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LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

Spectator

LIBRO SEGUNDO
La alborada del movimiento cristero
Capítulo segundo

¡Dios lo quiere!



LA PRIMERA NOTICIA EN COLIMA DEL MOVIMIENTO ARMADO

Una noche, a mediados de ese octubre de 1926 -era el martes 19-, Dionisio Eduardo Ochoa llegó a su casa de Colima, sin ser esperado. Iba por dos o tres días, a visitar su patria chica, estar entre sus amigos y dar un abrazo a los suyos. En esta ocasión llevaba, entre las noticias del movimiento católico de resistencia, la siguiente que no podía comunicarse sino con serias reservas:

No vamos a tener más recurso que tomar las armas contra Calles y los suyos y que el pueblo defienda sus derechos. ¡Dios lo quiere!
- ¿Tomar las.armas? -replicó su hermano el Padre.
- Sí -dijo Dionisio Eduardo-. No hay otro recurso que valga. Calles está apoyado por la Masonería mundial. En el respaldo extranjero tiene su fuerza; pero contra todo un pueblo organizado y contando con Dios, como contamos, porque no en balde se apareció la Virgen en el Tepeyac, Calles no podrá, más aún que, de su mismo ejército, son muchos los que están de parte del pueblo católico. ¡Dios lo quiere y basta! Estamos en los días de Pedro el Ermitaño.
- Bueno. ¿ Y cuándo y cómo puede esto llevarse a cabo?
- Yo sé que ya se está haciendo propaganda en toda la República. Ya salieron algunos de los muchachos a recorrer varios de los Estados. Todo está en prepararse y obrar decididamente.
- ¿Y armas?
- Ayudando Dios, todo se tendrá y nada faltará: los que tengan dinero, que ayuden con dinero; los que no lo tenemos, con nuestras propias personas. Dios proveerá, y ¡a darle!
- Se va a tropezar con una dificultad que es muy seria: el pueblo católico necesita saber bien que es lícito recurrir a las armas.
- Yo sé que se llevó el caso a Roma para que lo estudien los más grandes y distinguidos teólogos de las Universidades Romanas. Ya ellos están de acuerdo, así como también están de acuerdo los señores Obispos del Comité Episcopal, en que, en el caso nuestro, ya que pesa sobre México una tiranía persistente que está destrozando los fundamentos de la sociedad y ya que no han valido ni podrán valer los medios legales ni la resistencia simplemente pasiva, llegó el momento en que no sólo es lícito sino obligatorio el recurrir al único medio que resta: la fuerza armada. Los opresores, los tiranos, los rebeldes son ellos. Nosotros somos los que nos defendemos y tenemos obligación de defendernos.
- Sí, está bien: eso lo sabes tú, lo sé yo, lo entendemos unos cuantos; pero todo el pueblo necesita entenderlo.
- Yo no sé cómo tendrá que ser. La Liga Defensora de la Libertad Religiosa se tendrá que encargar de ello. Ya vendrá la hora en que esta propagandá principie.
- Oye, pero los demás señores Obispos, los que no son del Comité Episcopal, no conocen esta noticia.
- ¿Y por qué crees que los demás señores Obispos nada saben sobre el particular?
- Porque aquí en Colima, en la Sagrada Mitra, nada se ha recibido al respecto.
- Pues yo creo que, a su tiempo, tendrá que informárseles de todo.
- ¿No te parecería conveniente poner al tanto de esto, ya desde ahora, aquí en Colma, al Sr. Uribe?
- Si tú crees útil comunicárselo, comunícaselo. Entiendo que no hay inconveniente.

SERA COSA TREMENDA

Y en la casita humilde, habitación d~l Señor Pro-Vicario General de la Diócesis, Cango. don Luis T. Uribe; situada en la que hoy es calle Obregón -en esos días Fray Pedro de Gante-, número 107, estuvo a la mañana siguiente el Padre Pro-Secretario don Enrique de Jesús Ochoa.

- Señor Uribe -le dijo después de saludarlo-; aquí está Diónisio mi hermano; llegó anoche.
- Y ¿qué cuenta de nuevo? ¿Qué se sabe en Guadalajara?
- Señor, lo que ya sabemos nosotros, lo que tenemos en el corazón, es lo mismo que sienten los tapatíos: los perseguidores no cejarán; hay consigna infernal de destruir la fe, de acabar con la Iglesia Católica en México. Aferrados a su propósito de luchar contra Cristo, apretarán cada vez más y más, y cada día se cometerán más crueldades y más abusos. Las protestas, las manifestaciones, las peticiones no han hecho otra cosa que excitar su furia. Como fieras acosadas tienen que continuar su obra siniestra. Dionisio dice que ya está probado hasta la evidencia que todos los medios pacíficos son inútiles; que no resta sino el repeler la fuerza con la fuerza, contra el injusto agresor.
- Pero ¿cómo?
- Tomando las armas contra ellos.
- ¿Las armas ...?

Y el anciano Sacerdote quedó perplejo por un momento, luego con un ¡Ah ...! largo, pausado y doliente, continuó:

- ¡Eso será tremendo!
- Pués sí.
- Sí, compañero, va a ser mucho más tremendo de lo que a primera vista parece. Lo siento, lo siento mucho. Siento que tenga que llegarse hasta esos extremos. Yo no digo que sea ilícito, ni tampoco digo que no sea necesario. Si de otra manera no es posible, claro que se tiene derecho a este recurso supremo; pero lo .siento, lo siento mucho ...

Y sus ojos, sombreados por sus gruesas y pobladas cejas, inmóviles, parecían estar viendo el porvenir.

- Mire, compañero -continuó con voz firme, grave, como de verdadero vidente-: los que van a tomar las armas, los que van a sacrificarse, serán nuestros mejores muchachos -así textualmente habló-, nuestros católicos más leales y ... ya verá cómo se quedarán solos. Los ricos de las ciudades no les ayudarán para que puedan proveerse de armamento. Los enemigos se van a echar sobre ellos con toda la fuerza militar disponible y ... muchos de los católicos, simplemente por conveniencia, se van a convertir en enemigos de ellos y ... Dios no lo quiera; pero aun muchos de los Sacerdotes van a ser de los que estén en su contra ... Ellos van a sacrificarse, van a entregarse a la muerte, van a ser víctimas ...

Un momento de silencio siguió a aquella profecía. Después añadió el anciano:

- Mire, compañero, tenemos que orar mucho, tenemos que orar mucho.

CAMPAÑA DE ORACION

Siguiendo la amonestación del Ilmo. Sr. Pro-Vicario General de la Diócesis don Luis Tiburcio Uribe, se principió a intensificar el supremo medio de la oración. Se oraba, se oraba mucho. Allí mismo, en la casa del Padre Asistente Eclesiástico de la A. C. J. M., no obstante las graves amenazas en que se vivía, se tuvieron algunas vigilias de la Adoración Nocturna, entre ellas, la de Navidad. El que esto escribe recuerda entre aquellos jóvenes adoradores pertenecientes a la A. C. J. M. a los siguientes: Dionisio Eduardo Ochoa, Marcos V. Torres, J. Trinidad Castro, Martín Zamora, José Verduzco Bejarano, Miguel Anguiano Márquez, Antonio C. Vargas, Tomás de la Mora. Esta casa humilde, propiedad del Padre don Enrique de Jesús y de su hermapo Dionisio Eduardo -herencia de sus mayores-, cuna en Colima, de la Epopeya Cristera, estaba marcada en aquella fecha, así como está marcada, hoy, con el N° 171 de la entonces calle República, hoy calle Venustiano Carranza.

Con el fin de preparar los corazones, la Jefatura local de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa imprimió clandestinamente y repartió con profusión el siguiente volante que reproducimos:

La noche de la Acción de Gracias y el Día de Oración ferviente y filial confianza.

Está por terminar el presente año de 1926, año de amarguras y lágrimas cual ninguno había transcurrido en la vida de la Patria; pero año también en que la mano de la Providencia nos ha defendido cual nunca: Se trató de hacer apostatar a nuestros Sacerdotes, de hacerlos cismáticos, de apartarlos de la obediencia de la Iglesia; mas ellos no traicionaron a su Cristo, no renegaron de la obediencia al Papa, prefirieron todo, aun quedar en la miseria y ser perseguidos. ¡Cuántos motivos de acción de gracias!

Después se pretendió arrancar al pueblo mexicano de su fe y costumbres santas y, por la fuerza bruta, se quiere hacer morir la Religión. Y ¿qué ha pasado? El pueblo mexicano ha preferido ser pueblo mártir, a ser pueblo traidor, y su fe se ha robustecido y su unión se ha fortalecido y no presenta sino un solo escuadrón: codo a codo sus soldados resisten al enemigo y obedecen a una sola voz, y tienen un solo ideal: Dios, y un solo grito de resistencia: ¡Viva Cristo Rey! y, a pesar de sus casi nulos medios de defensa, ha resistido con tanta heroicidad que ha merecido el aplauso del mundo, del Papa y de Dios. ¡Cuánto hay que agradecer!

Es cierto que ha habido traiciones a granel; pero también es cierto que en muchos la fe se ha agigantado. Es cierto que México ha tenido muy negras amarguras; pero también la gloria inmensa de ya muchos mártires que en nuestros días han muerto derramando perdón para los verdugos y con nuestro precioso grito de lucha en los labios: ¡Viva Cristo Rey! Hoy, más que nunca, el día último del año será día de ferviente oración y acción de gracias.

Y, el día primero, será día de grande oración y filial confianza en la Providencia. Que pase pronto el invierno para México y venga el feliz día de la primavera; que se enjuguen nuestras lágrimas y vengan ya las santas alegrías del corazón; que se rompan las cadenas de esta esclavitud y aparezca, sonriente, el día de la libertad. El Divino Niño que a la tierra descendió del cielo por traernos verdadera libertad, dé a la Patria enlutada un año de dicha y felicidad, un año de santa libertad, un feliz año nuevo!

Con este doble fin, de dar gracias a Dios por lo recibido, en especial por la resistencia heroica del pueblo mexicano contra la cual se ha estrellado la furia de los perseguidores y pidiendo un año de libertad y dicha, respectivamente, habrá en la Santa Iglesia Catedral, los días último del año y 1° del siguiente, a las 8 de la noche, solemnísima Hora Santa.

Y el pueblo supo responder y se oró y se hizo penitencia con fervor inmenso.

LA NOCHE DEL AÑO NUEVO

El año nuevo -1° de enero de 1927- fue esperado en oración al pie del pequeño sagrario, allí en aquel mismo domicilio de la calle República a que nos venimos refiriendo, por el Padre don Enrique de Jesús Ochoa, su hermano Dionisio y algunos otros muchachos de la A. C. J. M.

Se sabía, con seguridad, que grandes acontecimientos de tremenda trascendencia estaban ya a las puertas y que ellos -los que oraban- tendrían en aquellos sucesos parte principalísima. Sin embargo, parece que, en aquellos momentos, ninguno veía claro la participación que en el conflicto armado tomaría. Ni el mismo Dionisio Eduardo Ochoa que al salir de Guadalajara, pocos días hacía, con motivo de sus vacaciones de Navidad, traía la consigna de ayudar a los colimenses a organizar el Movimiento Armado, sabía que era el destinado por Dios para ser el protagonista de la epopeya cristera en tierras de Colima. ¡Qué sabía él de hazañas guerreras de montaña! ¡Qué sabía él de correrías bélicas! El iba a ayudar -pensaba- en todo -lo que fuera necesario, en todo' lo que se le ocupara, en todo lo que se pudiera, principalmente en imprimir a la Cruzada el espíritu genuinamente cristiano que era menester llevara.

En verdad, se había pensado en otros jefes militares que ya en épocas anteriores hubiesen sido guerrilleros; se había pensado en Tranquilino Corona, de Cihuatlán; en Juan Flores, de Zapotitlán, y en el Dr. Miguel Galindo, de esta ciudad de Colima.

Parece que el médico Galindo -sin que el que esto escribe pueda con toda seguridad afirmarlo, ni sea posible confirmarlo- estaba ya en el secreto. Así lo dedujo, casi sin temor de equivocarse, de muchas conversaciones oídas, de muchos cabitos sueltos reunidos y atados; pero el doctor Galindo no estaba en Colima en esos días: había salido a la ciudad de México. De aquí que, lo único que los muchachos veían con seguridad, con rasgos definidos, en el cielo de su vida, era la cruz de luz que en el cielo de Japón vieron Felipe de Jesús y sus compañeros cuando el galeón que los conducía era arrastrado hacia allá por la tempestad; cruz de luz que significaría triunfo, triunfo espléndido, pero a costa de ofrendarse como víctimas.

LISTOS COMO BALAS

La razón de tal perplejidad en estas cosas y de que ni los mismos muchachos que fueron los protagonistas supieran a ciencia cierta cómo se habrían de desarrollar los acontecimientos, era que no sólo existía la Liga Defensora de la Libertad Religiosa que en todo el territorio nacional organizaba y dirigía el magno y cOmplicadísimo movimiento de defensa, sino que, principalmente en el occidente, sobre todo en Michoacán y Jalisco, pero con ramificaciones en Colima, existía una organización secreta conocida con el nombre de la U, que al terminar el movimiento desapareció. Ambos organismos, por lo general, se completaban y marchaban de acuerdo y se obtenía una maravillosa unidad, sobre todo si una y otra jefatura -la de Liga y la de U- eran llevadas por una misma persona o un mismo comité, pero muchas veces no fue así y resultaron, desgraciadamente, como era inevitable, fricciones y resquebrajaduras que todo el movimiento resintió y que los mismos católicos que luchaban lamentaban, sin saber explicarse tales cosas. En Colima pertenecieron a la U algunos prominentes señores de los Caballeros de Colón; pero la A. C. J. M., casi en su totalidad, aun con su Asistente Eclesiástico, quedó al margen. ¡Quién se iba a fiar, humanamente, de los muchachos! Pero lo que ante el mundo nada vale es -lo decía ya Pablo de Tarso- lo que el Señor elige para sus grandes designios. Por eso aquí en Colima nuestros muchachos acejotaemeros sólo sabía'n lo que iba a suceder; solamente sabían que habrían de cooperar y únicamente esperaban instrucciones. Para el trabajo, para la aventura, para la lucha y el sacrificio estaban como balas, listos para dejarse ir en la dirección que se les indicase.

LLAMAS DE EXPECTACION

Y amaneció el Año Nuevo 1927, el año de la Epopeya Cristera que llevó a México a cumplir su misión de abanderado y apóstol de la Realeza de Cristo, irguiéndose, enmedio de los pueblos neopaganos del presente, pobre y sin respaldo ninguno humano, azotado en pleno rostro y sangrando su pecho; pero con la hidalguía de los héroes y de los santos, para enseñar al mundo cuál es la ruta que se ha de seguir y cómo se debe luchar y cómo se debe sufrir, cuando se trata de salvar los intereses de Cristo y las esencias de las patrias que nacieron bajo la Cruz.

Los muchachos de la A. C. J. M., y cuantos estaban en el secreto, ardían en llamas de expectación. Se sabía, a ciencia cierta, que de un momento a otro principiaría el movimiento armado. Hay necesidad de recurrir a las armas -había dicho Dionisio Eduardo Ochoa días antes, comunicando instrucciones de la Liga Defensora de la Libertad Religiosa-, estamos como en los tiempos de Pedro el Ermitaño. Los últimos preparativos se están haciendo. De un momento a otro recibiremos instrucciones; hay que estar dispuestos y preparados a lo que se nos indique: ¡Dios 10 quiere!

LA TREMENDA MISIVA

El día 2 de enero, en aquel año, fue domingo. En relativa calma pasó el día; pero por el tren de esa tarde, arribó de Guadalajara una jovencita a quien nadie esperó en la estación del ferrocarril, porque no se anunció: era Lupe Guerrero, originaria del pueblo de San Jerónimo, Col., que había radicado algún tiempo en la ciudad de Colima, a quien los muchachos de la A. C. J. M. conocían muy bien; pues se había destacado, durante los últimos meses, en la lucha por la libertad, por su espíritu de sacrificio y laboriosidad, al par que por su discreción y su don de organización. Venía con la misiva más trascendental que pudiera, en aquellas circunstancias, darse: el traer a Dionisio Eduardo Ochoa y a Rafael G. Sánchez, que en esos días estaban en Colima con motivo de las vacaciones de Navidad, la consigna de los jefes del Movimiento, de organizar de inmediato la lucha armada, a fin de que el 5 de ese mes -el miércoles de esa misma semana- los reclutas de la nueva Cruzada iniciaran sus actividades bélicas.

El primero a quien encontró, fue a Rafael G. Sánchez. A Dionisio Eduardo Ochoa lo localizó más tarde, frente a la casa de José N. Pérez, también de la A. C. J. M., al costado oriente del jardín de San José. Y allí, sobre una de las bancas del jardín, le fueron comunicadas las tremendas novedades: René Capistrán Garza -el que había sido primer presidente nacional de la A. C. J. M., y a cuyo solo nombre la juventud toda del México católico de aquellos días vibraba, porque era como su bandera- sería el jefe del movimiento armado. La proclama a la nación, firmada por él, llevaba la fecha del 10 de enero o sea del día anterior. De ésta, los jefes de Guadalajara mandaban un ejemplar para que en Colima se reprodujera con profusión y se repartiese antes del 5 de ese mismo enero, día en que ellos -Dionisio Eduardo Ochoa y Rafael G. Sánchez- deberían tener organizado el movimiento cristero y presentar, si fuese posible, su primera acción bélica.

A la sombra de los arbustos del jardín, la jovencita Guerrero y los dos muchachos conversaron. A media voz, Lupe Guerrero, inteligente y discreta, fue elocuente, pero breve y lacónica cuanto posible era.

Del jardín, volvió Dionisio Eduardo Ochoa, en compañía de Rafael G. Sánchez a su propia casa. La noche estaba ya entrada. Allí participaron al Padre Don Enrique de Jesús Ochoa aquellas tremendas novedades. Se cambiaron impresiones durante largo rato, hasta ya muy avanzada la noche.

Entre la propaganda que Lupe Guerrero trajo a Colima -decíamos- estaba la Proclama del Movimiento, firmada por René Capistrán Garza, campeón de la libertad en aquellos días gloriosos y hoy claudicante de sus excelsos ideales por los cuales tan gallardamente había luchado.

La proclama, que encarna una época y el espíritu de una juventud y de un pueblo hela aquí:

LA PROCLAMA DEL MOVIMIENTO

A LA NACIÓN

El régimen actual que oprime a la nación mexicana, manteniéndola humillada bajo la férula de un grupo de hombres sin conciencia y sin honor, está sustentado sobre principios destructores y subversivos de una política que pretende convertir a la patria en un campo de brutal explotación, y a los ciudadanos en un conglomerado sujeto a la esclavitud.

Destrucción de la libertad religiosa, política, de enseñanza, de trabajo, de prensa, negación de Dios y creación de una juventud atea; destrucción de la propiedad privada por medio del despojo, socialización de las fuerzas del país; ruina del obrero libre por medio de organizaciones radicales, despilfarro de los bienes públicos y saqueo de los bienes privados; desconocimiento de las obligaciones internacionales; tal es, en substancia, el monstruoso programa del régimen actual. En una palabra, la destrucción deliberada y sistemática de la nacionalidad mexicana, aniquilando su ser en el interior y concitando el odio en el extranjero. El dominio implacable de un régimen de bandoleros armados sobre una población inerme, honrada y patriótica; la negación total y cínica de todos los derechos ajenos, en todos los órdenes, políticos, cívicos, morales y religiosos; una esclavitud férrea impuesta mediante las armas y el terror de los tiranos, a quienes es preciso destruir por medio del terror y de las armas.

El santo derecho de defensa, he ahí toda la base moral de este movimiento armado. A ese derecho inalienable, se adhiere fuertemente la conciencia nacional. La necesidad de destruir para siempre los viciosos regímenes de facción para crear un gobierno nacional; la aspiración incontenible de abolir las prerrogativas de la fuerza, con la fuerza irresistible del derecho: he ahí toda la razón de ser de este movimiento que es el impulso popular hecho realidad viva.

México está en el deber de salvarse de sus tiranos y para eso necesita destruirlos.

No es una revolución, es un movimiento coordinador de todas las fuerzas vivas de todo el país. No es una rebelión, es una enérgica e incontenible represión, contra los verdaderos rebeldes que, desafiando la voluntad popular, están ejerciendo arbitrariamente el poder. La rebelión está ahí, en el llamado gobierno, que, contra la misión propia de los verdaderos gobiernos, está destruyendo el bien común; la rebelión está en la justicia negada, en la libertad destruida, en el derecho atropellado, y es tanto más inicua, esa rebelión contra la sociedad y la patria, cuanto que, para legitimarla, se usurpan las augustas funciones de la autoridad pública.

El pueblo de México quiere rehacer definitivamente su nación; quiere recoger el cuerpo desgarrado y palpitante de su patria, reanimándolo con la savia generosa y fecunda de una nueva administración, que circule por todas las arterias del organismo social.

México está sojuzgado; pero vive, y alienta, en medio de una ardiente voluntad. Los tiranos van a saber, por primera vez en su vida, lo que es, lo que vale un pueblo que defiende su libertad y que por ella sabe luchar y morir. No queremos privilegios para nadie; queremos justicia para tódos.

Libertad y garantías dentro de la libertad. He ahí el programa.

En ese principio está encerrado nuestro amplio y completo programa, el cual se publica por separado y cuyos puntos van a continuación.

¡La hora de la lucha ha sonado!

¡La hora de la victoria pertenece a Dios!

Rene Capistrán Garza

EL TELEGRAMA ESPERADO

A la mañana siguiente -lunes 3 de enero-- muy temprano, se presentó en la casa de Dionisio Eduardo Ochoa y del Padre su hermano, Antonio C. Vargas, el joven acejotaemero jefe de la Liga Defensora de la Libertad Religiosa de quien, en páginas anteriores, se ha hecho mención. Iba festivo, creyendo ser él el que iba a dar la primera noticia de la inminente fecha del movimiento armado, llevando en sus manos el telegrama anunciador, desde hacía tiempo esperado. En clave decía que el 5 de ese mismo mes había necesidad de iniciar el movimiento armado y que era urgentísimo que Colima se presentase en ese día en pie de lucha, para que los de Jalisco y otras entidades no fúesen a quedar solos.

En esos días de febril agitación, fue aquella casa -la de la calle República Núm. 171-, verdadera jefatura de la cruzada, la hoguera de tos santos incendios. Allí estuvo Jesús Sacramentado en ese triduo angustioso, al pie de cuyo Sagrario se oraba con fervor y grandeza de alma jamás tenidos.

La máquina de escribir trabajó en aquella mañana del lunes 3, con rápido martilleo, haciendo copias de la Proclama del movimiento y cartas diversas. Cuando estuvieron hechas, salieron tres propios, tres muchachos de la A. C. J. M., escogidos de entre los que se juzgaron más a propósito: José Verduzco Bejarano, joven estudiante, quien salió, a pie, a Zapotitlán, Jal., para entrevistar a Don Juan Flores -el indio de Santa Elena-, a quien llevaba no sólo propaganda e instrucciones, sino su nombramiento de jefe local del movimiento en aquella su región, firmado por Dionisio Eduardo Ochoa y Rafael G. Sánchez, delegados en Colima para organizar el movimiento bélico. Otro enviado -Aarón Montaño-- fue a Manzanillo, llevando, de semejante manera, el nombramiento, con sus respectivas instrucciones y propaganda, para Tranquilino Corona, de Cihuatlán, Jal., y el tercer enviado -J. Jesús González Torres- marchó a Cerro Grande.

En Cerro Grande, apenas un año hacía, había habido un brote bélico en contra del gobierno de Solórzano Béjar, brote que había dado buen problema al gobierno del Estado cuya gendarmería, al mando de su comandante J. Jesús Alcocer, había sido, en varias ocasiones, duramente escarmentada. Por aquellos días aquel brote se había apagado; pero Dionisio Eduardo Ochoa tenía esperanzas de que su jefe, al verse respaldado por un movimiento nacional, se pusiese de nuevo en pie de lucha. Sin embargo, nada se obtuvo. Más aún, estos dos últimos enviados, Aarón Montaño y Jesús González Torres, ni siquiera volvieron a dar parte de su cometido y nada se supo durante todo el tiempo de la epopeya Cristera, con relación al resultado de su comisión; pues encontraron dificultades serias que no pudieron solucionar. En cambio Verduzco Bejarano -muchacho de unos 19 años de edad en esos días- regresó al día siguiente, cumplida satisfactoriamente su comisión. Con un abrazo de felicitación fue recibido por el éxito que alcanzó: Zapotitlán, Jal., sabría responder.

Los tres jóvenes -Dionisio Eduardo Ochoa, Rafael G. Sánchez y Antonio C. Vargas-, a los cuales se unió -en ese mismo día, en el secreto y en la actividad- José Ray Navarro, quien iba a quedar en la ciudad como representante de los beligerantes para todo lo que fuese menester, trabajaron todo el día 3 de enero con dinamismo febril. Todo observador habría notado a las claras que acontecía algo grave y extraordinario y los vecinos, sobre todo los esposos Blake, lo vieron a las claras. Algo grave traen los muchachos ~ se dijeron, y quiso la señora de Blake investigarlo en la misma casa de ellos.

La bondadosa y heroica tía de Dionisio Eduardo Ochoa y del Padre, que hacía para ellos el oficio de madre, aunque estaba en el secreto, pues era necesario, no comprendía toda la magnitud de la empresa.

- ¿Qué hay? -preguntó Lorenza, la esposa de Blake, sintiéndose con derecho a saber lo que pasaba, por la confianza y el cariño con que trataba a los Ochoa y a la tía, fruto de más de 20 años de ser vecinos.
- ¡Cosas de ellos! -contestó la Tía Poli, encubriendo lo que ella sabía-; pero no creo que haya nada grave.

En realidad, ella no había comprendido todo el fondo de aquel drama que se iniciaba. Y así no lloró tanto, como lloró más tarde, en otras ocasiones. Ella misma confesaba después que no entendió por aquellos días lo tremendo de aquel problema.
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