HISTORIA DIPLOMÁTICA
DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA
(1910 - 1914)
Isidro Fabela
PRIMERA PARTE EL PACTO DE LA EMBAJADA
En la ciudad de México, a las nueve y media de la noche del día dieciocho de febrero de mil novecientos trece, reunidos los señores generales Félix Díaz y Victoriano Huerta, asistidos, el primero por los licenciados Fidencio Hernández y Rodolfo Reyes, y el segundo por los señores teniente coronel Joaquín Maas e ingeniero Enrique Zepeda, expuso el señor general Huerta, que en virtud de ser insostenible la situación por parte del gobierno del señor Madero, para evitar más derramamiento de sangre y por sentimientos de fraternidad nacional, ha hecho prisionero a dicho señor, a su gabinete y a algunas otras personas; que desea expresar al señor general Díaz sus buenos deseos para que los elementos por él representados fraternicen, y todos salven la angustiosa situación actual. El señor general Díaz expresó que su movimiento no ha tenido más objeto que lograr el bien nacional y que, en tal virtud, está dispuesto a cualquier sacrificio que redunde en beneficio de la patria. Después de las discusiones del caso, entre todos los presentes arriba señalados se convino en lo siguiente: Primero. Desde este momento se da por inexistente y desconocido el Poder Ejecutivo que funcionaba, comprometiéndose los elementos representados por los generales Díaz y Huerta a impedir por todos los medios cualquier intento para el restablecimiento de dicho Poder. Segundo. A la mayor brevedad se procurará solucionar en los mejores términos legales posibles la situación existente, y los señores generales Díaz y Huerta pondrán todos sus empeños a efecto de que el segundo asuma, antes de setenta y dos horas, la Presidencia Provisional de la República, con el siguiente gabinete: Relaciones, licenciado Francisco León de la Barra. Será creado un nuevo ministerio, que se encargará de resolver la cuestión agraria y ramos conexos, denominándose de Agricultura y encargándose de la cartera respectiva el licenciado Manuel Garza Aldape. Las modificaciones que por cualquier causa se acuerden en este proyecto de gabinete deberán resolverse en la misma forma en que se ha resuelto éste. Tercero. Entretanto se soluciona y resuelve la situación legal, quedan encargados de todos los elementos y autoridades de todo género, cuyo ejercicio sea requerido para dar garantía, los señores generales Huerta y Díaz. Cuarto. El señor general Díaz declina el ofrecimiento de formar parte del gabinete provisional en caso de que asuma la presidencia provisional el señor general Huerta, para quedar en libertad de emprender sus trabajos en el sentido de sus compromisos con su partido en la próxima elección, propósito que desea expresar claramente y del que quedaban bien entendidos los firmantes. Quinto. Inmediatamente se hará la notificación oficial a los representantes extranjeros, limitándola a expresar que ha cesado el Poder Ejecutivo, que se provee a su sustitución legal, que entretanto quedan con toda la autoridad del mismo los señores generales Díaz y Huerta, y que se otorgarán todas las garantías procedentes a sus respectivos nacionales. Sexto. Desde luego se invitará a todos los revolucionarios a cesar en sus movimientos hostiles, procurándose los arreglos respectivos. Firmados. Terminada la lectura del documento, el embajador Wilson y los mexicanos presentes aplaudieron. Después, el general Huerta, alegando que tenía ocupaciones urgentes, se despidió. Intencionalmente había dejado al brigadier Díaz para lo último, y al llegar a él se detuvo un momento. Pareció que ambos vacilaban. Al fin Huerta abrió los brazos, y dos ambiciones contrarias se estrechaban, pensando, probablemente, en el momento en que pudieran destruirse una a la otra. Nuevamente resonaron los aplausos en el salón, aplausos que otra vez encabezaba Su Excelencia el embajador americano, mister Henry Lane Wilson. Al reunirse el embajador americano con sus colegas que sólo lo esperaban para despedirse, todos ellos, casi a un tiempo, exclamaron: ¿No irán estos hombres a matar al Presidente? - Oh, no -dijo mister vVilson-, a Madero lo encerrarán en un manicomio; el otro sí, es un pillo, y nada se pierde con que lo maten. - No debemos permitirlo -dijo inmediatamente el ministro de Chile. - Ah -replicó el embajador-, en los asuntos interiores de México no debemos mezclarnos: allá ellos que se arreglen solos. Al traspasar el umbral del edificio, ya en la calle, uno de ellos dijo: Es curioso este embajador. Cuando se trata de dar auxilio a un jefe rebelde y que bajo el pabellón de su patria se concierte el derrumbe de un gobierno legítimo ante el cual él está acreditado, no tiene inconveniente en intervenir, ser testigo del pacto y aun discutir las personas que formarán el nuevo gobierno, sin que le preocupe si se trata o no de asuntos interiores del país; pero cuando se trata de salvar la vida de dos personajes políticos, a quienes la traición y la infamia quizá están discutiendo la manera de matar, encuentra que su posición de representante de una potencia extraña no le permite intervenir, aunque sí califica a rajatabla y con notoria indiscreción, a los gobernantes del país ante quienes está acreditado (1). LA NOBLE ACTITUD DE MARQUEZ STERLING Conozcamos ahora cómo relata los hechos acontecidos después del golpe de Estado S. E. don Manuel Márquez Sterling, ministro de Cuba en México y testigo presencial de los sucesos históricos desarrollados, y que, por venir de un diplomático paradigma de probidad, consideramos auténticos. Pero antes creemos pertinente presentar al lector una breve semblanza del gran amigo del mártir Madero y de nuestro país. Don Manuel Márquez Sterling era un distinguido caballero, escritor de muy buenas letras y diplomático, que prestó a su patria eminentes servicios, que descollaron de manera relevante en su actuación como representante de nuestra hermana Cuba, en México, durante la Decena Trágica, según veremos en seguida. Al señor Márquez Sterling lo conocí en La Habana el año de 1913, cuando llegué al bellísimo puerto de paso para incorporarme a la Revolución Constitucionalista, que era mi destino final. Había salido de México huyendo de las órdenes de aprehensión que Victoriano Huerta había dictado en mi contra con sobrado motivo, pues no sólo había atacado al gobierno usurpador desde mi curol de diputado renovador como fervoroso maderista que era, sino, principalmente, en mi discurso que pronunciara en el Teatro Xicoténcad al celebrarse por primera vez en México la fiesta del Trabajo (1° de mayo de 1913), discurso en el que increpé con dureza y temeridad a los asaltantes del poder público (2). Escapado, no sin muy serias dificultades, de la capital federal y amparado por la generosa y resoluta protección del capitán del vapor francés La Navarre, llegué a la gran antilla donde, desde luego, me personé con el señor Márquez Sterling, director de un magnífico diario independiente, El Heraldo de Cuba, quien después de recibirme con la caballerosa condición muy propia de su hidalga personería, me publicó en su diario el artículo El apóstol Madero, pequeña estampa biográfica del mártir que fuera en esa época trágica el símbolo más puro del desinterés patriótico, la probidad ciudadana y la ingenua pureza del hombre nacido para ser, -después de sacrificado-, la bandera invencible de la Revolución, vencida en sus manos y levantada poco después por el gobernador de Coahuila don Venustiano Carranza. Márquez Sterling era un varón de elevada estatUra, pero no mucho, de tez moreno pálida, de maneras muy pulcras, de atuendo siempre Impecable. Don Manuel hablaba en voz muy baja, en ocasiones apenas audible, y su expresión era parsimoniosa y adecuada al objeto de su conversación. No era un conversador de digresiones, sino directo y preciso, y además su nutrido léxico denotaba mucha lectUra y talento literario. Dice Márquez Sterling: Representaba yo en México, el 9 de febrero de 1913, a mi patria, enaltecido por las funciones de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la República de Cuba. La revolución encabezada por los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz estalló al mes cabal de haber presentado a don Francisco I. Madero, en cordialísima ceremonia, las cartas credenciales de estilo; y conviene advertir que antes de aquella fecha jamás había tenido relación alguna, oficial ni particular, con el apóstol de la democracia mexicana. Pocos días después de conocerle, y muchos, muchísimos después de admirarle, fue sacrificado a las cóleras de la vieja y extinguida dictadura dispuesta a retoñar en frenética tiranía. Todo cuanto paso a referir es rigurosamente cierto, copia fiel de impresiones y recuerdos imborrables. Sólo callo, retoco, tacho y guardo en la mente aquello que, a juicio del diplomático, por prudencia o por no encender pasiones o por no comprometer a los actores, deba ignorar, al menos por ahora, el historiador de estos fragmentos. El ministro Márquez Sterling describe así sus impresiones respecto a la junta convocada por el embajador Wilson en el recinto de la Embajada de los Estados Unidos, minutos después del cuartelazo: Estas reuniones, en general resultan estériles; porque es difícil poner de acuerdo los intereses diversos que representan los ministros. Unos hablan mucho menos de lo que pueden. Otros hablan mucho más de lo que deben. Algunos callan. No se pronuncian discursos. La elocuencia del diplomático es el monosílabo. El ministro inglés ocupaba su puesto y fingía dormir. Era el más alerta de todos, aunque no el más acertado. La discreción es la cualidad fundamental del diplomático. Por eso es, comúnmente, la cualidad de que carece. Los hay que son indiscretos con la palabra y con el silencio. Los hay también que son indiscretos con el gesto y con la mirada. Reunidos, ofrecen un curioso espectáculo. Se miran entre sí con cierto desdén ceremonioso. Y cuando uno de ellos habla, los demás dicen que no con la cabeza. Si les pica la cólera, abandonan el francés y rabian en su idioma: la Torre de Babel. Éste refunfuña en ruso, aquél gruñe en alemán, el otro se queja en italiano. Y el embajador, con su carácter de respetable y dignísimo decano, solicita que le pongan atención. Es de los que hablan lo que deben callar y callan lo que deben hablar. Es el hombre más indiscreto concebible. Más indiscreto de tarde que de mañana. Y más todavía de noche que de tarde. El general Huerta le ha comunicado en una breve nota lo que sigue: 1° Que tiene preso, por patriotismo, al Presidente de la República y a sus ministros; Un ministro: ¿A qué rebeldes? Él es un rebelde ... Otro ministro: ¿Quiénes son ahora rebeldes? El embajador: Ésta es la salvación de México. En lo adelante habrá paz, progreso y riqueza. La prisión de Madero la sabía yo desde hace tres días. Debió ocurrir hoy de madrugada. No cabía de gozo y se le escapaban las confidencias. Presentó la lista de los afortunados que integrarían el gabinete del general Huerta. Y no se equivocó en un solo nombre. Sin embargo, Huerta no era todavía Presidente Provisional. Un ministro: ¿Ya usted avisó a Félix Díaz? El embajador: ¡Mucho antes de que Huerta me lo pidiese! (4). UN GRAN CONTRASTE EL EMBAJADOR DE LOS ESTADOS UNIDOS Y EL MINISTRO DE CUBA Lane Wilson traspasó así las lindes de sus funciones diplomáticas constituyéndose en el director intelectual del Pacto de la Embajada, interviniendo de manera descarada en la política interior de México, produciéndose en sus palabras y actos como acérrimo enemigo del gobierno ante quien estaba acreditado y partidario entusiasta de los rebeldes al régimen constitucional. Su carencia de ética diplomática y humana se exhibe ante la historia cuando dice: ... A Madero lo encerrarán en un manicomio ... y cuando agrega refiriéndose al Vicepresidente, o a don Gustavo Madero: el otro sí, es un pillo, y nada se pierde con que lo maten ... Si el antidiplomático se refería al político romántico que era Pino Suárez, sólo la inquina exacerbada por el alcohol podía inspirar esa frase que delata el más maligno estado de alma. Desear que mataran a aquel abnegado y lealísimo amigo de Madero que jamás dejó en su paso por la vida un acto contrario a la bondad y a la justicia, acusa un sentimiento perverso que no tiene perdón ni ante Dios ni ante los hombres. Si aludía al hermano del Presidente, era un vil calumniador porque Gustavo Madero no tenía nada de pillo: era un hombre recto y sagaz cuya culpa -para sus enemigos- consistió en querer salvar a su ingenuo hermano de sus características debilidades extrahumanas, que lo perdieron. Conozcamos ahora las impresiones que dejaron los acontecimientos de aquellos días en el ánimo de S. E. don Manuel Márquez Sterling: La noche del 18 de febrero fue noche muy triste para quienes, amando profundamente a la patria mexicana, comprendieron que era presa del furor de la ambición. Y a las diez de la mañana del día 19, salí de casa para observar el aspecto de la ciudad, el ánimo del pueblo y el cariz que presentaba la dolorosa situación. Atravesé, en coche, la avenida de San Francisco (el bulevar mexicano) y las aceras o las banquetas, como allá se dice, no daban abasto a las damas y caballeros de todos tipos y estilos, que circulaban entre sonrientes y azorados, entre placenteros y compungidos. Como yo, también las gentes iban a caza de noticias y formando grupos, comentaban sus impresiones, caso de ser favorables al abrazo moral de Huerta y Félix Díaz, que el abrazo material el pueblo soberano acaso lo ignore todavía. Al cabo de algunas vueltas del Zócalo a la Alameda, donde parecía acongojado el rostro de la estatUa de Benito Juárez, detUve el coche en un establecimiento de tabacos, y saltando del estribo a la ancha puerta, me dirigí al mostrador de cristales. A un lado hablaban en tono grave unas cuantas personas, y al otro un señor de mi amistad escucha con gesto solemne. De pronto el que llevaba la voz cantante me dice: - Señor ministro: ¿ya usted sabe lo que pasa? Reconocí en seguida al súbdito alemán que, a guisa de mensajero de Félix Díaz, llevara al cuerpo diplomático ciertas proposiciones que no fueron oídas. Continuó: - Ayer fusilaron a ojo parado (el apodo con que sus enemigos distinguían a Gustavo Madero) y hoy mismo fusilarán también al Presidente ... Aquellas palabras, pronunciadas con cierto cinismo, me produjeron una sensación helada que recorrió toda mi piel. Al salir, el amigo silencioso me detUvo con esta queja: - ¡Oh! señor ministro, fusilarán a don Pancho, son capaces de todo. - No haga usted caso -le contesté-. Lo que ese hombre dice es inverosímil ... - Aquí, desgraciadamente, lo inverosímil sería lo contrario, ministro. Me consta que a don Gustavo lo asesinaron ayer, sometiéndole antes a horrible tormento ... y si ustedes los diplomáticos no lo impiden, correrá la misma suerte el Presidente ... Fui a responderle, pero se ahogaron las palabras en mi garganta ... - ¡No hay tiempo que perder, ministro, tome usted la iniciativa! Y después de meditarlo un instante, respondí: - Esa iniciativa corresponde al embajador, que es hoy la más poderosa influencia. - Tómela usted, ministro, sólo usted ... -afirmó mi amigo, y con un apretón de manos, más afectUoso que nunca, nos despedimos. ¡Costaba trabajo convencerse de que no era aquello la ficción de una pesadilla! Y subiendo al carruaje ordené al cochero que me llevase a mi Legación. Frente al monumento de Juarez. De regreso, más contristado que la ida, tropecé con el Ministro Z, que me detuvo. - ¿Sabe usted algo? -pregunté. - Sí ... lo que sabe todo el mundo. Que han matado a Gustavo Madero y que ... probablemente matarán también a su hermano. - ¡Eso sería espantoso! -respondí-. ¿No cree usted que podríamos proteger la vida del Presidente? - Los intereses de partido harán necesaria su muerte ... Pero los intereses de la humanidad, que son más elevados, exigirán que su vida sea respetada ... - Si el embajador quisiera ... Yo: - ¡Querrá! El ministro Z: - ¡O no querrá! Al llegar a mi residencia profunda agitación me impulsaba. Aquellas palabras: No hay tiempo que perder, vibran en mi mente: y juzgué abominable cobardía cruzarme de brazos ante la presa desgarrada. Hice entonces lo más cuerdo, lo más sensato; comunicar al embajador mis informes, invitarlo a que fuera suya la iniciativa si mía, débil e ineficaz, brindarle el crucero Cuba, surto en el puerto de Veracruz, para el caso, a mi entender probable, de que se acordara, con los jefes del golpe de Estado, expatriar al señor Madero. Y escribí en un segundo esta nota privada que, momentos después, recibía Mister Wilson: Legación de Cuba. Señor embajador: Circulan rumores alarmantes respecto al peligro que corre la vida del señor Francisco I. Madero, Presidente de la República Mexicana, derrocado por la revolución y prisionero del señor general Huerta. Inspirado por un sentimiento de humanidad, me permito sugerir a Vuestra Excelencia la idea de que el cuerpo diplomático, de que Vuestra Excelencia es dignísimo decano, tomara la honrosa iniciativa de solicitar a los jefes de la revolución medidas rápidas y eficaces, tendientes a evitar el sacrificio inútil de la existencia del señor Madero. Me permito rogar a Vuestra Excelencia que disponga del crucero Cuba, anclado en el puerto de Veracruz, por si la mejor medida fuese sacar del país al señor Madero; y, asimismo, que cuente con mis humildes servicios para todo lo relativo a dar asilo en dicho crucero al infortunado Presidente preso. Seguro de que participa Vuestra Excelencia del mismo anhelo que yo, propio de hombres nacidos en el suelo de América, reitero a Vuestra Excelencia mi más alta consideración. M. Márquez Sterling. A su Excelencia el señor Henry Lane Wilson, embajador de los Estados Unidos de América, Decano del Honorable Cuerpo Diplomático, etc., etc. Claro que no aludí al señor Pino Suárez porque lo hacía a salvo de todo riesgo. En seguida me dirigí a la Legación japonesa donde se hallaba refugiada la familia del Presidente cautivo. En una pequeña sala interior, amueblada con el exquisito gusto de madame Hurigutchi, la esposa del encargado de negocios, recibían los padres y hermanas del señor Madero la visita de algunos fieles amigos, y la de varios diplomáticos. Al verme, el señor Madero, padre, salió a mi encuentro: - ¡Qué le parece, ministro! ... ¡Yo nunca tuve confianza en Huerta! Advertí que ignoraba el asesinato de don Gustavo y expresé el sentimiento que me causaban sus tribulaciones. Y como al cabo de breves minutos se retiraran las demás visitas, el señor Madero me rogó, porque así lo querían él y su esposa, que presentara, a nombre de ellos, una petición al cuerpo diplomático. - El señor Hurigutchi acompañará a usted. Les quedaremos eternamente agradecidos. Y el señor Madero me entregó un documento concebido así: Al Honorable Cuerpo Diplomático residente en esta capital. Señores ministros: Los que suscribimos, padres de los señores Francisco I. Madero, Presidente de la República Mexicana, y Gustavo A. Madero, diputado al Congreso de la Unión, venimos a suplicar a Vuestras Excelencias que interpongan sus buenos oficios ante los jefes del movimiento que los tiene presos, a fin de que les garanticen la vida; y, asimismo, hacemos extensiva esta súplica en favor del Vicepresidente de la República, señor J. M. Pino Suárez, y demás compañeros. Anticipando a Vuestras Excelencias nuestras más sinceras demostraciones de profundísimo reconocimiento y el de los demás allegados y parientes de los prisioneros, quedamos con la mayor consideración de Vuestras Excelencias, atentos y seguros servidores. Francisco Madero. En la Embajada estaban, con mister Wilson, el ministro inglés, el de España y el encargado de negocios de Austria-Hungría, un joven de gran entendimiento. Al exponer al embajador el asunto que llevábamos, no pudo reprimir una mueca de cólera ... Tomó el pliego que le entregué y después de leerlo, contestó que se oponía a que el cuerpo diplomático acordara nada. - ¡Eso es imposible! -me dijo, en el mismo lugar donde la víspera se abrazaron Huerta y Félix Díaz. Y reflexionándolo mejor, o intentando recoger la mueca, añadió-: ¿Por qué ustedes no le piden directamente al general Huerta un trato benigno para los prisioneros? Y volviéndose al de España: Usted y el señor ministro de Cuba podrían ir a Palacio y entrevistarse con el mismo Huerta, hablando en nombre de cada uno de los ministros, pero no en nombre del cuerpo diplomático. Notas (1) R. Prida, op. cit., pp. 547 y 548. (2) Tal discurso aparece publicado en mi libro Arengas revolucionarias edItado en Madrid. Tipografía Artística, 1916, p. 59. (3) Memoria de la Secretaría de Gobernación formada por el licenciado Jesús Acuña, secretario de Estado. (Notas y apuntes para la historia, de Manuel Márquez Sterling, México, 1933; p. 196). (4) M. Márquez Sterling, citado en el libro de Acuña, op. cit., p. 197.
Hacienda, licenciado Toribio Esquivel Obregón.
Guerra, general Manuel Mondragón.
Fomento, ingeniero Alberto Robles Gil.
Gobernación, ingeniero Alberto García Granados.
Justicia, licenciado Rodolfo Reyes.
Instrucción Pública, licenciado Jorge Vera Estañol.
Comunicaciones, ingeniero David de la Fuente.
El general Victoriano Huerta.
El general Félix Díaz.
2° Que le ruega lo participe así al cuerpo diplomático;
3° Que también le ruega lo haga saber a mister Taft, y;
4° Que si ello no es abuso, informe de su aventura a los rebeldes (3).
México, febrero 19 de 1913.
Mercedes G. de Madero.
México, 19 de febrero de 1913.