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LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

Spectator

LIBRO OCTAVO
Cuando se perfilaba el triunfo
(1929, enero a abril)
Capítulo tercero

Las fuerzas libertadoras colimenses.



DESPUES DE DOS AÑOS

Los meses de enero a abril fueron para los libertadores tiempos de triunfos, de ilusiones doradas, de esperanzas risueñas, puesto que la victoria llegó a perfilarse ante sus ojos.

El cuadro de las fuerzas cristeras colimenses en el año de 1929, era el siguiente:

Bajo el control de la Jefatura de Colima, según orden de la L. N. D. L. R. y Control Militar de Occidente, no sólo estaba el propio Estado, sino la extremidad Sur de Jalisco, comprendida entre los volcanes -el Volcán de Fuego y el Nevado- y el Estado de Michoacán, y parte de este último, en la zona al mando del coronel José González Romo, que a la muerte del general Luis Guízar Morfín, quedó al frente de la región de Coalcomán, Mich.

El coronel González Romo (Angel Castillo) era un joven de la A. C. J. M. originario del Estado de México. Desde el principio de la Defensa Armada, había dejado a su familia y su patria chica y militado al lado del egregio general don Fermín Gutiérrez (Luis Navarro Origel).

REVISTA MAGNIFICA

Toda la extensa región perteneciente a la Jefatura de Colima estaba dividida en dos sectores, de los cuales el más pequeño comprendía el noroeste del Estado. Estaba limitado por el Río del Remate, Mesa del Cerero y Lo de Clemente por el norte; Chiapa y Villa de Alvarez, por el sur; Campo Seis y Campo Cuatro por el occidente y fue puesto bajo el mando inmediato del general Brigadier Andrés Salazar.

El Primer Sector ocupaba todo lo restante del Estado de Colima, y las zonas de Jalisco y Michoacán, que dependían militarmente de Colima. El jefe de este sector era el general de Brigada Miguel Anguiano Márquez, cuyo cuartel estaba establecido, según ya dijimos, en lo que los rancheros de la región llaman la cuchilla de la Laguna Verde, entre el Borbollón y la Mesa de los Mártires, conocido oficialmente, entre cristeros, con el nombre de Campamento Santiago, por haberse establecido, como se vio en páginas anteriores, el 25 de julio, fiesta del Santo Apóstol.

Las fuerzas del general Anguiano estaban divididas en cinco grupos principales: las del Volcán, a cargo del mayor J. Félix Ramírez; las de Cerro Grande, al mando inmediato del jefe de Estado Mayor, coronel José Verduzco Bejarano; las de la región de Tuxpan, al mando del mayor Filiberto Calvario; las de El Naranjo y Vallecito, a cargo del mayor Plutarco Ramírez, y las de Coalcomán, Mich., que comandaba el coronel González Romo.

Las del Volcán y Cerro Grande formaban el Segundo Regimiento de la División Militar, y las de Tuxpan y Vallecito, el Cuarto Regimiento, y ambos la Brigada Dionisio Eduardo Ochoa, nombre oficialmente adoptado para honrar la memoria del iniciador del movimiento colimense. Los regimientos del general Andrés Salazar y coronel González Romo eran, siguiendo la enumeración hecha en la División Militar, el Sexto y el Octavo, respectivamente.

Los números nones correspondían a los otros núcleos de libertadores del Sur de Jalisco, no dependientes de la Comandancia de Colima: el Primero, el del general Bouquet; el Tercero, a cargo del general Michel; el Quinto, comandado por el general Vicente Cueva y el Séptimo y Noveno, a cargo del general Luis Ibarra y general Lorenzo Arreola, respectivamente. Todos ellos integraban la División del Sur de Jalisco y Colima.

Estos grandes núcleos estaban subdivididos en otros más pequeños, los cuales, dado el sistema de guerrillas adoptado, tenían una cierta libertad de acción y no estaban de ordinario unidos en una sola columna.

En el Volcán, que era la zona principal, se encontraban dos escuadrones: el del capitán J. Inés Castellanos, en el cuartel de El Borbollón, y el del capitán Andrés Navarro, en la Mesa; mas Navarro murió el mes de abril y fue sustituido, con general complacencia, por el joven Jesús Alonso, soldado subalterno de aquél, valiente y leal en alto grado. En este tiempo el grupo de Ramón Cruz había desaparecido por completo, porque con su muerte, acaecida en junio de 1928, en un combate, no pudo sostenerse; sus mejores elementos pasaron a otros escuadrones y los otros entregaron sus armas y se retiraron del ejército cristero.

En Cerro Grande había igualmente dos escuadrones: el del capitán Joaquín Guerrero que había sustituído al capitán Martín Guzmán, cuando éste murió, y el de los libertadores de Minatitlán, Col., que se puso a cargo del capitán Jesús Dueñas Rolón. Gracias al esforzado cuidado de sus jefes y, sobre todo, al celo de su propio Capellán, el señor Cura don Adolfo Mota, estos grupos habían por completo evolucionado, en cuanto a piedad y moralidad, y sus cruzados, en cuanto la humana fragilidad lo permite, eran ya, a Dios gracias, dignos soldados de Cristo Rey.

En las zonas de Tuxpan, El Vallecito y El Naranjo, distinguíanse los capitanes Enrique Mendoza, Julio Velasco y Bernardino González, que estaban al mando del mayor Filiberto Calvario; y Agustín Carrillo, Gregorio Martínez y José Jiménez, bajo la dependencia del mayor Plutarco Ramírez.

El regimiento del general Salazar, cuyos campamentos estaban de nuevo en el Cóbano (Cerro Grande), lo integraban cuatro escuadrones, de los cuales eran jefes, respectivamente, los capitanes Ignacio Cruz, Diego López, Leocadio Llerenas e Ismael Sandoval.

VIDA RELIGIOSA

La vida religiosa de los Cruzados se había regularizado en todos los grupos, y con ello habíase conservado el espíritu cristiano que había florecido desde el principio, y se había comunicado a aquellos núcleos que no la habían poseído en los comienzos.

Todos tenían en sus respectivos campamentos, un día cada mes, dedicado exclusivamente a oír la palabra de Dios, tributar a su Rey Eucarístico el homenaje de su adoración y recibir los Santos Sacramentos de la Confesión y Comunión.

Antes de salir a combate, así como se había acostumbrado siempre, se desarrollaba una hermosísima escena: como era imposible que el Padre Capellán hubiese podido oír en confesión a todos los que lo deseaban, dado el escaso tiempo de que generalmente se disponía y el gran número de soldados de Cristo que pedían el Sacramento; en un lugar de antemano señalado, se daban cita todos, y bajo el sol ardiente o semienvueltos en la penumbra del crepúsculo, devotamente y con la cabeza descubierta, escuchaban un pequeño fervorín del sacerdote, el cual los excitaba a la detestación del pecado y a una vida santa. Luego, mientras los soldados, arrodillados sobre el césped, recitaban el acto de contrición, el Ministro de Cristo, de pie y con las manos extendidas, profería las palabras de la absolución. Ya después, al regreso, en la visita periódica que tenían de su Padre Capellán, harían la confesión de sus pecados y de nuevo recibirían la absolución sacramental.

El rostro de todos se iluminaba entonces por la fe y la confianza, y sin temor ninguno, radiantes de contento y entre gritos de alegría, y vitoreando a Cristo, se alejaban del lugar y marchaban a la lucha.
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