Indice de Los cristeros del volcán de Colima de Spectator Libro noveno. Capítulo quintoEfemérides - 1927Biblioteca Virtual Antorcha

LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

Spectator

APÉNDICE
Post Scriptum
Los últimos acontecimientos



COMO LAS HOJAS QUE EL HURACAN ARRANCA

Lentos transcurrieron los años, impregnados de desilusiones y amarguras profundas para el pueblo creyente de Colima, y mientras en otros lugares de la República se dio lugar a una honda división en el seno mismo de la sociedad creyente, cuando se vio, cuando se palpó el fracaso del pacto celebrado con el gobierno de la Revolución Mexicana; cuando se supo que el mismo soberano Pontífice lloraba lo acaecido con sus hijos de México, los católicos de Colima, en respetuoso silencio, bebiendo calladamente las lágrimas de los tristes acontecimientos, sacerdotes y fieles, unidos a su amado anciano Obispo, continuaron atados con los vínculos de la misma santa solidaridad cristiana con que estuvieron ligados durante el tiempo de la suspensión del culto. En Colima no se cantó el Te-Deum cuando se concertaron los arreglos, porque nadie creyó que aquello hubiese sido una verdadera victoria; pero tampoco hubo jamás críticas altaneras en contra de la autoridad eclesiástica; se guardó silencio y en silencio se devoró la amargura: la Iglesia de México había caído en una celada enemiga y era necesario adorar los secretos designios de Dios. En verdad os digo -había dicho el Maestro-, que los cabellos de vuestra cabeza están contados y que uno de ellos no caerá sin el consentimiento de mi Padre celestial. Arriba está el Señor que juega con los designios de los hombres.

¿Y los cristeros? Dispersos continuaron los que lograron sobrevivir, cargados con el fardo de sus incertidumbres y con mucha frecuencia perseguidos. Cuando el perseguido tiene dinero, manera de vivir un tanto cuanto holgada, la persecución no significa para él sino cambio de residencia; se trasplanta a otra parte con los suyos y ahí puede, tristemente si se quiere, pero con tranquilidad y paz, comer el pan de su destierro, rumiando la amargura de su situación forzada; porque el destierro siempre es destierro y el pan en él siempre es amargo; pero cuando el perseguido es pobre de solemnidad que no tiene patrimonio ninguno, que no cuenta sino con el miserable jornal del campesino o del obrero que tan pronto se gana como se consume, entonces las dificultades que la persecución origina, entrañan más dolor que el amargo pan del destierro; porque, aunque amargo, no deja de ser pan, y muchas veces se carece aun de este pan. Yo, Spectator, vi a los pobres desamparados cristeros luchar con el problema de la subsistencia, buscando ya en Un pueblo, ya en otro, el modo de vivir y sin lograr muchas veces encontrarlo, como las hojas que el huracán arranca, ruedan y se despedazan en el torbellino sin acomodarse fácilmente en un lugar estable.

LA PERSECUCION SE INTENSIFICA

Durante la administración del gobernador Salvador Saucedo (1931 a 1935) exacerbóse de nuevo la persecución en Colima. Este gobernador, electo en verdad por la mayoría del pueblo, que lo aclamó lleno de entusiasmo y alegría cuando tomó posesión del poder, porque no se le conocían ideas anticlericales, se valió de la persecución contra la Iglesia, para que el Gobierno Federal no le fuera a la mano en su régimen que se distinguió por onerosas exacciones y desbarajuste administrativo. A 29 de noviembre de 1932, la legislatura local expidió un decreto reduciendo a 10 el número de sacerdotes que podían oficiar en el Estado: Uno por cada 6,000 habitantes, tomando como base el último censo en que había bajado la población a 60,000. El mismo decreto autorizaba al gobernador para redactar el nuevo reglamento de cultos.

En efecto, preparadas así las cosas, el gobernador hizo el decreto, restringiendo el culto a la capital del Estado y cabeceras municipales, autorizando a su vez al congreso local para determinar las penas que deberían de imponerse a los funcionarios que permitieran infracciones al reglamento y estableciendo una multa de $50.00 hasta $1,000.00 a los infractores o el arresto correspondiente a juicio del ejecutivo del Estado.

NUEVOS MARTIRES.
EL PADRE ADOLFO MOTA

El señor cura don Adolfo Mota, el sacerdote abnegado que como pastor bueno, vimos en medio del peligro y de mil y mil zozobras, durante los últimos tiempos de la defensa armada de los cristeros, habitar en las estribaciones de Cerro Grande con el fin de velar por el bien espiritual de sus hijos, los feligreses de la parroquia de Comala, de la cual era en aquel entonces párroco; hoy, por disposición del Gobierno Ecco. Diocesano, se encontraba en el pueblo de Zapotitlán, Jal., en sustitución del párroco mártir don J. Guadalupe Michel, muerto el 7 de marzo del año 1928, según arriba está narrado.

Corrían los días últimos del año 1931. También en Zapotitlán, el celoso párroco hubo de ser perseguido y, meses enteros, tenía que estar escondido, ya en un rancho, ya en otro, en los barrancos pertenecientes a su nueva parroquia. Así, en iguales condiciones, amenazada su vida, siguieron corriendo los meses primeros de 1932. En el Viernes Santo de ese año, predicando en su templo parroquial de Zapotitlán, en el curso de su predicación, ante el recuerdo de Cristo crucificado y por nosotros muerto, con éstas o semejantes palabras, según lo refieren personas que lo escucharon, se dirige al Señor:

¡Oh mi Dios! ¡Mi Jesús crucificado! Si por nosotros djste la vida en una cruz ¿por qué nosotros, miserables, nos resistimos a sufrir por ti, a dar nuestra vida pobrecita por ti? Señor Jesús, aunque no lo merezca, aquí está la vida mía, tómala cuando tú gustes y sea mi muerte expiación de mis pecados.

Y pasaron los días y los meses hasta la festividad del Corpus que celebró en su misma cabecera parroquial de Zapotitlán, Jal. En ella, predicando, hace el mismo ofrecimiento solemne de su vida. Ocho días más tarde, celebrando la octava del Santísimo Sacramento, no ya en la cabecera parroquial, sino en el pueblo de Copala, de su misma parroquia, es más explícito y elocuente en el ofrecimiento de su vida. Ya el mártir preveía su feliz triunfo y aceptaba plenamente el sacrificio:

Señor Jesús, tus enemigos no se dan tregua en perseguirte. Desde esa Hostia santa en donde resides vivo y verdadero, acepta el ofrecimiento que te hago de mi pobrecita vida, en desagravio del odio de tus enemigos y para que reines en México.

Y el sacrificio fue aceptado. La noche del 30 de mayo -no habían pasado ocho días de este último ofrecimiento solemne- se presenta intempestivamente en el curato de Zapotitlán, Jal., una escolta y lo toma prisionero sin permitir que lo acompañaran a ninguno de sus familiares o amigos. Lo montaron en una cabalgadura, y lo sacaron del pueblo.

... entre las rancherías de San Isidro y Alista, tres días más tarde, el día 2, apareció su cadáver en un zanjón, sollamado en algunas partes y en otras casi carbonizado, mutilado y del todo desfigurado; completamente negro por el lodo y la sangre y el fuego. Desde un montón de piedras en donde le habían dado muerte, le habían arrastrado hasta aquel lugar: el vientre lo tenía casi vacío, sin intestinos; no tenía pies, y le había sido arrancado el brazo derecho. El tronco y la cabeza, sollamados, yacían en el zanjón. Los vecinos de Copala recogieron aquellos despojos y los llevaron a sepultar a Zapotitlán. El brazo fue encontrado varios días después, también por vecinos de Copala, Jal., quienes lo llevaron y, en una urna, lo enterraron respetuosamente en la capilla de su poblado.

Poco tiempo después el nuevo Párroco de Zapotitlán bendecía un monumento que la parroquia dedicó a la memoria del insigne sacrificado.

Y LUEGO ... LOS SISMOS

Al día siguiente, 3 de junio, un sismo tremendo sacudió a Colima. El cuadro era desolador: muchos techos yacían por tierra; muchos muros estaban derruídos; incontables familias carecían de hogar y la ciudad entera estaba llena de escombros. La población íntegra había abandonado sus casas y se había refugiado a la sombra de los árboles, en las huertas, en los parques y jardines públicos de la ciudad. En todas partes en donde se encontró un poco de amplitud y seguridad se improvisaron tiendas de campaña para habitar: los de recursos, instalaron cabañitas que prestaban alguna comodidad; los pobres, con nuestro petate nacional o con qualquier otra cosa que les defendiese un poco del sereno y de la lluvia, forjaron sus mal improvisadas tiendas. La vega del río presentaba un aspecto fantástico. Y en medio de aquella desolación, el pueblo entero, pobres y ricos, sin hacer caso de reglamentaciones o prohibiciones, de si parecería bien o mal al gobierno, oraba públicamente con gran fervor. De rodillas, en los jardines de la ciudad, se rezaba el Santo Rosario y se hacían actos de desagravio, con tanto mayor motivo cuanto que los templos todos, sobre todo la hermosa Catedral, habían quedado casi convertidos en ruinas. El gobierno no dijo nada por entonces.

Para aumentar el dolor y la angustia pública de ese día, descubiertos los despojos del señor cura Mota, la noticia llegó a Colima y circuló con rapidez de relámpago, haciéndose de ello comentarios tristísimos.

Los actos de desagravio se multiplicaron en las calles, en las plazas, en los jardines, en la vega del río, en los grandes patios de las casas. Se oraba, se oraba, se oraba noche y día, en voz alta y con gran fervor; mas aún seguía temblando, la tierra seguía sacudiéndose como si en verdad la tierra misma -como el pueblo sentía- quisiese protestar por el crimen tan villanamente cometido en la persona del párroco de Zapotitlán.

EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE LA SALUD

El templo o santuario de Nuestra Señora de la Salud es hermoso y poético por su ubicación: se esconde entre las huertas de la margen del Río de Colima, al norte de la ciudad, único en una amplia barriada compuesta casi en su totalidad por familias de la clase humilde; pobres y humildes, sí; pero piadosas. Escondido casi entre el boscaje, entre palmas y laureles, con su atrio mismo, en aquellos días lleno de frescor y de poesía, por sus flores y enredaderas, un amplio pórtico gótico da acceso al sagrado recinto del santuario en donde se venera una bellísima escultura de Ntra. Señora de la Salud (misterio de la Purificación), tan antigua, como que data de los albores mismos de la evangelización de estas tierras; tan venerada, como que ya ante ella se postraron los primeros creyentes de estos valles colimenses; tan hermosa, a pesar de su antigüedad, como gota de agua cristalina apenas caída al romper la luz de la mañana.

Año con año se celebra su función el 2 de febrero, engalanándose la iglesia y el barrio entero, cuyas calles todas quedaban en esos tiempos cubiertas por un tupido toldo de festones y faroles de papel y cuyas casas adornaban sus portadas con cortinas de flores y verdura. Por las noches del novenario que precedía a la fiesta, el barrio de La Salud estaba animadísimo: el toldo de festones de colores que protegía del sol durante el día, se convertía en toldo de luces, cuando los millares de farolillos de distintas formas y colores eran encendidos y Colima entero solazaba su espíritu, visitando a la Virgencita santa en su amado templo y convirtiendo noche a noche las calles de aquel poético barrio, en el lugar de sus paseos insustituibles.

En la función del 1933, ya hubo sus aires de tragedia. La noche del día de la solemnidad se rumoró que un grupo de anticlericales intentaba apoderarse de la imagen, y los fieles la pusieron a salvo. Se supo que un grupo de agraristas, además, azuzados por unos políticos masones, había solicitado el templo para establecer en él las oficinas de la Comisión Agraria. El pánico se había sembrado y fue aumentando constantemente, como que cada vez se palpaba, más que se volvía a los tiempos de la persecución apenas transcurridos.

En efecto, el 19 de enero de 1934, empleados de la Oficina Federal de Hacienda se presentaron al sacerdote Vicario de aquel templo, Pbro. don Tiburcio Hernández, con el objeto de clausurar la iglesia, por haberlo ordenado así la Secretaría de Hacienda, ya que un decreto del Presidente de la República lo destinaba a otros fines.

Con lágrimas en los ojos hubo el Padre Hernández de entregar las llaves del venerado templo. Los vecinos de la Vicaría, creyendo aún en la justicia de los hombres, demandaron amparo ante el Juzgado de Distrito, señalando como autoridades responsables al Presidente de la República, al Secretario de Hacienda y al Jefe de la Oficina de Colima; pero el Juez de Distrito resolvió negativamente y, entonces, viendo inútiles los medios legales, se dispusieron las mujeres de la barriada a defender su templo.

Grupos de mujeres y niños de toda la ciudad, en unión con las mujeres de aquella barriada, sentaron reales en el amplio atrio de su templo y en la calle adyacente. En el puentecito mismo que sobre el Río de Colima conduce al templo de La Salud, estaba la primera avanzada de gente armada con piedras y palos.

El tránsito de coches fue suspendido y ningún extraño entraba al barrio sin protestar ser católico y gritar ¡Viva Cristo Rey! Más aún, al pasar frente al templo, había necesidad de hacer ostentación de fe y veneración y a los hombres en quienes se notaba mala voluntad para hacer lo que se les indicaba, la muchedumbre airada los castigaba con especial rigor. Muchos eran sentenciados a santiguarse públicamente y otros a ponerse de rodillas y se dio el caso en que, requerido fuertemente un individuo a hacer tales demostraciones, como él prorrumpiera en palabras injuriosas a Cristo y a su Iglesia, las mujeres, enardecidas, lo estrujasen, lo golpeasen y aun dejasen sin bigote que vilmente con las manos le arrancaron.

La situación se prolongaba y la tensión de ánimo aumentaba y se enardecía. Bravas mujeres, algunas de ellas armadas de puñal y pistola, capitaneaban la defensa de su templo. Por la noche se hacían grandes lumbradas, sobre todo en las partes semioscuras cubiertas por la sombra de los árboles, y en tanto que los niños, al amparo de familias exprofeso puestas en alguna de las casas del vecindario, pasaban tranquilamente la noche, ellas, las mujeres, acompañadas de sus esposos o hijos mayores, permanecían en su puesto.

Muchas veces las capitanas de aquella muchedumbre, enardecidas, se presentaron en aquellos días ante las autoridades militares pidiendo garantías:

porque el templo es nuestro; porque nosotras, con nuestro trabajo humilde cuidamos de su conservación y reparaciones; porque no lo hizo el gobierno ni ningún extraño; nuestros señores padres, nuestros abuelos lo hicieron y nadie tiene derecho a arrebatárnoslo contra nuestra voluntad.

Y las garantías no se dieron y los enemigos de la Religión y del pueblo tampoco querían ceder. Entonces, como en los tiempos primeros de la suspensión del culto, recurrieron lQs enemigos a la intriga y al fin lograron persuadir al anciano sacerdote encargado del templo a que saliera y convenciera a las multitudes de la inutilidad de aquella resistencia y de la conveniencia de dejar aquel asunto por la paz.

No hay duda que el Padre don Tiburcio Hernández era muy querido del pueblo; por él hubiera dado aquella gente aun su propia vida; pero a fuerza de amarguras y desengaños el pueblo va cogiendo experiencia y conoce la astucia de sus enemigos y hasta dónde es capaz de llegar; por eso, contra todo lo que se esperaba, el recurso resultó inútil. Subió el buen sacerdote a una pequeña mesa, enmedio de aquellas multitudes embravecidas, para hacerse ver y oír. Se le prestó un momento silencio respetuoso; pero luego principió a manifestarse la voluntad decidida y grande de no cejar, y predominó el clamoreo de la multitud, pidiéndole que no interviniese y que los dejase obrar. Ante la inutilidad de sus esfuerzos, el sacerdote optó por retirarse y dejar que los acontecimientos siguieran su curso.

Un día, agraristas y gendarmes se apoderaron repentinamente del templo, y el pueblo, justamente indignado, reforzó sus contingentes y se produjo un verdadero tumulto en que hubo pedradas y garrotazos a granel, y difícilmente los atacantes se escaparon de ser linchados por las multitudes. La mesa, las sillas que habían sido llevadas al templo para la ceremonia de la toma de posesión, un retrato de Calles y otras cosas que de igual manera habían colocado, fueron sacados a la calle y se formó una pira. El templo, el amado templo, quedaba nuevamente en poder de las multitudes de católicos: los asaltantes se habían retirado llevándose buena lección.

Al fin ... ¡había de suceder! las tropas federales se pusieron de parte de los usurpadores y el templo fue ocupado por los agraristas ...

El recinto santo quedó solo. En fechas posteriores, el gobernador Miguel Santa Ana demolió los altares y, lleno de basura, víctima del abandono y del sectarismo, sin ocuparse en nada, ni servir para nada, el templo comenzo a destruirse. En los atrios del templo, siempre bellos y cubiertos de flores en las épocas anteriores, pacían las cabalgaduras ... El curato anexo fue declarado Casa del Campesino: fue el mesón, sucio y descuidado, a donde llegaban los agraristas que venían a la ciudad.

Pocos días después de la usurpación, murió, víctima de la pena, el Rev. Padre Vicario del templo, don Tiburcio Hernández.

Muchas veces los vecinos de la barriada de La Salud se dirigieron al supremo gobierno de la Nación, pidiendo la revocación del decreto que les privó de su templo y haciendo ver que éste iba a su destrucción muy rápidamente, dado el abandono en que se le tenía. Se alegó que era el único que existía en tal barriada, compuesta en su totalidad por campesinos y obreros que querían su templo, porque son creyentes; que la moralidad pública pedía que se les devolviese su templo; que fue ese despojo un verdadero atentado contra el derecho y la voluntad popular, la voluntad de un pueblo de campesinos honrados. Aun se hizo patente que los agraristas allí introducidos no fueron sino instrumento forzado de malos políticos que se sirvieron de ellos para ejecutar sus malas intenciones ... En una ocasión, había ya orden federal de hacer la entrega del templo y el Jefe de la Oficina Federal de Hacienda así lo había comunicado oficialmente al cura párroco del Sagrario, a donde la Vicaría de La Salud pertenece. El párroco fue citado para hacérsele entrega y acudieron a la cita él y los vecinos ...; pero ya dos o tres políticos de segunda fila habían conseguido de México la suspensión del acuerdo y el templo no fue entregado. Posteriormente, en el 1941, el Presidente de la República general Manuel Avila Camacho en su visita a Colima, ordenó la devolución, accediendo a nueva petición.

LA CUESTION ESCOLAR

El grito salvaje de Calles: La niñez pertenece a la Revolución, tuvo su repercusión en Colima. Los diputados y senadores, fieles a las consignas del jefe máximo y de las logias masónicas, comenzaron en México a esbozar las reformas al Artículo 3°, para la implantación de la enseñanza socialista. Bassols, el nefasto Ministro de Educación, propuso desvergonzadamente la educación sexual. La mujer mexicana lanzó entonces unánime protesta. La mujer colimense unió su voz indignada y potente al clamor nacional.

Fue entonces organizado en Colima el Centro de la Liga Nacional de Padres de Familia, para oponerse a la reforma constitucional. Se organizaron numerosas y concurridas asambleas presididas por damas distinguidas y respetables que entusiasmaban a las mujeres de todas las clases sociales a defender los intereses espirituales de sus hijos. Jóvenes de la U.N.E.C. (Unión Nacional de Estudiantes Católicos) llegados de México, dieron una serie de conferencias contra la llamada educación socialista e intentaron establecer su asociación con jóvenes de la Normal de Colima, pero los trabajos tendientes a esto fueron reprimidos por el gobierno del Estado.

En esos días, la mujer colimense dio una hermosísima nota al organizar una numerosa manifestación que recorrió las principales calles llevando cartelones alusivos, protestando contra la implantación de la enseñanza socialista. El gobernador Saucedo se negó a tener la atención siquiera de contemplar, desde el balcón de Palacio, aquella manifestación nutridísima y verdaderamente popular.

EL MAGISTERIO COLIMENSE

Todavía no se aprobaba en México la reforma del Artículo 3°, cuando ya el gobernador Salvador Saucedo pretendió implantar en Colima la enseñanza socialista. Los maestros del Estado y los federales fueron convocados por sus respectivos directores: los primeros, al Palacio de Gobierno y los segundos a la Escuela Tipo. Entre otras cosas se les exigió, abierta y llanamente, declaratoria escrita, firmada de su puño, de impartir a sus educandos la enseñanza socialista y de que atacarían al credo católico como enemigo del proletariado. Gran parte de las maestras del Estado y algunos maestros, principalmente de los del Estado, se negaron a firmar y aun publicaron una protesta; pues siendo aún conforme a la Constitución la escuela laica, el gobernador de Colima les obligaba a proporcionar una enseñanza antirreligiosa. Todos los que no estuvieran de acuerdo en someterse a la disposición fueron cesados de sus cargos, teniendo que soportar días de verdadera prueba, algunos hasta de miseria; pues al mismo tiempo se decretó una verdadera campaña contra la escuela hogar, único medio de subsistencia de los heroicos maestros cesados. ¡Loor al magisterio colimense!

Digno de loa fue también el joven Juan Romero, empleado de la Tesorería del Estado, quien -según publicó la prensa- renunció a su cargo por no estar de acuerdo con la escuela socialista.

EL BOYCOT ESCOLAR

Y el artículo 3° fue reformado en orden a la implantación de la enseñanza socialista. Y el Episcopado prohibió a los padres de familia enviar a sus hijos a las escuelas. Y el pueblo colimense estuvo a la altura de su deber. El año escolar 34-35 fue gloriosísimo para los católicos: las escuelas se vieron completamente desiertas; las que antes habían tenido 300 ó 400 alumnos, a duras penas contaban 20 ó 25, pues hasta los funcionarios oficiales tenían a sus hijos recibiendo clases particulares. Ni multas, ni prisiones, ni promesas, ni halagos pudieron quebrantar la franca voluntad de los padres de familia que preferían que sus hijos se quedaran sin saber leer y escribir, antes que entregarlos a la escuela socialista.

De Zacualpan fueron traídas amarradas dos o tres mujeres indígenas, acusadas de haber expulsado del pueblo al profesor de la escuela. En Tecomán, Col., hubo un zafarrancho por haberse indignado el pueblo contra uno de los maestros, por sus enseñanzas.

MAS HEROES.
EL INDIO MAXIMO

Por estos tiempos, como voz tremenda de protesta, levantada del seno del pueblo humilde, apareció en Cerro Grande un indio, decidido y valiente, de aspiraciones nobles y sentido claro, llamado Domingo Máximo. Su bandera era la libertad de enseñanza; reunió otros compañeros y se levantó en armas en contra del gobierno del Estado.

Guerrillero infatigable y astuto, se sostuvo durante varios meses, organizando y aumentando su gente, llegando a infligir seria derrota a una gruesa columna de federales que fue a la montaña en su persecución.

Al fin cayó en poder del gobierno. Atado a un árbol se le tuvo varios días sin comer ni beber y se le acribilló. El indio Domingo Máximo murió estoicamente, como buen hijo de su raza, por la causa de la libertad de enseñanza.

LOS HERMANOS PEREZ

Ignacio y Ramón Pérez eran dos hermanos muy estimados en Villa de Alvarez, Col., jóvenes, entusiastas y cultos, a quienes las intemperancias del gobierno del Estado lanzaron a la revolución, enarbolando, así como el indio Máximo, la bandera de la libertad escolar.

En representación de la Unión de Padres de Familia de Villa de Alvarez que los constituyeron sus portavoces, se enfrentaron en dura polémica con un delegado gubernamental que pretendía envolver en sus sofismas a los padres de familia, a fin de que desistieran de su actitud y cesara el boycot contra la escuela oficial. El gobernador Saucedo los llamó para tomarles cuenta de su resistencia y rebeldía. Ellos declararon que no eran rebeldes y que si resistían de esa manera al sentir oficial, no era por espíritu de oposición y rebeldía, sino por defender lo más santo que en la sociedad existe: el alma de los niños y el derecho sacrosanto de la libertad de enseñanza.

El gobernador aparentó ver las razones que se le exponían y aun tuvo para ellos dos palabras de elogio, por su actitud viril y noble; pero pocos días después se les mandó aprehender.

Cayó la policía a su casa en horas en que providencialmente no estuvieron allí los dos hermanos y, no encontrándolos, saquearon la casa robando cuanto quisieron. Ante una situación tal, los hermanos Pérez abandonaron su hogar y se decidieron a marchar a la montaña uniéndose a las ya múltiples partidas de gente armada que proclamaban la libertad.

Su labor entre los nuevos libertadores fue noble y decidida y pronto pudo traducirse en mejor disciplina y mayor moralidad y entusiasmo de los insurrectos. ¿Cuáles fueron sus días y sus noches? ¿Cuáles sus penas y contratiempos? Difícilmente el que de estas cosas no sabe, puede imaginarse los sufrimientos que entraña una vida de guerrillero, no sólo en lo material, en el hambre y en el frío, en la vida de sobresaltos y penalidades físicas, en la carencia de techo y de sosiego, sino, sobre todo, en lo que ve a lo espiritual: la incomprensión, el abandono y la malevolencia de quienes, por comunidad de ideales e interés superiores hubieran de ser, si no colaboradores, sí, al menos, simpatizadores sinceros. El vacío, que nunca sintieron en su total crudeza los cristeros, debió de ser para estos nuevos insurgentes, de alma también noble y levantada como los de antaño, una de sus más grandes penas. Era el 15 de septiembre del año de 1936. Los hermanos Pérez, en unión de otros guerrilleros, se encontraban en las faldas del sur del Volcán de Fuego, a no muy larga distancia del pueblo de S. Jerónimo, cuando una partida de agraristas armados trabó con ellos un ataque repentino e inesperado. En el rincón de un barranco cayó herido Ramón, el menor de los hermanos. Ignacio, el mayor, pudo haber huído; pero el cariño, la fidelidad, la compasión por el hermano herido lo retuvieron a su lado y, momentos después, caía acribillado a balazos. Inseparables habían sido en su vida, en sus ideales, en sus luchas, e igualmente juntos caían por la causa de la libertad escolar, por el alma de los niños de su pueblo y de su Patria.

LAS FOBIAS DEL GOBERNADOR

A la cuestión escolar unió el gobernador Saucedo, como hemos principiado a ver, su acción directa en contra del culto divino, y esta fobia diabólica iba en creciente.

El 16 de agosto de 1934, el congreso local expidió un nuevo decreto de cultos, reduciendo a 5 el número de sacerdotes que podían oficiar en el Estado: 1 por cada 12,000 habitantes, conforme al último censo. El gobernador, en el reglamento correspondiente, establecía que el culto sólo podría tener lugar en 165 templos de la capital y en las cabeceras municipales de S. Jerónimo, Tecomán y Comala. Dejaba, pues, sin culto, 5 de los municipios del Estado, entre ellos algunos de los más religiosos, como Villa de Alvarez.

SOLO DOS TEMPLOS EN EL ESTADO

En el mismo mes, inopinadamente el gobernador dispuso al presidente municipal de Colima la clausura de todos los templos de la ciudad, a excepción del Sagrario y la Capilla de la Sangre de Cristo. De igual manera fueron cerrados todos los templos de los municipios. En Villa de Alvarez y, sobre todo, en Comala, el pueblo protestó en masa por la clausura de sus iglesias. El clero de todo el Estado, por orden del gobernador, se reconcentró en la capital, con la obligación de pasar revista diaria en Palacio de Gobierno. Más aún: el gobierno se apoderó, en la Catedral, el Santuario, Templo de Villa de Alvarez y San Jerónimo, de todo cuanto pudo: materiales de construcción, muebles y aun objetos del culto. Fue un verdadero saqueo vandálico.

UNA ENTREVISTA CON EL GOBERNADOR

Un día de tantos, el gobernador Saucedo citó a todos los sacerdotes a su despacho. Sin excusa ninguna todos habrían de presentarse en el lugar de la cita. Los sacerdotes obedecieron. El objeto de la entrevista era el siguiente: manifestarles que de México avisaban que se había descubierto un complot en contra del general Calles, ramificado en Colima, y que en ese complot, era claro, el clero tenía que tener parte. Que se iba a emprender una seria investigación y que todo el peso de la ley habría de caer sobre el clero todo, si era culpable; que por lo pronto seguirían todos presentándose, día a día, a pasar revista. Además, que la actitud de los padres de familia al retirar a sus hijos de las escuelas, era una verdadera rebelión de la cual los sacerdotes eran los principales responsables, y que, o ponían fin a la labor sediciosa y remediaban el mal causado, laborando con el gobierno en pro de las escuelas, o habrían de sufrir las consecuencias. El clero manifestó respetuosamente su extrañeza ante la noticia del complot descubierto y protestó no tener ninguna participación en él, de ser cierto que el complot existiera y tuviere ramificación en Colima. En efecto, todo era maquinación perversa del gobernador para llevar a cabo sus planes. Saucedo partió entonces para México en donde siguió madurando su proyecto nefando de extirpar el catolicismo en Colima.

EL COLMO DE LAS FOBIAS:
NI UN SACERDOTE EN EL ESTADO

Ya en México, el gobernador Saucedo declaró, en presencia de los demás gobernadores, que él arrojaría del Estado a todos los sacerdotes y que perseguiría sin descanso el catolicismo, hasta lograr extirparlo en la entidad que él gobernaba. ¡Qué fácil!

Ante la actitud resuelta del apóstata Saucedo, los demás gobernadores -según él después lo afirmaba-, prometieron lo mismo. Muy en breve no quedaría en México rastro ninguno de fe cristiana. Y, tras la resolución, manos a la obra: en efecto, desde la capital mandó la orden al gobernador provisional, señor Salvador Govea, de que, sin miramientos ningunos, sucediera lo que sucediese, los sacerdotes todos fueran inmediatamente expulsados del Estado, haciendo caer sobre ellos la acusación de perturbadores del orden público, sediciosos y cristeros.

La noche del 22 de octubre, todos los sacerdotes fueron citados al propio domicilio del interino, Salvador Govea. Eran las 9 de la noche; la casa de Govea estaba bien defendida con gendarmes del Estado, como si se hubiese tratado de prevenir un ataque armado o apoderarse de una chusma de guerrilleros armados que se habrían de coger por sorpresa. Cuando todos los sacerdotes estuvieron reunidos -algunos de ellos ancianos decrépitos, enfermos y extraordinariamente achacosos-, el interino Salvador Govea, agria y adustamente, manifestó que por orden superior, todos deberían abandonar el Estado, al día siguiente a más tardar, a excepci6n de los señores curas don Bernardino Sevilla y don Manuel Sánchez Ahumada y del Pbro. don Francisco Rueda y Zamora, que en esa misma noche tendrían que estar fuera de los límites del Estado.

Apenas se habían retirado los señores sacerdotes del domicilio de Govea, que con impía altanería ponía en ejecución una ley a todas luces descabellada y aun inhumana, dadas las condiciones de edad, enfermedad y achaques de muchos de los sacerdotes colimenses, cuando un piquete de gendarmes aprehendió a los mismos tres sacerdotes a quienes se había dado disposición de salir en la misma noche de Colima; se les condujo de nuevo a la casa del gobernador Salvador Govea en donde el achichinque Tintos, con altanería de déspota impío, les manifestó que había sido ya dada, en contra de ellos tres, orden de fusilamiento. El P. Rueda manifestó que podría asesinárseles, sí; pero contra toda ley y derecho; puesto que ni en contra de los grandes criminales podría darse sentencia de fusilamiento ya que la pena de muerte estaba prohibida por la Constitución del Estado. Tintos manifestó entonces, que por indulgencia del C. Gobernador; la pena no se ejecutaría; pero que, inmediatamente, acompañados por gendarmes, tendrían que abandonar Colima.

En efecto, cuatro coches repletos de gendarmes formaron la comitiva que sacó a los tres mencionados sacerdotes hasta Tonila, Jal. Eran aproximadamente las 10 de la noche cuando se emprendió la marcha ... Cuando se hubo salido de la ciudad y la comitiva pasaba frente al cementerio municipal, una voz ronca ordenó que se hiciera alto y los cuatro coches hicieron alto ... Los gendarmes bajaron al punto con las armas en la mano y los sacerdotes fueron también sacados. ¿Para qué? Tendrían que ser fusilados, se les dijo, y tratóse de atemorizados. Es que los tiranos querían, a todo trance, una declaración, sacada a cualquiera costa, que les sirviera de base para confirmar lo que tanto ellos habían propalado: que los sacerdotes de Colima eran sediciosos y enemigos de la Revolución, contra la cual preparaban un complot. Todo en vano. En las sombras de la noche, rodeados de los jenízaros, los tres sacerdotes, amenazados de muerte, conservaron la ecuanimidad, y cuando aquella estratagema resultó vana, en medio de insultos y palabras gruesas se les hizo de. nuevo subir al coche y la marcha continuó hasta Tonila, Jal.

Entre tanto en la ciudad de Colima reinaba la más grande consternación. La policía había procedido a clausurar, con lujo de fuerza, los dos únicos templos que quedaban abiertos al público: el Sagrario y la Capilla de la Sangre de Cristo, que estaba haciendo los oficios del templo parroquial de la Merced. Fue tan imprevisto el ataque y se procedió con tal lujo de atropellp, que aun el Santísimo Sacramento quedó dentro. Fue preciso que un muchacho, burlando durante la noche la vigilancia de los guardias y brincando por sobre las bardas, se introdujese en los anexos del templo y de ahí al templo mismo, y sacase, por sobre las bardas también, la Sagrada Eucaristía. ¡Que Dios pague aquel arrojo cristiano!

Una hora más tarde, en medio también de gendarmes, salieron igualmente de la ciudad los sacerdotes Arreguín y Covarrubias. El primero, párroco de Tecomán y el segundo profesor de Filosofía en el Seminario Diocesano.

En aquella noche memorable, gran parte de las familias de Colima estuvo en vela: se oraba y se lloraba de consternación. Los políticos más responsables de los sucesos durmieron con sus defensas reforzadas, si es que durmieron.

Al día siguiente por tren, hacia Guadalajara, salieron casi todos los sacerdotes que restaban. Otros prefirieron viajar por automóvil hasta Tonila, Jal., en donde quedaban ya fuera de la jurisdicción de los perseguidores de Colima. Todos, aun los más ancianos y achacosos, tuvieron que salir al destierro: los canónigos Monseñor Francisco Anaya y don Alberto Ursúa, llenos de emoción al contemplar cómo la sociedad entera de Colima, sin distinción de clases acudía a la estación para despedirlos y llorando pedía la bendición última, aunaron sus lágrimas a las de los fieles a quienes públicamente bendijeron. Tanto el uno como el otro tuvieron que ser subidos en peso al carro del tren, porque ya por sus años y achaques no era posible que lo hicieran por sí mismos. El padre don Cipriano Meléndez estaba enfermo de gravedad. Además de ser un anciano débil y decrépito, acababa de sufrir una seria operación quirúrgica que lo tenía al borde del sepulcro. En una camilla y con inhumanidad sin igual, fue puesto en el carro del express. Enfermo también y casi moribundo iba el padre don Gregorio Ramírez, otro anciano decrépito, a quien el pueblo piadoso llamaba Ramiritos. Este murió en Sayula y el padre Meléndez, poco después, murió en Guadalajara.

También tuvo que salir el amado y anciano pastor de la diócesis, el Excmo. señor Velasco. Allá, durante los años de la suspensión del culto, fue el pastor fidelísimo que no salió del lado de sus hijos, con quienes compartió el sufrimiento y el peligro. Entonces, algo más potente que ahora, menos abatido por los años y la falta de salud, pudo entonces evitar el destierro, desapareciendo oportunamente de la vista y del alcance de los perseguidores y viviendo en las montañas vida de fugitivo. Hoy, empero, no tuvo ya en su mano este recurso y hubo de salir para Guadalajara. Su casa fue saqueada, sus muebles y sus libros eran malbaratados por gente sin conciencia y sin honor.

Colima en tanto lloraba ... En orfandad y luto lloraba de verdad.

LA ACCION CATOLICA, EN COLIMA

Capítulos brillantísimos escribió en sus páginas la Acción Católica, sobre todo la benemérita U.F.C.M. en este período de dolor. La honorabilísima señora doña Luisa Padilla de Alvarez encabezó el grupo de las señoras y señoritas que desplegaron su actividad para controlar a todas las clases sociales en estos meses de terrible prueba espiritual, a la vez que allegaban recursos para los desterrados. Volviéronse a organizar las interminables caravanas de fieles a Tonila. En coches, en camiones, en humildes cabalgaduras y aun a pie, a las altas horas de la noche y en la madrugada, sobre todo los días de fiesta y viernes primeros, se salvaba la distancia para ir hasta allá. Gozando del privilegio excepcional que en derroche de ternura paternal el Papa Pío XI concedió a México, los oratorios secretos se multiplicaron en Colima, tanto en la capital como en los pueblos. La Santa Eucaristía era llevada a ellos por los fieles mismos que de Tonila u otros lugares en donde había culto regresaban. Y ahí, en aquellos hogares-templos, los fieles comulgaban por su propia mano ... Providencialmente, Dios envió a Colima a un sacerdote michoacano enfermo del corazón que, no obstante su salud tan delicada, trabajó hasta agotarse. Dios le conservó casi milagrosamente la vida hasta el retorno de los sacerdotes colimenses. Algunos otros lograron penetrar furtivamente al Estado y así el señor cura don Mateo Macías volvió a su parroquia de Coquimatlán en donde ocultamente se sostuvo. Así, en medio de las lágrimas, se conservaba la fe y el culto. Colima mártir volvía a ser nuevamente digno espectáculo que Dios con sus ángeles contempló.

Tampoco faltaron en esta ocasión los jóvenes intrépidos de otros tiempos, nueva generación de valientes que en dos publicaciones defendieron los derechos del pueblo cristiano: desde el punto de vista religioso, La Verdad; desde el cívico, Libertad. Esta última triunfó en toda la línea en contra del masón Pimentel, a quien quería imponer el gobernador Saucedo.

LA BURLA DEL TIRANO

El gobierno del Estado estaba vencido. La huelga escolar seguía cada día más firme y completa: lloraba el pueblo la ausencia de sus sacerdotes; pero, al mismo tiempo, defendía con inquebrantable vigor el alma de sus hijos. Las escuelas estaban vacías.

Esta situación espiritual repercutía en lo temporal: todo languidecía: la popular feria de Todos Santos que se celebra en noviembre, el comercio, la vida social. El tirano, empero, no se daba por vencido y estaba dispuesto a extorsionar más. En 23 de noviembre de 1934, como represalia perversa, lanzó el Congreso del Estado un decreto más sobre cultos:

Art. I. En el Estado de Colima sólo podrá ejercer un solo sacerdote de cada culto religioso.
Art. II. Las ceremonias religiosas de cada culto deberán efectuarse únicamente en la capital y precisamente dentro de los locales autorizados.

¡Y todos los templos estaban clausurados por orden del gobierno! Y luego la burla:

Los sacerdotes deberán ser casados civilmente.

¡La cavernaria y sarcástica condición de Garrido Canabal en Tabasco! Y, de remate, el pasquín oficial Vanguardia, insultando a la sociedad en lo más sagrado que tiene que defender: su conciencia.

EL PRESIDENTE CARDENAS

A principios de 1935 visitó Colima el Presidente de la República, general Cárdenas. Con esta oportunidad, el pueblo organizó una numerosísima manifestación. Una respetable comisión de señoras, en nombre de los manifestantes, entrevistó a Cárdenas, quien prometió influir (!!) por que se diera a Colima una reglamentación aceptable. Con respecto a la libertad de enseñanza, Cárdenas manifestó, entre bromas que: sólo una revolución sería capaz de obtenerla ...

Y los días pasaron y la situación religiosa no cambiaba. A pesar de que se recordó al señor Presidente su promesa, el asunto durmió en Gobernación.

SE VA POR FIN EL TIRANO

Un día -¡feliz día para Colima!-, Saucedo salió para México, dejando como gobernador interino al diputado por S. Jerónimo, señor Crispín Ríos. Durante esos días, con fecha 26 de junio, la legislatura local aprobó un decreto que a la letra decía en su Art. 2:

En el Estado de Colima podrán oficiar 20 sacerdotes de cada culto religioso.

El pueblo se llenó de júbilo; pero Saucedo dio contraorden telegráfica y la legislatura, no obstante que el decreto había sido publicado y fijado en las esquinas de las calles, según estilo, negó haber expedido tal decreto y aun publicó, con fecha 23 de julio, un aviso atribuyendo a maniobras de los católicos la publicación del dicho decreto impreso. Entonces, un grupo de valientes católicos publicó una protesta impresa en que se echaba en cara al congreso del Estado su cobardía y claudicación.

No habían transcurrido muchos días cuando la hora de Dios sonó al fin, y el tirano de Colima cayó del poder. ¿Cuál fue la causa? De tejas abajo, como el pueblo suele decir, el oponerse a la voluntad del P. R. M., que había decidido que fuera gobernador de Colima, para el siguiente período, el teniente coronel don Miguel G. Santa Ana.

REGRESAN LOS SACERDOTES

Todavía alcanzó a allanar las dificultades para que volvieran a Colima los sacerdotes desterrados, el señor don Crispín Ríos, durante los días de su administración. Como los templos continuaban cerrados, en tanto que se llenaban los requisitos legales, el culto principió, de una manera semi-oculta, en domicilios particulares. Cuando al señor Ríos sucedió, también como gobernador provisional, el señor don José Campero, logró obtenerse la reapertura de algunos de los templos, y Colima tuvo de nuevo culto público. De igual manera, en estos mismos días, en los municipios del Estado, el culto se reanudó, con inmensa alegría del pueblo.

MIGUEL G. SANTA ANA,
EL NUEVO GOBERNADOR

El teniente coronel Miguel G. Santa Ana (período 1935-1939) gobernó en general con tolerancia hacia los católicos y se supo granjear el cariño del pueblo. Sin embargo, muchas cosas tuvieron que seguirse lamentando durante su administración.

El mismo expulsó al señor cura don Manuel Sánchez Ahumada, párroco de La Merced, y al señor cura don Ignacio Ramos, de la parroquia de San Jerónimo, porque -según el decir del mismo gobernador- aquellos dos sacerdotes apoyaban al pueblo en su boycot a las escuelas oficiales. De aquí que, según su sentir, ellos dos deberían ser eliminados, pues él trataba a todo trance de mejorar y levantar las escuelas. Lástima que por falta de mejor criterio puso sólo sus ojos en el mejoramiento material: aumento de escolares, de edificios dedicados a la enseñanza, etc. Pero degenerado el magisterio oficial, continuó así sin buscarse remedio a mal tan grande. Es cosa completamente pública en Colima el nivel tan bajo a donde se descendió; los ejemplos de liviandad dados a diario a los escolares, y la inmoralidad abiertamente reinante en algunos centros de educación. ¡Cómo no habrían de oponerse los padres de familia a que sus hijos perteneciesen a tales escuelas, más aún, constando que muchos de los textos de enseñanza eran anticristianos, que muchos de los profesores eran declaradamente apóstatas de su fe y atacados algunos de la vieja fobia en contra de la Religión Católica!

No solamente los dos sacerdotes arriba enumerados fueron expulsados, sino que algunas familias del pueblo de San Jerónimo por idéntica razón, fueron desterradas.

Llevado Santa Ana de su afán de mejorar las escuelas en lo material; se apoderó de todo lo que ocupaba el antiguo colegio La Paz, al costado del Templo del Sagrado Corazón. Fue en días mejores el Colegio La Paz excelente colegio en donde se educó lo más granado de la sociedad de Colima, atendido por religiosas. Cuando las religiosas hubieron de abandonar su casa, envueltas en el torbellino que la persecución levantó y que arrolló a su paso cuanto de grande y noble, cuanto de santo encontró, el colegio, aunque en otro edificio, con otro nombre y con distinto profesorado, pudo por algunos años subsistir, y el edificio pudo salvarse, hasta que llegaron los tiempos del gobernador Santa Ana en que la ocupación total se consumó.

Dados estos antecedentes, sobre todo en los primeros tiempos del gobierno de Santa Ana, la excitación popular continuaba en fermento y las represalias en contra de los católicos de Colima no terminaban.

J. JESUS Z. CRUZ

Jesús Z. Cruz era un muchacho trabajador y honrado. Siempre alegre y lleno de entusiasmo era de los jóvenes de la Acción Católica. Sus compañeros, dado su espíritu organizador y abierto, su decisión y su valor civil, le llamaban con el cariñoso sobrenombre de el General.

El 27 de diciembre de 1935, como a las 11 de la mañana, fue aprehendido por militares disfrazados de civiles que le llevaron a la Comandancia Militar de la Zona. Cuando llegó la noche, se le condujo a la Colonia agrarista d€ El Moralete, a orillas de la ciudad. Allí se le atormentó horriblemente, se le hizo cavar su propia sepultura y, finalmente, se le fusiló. Z. Cruz obsequió, en señal de perdón, un anillo a Uno de los que lo mataron. Había comulgado ese mismo día por la mañana. Era originario de Coquimatlán, Col. y acababa de cumplir 30 años.

EL PERIODO DE SANTA ANA.
ULTIMOS ACONTECIMIENTOS

En cambio de los males enunciados, el gobernador Santa Ana con no escasa buena voluntad y tino se prestó a ir solucionando algunos de los problemas religiosos. Expidió un decreto anulando todos los anteriores de sus predecesores en materia de cultos, y en 'el cual se autorizaba 15 sacerdotes para el Estado; volvió al culto público algunos de los templos que aún permanecían clausurados y facilitó la reanudación del culto en la Catedral, cuyas obras de reconstrucción fueron un símbolo de la tenacidad y entusiasmo de los católicos de Colima.

El 2 de diciembre del año 1939, la víspera del primer día de la novena a la Santísima Virgen de Guadalupe, en cuyo honor la Catedral colimense está erigida, se hizo la solemne bendición de las obras hasta entonces concluídas: la gran cúpula central y el presbiterio. Lo restante del templo, aunque amarrado ya en sus partes principales para que no constituyese peligro para los fieles, aún estaba lleno de grietas. Cerca de dos mil almas concurrieron al acto, en aglomeración extraordinaria, sin dejar lugar para que nadie, a no ser los que ocupaban las bancas, se pusiese siquiera de rodillas. ¡Así era el hambre del pueblo de Colima por poseer de nuevo su hermosa Catedral! Sin embargo, del viejo Cabildo ya nadie estuvo presente. Las ilustres figuras del sacerdocio de Colima, en gran parte, habían pasado ya de esta vida. Los años de aflicción y martirio habían consumido prematuramente sus existencias terrenales. Ya no estuvo el antiguo maestro de muchas generaciones, rector del seminario de Colima durante largos años, canónigo don Jesús Carrillo: ya había muerto. Había muerto también quien, en los años de la mayor angustia, había sido el Vicario General de la Diócesis, Monseñor Francisco Anaya. Había de igual manera exhalado su alma en manos del Rey Supremo, el ilustre confesor de Cristo, forjador de toda una pléyade de mártires, hombre de ciencia y de inquebrantaBle fe: Nuestro Padre, como le llamaron muchos, el Padre don Jesús Ursúa, como le conoció y llamó el pueblo. De estas ilustres figuras Spectator habló en la primera parte de su libro.

Descansen en paz estos egregios sacerdotes. Descansen en paz todos los idos; sean nuestra avanzada ante el trono del Rey Eterno de los siglos; sea, sobre sus pechos gloriosos, blasón de gloria lo que en otros tiempos fuera la bandera de sus combates, el Viva Cristo Rey de sus ideales.
Indice de Los cristeros del volcán de Colima de Spectator Libro noveno. Capítulo quintoEfemérides - 1927Biblioteca Virtual Antorcha