio Eduardo contestó en seguida:

Querido hermano: Recibí tu filípica ... No tienes por qué mortificarte muchote: cuando trabajé en ésa, en el Gobierno, ¿estaba entre santos? Así como con la ayuda de Dios no cambié allá, así espero no cambiar aquí.

EL ENTONCES ASISTENTE ECLESIASTICO DE LA A. C. J. M.

El Padre don Enrique de Jesús Ochoa, el hermano de Dionisio Eduardo, hacía ya como tres años que era el Asistente Eclesiástico de la A. C. J. M. De aquí que, precisamente por esta circunstancia, era él, por aquellos días, el Sacerdote colimense que estaba más en contacto con el pueblo que abierta y decididamente luchaba por abatir la fuerza de la persecución sectaria y obtener la libertad religiosa, ya que, como se ha dicho en páginas anteriores, la organización providencial que en este tiempo surgió para encauzar la defensa, era la Liga Nacional de la Libertad Religiosa, cuyos dirigentes nacionales se encontraban en la ciudad de México, a la cual los muchachos de la A. C. J. M., no sólo por el propio empuje y ardor de sus almas, sino por disposición oficial de su Comité Nacional, tuvieron que pertenecer. Y no únicamente pertenecieron, como perteneció el pueblo en general -niños y ancianos, damas de la aristocracia y mujeres de la más humilde condición, la juventud femenina, al igual que la masculina-, sino que fueron, casi en todas partes, con muy pocas excepciones, los jefes de primera línea que acaudillaron y organizaron a los demás, poniendo ejemplo luminoso de valentía, decisión, firmeza de fe y grandeza de espíritu.

En el Estado de Colima, como se ha dicho, es cierto que el jefe de la Liga era. el señor don Teófilo Pizano, meritísimo y culto caballero que con grande entereza, abnegación y tino desempeñó su cometido; pero el jefe local, sobre cuyos hombros cargaba la organización y todo el trabajo de los colimenses de la ciudad: impresión de propaganda, distribución de ella burlando toda la vigilancia y el poderío de la desenfrenada máquina revolucionaria, organización aun de los actos religiosos de los templos que encabezaban distinguidas señoritas de la ciudad, protestas, manifestaciones, etc., etc., fue siempre un joven de la A. C. J. M.

En esos días, que eran los de mayor trabajo y en que se requirió más esfuerzo y se vivió bajo mayores peligros, esta Jefatura Local estaba a cargo del joven acejotaemero Antonio C. Vargas de apenas 20 años de edad, a quien sus demás compañeros de A. C. J. M. secundaban con valentía festiva y jovial decisión.

EL NEXO PROVIDENCIAL

Y Dionisio Eduardo Ochoa, no obstante que hacía 14 meses que se encontraba en la Perla Tapatía, no por eso había perdido el contacto con Colima, sino que, antes bien, había sido el providencial nexo entre los luchadores acejotaemeros colimenses y los luchadores tapatíos, para estrechar más los lazos de mutua cooperación en los planes que se organizaban.

De esta suerte, Dionisio Eduardo Ochoa, en cada una de sus visitas a Colima, traía verbalmente noticias y orientaciones a los colimenses con las cuales se enardecía más su ánimo y se encauzaba mejor su actividad. Perfectamente se comprendía por todos que el triunfo en contra de los enemigos de la Iglesia y de la Patria y la salvación de las esencias de ésta, no tendría que ser fruto solamente del esfuerzo del pueblo católico, sino de su unión y disciplina, en cuanto a factores humanos.
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