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LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

Spectator

LIBRO CUARTO
Los días de mayores penalidades
(Del 27 de abril, a los primeros días del mes de agosto de 1927)
Capítulo noveno

Un oasis.



LA FIESTA DEL SAGRADO CORAZON

En tan penosas circunstancias se acercó la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, la fiesta de Aquel por quien se sufría y luchaba, y era preciso celebrarla con el mayor esplendor. El pueblo de Zapotitlán, Jal., estaba aún bajo el control libertador y todos pusieron sus ojos en él para que fuese el lugar donde se reunieran todas las fuerzas cristeras de la región. La fiesta del Sagrado Corazón sería el 25 de junio.

Los libertadores de Aurelio Rolón, de Justo Díaz y de Andrés Navarro concurrieron oportuna y voluntariamente. Aun los cruzados que comandaban Ramón Cruz y Norberto Cárdenas y cuyos campamentos estaban en las altas faldas del Nevado, asistieron a la cita para rendir sus homenajes al Rey.

El pueblecito se engalanó; las familias que, como se dijo ya, habían dejado Zapotitlán y habitaban en las lomas y barrancos para defenderse mejor de la furia satánica de los perseguidores, volvieron ese día a sus casas, que adornaron con ramas verdes, festones y banderas.

Amaneció el día 25, día de la solemnidad. Los soldados libertadores, desde hacía dos días, se habían ido preparando espiritualmente, recibiendo el Sacramento de la Penitencia.

En un portal de la plaza, para que pudiese encontrar espacio la inmensa muchedumbre de pueblo y de cristeros, se colocó un hermoso altar con la imagen del Corazón de Jesús. La alegría se retrataba en el semblante de todos. Las campanas del templo parroquial, mudas desde hacía tanto tiempo, se echaron a vuelo anunciando la fiesta. La plaza del pueblo, como si fuese un anchuroso templo que tuviese por bóvedas el cielo, estaba pletórico de gente venida aun desde lugares distantes. La Misa fue solemnísima; sobre una alta tribuna improvisada a manera de púlpito para poder ser oído de todos, el capellán de las tropas, Padre don Enrique de Jesús Ochoa, pronunció fervoroso panegírico del divino Corazón de Jesús. El coro fue desempeñado por un grupo de seminaristas, y, a la hora de la comunión, se acercaron, soldados y pueblo, a recibir a Jesús Sacramentado. El corazón de los cristeros latía fuertemente, su rostro estaba inundado de alegría; en aquel momento no había penas. ¡Jesús los inundaba de fervor! Al terminar, de pie la multitud, con las notas del Himno Nacional, cantó enardecida la siguiente adaptación:

CORO

Mexicanos, furioso el averno
A esta Patria sus huestes mandó.
Venceremos a todo el infierno
Con la Reina que Cristo nos dio.

ESTROFAS

I

Ciña, oh Patria, tus sienes, de oliva,
De la paz el Arcángel divino;
Que en el cielo tu eterno destino
Por el dedo de Dios se escribió.

Mas si intenta un infame enemigo
A tu Cristo arrojar de tu suelo,
Piensa, oh Patria querida, que el cielo
Un cristiano en cada hijo te dio.

II

En sangrientos combates los viste,
Por tu amor palpitando sus senos,
Arrostrar la metralla serenos
y la muerte o la gloria buscar.

Tú les diste la fe con la vida,
Tú trazaste la Cruz en su frente,
¿No sabrán resistir al que intente
Esa Cruz, de tus hijos borrar?

III

Antes, Patria, que viles, tus hijos
De la fe de sus padres renieguen,
Tus campiñas con sangre se rieguen,
Sobre sangre se estampe su pie;

Y sus templos, palacios y torres
Se derrumben con hórrido estruendo,
Y sus ruinas existan diciendo:
¡De la Virgen, el Reino aquí fue! ...

IV

Si a la lid contra hueste enemiga
Nos convoca la trompa guerrera,
De lturbide la sacra bandera,
Mexicanos, valientes, seguid;

No la enseña fatal rojinegra,
Cual formada de sangre y de sombra,
Que no puede servir ni de alfombra
¡Al corcel del cristiano adalid!

V

Vuelva dulce a los patrios hogares
La esperanza inmortal de la Gloria ...
Que sin ella, será nuestra Historia
La del vicio y del crimen nomás.

Y revivan en todos los pechos
Las cristianas costumbres piadosas:
Que no cierren su cáliz las rosas
¡Que a la Virgen le dio el Tepeyac!

VI

El que al golpe de ardiente metralla,
De su Cristo en las lides sucumba
Obtendrá aquí en la tierra una tumba
Donde brille de Cristo la luz.

Y de Iguala la enseña querida,
A una espada sangrienta enlazada,
De laurel celestial coronada,
Formará de su tumba la cruz.

VII

¡Patria! ¡Patria! Tus hijos te juran
Ser de Cristo hasta el último aliento;
¡Ni la cárcel, jamás, ni el tormento
Lograrán arrancarnos su amor!

Para ti las guirnaldas de oliva,
De la Iglesia inmortal, la victoria;
Para Cristo, el honor y la gloria,
Para ellos ... ¡Martirio ... Dolor! ...

(Letra de V. M. Camacho, propagada por la Liga N. Defensora de la Libertad Religiosa en México).

LA FIESTA DE LOS SEMINARISTAS

Dos días más tarde, los seminaristas tuvieron su fiesta especial; era el aniversario de su Consagración al Sagrado Corazón de Jesús. Un año hacía habíanla celebrado en Tonila, Jal., bajo las anchas bóvedas del Templo Parroquial; hoy la celebrarían bajo los pinares de la montaña.

Se eligió un lugar solitario, al pie de las faldas occidentales del Nevado, para evitar todo motivo de inquietud.

El día 26 estuvieron en retiro espiritual. El día 27, su gran día: la Santa Misa y, después de ella, Jesús Sacramentado permaneció en el humilde altar, improvisado dentro de una rústica ermita construida con madera y zacate. Mas si rústico era el local, desmantelado y pobre, de muy subidos quilates era el oro del fervor y amor a Cristo. Jamás, dentro de los muros del colegio, en tiempo de paz, se había visto tanta devoción. Los jóvenes eran pocos, es verdad, siete u ocho, aquellos que, siendo de las filas de los libertadores, no se encontraban en regiones muy distantes; mas ellos, en representación de todos, divididos en dos o tres grupos que se estuvieron turnando, formaron una no interrumpida guardia de adoración a Jesús Sacramentado. Pasaron la noche al pie de aquel pequeño Sagrario acompañados de otros muchos cristeros, entre ellos Víctor García, entonces simple soldado raso, y Juan González, quienes más tarde fueron figuras destacadas en las filas del regimiento cristero de Andrés Salazar. además del Padre Ochoa, estaba el Párroco de Tolimán, J. Félix Ramírez y Jiménez.

Fue noche de solemne adoración; las oraciones recitadas en coro, los fervientes actos de desagravio, no dejaron de escucharse en medio del silencio majestuoso de aquellas soledades, en otro tiempo inhabitadas; las notas de los himnos religiosos, unidas al silbar de los pinos, se oían muy a lo lejos, en las serranías. Al día siguiente, celebrada la Santa Misa y distribuida la Sagrada Comunión, los jóvenes seminaristas y los cristeros restantes volvieron a sus campamentos respectivos.
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