HISTORIA DIPLOMÁTICA
DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA
(1910 - 1914)
Isidro Fabela
PRIMERA PARTE SUS COMPATRIOTAS CONDENAN A HENRY LANE WILSON. TREMENDA REQUISITORIA DE NORMAN HAPGOOD
En los Estados Unidos aquellos sucesos causaron verdadero escándalo por la participación que se atribuía al representante diplomático de Washington en la tragedia mexicana. En la prensa se atacó tan duramente a Lane Wilson que éste se vio obligado a reaccionar acusando de difamación a uno de los periodistas que más lo habían denigrado ante la opinión pública, el señor Norman Hapgood, en junio de 1916. Una copia de la causa seguida contra dicho acusado obra en nuestro archivo histórico. La defensa que de sí mismo hizo el señor Hapgood es una requisitoria de tal manera tremenda contra el que ya entonces había dejado de ser embajador en México; y sus cargos son tan precisos, contundentes y bien provistos de pruebas, que bien vale la pena dejarlos consignados en nuestra Historia Diplomática de la Revolución, especialmente porque el contra-acusador es un compatriota de aquel pésimo representante de su patria que tanto mal hiciera a México. Dice el acusado transformado en acusador: Podemos tener la certeza ... de que Wilson era conocedor de antemano de la asonada de Huerta. Se puede probar que Wilson era confidente de Huerta en cuanto se refería a la intención de éste de deponer a Madero. Se puede probar que la noche del asesinato -y con anterioridad a este hecho- Wilson sabía que Madero y Pino Suárez serían sacados de su cárcel preventiva en el Palacio Nacional para conducirlos a la Penitenciaría, tal como lo explica a Washington donde estarían cubiertos hasta que las pasiones públicas pasaran. Se puede probar que, la tarde que precedió al asesinato, Wilson y Huerta se encerraron a solas en la Embajada americana por más de una hora. Wilson se ha indignado y protestado de que se hayan levantado sospechas contra él. ¿Pero quién sino el propio Wilson alimentó esas sospechas con su conducta en México, con su actitud hacia Huerta y con sus mensajes a su gobierno? Las pruebas que existen contra Wilson deben su existencia a lo que él mismo hizo y escribió. Son pruebas proporcionadas por el mismo Wilson. Ésta no es una historia grata para ser escrita por un americano o leída por él. No es una historia digna; porque ella explicará la forma en que se derrocó al gobierno de Madero y la parte que en su caída tuvo nuestro embajador en México. Explicará asimismo la razón de la mucha desconfianza que tiene el pueblo mexicano contra los Estados Unidos. Al mismo tiempo se podrá aclarar que la traición de Huerta hubiera sido imposible de llevarse a cabo a no haber sido instigada por Henry Lane Wilson en nombre de un gobierno que Wilson mal representaba. Después, Norman Hapgood concreta de la siguiente manera sus acusaciones: Los mensajes que se citan en el curso de la causa demuestran: Primero: Que nuestro embajador tenía conocimiento, con una antelación de 2 días, de la asonada de Huerta con que se inició el golpe de Estado. Segundo: Que él anunció estos sucesos al Departamento de Estado. Tercero: Que los informes sobre lo que iba a suceder se repitieron al Departamento de Estado durante los días 13, 14, 16 y 17 de febrero. Cuarto: Que nuestro embajador tenía tal seguridad en su información respecto a lo que Huerta se proponía y en cuanto al momento en que iba a proceder, que en un despacho del mediodía del jueves -unas dos o tres horas antes de que Huerta tomara el gobierno y presionara a Madero y a su gabinete- Wilson anunció al Departamento lo que ya había sucedido. Quinto: Que nuestro embajador al notificar al Departamento de Estado que Huerta había sucedido a Madero declaró que un despotismo indigno había caído. Sexto: Que nuestro embajador ofreció a Huerta y a sus compañeros conspiradores las seguridades verbales y no oficiales respecto a la seguridad de Madero. Aunque en la estimación del público en la capital, Madero era un hombre perdido desde el instante en que las garras de Huerta se cerraron a su alrededor. Séptimo: Que después de que nuestro embajador a las ocho del Jueves 20 de febrero cablegrafiara al Departamento de Estado pidiendo instrucciones sobre el reconocimiento de Huerta, esa misma noche, probablemente antes de que su mensaje hubiera salido de la oficina del cable ... decidió, en una reunión del cuerpo diplomático que tuvo lugar en la Embajada americana, reconocer a Huerta a las 12 del día siguiente. Octavo: Que nuestro embajador recomendó a Huerta, refiriéndose a Madero y a otros prisioneros políticos, que no los ejecutara a no ser con el debido procedimiento legal ... Noveno: Que nuestro embajador inspiró a ciertos senadores antimaderistas para que pidieran a Madero, en nombre del Senado, su dimisión ... Décimo: Que nuestro embajador en su mensaje al Departamento de Estado fechado a las 5 de la tarde del día siguiente al golpe de Estado (19 de febrero) mencionó insistentemente y como un rumor, que Gustavo Madero, hermano del Presidente, había sido asesinado poco después de la media noche de aquel día, aun cuando el crimen debió ser conocido por nuestro embajador desde la tarde de ese mismo día. Undécimo: Que después de la llegada de Huerta al poder, nuestro embajador instó confidencialmente al Departamento de Estado para que ordenara el envío a la ciudad de México de oficiales americanos de los navíos de guerra anclados en el puerto de Veracruz, al mando de tantos marinos como fuera posible. Décimosegundo: Que nuestro embajador aceptó oficialmente y sin reserva las explicaciones insuficientes e inexactas de Huerta respecto a las circunstancias que rodearon los asesinatos de Madero y Pino Suárez sin preocuparse de hacer ninguna clase de investigaciones por su cuenta propia. Décimotercero: Que nuestro embajador manifestó el haber aceptado, en nombre de su gobierno, la versión de los asesinatos dada por Huerta. Décimocuarto: Que nuestro embajador en vista de haber sido informado por un miembro de la Legación de su Majestad Británica. de que era dudoso que su gobierno otorgara el reconocimiento de facto a causa de los asesinatos de Madero v Pino Suárez, cablegrafió al Departamento de Estado Que esto sería un error mayor porque pondría en peligro la seguridad de los extranjeros y sugería que se discutiera el punto en Washington con la Legación Británica. Décimoquinto: Que nuestro embajador instó al Departamento de Estado para que llamara al corresponsal del Times de Londres, en Washington, para explicarle cuál era la situación de la ciudad de México, a fin de que se corrigiera la vasta ignorancia existente en Londres en cuanto a la verdadera situación aquí. Décimosexto: Que nuestro embajador supo de un rumor según el cual el ex-Presidente De la Barra iba a ser detenido, en vista de lo cual con toda serenidad manifestó al ministro de Relaciones Exteriores (Lascuráin) que cualquier acto de violencia en contra de De la Barra sería motivo de indignación profunda en los Estados Unidos y en todas las naciones civilizadas. Y esto mismo no lo hizo por Madero. Décimoséptimo: Que nuestro embajador, casi por su último acto antes de abandonar la ciudad de México dejando su puesto, cablegrafió al Departamento de Estado, respecto de Huerta y su gabinete: ... Estoy convencido de que el presente gobierno es tan corrompido e incompetente como cualquiera otro de los que lo han precedido ... En el mismo expediente Mr. Hapgood observa: A fin de apreciar debidamente los actos oficiales y no oficiales de Wilson como embajador de los Estados Unidos durante la agonía y muerte del régimen de Madero ... debe uno conocer algunos antecedentes personales del hombre ... En la vida pública Henry Lane Wilson tenía la característica desgraciada de meterse continuamente en líos ... incidentes desagradables que se granjeaba por su temperamento inestable, falta de tacto y conceptos extravagantes de lo que él creía que debían ser las prerrogativas de su puesto. Era irascible, molesto, nervioso, egoísta, vano ... En México no fue un diplomático respetado. Para ser exacto, Wilson tenía pocos admiradores entre los americanos residentes en el país. Tenían amistad con él porque lo utilizaban o esperaban utilizarlo para llevar a cabo sus propósitos particulares; pero de corazón lo detestaban cordialmente y en privado escupíanle su veneno ... En la ciudad de México se aconsejaba de los peores elementos de la comunidad; despreciaba abierta y venenosamente a los mexicanos; le disgustaba Díaz en forma abierta; escarnecía a De la Barra; odiaba a Madero, daba la mano a Huerta sin darse cuenta de las gotas siniestras y rojas que las manchaban; luego lo odió también; ambicioso y pobre económicamente, soñaba en que un posible ataque americano al sur del Río Grande lo lanzaría a ser Gobernador General de México. Norman Hapgood, al referir cómo llegó Henry Lane Wilson a la Embajada de México, comenta cómo salió de su puesto el anterior embajador David E. Thompson ... Wilson SUpo que Thompson había considerado con mayor interés sus propios asuntos que los de su gobierno. Al respecto conocía los rumores desagradables sobre la forma en que su antecesor llegó a obtener la propiedad del Ferrocarril Panamericano de México. Los americanos que tenían dificultades en México se quejaban de que Thompson no los ayudaba, que abiertamente evitaba presionar sus asuntos porque podrían molestar al gobierno de don Porfirio Díaz. A veces, la calidad y la actuación de los representantes que hemos enviado a México o a otros países hispanoamericanos no han robustecido la confianza de los nacionales en la buena voluntad y en los motivos desinteresados de los Estados Unidos hacia las Repúblicas hermanas menores que se encuentran al sur. Taft destituyó a Thompson. Convirtió una cosa mala en otra peor al nombrar a Wilson ... El Presidente y el secretario de Estado Knox cometieron el error más grave de todos. Dejaron a México y a los asuntos mexicanos, sin reserva alguna, en manos de Lane Wilson y de un tercero del mismo nombre Huntington Wilson, principal colaborador de Knox en el Departamento de Estado. Estos dos Wilson se aliaron bien, aparentemente pensaban de la misma manera en cuanto se trataba de México. Taft y Knox rara vez, si es que lo hicieron alguna, intervinieron en esos asuntos. Esta indiferencia puede atribuirse a dejadez, falta de información, o una crasa ignorancia de la verdadera situación de los asuntos mexicanos y de lo que Lane Wilson estaba haciendo ahí. De la copiosa documentación que hemos presentado, podemos deducir cuál fue, en síntesis, la conducta del representante diplomático de los Estados Unidos en México, y cuál la política internacional del gobierno del señor Presidente Taft hacia nuestro país en las postrimerías del gobierno del señor Presidente Madero, hasta que acaeció su muerte. Con el convencimiento que producen las pruebas documentales exhibidas y las manifestaciones de los actores y testigos que hemos mencionado llegamos a la conclusión de que la diplomacia de Washington hacia México fue desenfadada por no decir despreciativa, pues, a sabiendas de quién era y cómo se comportaba su representante en nuestro país, no lo retiró ni lo reconvino sino que lo dejó que siguiera aquí obrando prácticamente como le viniera en gana; lo que dio por resultado el fin lamentable del que se dieron cuenta en Washingron cuando ya las cosas no tenían remedio. Falta grave que México no merecía. Una nación tan poderosa como los Estados Unidos, con tantos recursos y medios de influencia tan efectivos, podrá, siempre y cuando se lo proponga, ayudar al débil en sus graves conflictos internos en las mil formas que el altruismo internacional puede hacerlo con fines humanitarios o simplemente justicieros. Y en los últimos tiempos del Presidente Taft es evidente que no hubo buena voluntad de la cancillería ni de la Casa Blanca hacia la nación mexicana. Pero, independientemente del caso concreto que hemos historiado, debemos decir, porque ésta es la oportunidad de remarcarlo, que no siempre los gobiernos de allende el Bravo se han preocupado como debieran, al nombrar como sus representantes en nuestros Estados latinoamericanos a personas de la mayor responsabilidad moral e intelectual, es decir, a diplomáticos dignos, que respetándose a sí mismos y a su propia nación, supieran respetar al pueblo y al gobierno donde van a trabajar, haciendo que su elevada misión sirviera para crear, bajo bases firmes y duraderas, una política de atracción y no de recelo y desconfianza de nuestros pueblos y gobiernos hacia la admirable potencia cuya amistad necesitamos y queremos y para la que siempre estaremos bien dispuestos a condición de que se nos trate con justicia y decencia. Para llegar a esa finalidad no sólo es preciso que el imperialismo estadounidense amaine en nuestros pueblos sino que se tenga un mayor cuidado en la elección de sus diplomáticos, nombrando a personas que honrando a su admirable país sepan respetar a la nación donde se les destine. Unos cuantos ejemplos citaremos de representantes indeseables que vinieron a nuestro país no a hacer todo el bien posible en nuestras relaciones exteriores, sino a dejar el peor recuerdo de su gestión y de su persona en nuestra patria. Al Presidente Jackson le debemos la presencia en México de su amigo Anthony Butler, que era un tahur y dipsómano. Otros diplomáticos de su país cerca del nuestro fueron aquellos individuos de la más infausta memoria y que se llamaron: Thompson, Sheffield y Lane Wilson; Thompson, a quien ya citamos; Sheffield que fraguó una intervención de su país en México, cuyas maniobras sucias le descubrió el general Calles al Presidente Coolidge, quien oportunamente lo retiró de su cargo, y por último Henry Lane Wilson, el peor de todos por las múltiples causas que ya conocemos. Pero no es esto lo que nos importa subrayar al ocuparnos de la historia diplomática de México en sus relaciones con los Estados Unidos, sino algo de mayor importancia y trascendencia. Ya sabemos que si algunos diplomáticos estadounidenses han faltado a sus deberes técnicos hacia las naciones latinoamericanas, no es porque desconozcan en general cuáles son las características esenciales de sus funciones, sino porque en Washington no ha existido siempre una política cordial y sincera hacia las naciones de nuestra América. La política internacional de los Estados Unidos hacia nosotros ha sido inestable, versátil; a las veces justa pero generalmente egoísta, basada en tendencias de dominio económico y hegemonía política. Los consejeros jurídicos de la secretaría de Estado han sido personalidades de la más alta categoría no sólo intelectual sino moral: Basset Moore, Brown Scott, Ralston, Borchard, Jessup, Hackworth, de manera que las instrucciones de la cancillería norteamericana a sus jefes de misión en el exterior seguramente fueron basadas en una técnica jurídica correcta; pero la diplomacia estadounidense hacia nuestros países no está basada en las normas del derecho interpretadas por sus juristas, sino en las órdenes de sus políticos, y los políticos de Washington siguen las normas que les señala el Poder Ejecutivo de la Unión y su secretario de Estado. Y esas normas no son siempre las más adecuadas para mantener y fomentar la armonía internacional, sino para quebrantarla. Pero no hay que perder la esperanza de que se opere un cambio de táctica en Washington hacia nuestras Repúblicas, táctica verdaderamente diplomática que llegue a conquistar nuestra confianza. Y eso será cuando los jefes de misión que nos envíe la gran potencia, así como todos y cada uno de los funcionarios del servicio exterior que sirvan a la Embajada estadounidense en México, no traten de intervenir sino en aquello que les con cierna y no en lo que es de la competencia exclusiva del gobierno y del pueblo mexicano. Porque entonces las consecuencias pueden llegar, como en el período de nuestra historia de que nos hemos ocupado, al desquiciamiento de nuestras instituciones y aun al sacrificio de las máximas autoridades del país como cuando perdimos a Madero y Pino Suárez.