Índice de Historia diplomática de la Revolución Mexicana (1910 - 1914), de Isidro FabelaPrimera parte El cuerpo diplomático ante el usurpador Primera parte El World de Nueva York condena a Henry Lane WilsonBiblioteca Virtual Antorcha

HISTORIA DIPLOMÁTICA
DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA
(1910 - 1914)

Isidro Fabela

PRIMERA PARTE

CÓMO SE SUPO EN LA LEGACIÓN DE CUBA
EL ASESINATO DE MADERO Y PINO SUÁREZ



LA VIUDA RECLAMA EL CADÁVER DE SU ESPOSO

El ministro de Cuba, después de brindar en la Embajada de los Estados Unidos, el 22 de febrero de 1913, por la gloria de Jorge Washington, se encerró en su despacho a trabajar, que tenía cien informes y oficios pendientes, mucho asunto en examen y mucho problema en estudio; montañas de papeles; expedientes y firmas y sellos que aguardaban y cartas y telegramas pidiendo turno; y mediada la noche, al parecer tranquila, dióse el ministro blandamente al sueño, reclamándole descanso las magulladuras del cuerpo y del espíritu y la prolongada vigilia (1).

¿Qué pasa? ... Un sirviente llama desde fuera de la alcoba. ¿Ocurre algo? .... Despierta el ministro y se yergue sobre las almohadas. El sirviente avisa que la señora Madero quiere hablar por el teléfono desde la casa del Japón. ¿Es tarde? Las siete de una fría mañana. Corre la esposa del ministro al receptor y escucha el desolado ruego:

¡Señora, por Dios; al ministro que averigüe si anoche hirieron a mi marido! ¡Es preciso que yo lo sepa, señora!

Y no podía la del ministro consolarla, desmintiendo aquella versión, piadoso anticipo de una dolorosa realidad, porque, en ese mismo instante su doncella le mostraba todo el ancho del periódico El Imparcial, en grandes letras rojas, la noticia del martirio ...

Transcurre escasamente una hora. Y el ordenanza, él, partidario de Félix Díaz, también emocionado anuncia que aguardan en el salón la señora Madero y su cuñada, la señorita Mercedes. Un mes antes, el mismo ordenanza anunciaba, con distinta emoción, a la señora del Presidente de la República, radiante de felicidad que honraba, en amable visita, a sus señores bajo las armas de Cuba ...

La esposa regresa viuda, y en vez de la gracia regia lleva un manto negro y arrasados de lágrimas los ojos. No puede explicar lo que pasa; y es tal su angustia y tan extraordinario el espanto de su alma, que habla y luego calla y se estremece. Nos mira y tiembla, con temblor de todo su cuerpo ... Es el pesar que la levanta en un suspiro y la deja caer en un lamento ... como ahogados en el llanto sus sentidos; y cubre con el húmedo pañuelo su rostro desencajado; y solloza, en queja, una orden, una súplica:

Quiero ver a mi marido, que me entreguen su cadáver, quiero llevarlo a su tierra de San Pedro, donde nadie lo traicionaba, y darle sepultura con mis propias manos y vivir sola, junto a su tumba ...

La señora del ministro le prodiga sus cuidados y procura apaciguar la excitación de sus nervios.

Inmensa es la desventura que la arrebata, señora; pero es también inmensa la resignación cristiana y eterna la misericordia del cielo ...

- Hemos ido a la Penitenciaría -exclama la señorita Mercedes entre gemidos- y la guardia nos prohibió la entrada. En seguida acudimos a Blanquet, y penetramos a su despacho. ¡Qué diferencia! Hace dos semanas ¡nos habría recibido de rodillas! No se atrevió a negarnos el permiso escrito; pero de vuelta a la Penitenciaría, la soldadesca arrebata el papel y nos rechaza. ¡Asesinos! ¡Traidores! Fue el grito que se escapó de mi garganta ... ¡Sí, asesinos, traidores, miserables!

- Necesito ver el cadáver de mi marido -interrumpe la viuda, caminando de un extremo a otro de la sala-, contemplar su rostro; persuadirme así de que es a él a quien sus protegidos han asesinado. Yo quiero su cadáver, es mío, me pertenece, nadie puede disputármelo ...

Y en tono de súplica, anegada de nuevo en llanto, añade:

- Ministro, pídalo usted ahora mismo, sin pérdida de tiempo.

El ministro: En estas circunstancias, en medio del incendio, la única influencia positiva la tiene el embajador ...

La señora de Madero: No, no ... del embajador no quiero nada, no me nombre usted al embajador ... él es el culpable lo mismo que los otros ...

Al cabo cede. Ella quiere ver a su marido; ¡quiere verlo de todos modos! ...

Bueno, ministro, sí, el embajador ... pero usted, no yo ... usted!

Y ésta es la carta que en el acto remitimos a míster Wilson:

Legación de la República de Cuba.
México, febrero 23 de 1913.

Mi querido señor embajador:

La desdichada viuda del señor Madero se encuentra en la Legación de Cuba en los actuales tristísimos instantes; y me refiere que estuvo a solicitar del general Blanquet una orden para entrar en la Penitenciaría a ver el cadáver de su infortunado esposo; el general le dio la orden por escrito pero en la Penitenciaría no la respetaron, le arrebataron de la mano el papel y tuvo que retirarse. La señora Madero quiere, de cualquier modo, que le entreguen el cadáver de su marido para ella darle cristiana sepultura; y yo le ruego a V. E., Sr. embajador, en nombre de la piedad que la desventura y el dolor inmenso inspiran, y por la nobleza y generosidad del carácter de V. E. (?) (2), que interponga su influencia para que la señora Madero sea complacida.

Sólo V. E. podna conseguirlo.

Lo saluda con su distinguida consideración, afectuosamente, S. S. y amigo.

M. Márquez Sterling.

A su Excelencia el señor Henry Lane Wilson, embajador de los Estados Unidos de América.

Míster Wilson respondió en seguida a nuestra carta:

Embajada de los Estados Unidos de América.
México, febrero 23 de 1913.

Mi querido colega:

Acabo de recibir su nota relativa a que las personas encargadas de custodiar el cuerpo del extinto Presidente rehusaron que su viuda pasara a verlo. Casualmente el señor De la Barra estaba en la Embajada cuando llegó su citada nota, y atendiendo mi súplica salió a ver personalmente al Presidente de la República para procurar no tan sólo orden necesaria sino para interponer su influencia con este fin.

Ruego a su Excelencia me haga el favor de expresar a la señora Madero mi profunda simpatía y la de mi señora esposa, por ella y su familia, y decirle que en estos momentos difíciles deseo ayudarla en todo cuanto sea posible, y que puede dirigirse a mí para todo cuanto guste.

Soy, mi querido señor ministro, sinceramente suyo.

Henry Lane Wilson.

A su Excelencia el señor Manuel Márquez Sterling, ministro de Cuba (3).

CÓMO SACARON A LOS PRISIONEROS DEL PALACIO NACIONAL.
EL GRAN CRIMEN

Veamos ahora cómo relató el señor general don Felipe Ángeles -según la versión de Márquez Sterling- la forma detallada de cómo los esbirros de Huerta sacaron de su prisión a don Francisco I. Madero y don José María Pino Suárez, para llevarlos al sacrificio:

... Aquella tarde instalaron las guardias, en la prisión, tres catres de campaña con sus colchones, prenda engañosa de una larga permanencia en el lugar. Sabía ya Madero el martirio de Gustavo, y en silencio ahogaba su dolor. A las diez de la noche se acostaron los prisioneros: a la izquierda del centinela, Angeles; Pino Suárez, al frente; a la derecha, Madero.

- Don Pancho -refiere Angeles- se envolvió en la frazada ocultando la cabeza. Apagáronse las luces. Y yo creo que lloraba por Gustavo.

Transcurrieron veinte minutos y de improviso iluminóse la habitación. Un oficial, llamado Chicarro, penetró seguido del mayor Cárdenas.

-Señores, levántense -dijo Chicarro.

Angeles, alarmado, preguntó:

- Y esto ¿qué es? ¿Adónde nos piensan llevar?

Chicarro entregaría los presos a Cárdenas; y ambos esquivaron el contestar. Pero Angeles insistió con tono imperativo de general a subalterno:

- Vamos, digan ustedes ¿qué es esto?

-Los llevaremos fuera ... -balbuceó Chicarro- a la Penitenciaría ... a ellos; a usted no, general ...

- Entonces, ¿van a dormir allá?

Cárdenas movió la cabeza afirmativamente.

- ¿Cómo no se ha ordenado antes que trasladen la ropa y las camas?

Los oficiales procuraban evadir las respuestas. Al fin, Cárdenas gruñó:

- Mandaremos a buscarlos después ...

Pino Suárez se vestía con ligereza; Madero, incorporándose violentamente, preguntó:

- ¿Por qué no me avisaron antes?

La frazada había revuelto los cabellos y la negra barba de don Pancho -añade Angeles- y su fisonomía me pareció alterada. Observé las huellas de sus lágrimas en el rostro. Pero, en el acto, recobró su habitual aspecto, resignado a la suerte que le tocara, insuperables el valor y la entereza de su alma. Pino Suárez pasó al cuarto de la guardia, donde los soldados le registraron a ver si portaba armas.

Quiso regresar y el centinela se lo impidió: Atrás ... Don Pancho, sentado en su catre, cambió conmigo sus últimas palabras ...

Angeles (a los oficiales): ¿Voy yo también?

Cárdenas: No, general; usted se queda aquí. Es la orden que tenemos.

El Presidente abrazó a su fiel amigo.

Y cuando los dos apóstoles salían al patio del Palacio, Pino Suárez advirtió que no se había despedido de Angeles.

Y desde lejos, agitando la mano sobre la indiferente soldadesca, gritó:

- Adiós, mi general ...

Dos automóviles los llevaron por camino extraviado.

En la Penitenciaría -dice Angeles- algunos presos, de quienes a poco fui compañero, escucharon doce o catorce balazos, disparados uno tras otro, poco a poco ...

¡Quién presenció el espantoso crimen! ¡Quién puede referir, instante por instante, la inicua felonía! Esta carta, que más tarde un desconocido entregó al portero de la Legación de Cuba, acaso contribuya a descubrir el secreto:

A su Excelencia, el señor ministro de Cuba, como embajador de nuestro Gobierno en México.

Señor ministro:

Todo un pueblo rechaza indignado la mancha que se le quiere arrojar de asesino, pues nunca como ahora ha dado pruebas de cordura y civilización; mas para que las naciones extranjeras conozcan cómo fue el asesinato del señor Presidente Madero y para que la historia no quede ignorante, voy a consignar los siguientes datos del asesino que ha sido el mismo gobierno, pues bien, el señor Madero fue sacado de Palacio y llevado a la Escuela de Tiro y allí fue arrastrado en compañía del señor Pino Suárez y en seguida pasados a bayoneta y después se les hicieron disparos para simular el atentado de asalto pasando todo esto tras de la Penitenciaría donde el público puede convencerse; de los acontecimientos que se desarrollaron pues la renuncia fue falsa pues digno era de un Presidente entregar el Poder quien no se lo había entregado supuesto que el pueblo lo nombró el primer magistrado de la nación y en nombre de todos los hijos de México le suplicamos ponga toda su influencia para bien de todos los hijos del suelo mexicano.

¿Presenció la matanza el autor de esas mal escritas líneas? -dice Márquez Sterling-. ¿Es la palabra de un testigo que vio el crimen desde la sombra, un obrero, un gendarme, un vendedor ambulante, o es quizá uno de los soldados de Cárdenas que descarga su conciencia?

... Pino Suárez, al decir de los que lograron observar su cadáver, estaba horriblemente desfigurado. La mortaja sólo dejaba descubierta la esclarecida frente de Madero. Y aquellos disparos, uno a uno, que contaron los presos de la Penitenciana, ¿no son los que simularon el asalto a que alude el singular anónimo?(4)

LA VERSIÓN OFICIAL DEL MAGNICIDIO

Al día siguiente la prensa dio la siguiente explicación de los asesinatos en esta forma mendaz:

El señor Presidente de la República ha reunido su gabinete a las doce y media de la noche para darse cuenta de que los señores Madero y Pino Suárez, que se encontraban detenidos en Palacio, a la disposición de la secretaría de Guerra, fueron conducidos a la Penitenciaría, según estaba acordado, cuyo establecimiento se había puesto bajo la dirección de un jefe del Ejército, para mayores y mutuas garantías; que al llegar los automóviles, en que iban los prisioneros, al tramo final del camino de la Penitenciaría, fueron atacados por un grupo armado, y habiendo bajado la escolta para defenderse, al mismo tiempo que el grupo se aumentaba, pretendiendo huir los prisioneros; que entonces tuvo lugar un tiroteo, del que resultaron heridos dos de los agresores y muerto otro de ellos, destrozados los autos y muertos también los dos prisioneros. (De la versión oficial publicada el 23 de febrero) (5).

LAS MANOS DE TAFT TEMBLARON.
EL EMBAJADOR WILSON ACEPTA COMO CIERTA LA VERSIÓN OFICIAL

La noticia del asesinato de Madero y Pino Suárez -narra Urquidi en sus Memorias- empezó a circular profusamente en las primeras horas del domingo 24 de febrero. El mundo entero se estremeció de horror. Desde aquellos trágicos sucesos en que el trono de Serbia se había manchado para siempre con la sangre de Alejandro y de la reina Draga, la historia moderna no registraba un atentado semejante. La prensa unánime de Estados Unidos y de Europa lo condenó como un ultraje a la civilización y puso el estigma de asesinos y de traidores en las frentes de los autores. Desde ese momento el gobierno de Huerta se había suicidado.

Su reconocimiento por los Estados Unidos, que en otras circunstancias hubiera sido posible, quizá probable, quedó desde ese instante fuera de la cuestion. La prensa inglesa, la misma que más tarde prevaricó, haciendo una campaña activa en favor de Huerta, pidió la intervención de los Estados Unidos con acentos de la más viva indignación, calificando el asesinato de Madero y Pino Suárez de crimen injustificable, que pone un fardo de ignominia sobre los hombros de la nueva administración.

La noticia de este crimen proditorio que todos esperaban, pero que nadie tuvo el valor de evitar, fue recibida por Taft en una iglesia de New York, durante el servicio religioso. Al saberla, sus manos temblaron y pareció ser presa de una profunda agitación, dice un cronista que relata aquella escena. ¿Era compasión? ¿Era remordimiento? Quizás las dos cosas a la vez. Ante los ojos de Taft debe haberse presentado en ese instante, como una visión fatídica, el cuerpo ensangrentado de aquella víctima de los feroces apetitos de la canalla política de México y de la insaciable concupiscencia de un intrigante embajador americano.

El crimen había sido tan villano -comenta Urquidi-, los móviles tan bajos, y el procedimiento tan canallesco, que el mismo embajador americano que aún tenía en el cerebro los humos de la champaña con que había brindado por la consumación del Pacto de la Embajada, tuvo un sentimiento de pundonor y de humanidad, y rehusó asistir al lunch que para ese día había ofrecido graciosamente al cuerpo diplomático el exquisito señor De la Barra.

Macduff rehusando asistir al banquete de Macbeth no hubiera sido ni más digno ni más noble. ¿O fue que temía acaso ver sentado en su silla al espectro mutilado de Banquo?

Pero aquel sentimiento de dignidad y de pundonor fue pasajero. Apenas disipados los humos del champaña, el hombre volvió a ser político, y en una declaración oficial que es modelo de ligereza, de perfidia y de maquiavelismo, Henry Lane Wilson absolvió de una plumada a Huerta y a sus secuaces, del crimen con que el mundo entero los había estigmatizado.

A falta de informes fidedignos -telegrafió el embajador a su gobierno-, estoy dispuesto a aceptar la versión del gobierno acerca de la manera como el Presidente y el Vicepresidente depuestos perdieron la vida. Es indudable que la muerte violenta de estas personas fue sin la aprobación del gobierno, y si su muerte fue resultado de un complot, éste fue de un carácter restringido y fuera del conocimiento de los altos miembros del gobierno.

La opinión pública en México ha aceptado esta versión y ha considerado los hechos sin excitación alguna. El actual gobierno está dando aparentemente marcadas muestras de actividad, firmeza y prudencia, y las adhesiones que ha recibido, en cuanto me ha sido posible observar, son generales en todo el país, lo cual indica que la paz se restablecerá bien pronto ...

La declaración del embajador terminaba aconsejando al público americano que cerrara los oídos a las horripilantes y exageradas historias que habían hecho circular algunos corresponsales, y que viera la situación con calma.

Es decir, que Henry Lane Wilson, después de ser cómplice y coautor de los crímenes cometidos contra el gobierno legal de México, se constituía en el abogado defensor del traidor Huerta y de los asaltantes del poder público. Pero esa defensa era irrisoria. Nadie creyó en toda la República que elementos del gobierno huertista no fueran ajenos al magnicidio cometido. Ni el embajador mismo, estamos seguros, pero él tenía que defender a sus cómplices. Estaba en su papel.

Washington recibió las declaraciones de su embajador con marcado disgusto. Su participación en el derrocamiento de Madero, su camaradería con Huerta, el celo exagerado y jactancioso con que se constituyó en el salvador y protector de la colonia extranjera, haciendo aparecer más grandes los peligros para que la recompensa fuese más alta, dejaron ya de ser un enigma para el gobierno americano: Henry Lane Wilson había sido uno de los rebeldes de la Ciudadela, quizá el más peligroso de todos; esto era ya bien claro ...

Pero Taft no era ya Presidente más que de nombre: su gobierno de lenidades, vacilaciones y corruptela tocaba su fin; ya el ilustre profesor de Princeton preparaba su magistral discurso de inauguración y con él la sorprendente era de reformas políticas y administrativas que más tarde le habían de hacer acreedor al título de el más notable representante de los principios de humanidad, que Europa, en los primeros días de su conmoción titánica, le confirió.

¿Para qué molestarse con averiguar si la conducta de su embajador merecía censura o aprobación? El mal estaba ya hecho y era otro hombre el que pronto iba a heredar y echar sobre sus espaldas las mil y una dificultades de la situación más crítica con que un Presidente ha inaugurado su período en los Estados Unidos, desde los tiempos de Lincoln. Por lo pronto era más cómodo y más sencillo dejar pasar las cosas sin parar mientes en detalles, y proseguir la rutina ministerial, aprobando, sin investigar, los actos de los representantes diplomáticos. Esa rutina ministerial dio a Henry Lane Wilson la oportunidad de poder exhibir una carta en extremo laudatoria en la que se le daban las gracias por sus brillantes servicios diplomáticos, y esta carta junto con algunos otros documentos que el embajador tuvo cuidado de recoger de entre sus compatriotas agradecidos fueron las bases de la campaña iniciada con toda actividad y eficacia para mantenerlo en su puesto hasta muchos meses después de la inauguración del gobierno de Woodrow Wilson.

Pero a la historia no se la engaña. Lane Wilson era un gran culpable y al fin y a la postre el pueblo, al que no se sorprende impunemente, dio a ese personaje siniestro el castigo que merecía no ante los jueces de su patria que debieron haberlo juzgado, sino ante el severo tribunal de la opinión pública que lo sentenció definitivamente como un indigno representante de su gran país, como un ente sin corazón, como un cómplice y coautor de los crímenes cometidos en México Contra el Presidente Constitucional de la República Mexicana don Francisco I. Madero.


Notas

(1) Márquez Sterling, citado por Acuña, op. cit., pp. 242 ss.

(2) La interrogación es, naturalmente, mía, pero seguramente estuvo también en el pensamiento del bondadoso Márquez Sterling.

(3) Manuel Márquez Sterling, citado por Acuña, ap. cit., pp. 239 ss.

(4) Manuel Márquez Sterling, citado por Acuña, op. cit., pp. 249 a la 252.

(5) Manuel Márquez Sterling, Los últimos días del Presídente Madero, p. 569.
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