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LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

Spectator

LIBRO CUARTO
Los días de mayores penalidades
(Del 27 de abril, a los primeros días del mes de agosto de 1927)
Capítulo octavo

Sin parque. Victorias inreibles. Las jupias. Hambre y frío.



LA FIESTA DE MARIA AUXILIADORA

Dos días más tarde era la fiesta de María Auxiliadora: aquel día debía ser especialmente grande para los libertadores, quienes tuvieron función religiosa y recibieron todos en ella a su Capitán y Rey Supremo, que en el Sacramento de la Eucaristía les infundía consuelo y vida. El padre Don Enrique de Jesús Ochoa -su capellán- les predicó de la Virgen María, Auxilio y Madre de los cristianos perseguidos; les habló de la sublimidad cristiana del dolor, de la grandeza del cielo.

Aquellas almas quedaron un tanto consoladas; la palabra divina había sido gota de miel y bálsamo para los corazones y, aunque a continuación siguió la prueba, ésta se soportó con fortaleza y grande fe.

No se terminaba aún la acción de gracias después de la Misa, cuando he aquí que se presenta un enviado anunciando que, procedente de Colima, se acercaba el enemigo por el lado sur.

La orden del coronel Antonio C. Vargas resonó al momento ordenando la salida; los caballos fueron ensillados y, aunque casi no se tenía parque, en el nombre de Dios y confiando en El, se salió al encuentro del enemigo en precipitada marcha de casi un no interrumpido galope, para llegar antes que él a la barranca de Alcececa y ganar posiciones. Nadie tenía miedo en aquel día.

Hoy es día de María Auxiliadora, decían, y nada podrá el enemigo contra nosotros.

Les acompañó, no sólo para infundirles aliento, sino porque lo creyó un deber, su Padre capellán.

COMBATE GLORIOSO:
VEINTE CONTRA QUINIENTOS

Entretanto las fuerzas callistas, en número como de quinientos soldados, peleaban en la ranchería de Huizome, Ja!., con el jefe libertador Marcelino Ramírez, que, al frente de unos veinte soldados cristeros, detuvo el avance del perseguidor, a quien hizo más de treinta bajas. Por parte de las fuerzas cristeras, no hubo ni un herido siquiera.

Rechazados los callistas descargaron su venganza contra la misma ranchería: sus habitantes tuvieron que huír a lQs barrancos y todas las casas fueron incendiadas.

QUINCE CONTRA QUINIENTOS

Al día siguiente, el enemigo se avistó por lados opuestos; los que por el lado sur iban de Colima y habían sido detenidos por las fuerzas cristeras de Marcelino Ramírez, tomaron el camino del Nevado para trepar por sus faldas y luego descender a Zapotitlán, Jal., por el oriente.

En las faldas occidentales del Nevado se encontraba el jefe libertador Ramón Cruz, quien, como no tenía sino únicamente carabinas de cacería, ya casi sin parque, vivía en aquellas faldas elevadas con el fin de no verse obligado a combatir con el enemigo a cada momento. Pero en aquella mañana el enemigo avanzaría por ahí y había que luchar, puesta la confianza en Dios. Se escogió el lugar a propósito y se esperó el momento oportuno.

Entretanto las filas enemigas, fuertes en cerca de quinientos hombres, subían. Tomaron el fondo de una pequeña barranquilla, cubierta por el espeso bosque, y, haciendo gran algarabía que se escuchaba a distancia, avanzaban sin cuidado. Los libertadores no pasaban de quince y ninguno de ellos contaba con más de ocho cartuchos: ¡Dios proveería!

En silencio, invocando al Señor Dios, que da el triunfo en las batallas según sus designios, seguÍan esperando ... El ruido se acercaba; luego, apareció la columna, a cincuenta metros de distancia. Siguieron esperando, y los soldados callistas avanzando y jactándose en voz alta de todas las iniquidades que habían cometido en Huizome, Jal., el día anterior, y gozando de antemano con lo que esperaban hacer en Zapotitlán, Jal.; pero la Mano de Dios estaba allí, marcando un límite y, cuando ya estuvieron a seis u ocho metros de distancia de los libertadores, resonó de improviso el ¡Viva Cristo Rey! de los cristeros, tan espantoso para los soldados de la persecución, en tanto que una descarga uniforme hacía caer por trerra a más de una docena de soldados callistas. A continuación, una segunda, y luego una tercera. La fuerza del combate duró breves minutos, y en ellos la sangre de los perseguidores corrió por el suelo, pues fueron más de sesenta los que perecieron.

Cuando los soldados cristeros de Ramón Cruz dispararon el último cartucho, escaparon por entre la espesura del bosque, completamente ilesos.

VICTORIA DE COPALA, JAL.

Entre tanto el Gral. callista Manuel Avila Camacho, a quien los libertadores habían derrotado en Santa Elena tres días antes, reforzado y rehecho, hacía una nueva tentativa por llegar a Zapotitlán, Jal., ahora por el camino de Copala, Jal., pueblecito que se encuentra al noroeste. Allí trabó combate con el capitán libertador Justo Díaz, quien, al frente de unos 20 soldados suyos, derrotó a las fuertes columnas enemigas, haciéndoles como veinte o veinticinco muertos. Por parte del capitán Díaz, sin novedad.

Con estas dos últimas derrotas infligidas a los callistas al mismo tiempo y en rumbos opuestos, decidieron éstos retroceder y desistieron, por lo pronto, de avanzar sobre el católico pueblo de Zapotitlán, Jal.

Las fuerzas de Jalisco retrocedieron a San Gabriel y Sayula, y las de Colima regresaron a su cuartel de procedencia, ambas duramente escarmentadas, pues entre muertos y heridos, sufrieron más de 300 bajas en los cinco combates que hubo que librar.

En cambio, por parte de los cristeros, casi sin elementos de guerra, no hubo sino los nueve muertos y el herido del grupo de Natividad Aguilar, en el combate del domingo 22, en Santa Elena.

FATAL ESCASEZ DE MUNICIONES

Mas los libertadores, en tanto, ya estaban materialmente desprovistos de elementos de guerra, y en esas condiciones no podían permanecer reunidos en Zapotitlán, Jal.; era menester diseminarse en pequeños grupos y permanecer ya aquí, ya allá, al uso del jefe cristero Ramón Cruz que habitaba en los bosques de las faldas occidentales del Nevado, para evitar los frecuentes y fuertes combates que en aquellas condiciones no era posible afrontar.

Esta falta de parque era la más grande pena de los libertadores y el origen de las demás. Se dio el caso de que, estando rodeados de enemigos, el cristero que más parque traía no contaba sino con cinco o seis cartuchos. ¿Qué hacer en tales circunstancias, sino correr y más correr y vivir siempre vida de angustia y sobresalto?

María Guadalupe Guerrero, la intrépida señorita que desafiando los peligros había provisto a los cruzados en Caucentla, ya no pudo venir a Colima, pues tuvo que salir de Jalisco, porque, descubierta, la perseguía tenazmente el Gral. callista J. Jesús Ferreira. Fue la época de las jupias, decían ellos, esto es, de las huídas y dispersiones forzadas y violentas.

LA FORZADA DISPERSION

Así cada quien se dispersó por donde pudo: los soldados de Caucentla, a cuyo frente quedó Aurelio Rolón, como jefe inmediato después de la muerte del ínclito cristero J. Natividad Aguilar, se refugiaron en las alturas de Cerro Grande; Ramón Cruz, en las faldas del Nevado; las fuerzas de Norberto Cárdenas se dividieron en dos fracciones: una, que quedó a su cargo inmediato, vivió casi en la cima de la colosal montaña del Volcán de Fuego y el Nevado, y otra, al mando de Andrés Navarro, muy valiente libertador, que pasó este tiempo en las cercanías de Zapotitlán, Jal. Los demás núcleos permanecieron en sus propias regiones, llevando, no obstante, vida muy semejante a la de sus compañeros.

Las familias formaron entonces tres grupos principales: unas, en la serranía de los volcanes en la meseta de la Ocotera Amarilla, a más de 3,000 metros de altura, en donde Norberto Cárdenas tenía su campamento; otras, en el Cerro Grande, en el campamento de La Añilera, en donde se estableció Aurelio Rolón, y otras, casi en las cumbres del Nevado, en un barranco horriblemente helado, llamado de las Cuevas Pintas, a mayor altura aún que el cráter del Volcán de Fuego, en donde se estableció Ramón Cruz. En estos tres campamentos; pero principalmente en el último, el frío es intensísimo, pues se encontraban ya a cerca de 4,000 metros sobre el nivel del mar. ¡Cómo partía el corazón ver, en medio de andrajos, casi sin ropa, a los niños y a los ancianos! ¡Con qué pena se contemplaba a los libertadores, temblando de pies a cabeza por el frío, buscando el primer rayo del sol por la mañana, o poniéndose al lado del fuego para mitigar un poco el rigor del no interrumpido invierno!

Antonio C. Vargas, que había quedado al frente de la jefatura cristera, sustituyendo a Dionisio Eduardo Ochoa, se marchó a Cerro grande con parte de los libertadores de Caucentla; Rafael G. Sánchez quedó en Zapotitlán, y el Padre capellán don Enriqae de Jesús Ochoa estaba unos días en un grupo y otros en otro, auxiliándolos espiritualmente, consolándolos en sus angustias y llevando, en fuerza de las circunstancias tremendas de aquellos días, una vida muy semejante a la de los cristeros: privaciones, hambres, fríos, huídas; con sus huaraches y su sombrero de zoyate; su calzón de manta, enlodádo y sucio como los demás; su camisa pobre y su gabán de lana oscura. ¡No era posible de otra manera! Mas esto, lejos de mermarle respeto y cariño, entre aquella heroica muchedumbre, le conquistó muy alta estima y una muy grande veneración: ¡Le quisieron y veneraron todos como a verdadero padre!

Fue en este tiempo cuando los sufrimientos todos, físicos y morales, se recrudecieron.

Hubo un temparal de aguas muy nutrida, que fue preciso resistir sobre las espaldas; pues no había, de ardinario, ni un jacal, ni una cueva siquiera para defenderse de la lluvia.

Carentes en su mayaría inmensa, de un segundo cambio de ropa, tenían que conservar la única ropa que tenían sobre el cuerpo, mojada a diario., fuese de día o de noche, hasta que con el propio calor llegaba a secarse. Se tenía que dormir sobre el vil suelo de la montaña, a cada momento bajo la lluvia, can el agua que no sólo corría a los pies, porque se estuviese de pie, sino bajo la espalda cuando, rendido de cansancio el héroico cristero, se veía precisado a tenderse sobre la tierra. Como tormenta principal estaba el enemigo, a quien no se padía hacer resistencia porque no había parque; pero la ayuda de Dios fue tan grande para con los cristeros, que si milagrosa pareció en los cuatro primeros meses de organización, más natable fue en estos tiempos de prueba. ¡Cuántas veces fueron completamente bañados por las balas del callismo, sin que se lamentara siquiera un herido!

LOS GRUPOS MENOS PROBADOS POR EL DOLOR

Los únicos de nuestros libertadores que no pasaron por esta crisis de atroces sufrimientos, fueron los del capitán Jesús Peregrina, en Cerro Grande, y los de la región del Naranjo.

J. Jesús Peregrina tenía su campamento en El Cóbana, al pie de Cerro Grande, en un excelente lugar, defendido naturalmente por un magnífico valladar casi infranqueable en tiempo de aguas: El Río Armería.

Allí se canservó el aliento en medio de la tribulación y fue ese núcleo, por aquellos días, el mejor organizado, aunque, confesando la verdad, en cuanto a espíritu fervoroso y genuinamente cristiano, no estaban por entonces a la altura de sus hermanos del Volcán.

SALAZAR. BATALLA DE LOS SIN CAMISA

Respecto a Andrés Salazar, aquel valiente que después del combate de Caucentla había atacado Villa de Alvarez con el objeto de distraer la atención del enemigo, para que las familias que huían pudieran gozar un poco de reposo, siguió durante algún tiempo trabajando con entusiasmo, mientras la crisis no se acentuó y tuvo cartuchos para pelear.

Una de sus acciones distinguidas de esos días fue la del 17 de mayo en que atacó a los agraristas armados que estaban en El Remate. El combate fue singular y arriesgado: singular, porque como los agraristas vestían al igual que los cristeros, a saber: camisa, calzón blanco y sombrero de palma, tuvieron los libertadores que escogitar algo bastante visible, que los distinguiese, y como no tenían nada extraordinario qué ponerse, les fue preciso quitarse alguna prenda del vestido, y con calzones únicamente, sin camisa, en medio de una lluvia helada, empezaron a pelear.

Fue el combate arriesgado, porque los agraristas estaban en magníficas posiciones de defensa, de las cuales no se logró sacarlos. De ellos hubo tres muertos y dos heridos; de los libertadores un muerto.

CONCENTRACIONES

Después de esta acción, Salazar con los suyos se internó en la región sur de Cerro Grande, compuesta en su mayor parte por abruptos y prolongados cañones. En esta su gira, a través de aquellas serranías, aumentó notablemente el número de hombres a su mando, pues se le fueron adhiriendo los pequeños grupos que había por ahí diseminados.

De esta suerte, multiplicadas las fuerzas de Salazar, con objeto de hacer más fácil la subsistencia y de trabajar mejor, se dividieron temporalmente en dos grupos: uno, al mando personal del mismo Andrés Salazar, pasó a la región norte de la ciudad de Colima; el otro, a cargo inmediato de José Gómez, lugarteniente suyo, permaneció en el sur del Estado.

Las tropas de Salazar, ya aquí, ya allá, rehuyendo los encuentros con el enemigo, por escasez de municiones, lograron permanecer en sus regiones de Chiapa y Potrerillos.

José Gómez en cambio, en las cercanías de Cuyutlán, sufrió duramente la persecución de las fuerzas federales, recibiendo muy serios descalabros a mediados de junio; razón por la cual sus soldados se dispersaron y de él, después de una derrota tenida en Periquillo, no se volvió a tener noticia cierta. Aún hay más: mucho se habló, al desaparecer, de la falta de lealtad y honradez de este capitán.

Poco a poco, después de tales descalabros, estos cristeros deshechos y en gran parte descorazonados, se fueron reconcentrando y reuniendo con su jefe Salazar en el cuartel de las faldas sur del Volcán de Colima.
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